sábado, 17 de febrero de 2018

La nueva vida de Thomas. Capítulo 4 y final.


Thomas se había levantado aquella mañana con una paz mental que no recordaba. Sin duda su cerebro había llegado a algunas conclusiones durante la noche y tenía tomadas las consecuentes decisiones. Eso sí, sin compartirlas con él, pero no iba a ponerle pegas a una puntual lucidez sólo por ese estúpido detalle. Lo sentía así y eso era suficiente.


Sin embargo, no todo era paz en su mente, también algunos remordimientos rondaban por allí. Dudó unos minutos pero al final decidió telefonear a Belinda para acallar su mala conciencia, aunque aún no se veía preparado para restablecer la relación con su familia tampoco quería que sufrieran creyendo que se había ahogado en el mar o que le había devorado una hidra o algún otro bicho marino de los que salían en los documentales. Y también llamó a Brad para proponerle que formara parte de la idea de negocio que su cerebro había maquinado, aunque aún no pudiera explicarle cual era. Todo había salido bien, Brad acudiría a su llamada y su familia sabía que había sobrevivido al menos hasta esa mañana. Durante el desayuno explicó a Carmen cuales eran sus planes.

-He pensado que Brad, tú y yo deberíamos montar un negocio juntos. Así que le he llamado para que venga y podamos organizarnos.

-¿Ah sí? Qué bien, cuanta iniciativa ¿Y de qué negocio se trata? Ya que me cuentas como socia podías extenderte un poquito más en los detalles de ese plan.

-La verdad es que la parte de los detalles no la tengo del todo clara. Pero me produce muy buenas sensaciones pensar en los tres trabajando codo con codo y todo eso.

-Vale, vale. Pues sí que es un buen plan, la estrategia necesita desarrollo pero supongo que las intenciones son lo que cuentan. Y ese buen feeling seguro que me llega en cualquier momento.

-Exacto, el buen feeling es lo más importante. Tienes toda la razón. ¡Lo tenemos hecho! Pronto tendré un proyecto bien definido, no te preocupes -dijo presionado por las arqueadas cejas de la joven- Ah, y también he llamado a mi mujer sólo para que ella y los niños sepan que estoy bien.

-¿Qué has hecho qué? ¿Les has llamado?¿Desde la habitación? ¡Menuda cagada, amigo! Tendrá el número del hotel en el móvil y si está tan loca como dices lo mismo tenemos una reunión familiar en cualquier momento.

-No me asustes Carmen, con esas cosas no se juega. ¿Tú crees que es posible? ¿Qué probabilidades puede haber? Serán pocas, ni se habrá fijado en eso del número, le dije que estaba en una isla desierta y… ¡Oh, Dios mío, la he cagado! Mejor será que coja el kayak y me vaya remando hacia el infinito, seguro que es más seguro que este lugar.

-Thomas no entremos en pánico. Tenemos poco tiempo. Hay que preparar un plan de contingencia.

Salieron a los jardines y recorrieron el sendero hasta la pista de aterrizaje de helicópteros en la que un aburrido vigilante leía el periódico dentro de la caseta de recepción.

-Buenos días tenga usted, señor agente -dijo Thomas- ¿Ha llegado algún helicóptero en la última hora?

-Buenos días, estimados huéspedes -respondió el hombre- No, por el momento no y hoy no tenemos prevista ninguna llegada hasta primera hora de la tarde. Un conocido empresario.

-Pero puede venir alguien sin avisar ¿o eso no es posible?

-Claro que sí. Hay algunos clientes habituales que se presentan sin avisar. Tienen sus suites alquiladas todo el año.

-¿Sería usted tan amable de avisarnos sí alguien aparece? -preguntó Carmen.

-Por supuesto señorita -respondió el vigilante- Lo haré de inmediato. Tan inmediato como ahora mismo. Miren, por allí llega uno.

Los dos amigos siguieron la dirección que indicaba su dedo y observaron como un pequeño helicóptero se acercaba hacia la isla.

-¡Oh, no! ¡Tengo que esconderme! -dijo Thomas arrastrándose bajo unos matojos para salir inmediatamente- No, mejor vayamos a parapetarnos en mi habitación, podemos resistir allí durante un par de meses con las reservas del minibar.

-Tranquilo, Thomas -le tranquilizó Carmen- Mira ese cacharro, es muy pequeño, sólo puede llevar al piloto y un pasajero. Ellos son cuatro ¿verdad? Por lo que me has contado de tu señora esposa no creo que haya dejado a vuestros churumbeles esperando en el continente pudiendo utilizarlos como arma vergonzante.

El asintió aunque no las tenía todas consigo. En cualquier caso ya era demasiado tarde, el pequeño helicóptero estaba posándose en la pista. Y en cuanto lo hizo se abrió una de las portezuelas y su amigo Brad salió y avanzó tambaleante cegado por sus largos cabellos quemados por el sol.

-¡Thomas, tío! ¡Eres el puto amo! Menudo chiringuito te has buscado -dijo señalando el hotel- No me extraña que tuvieras tanta prisa por venir.

Se fundieron en un fraternal abrazo y ambos soltaron algunas lagrimillas de pura alegría mientras Carmen y el vigilante les observaban con curiosidad.

-Qué emoción Thomas, esto es que es muy emotivo, tío. Es como en las películas de Vietnam, dos combatientes trastornados y traumatizados reencontrándose bajo el estruendo de un helicóptero en un lugar paradisiaco lleno de palmeras y observados por los aborígenes. Oye, ¡pedazo de aborigen la piba esta! -dijo Brad reparando en la presencia de Carmen.

-No, no, ella no es aborigen. Es Carmen, gorrona, como yo -respondió Thomas.

-Un poco de respeto, por favor -puntualizó ella dando un par de besos en las mejillas al arrebolado y entusiasmado Brad- Tú eres un principiante y yo una profesional versada en las técnicas más sutiles.

Los tres se encaminaron hacia el hotel mientras Thomas ponía al día a su amigo sobre los acontecimientos de los últimos días, pero Carmen cayó en la cuenta de que habían dejado un cabo suelto.

-Thomas, por el helipuerto no han llegado y el vigilante nos avisará si aparece otro helicóptero pero es que también podrían llegar por barco ¿No es así? Hagamos una cosa, yo me dirigiré al embarcadero a echar un vistazo y vosotros quedaos en tu habitación. No salgáis. Quizá no vengan de ninguna forma pero hay que estar preparados.


Carmen se dirigió hacia el embarcadero, recorriendo en dirección contraria aquel camino que Thomas siguió al llegar a la isla, imitando los cánticos de los pájaros y admirando la explosión de la naturaleza en aquel rincón perdido del océano. Recordó el día en que ella llegó a la isla, confiada y alegre, teniendo ya asegurado su puesto de interprete en la comitiva del jeque, lo bien que se sintió al comprobar que pasarían unas semanas en otro lugar idílico y exclusivo, de vida lujosa y complaciente. Qué lejos quedaba su existencia anterior, dedicada a exprimir la picaresca para ganarse el pan, en su tierra natal, Granada.

Desde muy joven había renegado de las expectativas que la vida le había otorgado por nacimiento, que en el mejor de los casos pasaban por colocarse como dependienta de alguna tienda de la zona turística o como trabajadora en la hostelería, opciones todas con muy poco atractivo para una chica inteligente y poco inclinada a la dedicación laboral, como se reconocía. Se enorgullecía de tener las cosas claras y no se iba a engañar a si misma en algo tan fundamental como su escaso amor al trabajo. Bastante había hecho ya con aprender idiomas, para los que tenía cierta facilidad y que ocupaban todo su curriculum.

Sabía que dejar pasar el tiempo zascandileando de aquí para allá con los amigos no iba a mejorar sus oportunidades de futuro y no le costó mucho ver que su mejor posibilidad para romper el molde eran los turistas que abarrotaban la ciudad. No sabía muy bien como sacar provecho de aquella masa variopinta y temporal, así que pasó algunos meses mezclándose entre los grupos de visitantes tratando de buscar la forma de acceder a la capacidad de sus bolsillos y billeteros.

Se compró un vestido discreto y elegante y una buena mañana se presentó en el más caro de los hoteles de Granada, se sentó en uno de los sillones cercanos a la recepción y esperó la oportunidad para poner en marcha su estrategia de supervivencia e independencia económica. Después de un rato aparecieron por allí cuatro caballeros japoneses de mediana edad que con aire tímido y despistado se disponían a recorrer la ciudad.

-Buenos días, señores. Perdonen la intromisión. Mi nombre es Carmen Pérez. Hola a todos. Veo que están aquí de turismo. Me gustaría explicarles algo. Supongo que van a pasar la mañana viendo algunos monumentos, para luego ir a comer en un restaurante conocido, después más monumentos y a última hora volver aquí con los pies cansados y la cámara llena de fotos de trozos de piedra cincelados, que ya no sabrán si son parte de la Alhambra o de la delegación del Ministerio de Trabajo -los cuatro hombres la miraban desconcertados y asentían sólo por educación- Muy bien. ¿Qué les parece este otro plan? Pasar de visitar la ciudad y padecer una sucesión de vivencias extremas autóctonas que quedarán en su memoria para siempre, sin necesidad de grabarlas en sus cámaras. Nada de sexo, nada de drogas, sólo adrenalina al más puro estilo hispánico. Cuando termine el día, si están contentos me remuneran con la cantidad que les parezca más adecuada. Los hombres se miraban entre ellos desconcertados y sin saber cómo reaccionar, hasta que uno de ellos dijo ¡Sí!¡Divertido!¡Sí, queremos! Y así, Carmen, puso en práctica su plan, llena de dudas pero decidida a llegar hasta el final.

Les hizo montar en la vieja furgoneta dos caballos que su abuelo utilizaba para repartir el pan hacía varias décadas, sólo tenía dos asientos y el del copiloto no tenía fondo, así que les colocó a todos en el suelo de la zona de carga mientras ella ocupaba el puesto de conducción. Al principio los cuatro japoneses buscaban los cinturones de seguridad pero al tercer derrape a toda velocidad por las estrechas calles del casco antiguo se percataron de que su aventura ya había comenzado.

-¡Qué peligroso! ¡Esto es una locura! ¡Nos vamos a matar! -gritaban mientras se golpeaban con las paredes e intentaban desenredar sus brazos y piernas de las extremidades de los demás- ¡Pare! ¡Señorita Carmen, pare, por favor!

Y así entre gritos, lamentos y luego insultos y amenazas llegaron a la finca de toros bravos en la que ella tantas veces se había colado durante su niñez y adolescencia. Hizo un último derrape sobre el suelo pedregoso, se bajó del coche y abrió la portezuela trasera.

-Hemos llegado. ¿Qué tal el viaje?

-¡Está usted loca! ¡Casi nos mata! Le pediríamos nuestro dinero de vuelta si la hubiéramos pagado -dijo indignado el turista que llevaba la voz cantante- Hemos pensado que mejor queremos ver monumentos.

-¿Pero les ha gustado o no? ¿Ha sido emocionante o no?

-Sí, eso sí.

-Pues a eso hemos venido, a padecer emociones y a poner en contacto el cuerpo con la mente. ¿O es que no les duele todo?

-Sí, eso también.

-Muy bien, entonces. Amigos, pasamos a la fase dos. ¿Ven esos toros al otro lado de la valla? Son animales de lidia, pertenecen a la ganadería de toros bravos más prestigiosa de todo el país. Y eso es porque son los más peligrosos del mundo entero y si hubiera toros en otro planeta no serían tan salvajes como estos. ¿Entendido? -los turistas miraban con evidente miedo a los toros y con absoluto recelo a Carmen mientras se ajustaban sus ropas y pertenencias- Muy bien. En esta fase atravesarán conmigo esta finca de lado a lado, así a pelo, sin capotes ni nada, cuerpo a cuerpo con el animal, kamikazes con el sol naciente en la frente, y los que lleguen sanos y salvos al otro lado pasarán a la siguiente fase. Si alguno de ustedes es el clásico cagón, que siempre hay alguno, puede volver andando a la ciudad. Es por allí.

Ninguno de los hombres quiso ser el primer cobarde aunque todos lo desearon, así que miraron con añoranza y tristeza la carretera que suponía la seguridad y la salvación y esperaron con aprensión las instrucciones de su peculiar guía turística. 

-Perfecto. Veo que ustedes son japoneses de los de verdad. Pensé que ya no quedaban. Muy bien. Ahora no quiero que nadie piense. Van a hacer lo que yo diga y cuando yo lo diga. Síganme.

Saltaron la valla cercana y en fila india se dirigieron hacia el centro del recinto mientras los toros empezaban a inquietarse y remover la tierra con sus pezuñas. Uno de aquellos bichos inmensos se acercó al trote y cuando estaba cerca Carmen gritó !al suelo y todos quietos¡ Los cinco aterrizaron sobre la hierba. Se oyeron algunos quejidos, también había bastantes piedras. El toro se acercó, les olisqueó desde muy cerca y enseguida se dio la vuelta y se alejó.

Carmen se levantó y los aliviados japoneses la siguieron y cuando otro toro se acercó volvieron a repetir la maniobra y el enorme animal olisqueó a varios de los turistas apretados contra el suelo, empujó a alguno con el hocico y se marchó. 

-Vamos bien pero todavía queda -dijo Carmen a los aterrorizados japoneses- Y tú, deja de llorar que nos vas a joder a todos. Coño, si esto lo he hecho yo tantas veces que esos bichos me deberían considerar de la familia. Pero no lo hacen, ¿sabéis por qué? Por que son peligrosos y muy reviraos y les gusta cornear a la gente, sobre todo a los extranjeros, así que aquí la que va más segura soy yo. Emocionante ¿no? A callarse y a sacar fuerza de flaqueza. Acordaos de vuestros héroes, ¿creéis que Hirohito lloraría?¿O Yoko Ono?¿Oliver?¿Benji? Venga, hombre, ponerle un poco de corazón que lo estamos pasando de puta madre.

La fase se complicó un poco en las últimas maniobras cuando se acercaron varios toros y se demoraron más tiempo del necesario lamiendo y empujando a los japoneses, pero al final consiguieron alcanzar la valla del otro lado y ponerse a salvo. Otra vez Carmen, esperó que la reacción de sus clientes fuera la que deseaba.

-¡Ja, ja, ja! ¡Ha sido demencial, estamos locos! ¡Somos más valientes que los toreros! ¡Y sin capote! -dijo muy exaltado uno de ellos- ¡Maestrooooosss!

-Sí, mira me ha lamido todo el traje ¡y se ha comido mis billetes de cien euros! Ja,ja,ja ¡Volvamos a hacerlo! -contestó otro.

-No, no, no. La segunda vez no será tan emocionante -dijo un tercero aún aterrorizado y con la cara llena de babas de toro.

Volvieron al coche entre los comentarios excitados y las interjecciones superpuestas y las risas de los turistas que todavía exudaban adrenalina.

-¿Cual es la fase tres?

-Comida típica de verdad, sin adaptaciones ni contemplaciones, y relaciones con los paisanos. Ahora sí que os vais a cagar.

La vieja furgoneta les llevó hasta la obra en la que trabajaba el hermano de Carmen, un edificio de viviendas en las afueras de la ciudad que aún estaba en la estructura. Los japoneses estaban menos exaltados después de una segunda sucesión de derrapes y la siguieron un tanto desconfiados entre el polvo y los cascotes de la construcción. Llegaron a una zona en la que una mesa había sido improvisada con un par de largos tablones y unas borriquetas, y a la que se sentaban sobre cajas de refrescos o de ladrillos unos cuantos obreros, vestidos con buzos sucios y camisetas agujereadas, o sin ellas. Y todos miraban desconfiados a los visitantes.

-Hola hermanito -saludo Carmen a un chico joven- Vengo a comer con estos amigos. Quieren conocer las costumbres locales y la gastronomía de verdad. Así que hacednos un sitio, ya os compensaré. Venga, a compartir, dadnos un poco de lo que estáis comiendo.

Las tarteras empezaron a circular llenas de pollo empanado, tortillas de patata y lomo adobado, y todos comieron con avidez, había hambre después de tantas emociones. 

-Esto es rabo de toro. Ahora que sois toreros podéis comerlo -dijo Carmen para satisfacción y gran orgullo de sus clientes.

-Oye -le dijo un obrero al más sonriente de los japoneses- ¿Qué tal os va por Japón? El Pikachu ese que tenéis de presidente es un poco amanerao, ¿no? -los obreros rieron la broma al unísono.

-Sí tu quieres, hablamos de presidente -respondió uno de los japoneses. Se hizo un pesado silencio aderezado con mucha tensión y de pronto todos se echaron a reír.

La única bebida era vino de tetra-brik en vaso de plástico pero por suerte en abundancia. Los visitantes lo paladeaban como si fuera un gran reserva.

-Muy auténtico vino español. Pero debes mejorar presentación si quieres vender en Japón.

La improvisada comida internacional se fue animando gracias al alcohol, alguien sacó una guitarra y el intercambio cultural se aceleró, centrándose sobre todo en las habilidades manuales típicas de cada nación. Los japoneses pidieron que les enseñaran a dar palmas y los españoles que les enseñaran a partir 10 ladrillos de un solo golpe. 

Intercambiaron camisetas, relojes y algunos otros objetos como recuerdo, proceso en el que salieron claramente beneficiados los locales, aunque lo importante, sobre todo para los españoles, era el gesto y no el valor económico de las cosas. A media tarde Carmen dio por terminada la visita y se llevó de vuelta a la ciudad a sus clientes vestidos con monos de trabajo y camisetas raídas y con alguna mano inflamada en el intento de partir ladrillos.

-Ha sido muy bonito esto -le dijo uno de ellos- Pero, por favor, conduce despacio que ya está probado mucho esa fase. ¿Y cual fase ahora?

-Relajación extrema.

Les llevó al barrio antiguo y recorrieron las calles llamando la atención de todos los transeúntes con aquellas pintas un tanto inmundas. También influía bastante que los japoneses iban muy crecidos y saludaban a todo el mundo.

-Vamos a entrar a este garito para que fuméis una shisha con mezcla de martini y ginebra y experimentéis las evasión del alma de las ataduras del cuerpo y os encontréis con el espíritu de las culturas que a lo largo de los siglos han habitado este lugar.

-Dijiste que no drogas. Y no sexo. Si hay que transgredir preferir lo segundo 

-A ver si ahora el martini va a ser droga. O la ginebra. O el tabaco. ¿Y eso del sexo? Anda, que te estoy viendo venir y te voy a a dar p’al pelo, pringao. -respondió Carmen soltándole un capón al avezado japonés.

Tras un par de horas de pérdida de conciencia cercana al coma, los japoneses estaban de vuelta en el hotel, todavía bastante perjudicados por el efecto de la inhalación de vapores de alcohol y tabaco. Daban un espectáculo un poco lamentable, los cuatro abrazados y tambaleantes, vestidos de obreros, pero aseguraban que aquel había sido uno de los mejores días de su vida y la despidieron con afectuosos abrazos de agradecimiento y mil euros.

Carmen fue repitiendo aquella experiencia, añadiendo y quitando algunas actividades, mejorando otras, pero dejando casi todo a la improvisación para mantener la esencia de la aventura. Hubo accidentes, detenciones, y muchos excesos, pero siempre consiguió salir adelante. Algunos días no logró captar ningún cliente pero otros llegaban solos, recomendados por quienes ya habían padecido sus vivencias extremas autóctonas.

Así se buscó la vida hasta aquel día en que la comitiva del jeque llegó a la recepción del hotel y casi sin querer se encontró en una habitación de lujo como si fuera una de las componentes del séquito de un árabe multimillonario.


Sumida en estos recuerdos sobre su vida en Granada había recorrido ya todo el sendero y cuando llegó a la pequeña playa se encontró con la que no podía ser más que la familia de su amigo bajando de un oxidado y viejo cascarón.

-¡Mira mamá! -gritó la niña pequeña- Ahí está el kayak que ha servido de medio de fuga a ese escurridizo fugitivo. Tomemos huellas dactilares como evidencia de este cuerpo del delito.

Mientras la mujer y los tres niños observaban la pequeña canoa amarilla varada en la arena, Carmen pensaba cómo conducir la tragedia que se avecinaba y decidió coger el toro por los cuernos como tantas veces había hecho.

-Buenos días, apreciados huéspedes. Bienvenidos al hotel Missing Paradise. Mi nombre es Carmen Pérez y soy la encargada de acomodarles y hacer de su estancia uno de los más relajantes y placenteros recuerdos de su vida ¿Puedo comprobar su reserva, por favor? 

-¡Venimos de visita! -espetó Belinda mirándola de arriba abajo.

-¿De visita? Oh, lamento decirles que en este lugar sólo está permitida la presencia de clientes previa reserva y pago de la misma -improvisó Carmen.

-Pues nosotros estamos aquí para resolver un asunto familiar muy grave que incumbe a uno de los empleados del hotel. ¿Algún problema? -respondió la madre con tal firmeza y decisión que la hizo retroceder un paso.

-No, no, ningún problema. ¿Un empleado? ¿Me puede indicar su nombre? Existe un laborioso y enredado protocolo para este tipo de contingencias y no puedo pasar por alto las normas, lamento señalar.

-Thomas Parker Lynn, es el nombre de ese desgraciado -respondió la pequeña Mandy- Le reconocerá usted por sus andares errantes, su aspecto andrajoso y su actitud titubeante. Yo soy su hija menor. Puede usted compadecerme pero, créame, cualquier palabra de ánimo o lamento ya me la han dicho antes, así que será mejor que me guíe hasta el lugar del desastre en el que ese hombre habita.

-No me suena nadie que se ajuste a esa descripción. Nuestra política de personal es muy rigurosa, estoy segura de que ninguno de nuestros trabajadores reúne ese perfil. Definitivamente no tenemos ningún empleado que se llame Thomas Parker, ni siquiera Thomas a secas.

-En cualquier caso echaremos un vistazo -dijo Belinda avanzando hacia el sendero que llevaba al hotel- Ese desgraciado está aquí, si no es como empleado o cliente será de alguna otra forma. Pero está aquí. ¡Vamos!

Carmen acompañó a la familia intentando entretenerles con absurdas explicaciones sobre la fauna y flora locales, asuntos que parecieron interesar a los gemelos pero no hicieron mella alguna en las dos féminas, que tiraban de todo el grupo con impaciencia. Al llegar a la zona de la piscina los visitantes admiraron durante unos instantes el lujo y distinción de aquel exclusivo hotel.

-Mamá, eres consciente de que ese caótico personaje jamás sería contratado aquí, ¿verdad? -dijo la niña.

-Soy consciente, hija mía. No imagino qué papel ha adoptado para situarse en este lujoso lugar. El muy maldito ha escondido durante todos estos años una capacidad estratégica inimaginable.

-Bien, por favor, acomódense en estas hamacas y siéntanse libres de ordenar a los camareros cualquier refrigerio o tentempié que les pueda apetecer -indico Carmen- Voy a hacer las comprobaciones oportunas y les facilitaré cualquier información que obtenga sobre ese familiar al que buscan.



Thomas y Brad, aguardaban tumbados sobre la cama de la habitación superior en la que estaba alojado el primero, mientras ponían algunas ideas en común.

-Es muy emocionante volver a estar juntos, amigo. En tan poco tiempo, ¡cuanto te he echado de menos! -decía Brad- Bueno, cuéntame algo sobre ese negocio que vamos a emprender juntos. He traído casi dos mil dólares, la caja que hice desde que saliste de forma tan precipitada.

-Espero que me disculpes por eso, Brad. Verás, además de un estratega del comercio y una brillante estrella de las artes empresariales soy un fugitivo familiar. Para no complicarnos con los detalles podríamos resumirlo en el caso clásico del marido que sale a por tabaco y no regresa. No fumo, esa es una diferencia a mi favor. Pero hice algo así.

-Ah, comprendo. O sea, que aquellos críos y la mujer con cara de buitre avinagrado que asaltaron la playa son tu familia y te persiguen.

-Así es.

-Te comprendo. No les conocí muy bien pero me hago a la idea. 

Sonaron un golpes decididos en la puerta y pensaron que era Carmen de vuelta del embarcadero, pero al abrir se encontraron con la inmensa y majestuosa figura del jeque, muy sonriente.

-Querido Thomas… vaya… veo que haces “amigos” bastante rápido -dijo señalando a Brad que permanecía tumbado plácidamente en la cama- ¡y te los subes a la habitación! ¡Espero no interrumpir nada importante!

-En absoluto, pase señor jeque. Este es mi amigo y socio Brad, que ha venido de visita desde Daytona Beach. Estábamos aquí tumbados, repasando…

-Lo entiendo, lo entiendo, no te preocupes, no tienes porque explicar nada ¡sabes que soy un hombre de mundo! Encanto de conocerle señor Brad -saludó el jeque- Bueeeeno, apreciado Thomas, me impresionaron las capacidades que demostraste durante nuestra última conversación y quería proponerte un negocio que considero muy interesante. Pero veo que no es muy procedente entorpecer este íntimo encuentro con tu amigo. Me alegro mucho por ustedes, eso sí, y me alegra también comprobar que estaba equivocado al interpretar tu relación con la encantadora profesora de español. ¡Empezaré las clases con ella de inmediato!

-No, no, Farid, creo que te has hecho una idea equivocada…

-¡Thomas! ¡Tu mujer y los tres críos están en la piscina preguntando por su marido y padre fugitivo! -balbuceó Carmen entrando como un torbellino en la habitación y entonces reparó en la presencia del jeque- ¡Farid!

-¿Tú mujer?¿La mujer de Thomas? -preguntó el jeque contrariado- Jo, jo, jo, jo, ¡marido fugitivo! Comprendo, comprendo. No, no, Thomas, no necesitas justificarte, lo entiendo, de verdad, soy muy perspicaz y me hago cargo de la situación. Los artistas sois gente de sentimientos y emociones libres y cambiantes, siempre tentados por los placeres del mundo y ansiosos por experimentar y encontrar nuevas formas de expresión. Hablando de eso, señorita Carmen, ¿le apetece una clase de español en mi rutilante suite?

-¡Pues no! Debemos ayudar a Thomas, Farid. Está en un aprieto muy serio. Huye de su familia por razones de mucho peso y su mujer es abogada, ¡de las buenas!, y le va a fundir en cuanto le encuentre. Si pregunta a los camareros de la piscina tardará cinco minutos en presentarse aquí.

-¡Y menudo pastel se va a encontrar! -exclamó el jeque riendo y palmoteando la espalda de Thomas, mientras Brad se preguntaba de qué hablaba aquel jeque.

-¿Qué hacemos? 

-Lo mejor es que le cuentes todo, Thomas. No querrá retenerte sabiendo que has encontrado tu auténtica identidad. ¡Sal del armario, hombre! -opinó Farid.

-¡Pero que no, cooooño! ¡Que Brad y yo no tenemos un lío, que somos socios en los negocios!

-Ja, ja, ja -rió Carmen doblada de la risa al comprender la situación- Farid, ¿habías pensado que Thomas abandonó a su familia por Brad? Ja, ja, ja. 

-¡Pero que Brad es mi amigo y socio! Ni siquiera le conocía cuando me largué. Me hacían la vida imposible. Era muy infeliz. Fue por eso -explicó Thomas.

-Ah. Muy bien. A ver si lo entiendo. Entonces, abandonaste a tu familia para cambiar de vida y este es tu socio que ha venido hasta aquí por negocios. ¿Es algo parecido a eso?

-¡Siiiiiiií! -exclamó Thomas.

-¿Y tu mujer te ha seguido hasta aquí? Vaya esto es de película, ¡cuanto me gusta! Perfecto. Me encargaré de este problema. No hay ofuscación femenina que la mera presencia de un jeque multimillonario no pueda solventar -dijo mientras marcaba un número en su móvil- ¡Secretario!


Belinda y los tres niños esperaban la vuelta de Carmen sentados sobre un par de hamacas, sin saber muy bien cómo pasar desapercibidos entre tanto lujo y dispendio. Pidieron algunos refrescos y aperitivos, mientras observaban fascinados un mundo de ricos muy ricos que nunca habían imaginado, permitiéndose una pausa en su persecución. Aquello era una isla -pensaba Belinda- su marido lo tenía difícil para esconderse. Tarde o temprano le encontraría.

-Disculpe, ¿es usted la señora Belinda y estos agradables canijos los retoños del señor Thomas?

-Así es -respondió una sorprendida Belinda al trajeado secretario del jeque.

-Sean tan amables de acompañarme. El señor Thomas es una parte fundamental del staff del ultramillonario jeque Farid que ha ordenado que sean debidamente acomodados. Por favor, permítanme que les guíe hasta la suite que hemos dispuesto para ustedes.

-Creo que hay un error. Nosotros buscamos a otro Thomas. Por desgracia -respondió Belinda.

-Así es -puntualizó Mandy- El nuestro debe trabajar en la parte del subsuelo, cuidando de las lombrices para la pesca o en la escala más baja del proceso de reciclaje de los residuos. 

-¡Síganme! -ordenó con gesto muy digno el secretario.

-¿Quién es ese jeque del que habla? -preguntó Belinda mientras caminaban hacia la recepción del hotel.

-Oh, ¿no ha oído hablar de él? El honorable, muy apuesto, inteligente y astuto jeque Farid es una de las mayores fortunas del mundo. De los que se ríen cuando se publica la lista Forbes. Pero también es mucho más que eso, un empresario temible que no tiene miedo a perder millones y millones de forma continuada, que se rodea de filósofos y pensadores en un recíproco enriquecimiento intelectual, que mantiene una plantilla de profesores de todas las artes de los que aprende y a los que también alimenta con su infinita sabiduría. Es tan grande su talento que recientemente ha realizado algunas aportaciones a la Academia de la Lengua -explicó el secretario con una pizca de cinismo.

-¿Y qué tiene que ver mi marido con ese destacado personaje?

-El señor Thomas es el educador físico del jeque Farid.

-Pobre señor Farid -dijo Mandy- estará ya medio dislocado y lleno de esguinces. Coméntele que nosotras formamos un equipo legal especializado y podemos interponer una batería de demandas contra el causante de sus lesiones. Así matamos dos pájaros de un tiro -dijo guiñando un ojo a su madre.

Belinda admiraba fascinada la incipiente habilidad que su niña demostraba para sacar el máximo provecho de cada oportunidad que se presentaba. Desde luego había heredado las dotes en abogacía de su madre y las comerciales de su padre, pensó ofuscándose al reconocer algo positivo en su marido.


Unos minutos después los gemelos se habían adaptado al entorno y desde el balcón lanzaban objetos de decoración a la piscina, así que Belinda los puso a saltar sobre las acolchadas camas de la suite superior para que estuvieran entretenidos en algo menos comprometedor.

Mandy recorría la suite, admirando las tres habitaciones, salón y terraza, mientras masticaba los bombones cortesía del hotel. 

-Mamá, esto sólo puede ser una trampa de ese cazador de fantasías. Ya verás como tendremos que pagar esta habitación y todos sus gastos -comentó.

-No lo sé, hija. No entiendo nada, pensaba que le habíamos descubierto en un intento patético de fuga pero parece que siempre ha llevado la iniciativa y nos ha dejado pistas muy sutiles conduciéndonos por donde ha querido. Me parecía que le habíamos pillado y ahora creo que ha sido muy sibilino guiándonos hasta aquí. No hay otra explicación para su llamada -comentó mientras descolgaba el teléfono del salón que había comenzado a sonar.

-Señora Belinda, el jeque les espera para comer en la mesa presidencial dentro de una hora. El dress code es informal. -informó la voz del secretario.

-Informal, pues qué bien ¡Pero si sólo tenemos lo que llevamos puesto desde hace varios días!

-Lo sé. Me he permitido observar que no portaban equipajes. En unos segundos llegará nuestro equipo de estilistas con el vestuario que necesitarán durante su estancia entre nosotros.

Una hora después Belinda y los niños entraban en el comedor principal vestidos de Gucci y Armani, tratando de simular que estaban acostumbrados a todo aquel lujo y ostentación. Carmen se acercó hasta ellos y les guió a la mesa del jeque.

-Encantado de conocerla, Belinda. ¿Y estos adorables niños?¿Qué tal, simpáticas criaturas?

-¡Qué gordo estás señor jeque! Mi padre debería hacer horas extra -dijo Tim señalando la barriga de Farid animado por las risotadas de Tom y recibiendo un capón de su madre.

-Perdone, señor jeque, son niños ya sabe. No tienen conocimiento, ni filtros, ni…

-Na, na, na, no se preocupe, justo estoy empezando un tratamiento deportivo rehabilitador con mi entrenador personal y marido suyo, que yo creo que ya me ha hecho bajar dos tallas. ¡Hay que recuperarse! - dijo dando unas palmadas hacia los camareros que esperaban a unos metros- Le ruego que me excuse por la ausencia de mi familia. He preferido tratar el tema en privado y acompañarme sólo de mi traductora de español, dado que trataremos sobre Thomas y esos problemillas que tienen.

-¿Traductora de español? -preguntó Belinda- Pero si estamos hablando en inglés. Además esta mujer es la relaciones públicas del hotel ¿no?

-Sí, sí, sí -respondió el jeque azorado ante la mirada desesperada de Carmen- pero es que justo estoy invirtiendo en la industria hotelera. ¡Secretario! Compre el hotel y ponga a Carmen como titular de las relaciones públicas. Ya está, ¡arreglado!

-¿Y por qué es necesaria la presencia de su traductora de español y relaciones públicas del hotel? Y, por cierto, ¿qué tiene usted que ver con Thomas y por qué debo tratar con usted lo que es obvio que interesa sólo a mi marido?

-También soy su asesora en temas de personal -respondió Carmen sin poder evitar intervenir.

-Ah. Vaya, eres muy polifacética. Está bien, entiendo que el cobarde de mi marido se las ha arreglado para escudarse en ustedes dos y que quieren negociar una salida para su comprometida situación. Eso hace evidente que le tengo bien pillado, así que no se hagan ilusiones, no van a imponerme ninguna condición. Entreguen a ese gallina.

-Y tengan en cuenta que cualquier cosa que aquí se diga será utilizada en su contra durante el proceso legal que estamos a punto de emprender respaldadas por nuestro equipo de letrados a los que mantenemos puntualmente informados sobre el desarrollo de este encuentro -señaló Mandy acomodada sobre dos cojines para llegar a la mesa, mientras lamía una almendra salada.

-¡Qué niña tan adorable! ¡Pero qué cosas dice! -exclamó el jeque admirado- Qué graciosa ¡Pero si es como una cosita pequeña y dulce que habla como una catedrática de derecho!

-Le advierto que no va a conseguir medrar mi determinación con ese tipo de engolados comentarios.

-Puedes decir engolosados si lo prefieres, lo han incluido hace poco en el diccionario -puntualizó Carmen.

-Bien, bien, bien. Relajemos la tensión. Comprendo que la decisión de Thomas ha sido precipitada y discutible. Pero para eso estamos aquí, ¡para comprender! ¿Verdad, queridas? -intervino Farid- Eso es lo que hace falta en este mundo tan distorsionado, en el que se han desdibujado los verdaderos valores, y donde sólo importan el dinero, la ostentosidad casi barroca y la posesión sin sentido de bienes terrenales que sólo alimentan nuestro yo físico. De todo esto entiendo mucho, se lo aseguro. Así que comprensión, amigas, vamos a trabajar ese concepto. Tenemos un filósofo a disposición si en algún momento nos sentimos confundidos. Es pesadísimo el hombre, así que en un minuto habremos llegado a un acuerdo para que se vaya cuanto antes, ja,ja,ja.

-Eso ayudará mucho -señaló Belinda.

-Ya te digo -se le escapó a Carmen.

-Gracias, mis amadas. ¡Oye, niña!, ¿estás grabando la conversación con ese móvil que escondes bajo la servilleta?

-Mandy apaga eso -dijo su madre- Sin orden judicial no tiene validez legal.

-Pero es muy jugoso para la prensa, mamá.

-¡Apágalo!

-Vaya con la niñita -exclamó el jeque- Bueno, centremos la cuestión. Su esposo es una pieza indispensable en mi staff personal y además voy a emprender con él algunos negocios, pues he detectado en su persona algunas impresionantes aptitudes para la adaptación comercial de ideas empresariales. No me extraña que le admiren personajes tan relevantes como Rihanna o Beyoncé -dijo mientras Carmen escondía el rostro en las manos.

-¿Mi padre conoce a Rihanna? ¿Y a Beyoncé? -preguntó Mandy fascinada.

-No quiero ni saber cómo -dijo Belinda- Ya son demasiadas sorpresas.

-Mejor -exclamó Carmen.

-En realidad no la he convocado a esta comida para defender a Thomas, ni para confundirla con una degustación lujosa en compañía de una persona relevante a nivel mundial, como debo reconocer que soy. La he traído hasta aquí para que pueda acercarse a él desde otra perspectiva. Vengan conmigo y observen -pidió el jeque a la familia de Thomas señalando el balcón cercano.

Desde allí se dominaba la piscina y su explanada, en la que se estaba reuniendo un nutrido grupo de personas junto a las mesas del bar. Y frente a ellos estaba Thomas subido en una tarima, vestido con ropas de deporte y calentando músculos dando pequeños saltitos.

-¿Qué está pasando? ¿Le van a juzgar? -dijo Mandy- Podían habernos avisado para presentarnos como acusación particular.

-No, adorable niñita, toda esa gente quiere disfrutar de una clase magistral de educación corporal -respondió Farid.

Thomas dio un gran salto y aterrizó hincando una rodilla, con los brazos en cruz, para deleite del público convocado frente a él que prorrumpió en aplausos, vítores y alaridos. Y de pronto, 

-¡One, two, three” -gritó levantándose de golpe con un gran salto.

-¡¡¡I have the power!!!- coreó al unísono con entusiasmo toda aquella gente.

Y aquel marido fugitivo comenzó una serie de rutinas aeróbicas siguiendo el ritmo musical electrónico y tribal, redundante y magnético que él mismo había seleccionado minutos antes para que sonara a todo volumen por los altavoces de la piscina. La gente comenzó a moverse siguiendo los pasos que él marcaba, como autómatas programados para hacerlo cada vez que escucharan aquella música. Farid, sin poder evitarlo, olvidándose de sus agujetas y dolores, se movía con torpeza como un flan gigantesco sobre un tambor aporreado.

-¿Qué… -empezó a decir Belinda, pero se interrumpió al ver que los gemelos aullaban y pataleaban en todas direcciones y hasta Mandy se contoneaba como una cabaretera sujeta con las dos manos a los barrotes del balcón. Echó un vistazo al interior de la sala, la gente se levantaba de las mesas para salir a los otros balcones, bailando ya por el camino, nadie quería perderse aquello.

-Atenta al espectáculo, déjate llevar -le dijo Carmen, mientras movía arriba y abajo los hombros y la cabeza a los lados- Tú marido es toda una celebridad por aquí.

Thomas seguía con el ejercicio, demostrando una agilidad y coordinación impropias de una persona de su edad, que Belinda nunca había sospechado. Más y más gente se unía a la clase de baile, que dejaba bastante que desear como tal porque cada cual iba a su aire como si fueran los drogados asistentes a un festival de los 60, y de hecho era indiscutible que todos disfrutaban de una especie de trance al que parecía someterles el entusiasmo del estrafalario profesor. 

Belinda se sujetó un brazo que comenzó a moverse sólo. Y luego el otro. Pero tuvo que dejarse llevar, algo en su interior quería liberarse y participar de aquella sensación de incontinencia colectiva, de la desparramada entrega que Thomas demostraba y que llevaba a todos a soltar aquello que cada cual guardaba dentro. En pocos minutos estaba tan integrada en aquella orgía de emociones que le pareció de lo más normal que la gente llorara, se tirara de los pelos, riera, o que gritaran extraños exabruptos guturales en idiomas ancestrales olvidados hace siglos.

Durante media hora, en los balcones, en la piscina, por todas partes, aquella gente compartió sudor, lágrimas y todo tipo de sinceras muestras de efusiva exaltación de amor por el prójimo. Y cuando la música cesó, Belinda se encontró abrazada al enorme y sudoroso corpachón del jeque, que babeaba de puro placer. Se liberó rápidamente un tanto azorada y al mirar de nuevo a la piscina, vio a Thomas de pie, con las piernas abiertas y los brazos en alto sobre la tarima, bajo la estruendosa aclamación de sus improvisados alumnos que parecían más los súbditos de una secta religiosa adorando a su líder y mentor tras un trance alucinógeno.

Tardaron unos minutos en recuperar el resuello y calmar sus corazones y parecía que ninguno quería hablar para no romper lo que quedaba de aquel embrujo. Hasta que Tim dijo

-Mamá, mi alma acaba de volver a mi cuerpo ¡He estado levitando!

Todos rieron la ocurrencia, pero en el fondo entendían muy bien lo que el chico estaba diciendo. 



Aquella tarde Belinda dejó a los niños en la piscina, esperando que no causaran demasiado daño durante su ausencia, y se internó en el bosque que llevaba a la playa, empujada por la necesidad de aclarar las ideas.

Tenía que reconocer que Thomas era poseedor de algo muy intenso que ella nunca había imaginado y que era muy probable que, sin poder expresar toda aquella intensidad, su esposo se hubiera sentido frustrado durante años, que toda aquella creatividad hirviendo en su interior le hubiera convertido en alguien confuso y atolondrado, inestable, impreciso y despistado. Pero por otra parte no le perdonaba que hubiera mantenido todo eso oculto, porque la hacía parecer culpable de una represión que no había ejercido.

Ahora veía la situación con lucidez. Sus comienzos como pareja no habían sido fáciles y eso lo había condicionado todo. Aquel embarazo no deseado les había puesto en una posición para la que no estaban preparados. Sin desarrollar su relación como pareja se habían tenido que enfrentar a un montón de obligaciones, reprimidos por el qué dirán, por las familias y por el incierto futuro, y como aún compartían muy poco cada cual se había enfrentado a todo aquello por su lado, obteniendo como resultado un marido que se sentía reprimido y una mujer resentida y decepcionada. Los años de convivencia en estas condiciones habían hecho todo lo demás. 

Llegó a la playa de arena blanca en la que había desembarcado y se encontró a Brad sentado en la arena, sumido en sus pensamientos.

-Hola -dijo haciendo que el eterno adolescente diera un respingo.

-Hola. ¡Qué susto! No te he oído llegar. Estaba aquí pensando en mis cosas, ¿sabes? Meditando sobre el futuro y todo eso. Qué complicada es la vida. Pero, vamos, que te voy a contar a ti.

-Tú eres su amigo ¿no? El de Daytona.

-Sí. Somos amigos y socios. No es que nos conozcamos mucho pero desde el primer momento conectamos de una forma que no es normal. Le llevo aquí dentro -dijo Brad golpeándose el pecho en el lado que no era.

-Al menos tú le has entendido desde el principio.

-Siiiiií. Le recogí en la playa cuando no era más que un vagabundo y me pareció un tipo que merecía una oportunidad. Y no me equivoqué. Vaya, superó todas mis expectativas y me cautivó. Ahora soy yo el que quiere tener una oportunidad, para seguir a su lado y desarrollar todas esas facetas empresariales que tenemos. Eso es lo que me dice, qué tenemos un brillante futuro con mi experiencia profesional y todas sus cosas comerciales. Pero no sé si voy a estar a la altura, me da miedo quedarme atrás. Ya has visto ¡puf! Es un puto artista, un maestro en la dirección de masas y ¿yo? Yo no sé qué le puedo aportar, aparte de una amistad sincera y los chistes que se me ocurren a veces y que le hacen mucha gracia.

-Seguro que le das algo que necesita. Sí, es probable que le estimules de alguna forma para que pueda sacar todas esas habilidades comerciales, o los bailes, o lo que sea.

-Es un tío de puta madre -dijo Brad con sinceridad- A ver, qué entiendo que igual tú ves el tema de otra forma con todos los velos del matrimonio y tal, lo entiendo, pero te lo digo yo, es un tío de putísima madre.

-Sí, a lo mejor. Aunque ya me dirás cómo encaja en ese concepto un señor que abandona a su familia para dedicarse al baile y al despotrique.

-Pues… no sé. A lo mejor de todas las opciones que tenía esa era la mejor. 

Belinda le miró a los ojos con intensidad. Aquella explicación tenía algo de cierto. Después de aquellos años de penuria y de una vida llena de frustraciones, a lo mejor de todas las opciones que Thomas podía elegir aquella era la menos mala. Ella había tenido el refugio de su trabajo, que le permitía una dedicación intensa y olvidarse de su vida familiar durante muchas horas al día, pero él nadaba cada día en las aguas ponzoñosas de una relación amputada, sin ningún atisbo de amor, ni siquiera de complicidad, rodeado de las fechorías de los salvajes gemelos y de la acidez concentrada que Mandy proyectaba hacia su persona.

-Yo también estuve casado ¿sabes?

-Ah, ¿sí? No lo hubiera dicho. Tienes aires digamos de espíritu independiente. De los que no se atan a una relación.

-A ver, atarme, atarme, tampoco. Me casé, tuve hijos y todo eso, pero siempre fui muy cabra loca y no paraba de meterme en problemas, así que el tema no podía durar.

-¿Problemas? ¿De qué tipo?

-A ver, líos de faldas y todo eso. Es que lo de casarme me vino grande. Tuve lo que se dice una juventud prolongada y no son temas compatibles. Ahora que estoy sentando la cabeza igual podría enfrentarlo de otra forma, pero con treinta años sólo pensaba en el cachondeo.

-Ya, ya, ya -exclamó Belinda sin saber muy bien por dónde tirar- Bueno, tienes una ventaja, reconoces tus errores. Eso te permite saber cual es tu punto de partida actual, cuando quieras empezar algo, quiero decir.

-Voy a traerme a mi madre y a los niños, para que estén conmigo ahora que voy a empezar el proyecto empresarial con Thomas. No quiero decepcionarles más, tienen que ver cómo me lo curro para triunfar en esta nueva vida que voy a empezar.

-¿Vas a empezar una nueva vida aquí? En un hotel de máximo lujo. No está mal siempre que puedas pagarlo.

-No, no, ¡vamos a trabajar aquí! En el hotel. Ahora es de Farid y quiere que Thomas lleve todo el tema de la animación y se traiga a artistas famosos para que pasen aquí las vacaciones, y de paso que se improvisen actuaciones entre ellos, ya sabes, con el buen rollo que se tira Thomas todos se animaran y este sitio ya no sólo será lujo sino también un lugar mítico de diversión y cachondeo para la gente del espectáculo. Como la Mansión Playboy pero con otra puesta en escena, ya sabes.

-Ah. Pues es muy buena idea.

-Sí, Farid sí que lo tiene claro. El tío le dijo a Thomas que emprenderían un negocio juntos y antes de nada ya ha comprado el hotel y tiene ideado todo el tema. Menuda mente pensante. Ya ves, no me extraña que sea tan rico. No es jeque por casualidad.

-¡Y tanto! -dijo Belinda con algo de sorna- En fin, lo importante es que se haya llegado a ese punto que parece que os ha unido a todos. Farid propietario. Thomas de animador, tú gestionando la parte empresarial y Carmen de relaciones públicas. Muy bien. ¡Estáis todos colocados!

-No te sientas mal -respondió Brad percibiendo la desazón de ella- Seguro que Thomas ha pensado en vosotros también. Le conozco. Es un tío con un corazón tan grande que cabemos todos, y vosotros en un lugar muy especial, créeme. Conmigo se puede hacer el duro pero le tengo pillado. En el fondo lo de huir es una pose. Ten en cuenta que es un divo, le gusta llamar la atención. Yo creo que en el fondo quería que le pillaras.

-Pues fíjate, desde que llegué aquí pienso lo mismo. De forma consciente o inconsciente ha dejado las pistas para que le sigamos hasta aquí. No sé si lo tenía todo planeado pero sí creo que estamos donde él quiere. Ahora veremos para qué.

-¡Puf! Sí, va a ser de puta madre todo esto, ya verás. Estoy muy contento, curro nuevo en un proyecto puntero, viviendo en el paraíso, con mis hijos, mi madre, esto lleno de chavalas. Y lo bien que le va a caer Thomas a mi madre, es que me muero por que se conozcan.


Mientras Brad y Belinda retornaban al hotel, Thomas se acercó a sus hijos que jugaban en la piscina. En el fondo les echaba de menos y aunque no le apetecía ser víctima de sus desprecios y reproches ese sentimiento pudo más.

-¡Papá! -gritaron los tres corriendo hacia él. Los dos gemelos se abrazaron a su cintura como si fueran dos tiernos infantes y no un par de licántropos cavernosos.

-¡Ha sido muy emocionante tu clase de aerobic, lo hemos soltado todo! -dijo Tim.

-Sí y yo me he dislocado un brazo, pero casi no me ha dolido -apuntó Tom.

La pequeña Mandy se había parado a una distancia prudencial y le miraba con cierto recelo, parecía no saber cómo gestionar su confusión.

-¡Mandy! -dijo Thomas- ¿Te ha gustado el baile? Te lo he dedicado a ti, sabía que estaba mirando desde el balcón.

-¿De verdad?

-Claro. ¿No te has fijado como empezaba? ¡I got the power! ¡Lo que me gritabas tú al volver del cole!

-Ooooh, gracias… ¡y lo has hecho delante de toda esa gente! Oh, y mientras yo pensando en llevarte a juicio por 45 causas diferentes. 

-Anda, ven aquí -dijo Thomas mientras Mandy corría a unirse al abrazo comunitario.


En ese momento llegaron Brad y Belinda y cierta tensión pudo palparse en el ambiente. Brad se llevó a los tres pequeños a jugar a la piscina y Thomas y Belinda quedaron el uno frente al otro, sin saber cómo empezar.

-No tenemos nada en común -dijo ella con aire muy serio.

-Lo sé. En realidad apenas nos conocemos. Ya ves, tantos años juntos, tres hijos, la casa y todo lo demás pero somos un par de extraños.

-Lo mejor es el divorcio.

-No -dijo Thomas con una seguridad que sorprendió a ambos- No quiero perderos. Eso lo sé. Necesitaba explotar en la distancia, o lo que sea. No sé cómo explicarlo. Pero a pesar de todo lo que ha pasado y de todo lo que no ha pasado ahora tenemos una oportunidad.

-Yo no la veo.

-Farid es el dueño del hotel y me ha encargado la parte de la animación. Me va a ir muy bien estoy seguro, se me dan muy bien ese tipo de cosas. Brad y Carmen me van a ayudar en la organización y todo eso. Y tú… Bueno. Podrías formar parte de ello también. 

-¿Yo?¿Cómo? 

-Belinda. Mira a Brad -dijo señalando al pobre hombre que medio sumergido intentaba zafarse de los tres niños confabulados para ahogarle- Nos va a meter en unos líos que no te quiero contar. Vamos a necesitar asistencia legal y tú puedes gestionar toda esa parte. Y es una parte muy importante.

-Brad os va a meter en líos legales. ¡Vaya, pues tú solito ya estás metido en bastantes líos!

-Sí. También yo soy muy capaz de crear algún malentendido ocasional.

-Tenías todo esto planeado.

-¿Yo? ¡Nooo! ¡No sé! Las cosas me han salido del alma. Será por eso que al final todos podemos estar bien.



A partir de aquel día las vidas de todos tomaron un nuevo rumbo. Quizá, como Thomas dijo, les había salido del alma, cada cual había actuado a su manera sin planificar demasiado y habían llegado a un punto de partida común, con el privilegio de estar en él por deseo propio y con el único ánimo de disfrutar lo que viniera. Sin pensarlo demasiado. Unos meses después les daba vértigo mirar atrás.

Farid estaba entusiasmado. Por fin había invertido en un negocio que funcionaba de verdad. Y podía idolatrarse a sí mismo por razones diferentes al de su título y fortuna heredados. Su hotel era mítico, un lugar soñado por cualquier amante de la diversión, circulaban las leyendas más retorcidas y alocadas sobre las juergas que artistas, deportistas y famosos de todo tipo se corrían en aquel antro de lujo y perdición que, ahora sí, estaba en todos los mapas y aparecía casi cada día en todo tipo de periódicos, revistas y canales de televisión.

Carmen y Brad intimaron bastante. El seguía teniendo aquel espíritu juvenil y aventurero que le caracterizaba, pero Carmen sabía mantenerle en vilo de tal forma que el hombre estaba en un sin vivir y mientras tanto no hacía ninguna ninguna trastada. Juntos desarrollaron una nueva faceta del negocio denominada vivencias extremas autóctonas. El entorno se prestaba bastante a ello pues contaba con todo lo necesario, desde tiburones hasta los últimos miembros de una tribu ancestral con reminiscencias caníbales.

La madre de Brad y sus hijos se acomodaron en el hotel y trataban de llevar una vida alejada de todo aquel cachondeo. La anciana seguía intentando conocer a Thomas, pero no sabía por qué era algo imposible, siempre estaba ocupado y en algún otro lugar. De haber existido algún motivo para ello, hubiera pensado que la estaba evitando.

Mandy y los gemelos continuaban sus estudios con profesores particulares, junto a los hijos de Brad y otros empleados del hotel, despreocupados y felices. Mandy intentaba convencer a los demás niños para impartirles un curso básico de derecho y como ninguno la hacía caso a menudo les dejaba demandas por distintas causas sobre los pupitres, a ver si así se hacían a la idea de lo que les convenía. Pero ni por esas.

Belinda estaba muy ocupada gestionando los problemas legales, denuncias cruzadas y todo tipo de malentendidos que se producían a diario. Se sentía feliz y realizada. No tenía que preocuparse por nada excepto por resolver su trabajo y la relación con Thomas se había normalizado. No es que fueran una pareja unida, ni nada por el estilo, pero habían aprendido a admirar las habilidades del otro y algunas veces quedaban para cenar en los restaurantes del resort y disfrutaba de la conversación y de la imaginación de Thomas, que se había desatado en un paroxismo de creatividad y nuevos conceptos de diversión. Le molestaba un poco, eso sí, la insistencia con la que Rihanna, Beyoncé y otras artistas de renombre mundial acudían al hotel para recibir clases privadas de su marido, pero por nada del mundo dejaría ver que sentía aquel leve malestar que alguien podría interpretar como celos.

Y Thomas estaba viviendo un sueño. Se divertía tanto haciendo su trabajo que le daba vergüenza decir que trabajaba. Nunca se había sentido tan libre, hacía y decía lo que se le ocurría y a todos les parecía bien. A veces, para probar, decía algo que consideraba del todo estúpido y todos le coreaban. Eso le disturbaba un poco, pero muy poco. Tenía todo lo que podía pedir en la vida. Sus hijos cerca pero no tanto como para tener que sufrirlos como antes, su esposa allí pero lo suficientemente lejos como para sentir que le dedicaba cierta admiración, y sus amigos, Brad, Carmen y Farid disfrutando tanto como él de aquella aventura empresarial. 

En la recepción del hotel colgaba un nuevo cuadro, un rutilante marco acristalado protegía el billete de cien dólares que Thomas había conservado desde su apresurada salida de Daytona, aquel que le había entregado Brad por su primera jornada de trabajo.

-Mira, Mariela. Esto es todo lo que tenía cuando llegué aquí. Con un billete como este, el que tú me diste, comenzó mi nueva vida. 

Mariela, la amiga que le faltaba. Por teléfono la explicó con detalle su salto de fe, su cambio de vida, la persona que ahora era. Ella había llorado de alegría y más cuando la invitó a participar de esa nueva vida, asegurando eso sí que el hotel era muy grande y que casi nunca se cruzaría con los niños, y ella no lo dudó.

El círculo estaba cerrado. Había comenzado la nueva vida de Thomas.