sábado, 21 de noviembre de 2015

Maldito Mezcalito. Capítulo 1.



EL MENSAJE

Me había vestido para salir sin ninguna razón. Unos pantalones de cuero negros muy ajustados, una blusa blanca amplia y una blazer negra de corte muy clásico. Ese es uno de mis conjuntos preferidos para ir de copas, lo compré en Armani, en la 5ª Avenida y me quedaba tan bien que su aparente simplicidad lo hacía muy llamativo. No había quedado con nadie, así que cuando ya estaba maquillada, vestida y perfumada me di cuenta de que no tenía adonde ir. ¿Qué estás haciendo Vicky? ¿Salir de copas? ¿Pero con quién? No has quedado con nadie. La falta de respuestas a mis amargas y auto-flagelantes preguntas me confundió y me abatió un poco. Sin darme cuenta estaba sentada frente al ordenador, también sin motivo. Y supe que era una de mis noches para mentes errantes, en las que es mejor no pensar, ni recordar. Sólo dejarse arrastrar por la nada. Para eso, para no recordar.

Llevaba haciendo lo mismo toda la noche sin parar y así me encontró el amanecer. Clavaba la navaja en el escritorio, a la derecha del ratón, moviéndola después hacia atrás y adelante para sacarla de la madera, y volviéndola a clavar una vez más. No es que tuviera ganas de acuchillar a nadie ni nada de eso, bueno, sí, pero sin urgencia, lo que quiero decir es que no estaba pensando en nadie en particular mientras clavaba la cuchilla en la mesa, sólo aliviaba la ansiedad con ese gesto mecánico. La pantalla del ordenador iba mostrando una sucesión de videos de Youtube, que se enlazaban en un encadenamiento sin fin según algún algoritmo lejos de mi alcance, a los que apenas prestaba algo de atención. Sólo clavaba el cuchillo y perdía una mirada lejana y sin destino en el centro de la pantalla.

Pero entonces algo alteró ese ciclo infinito que me tenía atrapada, un pequeño aviso en forma de cajetín que anunciaba la llegada de un mensaje. Sin voluntad, obedeciendo a un impulso mecánico, pulsé sobre él y se abrió una ventana blanca. El mail sólo tenía asunto pero para mí era del todo explicativo: Maldito Mezcalito. No me hizo falta mirar el remitente. Sonreí. En unos minutos hice una pequeña maleta con lo imprescindible y salí rumbo al aeropuerto. El viaje iba a ser largo, casi ocho horas de avión desde Nueva York a Tucson seguidas de un par de horas de carretera hasta la frontera. Y después, Agua Prieta. Uno de esos viajes que sabes que van a merecer la pena. La navaja me observaba desde su posición vertical, con la punta hendida en el escritorio.

                                                       

Ese puto pi-pi-pi-pi me jodió el sueño. Y me molestó mucho, no me quería despertar porque en el fondo de mi cerebro la cosa estaba muy clara, despertar me iba a doler mucho. Abrí los ojos. Me dolió. Vi mis piernas cruzadas en la posición de loto, me dolieron, vi el asfalto polvoriento bajo ellas, la línea amarilla discontinua decolorada. Mis pantalones tenían algunos desgarrones, estaban muy sucios, grasa, manchas negras, sangre y algo viscoso. Mis manos se apoyaban sobre las rodillas. Me dolieron. Por puro reflejo moví los dedos y me dolieron mucho más. Los nudillos estaban en carne viva, sangrantes. Mierda. Otra noche de peleas y otro amanecer desconcertante, esta vez había terminado de un modo aún más absurdo de lo normal, haciendo yoga en mitad de una carretera. 

Empecé a moverme y más dolores se fueron sumando a los que ya sentía. La cabeza era lo peor, tenía una resaca insoportable. Pensé, joder, no debería haberme despertado, ¿Por qué me he despertado? Y me acordé, sí, el pi-pi-pi-pi me había jodido, pero ¿de donde había salido el puto pitido? Estaba en mitad de la nada, en una carretera polvorienta en mitad del desierto, allí no se escuchan ese tipo de ruidos. Empecé a caer en la cuenta de que quizá mi móvil había sobrevivido a la noche, algo poco frecuente. Palpé los bolsillos de la cazadora vaquera y lo encontré en el izquierdo, la pantalla estaba rajada pero funcionaba. Pulsé en el mensaje de texto y tuve que parpadear tres o cuatro veces para asegurarme. De: Belinda. Para: Marc. Asunto: Maldito Mezcalito.

Me levanté de un salto. De pronto me sentía bien, ya no me dolía nada. Mi cuerpo había sido regenerado por un chute de entusiasmo mágico y reconfortante. ¡Por fin había llegado el día! ¡Por fin! Tenía que ponerme en marcha, miré alrededor buscando una referencia que me indicara donde estaba y vi la forma familiar de la Sierra de la Santa Rita. Reconocí el lugar, estaba cerca de Río Rico, al sur de Tucson. Sólo tenía que caminar hasta el pueblo, dos o tres kilómetros hacia el sur, y robar un coche. El resto sería fácil, un par de horas y estaría en Agua Prieta. Me rasqué la barbilla, una herida afloraba entre la barba. Pero no dolía.




Me había despertado muy contento, como si supiera que ese día iba a ofrecerme algo muy especial. Llevaba apenas media hora conduciendo, era ese momento del día en que más me gusta hacerlo,  cuando acaba de amanecer, el horizonte todavía es de color naranja, me gusta cómo va cambiando de color, a veces conduzco en dirección contraria, alejándome de mis destino, sólo para poder verlo. Me gusta conducir mi trailer cuando apenas hay tráfico en la interestatal. Había dormido muy bien en la litera de la cabina, aparcado en un área de descanso en las afueras de Sacramento y me disponía a enfrentar una jornada al volante. En un par de días estaría en Minneapolis. Como siempre tenía encendida la emisora y charlaba con otros camioneros, los afortunados conductores de un Volvo de 18 ruedas nos movíamos en la misma frecuencia. 

Todo era normal, como siempre, los chistes bestias y los comentarios correspondientes amenizaban el viaje. Parecía un día normal. Hasta que una voz de mujer interrumpió la conversación preguntando- ¿Charlie?¿Charlie Jones?  -Al principio no dije nada, me había descolocado esa voz, esa forma tan poco habitual de irrumpir en la radio preguntando por mí, como si estuviera en la sala de espera del dentista. Pero luego me pudo la curiosidad y respondí todavía confundido- Sí, aquí estoy, ¿quién pregunta? -Y la voz femenina volvió a sonar- Tengo un mensaje para ti, Charlie… Maldito Mezcalito.

Agarré fuerte el volante, apreté los dientes y supongo que me puse muy rojo, como siempre que me domina la rabia. Entonces empecé a gritar como en mi vida había gritado, haciendo vibrar las ventanillas. Ni siquiera aquel día, hacía diez años, había gritado así. Y ahora que había llegado el momento no podía contenerme. Temblando tomé la siguiente salida e hice un cambio de sentido. Cambio de planes. Cogería un avión en Los Angeles, luego alquilaría un coche en Tucson. En cinco o seis horas, Agua Prieta.



EL VIAJE

No me gustan los aviones. No me engaño, sé cual es la razón, son estrechos, apenas puedes moverte, no puedes salir y todo eso me retrotrae a aquel pavor. Puta adolescencia. Crees que estás preparada para todo, porque lo sabes todo. Crees que eres fuerte, que lo puedes todo. Nada te da miedo. Y cuando el miedo llega de verdad es tan desconcertante como aterrador. Han pasado diez años, en realidad algo más, ciento veinticuatro meses y siete días, y a pesar de todo ese tiempo me meto en un sitio estrecho, subo a un avión y me flojean las piernas, sudo, tiemblo. Por suerte la gente que se da cuenta cree que el motivo es que me da miedo volar, no saben lo que me pasa, que estoy tarada, marcada de por vida, angustiada por una experiencia traumática. 

Me quito la blazer negra, la ansiedad me hace sentir calor. El tío del asiento de al lado aprovecha para mirar como se marcan mis tetas en la blusa. Le digo ¿qué?¿te gustan? Y el muy cabrón me dice que sí. Joder, si tiene razón, si es que estoy buena, debería disfrutar de eso, ser feliz con algo que no necesita ningún esfuerzo debería ser muy reconfortante, tengo lo que muchas tías anhelan y ¿qué? ¿cómo lo disfruto? Con mis putas noches para mentes errantes. Con mi trauma, con mi amargura, con mi auto-infligido aislamiento, huyendo de cualquier relación personal. Pero ha llegado el momento, a partir de ahora será distinto, pondremos las cosas en su sitio y algo se equilibrará dentro de mí. Eso es, todas mis neuras desaparecerán. La venganza pulverizará todos mis recuerdos basura, sustituyéndolos por satisfacción.

Claro que me acuerdo de cómo era antes de aquello. Por una parte me gusta pensar en esos días, hasta los 18 no tuve que preocuparme de nada, sólo de elegir qué hacer entre lo que me gustaba y solía tenerlo bastante claro. No era la reina del baile, vale, pero tampoco lo intentaba y de haberlo querido, es casi seguro que lo hubiera sido. Pero me gustaban otras cosas, la música, los comics, los videojuegos. Sí, los videojuegos, los mundos fantásticos que representaban, la sencillez y la justicia con la que se regían, el honor, la valentía, el sentido del deber. Me sumergía en aquellos mundos perfectos y no necesitaba más. Era una fanática de Zelda, hasta tenía el disfraz y la espada, y a veces salía así vestida a la calle y pasaba la tarde asaeteando los arbustos en busca de gemas. Joder, qué frikis éramos y qué especiales nos sentíamos siendo diferentes. Los cuatro siempre juntos inmersos en nuestro universo y ajenos al de los demás. Eso fue lo que no nos perdonaron, que no les prestáramos la más mínima atención. Por eso de repente tanta saña, sin provocación, sin necesidad.

Recordar esos años felices también me produce una gran angustia. Está claro, por lo que pude haber sido y no me dejaron. Me lo quitaron y no es justo que haya acabado así, que haya sufrido tanto durante este tiempo. No hice nada para merecerlo. Estos diez años no me los devolverá nadie. Y con esa certeza bulle en mí una rabia incontenible, como sólo puede ser la que nace del miedo o de la humillación. Sé que la venganza atemperada sabe mejor y para eso he tenido mucho tiempo, lo que me disgusta es que también sé que será demasiado corta, demasiado efímera, que el sufrimiento que voy a generar no será suficiente para compensar el mío, que la balanza no se nivelará. Sé también que el mero hecho de hacer justicia apaciguará mi mente.




Su puta madre, lo que me ha costado robar este trasto. Antes bastaba con romper un cristal y pelar un par de cables. No importa, está hecho y en un par de horas estaré en Agua Prieta. La verdad es que llevo unas pintas lamentables, espero que no se asusten. La última vez que me vieron era un adolescente tímido y soñador que despertaba cierta ternura, pero ahora parezco un vagabundo pendenciero con la ropa sucia y desgarrada, las manchas de sangre tampoco ayudan mucho. Me pregunto cómo serán los otros, llevamos diez años sin vernos, apenas sin hablar. Aquello fue un punto y aparte, ya no aguantábamos vernos. Sólo nos dio para ponernos de acuerdo, para jurar que cuando llegara el momento apropiado la venganza sería cruel e implacable. Y la hora ha llegado.

En aquellos años estaba loco por Vicky, me encantaba toda ella, me fascinaba como se movía, no podía con que una chica fuera tan friki como yo. Una noche dormí con ella y ya nunca volví a sentirme en paz, siempre llevé el anhelo de volver a estar con ella. Todavía recuerdo la forma en que sonreía con esa mezcla de timidez y satisfacción que le salía cuando hablábamos de todas esas cosas que nos gustaban. Nos sentíamos muy afortunados entonces, de conocernos, de poder compartir nuestros gustos raros con gente que estaba allí mismo, en la misma clase, aunque sólo fueramos cuatro. Luego los demás nos jodieron pero bien, para siempre. 

Joder, ha pasado todo este tiempo y me acuerdo de aquella noche como si hubiera sido ayer. Casi no recuerdo lo que he hecho después, en todos estos años. Tampoco es que sea gran cosa en realidad, me he dedicado a ser un buscavidas, a vivir al día, cobrando favores que se le deben a otros, procurando no traspasar demasiado la legalidad y no hacer enemigos demasiado peligrosos. No tengo casa, ni coche, ni cuenta en el banco, pero cada día tengo lo que necesito, supongo que no me puedo quejar, si dejo de lado la evidencia de no que no soy demasiado exigente.

Me fui del pueblo, enseguida, por una parte era algo normal, ya era mayor de edad y parecía natural que cada cual tomara su camino, pero a todo el mundo le sorprendió que me marchara a Tucson a buscar trabajo, que no continuara con los estudios, mis padres habían ahorrado para la universidad y todo eso, ya me habían admitido. Me fui y viví el momento, sin más.




Hace bastante tiempo que no me subía a un avión. Creo que desde que compré el Volvo y tuve que ir a recogerlo cerca de Nueva York. De eso hace como tres años. O los asientos son más pequeños o yo he engordado desde aquel día. Quizá sean las dos cosas. Estoy muy impaciente, todavía tengo la respiración agitada. Es que el mensaje por la emisora me ha pillado por sorpresa, había perdido toda esperanza de que llegara este día, poco a poco había ido relegando la idea, con el paso del tiempo. Pero el odio sigue ahí dentro, por eso tanta ansiedad. Me he pasado como diez minutos gritando en el camión, me he asustado hasta yo con tanto grito, joder. Pero es que han salido como algo natural, no he podido evitarlo. 

Esos hijoputas se van a enterar ahora. Tanta risita y tanta mofa, os vais a cagar. Voy a partir todas vuestras putas caras. Os vais a acordar del puto pirado que salió del cementerio de Agua Prieta, del puto mezcalito y de la madre que me parió. El fin del mundo cabrones. Corred si podéis.

Antes de eso estará bien ver a los otros tres, sobre todo a Belinda. Por la radio su voz ha sondado como siempre, quizá no haya cambiado mucho. Era tan natural, tan bruta como yo, espero que no se le haya pasado. Kill’em all, baby. Esa era nuestra consigna. Si entonces, frente a la pantalla del ordenador, parecía tener tanto sentido, ahora es la motivación de mi vida. Espero que para ella todo siga igual.




BIENVENIDOS A AGUA PRIETA

He mandado los mensajes, a los tres, y estoy impaciente, no sé si vendrán todos, ha pasado mucho tiempo, muchas cosas han cambiado para mí que no me he movido así que para los que se fueron casi todo será diferente, quizá no venga ninguno. Vicky no ha contestado al mail, espero que lo haya recibido. Si no es así será difícil localizarla, no tengo su teléfono y no sé donde vive más allá de que es en Nueva York. Apenas he hablado con ella desde que se fue, alguna llamada y unos cuantos mails pero nada que se parezca a una relación de amistad, aunque estoy segura de que en el fondo para las dos eso no ha cambiado. Será raro llevarlo a la práctica. 

Marc ha recibido el mensaje en el móvil pero tampoco ha contestado, supongo que vendrá. El se mueve por la zona y no le costará mucho llegar. Creo que lleva una vida digamos que alternativa, que se ha convertido en alguien peligroso. Era una posibilidad, claro, después de aquella noche tiene que ser una posibilidad. Antes era un chico muy mono y sensible, se hace difícil imaginarle como alguien cuya compañía no es recomendable, de los bajos fondos. No sé, igual no es para tanto eso de considerarle compañía peligrosa. A veces la fama magnifica la realidad.

Charlie fue más complicado de localizar. No ha dejado muchas pistas, se fue y no mantiene relación con nadie de por aquí. Me dolió mucho que desapareciera así, del todo, sin más, sin hablar, sin avisar, juntos éramos muy especiales y de repente desapareció. Supongo que fue demasiado, no se le puede culpar por haber puesto tierra de por medio. En realidad era absurdo esperar que cualquiera de nosotros siguiese viviendo como si nada hubiera pasado. 

Tuve suerte. Un camionero del pueblo me dijo que le había visto por el centro del país, que tenía un camión enorme, un Volvo naranja. Investigando un poco más me enteré de que los que tienen esos trastos hablan por una frecuencia especial, por la radio. Vamos, que sigue siendo un tío raro con aficiones alternativas. Parecía sorprendido cuando respondió por la radio, le temblaba un poco la voz. Creo que porque ha reconocido la mía.

Yo dije que me quedaría aquí a pesar de todo y aquí estoy, esperándoles. En estos diez años muchas cosas me han pasado y la verdad es que no puedo quejarme, me ha ido bastante bien. Vale, no tengo pareja y eso me hacer parecer infeliz a ojos de algunas personas pero hasta ahora no me he sentido con ganas de intimar tanto con alguien. Tengo una casa de alquiler que me pago  con mi trabajo en una tienda de armamento. No fue cosa del azar, busqué trabajo en ese negocio para tener acceso fácil a las armas que ahora nos harán falta y que he ido acopiando durante estos años. Pensé que sería la solución más fácil y por la que, llegado el momento, optaríamos con más probabilidad. Pero al margen de mis motivaciones iniciales debo reconocer que me gusta el negocio. Me gusta el olor de las armas, del acero manchado de aceite, de las ceras para las maderas, el olor de la pólvora. Me siento muy bien disparando un rifle de caza o una ametralladora de gran calibre, o un bazooka, incluso lanzar una granada me produce buenas sensaciones. Hay algo en todo ese poder destructivo que me produce seguridad y me atrae con mucha fuerza. Sin embargo, no he practicado la violencia en mi vida, hasta hoy no me había hecho falta.

Fue aquí, en Agua Prieta, donde sucedieron aquellos hechos y por eso mismo decidimos quedar en este lugar cuando llegara el momento, el día de hoy. Pensamos que reencontrándonos aquí recuperaríamos el odio y el dolor tal y como los vivimos entonces. No creo que ninguno haya vuelto a pisar este lugar desde aquella noche, ni siquiera yo que vivo a unos pasos había vuelto a pasar por aquí, y la verdad es que ha sido impactante ver de nuevo el cementerio indio. No me he atrevido a entrar, me he quedado a unos cien metros aparcada en una colina, donde seguro que me verán al pasar, al fin y al cabo no hay nadie más por aquí. Desde este alto veo el cementerio. No me atrevo a acercarme.

Siempre he vivido en Douglas, que sería la misma localidad que Agua Prieta si no fuera por la frontera que deja Estados Unidos a un lado y México al otro. Todos vivíamos en Douglas de hecho. Es un lugar tranquilo, muy tradicional y aburrido, para divertirse hay que cruzar la frontera, ya que México es mucho más permisivo con el alcohol, las drogas, y las juergas en general. Y mucho más barato. Es una tradición pasar la frontera el día de la graduación en el instituto para correrse la primera noche de juerga en Agua prieta. En otros sitios hacen una fiesta de gala, aquí se cruza la frontera y el desenfreno de una noche puede durar días. Así es como empezó aquello.

En realidad fue una cosa tonta, muy de película de instituto. El grupito popular nos invitó a venir de juerga con ellos la noche de la fiesta de graduación. Nosotros cuatro siempre andábamos a nuestro aire, compartiendo con el resto el mismo espacio si era imprescindible pero viviendo un mundo distinto. Nos pareció un poco raro que nos invitaran, estábamos en la misma clase pero apenas teníamos relación con ellos, sólo lo que era obligado por los grupos de trabajo, los deportes y cosas así. Sin embargo, pensamos que quizá querían despedirse de toda la clase en una juerga común que nos juntara a todos por una vez, incluyendo a los que nos habíamos relacionado menos. No nos dimos cuenta de que había otros del montón, como nosotros, a los que no invitaron.

Están tardando demasiado, pensaba que llegaría sólo unos minutos antes que ellos y ya llevo aquí casi media hora. A veces cruzar la frontera lleva mucho tiempo, depende de como hagan los trámites y registros en un lado y en el otro. Además, este maldito cementerio está al sur, a las afueras del pueblo, y atravesarlo suele llevar su tiempo, hay vendedores ambulantes por todas partes, gente que compra desde los coches, se ofrecen prostitutas, avanzan con lentitud los asnos y los carros de verduras. Cuando era pequeña y pasábamos en coche por la calle principal me maravillaba esa variedad de gentes y colores, no perdía detalle mientras avanzábamos muy lento, todo aquello representaba un gran contraste con las calles casi siempre desiertas de Douglas.

Un coche se acerca, es un todoterrreno blanco, muy grande, no parece de alquiler, así que no creo que sean ellos. Sin embargo, reduce la velocidad al verme y sale de la carretera al terreno ralo sin asfaltar, levantando una nube de polvo. Cuando puedo ver algo reconozco a Marc. La verdad es que no tiene aspecto de persona recomendable, si no le hubiera reconocido me largaría ahora mismo.

-¿Belinda? -dice inclinándose para verme entre la polvareda que aún flota alrededor.

-Sí. ¡Hola, Marc! ¡Cómo… has cambiado! -respondo saliendo del coche.

-Lo siento, llevo unas pintas lamentables, lo sé. Es que anoche… Bueno, para qué contarte, tu mensaje llegó en mal momento y no quise perder tiempo en cambiarme. ¿Aún no ha llegado el resto? -me besa ambas mejillas pinchando con su barba dura mientras sujeta mi hombro- Estás muy cambiada. No pensé que ibas a ser tan guapa.

-No te preocupes tanto por tu aspecto, tampoco es que hayamos venido a entregar los Oscar.

-En cierto modo, sí.

-Claro. En fin, no te agobies mucho por tus pintas. No ha llegado nadie, somos los primeros. Oye, y gracias por el piropo, antes no tenías ojos más que para Vicky así que no creo que pasaras mucho tiempo pensado como sería yo unos años después -comento en broma, guiñándole un ojo- ¿La has vuelto a ver?

-No, no desde aquel día. Ella se fue muy rápido y yo un poco después. 

-Sí. Charlie también se fue, aguantó muy poco más. Y no he vuelto a veros desde entonces. Diez años.

-¿Te quedaste en el pueblo, en Douglas?

-Sí, claro, os dije que lo haría, que me quedaría aquí para avisaros cuando llegara el momento adecuado y aquí estoy.

-¿Por qué ahora? -pregunta él.

-Se va a casar Brenda. Con Frank. Y todos están invitados, los otros ocho, todos. Incluso me han invitado a mí, los hijos de puta, como si no hubiera pasado nada. 

-Todos juntos en el mismo sitio. Muy bien, de eso se trata. Una reunión perfecta para celebrar el décimo aniversario.

-Así es -comento, estudiando su aspecto. Parece mucho más viril que antes, está mucho más fuerte y tiene esa barba cerrada de unos días que le hace parecer muy rudo. Las ropas, incluso nuevas y limpias, no serían gran cosa. Ha perdido el aire inocente y amigable que tenía, la verdad es que sí parece peligroso- Hum, ¿a qué te has dedicado durante este tiempo?

-A golpear a la gente. A los que no pagan, a los que no cumplen, a los que no respetan. Me ha servido de entrenamiento. Estoy preparado ¿Y tú?

-He trabajado en una tienda -respondo con falsa modestia.

-Vaya… -dice él intentando disimular su decepción.

-En una tienda de armas -respondo luciendo mi orgullo- He acopiado un arsenal. Tenemos de todo.

-Joder. Por un momento pensé que te habías pasado diez años vendiendo dentaduras postizas -responde con sorpresa que enmascara cierto alivio- Y ¿dónde está ese arsenal?

-En una caseta, por allí, a un par de kilómetros al sur. Me encargué de que lo escondieran unos colegas.

-Bien… -nos miramos durante unos segundos, reconociendo al amigo adolescente que se esconde tras las facetas que durante años hemos desarrollado para esconderlo- Bueno… Cuando lleguen… ¿qué es lo primero?

-Debemos hacer lo que planeamos en aquel momento. Recordarlo todo, entrar en el cementerio, desenterrar las cartas y leerlas. Recuperar aquel odio, el terror, las ansias de venganza. Dejar que todo eso nos colme y entonces hacer lo que el cuerpo nos pida. 

-O sea, matar -responde mirando a la nada.

-Lo que el cuerpo nos pida. 

-A pesar de todo tuvimos mucha sangre fría. Cuando todo acabó. No salimos corriendo. Nos paramos allí y trazamos el plan para vengarnos algún día. Escribimos todo aquello con la sangre aún hirviendo. 

No le respondo. Mi mente no puede evitar viajar de vuelta a aquel momento, cuando por fin amaneció y nos reunimos en la puerta del cementerio. Todos estábamos horribles, sucios, agotados, aterrorizados y hundidos para siempre, parecía que íbamos a salir de allí como zombies, sin poder ni siquiera farfullar alguna palabra. Fue Charlie el que empezó a hablar.

-No. No podemos irnos así -dijo- Si lo hacemos estaremos acabados. Nunca podremos superarlo. Hay que establecer desde ahora mismo un motivo para vivir. 

Apenas le escuchamos, nos miramos unos a otros, sintiendo aún más pena y opresión al comprobar que cada uno de nosotros tenía el mismo aspecto que los demás, el de estar destruido por completo. Pero Charlie sujetó la puerta y no nos dejó salir.

-De aquí no se mueve nadie, mecagoenlaputa -la violencia con que pronunció aquellas palabras nos hizo salir de nuestro letargo lo suficiente para poder enfrentar la situación.

-Pero Charlie -dijo Marc- ¿Qué podemos hacer? Esto no se nos va a olvidar nunca, hagamos lo que hagamos.

-De eso se trata, joder -respondió Charlie con voz aún más alta- Vamos a, vamos a escribir ahora mismo. Cada uno. Lo que hemos vivido. Lo que nos ha pasado. Y enterraremos esas cartas y cuando llegue el momento, cuando seamos mayores, cuando podamos vengarnos, cuando llegue ese momento, volveremos aquí, leeremos esas cartas y volveremos a sentir lo mismo que ahora, sólo que entonces tendremos las fuerzas para vengarnos. Y así, leyendo lo que escribiremos ahora, lo haremos con saña, sin dejar que el tiempo perdone. 

Lo hicimos. Recogimos un folleto perdido, papeles arrugados de algún bocadillo, un horario de autobús, y cada uno escribió lo que le pareció que sentía, lo que debería leer años después para retrotraerse a ese momento.

El sonido del motor de un coche me saca de mis recuerdos. Es un taxi que se acerca desde el pueblo y reduce la velocidad al vernos. Han llegado los dos en el mismo taxi, supongo que se han encontrado en el aeropuerto. Charlie está como siempre, un poco más gordo, pero parece igual, con esa especie de decisión irrevocable en todo lo que hace, en la forma en la que mira. Y Vicky, vaya, está aún más guapa, quizá lo ha superado al fin y al cabo. No estaría mal que al menos uno de nosotros hubiera conseguido ser feliz después de todo.

-Hola -dice Marc mirando a Vicky con el rostro enrojecido por un ataque súbito de timidez- ¿Qué tal? Estás… ¿bien?

-Sí. ¿Y tú? -responde ella mirándole sin dar muestras de reparar en sus ropas sucias y rotas.


Charlie se acerca y me mira. Sonrío. Sonríe. Hola. Hola. ¿Qué más se puede decir? Me abraza. Las lágrimas distorsionan mi visión. Cierro los ojos, los abro. Vicky está besando a Marc. Vaya, quizás, después de todo, seamos capaces de poner algunas cosas en orden.