jueves, 10 de septiembre de 2015

La chica del río.

La vi por primera vez cuando era muy pequeño, tendría, no sé, siete u ocho años, jugaba todas las tardes en el pequeño cercado de las ovejas, delante de la vieja casa de madera, que había perdido el último rastro de pintura antes de verme nacer, persiguiendo a los pequeños corderos, esquivando los cabezazos que sus madres me lanzaban tratando de alejarme de su crías. La mía, mi madre, acechaba cada poco por la ventana, vigilándome, amenazando con una mirada aguda ante la más pequeña travesura, pero yo sabía que a las cinco en punto tendría que abandonar su puesto de vigilancia para dar la merienda a mi abuela, muy vieja y senil, que vivía perdida en una confusión de recuerdos y emociones, y eso me dejaba casi una hora de libertad total.

Ese día tenía decidido dedicar aquellos minutos a una rápida incursión al arroyo, en busca de ranas, lagartos, o cualquier otro bicho que se acercara a beber el agua cristalina y transparente de aquel cauce estrecho y poco profundo. Corrí hacia la arboleda que lo escoltaba y enseguida me encontré sumido en la particular paz que siempre me induce el sonido del agua arrastrándose sobre las piedras, rozando la vegetación, fluyendo, encerrada entre hileras de tupidos árboles. Decidí empezar por el pozo cercano, un recodo en el que el arroyo había excavado un poco más hondo, apenas un metro, en el que el agua se ensanchaba y amansaba su carrera, dibujando una suave curva. Allí se reunían muchos animales a disfrutar de una tregua. Una paz relativa, ya me había dado cuenta, las lagartijas se comían a los mosquitos al menor descuido, y las culebras con frecuencia aprovechaban esos mismos momentos para zamparse a las lagartijas y una vez vi a un halcón caer sobre una culebra y merendársela allí mismo.

Pero en aquella ocasión lo que me sorprendió fue algo muy diferente, una chica caminaba dentro del pozo, con el agua por la cintura. No era una niña jugando en el río, era muy mayor para eso, tendría unos 18 ó 19 años y llevaba un vestido blanco que flotaba a su alrededor haciéndola parecer un extraño nenúfar de pétalos blancos y flor amarilla. Su cabello rubio caía por su espalda en onduladas volutas que casi rozaban el agua, desafiándola a unos pocos centímetros, me fascinaba su movimiento que casi parecía independiente de los de la chica. Ella movía los brazos, rozando el agua, dibujando arcos que se expandían para morir en la orilla de pequeñas piedras blancas, sin apenas mojarse los dedos, con una delicadeza y un cuidado que por alguna razón me recordaron una canción que por aquel entonces solían poner en la radio y cuyo título me pareció muy apropiado para aquella escena, Like a Rose. Su pelo se movía al mismo compás pero con otro acento, como el banjo enamorado que intenta ganar la atención de Ashley Monroe cuidando a la vez de no estropear la melodía que entonan a coro.

Estuve quieto un buen rato, observándola sin atreverme a decir palabra, hasta que ella me vio y se detuvo, fijando en mi unos ojos verdes llenos de curiosidad. Entonces eché a correr hacia la casa, no supe bien por qué, pero eso hice. Llegué al porche mucho antes de que mi abuela hubiera terminado la merienda y pasé la tarde preguntándome quién podría ser aquella chica a la que nunca había visto hasta entonces. Por allí no vivía mucha gente, así que era bastante raro encontrar a un desconocido, mucho más a alguien joven pues todos parecían huir del condado en cuanto lograban el mínimo de independencia necesario. Aquella noche le pregunté a mi madre si por allí vivía alguien más aparte de los vecinos que conocíamos, lo hice con precaución pues intuía que mi encuentro con la chica no sería de su agrado, al igual que no lo sería mi furtiva escapada. Ella me dijo que no, que por allí sólo pasaba la gente que ya conocíamos, pero mi pregunta debió preocuparla pues dedicó un buen rato a averiguar si me sentía sólo por no tener a nadie de mi edad con quien jugar.

Al día siguiente volví al pozo con pasos sigilosos, pensando que la chica estaría allí otra vez, pero no fue así, allí no había nadie y me entretuve veinte minutos haciendo rebotar piedras planas sobre la superficie del agua, algo que se me daba muy bien. Cuando volví a casa mi madre me esperaba en el porche con su mirada punzante y los brazos cruzados, mientras mi abuela se balanceaba con lentitud en la mecedora y charlaba sobre teología con algún visitante imaginario.

-Te he dicho mil veces que no puedes salir de la casa -espetó mi madre con tono severo- El límite es el corral. ¿Dónde has estado?

-En el río. Cogiendo ranas -respondí con gesto resignado, sabiendo que era mejor no mentir.

-No vayas al río. Nunca. Para nuestra familia es un lugar prohibido ¿entendido? -dijo con dureza mientras yo asentía- ¿Has visto a alguien por allí? No me hizo falta mentir, aquel día no había encontrado a nadie, pero me cuidé mucho de contar que el día anterior había visto a una chica dentro del agua. Aún sin conocer el motivo, sabía que a mi madre no le hubiera gustado.


Estuve tres días sin volver al arroyo, tratando de ceñirme a las estrictas órdenes de mi madre, escuchando las pláticas extraviadas de mi abuela, pero poco a poco la curiosidad fue haciendo mella en mi determinación y las dudas fueron creciendo en mi cabeza ¿A quién se refería mi madre cuando me preguntó si había visto a alguien en el río? ¿Por qué era un lugar prohibido precisamente para nuestra familia? Al cuarto día, a las cinco de la tarde, bajé corriendo hasta el pozo. Antes de llegar ya sabía que ella estaba allí, lo presentía, notaba su presencia cercana. Me acerqué con el máximo sigilo pero ella se volvió en cuanto me acerqué a los límites del pozo y me miró con sus ojos verdes, pero esta vez estaba preparado y resistí la tentación de echar a correr.

-Ven. No tengas miedo, acércate -dijo ella sonriente, sin parar de rozar la superficie del agua con sus dedos que arrastraban una fina película como si tuvieran estuvieran imantados con algún poder especial para atraer el agua.

Me senté en la pequeña playa de piedras que bordeaba el río y observé a la chica. Ella seguía haciendo lo mismo, como si yo no estuviera, se movía despacio con los brazos extendidos, apenas rozando el agua, giraba, y podría decirse que lo hacía con gracia aunque estuviera sumergida hasta la cintura.

-¿Cómo te llamas? -dijo de pronto.

-Montgomery -respondí con algo de inseguridad en la voz.

-¡Puaj! Coño, vaya nombre. ¿Te odian tus padres? ¿O es que tu padre se llama así y te transmitió el castigo por tradición familiar?

-No sé. Mi padre murió hace unos años. No sé mucho de su vida, yo era muy pequeño y apenas me acuerdo.

-Vaya. Mucha gente muere. En muchos casos es una cuestión de estupidez, con perdón. No quiero decir que tu padre fuera un estúpido, aunque seguramente sí, pero no lo sé seguro, por eso no quiero decir que lo fuera y te pido perdón por si te imaginas que lo pienso sólo por la forma en que lo digo. 

-No, no, si lo entiendo. Si no lo conocías no puedes saber cómo era.

-No era eso lo que quería decir. Que no le conocía. No me refería a sí le conocía o no, lo que quiero decir es que mucha gente no piensa. Y termina muerta. Un ser humano nace por lo general con una gran capacidad para pensar, para razonar, pero no sé muy bien por qué casi nadie la desarrolla y así, con muy pocas excepciones, casi todo el mundo se dedica a vivir una vida semiautomática, en la que un acontecimiento lleva a otro sin más, sin ningún control, sin ninguna inflexión, sin la decisión de navegar por un brazo del río que hace un quiebro y se aleja de la corriente principal. Si las personas usarán más su capacidad para pensar, si supieran hacerlo, entonces moriría menos gente. Sólo con eso. Es lo que quería decir.

-¿Es porque habría menos accidentes? -pregunté tratando de determinar si entendía lo que la chica explicaba.

-Sí. Exacto. Por eso y por muchas otras cosas. Nadie se pone en peligro si piensa un poco. No se declara una guerra si la gente usa el cerebro. Nadie se deja llevar si sabe vivir. A veces es algo innato ¿sabes?, no hace falta pensar, algunos nacen así con esa capacidad para vivir, esos son afortunados, pero en general es producto del razonamiento lógico.

-Ya no sé si estoy entendiendo todo eso que dices. Pero me parece bien.

-Pues muy mal. No te debe parecer bien algo que no entiendes, así por que sí. Pero no te preocupes, hay un plan B, una fórmula muy sencilla para que aprendas a vivir dado que no sabes pensar. Viene dada por la certeza de que un día morirás, temprano o tarde, un día u otro, pero lo sabes seguro. Así que, si tienes eso presente, todo lo demás resulta bastante relativo, disfruta de tu helado mientras dure, lametazo a lametazo. Eso sí lo entiendes ¿verdad?

-Eso sí lo entiendo. Todavía soy pequeño y no tengo mucho de que preocuparme, así que para mí es fácil pensar sólo en divertirme en cada momento. Cuando sea mayor será distinto, porque tendré que preocuparme de las cosechas, los animales y todo eso, y estaré preocupado, como mi madre, por si llueve o no, por si hiela o hay una plaga.

-Claro, la cosecha. El trigo. Cosechad pronto este año, otros no, pero este sí, merecerá la pena, Montgomery. ¿Sabes alguna canción? Yo sé algunas, pero me gustaría aprender alguna nueva y casi nadie canta, creo que les da vergüenza cantar, yo creo que cantan dentro de sus cabezas para que nadie les escuche, es absurdo pero puede ser, porque las canciones le gustan a todo el mundo. Aunque no lo digan. 

Me daba mucha vergüenza, pero sin saber bien por qué cerré los ojos y me puse a cantar


-Ho, hey!-
-Ho, hey!-

-Ho!- I've been trying to do it right
-Hey!- I've been living a lonely life
-Ho!- I've been sleeping here instead
-Hey!- I've been sleeping in my bed
-Ho!- I've been sleeping in my bed 

-Hey!
-Ho!


Cuando volví abrí los ojos ella ya no estaba. El pozo parecía tranquilo sin ningún rastro de agitación en la superficie del agua, como si nunca una chica hubiera estado allí. Ahora, en comparación, el recodo parecía frío y oscuro, más profundo, un poco amenazante. Corrí hasta mi casa.

La tarde siguiente no me escapé, permanecí en el porche, portándome bien. Pensando en aquella primera conversación que mantuve con ella, tratando de asimilarla, de entenderla, aún sabiendo que la mayoría de las cosas estaban fuera de mi alcance. No me sentía capaz de pasar otro rato con ella sin haber digerido nuestra conversación anterior. Pensaba en eso mientras observaba los campos de trigo ya crecido, no faltaba mucho para la recolección, y entonces recordé lo que ella dijo, “cosechad pronto este año”. Hasta ese momento no había reparado en esa parte y al hacerlo el corazón me dio un vuelco y no pude contenerme, corrí hasta la cocina, en la que mi madre daba la merienda a la abuela en su diario alarde de infinita paciencia. Mi abuela enseñaba las vocales a un grupo de alumnos invisibles, como había hecho durante años con decenas de niños reales.

-Madre -dije sacudiendo su hombro- Hay que cosechar el trigo, ahora.

-Pero ¿qué dices? Anda, vete a jugar. Y sin salir de la finca -dijo ella mientras trataba de conseguir que mi abuela dejara de repetir letras y comiera un poco más.

-Mamá. Hay que cosechar cuanto antes, es muy importante.

-¡Qué te vayas a jugar! O te castigo a hacer más deberes.

-Pero mamá, hazme caso, este año tenemos que cosechar pronto.

Mi madre me miró con desconfianza, tratando de determinar de dónde había sacado aquella idea fija, tan alejada de mis preocupaciones diarias. Me iba a preguntar algo a lo que no hubiera sabido cómo responder cuando mi abuela intervino en la conversación.

-Belinda. Hazle caso al chico. El trigo ya está maduro y si el chico está tan convencido de que este año hay que cosechar un poco antes, hazlo. No seas terca.

Los dos miramos a mi anciana abuela con sorpresa, sin poder articular un sonido, eran sus primeras palabras con sentido en años. Creo que yo hasta entonces nunca había escuchado una frase de boca de mi abuela que fuera coherente con la realidad y el momento. Mi madre la miraba con la mandíbula inferior caída, sin creer todavía todo lo que acababa de escuchar. Mi abuela se encogía de hombros ante su propia lógica.

-Esta bien -dijo mi madre pasados unos minutos- Empezaremos mañana. Pronto. Llamaré a los jornaleros.

Pasamos los tres días siguientes en las labores de la cosecha y trilla. Yo me encargaba de llevar agua a los jornaleros y de hacer los pequeños recados que me encargaban. Trae más cuerda. Acércame la piedra de afilar. Dile a tu madre que aquí tenemos 20 fardos de paja y 4 sacos de grano. Sujeta la puerta del granero. 

Un viernes por la tarde habíamos terminado el trabajo. El granero estaba repleto de fardos de paja y habíamos pasado las últimas horas transportando el grano al molino al que siempre vendíamos el trigo. 

-Sois los primeros de la temporada -dijo Jonás, el molinero- No esperaba a nadie hasta dentro de un par de semanas.

-El trigo está maduro, Jonás. No empieces con rebajas, que te estoy viendo venir -replicó mi madre anticipando alguna argumentación del hombre para pagarnos menos de lo habitual.

-No sé si estará verde. Es muy pronto.

-Bueno, si no lo quieres me lo llevo -dijo ella- Seguro que madura en el camino hasta algún otro molino. Algunos hay no muy lejos.

-Que no, mujer. Yo te lo pago como si estuviera maduro. Así me deberás un favor.

-Paga y calla, caradura -respondió mi madre bromeando a medias- Ya sólo me faltaría deberte algo a ti, prefiero caminar hasta el mismísimo Boston, que queda lejos según dicen.

-Nunca estuve allí, pero te acompañaría, según las circunstancias -respondió él con guasa.

De vuelta a casa la abuela mi madre y yo nos sentamos en el porche a beber limonada y contemplar nuestros campos ralos y el extraño contraste con las fincas lindantes, repletas de espigas altas y amarillas. Era un paisaje muy raro, por lo general todos los granjeros cosechaban a la vez y en tres o cuatro días el horizonte estaba pelado y quieto, en lugar de parecer un ondulante mar amarillo que moría en los límites de nuestras lindes. Estábamos satisfechos, temprano o no, habíamos vendido el grano y el granero estaba repleto de forraje para los animales. La cosecha había sido excepcional en cantidad y teníamos asegurado un invierno tranquilo y sin demasiadas privaciones.

-¿Por qué insististe tanto en que cosecháramos pronto? -preguntó mi madre de sopetón.

-Pues…No… No lo sé -balbuceé sorprendido por la pregunta.

-¿Por qué? Dilo. Habrá una razón.

No sabía cómo salir del entuerto, si decía la verdad mi madre se enfadaría por haberme escapado hasta el río y hablar con la chica, si mentía no podría explicar los motivos de mi insistencia. Entonces me di cuenta de que algo cambiaba en el paisaje y lo utilicé como maniobra de distracción.

-¿Qué es eso? -pregunté señalando una extraña mancha negra que asomaba en el horizonte y que se expandía y comprimía por momentos- ¿Pájaros?

-¡Langostas! ¡oh, no! ¡Qué horror! -dijo mi madre levantándose de un salto.

-No te alteres -dijo la abuela poniendo la mano sobre el hombre de mi madre en el que fue su penúltimo momento de lucidez- La cosecha está segura. Al menos la nuestra. Agradéceselo al chico.

Observamos durante mucho tiempo como la plaga avanzaba devorando los campos de nuestros vecinos, que días antes se encogían de hombros ante nuestra temprana trilla y que ahora corrían desesperados viendo como sus campos eran devorados con una rapidez increíble por aquella mancha negra compuesta por pequeños bichos insaciables. No había nada que hacer, no podíamos ayudarles, sólo éramos testigos de su desgracia suspirando de alivio por no estar viviendo la misma desdicha.

Por la noche mi madre entró a mi cuarto y me hice el dormido tratando de esquivar las preguntas que ya esperaba.

-Has hablado con ella ¿verdad? Con la chica del río. Dime la verdad -preguntó mi madre con una angustia provocada por la certeza de mi respuesta.

-Sí -respondí incapaz de mentir ante una pregunta tan directa.

-Tú verás -dijo con severidad- Tú padre murió por ella. Bueno, por su culpa. Ella fue la causa de su muerte. Deberías odiarla. Y si no puedes odiarla, tienes que saberlo, si sigues viéndola acabarás igual que tu padre.

-Sólo he hablado con ella una vez, madre -respondí- Fue cuando me dijo que debíamos cosechar pronto. Eso es bueno ¿no? Lo dijo para ayudarnos. ¿Cómo es que hizo que papá muriera y luego nos quiere ayudar?

-Aléjate de ella.

-¿Cómo murió papá?

-Se ahogó. En el río -masculló ella apretando los dientes.

-¿En el río? Pero si apenas cubre un palmo, sólo en el pozo el agua llega hasta la cintura de una persona mayor.

Aquella conversación nocturna con mi madre de alguna forma hizo que me sintiera autorizado para bajar al arroyo, para seguir viéndome con la chica. Sabía que era algo que a partir de ese momento yo podía decidir, conociendo los riesgos que habían quedado bien subrayados. Sabía que no me volvería a amenazar por hacerlo y que obviando sus miradas atravesadas no recibiría más reproches por desobedecer en aquella cuestión concreta. Intuía que no estaba bien ser desagradecido con la joven que había salvado nuestro bienestar.

-Hey!- I've been sleeping in my bed
-Ho!- I've been sleeping in my bed 

La chica rubia cantaba girando en el agua, con una gracia que era casi magnética, mirándome mientras me acercaba.

-¿Nunca sales del agua? -pregunté.

-Nunca, Montgomery, es mi medio natural, el único en el que puedo moverme con fluidez.

-¿Y eso por qué? ¿No tienes piernas?

-No tengo, Montgomery. Debajo de este vestido, dentro del agua, se sacude de lado a lado una cola llena de escamas verdes.

-Quieres hacerme creer que eres una sirena. Pero no puede ser, las sirenas están en el mar, allí el agua es salada. Y no llevan vestido. 

-Es verdad, te has dado cuenta. Lo que ocurre es que no tengo piernas, Montgomery, sólo dos patas con los dedos unidos por una membrana, como los gansos.

-Tampoco me lo creo -respondí incrédulo- Y deja de llamarme Montgomery, de la forma en que lo haces parece un nombre ridículo.

-Me parece bien, Montgomery. Claro que sí. Pero es tu nombre y no sé de que otra forma llamarte. Debo decirte que el ridículo nace de ti, no me culpes. Con otra actitud por tu parte esta misma situación hubiera resultado graciosa. Tú sabrás por qué has elegido el ridículo, piénsalo, alguna razón habrá, seguro. Muchacho, te llamaré muchacho. No culpes a otros, muchacho, la mayoría de las cosas las puedes resolver tú y si no lo haces no elijas esconderte culpando a los demás. Basta con que digas que no te apetecía.

-Tampoco me gusta eso de muchacho. Muchacho, muchacho, muchacho. Si se dice tantas veces termina sonando muy raro.

-¿Has hablado con tu abuela alguna vez de la familia? De sus otros hijos, de los hermanos de tu padre, tus tíos. De los tesoros, Muchacho Montgomery, pregunta por ellos antes de que sea demasiado tarde. Y despídeme de ella.

Empezó a cantar otra vez y sin saber por qué me uní a ella y supe que debía cerrar los ojos y que cuando los abriera de nuevo ella ya no estaría allí.

-Ho!- I've been trying to do it right
-Hey!- I've been living a lonely life



-Abuela. ¿Me puedes hablar sobre tu familia?¿Mi padre tenía hermanos? -pregunté tras el beso obligado que llevaba a su cama cada noche.

-Muy bien chico, no hay dos sin tres y así sabemos que dos por tres son seis, lo adivinaste, eres muy inteligente. Toma una cacahuete salado como premio. Si sigues esforzándote así cursarás estudios superiores y quizá termines dando clases en esta escuela a otros pobres niños ignorantes. Es una labor muy gratificante que te reportará muchas alegrías.

-Abuela. Céntrate. Mírame. Soy Montgomery, tu nieto, el hijo de tu hijo Montgomery y de Belinda. 

-¿Montgomery? ¡Hijo!, me dijeron que te había ahogado en el río. ¿Te lo puedes creer? Con lo bien que sabes nadar. Les seguí la corriente pero sabía que no era verdad. Has venido a verme, qué ilusión me hace, ¿me traes algún regalo de la ciudad?

-Abuela, ¿la familia tiene algún tesoro? Algo que yo deba saber para reclamar lo que me corresponda llegado el momento.

-Pero hijo, ¿no lo recuerdas? Los enterramos bajo las raíces de tu árbol preferido, hace muchos años, para que no cayeran en manos de tus dos hermanos, esos dos descarriados, delincuentes que nos hundieron en la desgracia. Recuerda que no debes decírselo a nadie, son para tu pequeño bebé. Ni siquiera tu esposa debe saberlo, Montgomery, la riqueza la volvería loca y todo se complicaría, lo veo en su mirada. Me diste tu palabra. Sólo se sabrá cuando tu hijo sea mayor y capaz de gestionarlos.

-Pero abuela, yo soy tu nieto, no tu hijo, yo soy el que debe gestionar eso, lo que sea.

-Estoy cansada, Montgomery. Te agradezco la visita pero ahora déjame dormir. Y otro día trae algún regalo de la ciudad, algunos de esos caramelos azules, sabes que me encantan.

-Vale abuela -dije levantándome pero recordé que se me olvidaba algo- Ah, la chica del río me dijo que la despidiera de ti.

Mi abuela se incorporó como movida por un resorte, a su cara volvió la lucidez plena, como si saliera de un profundo sueño del que su hubiera despertado de golpe con la resolución absoluta de evitar una tragedia.

-¿La chica del río? ¡Noooo! -gritó y comenzó a retorcerse como si fuera presa de un terrible dolor- ¡No la sigas, no hables con ella!, te hará perder la cabeza, como le ocurrió a tu padre. Perdió la razón, lo vi en su mirada, se volvió loco. Se ahogó. No la hagas caso.

Miré hacia la puerta temiendo que los gritos hubieran alertado a mi madre y la vi apoyada en el marco de la puerta, con los brazos cruzados, mirándonos con atención desde un profundo silencio. Me pregunté cuánto tiempo llevaba allí, escuchando. Y me di cuenta, hacía mucho que estaba allí.

Mi abuela cayó en una especie de extenuación total y quedó postrada en la cama en algún lugar entre el sueño y la inconsciencia. Al día siguiente tenía fiebre muy alta y llamamos al médico.

-Es la edad -dijo- Es muy mayor. Estas cosas suceden cuando… En fin, despídanse de ella, no creo que llegue a la noche.

Enterramos a la abuela al día siguiente, sin mucha ceremonia en un mero trámite bastante rápido. El cementerio estaba en el pueblo y el trayecto de vuelta en el todoterreno lo hicimos en silencio. Yo sentía pena, pero no mucha y me preguntaba por qué razón me sentía así, como acartonado y si debía sentirme culpable por ello. Mi madre parecía lejana, inalcanzable, dominada por esa rabia contenida que siempre percibí en cada una de sus palabras, en cada movimiento, en sus silencios.

Cuando llegamos a casa miró la silla en la que solía descansar la abuela, supongo que sentía alguna forma de liberación al no tener el peso de las obligaciones diarias que su suegra anciana suponía. Luego me miró a mí.

-¿Sabes? He tenido que cargar con ella todos estos años. Tuve que dejar la ciudad y venir aquí, contigo, cuando murió tu padre. No nos dejó más que deudas, no podíamos pagar la casa y tuvimos que venir a vivir aquí. Y de la noche a la mañana me vi cargada de obligaciones, de sol a sol, la anciana, la casa, la finca, los animales. Tú. Ella nos lo ofreció, venir a vivir aquí, lo hizo de buena voluntad, nos sacó del apuro, pero el coste ha sido terrible -dijo mi madre en lo que percibí como un arranque liberador de sinceridad- Lo siento, era tu abuela y acaba de morir, no es el momento para decirte esto, aunque sea la verdad.

-No, no te preocupes, si lo entiendo. Has cuidado de todos y de todo, es normal que te sintieras agobiada y que a veces estuvieras enfadada.

-Sí -dijo enarcando una ceja ante mi última afirmación- Y ahora, vamos, a buscar el puto tesoro.

-¿Es verdad que tengo dos tíos?¿Dos hermanos de mi padre? -la pregunta salió sin pensar y mi madre me dedicó una mirada cruel que anunciaba que no me iba a engañar, que me pondría frente a la realidad sin suavizarla.

-Sí, lo que te dijo la vieja es verdad. Tenías dos tíos, hermanos de tu padre, les sentenciaron a muerte. Se lo merecían. Lo malo es que su ejecución no hizo que el tiempo echara hacia atrás, no sirvió para arreglar los problemas que habían creado. El mundo es un lugar mejor sin ellos, eso sí es verdad.

-Pero ¿cómo es que nadie me ha dicho que tenía dos tíos hasta ahora? Me he enterado por los delirios de mi abuela.

-Supongo que tratábamos de protegerte. Igual que tu abuela ocultó ese tesoro del que hablaba tratando de protegerlo de ellos.

No pude evitar mirarla con cierta intensidad.

-Sí, vale, sé que te dijo que también lo ocultaba de mí, que pensaba que me volvería loca teniendo dinero. Me cago en todo. Vamos a buscarlo. Dijo que está enterrado junto al árbol preferido de tu padre, nunca escuché que tuviera esa clase de predilección, pero dado que en toda la finca sólo está el nogal del patio trasero la cuestión debería ser sencilla.

Comenzamos a cavar alrededor del árbol, primero una serie de agujeros salteados, luego toda una zanja, retiramos el árbol con el tractor, ampliamos la zanja más y más lejos, hasta que al segundo día, con todo el patio trasero levantado, mi madre se dio por vencida y empezó a buscar otras soluciones para localizar el supuesto tesoro.

-¿Por qué preguntaste a la abuela por la familia? Y por el tesoro. ¿De dónde sacaste esas ideas? Fue la chica ¿verdad? Ella te contó algo. Piensa, ¿qué te dijo? Palabra por palabra.

-Sólo que preguntara por la familia y por el tesoro. Y que la despidiera de la abuela. Creo que sabía que iba a morir. 

-Si sabe tanto seguro que algo me podrá decir ¿no? Vamos a hablar con ella, con esa chica. Me lo tendrá que decir. Al fin y al cabo me lo debe, mi marido se ahogo en ese pozo. Estaba obsesionado con ir a verla. Así que la considero culpable.

-Ella dice que no debemos culpar a los demás por lo que no hemos sabido hacer.

-Vamos -respondió con una mirada iracunda que no dejaba espacio a ninguna consideración.

Bajamos hasta el río en silencio y recorrimos la orilla hasta llegar al pozo. La chica estaba allí, como siempre, jugueteando con los dedos sobre el agua. Estaba de espaldas pero debió presentir que estábamos allí.

-¡Belinda! -dijo sin volverse- Nunca habías venido a verme, aunque sabía que algún día lo harías, supongo que era cuestión de tiempo. ¿Qué te trae por aquí?

-Cuando me hables mírame a la cara -respondió mi madre con dureza, plantada de brazos cruzados al borde del pozo.

La chica se volvió, sus ojos verdes se clavaron en los de mi madre y se miraron fijamente durante mucho tiempo. Mi madre odiando, la chica analizando.

-Me culpas por la muerte de tu marido. De Montgomery, el padre de Muchacho Montgomery -dijo la joven- No te engañes yo no le ahogué, no le toqué, ni le convencí para que se metiera en el agua. Pero se metió y se ahogó.

-Viste cómo mi padre se ahogaba. ¿Y no hiciste nada? -solté de pronto.

-Nada podía hacer, Muchacho Montgomery. Yo no me puedo sumergir, ¿no lo ves? Mis dedos rozan el agua, la atraen pero nunca se mojan. Mis cabellos se mueve a milímetros del agua pero ni una gota verás en ellos, nunca se mojan. Mi vestido está sobre el agua y debajo de él no hay nada. Sólo agua. Nada puedo hacer si alguien decide meterse en este pozo. Ya te lo dije, si la gente pensara un poco más se evitarían muchas muertes.

-Deja de hablar como si fueras la voz de la conciencia. No eres más que una embaucadora vengativa -espetó mi madre- Me lo debes, te llevaste a mi esposo y luego lo intentaste también con mi hijo. Dime ahora mismo dónde está el tesoro.

-Los tesoros de la familia. ¿Eso es lo único que te interesa, Belinda? No quieres saber de qué hablábamos tu marido y yo cuando venía a verme. Vino muchas veces, al principio cuando vivía aquí y, luego, desde la ciudad. A pedirme perdón y a tratar de calmar su conciencia. Yo le decía que hiciera su vida, que siguiera adelante, pero él quería reparar los errores y por eso acabó así de mal. Lo cierto es que también hablábamos de muchas otras cosas, era una persona comunicativa, llegué a conocerle muy bien, mejor que nadie. Sin duda mejor que tú. ¿No quieres saber cómo se sentía o cuales eran sus ilusiones, sus emociones, sus miedos? ¿No? ¿No quieres que el Muchacho Montgomery sepa más sobre su padre?

-No. Deja de enredar y dime dónde está el puto tesoro. La abuela dijo que está enterrado bajo las raíces del árbol preferido de su padre -dijo mi madre señalándome- ¿Cual es? ¿Dónde está?

-¿Su árbol preferido, Belinda? ¿No será una clave? Una metáfora para proteger el tesoro de oídos indiscretos. Como los tuyos -dijo la chica mirando a mi madre con cierto desprecio- Quizá sí, o quizá no. Y si te dijera que el árbol preferido de tu marido es este, el que está aquí detrás, el que hunde sus raíces en el agua. Y si te dijera que tu esposo murió así, tratando de sacar el tesoro de entre las raíces sumergidas de este árbol ¿Te echarías al agua para buscarlo?¿Te arriesgarías a morir ahogada como él?

-¿Es este el árbol? ¿Está ahí debajo lo que ocultaba su familia? -dijo mi madre quitándose los zapatos- Lo comprobaré, no te tengo ningún miedo y ahí no cubre ni medio metro.

-Belinda, es muy arriesgado, las ramas están muy enmarañadas y muy juntas, te podrías quedar atrapada y morir de una forma tan trágica como absurda -respondió la joven- Creo que sería mejor que se metiera Muchacho Montgomery, es más pequeño y sus brazos entrarían mejor entre las raíces ¿Qué dices, pequeño?

-Cuéntame lo de mi padre. Lo que te dijo, qué te contó. ¿Te habló sobre mí? Yo era pequeño, no me acuerdo bien de cómo era. ¿Era buen padre? Le gustaba jugar conmigo, eso lo recuerdo. ¿Tenía ilusiones sobre mí? Sobre mi futuro quiero decir. Si esperaba algo concreto de mí.

-No te dejes enredar por ella, niño.

-Mamá, si yo no me dejo. Eres tú la que estás entrando en el agua -respondí sintiendo un nudo en la garganta al ver que mi madre caminaba ya con el agua por las rodillas hacia las raíces del árbol que se sumergían en el tranquilo lecho del pozo- ¡Mamá, no lo hagas! ¡Te ha dicho que papá murió así! ¡Sal, no lo hagas, nos arreglaremos sin tesoros!

Mi madre no me escuchaba estaba como extasiada, poseída por el deseo de conseguir las riquezas que había ocultado su familia política, el justo pago por su sufrimiento, por perder a mi padre, por los años de esfuerzo, cegada por las maravillas que debía estar imaginando, por la imagen reluciente de una vida cómoda. Entre mis gritos y el silencio de la chica, mi madre se sumergió hasta la cintura, acarició las ramas que desaparecían en el agua, cogió aire y se sumergió. 

Yo lloraba cubriendo mi cara con las manos mientras escuchaba a la joven del vestido blanco cantar:

-Ho, hey!-
-Ho, hey!-

-Hey!
-Ho!

Cuando descubrí mi rostro la chica no estaba. El cuerpo sin vida de mi madre flotaba boca abajo junto a las ramas del árbol. 



Nunca volví al río. Lo cierto es que sentía la necesidad de bajar y preguntar a la chica por aquellas conversaciones con mi padre pero por otra parte había algo que me decía que no debía hacerlo, que ya sólo trataría de embaucarme para que me ahogara. También recordaba el horror dibujado en la cara de mi abuela, cuando la hablé sobre la chica. Y cómo murió mi madre, claro. A veces, por la tarde, mientras descansaba en el porche, me parecía que el viento traía el murmullo lejano de una canción conocida pero no me dejé llevar.

Quizá fue casualidad o a lo mejor fue una vuelta del destino. El día en que cumplí la mayoría de edad decidí mudarme a otro estado para huir de todos los recuerdos, para empezar una vida diferente. Recogiendo la casa, en el desván, me topé con un arcón polvoriento, debajo de un montón de libros, la tapa era de raíz de roble y estaba labrada con la forma de un árbol fuerte y vigoroso, pleno de ramas y de hojas. Lo abrí con cuidado y encontré unos sobres que contenían títulos de propiedad sobre unos terrenos no muy lejos de nuestra finca. El tesoro de la familia, escondido bajo las raíces del árbol preferido de mi padre.

Me acerqué hasta los terrenos señalados en los documentos y me encontré con campos yermos, sin cultivar, llenos de piedras y sin ningún valor aparente, perdidos en una zona descuidada por su nulo valor para el cultivo. El tesoro de la familia, me reí. Caminé por aquellos terrenos de los que era propietario pensando en la chica, en si debía bajar a despedirme, en si debía aprovechar la última ocasión para preguntar por algo, por mi padre, por mi madre. Explicarle que había encontrado el maldito tesoro. Golpeé una piedra que salió rodando unos metros adelante, dejando un pequeño hoyuelo con un fondo de barro negro. Me pareció raro y me agaché para verlo mejor y capté enseguida el olor a petróleo. 


Gestioné aquellos campos de petróleo con bastante habilidad, sin perderlos, pero sin tener que ocuparme personalmente de dirigir la explotación. No quería vivir cerca del río, por eso organicé aquel gran negocio de esa forma, me permitía dirigir desde la distancia con tan solo algunas visitas intranquilas y esporádicas. 

Aunque ya habían pasado algunos años desde aquellos días luctuosos en los que murieron mi abuela y mi madre, había una pregunta que me perseguía a todas horas, una pregunta que no hice a mi madre aquel último día, confundido como estaba por la intensidad emocional de nuestra última conversación. Así que en una de mis visitas a la explotación petrolífera decidí acercarme al pueblo para hablar con Walter Smith, un amigo cercano de mis abuelos que fue sheriff del pueblo durante muchos años.

-Me alegra mucho verte bien y que tengas una vida cómoda y fácil -me dijo con un apretado abrazo que demostraba que aún seguía siendo muy fuerte y vital - Te lo mereces. Mejor dicho, tú familia se lo merece, que alguno de vosotros empiece a vivir en paz. Ya sabes que apreciaba mucho a tus abuelos, les conocí muy bien, nos criamos juntos en unos años muy duros y siempre cuidamos nuestra relación. Eran muy buena gente, de confianza, de los mejores de por aquí, bien considerados por todos, lo peor que alguien podía decir de ellos es que eran personas de palabra, gente de bien. Hasta que les llegó aquella desgracia por partida doble. Los gemelos.

-Mis tíos. En realidad es por eso que estoy aquí, para preguntarte por ellos -remarqué ante el origen de la desgracia familiar- Apenas sé nada de ellos. Mi familia me ocultó su existencia y no supe de ellos hasta el día en que murió mi abuela..

-No te hagas mala sangre por eso, imagino que fue para protegerte -dijo el anciano mirándome con comprensión- Tampoco es que hayas perdido nada que merezca la pena, créeme. De hecho, si por tu cabeza ha pasado reunir información para conocerles mejor, olvídate. Sólo te sentirás peor, asquerosamente mal. 

-Ejecutados por una sentencia a muerte. Ya supongo que no eran la compañía más recomendable -reflexioné.

-Nacieron torcidos. Tu abuela casi muere en el parto. Estaban abrazados ¿sabes? No conseguían sacarlos y en aquella época no es que la medicina ofreciera muchas opciones. Ni siquiera había un médico residiendo por la zona. La comadrona consiguió sacarlos después de casi un día de esfuerzos pero su agotamiento no evitó que quedara horrorizada. Los dos tenían dientes, eso se considera siempre un mal augurio, pero lo peor es que ambos tenían bastantes heridas, en la cara, en los hombros, en los brazos, se habían estado mordiendo allí dentro. Ella dijo… bueno, que creía que no estaban abrazados, que estaban peleando, intentando acabar con el otro.

-Joder. La verdad es que suena horrible.

-Sí. Pero luego eran inseparables. Se llevaban de maravilla desde muy pequeños, sólo que juntos transmitían algo dañino, peligroso. Recuerdo un día, empezaban a gatear, se me ocurrió tumbarles en el suelo boca arriba y hacerles cosquillas, ya sabes, a los niños les encanta. Pero no se rieron, ni se retorcieron, sólo me miraron los dos de la misma forma, de una forma que, bueno, puede parecer tonto decirlo, pero me dio miedo. Esa mirada contenía algo malvado, una maldad primitiva, acentuada por la sincronía con la que hacían todo, no sé, tuve la sensación de que si hubiera seguido con la broma me hubieran saltado al cuello para morderme. Y desde ese día mantuve las distancias -Walter se removía incómodo en el sillón rememorando aquellos momentos-  pero siempre que me miraban tenía la sensación de que recordaban aquello, que sabían que su mirada de bebés me había asustado y que esa certeza les hacía sentirse dominantes y poderosos frente a mí. Sí, ya sé que suena raro.

-Quizá era una impresión tuya, algo que tu mente fue creando y al final te pareció real. Una de esas sensaciones que uno lleva dentro y nada más.

-Algo más había, créeme. Eran malos, pero malos de verdad. Crueles, temibles, desde pequeños se peleaban a duo con cualquiera que les molestara o les hiciera sombra, amenazaban, robaban, extorsionaban, torturaban bichos, eran de esa clase. Cualquier cosa retorcida podías esperarla de aquellos dos. Eran el terror en su colegio, siempre envueltos en problemas. No tenían amigos, pero se tenían el uno al otro y con eso parecía sobrarles. No había forma de corregirles. Tus abuelos empezaban a no estar tan bien considerados debido a los constantes problemas que los gemelos diseminaban por el pueblo casi cada día. Cuantas veces me vi en la obligación de hablar con tu abuelo sobre los chicos, de reprenderle, avisarle, hacerle ver que si seguían así harían algo que no se podría pasar por alto. Eso es algo que no me perdonaré, haber hecho la vista gorda con algunas cosas. El les castigaba, les obligaba a limpiar la pocilga o el establo, a trabajar de sol a sol con el arado de mano, pero en el fondo todo les daba igual.

-¿Eran mayores que mi padre? -pregunté tratando de que avanzara en su relato.

-No. Eran bastante más pequeños, cuatro o cinco años. Y era tu padre el único que podía controlarles un mínimo, era el que evitaba que se metieran en problemas. Pero, claro, no siempre estaba con ellos así que la liaban con frecuencia. El los quería de una forma sincera, se notaba, no veía la malignidad en ellos, sólo a dos hermanos pequeños algo alborotadores que necesitaban la atención de su hermano mayor.

-¿Qué pasó?

Sin mover un músculo se hundió en el sofá, como si de pronto no tuviera fuerzas, como si la vitalidad se le escapara por momentos, como si los años que realmente tenía le hubieran caído encima en un segundo. Un gran dolor asomó a su rostro y con labios temblorosos, con pesadumbre y lentitud, continuó explicando el que llamó el día más triste de su vida.

-Era la fiesta del pueblo y se desarrollaba igual que había sido siempre, concursos, barbacoa, el rodeo, la merienda en la pradera para todo el pueblo. Y por la noche baile con orquesta en la plaza principal. En esa celebración participaba todo el mundo año tras año, pero aquel era especial, una celebración más alegre de lo habitual porque acababan de llegar todas aquellas familias que venían con un espíritu limpio, no tenían rencillas con nadie y deseaban integrarse y sentirse parte de la comunidad. Y así fue durante todo el día, ni siquiera los gemelos perturbaron aquella ola de fraternidad que recorría el pueblo.

En aquellos días tu padre conoció a Belinda, tu madre, y se enamoraron. Estaba muy pendiente de ella, de que no se le escapara, de llenarla de atenciones, supongo que igual que ella. El caso es que la noche de la fiesta los gemelos estaban a su libre albedrío sin la vigilancia de su hermano, aquel año cumplieron 18 y era el primero que tu abuelo les permitía ir al baile. Por eso llevaban algunas semanas bromeando con conseguir novia aquella noche.

-Joder, ya lo estoy imaginando. La chica del río. Dios mío.

-Sí. La chica del río. La conocieron en la fiesta, era una chica de su edad, hija de una pareja que vino a trabajar en la construcción del nuevo supermercado. Gente sencilla. La estuvieron molestando en el baile, alguien se lo dijo a tu padre y les mandó a casa. Pero aquella noche también era especial para él, la primera fiesta con su novia, y no quería estar pendiente de sus hermanos -Walter se preparó para proseguir su relato, removiéndose en el sofá, mientas secaba el sudor de su cuello y nuca con un pañuelo arrugado-. Ellos la esperaron en el parking y la metieron a la fuerza en el pick-up. Lo que pasó después, nadie lo sabe con exactitud. 

-La mataron -dije un minuto después tratando de romper el silencio en el que el viejo había quedado sumido.

-Cuando tu padre volvía a casa en su coche estaba amaneciendo. Vio el pick-up de los gemelos empotrado contra un montón de tierra en uno de los campos del camino hacia las granjas. Se detuvo y les buscó alarmado pero no estaban allí. Siguió el rastro de espigas aplastadas que llevaba hasta el río. En la orilla encontró unas piedras removidas y más adelante vio unas gotas de sangre que en espaciadas salpicaduras avanzaban junto al río y siguió su cauce durante varios centenares de metros. Se encontró a los gemelos inconscientes, con las caras amoratadas, la ropa hecha jirones y los cuerpos llenos de heridas y golpes. Se habían estado peleando como salvajes. Entonces vio a la chica. Estaba un poco más adelante, en el pozo, la mitad superior del cuerpo parecía estar sumergida en el agua, boca abajo, y la parte inferior quedaba fuera, sobre las rocas. Tu padre, horrorizado, se acercó por si aún quedaba alguna esperanza y al intentar sacarla del agua se quedó con la parte inferior en los brazos, desde la cintura hasta los pies. No es que la parte superior del cuerpo estuviera bajo el agua, es que no estaba.

-Pero ¿eso cómo puede ser? ¿La cortaron? No debe ser fácil algo así.

-Nunca se ha sabido cómo lo hicieron, ni qué hicieron con esa mitad del cuerpo -dijo el viejo con un rastro de rabia dibujado entre su cansancio- En el juicio repitieron mil y una veces que la iban a ocultar, sumergiéndola en el pozo y al meterla en el agua su cuerpo comenzó a desaparecer, convirtiéndose en una especie de luz verde que destellaba en el agua.

-Eso es absurdo -dije con incredulidad.

-Sí, lo es. Pero de ninguna forma consiguieron sacarles de esa historia, ni encontrar una contradicción entre ellos. Vino el FBI, investigó durante un par de semanas, recogieron todo tipo de pistas, hablaron con casi todo el pueblo, presionaron a los hermanos lo indecible y consiguieron establecer la secuencia de los hechos, aunque con un inexplicable final.

-¿Cuales fueron sus conclusiones? -pregunté algo impaciente.

-Los gemelos secuestraron a la chica en el parking improvisado para la fiesta y se la llevaron en la camioneta siguiendo el camino hacia las granjas. En un momento dado decidieron salir de la carretera con alguna intención perversa nacida de sus degeneradas cabezas y la chica aprovecho que circulaban mucho más despacio para intentar escapar. Con el forcejeo se estrellaron contra un montón de tierra y ella logró salir antes y corrió hacia el río, se supone que con la esperanza de esconderse entre los árboles. A esas alturas la rabia de los gemelos era ya enorme, la chica se les escapaba y tendrían que explicar los daños de la camioneta. La siguieron hasta el río y dado que ella había tomado unos metros de distancia comenzaron a tirarla piedras, actividad en la que eran muy habilidosos dada su larga experiencia.

-Y acertaron, por eso mi padre encontró sangre por allí.

-Eso es -confirmó el viejo- pero ella continuó corriendo y todavía tardaron bastantes metros en alcanzarla. Entonces empezaron a forcejear con ella otra vez y tratando de inmovilizarla la estrangularon. Es es lo que ellos dijeron. Entonces se asustaron y sin saber que hacer con el cadáver sólo se les ocurrió ocultarlo bajo el agua.

-Y aquí llega el inexplicable final -me anticipé.

-La arrastraron hasta el pozo y al meterla en el agua comenzó a brillar una onda verde que se expandía por toda la superficie. Fue entonces cuando se dieron cuenta de que el cuerpo se estaba disolviendo. Lo dejaron donde estaba y así es como lo encontró tu padre, boca abajo, parecía medio sumergido en el agua.

-¿Y las heridas de los gemelos? -pregunté.

-Esa parte me la creo del todo. Dijeron que una vez abandonado el cuerpo se miraron durante un segundo y sin razón aparente comenzaron a pegarse de una forma salvaje hasta quedar ambos inconscientes.

-¿Y nunca se encontró la mitad superior del cuerpo? 

-No. Buscamos por todas partes, en el pozo, río abajo, en los campos aledaños de la carretera desde el pueblo hasta el final del condado, hasta en la pocilga de tus padres. Nunca apareció ni la mínima pista -la pesadumbre le abatió de nuevo- Fue terrible para su familia, tener que enterrar sólo la parte inferior. Se marcharon de aquí al día siguiente y con ellos muchas otras familias. La fiesta del pueblo no se volvió a celebrar nunca más, claro.

-Vaya es una historia terrible. Desde luego, me alegro de no haber conocido a mis tíos.

-Se los llevaron a la ciudad y no les volvimos a ver, de los tribunales fueron directos a la cárcel con la sentencia a muerte. Tu abuelos y tu padre tuvieron que lidiar lo suyo con el resto del pueblo, aunque los más cercanos nunca les dimos la espalda. A los gemelos les ejecutaron enseguida y con ello la tensión con tu familia se apaciguó bastante. Algunos meses después empezaron los problemas con tu padre.

-¿Conoce esa parte también? Es otra de esas cosas que nadie tuvo a bien explicarme.

-Sería difícil hacerlo sin contarte la historia desde el principio. No creo ni que tuvieran las fuerzas suficientes. Supongo que puedo contártela, no hay razón para no hacerlo.

-Pues adelante, Walter, haga el favor.

-Al principio, los primeros días, tu padre estaba desolado. Desde el primer segundo se culpó a si mismo por no haber controlado a los gemelos en todo momento y la cosa empeoró porque Tim, tu abuelo, reforzó esa misma idea diciéndole a gritos que el culpable había sido él por no haber vigilado a sus hermanos la primera vez que iban al baile. El pobre Tim estaba fuera de sí y dijo aquello, no sé, como un arrebato sin sentido, no porque lo pensara de verdad. Creo que sólo necesitaba culpar a alguien que no fuera él mismo. También se sentía culpable, claro. No sé, lo dijo como una de esas cosas que decimos las personas bajo una fuerte presión. El caso es que tu padre interiorizó aquello de una forma enfermiza y quedó abatido durante varias semanas desolado por aquella certeza. Sólo Belinda, su novia, tu madre, consiguió sacarle de aquella penumbra para que siguiera viviendo, a base de cariño y dulzura.

-No me imagino a mi madre en el papel de una novia dulce y cariñosa -no pude evitar el comentario.

-Pues lo era. Desde luego que lo era. Para todos era una situación insoportable, sólo de pensar en lo que estaba pasando la familia de la chica, en el daño inconcebible que habían causado los gemelos, quedaban partidos en dos del dolor. Tu madre fue la única que consiguió mirar hacia delante. En fin, que pierdo el hilo. La cuestión fue que tu padre empezó a ir al río, al pozo, imagino que para enfrentarse a lo que consideraba su responsabilidad. Se sentaba allí y pasaba un par de horas en la soledad supongo que rezando o pidiendo perdón. Hasta que un día volvió entusiasmado diciendo que había visto a la chica, que estaba moviéndose en el agua, dibujando círculos con las manos, cantando una canción. Todo el mundo se asustó mucho, pensamos que se había vuelto loco bajo toda aquella presión que él mismo se había impuesto. El insistía, con todo tipo de detalles, removiendo el alma de todos los que le escuchaban. Eso fue demasiado para tu abuelo. Aquella noche sufrió un infarto y amaneció muerto.

-Joder. ¡También su muerte está relacionada con esta desgraciada historia!

-Sí, fue insoportable para él. Toda esta historia. Ya te he dicho que era un hombre de bien. Tu abuela me dijo que sabía que moriría esa noche, lo vio en sus ojos, que había renunciado, que no podía seguir. Fue otro mazazo para la familia, pero estaban tan hundidos que ni se dieron cuenta.

-Puedo asegurarle que mi abuela veía la verdad en los ojos de la gente, señor Walter -reflexioné- En fin. Imagino que fue muy duro, pero ¿qué pasó después con mi padre? Estábamos en que siguió yendo al río para ver a la chica y contándolo a la familia.

-Sí, parecía una forma de desahogo. Volvía del río y le explicaba a tu madre o a tu abuela que había hablado con ella y que ella le había dicho que no era el culpable de su desgracia y que si lo era le perdonaba. Que si los gemelos estaban muertos todo estaba bien. 

-Y a nadie se le ocurrió…

-Ya lo creo. Yo mismo fui al río a echar un vistazo, pero no vi a nadie, nada extraño. Mis ayudantes igual, pasaban por allí cada vez que iban a las granjas y nunca vieron a nadie. Hubiera quedado todo así, como una alucinación generada por la mente de un chico que se siente culpable de algo terrible, que le viene muy grande y no puede superar, hasta que tu abuela, harta de la persistencia de su hijo al afirmar que se veía con la chica, bajó un día al pozo. Dijo que ella sí la vio. Y que hablaron, pero nunca nos contó qué se dijeron, sólo le prohibió a tu padre volver por allí y a cualquiera de la familia acercarse al río. Ella juró que jamás volvería.

-Entiendo, esa prohibición también llegó hasta mí, pero me la salté. Igual que mi padre.

-Así es. Tu padre siguió bajando al río, hasta que un día no volvió. Le encontramos en el agua, boca abajo, ahogado, flotando en el pozo -contó el viejo con tristeza- Pero ¿has dicho que tu también desobedeciste, que fuiste al río? Acaso…

-Sí, la vi, hablé con ella, hace años. Yo era pequeño y ya no tengo claros todos los detalles. Recuerdo que al principio nos ayudó, salvamos una cosecha gracias a ella. Luego pronóstico la muerte de mi abuela y también me dijo que mi familia tenía riquezas que tiempo después resultaron ser los campos de petróleo. -dije mientras escrutaba la expresión de Walter, tratando de ver si pensaba que mi historia era una patraña- Pero el día que estuve allí con mi madre mostró otra cara. Mi madre estaba fuera de sí, como superada por todo lo que había vivido alrededor de las desgracias relacionadas con la chica, por el dolor acumulado por la muerte de mi padre, la presión de los últimos años cuidando de la familia y la granja. Creo que la chica del río aprovechó esa desesperación para hacer que muriera ahogada.

-No te voy a discutir nada, ni a intentar convencerte. Todo esto de tu familia y esa alucinación colectiva es bastante absurdo y también inquietante, pero nadie puede ayudaros si elegís vivir así. Sin duda sería mejor que vierais a la chica feliz en su vida en el más allá, en lugar de creer que estáis marcados por su implacable venganza.



Anduve un rato por el pueblo, dando vueltas sin dirección. Tratando de asimilar toda la información que había obtenido sobre mi familia, la sucesión de desgracias que nos habían sobrevenido. Y por momentos empecé a sentir algo de simpatía por mi madre, dándome cuenta de que me había creído mi versión incompleta, sin pensar que no pude ver el principio, cuando sacó a mi padre de la depresión, cuando le ayudó a sobrellevar su gran carga. En fin, debía tener muy buen corazón para no desaparecer de la escena en aquel momento y también para sacarme adelante durante tantos años áridos y escarpados. Es fácil entender que la amargura la apresara tras tantos sacrificios, sin ninguna alegría. De pronto me arrepentí de muchas pequeñas cosas, quizá tampoco yo había ayudado en algunos momentos. Pero, joder, era un niño.

Cuando quise darme cuenta mi caminata había tomado la carretera de las granjas, hacia mi antigua casa. Pasados unos kilómetros vi un montón de tierra a un lado y elegí creer que era precisamente ese contra el que se había estrellado la camioneta aquella noche. Por allí bajé hasta el río y me imaginé las piedras removidas, el rastro de sangre, y caminé por la ribera hasta el pozo sin decidirlo. Estaba vacío y muy tranquilo, no estaba la chica y sólo se escuchaba el trinar de los pájaros.

Me senté en las piedras, frente al agua, pensando en cómo debió sentirse mi padre aquella primera vez que fue allí tras el asesinato cometido por sus hermanos. Seguramente pidió perdón a la chica, quizá en voz alta, seguro que se disculpó diciendo que nunca se había imaginado que los gemelos podrían hacer algo así, que él podría haber estado más pendiente de ellos aquella noche pero nunca había pensado en que algo tan horrible pudiera suceder. 

-Y que si pudiera echar el tiempo atrás cambiaría algún pequeño detalle y todo aquello no habría sucedido. Porque al final, tantos pequeños detalles habían contribuido a la fatalidad que parecía que más que una casualidad se trataba de una conspiración. Eso es todo lo que decía tu padre, lo que repetía una y otra vez. Muchacho Montgomery, has crecido.

-Sólo te mueve la venganza ¿verdad? -dije sin sorprenderme por su repentina aparición- Te las arreglaste para que mi padre muriera y para que mi madre se ahogara delante de mí.

-No me quites méritos Muchacho Montgomery. ¿Te olvidas de tu abuelo? Murió pensando en mí, por pensar en mí, podría decirse. ¿Y tu abuela? Resistió mucho pero ¿cuánto sufrió? No creerás que eso fue por nada. Fui yo, pesaba en su conciencia, durante años y años un lastre insufrible, un dolor que corta las entrañas, una angustia que no deja respirar. Perdió la cabeza. Sólo por mí.

-Pero ¿por qué? ¿Qué has conseguido con todo esto?

-Se lo dije a los gemelos amado muchacho, en mis últimos estertores saqué fuerzas para eso, desde este mismo momento no escaparéis de mi venganza, os seguiré siempre desde la muerte, a vosotros, a vuestra familia, hasta que nadie de los vuestros pueda recordar, hasta que ninguno sepa por qué os persigue la desgracia. Y se lo repetí a tu abuela MM, le dije que sería implacable con todos vosotros.

-¿Y cuándo acabará tu venganza? Sólo quedo yo. ¿También conseguirás de alguna forma que me ahogue en este maldito charco?

-Tú eres especial, mi pequeño. También se lo dije a tu abuela, la segunda vez que vino.

-¿Rompió su juramento y volvió a verte? -pregunté extrañado.

-Sí, pequeño Muchacho Montgomery, y lo hizo por ti -dijo ella con la alegría contenida de quien entrega un regalo de Navidad muy especial-. Cuando tu naciste vino a verme, a implorarme, a suplicarme que mi venganza no cayera sobre ti, que tuviera en cuenta que ni siquiera habías nacido cuando mi desgracia aconteció. Me dio mucha pena la pobre mujer, bajar aquí a verme, rompiendo su juramento, en un intento desesperado de salvar a su nietecito.

-¿Y? -pregunté dubitativo.

-¿Y? Eso sí que es concisión, mi pequeño -dijo riendo- Pues depende de ti. De ti depende acabar aquí ahogado o que los dos salgamos caminando. Muchacho Montgomery, ¡qué grande estás!



Era de noche pero conseguí localizarla. La piedra no explicaba mucho pero sí lo suficiente para saber que estaba en el lugar correcto. Escarbé con mis propias manos, removí, mis uñas se rompieron y mi sangre se mezclo con la tierra, manchó la madera. No pesaba mucho. Mientras lo llevaba en brazos, en algunos momentos, si hacía un movimiento brusco, noté como algo se desplazaba en su interior. No me dio miedo, al contrario, era como si me estuviera diciendo que hacía lo correcto.

Cuando llegué de nuevo al pozo estaba amaneciendo. No dude, no perdí en tiempo en ceremonias, no pensé en círculos que se cierran, ni en la confabulación de la justicia natural. Sólo deslice el pequeño ataúd en el agua. Ni siquiera me sorprendió que se deshiciera en una especie de luz de color verde que se expandía con timidez hacia el centro del pozo. No me sorprendió que otra luz similar, del mismo color e intensidad, se dirigiera a su encuentro de una forma mucho más impaciente, incontenible.

Se unieron en una especie de suspiro materializado en un resplandor verdoso, casi cegador.

Parpadeé y cuando pude ver de nuevo el agua estaba en calma, pero su voz desvió mi atención.

-Adiós, Montgomery -dijo la chica desde la otra orilla, apoyada, orgullosa, sobre sus dos piernas- ¿Ves? Ya no soy una flor de loto. Estaba algo cansada de eso ¿sabes? Me voy. Me apetece caminar un rato, estirar las piernas como se dice. 

-Adiós, chica del río.

Ella caminó unos pasos, alejándose del pozo, pero de pronto se dio la vuelta, como si hubiera olvidado algo.

-Montgomery. Si una noche paso a verte durante uno de mis paseos, no te asustes, no te haré daño. Sólo será para echarte un ojo, le prometí a tu abuela que cuidaría de ti. 

Hey! Ho!



Scorpions - Return to Forever