viernes, 20 de abril de 2012

El barrio antiguo.

He vivido toda mi vida en una zona lujosa de la ciudad que ofrece todas las comodidades y servicios que puedan imaginarse, por lo que hasta hace poco no acostumbraba a visitar el centro con frecuencia. Y si hablamos del barrio antiguo apenas había pasado por allí 3 ó 4 veces en toda mi vida, ya que es una zona algo degradada y vieja, con calles oscuras y estrechas en las que huele mal, pobladas por inmigrantes y gentes de las clases más bajas, donde son frecuentes los hurtos y otros delitos, todo lo cual me producía una gran sensación de inseguridad y me resultaba complicado sentirme cómodo por allí.

Pero después de aquella visita he vuelto muchas veces. No fui por gusto ni porque me apeteciera, sino porque me convenció mi amiga Inés que reside voluntariamente allí y que es una admiradora del ambiente bohemio que encuentra en los cafés, en los pequeños restaurantes, en las calles milenarias y en las plazuelas habitadas por señoras haciendo punto, por jubilados y vendedores ambulantes ofreciendo todo tipo de objetos, en las que apenas se puede andar entre los grupos de jóvenes sentados en el suelo y los niños corriendo y empujando a todos los demás. Todo esto, que a mí me horrorizaba, le parecía a ella maravilloso y de una vitalidad contagiosa.

Así que aquel caluroso día de finales de verano quedamos a media tarde en una de aquellas plazas con la intención de tomar unas cervezas en un par de bares y cenar después en un restaurante vietnamita. No soy amante de las comidas exóticas, pero tampoco sé cómo negar algo a Inés, así que me encontré esperándola en aquella plaza bajo un sol castigador y soportando los ruidos y bocinazos de los coches, el humo de los escapes de los autobuses, mientras observaba la extraña variedad de personas que pasaban por allí. Obreros vestidos con buzos azules que volvían de trabajar, señoras que entraban en una y en otra tienda haciendo la compra, jóvenes  mal encarados sin nada que hacer intimidando con sus miradas feroces a todos los que pasaban cerca.

Inés siempre llega tarde a las citas y aquel día no fue una excepción, por lo que tras veinte minutos de espera terminé aburrido y agobiado en aquel entorno que me parecía  absolutamente hostil. Cuando por fin llegó, ataviada con un vestido largo de color oscuro, que me pareció impropio teniendo en cuenta el calor imperante, y unas horribles sandalias de cuero, ni siquiera intentó una disculpa. Ni por llegar tarde, ni por hacerlo con aquellas pintas. Qué calor hace, vamos a tomar algo a un sitio que hay aquí cerca y que me gusta mucho –me dijo.

Paseamos por un par de calles adoquinadas, antiguas y sucias. Yo tenía la impresión de que todas aquellas personas de pinta extraña con las que nos cruzábamos nos miraban mal, amenazantes, cómo preguntando qué hacíamos en su territorio, pero Inés estaba claramente en su salsa, así que no dije nada para que no empezara a pensar que soy un clasista paranoico. Enseguida llegamos al local, lo cual agradecí pues entre el calor, el barrio y sus habitantes no me encontraba exactamente cómodo. El café no era nada del otro mundo, un local muy sencillo con mesas de mármol y metal forjado, antiguo y sobrio. Yo no fui capaz de apreciar su supuesto lado bohemio, aunque reconozco que tengo dificultades para distinguir entre lo bohemio y lo cutre. Digo esto sin ánimo de ofender, simplemente es así, cada cual tiene sus limitaciones.

Nos sentamos en una de las mesas, yo de cara a la puerta y ella mirando hacia el interior del local. Desde mi sitio, a través de las grandes cristaleras y de la gran puerta acristalada, tenía una excelente vista de la calle y de las variopintas gentes que la transitaban, lo cual me alegró pues así podría observarles sin disimulo y sin que se pudieran percatarse.

Pedimos unas tazas de té, bebida que me repugna, pero es que mi amiga dijo que era lo mejor para combatir el calor, lo que toman los tuaregs en el desierto. Menuda memez, con un sol abrasador y cincuenta grados se van a poner a hacer un fuego y a hervir agua para refrescarse, no te digo. Sin duda hubiera preferido una cerveza muy fría pero no me pareció muy educado desatender de esa forma sus recomendaciones, por lo que tuve que ingerir aquel brebaje caliente que me hacía sudar y sentir mucho más calor. Inés comenzó a contarme las últimas novedades acontecidas en su vida, algunas anécdotas de su trabajo en la biblioteca pública y cotilleos sobre amistades comunes. Hasta aquí la conversación fue amena y agradable y yo estaba muy atento, pero después de un rato comenzó a explicar lo bien que se vive en el barrio antiguo, la bondad de sus gentes sencillas y la humanidad que transpiran aquellas calles, y yo fui incapaz de seguirla, fui perdiendo el interés en la conversación y poco a poco me sumergí en la observación de los transeúntes entre algún monosílabo que confirmara mi presencia.

Vi pasar a un par de mujeres con burka, con aquel calor, a un africano vestido solamente con pantalones cantando en voz alta, a varios mochileros ataviados con ropas holgadas y baratas y con aspecto de no haber pasado por la lavadora en varias semanas, un chico en bicicleta calzado con unas chanclas…

-¿Me estás escuchando? –dijo Inés.

- Por supuesto. Sí, sí… Decías lo de tu vecina que es un poco bruta pero muy buena persona –respondí agarrando por los pelos sus últimas palabras.

-Ah, vale. Me parecías ausente.

-No. Es el calor que me tiene aturdido, o igual son las hierbas de esta bebida, que vete tú a saber –bromeé.

-Bueno, pues lo que te decía. Tiene cinco hijos y baja a ayudar en el bar de su marido y…

La calle se apodera otra vez de mi atención, un señor que aparece por la derecha empujando una pequeña carreta repleta de quesos y envases de miel casera, ofreciendo sus productos a todos los que tiene cerca. Por la izquierda una señora oronda y sonrosada, portando una calabaza enorme que sobresale de su bolsa de la compra- ¿Qué se podrá cocinar con eso? –me pregunto. Un anciano pasea despacio con las manos a la espalda. Entonces de derecha a izquierda camina una señora bajita y delgada que lleva en los brazos un gran sofá de tres plazas. Por un momento creo que ha sido un efecto óptico o que lo lleva en una carretilla que no he podido ver, o algo así, pero no, no, claramente lleva el sofá en sus brazos, y estoy a punto de interrumpir a Inés para que ella también mire y ratifique que es una imagen imposible, pero no me atrevo a interrumpir su relato de esa forma por temor a que quede patente mi  falta de atención.

Además, a los pocos segundos otra imagen sacude aún más mi capacidad de comprensión y me deja todavía más sorprendido. También por la derecha aparece un señor portando una gran cama de matrimonio que está perfectamente hecha, con su colcha y su almohada desafiando a la ley de la gravedad. Inmediatamente, por el mismo lado otro señor hace equilibrios con una gran mesa de comedor y seis sillas a juego. Estoy tan impactado por este imposible desfile de portadores de objetos que de ninguna forma puede mover una sola persona, y preguntándome a la vez si será verdad que en la turbia bebida han puesto alguna clase de droga, que he olvidado por completo a Inés, la conversación y fingir que estoy escuchando.

-Antonio, tío, claramente no me estás haciendo ni caso. Pero ¿qué miras con esa cara? –dice mientras se gira justo a tiempo para ver al señor que transporta la mesa y las sillas apiladas sobre ella.

-Es que está pasando un montón de gente llevando en brazos las cosas más inverosímiles, un sofá, una mesa y sus sillas, una cama enorme –respondo con aire de incredulidad y esperando que ella comparta mi estado de absoluta sorpresa.

-Eso es que alguien ha muerto –responde.

-¿Qué….?

-Ya te he dicho antes que en este barrio la mezcla cultural, de ritos y de creencias ha recuperado algunas tradiciones ancestrales y cuanto más se practican más viejos secretos se desvelan y más posibilidades y habilidades que teníamos olvidadas vuelven a estar disponibles –comenta con naturalidad.

-No sé que quieres decir –respondo- ¿Qué si alguien muere entonces sus vecinos se pueden llevar legalmente sus muebles y posesiones pues de nada le sirven ya al finado?

-No, no, en realidad eso sería muy poco enriquecedor, al menos comparándolo con la realidad. Mira, lo mejor es que nos acerquemos y que tú mismo puedas vivir la experiencia –dice mientras se levanta sin esperar a que yo me declare de acuerdo- Venga, vamos.

Salimos del bar hacia la derecha, cruzándonos con más personas que portan objetos de lo más variopinto, un espejo de baño, taburetes, una nevera, el marco de una ventana y todos ellos parecen felices y satisfechos, admirando cada pocos pasos el objeto que llevan. Yo no me lo explico pero Inés continua avanzando sin mostrar ni pizca de curiosidad, como si nada pasara. Nos acercamos al portal de un viejo edificio en el que veo entrar a varias personas y salir a un niño muy contento con una gran alfombra de colores -Bueno, es aquí –dice Inés- Ahora vamos a entrar y lo único que tienes que hacer es obedecerme en lo que te diga y dejarte llevar. No tengas miedo.

Subimos al segundo piso y nos ponemos los últimos en una fila de personas que esperan ante la puerta de una habitación. De vez en cuando la puerta se abre y sale alguien con aire de satisfacción llevando algún objeto y entonces entra otra persona y permanece allí unos minutos. Cada vez que la puerta se abre estamos más cerca y todas las veces intento escudriñar algo de la otra habitación, pero apenas he podido ver una cómoda y los pies de una cama cuando ya me encuentro el primero ante la puerta, esperando mi turno.

Vuelve a abrirse y sale una mujer que levanta una cocina de carbón y que me sonríe con cara de felicidad. He tenido suerte –me dice- pocas cosas producen mejores momentos de satisfacción. Inés me empuja hacia la habitación, mientras me pregunto cómo es posible que aquella mujer mueva con tanta facilidad una cocina tan pesada y que además esté contenta porque le haya tocado en suerte un elemento tan anticuado como aquel, al que difícilmente podrá dar uso en estos tiempos. Pero mis pensamientos se interrumpen pues me quedo paralizado cuando miro hacia la cama y al anciano evidentemente muerto, muy muerto, vestido con un viejo traje, que yace allí tendido, con la boca muy abierta.

-Bien –dice Inés- ahora recuerda lo que te he dicho. Déjate llevar. Intenta olvidar que estás ante una persona muerta. Abre tu mente y trata de abarcar la realidad completa. Comprende que este hombre vivió muchos años y acumuló muchas experiencias, muchos éxitos, fracasos, amor, odio, tristeza, felicidad, enfermedades, placer y que de todo ello aprendió y en cierta forma se hizo un poco sabio y que es seguro que para adquirir la misma sabiduría tendríamos que vivir los mismos años que él. Y si todo esto se perdiera continuaríamos el ciclo inerte sin fin en el que vive la humanidad desde hace tanto tiempo, desarrollando avances en tecnologías y procedimientos pero repitiendo una y otra vez el aprendizaje sobre la sabiduría vital y volviéndolo a perder cada vez, sin poder acumularlo, sin opción a seguir construyendo sobre lo ya construido.

Pero esto no siempre ha sido así –continúa- Antes de volcarnos en el desarrollo de las cosas que nos son de utilidad, ya llevábamos milenios acumulando capas y más capas de sabiduría, de experiencia en la vida. Y aunque luego nos olvidamos, esa habilidad la seguimos teniendo, solamente hay que despertarla y ponerla en práctica. Es un proceso necesario para volver a equilibrar lo que somos con lo que queremos ser.

La miro confundido, entre la comprensión, la certeza y el temor, intuyendo que lo siguiente que va a decir me va a dar mucho miedo, que preferiría no saberlo.

Ahora tienes que pedirle a este hombre que te deje su legado, hazlo de corazón, con la única intención de enriquecer tu conocimiento de ti mismo, de crecer y de ser mejor persona. No te costará pues estás ante la muerte, que es una verdad absoluta. Cuando percibas que tienes permiso mete la mano en su boca, muy adentro y muévela hasta que encuentres algo, entonces lo sacas y ese será el regalo de su experiencia que te corresponde como ser humano.

-¿Quieres decir que así voy a adquirir toda la sabiduría que este hombre acumuló con sus experiencias a lo largo de la vida? –pregunto asustado pero incapaz de salir de allí, de huir.

-No. Eso sería muy peligroso pues entonces todos terminaríamos haciéndonos demasiado sabios y poderosos. Lo que recibirás será una parte de su aprendizaje, las lecciones vitales que más te cuesta aprender. De esa forma tu vida será más plena y estarás más preparado para acumular más conocimientos de otras personas que se van y a su debido tiempo tendrás un valioso legado que transmitir.

No me resisto dado que tengo la total convicción de que me encuentro ante un destino inexorable, le pido mentalmente a este hombre que me perdone por lo que voy a hacer y meto la mano en su boca con decisión, rozando su lengua húmeda, haciendo algo más de fuerza para bajar por la garganta estrecha y pegajosa.  Entonces percibo un gran hueco y empiezo a mover la mano en todas direcciones, intentando olvidar que tengo el brazo metido hasta el codo en la boca de un cadáver. A los pocos segundos palpo algo sólido, lo hago con bastante precaución pues se me acaba de ocurrir que igual agarro uno de sus órganos internos y termino sacando su hígado o algo así. Pero no, se trata de un objeto muy duro, que claramente no es parte de un cuerpo humano, sino algún objeto estrecho de madera. Tiro con fuerza y tras mi brazo pringoso aparece mi mano portando un alargado objeto.

-Un perchero –digo confundido- Pues no entiendo cómo este objeto puede aportarme un mínimo de sabiduría.

-Ya. La primera vez ninguno entendemos –responde Inés- Bueno, en realidad nunca entendemos por qué ese objeto concreto, aunque sí que intuimos que por su función o características algunos han acumulado  más momentos felices que otros. Pero después de la primera vez ya sabemos que no es necesario preguntarse nada, simplemente llévatelo a tu casa y poco a poco recibirás tu regalo. Lo asimilarás.

Y eso fue lo que hice. Me fui a mi casa con el perchero y lo puse en un rincón de mi despacho, estancia poco frecuentada por mi mujer y mis hijos, para que no me hicieran preguntas al verlo. Podría haberme inventado mil historias que justificaran su presencia allí pero no quería perder el tiempo con eso, solamente me interesaba comprobar que ocurría con el perchero una vez estuviera acomodado en el lugar apropiado.

No puedo explicar claramente que es lo que aprendí, pero empecé a ver el barrio antiguo y a sus gentes de otra forma. Con cierto interés. Me pasaba por allí con frecuencia y fui conociendo gente y haciendo amigos que en principio no tenían vínculos ni cosas en común conmigo, se podría llamar amistad por amistad. Podría parecer más apropiado pensar que me hice más tolerante, pero supone simplificar en exceso lo que fue un aprendizaje  amplio y profundo. Y mientras iba avanzando en este terreno y sintiéndome más cómodo con aquella gente sencilla a la que antes jamás me hubiera acercado, el perchero se iba haciendo más y más viejo, se rajó, se astilló, a cada minuto estaba más potroso, hasta que un día me encontré con un pequeño montón de cenizas en su lugar. Y entonces recordé las palabras de Inés, lo había asimilado.

Después tuve muchas oportunidades de seguir aprendiendo y siempre las aproveché, un baúl, un sonajero, una silla de hierro… A veces las lecciones fueron fáciles y agradables de aprender, como aquella primera, pero otras fueron muy, muy difíciles, pues tuve que enfrentarme con mis defectos y limitaciones, con mis facetas más oscuras. Con sufrimiento o sin él, al final siempre me encontré con un pequeño montón de cenizas. Y sabiendo que el conocimiento que he adquirido, la capacidad de comprender y el bienestar que me producen, no se van a perder sino que serán mi legado, me siento muy importante, como un granito fundamental de los pilares que sujetan a la humanidad.  

Helloween - The Keeper of the Seven Keys Part II

viernes, 13 de abril de 2012

Dulces amargos. Capítulo 3.

Intenté con todas mis fuerzas liberarme de la red y de las manos de mis captores pero fue inútil, apenas podía moverme y ni siquiera pude levantar la cabeza de tan enredado que tenía el cuerpo, solamente podía ver el suelo de arena atravesado de vez en cuando por algunas extrañas tuberías de una fibra transparente, pero sin duda estábamos entrando en algún tipo de población muy cercana a la playa. Veía piernas velludas caminar a un lado y a otro, muchas pisadas en el suelo, ahora de tierra, algunas vallas y la parte baja de algunas casas de madera.  Me dejaron caer al suelo bruscamente ante otro par de piernas peludas y uno de mis captores habló:

-Alcalde, este humano acaba de llegar. Está solo. Hemos buscado por todas partes y no hay nadie más. Ha llegado solo.

-¿Sí? Esto es inaudito –contesta otra voz- nunca ha llegado uno solo. No puede llegar uno solo pues no se puede completar el proceso. No tiene sentido. Está bien. Soltadle, escuchemos que tiene que decir.
Mis captores cortaron la red con unos afilados cuchillos y enseguida me liberaron de la maraña de cuerdas que me apresaba. Me levanté rápido, con la intención de pedir explicaciones al alcalde por el maltrato sufrido. Pero al mirarle me quedé tan impactado que no pude articular palabra. El hombre, mejor dicho, el ser que estaba frente a mí era de una estatura muy pequeña, inferior al metro, pero muy fuerte y con el cuerpo entero cubierto de vello. Su aspecto no era exactamente humano, más bien parecía una mezcla de cerdo salvaje, gorila y humano. Sus ojos amarillos me escrutaban, mientras su nariz aleteaba hacia mí, olisqueándome, y sus colmillos aparecían y desaparecían entre sus labios en una sucesión de muecas bastante poco estéticas. Y los otros dos eran iguales o muy parecidos. Y el resto de la gente que alcancé a ver por allí, niños, mujeres, tenían también el mismo aspecto entre humano y animal.

-¿Has venido solo? –pregunta el ser que tengo frente a mí.

-Sí. He llegado aquí solo.

-Dinos, ¿quién eres y por qué has venido?

- Soy Miguel, el pastelero. No quería venir pero estaba mirando cómo…

-Ah –me interrumpe- El nuevo pastelero. La curiosidad. ¿No te dijo María que no debías curiosear aunque vieras cosas extrañas?

-Sí, pero, yo, quería saber qué ocurre con las personas que desaparecen. Necesitaba saber cómo… y la puerta… Pero ¿para qué…

-Silencio -me interrumpe- Tienes que volver a tu puesto ya que si no haces el trabajo para el que has sido contratado el proceso no se completará y eso es de una gravedad extrema, así que te llevaremos de vuelta a tu sitio y nunca más volverás a dar problemas.

-Pero, a ver, necesito saber qué es todo esto. ¿Qué es eso del proceso? ¿Ustedes quienes son? ¿Qué hacen con la gente que desaparece?  –pregunto indignado y muy nervioso.

-Vaya ¿de verdad quieres saberlo? Ciertamente no le veo problema, pero luego volverás a tu puesto y te quedarás quietecito porque si no es así, si no cumples con tu tarea, subiremos allí arriba a por ti y otro ocupará tu lugar. Bien, vayamos a dar un paseo hasta la célula central y te enseñaré todo. En realidad es muy sencillo.

Recorremos el pueblo sin prisa mientras todos aquellos con quienes nos cruzamos me miran con suma curiosidad. Son todos básicamente iguales, muy fuertes, velludos y con aspecto medio humano, medio salvaje, aunque no parecen agresivos. Viven en casas de madera, con el techo de ramas, que más parecen cabañas que casas, y que están desperdigadas sin orden alguno detrás de las dunas en las que me han capturado.

Llegamos al final del pueblo, una zona llana y amplia antes de las inclinadas laderas de unas grandes montañas, y nos paramos ante una extraña construcción. Es una pista circular para hacer carreras, más parecida a un hipódromo pequeño que a una pista de atletismo, pero todo el recorrido está completamente cubierto por paredes y techo de cristal transparente, de la misma fibra que vi antes. - Es para que no se escapen las luces-, me explica el alcalde.

Dentro del circuito se ve correr a cinco ciervos en la misma dirección, trotando sobre el suelo verde que no es de hierba, sino que parece  alguna clase de circuito impreso gigantesco. Los animales no van muy rápido y tienen aspecto de estar muy cansados, de llevar corriendo mucho tiempo.

A la izquierda hay una fábrica pequeña de la que sale un olor estupendo que reconozco inmediatamente, pasteles, bollos, tartas. Supongo que es aquí donde se fabrican todos los productos que vendo en la tienda y que tanta aceptación tienen en mi mundo. Junto a la puerta veo a las dos chicas que desaparecieron hace apenas una hora en mi pastelería. Están sentadas en el suelo muy asustadas, con las manos atadas a la espalda, ante una especie de enorme máquina metálica que por el otro lado parece estar conectada mediante tubos con la pista cubierta.

-¿Qué les van a hacer? –pregunto.

-Bueno. Verás, hay que completar el proceso para que todo siga funcionando. Cada una de ellas ocupará un lado de la balanza, haciendo que el equilibrio se mantenga, que todo pueda continuar felizmente y que se abra un nuevo proceso, que continúe el ciclo.

-Ya… No entiendo nada. –respondo.

-Bueno, mira, te voy a ir explicando mientras lo vemos. Ahora los obreros meten a las dos chicas en la máquina, cada una dentro de una de las prensas. Se acciona el mecanismo y las prensas se inundan de agua sulfurosa al mismo tiempo que una gran descarga eléctrica de sentido contrario se produce dentro de cada prensa. Entonces éstas bajan muy rápidamente evacuando el agua y comprimiendo los cuerpos de las chicas en menos de un segundo. Así separamos el alma. El cuerpo queda comprimido dentro dela prensa y el alma queda flotando en la bóveda de cristal superior. Ves, son aquellas dos luces azules que se ven ahora dentro del espacio acristalado, sobre la máquina. 

-Pero, pero esto es terrible. –empiezo a gritar indignado- Esto es un crimen. Son unos asesinos, que no muestran ni el más mínimo respeto por la vida.

-No, no, estás muy equivocado, muchacho. –responde- Es todo lo contrario. Sin nuestra intervención la vida aquí no sería vida, no sería posible tal y cómo la entendemos. Esto que ves a tu alrededor, este paisaje tan bonito, ¿crees que se extiende por si solo aquí en una gran cueva en el interior de la tierra? ¿No entiendes que para que esto suceda es necesario un equilibrio?

-No, no lo entiendo. Sólo sé que aquí se están cometiendo crímenes y que esto tiene que acabar.

-Escucha y lo entenderás todo. Mira, ahora una de las almas será enviada a la fábrica de pasteles y se utilizará para dar a los pasteles las propiedades saludables que tan apreciadas son en vuestro mundo y que no serían posibles de otra manera. –le miro con horror y el me mira cómo si hablara con un idiota- No pensarás que se pueden conseguir pasteles que no engordan y que producen placer y felicidad solamente con un poco de azúcar y de harina ¿verdad?

-Ya… ¿Y la otra luz? –pregunto.

-Esa irá al otro lado de la balanza. Ahora, a través de los tubos, está entrando en la pista de los ciervos que en cuanto la huelan comenzarán a perseguirla por todo el circuito hasta que logren comérsela.
Efectivamente una de las luces llega al circuito acristalado y los ciervos comienzan a perseguirla veloces, con fuerzas renovadas, con la clara intención de devorarla. El alma huye y se desplaza a gran velocidad en dirección contraria y asistimos a una persecución implacable durante muchas vueltas al circuito. Poco a poco el alma se va debilitando y los ciervos van ganando terreno y acercándose, estirando los cuellos y abriendo sus bocas, cada uno de ellos queriendo ser el primero en atraparla. Hasta que tras una vuelta agónica el alma es alcanzada por una dentellada certera que la atrapa y entonces entre todos la muerden, la desgarran, la devoran, hasta que no queda nada. Unos segundos después los ciervos empiezan a agitarse, se encabritan, saltan poseídos por una enorme explosión de fuerza interior y empiezan a correr de nuevo, pero ahora a una velocidad inimaginable, dando vueltas rápidamente al circuito y dejando tras ellos una densa estela azul que es absorbida por el circuito impreso del suelo y se distribuye a través de una red de tuberías transparentes que reparten la luz azul en todas direcciones, desde las montañas hasta la playa.

-Ya lo has visto –dice el alcalde- el alma renueva el espíritu de los ciervos, que al correr tan rápido sobre el generador producen la energía azul necesaria para mantener esta ilusión holográfica que vemos y toda la realidad virtual que lleva asociada, para que vivamos el mar, el sol, el calor, la playa, las montañas, en lugar de ver la realidad en que nos encontramos, una cueva oscura, fría e inhóspita.

Ya lo ves, las dos almas terminan produciendo bienestar y felicidad, una para vosotros y la otra para los nuestros. Es innegable que se trata de un proceso equilibrado y justo, que proporciona grandes cantidades de felicidad a dos mundos tan diferentes.

-Pero mueren personas –respondo dubitativo.

-Muchas más personas mueren allí arriba a cada momento sin ningún sentido. Sin que su muerte genere una pizca de felicidad. Eso sí que es injusto. ¿Qué crees que elegirían si tuvieran la opción de elegir?

-¿Y por qué no meten a los suyos en la máquina? –pregunto.

-Sería inútil. Nosotros no tenemos alma.

La lógica del proceso terrible al que acabo de asistir cae sobre mí como una losa. Ahora lo único que deseo es salir de allí y esconderme en mi pequeño mundo, a salvo de la realidad. Aunque hay una última pregunta que me queda por hacer.

-¿Qué hacen con los cuerpos comprimidos de las personas?

-Comida para gatos –responde con evidente orgullo- . Es un efecto colateral de felicidad, en este caso para vuestras mascotas.

El alcalde me invita a pasar el día en el poblado y a la fiesta que harán esta noche en la playa, pero le pido que me excuse pues estoy demasiado impactado para seguir allí. Los dos guardias que me capturaron me acompañan hasta el pequeño ascensor en el que me mandan los pasteles y me ayudan a introducirme en el pequeño habitáculo para retornar a la pastelería. El viaje es muy breve y enseguida pongo los pies de nuevo en mi realidad habitual en la que impera la normalidad. Recojo el mazo y la espátula, coloco la mesa de las desapariciones en su sitio, esa mesa que nunca debí mover, y me pongo a hacer la limpieza y a ordenar el local mecánicamente intentando sumergirme en la rutina.

Tardé muchos días en asimilar lo que viví en aquellas pocas horas en ese lugar sin nombre, al que he terminado llamando el obrador de mi pastelería. Hasta que terminé aceptando las normas del juego, pues ni podía cambiarlas, ni podía dejar de jugar en un papel u otro, ya fuera como parte del mecanismo o sentándome accidentalmente en el lugar inapropiado, en otro local como el mio. Y las consecuencias de esta aceptación fueron claras, nunca más volví a tener curiosidad por el modo en que funcionan las cosas que funcionan. No volví a sentir horror por las desapariciones, sino que las acepté como una parte del mecanismo vital, como parte del equilibrio y la estabilidad que necesitamos. Y nunca más volví a probar mis pasteles, quizá porque muchas veces podía recordar los rostros de las personas que eran parte de su proceso.

Ah, y nunca tuve un gato. Siempre me pareció que los gatos nos miran de una forma muy particular. Y ahora sé cual es el motivo.

Celina es una buena persona y con suficientes aptitudes para llevar el negocio. Sin embargo, si la elegí a ella fue por que es una joven bastante atolondrada, lo cual la protegerá del conocimiento durante un tiempo. Hasta que la casualidad se lo muestre. Entonces deberá recordar mi consejo. No te dejes llevar por la curiosidad si no tienes algo vital que ganar.


Bitter Sweet - The Mating Game

sábado, 7 de abril de 2012

Dulces amargos. Capítulo 2.

Durante mis primeros días como pastelero estuve muy concentrado en hacerlo todo bien para que ningún cliente notara el cambio de dueño en el servicio, la limpieza o el buen trato que allí siempre se había dispensado, por lo que no presté atención a ninguna otra cosa salvo a  mis tareas, las peticiones de la gente y su plena satisfacción. Observaba a todos con gran atención pero no ya intentando adivinar que dulces elegirían, sino tratando de averiguar si estaban plenamente satisfechos o si echaban de menos algún detalle.

Pero la señora María tenía razón, aquel negocio funcionaba casi solo, y una vez que tuve aprendidas las rutinas y el funcionamiento de la cafetera, lavaplatos y poco más, ya casi podía realizar el trabajo de forma mecánica, dedicando mi atención a otras cosas. Así que en unos pocos días estaba otra vez jugando a adivinar las elecciones de mis clientes y comprobando mis aciertos. Se me daba bien y me hubiera convertido en un auténtico adivino de las tendencias golosas de las personas si no hubiera sido por las otras cosas que accidentalmente descubrí observando a mis clientes.

Un día, cuando ya llevaba un par de semanas en el negocio, un par de amigos llegaron y pidieron unos cafés, bollos de mantequilla, donuts de chocolate y cucuruchos de nata. Se sentaron en la mesita del rincón y empezaron a dar cuenta de sus porciones mientras charlaban animadamente entre gestos de deleite y satisfacción inducidos por aquellos sublimes manjares. Yo seguía atendiendo a otras personas, preparando cafés, cobrando y entregando el cambio, pero les observaba frecuentemente intentando comprobar si se comían los dulces en el orden que había pronosticado, y estaban entre el bollo y el cucurucho cuando tuve que bajar un momento la vista para colocar una taza llena de café sobre su platillo. Al volver a mirar comprobé que la mesa estaba vacía, lo cual era imposible pues nadie es capaz de levantarse y desaparecer de la vista en apenas un segundo. Parpadeé fuerte, me froté los ojos y me pregunté si realmente los dos jóvenes habían estado allí o había sido una jugada de mi imaginación. Pero no era un sueño, sobre la mesa estaban las dos tazas con los cafés que acababa de poner y el platillo con los donuts aún intactos, como último rastro de los dos amigos. Me asusté al principio pero enseguida comencé a racionalizar y, dado que tiendo a buscar explicaciones lógicas para todo, terminé convencido de que en realidad me había entretenido bastante tiempo colocando la taza sobre el platillo y mientras tanto los dos chicos habían salido rápidamente ante alguna llamada imprevista o recordando alguna cosa importante que habían olvidado. En el fondo sabía que el razonamiento apenas se sostenía, pero lo acepté como única explicación razonable.

Al poco llegó una chica y se sentó en la misma mesa para disfrutar de su milhojas, sus palmeritas de coco y ensaimada de arándanos. La observé sin interrupción pero no pasó nada raro. Se comió todo en el orden predecible y ni desapareció, ni mostró ningún tipo de incomodidad o urgencia en ningún momento. Así que reforcé mi convencimiento racional sobre la explicación razonable.

Pero al día siguiente dos señoras se sentaron en la mesita escondida contándose historias en voz demasiado alta. Las observé sin perder detalle, pero bajé la vista medio segundo para recoger un platillo con la propina y antes de volver a mirar lo supe, supongo que por el silencio que de pronto reinaba en aquel rincón, las dos mujeres ya no estaban allí. Otra vez, sobre la mesa, quedaban como mudos testigos los dulces sin consumir y las tazas de café. Y era totalmente imposible que hubieran salido andando delante de mis narices sin que las hubiera visto.

Mi explicación razonable quedó totalmente desacreditada ante las evidencias y empecé a pensar cosas raras, quizá la gente se volvía invisible en aquel rincón por algo, o al consumir determinadas combinaciones de pasteles se producía algún efecto misterioso. Pero por mucho que observé y estudié las desapariciones que se fueron produciendo invariablemente durante los días siguientes, no encontré ningún tipo de pauta que pudiera darme una pista sobre lo que pasaba en aquel pequeño rincón. Algunas cosas sí saqué en claro, aquello sucedía una vez cada día y en todos los casos cuando había dos personas sentadas en la mesita. Nunca desapareció una persona que estuviera sola.

Aquello despertó mi curiosidad hasta un punto casi insoportable pero recordaba muy bien las advertencias de la señora María, no te dejes llevar por la curiosidad, nunca entres en esa habitación, y dado que todos sus pronósticos se habían cumplido, la tienda funcionaba muy bien y empezaba a tener una situación económica sólida y segura, estaba decidido a seguir sus indicaciones y a obviar todas las cosas raras que pudiera notar. Sin embargo, a veces no podía evitar acercarme al rincón para intentar captar algún tipo de señal extraña o para buscar una rendija en el suelo o algún tubo aspirador en el techo. Ideas demenciales, ya lo sé, pero necesitaba saber a qué se debían aquellas desapariciones y su repetición constante me estaba llevando a razonamientos paranoicos.

Después de unos cuantos días teniendo constancia de más y más desapariciones mi estado de ansiedad era muy notable y ya era evidente que no podría resistir aquello mucho tiempo sin investigar a fondo qué estaba pasando. Sólo necesitaba una pequeña evidencia más. Nunca había conseguido ver el momento de la desaparición de todas aquellas personas, solamente tenía la certeza innegable de que ya no estaban allí y que era imposible que hubieran salido por la puerta en apenas un segundo.

Y llegó el día decisivo, un día que empezó tan normal, igual que cualquier otro, pero que terminó transformando mi visión del mundo y mi concepto de lo equitativo. Ese día aquellas dos chicas se sentaron en la mesa de los desaparecidos, así la llamo desde entonces, y no dejé de mirarlas ni un momento, no hice caso a nadie, solamente las miré todo el tiempo. Todo era normal, estaban allí charlando y riendo tranquilamente, pero en la fracción de segundo siguiente ya no estaban delante de mis ojos. Aunque en mi interior ya sabía que aquello ocurría así me quedé petrificado ante la simpleza de un hecho tan inexplicable y a la vez estaba confuso y asustado. Lo había visto suceder pero de una forma tan rápida e imperceptible que no sabía cómo sucedía. Lo repasé mentalmente una y otra vez. Era igual que en una película, en un fotograma estaban las chicas y en el siguiente no, sin más. Pero no, no, algo pasó en un momento determinado, durante una milésima, una turbulencia, una especie de mínima vibración, un mínimo movimiento en la puerta que estaba tras la mesa.

Cuando llegó la hora del cierre y ya no quedaban clientes en la pastelería ya había decidido que me olvidaría de los sabios consejos de María y que investigaría todo aquello a fondo, hasta el final. Así que no comencé a recoger y a limpiar cómo hacía habitualmente, sino que me dirigí directamente al rincón y sin pensarlo dos veces aparté la mesita y me planté delante de la puerta con la firme intención de abrirla, pero no había manilla, ni cerradura, ni pude encontrar ningún mecanismo de apertura. Comprobé las paredes cercanas en busca de algún interruptor eléctrico pero allí no había nada. Resultaba obvio que aquello era una puerta, pero nadie podría decir siquiera hacía que lado se abría pues no se apreciaban bisagras, solamente las molduras decorativas y el cartelito de Privado. Lo único que se me ocurrió fue coger una larga espátula de metal en introducirla por la hendidura, entre la puerta y el marco, haciendo palanca para intentar forzarla, pero no conseguí absolutamente nada y lo intenté en el otro lado de la puerta con idéntico resultado. A esas alturas ya estaba bastante cabreado debido a la frustración que me producía no ser capaz de abrir una puerta, así que busqué un mazo y empecé a pegar fuertes mazazos en el centro de la puerta con la intención de destrozar la gran lámina de madera y acceder por ahí al otro lado.

Pero por muy fuerte que le pegara la puerta ni siquiera se abolló. No fui capaz de hacer ni una pequeña mella y aquello era inexplicable, pues uno de aquellos mazazos bien podría haber partido en dos cualquiera de las mesas del local. Y también era inexplicable el sonido que producían los golpes, más parecido al eco de un gemido que al sonido del impacto del metal contra la madera. Seguí golpeando y golpeando sin lograr absolutamente nada salvo aquellos extraños sonidos parecidos a un gruñido de dolor ahogado, hasta que de pronto una turbulencia se agitó en el panel central. Me detuve para observar aquello con toda mi atención y pude ver cómo la madera se deformaba en un rostro desfigurado y borroso, con unos ojos enrojecidos que me miraban irritados y antes de que pudiera alejarme horrorizado, una boca se dibujó apuntando hacia mí en el gesto de absorber por una pajita y me encontré volando hacia ella e inmediatamente fui engullido por ella. Dentro de la boca estaba oscuro pero se veía lo suficiente gracias a que seguía abierta en el mismo gesto. Un movimiento de la lengua sobre la que estaba tendido me hizo caer garganta abajo, deslizándome velozmente por un túnel estrecho, inclinado y resbaladizo, bordeado por dos columnas tupidas de prunos cuyas hojas rojas me golpeaban al caer. Intenté agarrarme a sus ramas pero no lo logré. Abajo, al fondo, se veía una luz, la salida de aquel extraño tubo, donde me estrellaría contra el suelo en un terrible impacto pues estaba descendiendo a una velocidad increíble. Sin embargo, cuando salí a la luz catapultado por aquel tobogán pringoso permanecí en el aire unos segundos volando gracias a la inercia de la caída y enseguida aterricé a plomo sobre un gran montón de hojas rojas.

Me sorprendió estar de una sola pieza y mientras comprobaba que de verdad tenía todo en su sitio, empecé a observar el lugar en que me encontraba. Estaba al aire libre, junto a una playa virgen, en medio de unas dunas, en un paraje bellísimo y solitario. Hacía un día estupendo, soleado y con una brisilla muy agradable, y comencé a sentirme cómodo a pesar de la inexplicables circunstancias que rodeaban todo aquello, pero precisamente después de los últimos vertiginosos minutos necesitaba un respiro, un momento de relax antes de proseguir con mi investigación. Respiré hondo y cerré los ojos. Entonces, sin aviso, algo cayó sobre mí, un entramado de cuerdas, una red, de la que intenté zafarme con fuertes tirones y movimientos. Intenté correr pero caí al suelo, y cuanto más me movía y agitaba más enredado estaba y al momento siguiente ya apenas podía moverme. Busqué con la mirada a los autores de la cacería y enseguida aparecieron dos pares de piernas desnudas, muy fuertes y velludas, que se pararon junto a mí y sin mediar palabra me agarraron de las axilas y me arrastraron hacía el interior de las dunas.


The B-52´s - Whammy!