Los lunes son días odiosos, especialmente por la mañana. En realidad todo el día, pero más por la mañana. Desde que me levanto estoy de muy mala uva pensando en que puedo anticipar a la perfección todo lo que voy a hacer en el trabajo durante la semana entrante. Leer, teclear. Mirar. Charlar un rato. Leer, teclear. Inventarme un expediente. Antonio Delano, calle La Peste, daños en tapicería del sofá producidos mientras quemaba flatulencias como método de relajación. Guardar. Llevo un registro y este es mi expediente falso número 49. No está mal, no está mal. Dice mucho de esta compañía que nadie se haya dado cuenta hasta ahora. Seguramente se podría escribir algún bestseller de management en torno a esta gilipollez. Una pena que mis inquietudes no vayan por ahí, con un librito de esos y unas cuantas jornadas de motivación al personal un poco apañadas lo tenía bien arreglado.
A la hora de comer se acerca Julio. Al menos hoy lleva migas de pan Bimbo en el bigote en lugar de otros complementos decorativos más asquerosos. Me cuenta lo que ha hecho el fin de semana, cine, McDonald's y algo de un partido de fútbol, y al final me propone ir juntos al siguiente. Apasionante plan, pelotas, bigotes e inmundicias. Le digo que soy más de baloncesto y él imbécil responde, “vale, yo saco las entradas”. Así que tengo que salir de mi mundo interior durante unos 10 minutos para explicar de nuevo a un tipo implacable que no me apetece, que no puedo, que me viene mal, que acabo de terminar una relación, que no me gusta su bigote, que soy lesbiana y bisexual. Me mira muy sorprendido y pregunta si eso es contradictorio o complementario y lo discutimos durante otros 10 minutos sin llegar a ningún acuerdo. Pero al menos queda claro que al baloncesto no vamos a ir, por lo menos juntos. Por fin se marcha con aire levemente ofendido, mirándome mal, cómo queriendo decir, que cabrona eres, si no te apetecía salir conmigo habérmelo dicho claro desde el principio.
Me coloco los auriculares y busco algún disco que me relaje un poco. Me sumerjo en los acordes de Night Train y me dejo llevar mientras vuelvo a los putos expedientes y comienzo a teclear. Pasado un rato sumida en fantásticos sueños me doy cuenta de que toda actividad se va deteniendo lentamente a mi alrededor, que todas las miradas se dirigen hacía la entrada y se quedan atentas, sin perder detalle. Yo también miro y allí está Marisa apoyada en el mostrador observándome con una leve sonrisa y un aspecto absolutamente devastador en contraste con la fealdad del entorno.
-Hola! No, que pasaba por aquí y he pensado en invitarte a un café si puedes salir un ratillo.
Bajamos al bar de Aurelio. Es el típico bareto de desayunos sin ningún encanto. Bueno, uno de los camareros, Fernando, siempre me ha despertado bastante morbo y eso se puede considerar encanto. No es que cumpla con mis cánones ideales de atractivo físico pero tiene un algo morbosillo. Si me hubiera pillado en un momento un poco tonto podría haber terminado protagonizando una versión de la afamada obra “Mi culo desnudo sobre el frío lavabo del baño”. Debe ser por la forma de moverse o algo de eso. No es su fluidez verbal, porque cuando habla lo jode todo, ese acento sevillano, absurdo en un colega de Aluche, me saca de quicio.
Fernando nos pregunta que nos apetece tomar, intentando no mirar mucho a mi espectacular amiga, digo yo que para no ofenderme dado que soy la clienta habitual. Yo pido un té con limón y Marisa un descafeinado manchadito con un chorrito de leche caliente pero sin nata, en taza pequeña, y un sobre de sacarina. Es que hasta para pedir un café es sofisticada la hijaputa. Si eso mismo se llamase descafeinado tipo A seguro que entonces tomaría Coca-Cola light sin cafeina, en vaso de tubo estrecho, con tres hielos no muy grandes y el zumo de media rodajita de limón, pero sin la rodajita dentro.
-¿Te has tirado a ese camarero? -pregunta.
-Pues no -respondo mientras la miro muy seria.
-Pues deberías. Se ve que tenéis un algo. Bueno, he venido a verte por dos razones. Por una parte porque ayer me dejaste preocupada. No sé, te veo bajo una gran presión y seguro que te viene bien estar con los amigos de siempre. La otra razón es que he estado pensando que tenemos que aclarar algunas cosas.
-Lo dices por lo que le solté ayer a aquel pesado sobre que nos acostamos, las bolleras y todo eso ¿verdad?
-Sí. Creo que hemos hecho muy mal en no hablar nunca acerca de aquella noche. La hemos dejado en un pasó lo que pasó y ya está, pero siempre está flotando entre nosotras. Y eso no es bueno.
-Vale. Aquella noche tú te mosqueaste porque dije que soy bisexual y tú quieres que sea lesbiana porque estás enamorada de mí -suelto de pronto, sorprendiéndome a mi misma.
-Joder. Realmente te estás volviendo una gilipollas enorme. Eso quisieras, monada, que todos estuviéramos enamorados de ti. Pues ya lo siento. Fue sexo sin ninguna otra pretensión. En aquel momento pareció buena idea pero luego ha resultado que no lo era tanto. María, si hubiera estado enamorada de todas las tías con las que me he acostado tendría un problema con el concepto de amor ¿no te parece? -Lo dice un poco indignada y en voz demasiado alta y ahora sí que Fernando la mira, nos mira, con creciente interés, mientra maneja la cafetera.
-Qué pena -digo. Me hubiera hecho mucha ilusión. Yo sí estoy enamorada de ti. Pero también de mucha más gente, así que supongo que eso le quita valor. Vaya, tengo un problema con el concepto de amor. En fin. Vale. La experiencia de aquel día me gustó y lo demás hay que olvidarlo. Fue una experiencia interesante, que no debemos repetir y ya está. Tampoco hay que darle más vueltas.
-Bueno, ya veo que prefieres dejarlo así. De acuerdo. Pero te repito que me parece que no es bueno -dice. Permanecemos en silencio durante un rato, escuchando atentas el tintineo de su cuchara removiendo el café- Oye, vaya oficina más cutre que tenéis y está llena de patéticos. Ese tío del bigote es vomitivo y las pibas ¿de dónde han salido?¿Las habéis abducido de los años 70?
-Hoy he tenido otro sueño -digo ignorando su comentario-. Iba caminando por la selva con un chico que era mi pareja. Eramos exploradores y estábamos en mitad de una aventura, en busca de un tesoro, y nos adentrábamos en aquella selva en busca de unas cuevas en las que estaba oculto, apartando la maleza y abriéndonos paso con nuestros machetes. De repente, él cayó en una ciénaga de arenas movedizas y quedó atrapado. Se estaba hundiendo rápidamente mientras se agitaba y aterrorizado me pedía a gritos que le ayudara. Yo cogí una rama y se la tendí para que la agarrara y así sacarle de allí. Entonces él se quedó quieto, me miró muy serio y dijo “María... esa rama es demasiado pequeña”. Miré hacía mi mano extendida y comprobé que ciertamente había escogido una ramita minúscula, delgadísima, absolutamente inservible para el propósito pretendido. No hice nada más, no dijimos nada más. Mientras él se hundía nos miramos fijamente a los ojos, yo con la ramita en la mano y él mirándome de una forma que, por encima del pavor de la muerte inminente, expresaba el dolor de una decepción absoluta. Cuando se hundió totalmente me alejé caminando por la selva, llorando levemente, afectada por la impresión de la pérdida, y a cada paso que daba las facciones iban desapareciendo de mi cara.
-Joder. María...
Cuando vuelvo a la oficina ya casi es la hora de salir así que apago el ordenador, coloco los expedientes en sus carpetas correspondientes y me marcho. Al salir digo adiós a nadie en particular y todos me responden, es decir, que de pronto he subido muchos puntos en el ranking de consideración de la oficina. Es obvio que el huracán Marisa ha pasado por aquí.
Voy en metro al taller de teatro y, mientras las estaciones y los túneles se van sucediendo como fotogramas de un documental subvencionado y por tanto carente del mínimo interés, los compases de Nebraska me sumergen en una introspección profunda y le doy vueltas a mis emociones, buscando el motivo por el que me siento tan descolocada en mi vida. No es por Ismael, eso seguro. La verdad es que es casi vergonzoso que me acuerde tan poco de él y no le dedico ni un minuto si alguien no viene a recordarme que en teoría estoy en periodo de duelo post-ruptura. No sé, creo que busco otra cosa. Estoy aquí por alguna equivocación, mi vida tendría que haber sido diferente. Merezco algo mejor, algo menos anodino, menos normal. Como siempre, termino dejando que mi cerebro se desboque, para que mi amígdala fabrique todas esas sustancias que me hacen sentir tan bien. Mi droga. Y me deslizo en un delirio profundo, pleno, altamente satisfactorio. La viejecita del asiento de enfrente le dice a su marido, “que sí, que sí, que es ella. Fíjate bien. Y colócate la camisa en su sitio, no seas mamarracho, que va a pensar esta actriz tan famosa.” Los dos tíos que hay a la izquierda me saludan tímidamente y levantan el pulgar mientras me enseñan un anuncio en el periódico, de mi última película, nominada al Oscar por la mejor interpretación femenina. Y a la derecha, tras los cristales se ve el siguiente vagón y a tres o cuatro chicas adolescentes saltando alocadas mientras me señalan emocionadas y gritan algo que no puedo escuchar. Las saludo entre agradecidas sonrisas. Otros ocupantes del tren, más tímidos, apartan la mirada cuando yo les miro. Los dos jóvenes se acercan y me piden un poco avergonzados que les escriba una dedicatoria encima del anuncio del periódico. Charlo un rato con ellos y comentan lo maja que soy, que debe ser verdad eso que dicen, que viajo en metro para mantener el contacto con la gente normal, para tener los pies en el suelo.
Cuando llego al taller me cuesta un rato volver a la cruda realidad y la desazón correspondiente me invade. Me apetece muy poco hacer nada. Me mezclo con los otros alumnos pero no me siento muy a gusto. Está Amaia, Hugo, Frank y otros a los que conozco hace un tiempo. Tengo amigos aquí pero no he llegado a intimar con nadie, es gente con la que me llevo bien, tenemos nuestros temas, pero no me conocen en profundidad. La verdad es que no me siento plenamente yo cuando estoy con ellos, quizá es que tomo muchas precauciones para protegerme. Bueno, pensándolo bien me ocurrió lo mismo en la escuela de pintura, en la academia de baile, en la universidad... así que definitivamente debe ser cosa mía y no de los otros.
O será que no dejo mucha huella. Que no puedo pasar más allá de la relaciones cordiales pero sin mucho fondo. Ni siquiera me odian aquellos con los que me he acostado en estos últimos años, como Frank que ahora sale con Amaia, que, vaya, tampoco me odia. ¿Pero qué es esto? La excepción podría ser Ismael, que sí me debe odiar teniendo en cuenta que hemos convivido un tiempo y ha visto y probado todos mis defectos y vulnerabilidades. Al principio se lo avisé, soy muy orgullosa y tengo muy mala leche si me tocan los ovarios, y al final él me explicó que si al orgullo le sumas mala hostia el resultado es la soberbia. Qué listo y qué cabrón. Bueno, bueno, habría que ver dónde están ciertos límites, que también hay mucho pusilánime envidioso. No nos olvidemos.
Será lo que sea pero últimamente no me siento a gusto en la escuela de teatro. El profesor, Agustín, me dijo que tengo que cambiar ciertos aspectos en mi forma de interpretar si de verdad quiero destacar en los casting y la verdad es que eso no me gustó, yo quiero tener mi propio estilo y ser valorada por eso y no convertirme en el producto de las opiniones o gustos de otros. También es que esta no es mi gente, por mucho que nos llevemos bien. Ya no sé si ahora me apetece ser actriz. No sé por qué me dio por ahí. Daniel se va a descojonar durante semanas si dejo otra cosa más, otra que cogí con tanto entusiasmo. Y Marisa. ¿Pero no decías que habías descubierto tu vocación, lo que siempre quisiste hacer? Y mis padres otra vez me mirarán con esa cara seria, asintiendo sin decir nada, intentando disimular la decepción, pero a estas alturas ya sin enfadarse, mostrando solamente un puntito de tristeza en sus ojos, último vestigio de las ilusiones que se fueron muriendo poco a poco desde que la trayectoria personal que habían construido con tanto esfuerzo se desvió inexplicablemente, convirtiéndose en un algo errático y caprichoso.
Vaya. Otra vez me estoy poniendo melodrámatica. De momento estoy aquí y todavía hay muchas cosas que puedo demostrar al joderollos del profesor y a los demás, la mayoría mediocres que me valoran a medias. Quién sabe, igual pasado mañana están contando por ahí que me conocen. Así que nada de flaquear, hay que plantar cara a las dificultades y seguir dando guerra.