miércoles, 28 de diciembre de 2011

Discos del capítulo IX.


The Oscar Peterson Trio. Night Train.

Bruce Springsteen - Nebraska.

El hombre de la cara ovalada. Capítulo IX.

Los lunes son días odiosos, especialmente por la mañana. En realidad todo el día, pero más por la mañana. Desde que me levanto estoy de muy mala uva pensando en que puedo anticipar a la perfección todo lo que voy a hacer en el trabajo durante la semana entrante. Leer, teclear. Mirar. Charlar un rato. Leer, teclear. Inventarme un expediente. Antonio Delano, calle La Peste, daños en tapicería del sofá producidos mientras quemaba flatulencias como método de relajación. Guardar. Llevo un registro y este es mi expediente falso número 49. No está mal, no está mal. Dice mucho de esta compañía que nadie se haya dado cuenta hasta ahora. Seguramente se podría escribir algún bestseller de management en torno a esta gilipollez. Una pena que mis inquietudes no vayan por ahí, con un librito de esos y unas cuantas jornadas de motivación al personal un poco apañadas lo tenía bien arreglado.

A la hora de comer se acerca Julio. Al menos hoy lleva migas de pan Bimbo en el bigote en lugar de otros complementos decorativos más asquerosos. Me cuenta lo que ha hecho el fin de semana, cine, McDonald's y algo de un partido de fútbol, y al final me propone ir juntos al siguiente. Apasionante plan, pelotas, bigotes e inmundicias. Le digo que soy más de baloncesto y él imbécil responde, “vale, yo saco las entradas”. Así que tengo que salir de mi mundo interior durante unos 10 minutos para explicar de nuevo a un tipo implacable que no me apetece, que no puedo, que me viene mal, que acabo de terminar una relación, que no me gusta su bigote, que soy lesbiana y bisexual. Me mira muy sorprendido y pregunta si eso es contradictorio o complementario y lo discutimos durante otros 10 minutos sin llegar a ningún acuerdo. Pero al menos queda claro que al baloncesto no vamos a ir, por lo menos juntos. Por fin se marcha con aire levemente ofendido, mirándome mal, cómo queriendo decir, que cabrona eres, si no te apetecía salir conmigo habérmelo dicho claro desde el principio.

Me coloco los auriculares y busco algún disco que me relaje un poco. Me sumerjo en los acordes de Night Train y me dejo llevar mientras vuelvo a los putos expedientes y comienzo a teclear. Pasado un rato sumida en fantásticos sueños me doy cuenta de que toda actividad se va deteniendo lentamente a mi alrededor, que todas las miradas se dirigen hacía la entrada y se quedan atentas, sin perder detalle. Yo también miro y allí está Marisa apoyada en el mostrador observándome con una leve sonrisa y un aspecto absolutamente devastador en contraste con la fealdad del entorno.

-Hola! No, que pasaba por aquí y he pensado en invitarte a un café si puedes salir un ratillo.

Bajamos al bar de Aurelio. Es el típico bareto de desayunos sin ningún encanto. Bueno, uno de los camareros, Fernando, siempre me ha despertado bastante morbo y eso se puede considerar encanto. No es que cumpla con mis cánones ideales de atractivo físico pero tiene un algo morbosillo. Si me hubiera pillado en un momento un poco tonto podría haber terminado protagonizando una versión de la afamada obra “Mi culo desnudo sobre el frío lavabo del baño”. Debe ser por la forma de moverse o algo de eso. No es su fluidez verbal, porque cuando habla lo jode todo, ese acento sevillano, absurdo en un colega de Aluche, me saca de quicio.

Fernando nos pregunta que nos apetece tomar, intentando no mirar mucho a mi espectacular amiga, digo yo que para no ofenderme dado que soy la clienta habitual. Yo pido un té con limón y Marisa un descafeinado manchadito con un chorrito de leche caliente pero sin nata, en taza pequeña, y un sobre de sacarina. Es que hasta para pedir un café es sofisticada la hijaputa. Si eso mismo se llamase descafeinado tipo A seguro que entonces tomaría Coca-Cola light sin cafeina, en vaso de tubo estrecho, con tres hielos no muy grandes y el zumo de media rodajita de limón, pero sin la rodajita dentro.

-¿Te has tirado a ese camarero? -pregunta.

-Pues no -respondo mientras la miro muy seria.

-Pues deberías. Se ve que tenéis un algo. Bueno, he venido a verte por dos razones. Por una parte porque ayer me dejaste preocupada. No sé, te veo bajo una gran presión y seguro que te viene bien estar con los amigos de siempre. La otra razón es que he estado pensando que tenemos que aclarar algunas cosas.

-Lo dices por lo que le solté ayer a aquel pesado sobre que nos acostamos, las bolleras y todo eso ¿verdad?

-Sí. Creo que hemos hecho muy mal en no hablar nunca acerca de aquella noche. La hemos dejado en un pasó lo que pasó y ya está, pero siempre está flotando entre nosotras. Y eso no es bueno.

-Vale. Aquella noche tú te mosqueaste porque dije que soy bisexual y tú quieres que sea lesbiana porque estás enamorada de mí -suelto de pronto, sorprendiéndome a mi misma.

-Joder. Realmente te estás volviendo una gilipollas enorme. Eso quisieras, monada, que todos estuviéramos enamorados de ti. Pues ya lo siento. Fue sexo sin ninguna otra pretensión. En aquel momento pareció buena idea pero luego ha resultado que no lo era tanto. María, si hubiera estado enamorada de todas las tías con las que me he acostado tendría un problema con el concepto de amor ¿no te parece? -Lo dice un poco indignada y en voz demasiado alta y ahora sí que Fernando la mira, nos mira, con creciente interés, mientra maneja la cafetera.

-Qué pena -digo. Me hubiera hecho mucha ilusión. Yo sí estoy enamorada de ti. Pero también de mucha más gente, así que supongo que eso le quita valor. Vaya, tengo un problema con el concepto de amor. En fin. Vale. La experiencia de aquel día me gustó y lo demás hay que olvidarlo. Fue una experiencia interesante, que no debemos repetir y ya está. Tampoco hay que darle más vueltas.

-Bueno, ya veo que prefieres dejarlo así. De acuerdo. Pero te repito que me parece que no es bueno -dice. Permanecemos en silencio durante un rato, escuchando atentas el tintineo de su cuchara removiendo el café- Oye, vaya oficina más cutre que tenéis y está llena de patéticos. Ese tío del bigote es vomitivo y las pibas ¿de dónde han salido?¿Las habéis abducido de los años 70?

-Hoy he tenido otro sueño -digo ignorando su comentario-. Iba caminando por la selva con un chico que era mi pareja. Eramos exploradores y estábamos en mitad de una aventura, en busca de un tesoro, y nos adentrábamos en aquella selva en busca de unas cuevas en las que estaba oculto, apartando la maleza y abriéndonos paso con nuestros machetes. De repente, él cayó en una ciénaga de arenas movedizas y quedó atrapado. Se estaba hundiendo rápidamente mientras se agitaba y aterrorizado me pedía a gritos que le ayudara. Yo cogí una rama y se la tendí para que la agarrara y así sacarle de allí. Entonces él se quedó quieto, me miró muy serio y dijo “María... esa rama es demasiado pequeña”. Miré hacía mi mano extendida y comprobé que ciertamente había escogido una ramita minúscula, delgadísima, absolutamente inservible para el propósito pretendido. No hice nada más, no dijimos nada más. Mientras él se hundía nos miramos fijamente a los ojos, yo con la ramita en la mano y él mirándome de una forma que, por encima del pavor de la muerte inminente, expresaba el dolor de una decepción absoluta. Cuando se hundió totalmente me alejé caminando por la selva, llorando levemente, afectada por la impresión de la pérdida, y a cada paso que daba las facciones iban desapareciendo de mi cara.

-Joder. María...

Cuando vuelvo a la oficina ya casi es la hora de salir así que apago el ordenador, coloco los expedientes en sus carpetas correspondientes y me marcho. Al salir digo adiós a nadie en particular y todos me responden, es decir, que de pronto he subido muchos puntos en el ranking de consideración de la oficina. Es obvio que el huracán Marisa ha pasado por aquí.

Voy en metro al taller de teatro y, mientras las estaciones y los túneles se van sucediendo como fotogramas de un documental subvencionado y por tanto carente del mínimo interés, los compases de Nebraska me sumergen en una introspección profunda y le doy vueltas a mis emociones, buscando el motivo por el que me siento tan descolocada en mi vida. No es por Ismael, eso seguro. La verdad es que es casi vergonzoso que me acuerde tan poco de él y no le dedico ni un minuto si alguien no viene a recordarme que en teoría estoy en periodo de duelo post-ruptura. No sé, creo que busco otra cosa. Estoy aquí por alguna equivocación, mi vida tendría que haber sido diferente. Merezco algo mejor, algo menos anodino, menos normal. Como siempre, termino dejando que mi cerebro se desboque, para que mi amígdala fabrique todas esas sustancias que me hacen sentir tan bien. Mi droga. Y me deslizo en un delirio profundo, pleno, altamente satisfactorio. La viejecita del asiento de enfrente le dice a su marido, “que sí, que sí, que es ella. Fíjate bien. Y colócate la camisa en su sitio, no seas mamarracho, que va a pensar esta actriz tan famosa.” Los dos tíos que hay a la izquierda me saludan tímidamente y levantan el pulgar mientras me enseñan un anuncio en el periódico, de mi última película, nominada al Oscar por la mejor interpretación femenina. Y a la derecha, tras los cristales se ve el siguiente vagón y a tres o cuatro chicas adolescentes saltando alocadas mientras me señalan emocionadas y gritan algo que no puedo escuchar. Las saludo entre agradecidas sonrisas. Otros ocupantes del tren, más tímidos, apartan la mirada cuando yo les miro. Los dos jóvenes se acercan y me piden un poco avergonzados que les escriba una dedicatoria encima del anuncio del periódico. Charlo un rato con ellos y comentan lo maja que soy, que debe ser verdad eso que dicen, que viajo en metro para mantener el contacto con la gente normal, para tener los pies en el suelo.

Cuando llego al taller me cuesta un rato volver a la cruda realidad y la desazón correspondiente me invade. Me apetece muy poco hacer nada. Me mezclo con los otros alumnos pero no me siento muy a gusto. Está Amaia, Hugo, Frank y otros a los que conozco hace un tiempo. Tengo amigos aquí pero no he llegado a intimar con nadie, es gente con la que me llevo bien, tenemos nuestros temas, pero no me conocen en profundidad. La verdad es que no me siento plenamente yo cuando estoy con ellos, quizá es que tomo muchas precauciones para protegerme. Bueno, pensándolo bien me ocurrió lo mismo en la escuela de pintura, en la academia de baile, en la universidad... así que definitivamente debe ser cosa mía y no de los otros.

O será que no dejo mucha huella. Que no puedo pasar más allá de la relaciones cordiales pero sin mucho fondo. Ni siquiera me odian aquellos con los que me he acostado en estos últimos años, como Frank que ahora sale con Amaia, que, vaya, tampoco me odia. ¿Pero qué es esto? La excepción podría ser Ismael, que sí me debe odiar teniendo en cuenta que hemos convivido un tiempo y ha visto y probado todos mis defectos y vulnerabilidades. Al principio se lo avisé, soy muy orgullosa y tengo muy mala leche si me tocan los ovarios, y al final él me explicó que si al orgullo le sumas mala hostia el resultado es la soberbia. Qué listo y qué cabrón. Bueno, bueno, habría que ver dónde están ciertos límites, que también hay mucho pusilánime envidioso. No nos olvidemos.

Será lo que sea pero últimamente no me siento a gusto en la escuela de teatro. El profesor, Agustín, me dijo que tengo que cambiar ciertos aspectos en mi forma de interpretar si de verdad quiero destacar en los casting y la verdad es que eso no me gustó, yo quiero tener mi propio estilo y ser valorada por eso y no convertirme en el producto de las opiniones o gustos de otros. También es que esta no es mi gente, por mucho que nos llevemos bien. Ya no sé si ahora me apetece ser actriz. No sé por qué me dio por ahí. Daniel se va a descojonar durante semanas si dejo otra cosa más, otra que cogí con tanto entusiasmo. Y Marisa. ¿Pero no decías que habías descubierto tu vocación, lo que siempre quisiste hacer? Y mis padres otra vez me mirarán con esa cara seria, asintiendo sin decir nada, intentando disimular la decepción, pero a estas alturas ya sin enfadarse, mostrando solamente un puntito de tristeza en sus ojos, último vestigio de las ilusiones que se fueron muriendo poco a poco desde que la trayectoria personal que habían construido con tanto esfuerzo se desvió inexplicablemente, convirtiéndose en un algo errático y caprichoso.

Vaya. Otra vez me estoy poniendo melodrámatica. De momento estoy aquí y todavía hay muchas cosas que puedo demostrar al joderollos del profesor y a los demás, la mayoría mediocres que me valoran a medias. Quién sabe, igual pasado mañana están contando por ahí que me conocen. Así que nada de flaquear, hay que plantar cara a las dificultades y seguir dando guerra.

viernes, 16 de diciembre de 2011

Discos del capítulo VIII.

Franz Schubert - The Trouch Quintet / Death and the maiden Quartet

El hombre de la cara ovalada. Capítulo VIII.


Despierto a media tarde en el sofá, dolorida por la mala postura. Tengo una ligera resaca pero voy a salir a correr de todas formas. Así me despejo. Así me encuentro con Domingo. Esta vez tengo que conseguir que sea él que cuente, que explique todos esos misterios y de paso no acabaré otra vez incómoda por hablar tanto de mí. Ni tendré que marcharme huyendo mosqueada cómo una imbécil.

Cuando llego hasta él está sentado en el banco de siempre, distraído. Silbando la tonadilla de La Trucha de Schubert, una elección bastante peculiar cuando se trata de silbar. Me fijo en que tiene un aspecto bastante común, casi insulso, no me extraña que pase desapercibido. Enseguida se siente observado y mira en mi dirección. Sonríe con algunas partes de su cara.

-Hola Domingo -saludo muy decidida. Hoy quiero que hables tú y que me cuentes que te ha pasado en la cara y que expliques todos esos misterios que dejaste entrever ayer.

-Vale. Sin problema -responde- No tengo inconveniente, ya te dije que no quería precipitarme y asustarte otra vez y por eso he esperado a que tomes tú esta iniciativa. Si lo tienes tan claro, supongo que ha llegado el momento de explicarte una historia que probablemente está entre lo más extraño que has escuchado. - Se queda en silencio, quizá pensando en cómo empezar.
No digo nada. Solamente le miro a los ojos, o a la zona en la que deben estar sus ojos, y despliego mi mejor actitud de escucha, aunque la expectación y la impaciencia me están creando una enorme tensión interior y me dan ganas de agarrarle de los brazos, sacudirle muy fuerte y gritarle ¡suéltalo ya! Pero me contengo y espero. Paciente. Impaciente.

-Verás -comienza tras mucho pensar- yo he vivido casi siempre aquí solo, sin pareja. Ya te dije que he tenido algunas relaciones sentimentales pero casi siempre estoy solo, ya que no me duran mucho y por lo general transcurre un largo periodo entre ellas. Sin embargo, tengo cierto número de amigos y amigas que he sabido conservar a pesar del paso del tiempo. Hace muchos años, unos veinte, mi amiga Sofía, que es escritora, se fue a vivir a Nueva Zelanda buscando la inspiración de un entorno nuevo y a las pocas semanas, cumpliendo con su promesa, me envió una larguísima carta explicando los detalles de su nueva vida y acompañada de tres o cuatro fotos. En una de esas fotos me mostraba la bañera de su nueva casa, una de esas bañeras antiguas, enormes, con patas doradas. Seguramente has visto alguna en películas o en algún hotel o balneario.

-Sí -apunto- sé cómo son. Suelen ser muy grandes, profundas, y tienen un grifo enorme y llaves doradas en forma de aspa y un tapón para el desagüe.

-Exacto. Me mandaba esta foto porque se da la circunstancia de que en mi casa tengo una bañera exactamente igual, ya que me gusta coleccionar todo tipo de objetos curiosos o antiguos. Pero no fue esto lo que atrajo mi atención sobre la foto, pues precisamente estaba tomada para mostrar esa coincidencia, sino otra casualidad que me dejó perplejo. Sobre el borde blanco de la bañera que aparecía en la fotografía había tres botes, champú, gel y crema corporal. Inmediatamente me dí cuenta de que aparentemente eran iguales a los que yo tenía en ese mismo instante sobre el borde de mi propia bañera, también igual a la bañera de la foto. Corrí hasta el baño y comprobé impresionado que los botes eran idénticos, los mismos colores, las mismas marcas, los mismos tamaños, todo igual. Eso me dejó absolutamente impactado. No sé por qué razón pues también podría haberlo interpretado cómo una simple coincidencia, pero ver los mismos objetos sobre una bañera similar, en la foto y en la realidad, resultaba asombroso, magnético, y desprendía un significado misterioso e inalcanzable a simple vista. Me sentía arrastrado por los delirios de mi imaginación y casi podía ver y oír los mecanismos de la maquinaria del destino. Intuía que eso tenía un significado muy concreto y un mensaje oculto que de alguna forma era posible desvelar.

Me senté en la bañera y estuve un rato comprobando una y otra vez las similitudes, cogiendo los botes y comparándolos con los de la foto uno por uno, siempre llegando a la conclusión de que eran absolutamente iguales. Así estuve hasta que me cansé de considerar los posibles significados de todo aquello y dejé los tres botes sobre el borde de la bañera. Decidí volver al salón a releer la carta que había dejado sobre la mesa buscando alguna explicación y tras repasarla cuatro o cinco veces concluí que no había ninguna relación entre el contenido de la carta y la fotografía. Tampoco las demás fotos mostraban nada fuera de lo común, un salón, una terraza, una cocina, sin similitudes que yo pudiera identificar, sin ningún componente esotérico o inquietante. Entonces volví a mirar la foto de la bañera y mi corazón se encogió, se retorció como una esponja bajo la fuerza del puño y un lamento a medio camino entre la sorpresa y el puro terror broto de mi garganta. Los botes de la foto ya no estaban colocados en el mismo orden de antes sino en otro diferente. Mi memoria muy raras veces me traiciona por lo que al principio ni siquiera consideré esa posibilidad y después no pude hacerlo pues una  inquietante certidumbre me hizo levantarme de un salto y me dirigí hacia el baño andando rápido al principio, pero según me acercaba cada vez más despacio, avanzando con ánimo reticente, temiendo comprobar de forma fehaciente que me encontraba frente a un hecho inexplicable. Desde la puerta pude ver que después de tanto cogerlos y dejarlos había colocado los botes sobre mi bañera en el mismo orden en que ahora aparecían en la fotografía. Me quedé paralizado observando la escena, mi cuarto de baño, la luz de la tarde traspasando el espacio desde la ventana iluminando mi bañera inocente, mis botes inocentes perfectamente alineados, todos confabulando una escena casi escalofriante.

Tardé un rato en recuperar el aliento que la impresión me robó y entonces mi sentido común entró en liza y concluí que todo se debía a un recuerdo equivocado, es decir, que los botes de la fotografía siempre estuvieron en el mismo orden, que mi memoria visual por una vez había fallado. No deja de ser curioso que el sentido común necesite siempre corroborar sus conclusiones. Dejé la foto sobre el mueble del lavabo y muy decidido cambié la posición de los tres envases. Volví a la foto que yacía sobre la encimera de mármol y la observé muy atentamente, sin permitirme siquiera pestañear. Y exhalé un suspiro de alivio, a la vez que me sentía completamente imbécil por haber imaginado todo aquello y más aún por haber recolocado los botes a modo de comprobación. Pero entonces mis ojos se empezaron a nublar, mejor dicho la foto se empezó a nublar, digamos que perdió definición y ya no era posible distinguir los detalles. Empecé a marearme y me apoyé en el lavabo, abriendo mucho los ojos y parpadeando fuerte, intentando convencerme de que el problema era mío y que no pasaba nada en la fotografía. Sin embargo, cuando la definición se restauró allí estaban los tres botes, sólo que ahora en el orden que acababa de imponer en la bañera de mi casa. Caí en pánico y salí corriendo del baño, dejando allí la foto y cerré la puerta tras de mí, huyendo de aquel hecho incomprensible que era incapaz de entender y aceptar.

Me senté en el sofá todavía aterrorizado, gimiendo de miedo igual que un niño pequeño, mientras mi razón trataba de buscar la explicación lógica que se me había escapado, la fórmula matemática que demostraba que todo aquello era producto del orden habitual del universo, intentando mofarme de mi propio acojone, y poco a poco me fui calmando y la curiosidad fue ganando terreno. Aquello era algo misterioso pero ciertamente muy interesante e innegablemente cautivador para cualquiera con un poco de sangre en las venas. Tardé un par de horas en armarme del  valor suficiente para entrar al baño y cuando lo hice me encontré de nuevo frente a la evidencia. Observé un rato la foto que parecía absolutamente normal y me decidí a mover otra vez los botes, pero ahora bien preparado para lo peor, y otra vez pude ver la foto difusa, los botes que volvían a aparecer en fila, copiando el orden de los de mi bañera. Lo hice una, dos, veinte veces y me rendí ante la evidencia. Hice un gran esfuerzo por aceptar que aquello era así, sin más, sin demostración, pero aún aceptando el hecho no entendía su significado, cómo era posible y para qué servía.

Estuve observando mis botes con gran detenimiento, sentado en el borde de la bañera. Eran normales, seguían sin tener nada raro. Empecé a juguetear con una de las llaves del agua y brotó un delgado hilo que resbalaba sobre la bañera, daba unas vueltas en torno al desagüe y se perdía en él. No sé por qué pero sentí la necesidad de integrarme con el entorno, de meterme en la bañera, de participar en aquel juego extraño que no era capaz de entender. Llené la bañera de agua caliente, me desnudé y me metí dentro rápidamente, sin pensar más. Mi cuerpo sumergido se relajó y de pronto me pregunté si la foto se habría nublado de nuevo y si ahora estaría yo también retratado en ella, disfrutando del baño. Tras unos segundos necesarios para adquirir la confianza suficiente me incorporé de golpe, chorreando, y eché un vistazo a la foto. Esperé. Pero no. Todo seguía igual. La bañera y los tres botes y no había rastro de mi persona por ningún lado. Me tumbé de nuevo y me tranquilicé otra vez y logré sentirme cómodo, sin temor alguno. Y empecé a acariciar los envases, a cogerlos, a cambiarlos de sitio y de orden, por si todo aquello pudiera servir de algo, por si la casualidad me llevaba a encontrar la clave. Pero no pasó nada.

Al final me cansé y dejé un bote en el suelo, y luego otro, y luego el último. Me tumbé en la bañera, me relajé produndamente y cerré los ojos. La tensión, la confusión y el miedo acumulados se fueron liberando y me dejé llevar por el cansancio y el sopor. Pero entonces empecé a sentir un rumor creciente debajo de la bañera y muy asustado comencé a incorporarme para salir de allí, pero una fuerza inmensa empezó a succionarme, cómo si el suelo de la bañera me tragara solamente a mí dejando allí toda el agua. Intenté salir pero no pude ni levantar una mano. Me resistí tensando mi cuerpo, intentando hacer fuerza con mis pies y cabeza, pero fue inútil. Cada vez estaba más y más sumergido, el agua llegó a mi barbilla, a mi boca, a mi nariz, a mis ojos y me cubrió completamente. Abrí los ojos bajo el agua y solamente pude ver burbujas girando a una velocidad inimaginable, igual que si estuviera en el ojo de un gran remolino. 
 
Y perdí la noción de todo, del espacio sumergido en el que parecía moverme, del tiempo que necesariamente debía estar transcurriendo, de la dirección de la luz que llegaba de alguna parte. Solamente las burbujas me acariciaban, me mecían. No. Me transportaban. Me llevaban hacía algún sitio. Quizá hacía la muerte. Temí que ese fuera mi destino, morir ahogado en mi propia bañera, en cuatro palmos de agua que no me llegaría por la rodilla si pudiera ponerme de pie. Empecé a morir lentamente, a ahogarme en la tranquilidad mimosa de aquellas burbujas y esperé ver toda mi vida pasar en un rapidísimo cortometraje y busqué la luz al final del túnel para dirigirme hacía ella y encontrarme con mis seres queridos. Pero no hubo película de mi vida, ni luz resplandeciente, ni recibimientos. Solamente la falta de aire, la presión en el pecho y la resignación que de algún modo me permitía afrontar aquello con mucha tranquilidad.

Cuando todo parecía decidido de pronto me sentí libre de aquella fuerza que me atrapaba y transportaba. Me incorporé bruscamente al tiempo que aspiraba aire en una enorme bocanada salvadora. Sentado en la bañera abrí los ojos, jadeando ruidosamente, mire a mi alrededor y fui absolutamente consciente de lo que acababa de ocurrir.

Estaba al otro lado.

lunes, 5 de diciembre de 2011

Discos del Capítulo VII.

Kraftwerk - The man machine

El hombre de la cara ovalada. Capítulo VII.

Me despierto otra vez temprano, sudando a mares, atormentada por una nueva pesadilla. Esta vez estaba sobre el escenario de un teatro, haciendo una audición. Todavía puedo sentirme allí. Las butacas vacías, sin público. Solamente hay una ocupada en la que se sienta el director de la obra, que no tiene rasgos en la cara. Mi interpretación no le ha gustado nada. Dice que no le gustan las críticas destructivas pero que va a corregir mis fallos para ayudarme dado que soy una joven promesa. Saca un pincel, lo acerca a mí y me convierto en un dibujo sobre un papel. Con un movimiento de su mano me pinta un nuevo brazo y luego el otro, me cambia el peinado y el color del pelo. Borra mi nariz y dibuja otra. Dibuja otras ropas sobre las mías. Y entonces sonríe satisfecho y aparta el pincel. Vuelvo a ser estar sobre el escenario, otra vez real, de carne y hueso, pero mi cuerpo, mi cara y mis ropas son diferentes, son las que él ha pintado. Me aterra quedarme así, quiero volver a ser yo, y me pongo a gritar, a llorar, a implorar para que me devuelva mi identidad, pero él se niega, dice que así estoy bien preparada y que si de verdad quiero ser una actriz tengo que acostumbrarme desde ahora a una vida de sacrificios.

Me levanto todavía muy angustiada pero cada vez más aliviada al comprobar que se trataba de un sueño, que se va borrando dejando una leve desazón de fondo. ¿Por qué narices tengo estas pesadillas? En las dos había alguien sin cara y eso es lógico, por el hombre de la cara ovalada. Bueno, que se llama Domingo, tengo que acordarme. Si un experto analizara estos sueños seguro que encontraba un significado. Claro, que cualquiera va a un psicólogo y le dice. “Hola, ¿qué tal?, es que desde que conozco al hombre sin cara del parque aparece en mis sueños cada día”. Lo mismo salgo de allí con la camisa de fuerza o me hacen tertuliana de algún programa de la tele.

Me centro un poco. Hoy es domingo. He quedado con Marisa, mi mejor amiga, para tomar el aperitivo así que tengo que maquillarme, vestirme muy bien y aparecer impecable. Mejor que impecable espectacular. Que no vuelva a ocurrir lo de ayer con Daniel, que nadie piense por mi aspecto que me arrastro en la inmundicia. Me miro al espejo. Estoy horrible. La pesadilla ha dejado sus marcas en forma de ojeras, flacidez y otros castigos. Me lavo la cara y me aplico con dedicación a arreglar el desastre, a base de cosmética y paciencia. Quince minutos después el resultado es aceptable o al menos no hay otro mejor, así que elijo un vestido negro y unos zapatos también negros con un taconazo que da vértigo mirar al suelo

Hemos quedado en el centro y me apetece conducir un rato, así que voy en coche. Me gusta conducir escuchando la radio aunque siempre termino preguntándome por qué siempre suenan canciones de hace 20 ó 30 años cuando nunca se ha editado tanta música como ahora. Está sonando “The Robots” de Kraftwerk, discazo, muy bien pero yo no había nacido cuando ese disco salió y no estaría tan mal amenizar el presente con su propia música. Dejo el coche en el parking y salgo a la Plaza Mayor. Hace una mañana estupenda, plena de sol pero todavía la temperatura es fresquita, cómo a mí me gustan las mañanas. Marisa me está esperando sentada en una terraza leyendo su e-book, con su vestido rojo en contraste luminoso con la plaza castiza. Siempre que la veo de lejos acude a mí la misma idea, ella es el centro neurálgico de la plaza, el sol alrededor del cual rotan los planetas. Me ve llegar y sonríe con dulzura. Me mira de arriba abajo con exagerada admiración,

-Estas guapísima. Tú siempre levantando pasiones. - Dice con su media sonrisa encantadora mientras tamborilea con los dedos sobre la mesa de metal y se levanta para darme un par de besos.

Este es un momento un poco incómodo que se repite indefectiblemente con sus cumplidos desde el día en que nos acostamos. Fue hace ya muchos meses y no ocurrió por un impulso, ni por tener la guardia baja, simplemente estábamos pasándolo muy bien, en una de nuestras noches de farra y los acontecimientos fueron dirigiéndose hacía ese punto sin que nadie los detuviera. En cualquier caso, ella tiene muy claro que es lesbiana. Yo también tengo muy claro que no lo soy, pero desde entonces no sé cómo definirme. Aquella noche le dije que la evidencia apunta a que soy bisexual. Supongo ella hubiera preferido la palabra lesbiana, pues me respondió con desdén que lo que soy es tonta perdida, que los bisexuales no existen, que los que se definen así son personas con tal carencia de cariño que son incapaces de analizar su deseo sexual ante la perspectiva de recibir un poco de amor. Me sentó muy mal, aunque quizá fue porque el concepto de bisexualidad me acogía lejos de conclusiones evidentes sobre comportamientos caprichosos o erráticos y carencias afectivas. Me enfadé y le grité que aquel razonamiento era impropio de alguien de su condición sexual, pues se supone que ella debería ser más comprensiva con ciertas minorías. Me largué y nunca hemos vuelto a hablar sobre aquello. Nuestra amistad sigue intacta pero hay ciertos momentos en que ese tema, yo lo llamo el desencuentro sexual, aparece generando bastante incomodidad. Al menos yo me siento incómoda. Y ella siempre aparenta normalidad.

A Marisa yo la defino como hermosa. Llamarla bella es simplificar de forma incompleta pues este adjetivo no contiene la sensualidad, la frescura, la condición etérea, que en su caso son declaraciones de excelencia. Invariablemente las miradas de todos los presentes, hombres, mujeres y niños, están siempre sobre ella, impactados por su aspecto hermoso. La observan sin perder detalle sabiendo que no volverá a ser fácil poder disfrutar de una visión tan hermosa, aprovechando la ocasión de poder admirarla.

-Bueno, siéntate chica. -Me dice sacándome de mi ensimismamiento repentino.- ¿Cómo van las cosas? Te has maqueado mucho así que no del todo bien ¿eh?. Pero aquí estoy yo para animarte y que descubras las oportunidades de diversión y desparrame que te ofrece tu soltería. En una semana de tratamiento ni te vas a acordar de tus penas.

-No, si estoy bien. La verdad es que no estoy triste en absoluto, ni pienso en la ruptura, ni echo nada de menos. Lo único un poco chungo es que desde hace un tiempo llevo una especie de desazón vital. No sé, una infelicidad que no tiene que ver con el momento concreto y no sé de qué va. Como si buscara algo que no encuentro sin siquiera saber de qué se trata. Y eso me pone de muy mala ostia.

-No me digas que estás cansada de vivir sólo el ahora y te vas a hacer una persona responsable. -comenta sacudiendo levemente su pelo rubio oscuro, atrapando aún más la atención de todos los que nos rodean.

-No, es sólo que la gente no para de joderme -digo con una mueca de desagrado- Daniel me pegó ayer mismo un discursito que no veas. Y que en los últimos días, hablando con distintas personas, me he sentido varias veces como una inmadura egocéntrica y descerebrada.

-Bueno, no te preocupes. Los que te conocemos te queremos igual -se ríe de mí-. Oye, si quieres hablar de lo de Ismael aquí me tienes. Me imagino que al final saldría mucha mierda a relucir y a lo mejor te apetece ventilarlo un poco. Ya sabes que puedes contar conmigo para eso y para poner a parir a ese mamonazo e incluso a otros si es necesario.

-La verdad es que casi ni me acuerdo de Ismael, ni de las últimas broncas. Estoy hasta un poco preocupada por haber pasado página tan rápido.

-Tú siempre pasas página muy rápido. Es sólo que ahora por lo que sea te has parado pensar en ello. -comenta con la mirada pérdida pero sabiendo que está soltando un mandoble.

-Joder, tú también vas a hacer que me sienta como una indolente. Es una de las cosas que me dijo Daniel. Que cómo no me comprometo con nada pues tampoco me duele perderlo. Hasta que viene Paco con las rebajas y el saco de los muertos.

-Pero ¿qué hablas de muertos y sacos? -dice entre risas- Anda, cuéntame algo alegre. Seguro que ya has conocido a alguien que te interesa y por eso lo de Ismael ha quedado tan atrás, a pesar de que han pasado ¿días?¿horas?¿minutos? -se mofa de mí otra vez.

-Pues sí -me río también- he conocido a alguien que me ha interesado. Se llama Domingo. Pero no te puedo contar mucho. He charlado con él un par de veces y conectamos de una forma muy directa, muy poco habitual. He soñado con él o con algo de él últimamente. Sueños muy raros que no comprendo bien. Hay algo misterioso en él y me siento atraída. Tengo que conocerle mejor.

-Sueñas con él. Conectáis de una forma muy directa. Te sientes atraída. Vale. Todo muy raro, desde luego. Por lo menos dime si es guapo. -Dice mientras ensortija un mechón en su dedo indice, cortando la respiración de los allí presentes.

-No lo sé. Nunca he visto su cara al completo. Si veo su nariz, no veo sus ojos y si veo sus ojos no veo su boca. -digo con naturalidad. Se acaban las risas. Ella me mira muy seria y dice

-Oye, tía. Te aseguro que me estás preocupando. De verdad.

Al volver a casa me tumbo en el sofá debido a la cantidad de cervezas acumuladas y por el esfuerzo que he tenido que hacer para convencer a Marisa de que no estoy al borde del precipicio, ni del cataclismo. Esto bajo el efecto del alcohol ha sido un tanto agotador. Al final se han acercado un par de moscones bastante persistentes y hemos tenido que dejar el tema. Esos dos eran muy pesados, no se rendían de ninguna forma. Que no nos interesa salir esta noche, que ya conocemos Madrid, ¿no veis que tenemos muchas cosas que contarnos?, que nos apetece estar solas, tíos. Y el alto suelta el comentario gracioso haciéndose el ilusionado: oye, ¿no seréis bolleras?. Yo le respondo con la naturalidad de la que habitualmente me provee el exceso de alcohol. Digo que seguramente, que una noche nos acostamos e hicimos un bollo con azúcar y canela, que yo todavía no tengo muy clara mi identidad pero que mi amiga sí que tiene claro que es bollera, y les pregunto si creen que la bisexualidad es una posibilidad real o si les parece que es una cuestión de falta de cariño. Los dos sujetos me miran perplejos, piensan que me río de ellos y se marchan ofendidos por mi ataque de sinceridad que paradójicamente consideran producto de mi actitud hostil. Y Marisa me mira en silencio. Muy seria. Muy preocupada.

viernes, 2 de diciembre de 2011

Discos del Capítulo VI.

Oliver Messiaen - Catálogo de aves

Oliver Messiaen - Cuarteto para el final de los tiempos

El hombre de la cara ovalada. Capítulo VI.


Inevitable. A la misma hora de siempre estoy corriendo por el parque con la música a tope, pero no sé que estoy escuchando. Sólo puedo medir los metros, los centímetros, los pasos que me quedan hasta llegar al banco verde y encontrarme con ese hombre casi real. Quiero ser más amable que ayer, quiero ser comprensiva, hacer todas las preguntas, para entender, para determinar si es su cara lo que tanto llama mi atención o si es que hay otra cosa.

Cuando estoy llegando y desde la distancia le veo sentado en el banco, observando el mundo tranquilamente, me quito los auriculares de un tirón y me sorprende el griterío intenso de los pájaros anunciando el fin de los tiempos, el perfecto homenaje a Messiaen. Disminuyo el ritmo y me acerco andando muy despacio, mirándole, casi temblando ante la expectativa.

-Por dónde quieres que empiece -me dice sabiendo que estoy ahí, sin necesidad de verme llegar.

Me siento junto a él, pero de lado, con un brazo apoyado en el respaldo, para poder mirarle sin perder detalle.

-Dijiste que vienes aquí para sentirte en contacto con la realidad ¿Por qué aquí y no en cualquier otro sitio? -pregunto en primer lugar, sin saber por qué.

-Bueno, mi casa está cerca y el sitio es agradable. Nada más. No es que este sea un lugar especialmente adecuado para captar la energía de la tierra ni nada de eso. Al menos que yo sepa. -Su boca sonríe levemente y desaparece.

-¿Qué te pasó?¿Por qué no tienes rasgos en la cara?¿Por qué a la gente le cuesta verte?

-Es algo que ha ido ocurriendo poco a poco. Todavía está pasando. Es un proceso lento pero demoledor y no sé cómo pararlo. Es el precio que tengo que pagar por abusar de mis privilegios. Pero, bueno, ya te iré contando. - Me dice, dejándome aún más intrigada.- ¿Y tú? ¿Cual es el motivo por el que corres tan rápido, tan concentrada, con tanta rabia?¿De qué huyes?
-Mi hermano dice que soy una inconsistente incapaz de comprometerse con nada. Que arrastro una bolsa llena de relaciones fracasadas que me atormentan y que huyo de mí. Que me estoy dando cuenta de que soy un fiasco y no lo soporto -y me quedo sorprendida por mi capacidad de síntesis tras la incómoda conversación con Daniel.

-Qué simpático tu hermano, je,je. Y ¿es verdad?

-En realidad nos llevamos muy bien pero, sí, el chico no se corta a la hora de opinar. No, no es cierto, no creo que sea cierto, yo disfruto de las cosas, de la gente, las vivo intensamente pero generalmente se acaban. Quizá por disfrutarlas en exceso. Tengo a mi gente. No todas las relaciones salen bien. ¿Tú tienes pareja?

-No. Bueno, sí pero no. Vaya, esto es difícil de explicar por ahora. He tenido algunas pero siempre he fracasado, no puedo culpar a ninguna de ellas. Anhelaba mucho tener a alguien hasta que todo esto empezó. Ahora ya no. Pero antes me sentía incompleto sin una pareja y cuando la tenía estaba tan preocupado por perderla que no podía mostrarme tal y cómo soy por miedo a no gustar, supongo. -responde.- Y al final eso no se sostiene.

-Yo también siento que me falta algo muchas veces. Parece que tu anhelo es muy común, pero rara vez conocemos a personas que puedan llenar ese hueco de verdad, al menos esa es mi experiencia y lo que veo en general, así que dudo mucho que la causa del fracaso sea no mostrarnos cómo somos. Más bien parece una aspiración casi imposible. Para empezar no sé por qué razón sentimos que nos hace falta alguien para estar bien.

-Supongo que en un momento dado sufres, o temes, o no estás a gusto y empiezas a imaginarte un futuro ideal como una forma de huir del presente. Crees que te falta algo solamente porque el momento no es ideal. Empiezas una búsqueda, empiezas a buscar cosas que completen tu vida, para alejar tu infelicidad, ropa, sexo, alcohol, drogas, experiencias o amor. Terminas buscando a una persona que complete lo que te falta. Entonces conoces a alguien y crees que ya está arreglado, que ya tienes lo que te faltaba, pero sin quererlo empiezas a esconder tus debilidades, tus partes más feas, por si no gustas y resulta que el otro se va, dejándote a solas otra vez con tu infelicidad, y de esa forma la relación no puede ser honesta y termina mal. -Lo dice con evidente pesar en sus rasgos que aparecen por momentos, en un gesto de dolor.

-Vaya. Dicho así es verdad que suena coherente y hasta puede coincidir con ciertos aspectos de mi última relación. Bueno, quizá de mis relaciones en general. ¿Y por qué dices que ahora ya no anhelas tener a alguien?

-Pues se han dado algunas extrañas circunstancias que me están dejando cómo me ves, desgastado, casi borrado, sin definición, me han proporcionado tantas experiencias de amor, amistad, tantas relaciones satisfactorias que cuando vuelvo aquí no necesito tener más. No siento ese anhelo. Además cuando vuelvo aquí bastante tengo con concentrarme en sentirme vivo, con percibir el entorno.

-¿Viajas mucho? -pregunto.

-Lo que hago no es viajar. O sí, no sé. Algo parecido. Algo muy difícil de comprender por ahora pero pronto trataré de explicártelo. No quiero precipitarme y asustarte igual que ayer -comenta enarcando unas cejas que desaparecen por completo inmediatamente.- Me parece que lo primero debe ser intercambiar la información más básica, ¿no crees?. Me llamo Domingo y tengo 47 años. Tengo una librería en el centro, una de esas que se dedican a comprar y vender libros antiguos. Por mis manos han pasado muchas maravillas. Literarias quiero decir. Ja,ja,ja. Bueno ¿y tú?¿qué?

-Yo me llamo María. Tengo 31. Trabajo en una compañía de seguros, haciendo el trabajo más aburrido del mundo. Ahora vivo sola, muy cerca, al otro lado del parque -me empiezo a sentir cómoda hablando con él así que no me importa entrar en terreno farragoso.- Hasta hace poco vivía con un chico, Ismael. Pero las cosas no fueron bien, en lugar de acercarnos más al convivir e irnos conociendo mejor fue al revés. Supongo que no puedo negar una parte de la culpa, ya que no me interesaban mucho sus inquietudes, aficiones, trabajo, sus ideas, etc... de forma que cuando las mías dejaron de impresionarle por ser sobradamente conocidas la relación empezó a deteriorarse y terminamos conviviendo con un ser molesto, sin el mínimo interés. Durante un tiempo los dos nos esforzamos por esconder nuestras espinas para no ahuyentar al otro, intentado evitar el retorno a la soledad que empezaba a atisbarse. Cómo tú has dicho no queríamos volver a sentirnos incompletos. Pero yo cada día estaba más inquieta, con mi cuerpo mandándome todo tipo de señales de que aquello no iba bien. Me oprimía el pecho, tenía un nudo en el estómago y un día no aguanté más y exploté. Exploté mucho. Y él también. Así se acabó.

-Si no te interesaban sus inquietudes y demás será porque es un tío aburrido y no tiene mucho que ofrecer ¿no? -comenta con un halo de inocencia, esta vez sin rasgos en la cara.

-Sobre el papel igual no te va a parecer tan aburrido. Es biólogo y trabaja en un proyecto internacional que estudia el efecto de la desaparición de la capa de ozono. Recogiendo plantas por el campo y haciendo análisis y sacando conclusiones, compartiendo datos con tíos de otros países. Cosas así. Le gusta leer, ver películas. Lo normal. Pero, no sé, supongo que yo necesito algo más estimulante que lo normal. Trabajo en una oficina para poder comer, pero realmente soy actriz y la percepción de cosas nuevas y la creatividad son aspectos muy importantes en mi existencia. Necesito experiencias que me revelen sentimientos, que me remuevan, que me traigan sensaciones nuevas para poder expresarlas después. Experiencias que estimulen mi creatividad.

-Vaya, eres actriz. ¡Qué interesante! - dice entusiasmado- Igual has participado en alguna película, obra de teatro o en algún anuncio que pueda conocer. A lo mejor te he estado viendo todos los días en la tele sin saber que íbamos a conocernos.

-No, no, no. Acabo de terminar el taller de formación y todavía no he tenido una oportunidad fuera de la escuela. Llevo poco tiempo en esto. Es una vocación reciente. Bueno, es que hasta hace unos meses estaba muy interesada en la pintura como forma de expresión y de hecho tengo muchos cuadros de lo más raro que pinté durante esa etapa. Incluso vendí algunos a conocidos. Pero luego resultó que cuanto más pintaba más creatividad surgía y llegó un momento en que la pintura no era suficiente para darle salida y me dí cuenta de que lo que quiero ser es actriz. Me permite expresarme de muchas más formas, la voz, los gestos, los silencios. La mirada.

Mientras hablo me observa fijamente, con sus ojos intermitentes, cómo si estuviera descubriendo algo en mi interior. Alguna debilidad, algún factor que falla, una pequeña disfunción. No sé por qué pero me siento por una parte desnuda y por otra un poco avergonzada, igual que si se hubiera desvelado alguno de mis secretos inconfesables.

Empiezo a sentirme incómoda y eso me hace concluir que por hoy ha sido suficiente, así que termino diciendo que ya es tarde, que me tengo que ir y me despido y nos emplazamos para mañana por la tarde. Me marcho corriendo otra vez. Y otra vez bastante turbada. No sé por qué pero me siento un poco inconsistente.

martes, 29 de noviembre de 2011

Discos del Capítulo V.

Sonata Arctica - Wolf & Raven

El hombre de la cara ovalada. Capítulo V.


Me despierto muy temprano aunque es sábado. He dormido muy mal, atrapada en un sueño interminable en el que no tenía cara y todo el mundo se asustaba al verme. Caminaba sola por una calle, sin ver a nadie pues la gente se escondía a mi paso, aterrorizada por mi aspecto. Estaba muy hambrienta pero las tiendas cerraban sus puertas violentamente cuando entraba a comprar comida. Nadie podía soportar ver mi rostro. Un perro negro se acercaba a mí, me olisqueaba y pegaba su cara al suelo, sumiso y acojonado. Me sentía marginada y abandonada, con la certeza de que moriría de hambre lentamente y toda aquella gente se alegraría, así no estaría más tiempo rondando por su calle.

Me siento en la cama y me acuerdo del hombre de ayer, tardo un rato largo en separar la parte que pertenece al sueño del encuentro real. Y me doy cuenta de que el sueño tiene una evidente explicación después de aquella extraña conversación con tan extraño sujeto, y además me metí en la cama inmediatamente, sin cenar, dominada por una gran desazón, sin ducharme siquiera, sin quitarme la ropa de deporte con la que he dormido. Huelo mal así que me ducho rápidamente y enseguida me visto con lo primero que saco del armario, sin preocuparme demasiado. Estoy muy hambrienta y necesito hacer desaparecer la inquietud que me ha dejado el sueño saciando mi apetito así que desayuno sin miramientos.

Pongo algo de música en el equipo del salón mientras espero a Daniel, mi hermano desde el principio y uno de los amigos más cercanos con el paso del tiempo. Hemos quedado para pasar la mañana juntos y ponernos un poco al día. Bueno, sé que realmente hemos quedado porque quiere comprobar en que estado me encuentro tras el final de mi relación con Ismael. Y aquí llega con su actitud despreocupada de siempre, sabe que haga lo que haga la vida le sonreirá, que algún hada importante en el ministerio que administra la buena estrella se enamoró de él y tiene carta blanca, licencia para vivir. No es que sea guapete, ni que esté buenorro, pero esa actitud suya lo puede todo. Así que, eso, vive la vida con intensidad.

-Esto que suena es Peacemaker de Sonata Arctica ¿no? O sea, que ahora te gusta el metal melódico. -Me dice el muy cretino para provocarme.
-¿Metal melódico? Y tú ¿qué eres? ¿un estúpido progresivo?
-Ah, sí, es verdad. Metal progresivo. Me descojono con vosotros los metaleros y vuestras clasificaciones.
- Ja. Ja. Si crees que vas a picarme lo llevas claro –respondo.

Nos sentamos en el sofá con un par de cervezas. Nos miramos un rato sin decir nada. El intentando calibrar mi estado de ánimo y yo intentando aparentar firmeza y serenidad. Pero me conoce bien y yo a él, así que durante unos minutos intercambiamos en silencio una sucesión de certezas.

-María.
-Daniel.
-María.
-Daniel.
-María... No estamos hechos tú y yo para relaciones serias. Lo convencional no está a nuestro alcance. Somos almas perdidas, debemos disfrutar de nuestra independencia y no dejarnos arrastrar hacia relaciones imposibles empujados por la debilidad que nace de nuestra soledad.

-Muy poético. Tú sí eres un caso perdido. Pero mi problema con Ismael no ha sido ese. El iba a lo suyo. O te adaptabas o no. Y yo también a mi rollo, con las mismas normas.

- Ya. Seguro que en realidad tú ibas a tu rollo y que él lo ha seguido durante un tiempo pero al final no ha podido, se ha agotado al darse cuenta de que su esfuerzo no tenía un sentido, ni un premio al final -demasiada sinceridad, que me escuece y me irrita.- Conociéndote estoy seguro de que no has investigado mucho sobre la otra parte. Pero, eso sí, cuando la historia se termina el palo gordo también te lo llevas tú. No por la pérdida en si, sino, bueno... Otro fracaso. ¿No? -me dice el muy cretino.

-¿Estás diciendo que la culpa es mía?¿Que no soy capaz de relacionarme?¿Ni siquiera con mi pareja? -respondo.

-Estoy diciendo que ni a ti ni a mí nos gustan los compromisos. En nada. Queremos ser libres ante todo, o igual es que somos esclavos de nuestra inconsistencia, no lo sé. No conservamos nada por mucho tiempo. Trabajo, amores, amigos... todo pasa y llegan otros que también terminan pasando.

- No sé. Yo diría que nos gustan las nuevas experiencias, que huimos de la rutina, que no nos gusta que nos sujeten. Las cosas y las personas pasan pero nos queda la experiencia vivida y de esa forma nos enriquecen. Crecemos como personas.

-No, María. Lo que nos queda es el peso de otro cuerpo que añadir a la bolsa llena de cadáveres que vamos arrastrando y que nos pasan una terrible factura, cuando sus caras se aparecen, cada vez que paramos a descansar agotados por el peso insoportable.

-Joder. Ya eras un gilipollas y ahora te estás convirtiendo en filósofo gilipollas. Te digo que ha salido mal y ya está. He intentado compartir y convivir pero la relación no ha funcionado. Contra eso nada se puede hacer.

-No es que sea filósofo. Es que la vida va pasando y veo que nada me queda, que cada vez estoy más indolente ante todo, que en realidad no puedo sentir apenas nada. Y tu también a juzgar por tu mala hostia. Igual lo que te falta es reconocerlo.

- Estoy muy bien, Daniel. No tengo ningún problema, salvo que acabo de romper con un tío con el que he convivido tres meses y tengo que recuperarme. Estas cosas agotan.

-Bueno, tu verás cuanto te resistes . Pero bien no estás. Mírate, sin peinarte, sin tu dosis de maquillaje, llevas ropa vieja, que no pega. Hace poco te descojonabas de mí por atentar contra los fundamentos básicos del fashionismo y ahora mírate. No parece buena señal que estés abandonando tu siempre cuidado estilismo.

Caigo en la cuenta de lo que llevo puesto y le respondo – Vaya, no me he fijado. Me he puesto lo primero que he pillado... Es que me he levantado muy confundida porque he tenido un sueño muy raro. Andaba por una calle y no tenía rasgos en la cara y la gente huía de mí. Yo creo que lo he soñado porque ayer por la tarde estuve charlando en el parque con un tío que no tenía cara.

-Oye, ¿me estás hablando en serio? - pregunta empezando a preocuparse.

-Que no tonto. Te estoy tomando el pelo, ja,ja,ja. ¿Ves que estoy bien? - Bromeo saboreando la desazón que no me abandona.

-Oye, ¿qué tal en el curro? -dice cambiando de tema- ¿Sigues en la compañía de seguros? Ya llevas por lo menos dos semanas ¿no?

-Pero que cretino eres. Llevo ya cuatro meses y es un trabajo mortalmente aburrido, lo odio. Pero me he acostumbrado y ahí sigo, labrándome un futuro.

-¿No has empezado a hacer de las tuyas? Imitar al Pato Donald por teléfono, enviar correos anónimos al jefe haciéndole creer que eres su secretaria enamorada... Esas cosillas por las que terminan despidiéndote, ya sabes.

-No, nada, nada. - Le respondo- Me estoy portando muy bien.

-¿Y el taller de teatro?¿Sigues queriendo ser actriz?

-Perdona, ya soy actriz. Pero sigo yendo al taller para ensayar y estar en forma de cara a las audiciones. He estado en algunas, pero por ahora nada. La cosa está muy mal, ya lo sabes. Apenas hay trabajo para los de siempre, imagínate para los que empezamos.

Me habla de la chica con la que está ahora. Ya no sigue con Manuela, yo ni la llegué a conocer, es que no le llenaba en el aspecto emocional. Muy pasional pero poco profunda, dice. Qué mamón. Y sigue. Lleva una temporada manteniendo relaciones exclusivas, en lugar de varias al mismo tiempo, porque ya no tiene prisa por enamorarse. Es que se ha dado cuenta de que si no busca a la persona adecuada seguramente llegará por si sola. La chica de ahora muy mona y muy inteligente, pero a veces le parece que la comunicación no fluye del todo bien, que están en diferentes planos. Joder, adoro a mi hermano. Aunque me preocupan sus pinceladas filosóficas, cada vez más frecuentes.

Pasamos el resto de la mañana entre chistes y nuestras pequeñas pullas que siempre me dejan con un regusto de pique infantil, debe ser por la facultad que tenemos los hermanos para tocar las pelotas en los puntos más irritantes.

Luego, vuelvo a estar sola y me salto la comida. Todavía me siento llena debido al desayuno que me he regalado y que a todas luces ha sido excesivo. Me quedo en el sofá pensando, sin hacer nada más. No pienso en las opiniones de mi hermano, ni en Ismael. No le echo de menos. No pienso en mi soledad. Solamente pienso en esta tarde, si voy a volver o no al parque para encontrarme de nuevo con el hombre de la cara ovalada. Ayer estaba tan nerviosa, me puso tan nerviosa, me irritaron tanto él mismo y mi incomprensión, lo surrealista de la situación, que me marché sin preguntar tantas cosas... Ni siquiera que le ha pasado para terminar así.


viernes, 25 de noviembre de 2011

Discos del Capítulo IV.

The Hellacopters - Head Off

El hombre de la cara ovalada. Capítulo IV.



-Sabía que un día pararías y hablaríamos por fin – me dice.

-Yo no sé por qué... Pero... Iba corriendo y... - farfullo, sin encontrar que decir.

El se ríe muy alegremente, al parecer divertido por mi evidente torpeza para reaccionar de forma adecuada ante la presencia de un hombre sin cara. Y yo me siento con la obligación de actuar cómo si nada pasara, de romper el hielo con naturalidad y hablar de alguna cosa trivial, por ejemplo del posible desplazamiento del eje rotatorio del planeta. Pero no sé por dónde empezar y tampoco entiendo muy bien cómo he pasado de mi carrera a estar sentada junto a él, que se sigue riendo. Entonces empiezo a sentirme muy tonta y me mosqueo, ya soy un poco mayor para que se rían de mí, para quedarme paralizada, igual que aquella vez que me sentaron en las rodillas del rey Gaspar, y yo callada, sin atreverme a levantar la vista, con todos alrededor y mi madre diciendo, pobrecita, si le da vergüenza, pero si estabas deseando venir a traerle tu carta. Anda háblale al rey mago. Y aquel torpe en su tosca interpretación de rey mago simula una risotada, jo-jo-jo-jooo, y yo que me indigno, me enfado mucho, y le digo, oiga, ¡que el que se ríe así es Santa Claus! Y un frío gélido aplasta a todos, que se quedan perplejos, en silencio, mirándonos incómodos y sin saber qué decir. Y Los niños que hacen fila esperando su turno están petrificados, aguardando una explicación con sus bocas abiertas, impactados ante las connotaciones de aquella evidencia, ante el sonrojo patente del rey Gaspar.

Y me siento aún más tonta y entonces me indigno y me enfado mucho y digo -A ver tío. Esto es bastante raro. No tienes cara ¿sabes? - Al momento me avergüenzo por mi falta de delicadeza, pues no debe ser agradable que te digan que no tienes cara, cuando no la tienes. Y no creo que se trate de una opción personal, una elección que uno hace al levantarse una mañana y mirarse al espejo. Ya no me gusta mi cara. Pues, nada, me la quito y mientras decido cual me pongo voy unos días sin ella.

-Lo raro no es que yo no tenga cara, sino que tú puedas verlo – dice-. Eres la primera. Pero sabía que serías tú. Te veo correr desde hace muchas semanas cuando pasas por aquí. Yo siempre estoy sentado en este banco intentando absorber algo de realidad, poner los pies en tierra firme y ser consciente de ello, intentando sentir la realidad. Un día estaba sentado en este banco sumido en mis pensamientos de siempre, mirando pasar a la gente, y empecé a notar algo nuevo, una sensación parecida a una certidumbre de esperanza, la que llega en el momento en que estás más hundido. No supe por qué. Pero al día siguiente volvió a ocurrir y al siguiente también. Hasta que un día me dí cuenta de que estaba impaciente esperando que tú pasaras por aquí, corriendo, y así asocié ese sentimiento de esperanza contigo. Así supe que eres tú quién la anuncia. Y seguiste pasando hasta que el otro día me viste de reojo pero fue cómo si no vieras nada. Eso me decepcionó un poco y me dio miedo que tampoco tú me vieras pero aquí estás al final -dice mientras ríe más suavemente y su nariz se muestra durante un segundo.

-A ver, a ver, no entiendo muy bien que quieres decir – casi le grito, aún más enfadada debido a la incomprensión que me turba– claro que veo que no tienes rasgos en la cara. Es que no los tienes, y eso mismo lo puede ver cualquiera que sí tenga ojos ¿o no?

-Pues no, estás equivocada. El resto de las personas ven mi cara perfectamente. Sí, es verdad que les cuesta mucho verme, más bien les cuesta advertir mi presencia, pero me ven – comenta tranquilo. - A veces alguien tropieza conmigo, se sienta encima de mí en la parada del metro o me dice “joder, vaya susto me has dado, no te he visto llegar”. Pero todos me miran, se disculpan y siguen a lo suyo. Nadie advierte nada raro, ni se asusta. No se dan cuenta de que no tengo cara. Igual me ven un poco gris, difuminado, desgastado, y por eso no se fijan en mí, pero nada más. En realidad casi nadie se fija en alguien.

-Entonces ¿qué es lo que pasa? ¿Por qué yo veo tu cara sin rasgos y los demás te ven tan normal? - le digo- ¿No es un poco raro que ese de allí vea una cosa y yo otra diferente?

- La mayoría no se dan cuenta, no se fijan. Yo creo que depende de la capacidad de percepción de cada persona, o de su sensibilidad, o de algo así, pero no puedo decirte la razón con seguridad – explica-. El caso es que puedes comprobar que nadie se extraña al verme, que los niños no me señalan, nadie me mira con compasión o repugnancia o miedo.

-Eso es verdad. Nadie te mira. No posan los ojos en ti ni por un momento. Igual es verdad que les cuesta verte – comento. Pero has dicho que yo soy la primera y que los otros no se dan cuenta, o sea, que das por hecho que la realidad objetiva es que no tienes cara. Y eso implica que yo sí veo la realidad. Que soy la única que puede verla. Ah, claro, tengo poderes especiales o una esperanza de la hostia o igual es que estoy pirada del todo y entonces veo cosas que los demás no pueden ver.

-Supongo que reúnes las condiciones para darte cuenta y apreciar cosas que otros no pueden apreciar, – me dice - que tienes algún talento para percibir aspectos de la vida que a otra gente les pasan inadvertidos.

-Resumiendo, que tú no tienes cara y yo soy la única que puede verlo gracias a que soy una especie de loca talentosa con una capacidad de percepción acojonante -le digo otra vez enfadada. Que soy igual que el enfermo mental que con un solo vistazo sabe cuantos palillos hay esparcidos por el suelo o que multiplica quince números en dos segundos. Sólo que yo he tenido peor suerte en el reparto de habilidades.

-Mira, llámalo cómo quieras - responde. Las cosas se pueden ver de muchas formas distintas. A mí me parece que el talento, la genialidad, a veces nacen de enfermedades mentales, o sea, que hay enfermos mentales que viven en un torbellino de genialidad, poseen extraordinarias habilidades en determinado terrenos acompañadas de una creatividad incontenible, que si encuentra el camino adecuado les puede llevar a convertirse en un Beethoven, Agatha Christie, Poe, Marie Curie o Goya, mientras intentan plasmar a través de alguna forma de expresión lo que están viviendo y su propio yo. Bajo este punto de vista, sí, es posible que seas una loca talentosa -se rasca en algún punto de lo que debería ser la frente y sus ojos aparecen levemente, amables.

Me voy tranquilizando y me pierdo un rato pensando en este razonamiento, pues me parece una forma bonita de verlo, una visión diferente y esperanzadora. Y entonces recuerdo y le pregunto - ¿Y eso de la certidumbre de esperanza que decías? No me dirás que eso no es también raro, no tanto como lo de tu cara, de acuerdo, pero reconoce que le dices a una desconocida eso de “hola, ¿qué tal? te veía pasar y sentía esperanza” y la sensación que dejas es un poquito inquietante.

-Te he dicho la verdad, nada más – explica, mientras sus ojos vuelven a aparecer, esta vez con una mirada que transmite sinceridad.- Hay algo en ti que me atrae pues me indica que tienes eso que me ayudará a recordar algunos principios básicos. Igual debería haber esperado a conocerte un poco antes de decirlo, para no darte miedo, para no asustarte antes de que empieces a darte cuenta de que yo también te puedo ayudar, pero estaba tan contento al sentir esta certeza que no he podido evitar compartirla.

-¿Ayudarme? ¿a qué? - Le pregunto otra vez alerta.

-Bueno, estarás de acuerdo en que tu estado anímico es de enfado vital, que estás mosqueada contigo, con el mundo, con la vida. Que tampoco tú estás exactamente integrada en la realidad ¿no es así? -responde.

-Mira, creo que me voy. Tú no me conoces. No entiendo que está pasando aquí, no entiendo nada. Igual es verdad que no estoy viviendo en la realidad y esto está ocurriendo sólo dentro de mi cabeza. –me levanto y aliso mis pantalones varias veces aunque no les hace falta.

-Pues para no haber entendido nada has aceptado bastante bien mi cara sin rostro, que los demás no la vean y algunos conceptos igual de extraños. Creo que para ti también ha sido una conversación muy interesante. Estaré aquí mañana si te apetece seguir charlando – me dice mientras sus ojos, nariz y boca registran un gesto amable durante un momento.

-Adiós.

Empiezo a correr otra vez, a toda velocidad, alejándome muy rápido, huyendo de allí, sintiéndome más aliviada cuanto más lejos estoy. Me coloco los auriculares, suena otro disco, The Hellacopters “Head off”, muy adecuado. Pero no puedo concentrarme. Mi mente repasa por su cuenta la conversación, señalando puntos incomprensibles, contradicciones, imposibles, y mezclando todo ello con las breves apariciones de sus ojos o de su boca, con las ondas de arena de su cara. Y cuando estoy muy lejos y vuelvo a sentirme segura, ya sólo me quedan las dudas, la curiosidad. Y una sensación extraña, parecida a un atisbo de esperanza.

viernes, 18 de noviembre de 2011

Discos del Capítulo III.

Haggard - Thales of Ithiria

El hombre de la cara ovalada. Capítulo III.

Me pongo la ropa de deporte. El pantalón negro de nailon ajustado, la camiseta blanca de algodón, la chaqueta de chandal roja, los calcetines rojos, las zapatillas para correr que encargue a media en aquella tienda especializada en biomecánica. Hechas a la medida de mis pies y diseñadas para mi forma de pisar. Me coloco los auriculares, los conecto al pequeño amplificador y éste al reproductor. Busco entre la música grabada intentando encontrar algo que me apetezca hoy y para decidir me visualizo corriendo por el parque, por los caminos, concentrada únicamente en correr y viendo sin ver lo que va apareciendo en mi camino. Y entonces me acuerdo del hombre de la cara ovalada, del hombre sin rostro, y me digo otra vez que fue una alucinación, una confusión de mi cerebro aturdido por el esfuerzo al que está sometido el cuerpo. Dentro de un rato pasaré otra vez cerca de los bancos verdes y me va a dar mucha vergüenza haber considerado siquiera que semejante demencia sea una posibilidad real.

No sé por qué, ni que tiene que ver con lo anterior, pero de repente me apetece escuchar algo épico, que me levante la moral, que me recuerde las gestas de los grandes héroes de las novelas fantásticas con ambiente medieval, tíos chungos que no se arrugan ante una horda de orcos mosqueados por los recortes salariales. Visceras de orco esparcidas por doquier. Así que elijo Thales of Ithiria de Haggard, metal medieval sinfónico lo llaman, tócate los huevos. Metal y punto, que si seguimos así vamos a llegar a la subdivisión “metal de los colegas de la calle San Bernardo, 27 bajo derecha”.

Salgo a la calle y empiezo a caminar a paso muy rápido, calentando los músculos. Escuchando la voz ronca y gutural de un hombre cantando, en contraste con la de otro mucho más melódica, con la de una mujer entonando madrigales. Todo adornado con esa música que da ganas de sacar la espada y lanzarse a toda velocidad contra la multitud de enemigos, gritar, degollar y matar. Hasta la muerte. Este impulso me lleva a empezar a correr, sin decidir antes, sin pensarlo, con una furia salvaje. Me dirijo hacia el parque, atravieso la puerta de entrada sorteando a un grupo de personas que no terminan de entrar, y enfilo la primera avenida de cemento.

Concentración, música, aislamiento, desconexión. Irrealidad. Sin pensamientos conscientes que supongan el mínimo desperdicio de energía. En trance. Metros recorridos y más metros. El paisaje saltando con mis movimientos, árboles, gente, perros, parejas, polvo, tierra, barro y cemento. Más árboles, más gente, más perros, bancos verdes, un hombre sentado en un banco verde, con cara pero sin rostro, sólo un óvalo de piel. Doblo la esquina que forman los altos setos. Asciendo por la cuesta, demasiado larga, demasiadas piedras sueltas, y cuando estoy por la mitad, haciendo el máximo esfuerzo para mantener el ritmo, me doy cuenta. El hombre sin rostro, lo acabo de ver otra vez antes de la cuesta, pero ni me he dado cuenta pues yo estaba muy lejos, en el viaje astral del que acabo de aterrizar hasta mi ser, arrastrada por la certeza. Me detengo, me quito los auriculares. Vuelve la banda sonora del parque. Me doy la vuelta jadeando intensamente, con el cuerpo confundido por la interrupción del esfuerzo, y desciendo la cuesta despacio y espero encontrarme, al doblar la esquina, tras el alto seto, cara a cara con la evidencia de mi alucinación, con la evidencia de algún trastorno mental que me hace ver cosas raras y además creérmelas. Incluso intentar comprobarlas.

Me detengo un segundo justo antes de doblar la esquina para respirar muy profundo. Para prepararme. No sé que me asusta más, volver a ver lo que creo haber visto o comprobar que hay algo entre mis ojos y mi cerebro que se lo ha inventado. Sin querer cierro los ojos un momento y me muevo, giro junto al seto y me detengo de nuevo. Reúno la valentía suficiente para abrir los ojos otra vez, miro hacia el banco verde y las piernas me fallan, mi estómago se encoge y asciende en el mismo impulso, siento un nudo enorme en la garganta. Todo a la vez. Mi boca se abre y sale sin quererlo un breve lamento imprescindible para aflojar algo la tensión. Sí, ahí está, sentado en el banco verde, el hombre de la cara ovalada, sin rostro, sin facciones, sin nariz, ni boca, ni frente, ni ojos, y, sin embargo, me mira fijamente, es indudable que me mira fijamente. Y me sonríe con timidez, invitándome a ir hasta él, para hablarme, para que le hable, no sé. Siento algo de miedo, pero no sé si es de él o de mí.

Dudo unos instantes pero antes de decidir avanzar me doy cuenta de que me voy acercando, arrastrada por mis piernas, cómo si mi voluntad hubiera tomado la decisión sin informarme. Llego hasta el banco verde, ya estoy junto a él, mirando su rostro sin facciones, y con la mano me hace un gesto de invitación hacia el banco y yo, obediente, me siento a su lado. Sigo jadeando pero ya no es por la carrera sino por el impacto que me produce comprobar que aquello que solamente podía ser alucinación es una realidad absoluta, que está junto a mí, a la que podría tocar si me atreviera.

Su cara no tiene facciones definidas y, sin embargo, no hay duda de que es una cara, no puedo distinguir de forma nítida su nariz pero está ahí. No hay nada pero de pronto se mueven unos ojos cuando cambian de posición para mirarme o mirar hacia el camino, aparecen y desaparecen levemente, con un movimiento que recuerda las ondas de la arena en el desierto, olas de arena desplazadas por el viento, dibujando y borrando formas extrañas, mostrando y ocultando dos ágatas marrones. Lo mismo ocurre cuando sonríe, una onda recorre su cara y su boca se dibuja, aparecen rocas nacaradas bajo la arena, se distorsiona un poco, bastante, mucho, y desaparece de nuevo.

Si pudiera obviar estas peculiaridades diría que es un tío normal. Unos 44 ó 45 años, ni gordo, ni flaco, ni alto, ni bajo, con el pelo castaño y algunas canas. Vestido de sport, vaqueros, jersey marrón. Zapatillas de deporte blancas. Una persona absolutamente normal, en la que probablemente no me hubiera fijado nunca sin un motivo. Se le ve cómodo, un poco espatarrado en el banco, no muy consciente, al parecer, de su problemilla facial, pero a la vez mantiene una actitud expectante, cómo ante una situación deseada largamente. Examinando. Deseando comprobar si se cumplen las expectativas.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Discos del Capítulo II.

Dark Empire - Humanity Dethroned

El hombre de la cara ovalada. Capítulo II.


Voy a trabajar otra vez. Odio mi trabajo, igual que tanta gente, solamente que yo lo reconozco abiertamente, no necesito engañarme para volver al día siguiente. Odio mi trabajo y a todos los seres que me rodean allí dentro. No soy muy amiga de nadie aunque me relaciono lo justo con muchos y soy amable con todos, incluso con el director del departamento de siniestros que sueña cada mañana con tumbarme sobre la mesa y destrozarme a empujones hasta que los expedientes de aguas queden perfectamente mezclados con los de incendios. No es por fastidiar al hombre pero es que no es mi ilusión, o algo más romanticón o algo más morboso, así que por ahora no. Pero da igual, soy amable con él, aunque me importará muy poco si le cae el techo encima el día que consiga hacer realidad su sueño con alguna marrana de las que me rodean en esta concentración de frikis a la que llaman empresa.

Cambio comentarios intrascendentes con estos seres, a veces no sé ni con quién hablo, me da igual, y tecleo datos de una serie inacabable de expedientes en el ordenador. Datos inútiles, que nadie leerá nunca, que nadie comprobará y con los que se sacarán estadísticas sin utilidad y conclusiones que desafiarán los fundamentos del sentido común más elemental y con las que se tomarán decisiones, que obligarán a tomar más decisiones. A veces cuando me aburro me invento algunos, aunque siempre hago que supongan costes pequeños, que no llamen la atención por la cantidad de dinero. El señor Manolito Mingacorta de la calle del Cipote, ha sufrido una rotura de cañerías debido al carácter corrosivo de su micción. Lo grabo y estoy unos días expectante por si alguien lo detecta y viene a preguntarme que estupidez es esa. Pero nunca se han dado cuenta así que me imagino que por ahí habrá un fontanero con un cabreo total, jurando y cagándose en todo, buscando la calle del Cipote en el GPS. Tampoco llamará para quejarse, simplemente tirará el expediente y se pondrá con el siguiente en la calle de las Camelias, muy evocadora pero mucho más aburrida.

Me como un sandwich en mi sitio mientras escucho algo de música, Humanity Dethroned de Dark Empire, que es lo que me inspira esta peña. Les observo conversar, ligotear, criticarse entre ellos, hurgarse en la nariz, rascarse el paquete o tirar de la goma del tanga, cada uno a lo suyo, ya dicen que la confianza da asco. Voy al baño, me paro en el tablón de anuncios y echo un vistazo a las mamonadas que publican los sindicatos esperando ver algo más imaginativo que el calendario laboral, cosa que hasta hoy no ha sido publicada, pero no hay que perder la esperanza. Otra parada, ahora en la asquerosa máquina del café que, sin embargo, hace un café estupendo y me pongo uno solo doble. Aparece Julio, otro administrativo igual que yo, un tío que siempre lleva algo pegado en el bigote, a veces comida, otras veces cosas más guarras, como hoy. Intenta conversar conmigo pero no puedo aguantarlo viendo aquello en su bigote, que parece que se cae, pero no, sigue allí bien pegado a un par de pelos, saludando a la multitud. Farfullo algo sobre trabajo pendiente y vuelvo a mi sitio, tecleo expedientes y a las 5 de la tarde me levanto y me despido del director con una leve sacudida de cabeza. Lo habitual es que él se despida con una sonrisa triste que parece decir “vaya, hoy tampoco ha sido nuestro día”, pero hoy apenas me responde, hoy está muy concentrado leyendo algo en la pantalla y yo me imagino que pensando “pero este gilipollas, a quién se le ocurre tirar una micción por el retrete”. Me parto de risa y me vuelvo a casa, a empezar el día.

Desde que vuelvo a vivir sola mi casa es una gozada. Un remanso de paz en el que hago todo lo que me sale en gana, sin dar explicaciones a nadie. Parece algo tonto y evidente pero hace poco no era así y todavía estoy disfrutando el cambio. Convivir con alguien siempre tiene sus exigencias, pero si además es con personas que viven en un plano diferente al tuyo los problemas se suceden. Este fue mi caso con Ismael. Nos enamoramos o nos obsesionamos con el otro debido quizá al largo tiempo con el anhelo de tener a alguien y terminamos viviendo con un desconocido, con un difícilmente compatible, con un extraño que te molesta al principio con sus aficiones, con sus costumbres o con sus citas pendientes con la higiene, pero luego te molesta también cómo habla, cómo se mueve, cómo come, cómo se acerca peligrosamente, cómo te toca los ovarios todo el puñetero día. Y luego viene el infierno, la discusión, la tregua, otra discusión peor, todo se hace insoportable y el final inevitable se acerca poco a poco, hasta que un día está ahí, sentado entre los dos, sonriendo, y cada uno se cae por su lado del sofá. Rencor, resentimiento, odio y alivio. Una vida nueva, marcada con la mella de un fracaso, otro fracaso. Otro fracaso en el terreno en el que más me duele fracasar. Pero, joder, ¿nunca aprenderé? ¿por qué ese anhelo de tener a alguien? Si cuando mejor estoy es así, cómo ahora, sin nadie que me dé la murga, sin nadie a quién molestar con mis manías y mis delirios, que yo también soy más rara que un marciano albino. Más de uno me ha insinuado amablemente que me lo haga mirar, que igual me encuentran que soy un poco esquizofrénica, inestable, frenopática y/o suicida potencial. Bueno, cómo suele decir mi hermano Daniel, ahora mismo me la suda, más tarde ya te cuento.

Me preparo una merienda ligera, un yogur, una pera, y me siento en el sofá del salón a comer. La foto de mi última reincidencia aparece en la pantalla cuando enciendo la tele. Me tiene hasta las bolas, menudo plasta, apareciéndose a todas horas en el televisor y siempre con la misma mirada, ya sé que esto resulta evidente, ya lo sé, pero también molesta mucho. Agarro el mando a distancia del disco duro y le doy al botón “erase” una vez, y otra, y otra vez hasta que me cargo todas sus fotos, videos y diversos recuerdos digitalizados. Es curioso lo de este botón, que eficacia y que crueldad, lo aprietas y se acabó para siempre, no hay vuelta atrás por mucho que te arrepientas. No hay piedad en el botón erase. Si lo piensas bien te das cuenta de que hay que tenerlos bien puestos para apretarlo, que convendría meditar un poco sobre una decisión tan drástica y definitiva, pero yo soy así de esquizofrénica, inestable, frenopática y/o suicida, así que lo presiono cuando me viene en gana, hasta las últimas consecuencias.

Repito mentalmente una y otra vez la palabra, erase, erase, erase, erase. Erase en inglés y érase en castellano, las mismas letras, en igual orden. Y me doy cuenta de que completan el círculo perfectamente. En castellano anuncia el principio de los cuentos, una historia bonita, un cuento de hadas y princesas, el comienzo de un amor que terminará felizmente tras superar las pruebas más desafiantes, la realización de la ilusión perfecta. Y en inglés, ya ves, representa el final decadente del mismo cuento, el botón que lo borra todo, el cabezal del disco que destruye implacable el vestido de raso de Blancanieves y los perfectos dientes ultrablancos del Príncipe. El que elimina eficazmente todos los restos de la tragedia, el zapato de cristal hecho pedazos, la corona de diamantes pisoteada, la sangre que salpica a los invitados, la misma sangre que brota de las heridas de los novios que están pegándose sablazos delante del altar. Érase al principio y erase al final.