sábado, 27 de enero de 2018

La nueva vida de Thomas. Capítulo 2.

Belinda estaba absolutamente indignada. No podía creerlo, había tenido que abandonar una reunión con un importante cliente tras recibir la llamada del colegio pidiendo que fuera a recoger a su hijita de 6 años que, harta de esperar a su padre, había pedido que avisaran a su mamá. 

Thomas, el inoperante marido que le había tocado en suerte, había hecho gala una vez más de la desidia con que abordaba sus sencillas obligaciones domésticas. ¡Y tanto que le había tocado en suerte! Se conocieron en el bingo, era su primera vez y tuvo la suerte de la novata, cantó el bingo, pero compartido con un chico que se sentaba unas mesas más allá y que también había completado su cartón en su primer día de juego. De otra manera no se hubiera fijado en él jamás, pero su tímida sonrisa complice y un saludo muy mono doblando la manita la enternecieron y terminaron charlando a la salida. 

Una noche de sexo atropellado sin las medidas preventivas elementales, un embarazo de gemelos y la influencia de unos padres ultraconservadores la situaron en un abrir y cerrar de ojos en un casa individual con jardín modelo normalizado, viviendo con aquel chico casi desconocido, cuyas virtudes no terminaban de despuntar. Otra persona quizá hubiera sabido reconocer el error entre el horror, pero Belinda no era de esa clase, decidió seguir adelante con su nueva vida intentando sacarle algún brillo, pero sólo lo consiguió en lo profesional. La vida familiar era un esperpento, una vivienda mediocre, un par de niños que ya parecían descerebrados al cumplir un año y un marido que dibujaba tablas de doble entrada para hacer la compra eran demasiado para ella. Sólo la necesidad de aparentar una vida normal y feliz la llevó a quedarse embarazada por segunda vez. Y dejándose llevar, sin muchas más satisfacciones, habían ido pasando los años.

En la puerta del colegio su hijita, Mandy, la esperaba sentada en la acera, acompañada de un bedel del colegio, que se mantenía a una distancia prudencial. Aquella niña era la razón de su vida, equilibrada, reflexiva y con un carácter directo y carente de ambigüedades, era un reflejo de sus propias virtudes y le encantaba comprobar cada día la profunda admiración mutua que ambas se procesaban. 

-Hola mamá -dijo la niña entrando en el coche y colocándose el arnés de la silla de seguridad- Me veo en la obligación de subrayar que este desaguisado es una prueba más de la gestión incompetente que realiza tu esposo en sus quehaceres diarios y sin duda deberías acusarle de flagrante fraude de ley y corrupción de menores.

-Entiendo tu desasosiego, Mandy, cariño, pero no podemos utilizar ese argumento. Por desgracia y de forma incomprensible no existe una ley que castigue esta situación injusta. Por otra parte, aunque seguramente sentirte abandonada de esta forma cruel te ha hecho víctima de pensamientos perturbadores, relacionados con el asesinato, la flagelación, o diversas clases de tortura, esto aún no esta enmarcado dentro del ámbito de la corrupción de menores. Pero probablemente es una gran idea trabajar sobre ello en los tribunales e ir creando jurisprudencia.

¡Cuanto le gustaba comprobar las habilidades que su pequeña apuntaba en el ámbito de la abogacía! Tenía un olfato especial para interpretar los hechos más cotidianos como situaciones pleiteables y ya la veía manteniendo ocupado a todo un bufete de abogados si se cultivaba adecuadamente esa virtud. Era una niña y aún no tenía claros algunos conceptos y todavía se manejaba con cierto desorden y confusión respecto a la terminología legal, pero su actitud era sin duda la adecuada y era evidente su pasión por la profesión.

-¿Qué le ha pasado?¿Por qué no ha venido a recogerme? 

-No descartes que se haya quedado dormido. O quizá los gemelos le han encerrado en el trastero o le han golpeado demasiado fuerte. La suma de capacidades mentales de esos dos tarados es sin duda superior a la de tu padre, así que cualquier cosa es posible.

-Es la primera vez que falta, pero no debes quitarle importancia al hecho sólo por esa circunstancia atenuante. El delito es delito desde la primera vez y que sea posible añadir agravantes no es eximente. Está bien dicho así ¿verdad?

-Desde luego, querida. ¡Pero qué mona eres! -respondió Belinda sonriendo a la niña desde el retrovisor- No perdonaré esta falta sólo porque sea la primera vez. Anda, tómate la merienda.

Cuando llegaron al chalet normalizado con jardín delantero les sorprendió comprobar que Thomas no estaba por ninguna parte. No se preocuparon demasiado pues tras intercambiar algunas ideas sólo quedaban dos posibilidades. La primera y más probable que el sujeto paterno hubiera intentado llegar al colegio siguiendo un plano dibujado por él mismo y que ahora se encontrara en la otra punta de la ciudad. La segunda que le hubiera detenido la policía por vestimenta indecorosa, o la falta de la misma, dada la cantidad de despistes que Thomas había acumulado en este sentido y el dudoso gusto con el que combinaba las prendas.

Los dos gemelos habían aprovechado la ausencia de su padre para realizar algunas travesuras que ni siquiera él les permitía, por lo que se mantuvieron ocupadas algunas horas en extinguir los fuegos más peligrosos, regresar toda la comida a la nevera extrayendo previamente al hipotérmico perro del vecino, y desactivar las típicas trampas caseras como cubos llenos de ácido clorhídrico sobre puertas entreabiertas, tachuelas en la tapa del wc o pistolas de plástico cargadas con una solución de jalapeño. A Belinda estas cosas se le antojaban como un rayo de esperanza, quizá algún día aquellos dos cabestros serían capaces de orientar toda aquella creatividad hacia algo productivo.

La tarde se les pasó en estos quehaceres y no se preocuparon por el padres ausente, pero después de cenar y acostar a los niños, Belinda, sola en el salón de la casa, empezó a sospechar que algo raro ocurría. Era muy extraño que a esa hora Thomas aún no hubiera regresado o dado señales de vida. No creía que le hubiera pasado algo y sólo durante unos segundos barajó la posibilidad de que su marido hubiera abandonado el hogar, pero la descartó por puro orgullo, aquel malnacido no sería capaz de abandonarla, ni siquiera sabría a donde ir y mucho menos valerse por si mismo y organizar una nueva vida. Desde luego era impensable y casi irrisorio temer que se hubiera fugado con otra mujer. Consideró la opción de llamar a la policía para notificar la ausencia de su marido pero le pareció probable que aquello terminara en un nuevo ridículo familiar ante los agentes de la ley, así que se fue a dormir con cierta inquietud generada por aquellos pensamientos, diciéndose que Thomas aparecería en cualquier momento argumentando alguna explicación estúpida, tratando de ocultar una patochada inimaginable.

Llegó la mañana y su marido seguía sin regresar así que, con disgusto y malhumor, tuvo que dispensar un desayuno algo mediocre a los niños.

-Mamá -dijo Tim, uno de los gemelos- Estas tostadas están como una piedra, podría abrir con ellas las cabezas de todos los profesores, mojarlas en sus cerebros acuosos y aún así seguirían duras.

-Sí -replicó entre risotadas Tom, el otro gemelo- Y podrías partirles una pierna y usar los huevos revueltos como escayola.

En otras circunstancias Mandy, la pequeña, hubiera hecho saber a sus hermanos cuantos artículos de las leyes de derecho familiar habían violado con aquellos comentarios irreverentes hacia su santa madre, pero intuía que la susodicha no estaba de humor para aguantar muchas discusiones, así que lo dejó pasar. Y así era, Belinda rumiaba la ausencia de Thomas con mayor preocupación, quizá algo le había pasado, quizá de verdad estaba ante un intento de abandono familiar por muy esperpéntico que eso pareciera, pero en cualquier caso sabía que ya no había excusa para no acudir a la policía a denunciar la desaparición.

Dejó a los niños en el colegio tras hacer oídos sordos a una sucesión interminable de conversaciones rudimentarias entre los gemelos y se sorprendió pensando que no era extraño que Thomas se diera a la fuga teniendo que aguantar semejante tortura a diario. De inmediato se flageló mentalmente por dejarse llevar por aquellos pensamientos débiles y carentes de sentido y aparcó el coche cerca de la comisaría, entró, habló con un agente y llenó un par de formularios. El policía la miró con expectación por encima de los documentos mientras los repasaba.

-Ni se les ocurra buscarle. Estoy obligada a denunciar pero no a exponerme al ridículo.

Acudió al bufete como cada día, aunque algo más tarde de lo usual debido a todos aquellos molestos imprevistos, y se concentró en el intenso trabajo diario buscando algo de normalidad. De manera inconsciente fue organizando sus tareas para salir a tiempo de recoger a Mandy en el colegio, sin saber por qué tenía muy claro que Thomas no iba a aparecer, al menos por el momento. Y cuando lo hiciera el peso de toda su ira y la de su pequeña caerían sobre él, de eso podía estar seguro.

Aquella segunda tarde de marido ausente la pasó Belinda registrando la casa en busca de pruebas que le dieran alguna pista sobre aquella inesperada desaparición. La cartera, las tarjetas de crédito, la ropa, hasta las llaves de casa estaban allí, por lo tanto todo indicaba que no había ninguna premeditación, ni preparación, y estaba casi segura de que incluso Thomas se llevaría aquellas cosas en una hipotética huída, así que sólo cabía una posibilidad a la que no había dado ningún crédito hasta entonces, la desaparición de su marido no era voluntaria.

Empezaba a estar angustiada de verdad por esta certeza cuando la pequeña Mandy entró en su habitación como un torbellino, alzando su teléfono móvil como un letrado que presenta al jurado el cuchillo ensangrentado con las huellas del acusado.

-¡Mamá! Esto es inadmisible. Creo que este documento gráfico es suficiente para repudiarle y obtener una orden de alejamiento. Una familia ejemplar como la nuestra no puede permitirse el lujo de mantener en su seno a un elemento indecoroso e inmoral como tu esposo. 

-¿De qué estás hablando, Mandy? -preguntó la madre temiendo lo peor y tratando de contener la rabia que anticipaba y la que ya le reportaba la humillación por haberse angustiado durante unos segundos creyendo que Thomas había sufrido algún terrible accidente.

-Christine me ha mandado este vídeo de Youtube. Exijo una reparación inmediata. No puedo volver a ese colegio. ¡Incluso yo me convertiré en la paria de la clase después de esto!

Belinda le arrancó el móvil de la mano y pulsó el play. El vídeo estaba grabado desde la orilla de una playa, entre el jolgorio, las risas y los comentarios jocosos se veía a Thomas de pie sobre una extraña embarcación de plástico amarillo, vistiendo tan solo aquellos vergonzantes calzoncillos rojos europeos, apretados e indecentes, que se había comprado por internet. De pronto daba un salto o una voltereta, jadeado por el público reunido en la orilla, levantaba los brazos, hacía unos pasos de claqué, baile que por otra parte siempre se le había dado especialmente bien, aunque no era justificación alguna… ¡Maldita sea! ¡Aquel hijo de mala madre se había fugado y estaba en una playa haciendo el payaso mientras su familia se preocupaba por su bienestar!

-¿Qué hacemos mamá? ¿Cómo arreglamos estoooooo?

-Espera, mira, vuelve a la orilla. Le felicitan, le palmean, ¡le piden autógrafos! ¡Mira como se abraza a esas busconas el muy cerdo!

-Le vamos a meter una demanda que va a tener que vender hasta los calzoncillos rojos -dijo la niña con los puños apretados- ¡Qué humillación! Exijo una indemnización por difamación.

-Mejor argumentar actitud indecorosa que desprestigia a la unidad familiar, Mandy. Mira, ahora se va corriendo por la arena. ¡Pero si yo conozco esa playa! ¡Es Daytona Beach! Allí se ve el hotel en el que estuvimos hace unos años. Maldito perro sarnoso, qué bien lo había preparado, borrando todas sus huellas, dejando todas sus pertenencias aquí, fingiendo una desaparición involuntaria. Tenía que haberlo imaginado, es demasiado cobarde para fugarse a un lugar desconocido, ¡por eso ha elegido Daytona Beach!

-Vamos a por él, mamá. ¿Pasamos primero por el juzgado de guardia?

-No, querida. Saldremos por la mañana y le pillaremos infraganti. No hay castigo que la justicia le pueda infligir comparable a la tortura infinita con la que le va a pagar esta humillación.




Thomas se despertó sobresaltado por los sonidos de los goznes y maderas de las contraventanas que Brad estaba levantando. Había acabado tan agotado después de tantas emociones y aventuras que se había quedado dormido y la mañana ya había entrado hacía tiempo.

-Eh, tío, despierta -le dijo Brad- Por inexplicable que parezca ¡hay una cola de gente esperando para alquilar un kayak! Hiciste ayer alguna de esas cosas comerciales que dijiste ¿verdad? Lo digo porque es la primera vez que pasa.

-Sí, organicé una campaña comercial interactiva y el público respondió de forma positiva -dijo Thomas levantándose y arreglando su vestimenta- Mira, ¡recaudé 1000 pavos!

-Coño, creo que ese puede ser el récord absoluto de recaudación de los últimos tiempos. ¡Sabía que estabas hecho para esto desde el momento en que te vi! Ya te dije que tengo muy buen ojo para la gente, intuí tu potencial, un retoque por aquí, pulir un poco por allá, y una charla motivadora era todo lo que necesitabas.

-Anda, yo creí que no te había gustado mi aspecto. Por lo que dijiste cuando llegué.

-Bueno, es que la formación del personal es fundamental en este negocio. Por eso te dije aquello ¿sabes? En plan darte formación, de como vestir y por donde atacar a la gente y eso.

-Vaya -dijo Thomas muy contento- ¡Pues formamos un buen equipo!

Comenzaron a despachar kayaks ofreciendo a los clientes todo tipo de promociones de fidelización y en apenas unos minutos no les quedaba ninguno para alquilar, así que se sentaron delante de la caseta a disfrutar de la estupenda mañana y de las vistas, la arena, el cielo despejado, el mar repleto de sus barcas amarillas.

-Oye -dijo Brad- esta gente es rara de pelotas. Mira, se suben en las barcas a hacer equilibrios en lugar de remar. Manda huevos. 

Antes de que Thomas pudiera explicarlo un par de bellas muchachas se acercaron y entre risas le pidieron que les hiciera una demostración del funcionamiento de las canoas. Tiraron de sus brazos y él, entre adulado y avergonzado, se levantó y le guiñó un ojo a Brad.

-Necesitan aprender, Brad. ¡Y yo soy el maestro! -dijo levantando un pulgar.

-Eh, tío, no te vayas. Joder, qué rápido haces amigas ¡Preséntamelas!

Thomas se quitó el uniforme de la empresa quedándose sólo con sus calzoncillos rojos Abanderado, cogió uno de los kayaks y con unos cuantos movimientos ágiles se internó en el mar situándose a la distancia adecuada de la orilla. De un salto se incorporó sobre la superficie amarilla y comenzó su espectáculo con unos pasos de claqué, improvisando una musiquilla, alternando el golpeteo entre la punta y el tacón, aupado por los aplausos de la multitud que le observaba ya con expectación. Era una celebridad, le aplaudían, le sacaban fotos, vídeos, le vitoreaban, hasta su jefe aplaudía y le animaba desde la arena con entusiasmo.

Emocionado por aquella acogida del público saltó, caracoleó y bailó la danza de los cosacos, pero arriesgó demasiado y en un par de ocasiones a punto estuvo de caer, sin embargo consiguió mantener el equilibrio y le sorprendió la reacción de la gente que parecía pensar que aquellos traspiés eran fingidos, como un elemento más para dar emoción al espectáculo, y aún aplaudían más fuerte.

Aquellos que habían alquilado las barcas intentaban imitarle, aunque casi ninguno era capaz de mantenerse un par de segundos en pie y muy pocos conseguían completar alguna maniobra con un mínimo de elegancia, pero todos estaban entusiasmados. Volvió a la orilla y una vez más se vio recompensado con el cariño de su público, fotos, palmadas, abrazos con chicas monísimas, bocadillos de chili con carne. Todo era maravilloso, ya casi hasta le sentaba bien el chili. Brad le felicitó, le abrazó y entre el entusiasmo de la multitud a duras penas logró arrastrarle hasta la caseta para improvisar una reunión corporativa de urgencia mientras Thomas se vestía.

-Ya he visto cual es tu estrategia comercial, el plan ese interactivo. Muy bien. Creo que es una visión muy acertada darle una vuelta al uso de los kayaks y proponer nuevas formas de interpretar el producto -le dijo Brad con un talante muy profesional- Tío, quiero hacerte una propuesta. Te ofrezco un 10% de la empresa si te quedas. Y para que compruebes que voy en serio, aquí te entrego 100 pavos como adelanto de los beneficios futuros. Nos vamos a forrar.




Belinda y los niños salieron hacia Daytona después del desayuno, con la intención de llegar a la playa a mediodía. El trayecto por autopista requería poco más de una hora y media, a diferencia del larguísimo periplo que había recorrido Thomas en el autobús nocturno.

-Mamá -dijo Tim- ¿Por qué nosotros no tenemos un bañador tan cool como el de papá?

-¡Te han mandado el vídeo! ¡No, no me lo digas, no quiero saberlo! -respondió Belinda.

-Yo también quiero unos de estos gallumbos -dijo Tom- Mira qué bien le quedan subido en la canoa esta. Yo también bailaría así de bien llevando algo tan apretado.

Mandy no decía nada, podía ver la furia contenida arder en los ojos de su madre, una cantidad enorme de furia, que saltaría sobre el energúmeno paterno en un borbotón corrosivo e interminable. Y ella, Mandy, sabía muy bien cómo echar más leña al fuego, se encargaría de alimentar la ira de su madre durante décadas. Podrían patentar nuevas formas de tortura.

La niña no se equivocaba, Belinda sentía subir la ira por su rostro hasta las raíces del cabello, nublándole la visión y haciendo rechinar sus dientes. Se sentía humillada de diferentes maneras, su inocente preocupación por el bienestar de su marido, el abandono familiar, los ridículos vídeos, las sorna en las llamadas de otras madres del colegio, pero la peor de todas las humillaciones era que aquel palurdo se la había jugado del todo, se había confiado ante su apariencia de corderito sumiso e inseguro, y él no había dudado en largarse a la primera oportunidad.

Y se había fugado a Daytona Beach, eso también era doloroso. Habían ido allí, aquella vez, hacía unos años, cuando ella aún creía que debía existir algo interesante entre la maraña de desorden y desconcierto que conformaban la personalidad de Thomas. El viaje, como hecho aislado, resultó bien, por alguna razón su marido se liberó del manto de indecisión y debilidad que le caracterizaba y dejó fluir una personalidad ocurrente, divertida, atolondrada y despreocupada, así que vivieron una sucesión de increíbles torpezas y excentricidades que, allí, de vacaciones, lejos de las obligaciones y el quehacer diario, resultaron muy estimulantes para su relación.

El problema fue que las vacaciones se acabaron y cuando volvieron a casa Thomas no fue capaz de replegar toda aquella red de inmadurez y despistes. Belinda se quejó, le reprendió, le castigó, pero sólo logró que se reafirmase en cada una de sus actitudes infantiles, asegurando que aquella era su auténtica personalidad y que nada podía hacer para cambiarla. Antes de aquella semana en Daytona ya apuntaba maneras de palurdo atolondrado con dificultades de concentración y de integración, pero hacía un esfuerzo por disimular y mantenerse dentro de las convenciones sociales, sin embargo, a partir de entonces se convirtió en un estúpido y feliz botarate, fascinado en la contemplación de su falta de capacidad para casi todo.

Se concentró en la conducción, practicando la técnica de respiración que tenía reservada para relajarse antes de intervenir en los juicios más importantes y se aisló de los comentarios de los niños, haciendo cuentas mentales de las millas que quedaban hasta Daytona. Cuando por fin entraron en la ciudad, encontraron un tráfico denso en la zona de la playa y le costó un buen rato llegar hasta el hotel que había reconocido en el vídeo y un poco más encontrar aparcamiento. Bajaron del coche y se adentraron en la arena, sin saber por donde empezar, hasta que Mandy sugirió que se acercaran a la parte de la orilla que aparecía llena de kayaks amarillos, como el que se veía en el vídeo, y tras caminar unos metros le vio, de pie contemplando el mar junto a un tipo raro de pelo quemado por el sol con pinta de adolescente envejecido. Sin poder evitarlo comenzó a correr, emitiendo un sonido sordo que fue creciendo a cada paso hasta convertirse en un rugido.




Thomas y Brad pasaron el resto de la mañana despachando kayaks y contemplando el maravilloso espectáculo del mar salpicado de barquichuelas amarillas sobre las que personajes de diversa índole hacían el mamarracho entre las risas y el jolgorio de los que observaban desde la orilla. Thomas se sentía un maestro en manipulación de masas, un mago del marketing. Y Brad le miraba y le trataba como si lo fuera, mientras le explicaba sus planes de expansión a través de toda la costa, desde Savannah hasta Miami.

-Mira, por allí llega mi madre -dijo Brad señalando hacia un lado.

-¿Qué? ¡Tu madre!

-Sí, tío, estoy tan orgulloso de como va todo… La he llamado por teléfono para que venga a conocerte, quiero que se de cuenta de que esta es una sociedad mercantil de éxito y con futuro, a ver si así deja de pegarme la barrila. Bueno y para arrearle un buen zasca, que lleva años diciéndome que soy un fracasado que nunca verá un fajo de 1000 pavos como el que llevo en el bolsillo.

Un intenso miedo se apoderó de Thomas mientras contemplaba a la anciana acercarse con paso decidido y comenzó a imaginar argumentos para que aquel desafortunado reencuentro no arruinara su incipiente y brillante carrera comercial en el sector náutico, pero era difícil inventar algo que no empeorara las cosas. Entonces se dio cuenta de que las cosas estaban a punto de empeorar de forma irremediable, percibió un agitado movimiento un poco más atrás, algo que se movía rápido levantando una nube de arena a su paso, y reconoció a Belinda más por el gruñido que soltaba que por otra cosa, corría hacía él seguida de cerca por los niños. No podía enfrentarse a tantos reencuentros a la vez, sobre todo teniendo en cuenta las equivocadas pero irrebatibles certezas que iban a establecerse tras un breve intercambio de información entre aquellas personas.

-Adiós, Brad, lo siento pero empiezo a sentirme estancado en el mundo de los kayaks, debo comenzar una nueva etapa de desarrollo profesional, -dijo mientras salía corriendo hacia el agua.

-Pero, ¿qué dices? No te vayas. ¡No me dejes justo ahora!

Thomas corrió con todas sus fuerzas y cuando llegaba a la orilla le arrebató una barca y su remo a un joven que salía dolorido del mar tras una pirueta fallida. Su cabeza bullía manejando pensamientos negativos, era un mal padre que en lugar de alegrarse de verlos huía de sus hijos, era un mal esposo, era un cobarde, un prófugo, un presunto acosador de ancianas, abandonaba a su jefe y único amigo en el momento más importante de su carrera. Pero todo eso no importaba, por encima de todo tenía una determinación pues durante aquellas horas de independencia había atisbado que era capaz de construir una nueva vida.

Belinda no se lo podía creer, el maldito había echado a correr y se había internado en el mar en una de aquellas ridículas barquichuelas, todo en un abrir y cerrar de ojos. Estaba claro que estaba decidido a huir para siempre. Se acercó con los niños hasta la misma orilla, gritando y maldiciendo a su marido, hasta que se dio cuenta de que no podía oírla, una multitud se había levantado al ver a Thomas con el kayak, creyendo que iba a ejecutar otra de sus demostraciones acrobáticas, y coreaban su nombre a grito pelado. Enredadas entre las muestras de admiración de toda aquella gente, Mandy cogió a Belinda de la mano y sintió la rabia fluir entre ellas, se miraron y la ira de ambas creció aún más al reconocer en los ojos de la otra un leve atisbo de orgullo hacia el padre fugitivo aclamado por el populacho, que rendido a sus pies suplicaba otro espectáculo.

Se dieron cuenta de que el tipo rubio estaba a su lado, lloriqueando y lamentándose.

-Y usted ¿por qué llora? -preguntó la pequeña Mandy.

-Se va, me deja -respondió Brad- ¡Es el mejor agente comercial que he conocido y me abandona tan pronto en busca de un futuro más prometedor! Supongo que era inevitable, pero es muy triste.

-Ese chico que estaba contigo, el que se larga en la canoa -le interrumpió la anciana madre de Brad, parada junto a ellos- Me suena de algo. Tiene pinta de buena persona. Y sabes que yo no me suelo equivocar con la gente.



Thomas remaba desesperado, escuchando entre los gritos de la multitud las aberraciones y los insultos de Belinda. Sin duda podría distinguir su voz en medio de una estampida de bisontes. Cuando estuvo muy lejos de la orilla, se sintió a salvo y enfiló su embarcación hacia el sur y pensó que era necesario hacer un balance de situación. Tenía la barca, la camiseta morada con la palabra Blue en grandes letras rojas y el bañador fucsia encima de sus calzoncillos Abanderado. Y los 100 pavos. No se podía decir que esta vez empezara de cero, así que remó con fuerza y decisión hacia su destino, cualquiera que fuera.



Si algo caracterizaba a Belinda era no darse por vencida con facilidad. Con los niños en volandas volvió al coche y decidió seguir la misma dirección que había tomado su marido fugitivo, conduciría hacia el sur, con un poco de suerte podría pillarle más adelante, no se iba a pasar el resto de la vida montado en aquella barca. Tardó un rato en sortear el tráfico de la zona hotelera y tomó la carretera de la costa, con un ojo puesto en la ruta y otro en el pedazo de mar azul que brillaba a su izquierda.

-¡Mira mamá! -chilló Mandy- Ahí va ese depravado ladronzuelo. ¿Este es otro delito, verdad? Flagrante asalto a mano desnuda y sustracción de vehículo acuático a propulsión humana. Lo apuntaré en la lista.

-¡Ya le veo! -respondió su madre apretando el acelerador- ¡Maldito! Mira como rema, si fuera para algo productivo no movería ni un dedo. ¡No le perdáis de vista!

A toda velocidad por la ruta costera los gemelos estaban entusiasmados viviendo aquella inesperada aventura y animaban a su padre desde la distancia, ¡dale, más rápido, que te vamos a alcanzar! 

-Oye Tom, ¿te imaginas estar enamorado algún día? ¡No imaginaba que fuera divertido! -afirmó Tim.

Belinda se disponía a describir con detalle la sutil línea que separa la novela romántica de la novela negra, pero el sonido de una sirena atrajo su atención hacia el retrovisor, salpicado de destellos rojos y azules. 

-¡Qué emocionante! ¡Nos sigue la policia! -exclamó Tom.

Belinda detuvo el vehículo a un lado de la carretera, mientras se lamentaba invocando todo tipo de maldiciones, tratando de improvisar una explicación para que no la retuvieran demasiado tiempo. 

-Es un policía mamá, no te preocupes -dijo Mandy- ¿Tienes la denuncia que pusiste en Jacksonville? Le demostraremos a este agente que perseguimos a un prófugo reincidente y mandaran a los marines en un helicóptero con ametralladoras. No escapará.

-No, hija. Nos pondrá una multa por exceso de velocidad y si le contamos que seguimos a un marido y padre prófugo nos llevará a una comisaría para poner otra denuncia. Y tendremos que esperar a que intervenga un juez. Para entonces tu padre ya estará en Surinam, si sigue remando a ese ritmo.

-Entonces tomemos acciones de emergencia -respondió la niña bajando del coche.

-Buenos días, señor policía -le dijo la pequeña al agente- Su vehículo celular queda confiscado en aras de la persecución de un descarado exhibicionista, mangante de kayaks y profanador de la unidad familiar. ¿Me entrega las llaves? Gracias.

-Vuelve al coche niña -replicó el policía- ¡No se puede bajar del vehículo cuando te detiene un agente de la ley! ¡Señora, no, no, no, no, no se baje del vehículo! ¡Y tú tampoco, chaval!

-¡Tengo que bajar, mi pequeña corre peligro en mitad de la carretera! -respondió Belinda cogiendo de la mano a la niña.

-Si bajan ellas, yo también puedo. Además no me voy a perder esto -replicó Tim ya fuera del coche.

-¿Les va a disparar con la pistola Taser? -preguntó Tom sacando la cabeza por la ventanilla.

-¡La pistola! Oiga, entrégueme también esa pistola -dijo Mandy- Es posible que me haga falta.

-Aquí unidad 327 -habló el agente acercándose la oreja al aparato que llevaba en el hombro- Código doble rojo. Solicito refuerzos en la carretera sur.



Las luces de los coches patrulla deslizándose por las colinas llamaron la atención de Thomas, que dejó de remar para incorporarse en la canoa, tratando de ver qué ocurría allí arriba. Pero desde aquella distancia no podía ver nada. Sabía que Belinda era muy capaz de movilizar al sheriff, a la policía, los bomberos, el ejercito y las brigadas especiales con tal de truncar su huida, y todas aquellas luces eran un mal presagio. Reflexionó unos instantes y le pareció que su mejor opción era adentrarse en el océano, alejándose todo lo posible de la costa, le buscarían arriba y abajo por las playas y los acantilados pero nadie creería que se había adentrado en el mar en aquella barquita. Luego, una vez pasado el peligro, podría volver fácilmente, bastaba con dirigirse hacia la línea de la costa, que era enorme y fácil de distinguir.

Se adentró en las aguas dejando la tierra firme, a su familia y a su amigo Brad cada vez más lejos, y remó durante dos o tres horas, hasta que se sintió exhausto y decidió darse un descanso. Aún podía ver la costa unos kilómetros atrás así que se recostó, ya algo más tranquilo, con la intención de descansar y dejar pasar el tiempo. Al anochecer podría emprender el viaje de regreso guiado por las luces de los hoteles y resorts que se alineaban frente al mar.

Encontró una postura aceptable acurrucado en el kayak y cayó en un sueño dulce y plácido. En un lugar maravilloso, una playa soleada rodeada por un vergel, él y su amigo Brad se abrazaban colmados de alegría y de ilusión, a las puertas del rutilante resort de 6 estrellas del que eran dueños en la zona más exclusiva de todo el Atlántico, mientras una fila interminable de personas montadas en sus kayaks amarillos hacían cola impacientes, esperando conseguir una habitación en su hotel.

Despertó unas horas después atenazado por el dolor de espalda. Tardó unos segundos en espabilar su mente y trató de ubicarse, estaba montado en la canoa en mitad del mar, sí, pero era noche cerrada y las únicas luces que podía ver eran las de las estrellas, que parecían observarle con preocupación. No había forma de saber en qué dirección estaba la costa y, lo que era aún peor, nada hubiera podido hacer aunque supiera hacia dónde ir pues una fuerte corriente le arrastraba con rumbo desconocido. Sintió una sucesión de pánico y terror y por su imaginación desfilaron todo tipo de pensamientos terribles, pero al final se resignó a su suerte, nada podía hacer. Volvió a recostarse en la barca y abrazado a su billete de 100 dólares se puso en manos de su destino.

Cuando Belinda y los niños consiguieron por fin salir de la comisaría era noche cerrada. Las cosas se habían complicado bastante y tuvo que echar mano de sus mejores contactos para salir de aquel embrollo sin cargos. Sin duda debía mantener una conversación con Mandy respecto a los límites de la legalidad y lo que ella denominaba “razones de urgencia”. Desde luego era una niña muy adelantada para su edad, pero no podía dejar que su hija considerara procedente sustraer la pistola Taser a un agente de la ley, sobre todo porque, a pesar de ser la pequeña, era un referente para sus hermanos, que no habían dudado en seguir su ejemplo, y aquello había terminado en una refriega de disparos eléctricos cruzados, con varios agentes electrocutados y toda la familia inmovilizada en el suelo. Menos mal que nadie más había presenciado la ridícula escena.

-¡Mira mamá! ¡Salimos en Youtube! ¡Qué buena puntería tiene Mandy, le dio de lleno a ese agente! -dijo Tim.

-¡¡No me lo enseñes! ¡Apaga eso ahora mismo! -respondió Belinda imaginándose el jolgorio que debía reinar a esas alturas por todo Jacksonville y maldiciendo los vídeos, las redes sociales y toda la tecnología a disposición de esta putrefacta e indiscreta sociedad.

Sentada de nuevo en el coche con los niños dormitando en el asiento de atrás decidió enfrentar la situación con más calma, debía planificar bien sus siguientes pasos para compensar la ventaja que Thomas les sacaba gracias a todo aquel enredo con la policía. Quedaba claro que aquella huída estaba perfectamente planificada, su marido había elegido un primer destino que conocía y que debió de inspirarle cierta seguridad, pero nunca había viajado más al sur de Daytona así que sólo le quedaba la intuición y el conocimiento sobre las inquietudes y habilidades de su marido para establecer una hipótesis sobre el plan de emergencia que sin duda tendría bien definido. No volvería a subestimar su retorcido intelecto. Sacó el mapa de la guantera y lo estudió con detenimiento. Cocoa Beach, Melbourne, Vero Beach, ninguno de esos nombres podía significar algo para Thomas, Fort Pierce, Saint Lucie, ¡un momento! ¡Jupiter! ¡Seguro que era allí! Aquel mequetrefe aprovechaba la más pequeña oportunidad para soltar un speech aburridísimo sobre los planetas, las galaxias y la formación del universo. Seguro que se dirigía hacia allí. Le llevaría su tiempo recorrer esas 200 millas pero estaba bien claro, ¡su destino final era Jupiter! Y en el mismísimo Jupiter le estaría esperando su familia en pleno cuando llegara. Menuda fiesta sorpresa.




Un lento amanecer consiguió espabilar a Thomas que había pasado la noche recostado en el kayak. Se incorporó adormilado, dolorido, hambriento y sediento. La corriente le había dejado en mitad del atlántico, sin nada a la vista excepto grandes bancos de bruma matinal, en una zona muy tranquila, en la que la barca no se movía ni un solo palmo. Aquello era desolador. Se acordó de un documental que vio en la tele sobre otro océano, el Pacífico, que explicaba que es ese el desierto más grande y solitario de todo el planeta. Sin duda debía serlo, si era aún más solitario y desértico que aquel lugar en el que se encontraba. 

Tuvo que reconocer que su situación era desesperada, había confiado en el destino y al parecer el suyo era morir allí, de sed e inanición, solo en mitad del basto océano. No había nada que pudiera hacer. Remar en cualquier dirección era tan absurdo como hacerlo en cualquier otra y lo más probable es que terminara moviéndose en círculos o algo así. No había multitudes a las que seguir, ni semáforos en verde, nada con lo que pudiera trazar un plan de acción en caso de haber tenido papel y lápiz.

Moriría solo pero al menos libre, así que decidió pasar sus últimas horas con los ojos cerrados repasando los momentos más gloriosos de su vida, es decir, los últimos días en Daytona. El azar le había llevado hasta la puerta de Brad y juntos habían montado un negocio próspero y prometedor en tan solo unas horas. Qué pena que la iniciativa hubiera resultado tan efímera. De haber tenido la oportunidad en unos pocos meses habrían creado una franquicia de acrobacias sobre canoa y en un par de años estarían establecidos en Europa y Asia por lo menos. Pero una vez más Belinda le había cortado las alas, apareciendo por allí con aquellos niños que sí, eran sus hijos, también él había contribuido a su educación aunque fuera poco y en parte también eran producto de él ¡pero más de ella!, maldita sea, ¡pero si no se parecían en nada a su padre! No tenían su espíritu soñador, aventurero, creativo y alegre, ¡los tres eran perfectas alimañas! 

Un momento -pensó- ¿Cómo era posible que le hubiera localizado tan rápido y con tanta exactitud? Su huída no había sido el paradigma de la perfección pero tampoco había dejado huellas que pudieran llevar hacia él de una forma tan eficaz. Su vecina, Mariela, le había acercado en coche hasta Jacksonville, pero estaba convencido de que ella no pondría a su mujer sobre la pista y además ni él mismo sabía que terminaría en Daytona Beach cuando se despidieron en el centro de la ciudad. En la estación de autobuses no había necesitado identificarse y aún no había hecho nada que pudiera salir en las noticias, ni le había interrogado la policía. Y en la playa no vio a nadie conocido. Maldita sea. ¡La multitud! toda aquella gente le grababa con sus móviles en la playa mientras hacía acrobacias y muchos debieron subir sus grabaciones a Youtube y sitios de ese tipo, ¡y los gemelos y su clan de amigos maléficos se pasaban la vida mirando vídeos de gente haciendo cosas digamos rocambolescas! ¡Eso era! Así le habían localizado con tanta precisión. A partir de ahora tendría mucho más cuidado, debía ser mucho más discreto con sus habilidades. 

El problema era que dadas las circunstancias en las que estaba en muy poco tiempo ya no quedaría lugar para el “a partir de ahora” y eso era muy triste. Sobrecogido por esa certeza, estaba ya dispuesto a llorar con mucha amargura cuando una estruendosa llamada le sobresaltó. 

-¡Eh! ¡El de la canoa! Nos vamos a acercar ¿vale? No se mueva, la lancha levantará algunas olas y no queremos que caiga al agua. ¡Permanezca quieto y tranquilo, ya está a salvo!

Thomas se incorporó y vio un pequeña lancha que se acercaba despacio, ocupada por dos individuos vestidos con camisas blancas, uno de ellos era el que vociferaba a través de un megáfono. Se puso a saltar de alegría y no pudo evitar incorporarse y hacer un par de saltos mortales invertidos.

-¡Por favor, quédese quieto! ¡Eso es muy peligroso! Esta zona está infestada de tiburones.

Rescataron a Thomas y ataron un cabo a su kayak que les siguió dando botes sobre la estela de espuma blanca que dejaba la lancha. Le dieron agua, un bocadillo de chili con carne y unas palmadas en la espalda. Se sintió bastante reconfortado, aunque de haber podido elegir era casi seguro que el bocadillo hubiera sido diferente.

-Qué amigo, ¿está usted bien? No se preocupe, ocurre continuamente, salió a hacer un poco de ejercicio matinal y se adentró demasiado en el mar. 

-En realidad yo, llevo bastantes más horas…

-No se avergüence, hombre, si pasa muy a menudo. Por esto tenemos este tipo de vigilancia en la isla, porque estas cosas pasan. Y ya sabe usted, aquí estamos todos a su servicio, tratando de hacer su estancia perfecta y agradable. ¡No vamos a dejar que nuestros distinguidos clientes se pierdan en el mar! Ahora relájese un poco, aunque no lo parezca estamos muy cerca del hotel pero esta maldita bruma lo oculta todo, ¡podríamos chocar con un elefante antes de verlo!


Thomas, sentado en la parte trasera de la embarcación, dedicó unos segundos a calcular las probabilidades que tenían de chocar con un elefante por aquella zona pero se dio cuenta de que en sus circunstancias aquel cálculo era absurdo, carecía del fondo estadístico necesario. Oteaba el horizonte brumoso hacia el que se dirigían intentando detectar algún elefante errante o extraviado y de paso tratando de encontrar algún indicio que le ayudara a comprender qué estaba sucediendo. Le habían rescatado, le habían proporcionado alimentos y bebida, y al parecer no estaba perdido en mitad de un desierto asesino sino cerca de un establecimiento que cuidaba con mimo a sus clientes. No iba a morir por el momento. Una vez más su destino le había preparado una buena sorpresa después de mostrarle el más hondo de los abismos. Era su sino, sufrir para luego triunfar. Se sintió tan pletórico que gritó de alegría.




sábado, 20 de enero de 2018

La nueva vida de Thomas. Capítulo 1.

CAPITULO 1

Cerrar la puerta de tu casa sabiendo que es para siempre, eso hizo Thomas Parker Lynn. Fue un impulso, un acto reflejo ante las presiones de una vida rutinaria, sin alicientes, y aunque un segundo después ya estaba arrepentido no había tomado la precaución de coger las llaves y este pequeño inconveniente le motivó lo suficiente para tomar el camino de la liberación. No lo había planificado del todo bien, tampoco llevaba dinero, ni tarjetas de crédito, ni una maleta con ropa, sólo su chandal gris con el logo de Mclaren y sus deportivas verdes nuevas. Al menos iba bien vestido. Ya se lo decía su madre, “con los zapatos limpios y el pelo bien cortado se puede ir a cualquier sitio”. El pelo, bueno, hacía un tiempo que necesitaba algún arreglo, pero el problema se resolvió solo, recordó que en el bolsillo trasero llevaba la gorra roja que le regalaron en el supermercado por la compra de dos litros de detergente para ropa blanca, se la caló a fondo y miró decidido hacia el jardín delantero del vetusto chalet de madera, en cuyo extremo estaba la portezuela de salida hacia una nueva existencia.

Los primeros pasos son los más difíciles, lo había escuchado muchas veces, así que los emprendió con aplomo, levantando las rodillas y dando zapatazos, como si matara cucarachas por la noche, medio a oscuras, en la cocina. Claro que eso nunca lo hubiera hecho con sus deportivas verdes recién estrenadas, para eso estaban las zapatillas marrones de estar en casa, que además amortiguaban el desagradable crujir de los insectos pisoteados. Avanzó así hasta la cerca del jardín y como ya le dolían los pies decidió dejar de caminar con aplomo y salió de la parcela con aparente normalidad pero sabiendo que debía enfrentarse a la primera decisión de su nueva vida. tomar la calle a la izquierda o a la derecha. Así dicho puede parecer una banalidad, pero Thomas intuía que se trataba de un camino irreversible.

Lo pensó un par de segundos y se dejó guiar por su infalible sentido práctico. Izquierda, de ese modo evitaría pasar delante de la casa de Pit y no tendría que escuchar los temibles ladridos que siempre le dedicaba su PitBull blanco. Manda narices, buscarte un perro que de apellido lleva tu nombre. Supuso que era cosa de la soledad, o de una personalidad egocéntrica y dada a la autocontemplación, cosa que sin duda practicaba Pit. Nunca habían congeniado, su vecino era un divorciado de vida alegre y dado a todo tipo de vicios y debilidades, que dedicaba su tiempo libre a las fiestas subidas de tono, envidiables, sí, pero muy poco conviviales, la música alta, los gritos de júbilo y de otras clases, aderezaban las noches del vecindario. Más de una vez Belinda, la mujer de Thomas, harta de los ruidos y las molestias de su vecino, le había enviado a poner orden en mitad de aquellas fiestas desmadradas. El siempre fue una persona educada, así que pasaba un rato tocando el timbre de la puerta exterior aún sabiendo que nadie podría escucharlo entre aquella mezcla de cacofonías. Después de conceder un tiempo prudencial  a la buena vecindad entraba en la parcela de Pit un tanto avergonzado por no contar con el permiso explícito para ello, pero era mejor enfrentarse a una acusación por allanamiento de morada que soportar los insultos y el desprecio de Belinda. Buscaba a Pit entre aquellas personas vestidas tan sólo con bañadores y exiguos bikinis, que reían, cantaban, gritaban o se achuchaban, procurando no mirar demasiado, más que otra cosa para no tener que calibrar su propia vida.

Casi siempre encontraba a su vecino en la zona de las tumbonas, repartiendo su atención entre uno o varios cócteles y una o varias bellas mujeres, de esas que Thomas sólo había visto en la televisión. Entonces, haciendo un enorme esfuerzo por superar su naturaleza tímida le decía,

-Hola Pit. ¿Qué tal? Perdona que te interrumpa.

-Qué bien tío. Qué bien que hayas venido, esta fiesta necesita con urgencia un espíritu rebelde como el tuyo. Venga tío, tírate a la piscina que está llena de apasionadas jóvenes deseosas de conocer a un hombre interesante como tú. No te preocupes, yo les digo que eres escritor de novelas de misterio y lo tienes hecho -así eran las respuestas de Pit, dotado de una mente ágil y con respuesta para todo, jalonadas siempre por las risitas mal contenidas de sus acompañantes.

No es que a Thomas le molestaran demasiado estas bromas, pues en el fondo le gustaba creer que era su condición de hombre casado el factor que le impedía emprender esa aventura y que en otras circunstancias quizá se hubiera lanzado a la piscina y puede que alguna de aquellas chicas se hubiera dado cuenta del tipo de persona interesante que él era, lleno de matices y aristas. Su mente podía considerarse sin duda alguna creativa y aunque estaba muy desperdiciada debido a la rutina y la consiguiente desidia, podía despertar en cualquier momento con los estímulos necesarios. Además tenía inquietudes, coleccionaba postales y posavasos de cervezas, y leía con interés la sección de ciencia del periódico, y conocía muchas teorías sobre la formación del universo, y lo que es más importante, era capaz de explicarlas con cierta fluidez, aunque era patente que en su entorno no contaba con la audiencia adecuada.

-Oye, Thomas -continuaba de forma inevitable su vecino- No habrás venido a jodernos la fiesta, que si bajemos la música y toda esa mandanga. Te ha mandado tu mujer ¿no? Venga tío, ya sabes que me cogió ojeriza aquella vez que expandimos la fiesta hasta vuestro jardín. ¿Os lo he contado chicas? Qué desmadre. Lo bueno fue que aquí el amigo fue el único detenido. ¡Cómo vacilaba a los agentes! Zeñó agete, zoy el zueño de la caza, ja, ja, ja.

-No, no, yo no quería faltarles al respeto, lo que pasa es que se me olvidó quitarme el aparato que utilizo por las noches para no apretar los dientes y ellos pensaron que estaba drogado o tomándoles el pelo.

-¡Eres un cachondo Thomas! -respondía Pit.

A esas alturas lo normal es que ya hubiera llegado la policía una vez más. Belinda no tardaba mucho en considerar fracasado su intento de diálogo y tomaba las riendas del asunto por la directa. Al menos los policías no le volvieron a llevar detenido una vez que tenían claro que formaba parte de la parte denunciante.

Fue esta reflexión la que le le llevó a tomar la calle hacia la izquierda, con los vecinos de ese lado no había tenido ningún problema, claro que vivían en Boston a miles de kilómetros y rara vez pasaban unos días en aquella casa. Avanzó unos cuantos metros intentando mantener su ímpetu alejado de las dudas que empezaban a abrirse camino entre el ligero ramaje de su decisión ¿Qué iba a hacer?¿Hacia dónde encaminaría su vida? Empezaba a ser evidente que su plan de huida tenía algunos puntos débiles que pesaban más y más según avanzaba en su aventura irreflexiva y sin preparación.

Por suerte se cruzó con Mariela, una anciana simpática y avispada que siempre le había tratado con mucho cariño, y eso a pesar de que fue profesora de sus dos hijos mayores cuando éstos cursaban los primeros años en el colegio. Recordaba perfectamente el día que se conocieron, le había llamado por teléfono citándole para una tutoría urgente porque le parecía que los chicos mantenían algunas actitudes mejorables. Acudió al colegio un tanto irritado, no le gustaba que le forzaran a alterar su rutina diaria, pero también intuyendo que si sus hijos habían hecho alguna pequeña travesura le convenía mantener un talante abierto y conciliador. Esperaba algún planteamiento directo del problema concreto pero aquella profesora le dijo que antes de nada necesitaba recabar alguna información sobre la vida familiar, por si algo fuera relevante.

-Sí, yo llevo la casa, hago la comida, la compra, preparo la ropa y traigo a los niños al colegio -explicó Thomas- Verá antes trabajaba en una oficina, en una de esas tiendas que venden coches de segunda mano, hacía las tareas de administración. Cosas muy sencillas o a mí me lo parecían. Aunque lo que más me gustaba era preparar los argumentarios de venta para los vendedores. La verdad es que se me daba muy bien, pero la tienda cerró y como Belinda, mi mujer, tiene un trabajo muy bueno en un despacho de abogados pensamos que lo mejor era que yo colgara la capa y la espada y me dedicara a la familia.

-¿Y este cambio de vida le ha supuesto muchas tensiones? Debe ser muy duro adaptarse a unas circunstancias tan diferentes -preguntó la profesora.

-Bueno, sí, al principio sobre todo. Es difícil cambiar la rutina y también está eso que llaman deformación profesional, intentaba hacer la lista de la compra con cuadrantes como los que usaba para el inventario de repuestos en el trabajo, organizaba las tareas del día en una agenda, tenía un directorio con las direcciones del supermercado, la tintorería, el zapatero y eso. Luego me fui adaptando y aglutiné todos los impresos en un único formulario, mucho más manejable y visualmente muy atractivo, pero se complicó tanto que ni yo mismo podía entenderlo. Así que lo dejé y me decidí a realizar mis tareas con la desorganización propia de cualquier ama de casa.

-Señor Parker, lo que le preguntaba es si la presión derivada de ese cambio brusco le produjo tensiones que quizá pudo reflejar en el trato con sus hijos.

-No, señora, los niños ya eran así antes de que me quedara sin trabajo.

-¿De veras? Pues de verdad que lo siento. Debe ser una convivencia difícil, por no decir horrible, si me permite el comentario.

-Desde luego. No se preocupe, no tengo porque ocultarlo, ni defenderles, al fin y al cabo usted ya les conoce. En realidad existe un término específico para niños como los míos, por lo menos yo lo tengo claro, esas dos criaturillas son perfectas alimañas.

-Vaya, me alegra comprobar que a pesar de todo mantiene la claridad de ideas señor Parker. Tiene usted otra hija ¿verdad? Más pequeña, espero que no sea como, permítame que utilice ese término tan apropiado, espero que la niña no sea como las perfectas alimañas.

-No, no, ella es diferente. Más como su madre, más fría, más decidida, con esa mirada que es una orden -respondió Thomas con el miedo reflejado en el rostro- Tiene dos añitos el bichillo y ya apunta esas maneras, temo que cuando crezca mi espacio vital pueda verse afectado, por decirlo de alguna forma.

-Pues no lo permita Thomas.

-Quiere decir que… ¿que es mejor que la “elimine” ahora, antes de que crezca?

-Por favor, nunca me permitiría ofrecerle semejante consejo. En cualquier caso lo comprendería perfectamente dadas sus circunstancias, pero no, me refería a que no tiene usted que soportar esta clase de vida. Puede elegir.

-Es fácil decirlo profesora Mariela, pero nunca fui una persona de la clase “decidido” -explicó él con cierta tristeza y algo de vergüenza- Bueno, dígame qué han hecho esos dos licántropos malignos, qué han hecho para que me haya tenido que llamar.

-Parece que llevan un tiempo amenazando a los demás niños para que les “regalen” su desayuno. Creo que me entiende -dijo ella mirándole por encima de las gafas que le resbalaban poco a poco a lo largo de su nariz sudorosa por causa de los nervios- En la clase de ciencias naturales estaban haciendo uno de esos proyectos infantiles, cultivar una planta a partir de una legumbre, una alubia, y cuidarla hasta que haya crecido y produzca sus propias alubias.

-Qué bonito. No me lo cuente, por favor.

-Tengo que contárselo, Thomas -prosiguió ella con decisión- Anteayer se comieron las plantas de sus compañeros. Enteras, todas las plantas.

-Todas. Cuantos niños… hay en la clase.

-Veintidós. 

-Bueno, es una fechoría, la verdad, ya le he dicho que no voy a tratar de defenderles pero, vamos, que hemos tenido suerte, son capaces de hacer cosas mucho peores.

-Lo sé. Luego amenazaron de nuevo al resto de los niños, Thomas. Les dijeron que si contaban lo que había ocurrido con las plantas se comerían sus tortuguitas, esas pequeñitas tan monas, verdes y amarillas. Las cuidaban en otro proyecto de la clase.

-Aaaah -dejó escapar Thomas muy bajito, esperando lo peor.

-Los demás niños, tan atemorizados estaban que no quisieron explicar al profesor qué había pasado con las plantas. Pero esta mañana sus hijos se comieron las tortugas de todas formas. Veintidós tortugas vivas.

-¿Y cómo les ha sentado…

-Me imagino que tendrán una digestión pesada, Thomas -le interrumpió ella con severidad.

-No, no, me refería a los otros niños. ¿Están muy traumatizados?

-Por ahora sólo son capaces de gemir y llorar. Entre lágrimas y balbuceos la mayoría dicen que no quieren entrar en contacto con ningún otro ser vivo. No sé si se recuperaran alguna vez. El profesor de naturales ha preferido volver a su antiguo trabajo, como sexador de serpientes venenosas y grandes lagartos -la mujer hizo un pausa dramática, con los ojos empantanados en lágrimas- Se lo suplico, Thomas, me quedan tres años para jubilarme, no podré resistirlo. Por favor, por favor, lléveselos. Hay otros colegios cerca, muy buenos. Verá, los demás profesores y yo hemos pensado en hacer una colecta, vendiendo algunos bienes, coches y tonterías así, incluso hipotecando algunas de nuestras viviendas, ¡si ya hay algunos padres que han mostrado su intención de colaborar! Se lo pagaremos cada mes, el colegio, los uniformes, el desayuno y hasta las vacaciones si le parece bien. Permítanos ese pequeño detalle.


Así fue como Thomas conoció a la señora Mariela que ahora tenía enfrente y, después, con el paso del tiempo, ahondaron en esa buena relación a través de las tutorías, las reuniones de padres y las visitas a la comisaría y el hospital. Una vez que la mujer se jubiló superando a duras penas tres años de penalidades, se encontraban con frecuencia, pues vivía un par de casas más allá, y cada vez que le veía le compadecía y se congratulaba por estar jubilada y haber perdido tan sólo tres años de su vida. Otros profesores todavía seguían allí, entre la depresión y el ataque de ansiedad, educando a sus perfectas alimañas y a la pequeña sociópata, como denominaban a su hija menor, que ya había crecido lo suficiente para dejar atrás con creces la leyenda putrefacta de sus dos hermanos.

-¡Thomas! ¿Qué tal?¿Dando un paseo?

-Hola Mariela. Voy… voy a coger el autobús hasta la ciudad, para hacer unos recados -improvisó.

-Precisamente voy al centro en mi coche, también de compras. Permíteme que te lleve, es más rápido que ir en transporte público y tendremos un trayecto muy ameno, poniéndonos al día.

El centro de la ciudad estaba apenas a media hora en coche de la zona periférica residencial en la que vivían, un barrio acomodado, bonito y tranquilo que Thomas se disponía a abandonar para siempre. Fue consciente de ello mientras desfilaban los chalets a través de la ventanilla y un nudo de incertidumbre y nostalgia anticipada atenazó su estómago.

-Estas muy callado, cariño. ¿Qué tal sobrevives en ese circo romano en el que vives?

-Estoy siempre muy ocupado, apenas tengo tiempo para pensarlo. Es una rutina muy dura, los chicos requieren mucha atención, aunque tengo mis pequeños trucos para hacerlo más llevadero -respondió Thomas con una tímida sonrisa asomando en su rostro- Cuando llegan del colegio a los dos mayores les cocino 25 salchichas, impares ¿entiendes? Cuando se han comido 24 se pelean por la última y pasan la tarde dándose bofetones en el jardín, así tengo el camino libre para ocuparme de la pequeña que es de trato más difícil.

-Como su madre, siempre lo dices.

-Tal cual. Aunque también es muy rutinaria como yo. Cuando llega me pregunta siempre lo mismo, ¿cuando vas a buscar un trabajo, papá?, tienes que hacerte cargo de lo vergonzoso que resulta para mí explicar en el cole que dedicas tus días a limpiar la casa mientras mamá se rompe las uñas, apretadas contra la mesa, en sus avezadas negociaciones con fiscales, jueces e importantes abogados. 

-Ya veo que está muy espabilada para sus seis añitos y que sigue siendo una ricura ¿Y tú mujer? ¿Van mejor las cosas con ella?

-Nos tenemos mucho cariño. Ya sabes que a ella no le gusta demostrarlo -respondió Thomas amagando una sonrisa- le va el papel de dura y eso. Algunas veces sigue pasando revista a la casa y haciéndome notar algunos aspectos mejorables, tanto en mi labor como en mi forma de ser, pero en general se va acostumbrando y sólo me dirige un par de gruñidos que apenas alteran nuestra pacífica convivencia.

-Thomas… ¿Cuándo te vas a liberar de todo esto? Tienes que sublevarte, dar un golpe contundente sobre la mesa, lárgate. ¡Haz algo! Lo que sea, pero no sigas viviendo así.

-Yo… verás Mariela, yo no sé cómo, ni siquiera lo he decidido, pero me estoy yendo, estoy desapareciendo, justo ahora -confesó Thomas.

-¿Queeeeeé? -exclamó ella mirándole con asombro y cambiando de carril sin darse cuenta, alterada por aquella sorpresa, entre los pitidos y frenazos de los coches cercanos- ¿Te estás dando a la fuga ahora? Es decir, ¡te estoy ayudando a desaparecer, a cambiar de vida! Esto es fantástico. ¡Enhorabuena Thomas, no sabes cuanto me alegro! Sabía que algún día darías un salto de fe.

-Por favor Mariela, mira a la carretera que no quiero que mi aventura termine tan pronto.

-Pero ¿no llevas maleta?¿Has cogido dinero? ¿No? ¡Thomas! ¡Oh, Dios mío, eres tan cándido! Lo de empezar de cero no hay que tomarlo tan literal, cariño.

Llegaron al centro y Thomas a duras penas consiguió bajarse del coche entre los abrazos, las preguntas, las exclamaciones y recomendaciones de Mariela, que le regaló un billete de 100 dólares como pequeña contribución simbólica a su nuevo comienzo. Se despidió deseándole suerte, emocionada por la certeza que su amigo evidenciaba: hasta el ser más pusilánime y estático puede llegar a reunir el valor necesario para empezar a ser otra persona. Ignoraba, claro, que sólo la falta de previsión de aquel hombre, que olvidó llevar consigo hasta las llaves de su casa, habían propiciado aquella decisión radical. Pero se trataba de un detalle irrelevante, lo importante era que le admiraba y, como ella misma suponía, era la primera persona que sentía admiración por Thomas Parker Lynn.

Sin un plan bien definido resultaba difícil decidir que hacer entre todas las posibilidades que ofrecía a un fugitivo una ciudad como Jacksonville. No es que fuera una gran urbe y ciertamente las posibilidades se reducían un tanto si se descartaba todo aquello relacionado con la base naval y el ejercito, así que Thomas optó por una solución rápida y decidió caminar siguiendo la dirección que llevaba la mayor parte de la gente que se movía por allí, aunque después de tomar algunas referencias comprobó que llevaba dos horas avanzando en círculos alrededor de un par de manzanas por culpa de aquella multitud, que se movía de forma errática, los muchos iban hacia un lado y luego cambiaban de dirección sin una motivación aparente. Así que modificó su estrategia y en cada cruce de calles tomaba aquella que tuviera el semáforo en verde. Resultó mucho mejor pues en apenas media hora se hallaba en la puerta de una estación de autobuses, sin ninguna luz verde que le indicara el camino a seguir.

Compró, como es lógico, un billete para el primer autobús que partiera hacia donde fuera, lugar que resultó ser Daytona Beach. Le alegró mucho saber que el destino le llevaba precisamente a esa ciudad, había pasado algunos días de vacaciones allí, con su mujer, cuando su relación era si no más apasionada sí más cordial, y la estancia le había resultado muy agradable. En esos días comenzaba la temporada de playa así que aquel lugar que tan buenos recuerdos le inspiraba estaría lleno de oportunidades para un ávido emprendedor. Recordaba que la ciudad estaba dividida en dos partes por el río Halifax y pensó que sería mucho más conveniente establecerse en la zona costera, en la que se encuentran la mayoría de las atracciones y los mejores resorts de vacaciones.

Impaciente subió al autobús y se sentó en su plaza, retorciendo el billete con nerviosismo, dispuesto a contar cada uno de los minutos que requería el absurdo y largo trayecto que tenía previsto el vehículo, pasando por varias ciudades interiores y cuajado de paradas. El resto del pasaje comenzaba a entrar en el vehículo, buscando sus asientos y ocupando casi por completo aquel viejo trasto forrado de aluminio gris ondulado. Una viejecita se sentó a su lado, saludándole y sonriendo con timidez. A Thomas le pareció un buen presagio, siempre se había llevado bien con las ancianas, que por alguna razón tendían a aconsejarle con prudencia y a demostrarle un cariño espontáneo producto, probablemente, de su aspecto desvalido y de sus elocuentes dificultades para desenvolverse en la jungla de la vida. Dedicó a la mujer una amplia sonrisa tratando de invitarla a una amena conversación.

-Me llamo Melissa -dijo la anciana- Se lo digo por si en algún momento necesita dirigirse a mí y considera la posibilidad de llamarme abuelita, que no le conozco de nada pero ya le estoy viendo venir.

-Oh, no, no, señora Melissa. Discúlpeme si he causado esa impresión con mi talante distendido, sólo trataba de parecer afable y abierto a establecer una conversación entretenida y jovial que amenice este largo viaje.

-Me parece muy bien, joven, pero sepa usted desde el comienzo que soy muy precavida y no me dejo engatusar por desaprensivos que buscan apoderarse de mis joyas y abalorios que, por cierto, no llevo en este viaje. Este anillo es de hojalata contrachapada y este otro una imitación.

-¿Hacia dónde se dirige Melissa? -preguntó Thomas tratando de cambiar el curso de la conversación.

-A ver a mis nietos, que viven en Daytona Beach. Mi hijo es un desarrapado dedicado a perder el tiempo haciendo como que mantiene con vida un maloliente y ruinoso tugurio de alquiler de barquichuelas de plástico, así que de vez en cuando paso una temporada allí tratando de dar a los niños una vida convencional, con tres comidas al día y la ropa limpia. 

-Entiendo. Supongo que su hijo está separado o divorciado. Debe ser muy difícil mantener la casa, a los niños y trabajar en esas condiciones, quizá el hombre no puede con todo.

-Paparruchas, soy viuda desde hace 40 años y a ese zángano nunca le faltó de nada. No me extraña que su mujer se largara. Les abandonó y no la culpo, ese mameluco sólo piensa en bajar y subir su bañador al son que marcan las turistas. Ya me entiende -dijo guiñándole un ojo- ¿Y usted hacia dónde se dirige?

-También a Daytona. Voy en busca de trabajo, lo que se dice a empezar una nueva vida.

-Tiene usted aspecto de obrero de la construcción, ¿enfoscador, verdad? No hace falta que me lo confirme, no me suelo equivocar con la gente -afirmó la señora Melissa- No es el mejor sitio para encontrar esa clase de trabajo y menos en temporada alta. Pero si quiere vaya usted a la playa y busqué la casucha que alquila kayaks, allí encontrará al borrego de mi hijo que gustoso le ofrecerá un trabajo mal pagado e ingrato, los empleados no le duran ni una semana y es casi seguro que le recibirá con los brazos abiertos, dado que si otro atiende el negocio puede dedicar la jornada completa a sus faenas.

-Vaya, es usted muy amable. La verdad es que esta oferta de trabajo me viene muy bien, no soy amigo de una excesiva planificación pero debo reconocer que sentía un poco de miedo al vacío que supone este comienzo sin expectativas concretas.

-No se haga ilusiones, joven. Dentro de una semana es probable que me odie por brindarle esto que denomina usted oferta de trabajo -dijo la anciana y tras carraspear un poco preguntó- ¿tiene usted familia?

-¿Yo? Pueees…. No. No. La verdad es que no. Soy lo que podría llamarse un… un picaflores. ¡Pero en el buen sentido! -corrigió ante la mirada reprobadora de la señora- Quiero decir que no me gusta echar raíces, no soy de parejas estables ¿sabe? Me gusta ir de aquí para allá, conocer ciudades, entablar nuevas amistades y ese tipo de cosas.

-Sin hijos las obligaciones son menos y es usted muy libre de vivir la vida que más le plazca.

-Noooo, ¿hijos?, no, no. Verá lo estuve considerando un tiempo, establecerme en algún sitio bonito, una mujer, un par de críos. Pero, puf, viendo a mi vecino de al lado, un tal Pit, se me quitaron las ganas. Tiene el pobre dos hijos que son un par de cafres, lo que se dice dos orangutanes teletransportados desde la selva más profunda, y luego una niña, pequeña, de unos seis años, que si la veía por la calle me cambiaba de acera, no le digo más, del pánico que infringe su mirada.

-Le entiendo muy bien. Hay algunos críos muy consentidos hoy en día -replicó Melissa.

-Estos de los que hablo son lo peor. Los chicos se colaban en mi piscina ¿sabe? sobre todo durante las fiestas que solía dar a mis amigos. Sí, para hacer alguna trastada enrevesada, pegamento en las sillas, no vea que problema para los que acostumbran a bañarse en tanga, hielos jabonosos, un pequeño caimán en la piscina, esas cosas.

-Qué angelitos. Cuente, cuente ¿y la niña también se colaba en sus fiestas? 

-No ella era más de venir a pedir azúcar para hacer un pastel. Y con esa mirada caníbal ávida de sangre por lo general me sentía inducido a entregarle 200 dólares para que comprara una tarta de 3 pisos.

Thomas continuó hablando, suplantando a su vecino en varias historias más, hasta que este gran esfuerzo intelectual terminó por derrotarle y cayó en un profundo sueño. Cuando se despertó estaba anocheciendo, parpadeó un rato y se dio cuenta de que estaba dormido acurrucado, con la cabeza apoyada en el pecho de la anciana Melissa que dormía plácidamente abrazada a su cabeza. La de Thomas, que notó como entre sus cejas se deslizaban un par de hilillos de baba espesa que goteaba de la boca abierta de la simpática mujer, subrayando la placidez de su sueño. No pudo evitar considerar aquella manifestación de relajación muscular como algo un tanto repugnante e intentó limpiarse con la manga del jersey que cubría el brazo que le abrazaba, pero la brusquedad de aquellos tirones hizo que la mujer se despertara sobresaltada.

-¡Maldito ladronzuelo! Sabía que eres un embaucador y que intentarías robarme los anillos. ¡Al ladrón! ¡Al ladrón! ¡Ayuda, asistan a una indefensa anciana!

El pasaje, sobre todo otras viejecitas muy indignadas, se revolvió contra Thomas en defensa de la anciana que pedía ayuda desesperada. Se sucedieron las voces, las amenazas, las explicaciones confusas y poco convincentes, y en un santiamén le redujeron, haciendo caso omiso de sus protestas y sus precisas referencias a artículos concretos de la constitución y la declaración de derechos humanos, y le lanzaron sin contemplaciones a la calle. Por suerte el conductor había detenido el vehículo para facilitar la extracción, de lo contrario el golpe contra el asfalto hubiera sido aún más doloroso.

Thomas, tirado como un guiñapo, cubierto de rasponazos y dolorido en el corazón, en las rodillas y en los codos, se sintió triste y solo, abandonado como un neumático reventado en la cuneta de la carretera, y se consoló pensando que había tocado fondo. A partir de entonces todo sería ascender y mejorar, se dijo. Al menos no echaba de menos a nadie y eso, por extraño que pueda parecer, era un consuelo. Le llevó un tiempo atreverse a comprobar el estado y funcionamiento de sus extremidades y bastante más ponerse en pie. Se preguntó dónde estaba, cuántos kilómetros faltarían hasta Daytona Beach y empezó a recopilar los datos que su memoria y sus sentidos podían reportar. Habían parado como ocho veces en diferentes pueblos cuyos nombres no recordaba, se había dormido al atardecer y ya era de noche, la luna estaba alta, el aire olía a mar. Todos esos datos ordenados de forma adecuada podrían darle una pista, pero ante la falta de papel y boli para dibujar un esquema de puertas lógicas, decidió seguir caminando en la dirección en la que desapareció el autobús.

Pasaron muy pocos minutos, que se le hicieron largos debido a los escozores y magulladuras de su precipitado aterrizaje forzoso, y esperanzado encontró en el horizonte las primeras luces de Daytona. Reconocía los carteles luminosos de colores, ordenados en una fila frente a la costa. Se animó pensando que ya faltaban pocos kilómetros y se desanimó un par de horas después al comprobar lo engañosamente cerca que se presentan los rótulos de neón, que en realidad lucen desde la más desoladora distancia. Sin embargo, a pesar de todas sus desdichas mantuvo su paso firme, repitiendo en voz alta que las cosas estaban mejorando y que cada paso le acercaba a su nueva vida.

Cuando los primeros albores del día se insinuaban ya sobre la superficie oscura del mar, entraba Thomas en el corazón de la zona playera de la ciudad. Sonriente y reconfortado avanzó casi corriendo entre los resorts que se alineaban frente a la playa, pisó la arena como si fuera la primera vez con un grito de triunfo, la estrujo entre sus manos y la dejo caer, corrió hacia el mar, desnudándose por el camino y se introdujo en el agua vistiendo solo sus slips rojos Abanderado, importados de Europa. Chapoteó como un niño, gritando de alegría y también por el escozor que el agua salada provocaba en cada una de sus múltiples heridas y rozaduras. Se sumergió, saltó, nadó, tragó agua sin querer y tosió largo rato antes de decidir volver a la arena para vestirse y descansar un poco antes de que empezara la actividad en la playa.

Pero se encontró con otra sorpresa muy desagradable. Alguien había robado su ropa, sus zapatos, su camisa, sus pantalones con lo que quedaba de los 100 pavos que le había regalado Mariela, su gorra roja. Todo había desaparecido. 

Desolado y temblando de frío se acurrucó contra una caseta de madera que estaba allí cerca, plantada sobre la arena, y hecho un ovillo, tiritando, desnudo, sin dinero, sin ninguna pertenencia excepto sus calzoncillos rojos Abanderado, se sintió muy solo, y supo que, ahora sí, había tocado fondo. Y lo supo porque echaba mucho de menos a su mujer y a sus tres retorcidos vástagos, lo cual sin duda era el fondo del abismo más profundo que su ánimo podía alcanzar. Mientras sollozaba observó alrededor, el oscuro mar manchado de naranja en el horizonte, el cielo que todavía conservaba parte de la noche y estaba manchado de estrellas comandadas por una media luna triste, que parecía a punto de caer, y se apoderó de él la certeza total del vacío cósmico, la soledad absoluta y una pena plena y rotunda, que le dejaron tan agotado y se durmió en el acto.

Le despertaron los berridos de una mujer que vendía Betadine (n. del a.: Sí, se trataba de Federica, la gran amiga del compositor Schubert en El Camino de la Vida, que había decidido ampliar el radio de acción de su negocio de comercialización ambulante de Betadine a otras playas del planeta, incluyendo Daytona Beach). Comprobar el espíritu comercial de aquella mujer despertó en él la esperanza, la gente que cree en si misma se busca la vida de las formas más inverosímiles. Le costó una barbaridad levantarse y poner en funcionamiento sus articulaciones acorchadas por la mala postura, el frío y las contusiones varias heredadas de la noche anterior. Se movió un poco para estirar las piernas, la playa estaba llena de chicas tomando el sol, de niños haciendo barbaridades y de familias atrincheradas tras mesas plegables repletas de comida. El chirrido de unos goznes le hizo volverse y comprobó que la caseta de madera que le había servido de apoyo durante la noche albergaba un negocio que en ese momento abría sus puertas. Alquiler de kayaks, decía el descolorido cartel que un sujeto colgaba sobre la ventana. No podía creerlo, entonces aquel tipo de cabellos largos y quemados por el sol, prototipo del cuarentón que se aferra todavía a la adolescencia, era el hijo de la anciana Melissa, aquella que había propiciado su expulsión del autobús unas horas antes. Tuvo la tentación de echar a correr sin parar hasta donde le dieran sus fuerzas pero luego se dio cuenta de que aquello no podía ser casual, era cosa del destino. Y si ese era su destino se aferraría a él con toda firmeza.

-Buenos días, joven -dijo dirigiéndose al hombre que estaba atareado en plegar las contraventanas de madera de la caseta- ¿Necesitas ayuda? Soy un aventurero con ganas de recalar unas semanas en algún sitio bonito como este y necesitado de ganar algunos dólares. Mi nombre es Thomas. Tengo una gran experiencia en el trato comercial y en lidiar con jóvenes ariscos e irreverentes. ¿No tendrás algún puesto vacante en tu negocio?

-Hola, tío -dijo el sujeto en cuestión, ofreciéndole la mano y mirándole de arriba a abajo- La verdad es que estoy escaso de empleados, me vendría bien contratar a alguien que atienda el negocio cuando yo me veo obligado a ausentarme. Pero, tío, lo siento, es que no puede ser. Mira voy a ser sincero, es que echan mucho para atrás las pintas que llevas. Ese bañador que calzas, a ver el color es bonito y tal, pero como que es un poco atrevido ¿sabes? Es que es como, no sé, muy apretado, parece que te van a reventar las bolas o algo, no sé, que yo creo que vas a retraer un poco a la clientela. A ver que no me parece mal que estés orgulloso y quieras exhibir un poco y eso, pero es que el negocio este de los kayaks es mucho de prestigio y de imagen, como que la clientela no va a entender tu look. Creo. Es sólo una opinión, claro, pero como soy el dueño pues… Ah, y todos esos moretones tampoco van a interpretarse bien.

-En realidad todo ello puede resolverse con facilidad -improvisó Thomas- Por lo que veo vendes algunas ropas en tu tienda. Si me adelantas un par de días de sueldo podré adecuar mi vestimenta al nivel del negocio y te demostraré mis habilidades comerciales. En cuanto a los moretones, me bronceo muy rápido, en un par de horas estaré rojo como un cangrejo y ya no se notarán.

-Joder, pues me haces dudar. Oye, sí que eres bueno convenciendo a la gente. Joder, a mí me has convencido a la primera y eso no creas que es tan fácil, que hay gente intentando venderme un Porsche desde hace tiempo y nada, que no caigo. También influye el tema de la pasta, ja,ja,ja -dijo el hijo de Melissa ante la mirada perpleja de Thomas- Mira te doy 40 pavos al día y te puedes pillar el uniforme gratis. Lo que quieras. Bueno, estas bermudas verdes, estas chanclas y la camiseta esa que la tengo desde que abrí la tienda. Ahí tienes las tarifas y los recibos. Sólo se admiten cobros en efectivo. Y cuidado con las pibitas que te veo muy proclive a presumir de tu micro bañador. Muy bien, pues tío aprovechando las circunstancias yo me piro a hacer unos recados. Por cierto, me llamo Brad, mi número está por ahí apuntado en algún sitio. Hasta luego tío, recuerda que espero de ti responsabilidad y trabajo duro.

Thomas se vistió con las ropas que Brad le había escogido. Tuvo que reconocer que el hijo de Melissa resultaba realmente agradable y de trato fácil, muy al contrario que la retorcida de su madre. Se miró en un espejo polvoriento que había en una de las paredes y tardó un rato en reconocerse. Las bermudas fucsias no le quedaban mal, pero las chanclas amarillas con dibujos de palmeras no le convencían del todo. La camiseta morada sin mangas, con la palabra Blue grabada en grandes letras rojas, resultaba bastante desconcertante. Pero no le importó, si ese era el uniforme que la empresa había elegido para sus empleados seguro que estaba basado en razones de peso, como un estudio de mercado o un análisis del público objetivo, y no era su cometido poner en entredicho las decisiones de la organización.

Buscó la hoja de tarifas, que resultó ser un folio arrugado y manchado de grasa de salchichas, un jeroglífico incomprensible, y comenzó a rehacer la estructura de precios. Miró los kayaks desgastados y sucios que se apilaban en una de las paredes y decidió que el precio más adecuado era de 20 dólares la media hora. Luego puso en marcha su imaginación para completar una gama de ofertas sugerente y fue incorporándolas a la tarifa. Dos por uno, hora feliz, preséntanos a tu amigo, deja tu email, vuelve mañana, y otras ofertas a precios muy atractivos llenaron aquel folio de tarifas hasta que se sintió muy satisfecho de aquella, su primera tarea como empleado del negocio de kayaks.

Esperó un rato a que algún cliente se acercara, sonriendo y saludando a todas las personas que pasaban por allí, pero nadie se interesó por alquilar una de aquellas canoas. Hacía un día ideal, sol, calor, el mar en calma, parecía increíble que a nadie le interesara remar un rato en aquellas condiciones tan agradables. Se preguntó cual podía ser la razón y trató de ponerse en la perspectiva del cliente. Salió de la tienda y la observó desde algunos metros. La verdad es que el aspecto del local era bastante mejorable y más que inducir a los clientes potenciales a acercarse para conocer el producto, debía de inspirarles el temor a contraer alguna enfermedad rara o a sufrir una mutación genética. Se pasó el resto de la mañana limpiando y acumulando bolsas de basura llenas de desperdicios, limpiando y reorganizando la tienda. Colocó algunos kayak apoyados en la pared exterior y observó su obra, aquello era otra cosa, el negocio estaba lustroso y era posible que pasara una inspección sanitaria no muy profunda.

Sin embargo, los clientes seguían sin aparecer, la gente estaba ocupada en sus cosas sin considerar siquiera la posibilidad de hacer un poco de ejercicio. Así que decidió iniciar acciones de venta proactiva, cogió una de las canoas y la metió en el agua, remó un poco de aquí para allá cantando para demostrar la alegría y bienestar que el deporte proporciona, pero sólo consiguió cosechar algunas miradas obtusas entre los envidiosos bañistas. No se iba a rendir ante aquel aparente fracaso así que meditó unos instantes sobre sus puntos fuertes y diseñó una estrategia de marketing rápido e imaginativo. Se quitó la ropa, quedándose sólo con sus slips rojos Abanderado, se incorporó e inició una serie de ejercicios de equilibrio y habilidad sobre la canoa, intentando atraer la atención del público hacia el producto.

En unos minutos una multitud se agolpaba en la orilla, observándole, riendo, aullando y señalándole. Se dio cuenta de que estaba en el camino correcto y acompañó el ejercicio de equilibrismo con algunos pasos de baile y un par de arriesgadas cabriolas. La gente aplaudía, silbaba y le jaleaba y decidió que ese era el momento de pasar a la fase de cierre de la venta. Acercó el kayak a la orilla, haciendo reverencias y dando las gracias a su entregado público. Recibió felicitaciones, algunas dolorosas palmadas en su espalda, ya abrasada por el sol, y le hicieron todo tipo de fotografías acompañado de bellas señoritas en bikini. Por un momento se dejó llevar por las mieles de la gloria y a punto estuvo de echarlo todo a perder deleitándose en el regocijo de abrazar a aquellas chicas por la cintura, mientras la multitud comenzaba a dispersarse.

-¡Un momento! -gritó- ¡Pillaos una canoa e intentadlo vosotros! ¡Hoy tenemos un 30% de descuento por el alquiler de dos canoas!

Echó a correr hacia la tienda sin atreverse a mirar atrás, por miedo a ver que nadie le seguía. Entró en la tienda y se situó tras el mostrador y casi lloró de la emoción al comprobar la grandeza de las gentes de sus país, capaces, en cualquier circunstancia, de seguir con devoción a un auténtico líder. Una veintena de personas en una ordenada fila, esperaba su turno para alquilar un kayak. En 10 minutos no le quedaba ninguno.

Mientras el turno de alquiler corría, firmó autógrafos, le sacaron más fotos con chicas estupendas y le invitaron a bocadillos de chili con carne. Alguien le preguntó dónde había comprado aquel bañador tan singular pero decidió guardar el secreto. Y todo aquello se repitió una y otra vez hasta la puesta de sol. Cerró la tienda cuando ya no quedaba nadie en la playa y decidió hacer un balance del día en un papel arrugado. Entre los puntos positivos estaba la improvisación de una estrategia de marketing playero brillante y una ejecución muy acertada de la misma, una recaudación de 1000 dólares, el estómago lleno y el contacto cercano con más bellas féminas de las que había visto en toda su vida anterior. El único punto negativo era la acidez de estómago que siempre le producía el chili con carne.


Improvisó un camastro en el suelo con toallas y prendas y se durmió pensando en cuanto había cambiado su vida en las últimas horas. Se había fugado de su casa con cierta indecisión, el destino le había llevado hasta aquella playa tras vapulearle el ego de la forma más dura posible, dejándole en la miseria de alma más absoluta. La noche anterior lloraba apoyado en aquella caseta, lamentándose por su desdicha, dándose cuenta de que había tocado fondo, pero en apenas unas horas todo había cambiado y ahora se sentía feliz e ilusionado. Era el rey de la playa.