Belinda estaba absolutamente indignada. No podía creerlo, había tenido que abandonar una reunión con un importante cliente tras recibir la llamada del colegio pidiendo que fuera a recoger a su hijita de 6 años que, harta de esperar a su padre, había pedido que avisaran a su mamá.
Thomas, el inoperante marido que le había tocado en suerte, había hecho gala una vez más de la desidia con que abordaba sus sencillas obligaciones domésticas. ¡Y tanto que le había tocado en suerte! Se conocieron en el bingo, era su primera vez y tuvo la suerte de la novata, cantó el bingo, pero compartido con un chico que se sentaba unas mesas más allá y que también había completado su cartón en su primer día de juego. De otra manera no se hubiera fijado en él jamás, pero su tímida sonrisa complice y un saludo muy mono doblando la manita la enternecieron y terminaron charlando a la salida.
Una noche de sexo atropellado sin las medidas preventivas elementales, un embarazo de gemelos y la influencia de unos padres ultraconservadores la situaron en un abrir y cerrar de ojos en un casa individual con jardín modelo normalizado, viviendo con aquel chico casi desconocido, cuyas virtudes no terminaban de despuntar. Otra persona quizá hubiera sabido reconocer el error entre el horror, pero Belinda no era de esa clase, decidió seguir adelante con su nueva vida intentando sacarle algún brillo, pero sólo lo consiguió en lo profesional. La vida familiar era un esperpento, una vivienda mediocre, un par de niños que ya parecían descerebrados al cumplir un año y un marido que dibujaba tablas de doble entrada para hacer la compra eran demasiado para ella. Sólo la necesidad de aparentar una vida normal y feliz la llevó a quedarse embarazada por segunda vez. Y dejándose llevar, sin muchas más satisfacciones, habían ido pasando los años.
En la puerta del colegio su hijita, Mandy, la esperaba sentada en la acera, acompañada de un bedel del colegio, que se mantenía a una distancia prudencial. Aquella niña era la razón de su vida, equilibrada, reflexiva y con un carácter directo y carente de ambigüedades, era un reflejo de sus propias virtudes y le encantaba comprobar cada día la profunda admiración mutua que ambas se procesaban.
-Hola mamá -dijo la niña entrando en el coche y colocándose el arnés de la silla de seguridad- Me veo en la obligación de subrayar que este desaguisado es una prueba más de la gestión incompetente que realiza tu esposo en sus quehaceres diarios y sin duda deberías acusarle de flagrante fraude de ley y corrupción de menores.
-Entiendo tu desasosiego, Mandy, cariño, pero no podemos utilizar ese argumento. Por desgracia y de forma incomprensible no existe una ley que castigue esta situación injusta. Por otra parte, aunque seguramente sentirte abandonada de esta forma cruel te ha hecho víctima de pensamientos perturbadores, relacionados con el asesinato, la flagelación, o diversas clases de tortura, esto aún no esta enmarcado dentro del ámbito de la corrupción de menores. Pero probablemente es una gran idea trabajar sobre ello en los tribunales e ir creando jurisprudencia.
¡Cuanto le gustaba comprobar las habilidades que su pequeña apuntaba en el ámbito de la abogacía! Tenía un olfato especial para interpretar los hechos más cotidianos como situaciones pleiteables y ya la veía manteniendo ocupado a todo un bufete de abogados si se cultivaba adecuadamente esa virtud. Era una niña y aún no tenía claros algunos conceptos y todavía se manejaba con cierto desorden y confusión respecto a la terminología legal, pero su actitud era sin duda la adecuada y era evidente su pasión por la profesión.
-¿Qué le ha pasado?¿Por qué no ha venido a recogerme?
-No descartes que se haya quedado dormido. O quizá los gemelos le han encerrado en el trastero o le han golpeado demasiado fuerte. La suma de capacidades mentales de esos dos tarados es sin duda superior a la de tu padre, así que cualquier cosa es posible.
-Es la primera vez que falta, pero no debes quitarle importancia al hecho sólo por esa circunstancia atenuante. El delito es delito desde la primera vez y que sea posible añadir agravantes no es eximente. Está bien dicho así ¿verdad?
-Desde luego, querida. ¡Pero qué mona eres! -respondió Belinda sonriendo a la niña desde el retrovisor- No perdonaré esta falta sólo porque sea la primera vez. Anda, tómate la merienda.
Cuando llegaron al chalet normalizado con jardín delantero les sorprendió comprobar que Thomas no estaba por ninguna parte. No se preocuparon demasiado pues tras intercambiar algunas ideas sólo quedaban dos posibilidades. La primera y más probable que el sujeto paterno hubiera intentado llegar al colegio siguiendo un plano dibujado por él mismo y que ahora se encontrara en la otra punta de la ciudad. La segunda que le hubiera detenido la policía por vestimenta indecorosa, o la falta de la misma, dada la cantidad de despistes que Thomas había acumulado en este sentido y el dudoso gusto con el que combinaba las prendas.
Los dos gemelos habían aprovechado la ausencia de su padre para realizar algunas travesuras que ni siquiera él les permitía, por lo que se mantuvieron ocupadas algunas horas en extinguir los fuegos más peligrosos, regresar toda la comida a la nevera extrayendo previamente al hipotérmico perro del vecino, y desactivar las típicas trampas caseras como cubos llenos de ácido clorhídrico sobre puertas entreabiertas, tachuelas en la tapa del wc o pistolas de plástico cargadas con una solución de jalapeño. A Belinda estas cosas se le antojaban como un rayo de esperanza, quizá algún día aquellos dos cabestros serían capaces de orientar toda aquella creatividad hacia algo productivo.
La tarde se les pasó en estos quehaceres y no se preocuparon por el padres ausente, pero después de cenar y acostar a los niños, Belinda, sola en el salón de la casa, empezó a sospechar que algo raro ocurría. Era muy extraño que a esa hora Thomas aún no hubiera regresado o dado señales de vida. No creía que le hubiera pasado algo y sólo durante unos segundos barajó la posibilidad de que su marido hubiera abandonado el hogar, pero la descartó por puro orgullo, aquel malnacido no sería capaz de abandonarla, ni siquiera sabría a donde ir y mucho menos valerse por si mismo y organizar una nueva vida. Desde luego era impensable y casi irrisorio temer que se hubiera fugado con otra mujer. Consideró la opción de llamar a la policía para notificar la ausencia de su marido pero le pareció probable que aquello terminara en un nuevo ridículo familiar ante los agentes de la ley, así que se fue a dormir con cierta inquietud generada por aquellos pensamientos, diciéndose que Thomas aparecería en cualquier momento argumentando alguna explicación estúpida, tratando de ocultar una patochada inimaginable.
Llegó la mañana y su marido seguía sin regresar así que, con disgusto y malhumor, tuvo que dispensar un desayuno algo mediocre a los niños.
-Mamá -dijo Tim, uno de los gemelos- Estas tostadas están como una piedra, podría abrir con ellas las cabezas de todos los profesores, mojarlas en sus cerebros acuosos y aún así seguirían duras.
-Sí -replicó entre risotadas Tom, el otro gemelo- Y podrías partirles una pierna y usar los huevos revueltos como escayola.
En otras circunstancias Mandy, la pequeña, hubiera hecho saber a sus hermanos cuantos artículos de las leyes de derecho familiar habían violado con aquellos comentarios irreverentes hacia su santa madre, pero intuía que la susodicha no estaba de humor para aguantar muchas discusiones, así que lo dejó pasar. Y así era, Belinda rumiaba la ausencia de Thomas con mayor preocupación, quizá algo le había pasado, quizá de verdad estaba ante un intento de abandono familiar por muy esperpéntico que eso pareciera, pero en cualquier caso sabía que ya no había excusa para no acudir a la policía a denunciar la desaparición.
Dejó a los niños en el colegio tras hacer oídos sordos a una sucesión interminable de conversaciones rudimentarias entre los gemelos y se sorprendió pensando que no era extraño que Thomas se diera a la fuga teniendo que aguantar semejante tortura a diario. De inmediato se flageló mentalmente por dejarse llevar por aquellos pensamientos débiles y carentes de sentido y aparcó el coche cerca de la comisaría, entró, habló con un agente y llenó un par de formularios. El policía la miró con expectación por encima de los documentos mientras los repasaba.
-Ni se les ocurra buscarle. Estoy obligada a denunciar pero no a exponerme al ridículo.
Acudió al bufete como cada día, aunque algo más tarde de lo usual debido a todos aquellos molestos imprevistos, y se concentró en el intenso trabajo diario buscando algo de normalidad. De manera inconsciente fue organizando sus tareas para salir a tiempo de recoger a Mandy en el colegio, sin saber por qué tenía muy claro que Thomas no iba a aparecer, al menos por el momento. Y cuando lo hiciera el peso de toda su ira y la de su pequeña caerían sobre él, de eso podía estar seguro.
Aquella segunda tarde de marido ausente la pasó Belinda registrando la casa en busca de pruebas que le dieran alguna pista sobre aquella inesperada desaparición. La cartera, las tarjetas de crédito, la ropa, hasta las llaves de casa estaban allí, por lo tanto todo indicaba que no había ninguna premeditación, ni preparación, y estaba casi segura de que incluso Thomas se llevaría aquellas cosas en una hipotética huída, así que sólo cabía una posibilidad a la que no había dado ningún crédito hasta entonces, la desaparición de su marido no era voluntaria.
Empezaba a estar angustiada de verdad por esta certeza cuando la pequeña Mandy entró en su habitación como un torbellino, alzando su teléfono móvil como un letrado que presenta al jurado el cuchillo ensangrentado con las huellas del acusado.
-¡Mamá! Esto es inadmisible. Creo que este documento gráfico es suficiente para repudiarle y obtener una orden de alejamiento. Una familia ejemplar como la nuestra no puede permitirse el lujo de mantener en su seno a un elemento indecoroso e inmoral como tu esposo.
-¿De qué estás hablando, Mandy? -preguntó la madre temiendo lo peor y tratando de contener la rabia que anticipaba y la que ya le reportaba la humillación por haberse angustiado durante unos segundos creyendo que Thomas había sufrido algún terrible accidente.
-Christine me ha mandado este vídeo de Youtube. Exijo una reparación inmediata. No puedo volver a ese colegio. ¡Incluso yo me convertiré en la paria de la clase después de esto!
Belinda le arrancó el móvil de la mano y pulsó el play. El vídeo estaba grabado desde la orilla de una playa, entre el jolgorio, las risas y los comentarios jocosos se veía a Thomas de pie sobre una extraña embarcación de plástico amarillo, vistiendo tan solo aquellos vergonzantes calzoncillos rojos europeos, apretados e indecentes, que se había comprado por internet. De pronto daba un salto o una voltereta, jadeado por el público reunido en la orilla, levantaba los brazos, hacía unos pasos de claqué, baile que por otra parte siempre se le había dado especialmente bien, aunque no era justificación alguna… ¡Maldita sea! ¡Aquel hijo de mala madre se había fugado y estaba en una playa haciendo el payaso mientras su familia se preocupaba por su bienestar!
-¿Qué hacemos mamá? ¿Cómo arreglamos estoooooo?
-Espera, mira, vuelve a la orilla. Le felicitan, le palmean, ¡le piden autógrafos! ¡Mira como se abraza a esas busconas el muy cerdo!
-Le vamos a meter una demanda que va a tener que vender hasta los calzoncillos rojos -dijo la niña con los puños apretados- ¡Qué humillación! Exijo una indemnización por difamación.
-Mejor argumentar actitud indecorosa que desprestigia a la unidad familiar, Mandy. Mira, ahora se va corriendo por la arena. ¡Pero si yo conozco esa playa! ¡Es Daytona Beach! Allí se ve el hotel en el que estuvimos hace unos años. Maldito perro sarnoso, qué bien lo había preparado, borrando todas sus huellas, dejando todas sus pertenencias aquí, fingiendo una desaparición involuntaria. Tenía que haberlo imaginado, es demasiado cobarde para fugarse a un lugar desconocido, ¡por eso ha elegido Daytona Beach!
-Vamos a por él, mamá. ¿Pasamos primero por el juzgado de guardia?
-No, querida. Saldremos por la mañana y le pillaremos infraganti. No hay castigo que la justicia le pueda infligir comparable a la tortura infinita con la que le va a pagar esta humillación.
Thomas se despertó sobresaltado por los sonidos de los goznes y maderas de las contraventanas que Brad estaba levantando. Había acabado tan agotado después de tantas emociones y aventuras que se había quedado dormido y la mañana ya había entrado hacía tiempo.
-Eh, tío, despierta -le dijo Brad- Por inexplicable que parezca ¡hay una cola de gente esperando para alquilar un kayak! Hiciste ayer alguna de esas cosas comerciales que dijiste ¿verdad? Lo digo porque es la primera vez que pasa.
-Sí, organicé una campaña comercial interactiva y el público respondió de forma positiva -dijo Thomas levantándose y arreglando su vestimenta- Mira, ¡recaudé 1000 pavos!
-Coño, creo que ese puede ser el récord absoluto de recaudación de los últimos tiempos. ¡Sabía que estabas hecho para esto desde el momento en que te vi! Ya te dije que tengo muy buen ojo para la gente, intuí tu potencial, un retoque por aquí, pulir un poco por allá, y una charla motivadora era todo lo que necesitabas.
-Anda, yo creí que no te había gustado mi aspecto. Por lo que dijiste cuando llegué.
-Bueno, es que la formación del personal es fundamental en este negocio. Por eso te dije aquello ¿sabes? En plan darte formación, de como vestir y por donde atacar a la gente y eso.
-Vaya -dijo Thomas muy contento- ¡Pues formamos un buen equipo!
Comenzaron a despachar kayaks ofreciendo a los clientes todo tipo de promociones de fidelización y en apenas unos minutos no les quedaba ninguno para alquilar, así que se sentaron delante de la caseta a disfrutar de la estupenda mañana y de las vistas, la arena, el cielo despejado, el mar repleto de sus barcas amarillas.
-Oye -dijo Brad- esta gente es rara de pelotas. Mira, se suben en las barcas a hacer equilibrios en lugar de remar. Manda huevos.
Antes de que Thomas pudiera explicarlo un par de bellas muchachas se acercaron y entre risas le pidieron que les hiciera una demostración del funcionamiento de las canoas. Tiraron de sus brazos y él, entre adulado y avergonzado, se levantó y le guiñó un ojo a Brad.
-Necesitan aprender, Brad. ¡Y yo soy el maestro! -dijo levantando un pulgar.
-Eh, tío, no te vayas. Joder, qué rápido haces amigas ¡Preséntamelas!
Thomas se quitó el uniforme de la empresa quedándose sólo con sus calzoncillos rojos Abanderado, cogió uno de los kayaks y con unos cuantos movimientos ágiles se internó en el mar situándose a la distancia adecuada de la orilla. De un salto se incorporó sobre la superficie amarilla y comenzó su espectáculo con unos pasos de claqué, improvisando una musiquilla, alternando el golpeteo entre la punta y el tacón, aupado por los aplausos de la multitud que le observaba ya con expectación. Era una celebridad, le aplaudían, le sacaban fotos, vídeos, le vitoreaban, hasta su jefe aplaudía y le animaba desde la arena con entusiasmo.
Emocionado por aquella acogida del público saltó, caracoleó y bailó la danza de los cosacos, pero arriesgó demasiado y en un par de ocasiones a punto estuvo de caer, sin embargo consiguió mantener el equilibrio y le sorprendió la reacción de la gente que parecía pensar que aquellos traspiés eran fingidos, como un elemento más para dar emoción al espectáculo, y aún aplaudían más fuerte.
Aquellos que habían alquilado las barcas intentaban imitarle, aunque casi ninguno era capaz de mantenerse un par de segundos en pie y muy pocos conseguían completar alguna maniobra con un mínimo de elegancia, pero todos estaban entusiasmados. Volvió a la orilla y una vez más se vio recompensado con el cariño de su público, fotos, palmadas, abrazos con chicas monísimas, bocadillos de chili con carne. Todo era maravilloso, ya casi hasta le sentaba bien el chili. Brad le felicitó, le abrazó y entre el entusiasmo de la multitud a duras penas logró arrastrarle hasta la caseta para improvisar una reunión corporativa de urgencia mientras Thomas se vestía.
-Ya he visto cual es tu estrategia comercial, el plan ese interactivo. Muy bien. Creo que es una visión muy acertada darle una vuelta al uso de los kayaks y proponer nuevas formas de interpretar el producto -le dijo Brad con un talante muy profesional- Tío, quiero hacerte una propuesta. Te ofrezco un 10% de la empresa si te quedas. Y para que compruebes que voy en serio, aquí te entrego 100 pavos como adelanto de los beneficios futuros. Nos vamos a forrar.
Belinda y los niños salieron hacia Daytona después del desayuno, con la intención de llegar a la playa a mediodía. El trayecto por autopista requería poco más de una hora y media, a diferencia del larguísimo periplo que había recorrido Thomas en el autobús nocturno.
-Mamá -dijo Tim- ¿Por qué nosotros no tenemos un bañador tan cool como el de papá?
-¡Te han mandado el vídeo! ¡No, no me lo digas, no quiero saberlo! -respondió Belinda.
-Yo también quiero unos de estos gallumbos -dijo Tom- Mira qué bien le quedan subido en la canoa esta. Yo también bailaría así de bien llevando algo tan apretado.
Mandy no decía nada, podía ver la furia contenida arder en los ojos de su madre, una cantidad enorme de furia, que saltaría sobre el energúmeno paterno en un borbotón corrosivo e interminable. Y ella, Mandy, sabía muy bien cómo echar más leña al fuego, se encargaría de alimentar la ira de su madre durante décadas. Podrían patentar nuevas formas de tortura.
La niña no se equivocaba, Belinda sentía subir la ira por su rostro hasta las raíces del cabello, nublándole la visión y haciendo rechinar sus dientes. Se sentía humillada de diferentes maneras, su inocente preocupación por el bienestar de su marido, el abandono familiar, los ridículos vídeos, las sorna en las llamadas de otras madres del colegio, pero la peor de todas las humillaciones era que aquel palurdo se la había jugado del todo, se había confiado ante su apariencia de corderito sumiso e inseguro, y él no había dudado en largarse a la primera oportunidad.
Y se había fugado a Daytona Beach, eso también era doloroso. Habían ido allí, aquella vez, hacía unos años, cuando ella aún creía que debía existir algo interesante entre la maraña de desorden y desconcierto que conformaban la personalidad de Thomas. El viaje, como hecho aislado, resultó bien, por alguna razón su marido se liberó del manto de indecisión y debilidad que le caracterizaba y dejó fluir una personalidad ocurrente, divertida, atolondrada y despreocupada, así que vivieron una sucesión de increíbles torpezas y excentricidades que, allí, de vacaciones, lejos de las obligaciones y el quehacer diario, resultaron muy estimulantes para su relación.
El problema fue que las vacaciones se acabaron y cuando volvieron a casa Thomas no fue capaz de replegar toda aquella red de inmadurez y despistes. Belinda se quejó, le reprendió, le castigó, pero sólo logró que se reafirmase en cada una de sus actitudes infantiles, asegurando que aquella era su auténtica personalidad y que nada podía hacer para cambiarla. Antes de aquella semana en Daytona ya apuntaba maneras de palurdo atolondrado con dificultades de concentración y de integración, pero hacía un esfuerzo por disimular y mantenerse dentro de las convenciones sociales, sin embargo, a partir de entonces se convirtió en un estúpido y feliz botarate, fascinado en la contemplación de su falta de capacidad para casi todo.
Se concentró en la conducción, practicando la técnica de respiración que tenía reservada para relajarse antes de intervenir en los juicios más importantes y se aisló de los comentarios de los niños, haciendo cuentas mentales de las millas que quedaban hasta Daytona. Cuando por fin entraron en la ciudad, encontraron un tráfico denso en la zona de la playa y le costó un buen rato llegar hasta el hotel que había reconocido en el vídeo y un poco más encontrar aparcamiento. Bajaron del coche y se adentraron en la arena, sin saber por donde empezar, hasta que Mandy sugirió que se acercaran a la parte de la orilla que aparecía llena de kayaks amarillos, como el que se veía en el vídeo, y tras caminar unos metros le vio, de pie contemplando el mar junto a un tipo raro de pelo quemado por el sol con pinta de adolescente envejecido. Sin poder evitarlo comenzó a correr, emitiendo un sonido sordo que fue creciendo a cada paso hasta convertirse en un rugido.
Thomas y Brad pasaron el resto de la mañana despachando kayaks y contemplando el maravilloso espectáculo del mar salpicado de barquichuelas amarillas sobre las que personajes de diversa índole hacían el mamarracho entre las risas y el jolgorio de los que observaban desde la orilla. Thomas se sentía un maestro en manipulación de masas, un mago del marketing. Y Brad le miraba y le trataba como si lo fuera, mientras le explicaba sus planes de expansión a través de toda la costa, desde Savannah hasta Miami.
-Mira, por allí llega mi madre -dijo Brad señalando hacia un lado.
-¿Qué? ¡Tu madre!
-Sí, tío, estoy tan orgulloso de como va todo… La he llamado por teléfono para que venga a conocerte, quiero que se de cuenta de que esta es una sociedad mercantil de éxito y con futuro, a ver si así deja de pegarme la barrila. Bueno y para arrearle un buen zasca, que lleva años diciéndome que soy un fracasado que nunca verá un fajo de 1000 pavos como el que llevo en el bolsillo.
Un intenso miedo se apoderó de Thomas mientras contemplaba a la anciana acercarse con paso decidido y comenzó a imaginar argumentos para que aquel desafortunado reencuentro no arruinara su incipiente y brillante carrera comercial en el sector náutico, pero era difícil inventar algo que no empeorara las cosas. Entonces se dio cuenta de que las cosas estaban a punto de empeorar de forma irremediable, percibió un agitado movimiento un poco más atrás, algo que se movía rápido levantando una nube de arena a su paso, y reconoció a Belinda más por el gruñido que soltaba que por otra cosa, corría hacía él seguida de cerca por los niños. No podía enfrentarse a tantos reencuentros a la vez, sobre todo teniendo en cuenta las equivocadas pero irrebatibles certezas que iban a establecerse tras un breve intercambio de información entre aquellas personas.
-Adiós, Brad, lo siento pero empiezo a sentirme estancado en el mundo de los kayaks, debo comenzar una nueva etapa de desarrollo profesional, -dijo mientras salía corriendo hacia el agua.
-Pero, ¿qué dices? No te vayas. ¡No me dejes justo ahora!
Thomas corrió con todas sus fuerzas y cuando llegaba a la orilla le arrebató una barca y su remo a un joven que salía dolorido del mar tras una pirueta fallida. Su cabeza bullía manejando pensamientos negativos, era un mal padre que en lugar de alegrarse de verlos huía de sus hijos, era un mal esposo, era un cobarde, un prófugo, un presunto acosador de ancianas, abandonaba a su jefe y único amigo en el momento más importante de su carrera. Pero todo eso no importaba, por encima de todo tenía una determinación pues durante aquellas horas de independencia había atisbado que era capaz de construir una nueva vida.
Belinda no se lo podía creer, el maldito había echado a correr y se había internado en el mar en una de aquellas ridículas barquichuelas, todo en un abrir y cerrar de ojos. Estaba claro que estaba decidido a huir para siempre. Se acercó con los niños hasta la misma orilla, gritando y maldiciendo a su marido, hasta que se dio cuenta de que no podía oírla, una multitud se había levantado al ver a Thomas con el kayak, creyendo que iba a ejecutar otra de sus demostraciones acrobáticas, y coreaban su nombre a grito pelado. Enredadas entre las muestras de admiración de toda aquella gente, Mandy cogió a Belinda de la mano y sintió la rabia fluir entre ellas, se miraron y la ira de ambas creció aún más al reconocer en los ojos de la otra un leve atisbo de orgullo hacia el padre fugitivo aclamado por el populacho, que rendido a sus pies suplicaba otro espectáculo.
Se dieron cuenta de que el tipo rubio estaba a su lado, lloriqueando y lamentándose.
-Y usted ¿por qué llora? -preguntó la pequeña Mandy.
-Se va, me deja -respondió Brad- ¡Es el mejor agente comercial que he conocido y me abandona tan pronto en busca de un futuro más prometedor! Supongo que era inevitable, pero es muy triste.
-Ese chico que estaba contigo, el que se larga en la canoa -le interrumpió la anciana madre de Brad, parada junto a ellos- Me suena de algo. Tiene pinta de buena persona. Y sabes que yo no me suelo equivocar con la gente.
Thomas remaba desesperado, escuchando entre los gritos de la multitud las aberraciones y los insultos de Belinda. Sin duda podría distinguir su voz en medio de una estampida de bisontes. Cuando estuvo muy lejos de la orilla, se sintió a salvo y enfiló su embarcación hacia el sur y pensó que era necesario hacer un balance de situación. Tenía la barca, la camiseta morada con la palabra Blue en grandes letras rojas y el bañador fucsia encima de sus calzoncillos Abanderado. Y los 100 pavos. No se podía decir que esta vez empezara de cero, así que remó con fuerza y decisión hacia su destino, cualquiera que fuera.
Si algo caracterizaba a Belinda era no darse por vencida con facilidad. Con los niños en volandas volvió al coche y decidió seguir la misma dirección que había tomado su marido fugitivo, conduciría hacia el sur, con un poco de suerte podría pillarle más adelante, no se iba a pasar el resto de la vida montado en aquella barca. Tardó un rato en sortear el tráfico de la zona hotelera y tomó la carretera de la costa, con un ojo puesto en la ruta y otro en el pedazo de mar azul que brillaba a su izquierda.
-¡Mira mamá! -chilló Mandy- Ahí va ese depravado ladronzuelo. ¿Este es otro delito, verdad? Flagrante asalto a mano desnuda y sustracción de vehículo acuático a propulsión humana. Lo apuntaré en la lista.
-¡Ya le veo! -respondió su madre apretando el acelerador- ¡Maldito! Mira como rema, si fuera para algo productivo no movería ni un dedo. ¡No le perdáis de vista!
A toda velocidad por la ruta costera los gemelos estaban entusiasmados viviendo aquella inesperada aventura y animaban a su padre desde la distancia, ¡dale, más rápido, que te vamos a alcanzar!
-Oye Tom, ¿te imaginas estar enamorado algún día? ¡No imaginaba que fuera divertido! -afirmó Tim.
Belinda se disponía a describir con detalle la sutil línea que separa la novela romántica de la novela negra, pero el sonido de una sirena atrajo su atención hacia el retrovisor, salpicado de destellos rojos y azules.
-¡Qué emocionante! ¡Nos sigue la policia! -exclamó Tom.
Belinda detuvo el vehículo a un lado de la carretera, mientras se lamentaba invocando todo tipo de maldiciones, tratando de improvisar una explicación para que no la retuvieran demasiado tiempo.
-Es un policía mamá, no te preocupes -dijo Mandy- ¿Tienes la denuncia que pusiste en Jacksonville? Le demostraremos a este agente que perseguimos a un prófugo reincidente y mandaran a los marines en un helicóptero con ametralladoras. No escapará.
-No, hija. Nos pondrá una multa por exceso de velocidad y si le contamos que seguimos a un marido y padre prófugo nos llevará a una comisaría para poner otra denuncia. Y tendremos que esperar a que intervenga un juez. Para entonces tu padre ya estará en Surinam, si sigue remando a ese ritmo.
-Entonces tomemos acciones de emergencia -respondió la niña bajando del coche.
-Buenos días, señor policía -le dijo la pequeña al agente- Su vehículo celular queda confiscado en aras de la persecución de un descarado exhibicionista, mangante de kayaks y profanador de la unidad familiar. ¿Me entrega las llaves? Gracias.
-Vuelve al coche niña -replicó el policía- ¡No se puede bajar del vehículo cuando te detiene un agente de la ley! ¡Señora, no, no, no, no, no se baje del vehículo! ¡Y tú tampoco, chaval!
-¡Tengo que bajar, mi pequeña corre peligro en mitad de la carretera! -respondió Belinda cogiendo de la mano a la niña.
-Si bajan ellas, yo también puedo. Además no me voy a perder esto -replicó Tim ya fuera del coche.
-¿Les va a disparar con la pistola Taser? -preguntó Tom sacando la cabeza por la ventanilla.
-¡La pistola! Oiga, entrégueme también esa pistola -dijo Mandy- Es posible que me haga falta.
-Aquí unidad 327 -habló el agente acercándose la oreja al aparato que llevaba en el hombro- Código doble rojo. Solicito refuerzos en la carretera sur.
Las luces de los coches patrulla deslizándose por las colinas llamaron la atención de Thomas, que dejó de remar para incorporarse en la canoa, tratando de ver qué ocurría allí arriba. Pero desde aquella distancia no podía ver nada. Sabía que Belinda era muy capaz de movilizar al sheriff, a la policía, los bomberos, el ejercito y las brigadas especiales con tal de truncar su huida, y todas aquellas luces eran un mal presagio. Reflexionó unos instantes y le pareció que su mejor opción era adentrarse en el océano, alejándose todo lo posible de la costa, le buscarían arriba y abajo por las playas y los acantilados pero nadie creería que se había adentrado en el mar en aquella barquita. Luego, una vez pasado el peligro, podría volver fácilmente, bastaba con dirigirse hacia la línea de la costa, que era enorme y fácil de distinguir.
Se adentró en las aguas dejando la tierra firme, a su familia y a su amigo Brad cada vez más lejos, y remó durante dos o tres horas, hasta que se sintió exhausto y decidió darse un descanso. Aún podía ver la costa unos kilómetros atrás así que se recostó, ya algo más tranquilo, con la intención de descansar y dejar pasar el tiempo. Al anochecer podría emprender el viaje de regreso guiado por las luces de los hoteles y resorts que se alineaban frente al mar.
Encontró una postura aceptable acurrucado en el kayak y cayó en un sueño dulce y plácido. En un lugar maravilloso, una playa soleada rodeada por un vergel, él y su amigo Brad se abrazaban colmados de alegría y de ilusión, a las puertas del rutilante resort de 6 estrellas del que eran dueños en la zona más exclusiva de todo el Atlántico, mientras una fila interminable de personas montadas en sus kayaks amarillos hacían cola impacientes, esperando conseguir una habitación en su hotel.
Despertó unas horas después atenazado por el dolor de espalda. Tardó unos segundos en espabilar su mente y trató de ubicarse, estaba montado en la canoa en mitad del mar, sí, pero era noche cerrada y las únicas luces que podía ver eran las de las estrellas, que parecían observarle con preocupación. No había forma de saber en qué dirección estaba la costa y, lo que era aún peor, nada hubiera podido hacer aunque supiera hacia dónde ir pues una fuerte corriente le arrastraba con rumbo desconocido. Sintió una sucesión de pánico y terror y por su imaginación desfilaron todo tipo de pensamientos terribles, pero al final se resignó a su suerte, nada podía hacer. Volvió a recostarse en la barca y abrazado a su billete de 100 dólares se puso en manos de su destino.
Cuando Belinda y los niños consiguieron por fin salir de la comisaría era noche cerrada. Las cosas se habían complicado bastante y tuvo que echar mano de sus mejores contactos para salir de aquel embrollo sin cargos. Sin duda debía mantener una conversación con Mandy respecto a los límites de la legalidad y lo que ella denominaba “razones de urgencia”. Desde luego era una niña muy adelantada para su edad, pero no podía dejar que su hija considerara procedente sustraer la pistola Taser a un agente de la ley, sobre todo porque, a pesar de ser la pequeña, era un referente para sus hermanos, que no habían dudado en seguir su ejemplo, y aquello había terminado en una refriega de disparos eléctricos cruzados, con varios agentes electrocutados y toda la familia inmovilizada en el suelo. Menos mal que nadie más había presenciado la ridícula escena.
-¡Mira mamá! ¡Salimos en Youtube! ¡Qué buena puntería tiene Mandy, le dio de lleno a ese agente! -dijo Tim.
-¡¡No me lo enseñes! ¡Apaga eso ahora mismo! -respondió Belinda imaginándose el jolgorio que debía reinar a esas alturas por todo Jacksonville y maldiciendo los vídeos, las redes sociales y toda la tecnología a disposición de esta putrefacta e indiscreta sociedad.
Sentada de nuevo en el coche con los niños dormitando en el asiento de atrás decidió enfrentar la situación con más calma, debía planificar bien sus siguientes pasos para compensar la ventaja que Thomas les sacaba gracias a todo aquel enredo con la policía. Quedaba claro que aquella huída estaba perfectamente planificada, su marido había elegido un primer destino que conocía y que debió de inspirarle cierta seguridad, pero nunca había viajado más al sur de Daytona así que sólo le quedaba la intuición y el conocimiento sobre las inquietudes y habilidades de su marido para establecer una hipótesis sobre el plan de emergencia que sin duda tendría bien definido. No volvería a subestimar su retorcido intelecto. Sacó el mapa de la guantera y lo estudió con detenimiento. Cocoa Beach, Melbourne, Vero Beach, ninguno de esos nombres podía significar algo para Thomas, Fort Pierce, Saint Lucie, ¡un momento! ¡Jupiter! ¡Seguro que era allí! Aquel mequetrefe aprovechaba la más pequeña oportunidad para soltar un speech aburridísimo sobre los planetas, las galaxias y la formación del universo. Seguro que se dirigía hacia allí. Le llevaría su tiempo recorrer esas 200 millas pero estaba bien claro, ¡su destino final era Jupiter! Y en el mismísimo Jupiter le estaría esperando su familia en pleno cuando llegara. Menuda fiesta sorpresa.
Un lento amanecer consiguió espabilar a Thomas que había pasado la noche recostado en el kayak. Se incorporó adormilado, dolorido, hambriento y sediento. La corriente le había dejado en mitad del atlántico, sin nada a la vista excepto grandes bancos de bruma matinal, en una zona muy tranquila, en la que la barca no se movía ni un solo palmo. Aquello era desolador. Se acordó de un documental que vio en la tele sobre otro océano, el Pacífico, que explicaba que es ese el desierto más grande y solitario de todo el planeta. Sin duda debía serlo, si era aún más solitario y desértico que aquel lugar en el que se encontraba.
Tuvo que reconocer que su situación era desesperada, había confiado en el destino y al parecer el suyo era morir allí, de sed e inanición, solo en mitad del basto océano. No había nada que pudiera hacer. Remar en cualquier dirección era tan absurdo como hacerlo en cualquier otra y lo más probable es que terminara moviéndose en círculos o algo así. No había multitudes a las que seguir, ni semáforos en verde, nada con lo que pudiera trazar un plan de acción en caso de haber tenido papel y lápiz.
Moriría solo pero al menos libre, así que decidió pasar sus últimas horas con los ojos cerrados repasando los momentos más gloriosos de su vida, es decir, los últimos días en Daytona. El azar le había llevado hasta la puerta de Brad y juntos habían montado un negocio próspero y prometedor en tan solo unas horas. Qué pena que la iniciativa hubiera resultado tan efímera. De haber tenido la oportunidad en unos pocos meses habrían creado una franquicia de acrobacias sobre canoa y en un par de años estarían establecidos en Europa y Asia por lo menos. Pero una vez más Belinda le había cortado las alas, apareciendo por allí con aquellos niños que sí, eran sus hijos, también él había contribuido a su educación aunque fuera poco y en parte también eran producto de él ¡pero más de ella!, maldita sea, ¡pero si no se parecían en nada a su padre! No tenían su espíritu soñador, aventurero, creativo y alegre, ¡los tres eran perfectas alimañas!
Un momento -pensó- ¿Cómo era posible que le hubiera localizado tan rápido y con tanta exactitud? Su huída no había sido el paradigma de la perfección pero tampoco había dejado huellas que pudieran llevar hacia él de una forma tan eficaz. Su vecina, Mariela, le había acercado en coche hasta Jacksonville, pero estaba convencido de que ella no pondría a su mujer sobre la pista y además ni él mismo sabía que terminaría en Daytona Beach cuando se despidieron en el centro de la ciudad. En la estación de autobuses no había necesitado identificarse y aún no había hecho nada que pudiera salir en las noticias, ni le había interrogado la policía. Y en la playa no vio a nadie conocido. Maldita sea. ¡La multitud! toda aquella gente le grababa con sus móviles en la playa mientras hacía acrobacias y muchos debieron subir sus grabaciones a Youtube y sitios de ese tipo, ¡y los gemelos y su clan de amigos maléficos se pasaban la vida mirando vídeos de gente haciendo cosas digamos rocambolescas! ¡Eso era! Así le habían localizado con tanta precisión. A partir de ahora tendría mucho más cuidado, debía ser mucho más discreto con sus habilidades.
El problema era que dadas las circunstancias en las que estaba en muy poco tiempo ya no quedaría lugar para el “a partir de ahora” y eso era muy triste. Sobrecogido por esa certeza, estaba ya dispuesto a llorar con mucha amargura cuando una estruendosa llamada le sobresaltó.
-¡Eh! ¡El de la canoa! Nos vamos a acercar ¿vale? No se mueva, la lancha levantará algunas olas y no queremos que caiga al agua. ¡Permanezca quieto y tranquilo, ya está a salvo!
Thomas se incorporó y vio un pequeña lancha que se acercaba despacio, ocupada por dos individuos vestidos con camisas blancas, uno de ellos era el que vociferaba a través de un megáfono. Se puso a saltar de alegría y no pudo evitar incorporarse y hacer un par de saltos mortales invertidos.
-¡Por favor, quédese quieto! ¡Eso es muy peligroso! Esta zona está infestada de tiburones.
Rescataron a Thomas y ataron un cabo a su kayak que les siguió dando botes sobre la estela de espuma blanca que dejaba la lancha. Le dieron agua, un bocadillo de chili con carne y unas palmadas en la espalda. Se sintió bastante reconfortado, aunque de haber podido elegir era casi seguro que el bocadillo hubiera sido diferente.
-Qué amigo, ¿está usted bien? No se preocupe, ocurre continuamente, salió a hacer un poco de ejercicio matinal y se adentró demasiado en el mar.
-En realidad yo, llevo bastantes más horas…
-No se avergüence, hombre, si pasa muy a menudo. Por esto tenemos este tipo de vigilancia en la isla, porque estas cosas pasan. Y ya sabe usted, aquí estamos todos a su servicio, tratando de hacer su estancia perfecta y agradable. ¡No vamos a dejar que nuestros distinguidos clientes se pierdan en el mar! Ahora relájese un poco, aunque no lo parezca estamos muy cerca del hotel pero esta maldita bruma lo oculta todo, ¡podríamos chocar con un elefante antes de verlo!
Thomas, sentado en la parte trasera de la embarcación, dedicó unos segundos a calcular las probabilidades que tenían de chocar con un elefante por aquella zona pero se dio cuenta de que en sus circunstancias aquel cálculo era absurdo, carecía del fondo estadístico necesario. Oteaba el horizonte brumoso hacia el que se dirigían intentando detectar algún elefante errante o extraviado y de paso tratando de encontrar algún indicio que le ayudara a comprender qué estaba sucediendo. Le habían rescatado, le habían proporcionado alimentos y bebida, y al parecer no estaba perdido en mitad de un desierto asesino sino cerca de un establecimiento que cuidaba con mimo a sus clientes. No iba a morir por el momento. Una vez más su destino le había preparado una buena sorpresa después de mostrarle el más hondo de los abismos. Era su sino, sufrir para luego triunfar. Se sintió tan pletórico que gritó de alegría.