Soy minero. Así empieza una canción que hace algún tiempo no me decía nada pero, sin embargo, ahora, cada vez que la escucho se me saltan las lágrimas. Esta diferencia la ha marcado el devenir de los acontecimientos. La canción no me decía nada cuando trabajaba, contratado, dirigiendo una empresa y estaba muy lejos de las minas, ocupando un despacho elegante, dando la mano a otros empresarios y gestionando el trabajo de todas las personas que estaban bajo mi mando. Mi vida giraba en torno a mi profesión y en todos sus aspectos estaba organizada en torno a ésta. Amistades, exclusivos clubs, restaurantes, etc... todo dependía y se conseguía con el trabajo que realizaba con bastante éxito.
Sin embargo, un día los propietarios de la empresa decidieron cerrarla y de pronto perdí el centro que equilibraba mi vida y todo se desmoronó. En primer lugar me quedé sin trabajo en un momento en que no era nada fácil conseguir otro empleo y menos similar al que había tenido, dirigiendo una empresa. Pero también las demás facetas de mi vida se desmoronaron. Mi esposa me dejó cuando nos echaron del club de golf por no pagar las cuotas, no money no love, el banco se quedó con el piso cuando dejé de pagar la hipoteca. Ni amigos, ni clubs, ni restaurantes. De la noche a la mañana no quedaba nada de mi vida anterior, de aquella vida que parecía segura y perdurable.
Me encontré solo, en la calle, sin trabajo y sin ninguna pertenencia y en mitad del frío invierno. Por encima de la tristeza, de la soledad y de la sensación de ser un paria, tenía frío. Siempre me gustó el calor y siempre odié el invierno y sus baja temperaturas. Pasé tanto frío durante aquellos días de indigencia que me prometí luchar a muerte hasta salir como fuera de aquella situación y no volver a pasar frío nunca más. Todos los días iba a la agencia de colocación estatal para intentar conseguir un nuevo empleo, pero nunca había nada adecuado para alguien con la experiencia que yo tenía. Al menos durante los minutos en el interior de aquella oficina no tenía frío, seguía estando solo, sin pertenencias, sin ninguna de las comodidades que siempre había tenido, pero al menos no tenía frío.
Un día mientras esperaba mi turno en la larguísima cola que se formaba ante el mostrador de empleo observé que uno tras otro, todos aquellos que me precedían iban rechazando un trabajo que les ofrecían. Cuando llegó mi turno, la administrativa, Martina, me dijo una vez más que no había nada que cuadrara con mi perfil. Pero le pregunté cual era el trabajo que habían rechazado todos los anteriores y me dijo que se trataba de un puesto de minero en una explotación de carbón. Muy lejos de las ocupaciones a las que yo podía optar con mi potencial. Sin embargo, me interesó, había oído que dentro de las minas siempre hace calor y me pareció una forma excelente de salir de mi penosa y gélida situación. Desde luego empezaría de cero, pero empezar es eso, el comienzo, no se sabe cómo termina. Así que solicité el puesto y en unos pocos días estaba bajando a la mina con mi buzo y mi casco con linterna. Estaba impaciente por empezar mi nuevo trabajo mientras el ascensor descendía hasta el nivel menos treinta, que era el que me habían asignado, dejando allá arriba mi vida carente de casi todo. El nivel menos treinta era el más profundo de la mina y solamente los novatos y los conflictivos trabajaban allí. Me explicaron las nociones básicas para manejar un martillo neumático y el jefe de sección me ordenó excavar una galería en una de las paredes.
Trabajé todo el día absolutamente feliz, sin apenas hablar con nadie. A pesar del duro trabajo, de la luz escasa, del sabor a carbón en la boca y del ruido del martillo era feliz porque tenía calor y con eso me bastaba en aquellos momentos. Cuando terminó la jornada todos mis compañeros se dirigieron al ascensor para abandonar la mina, pero yo me quedé allí. Fuera no había nada que mereciera el esfuerzo de subir y, sin embargo, en el nivel había un comedor razonablemente confortable, con comida y bebida gratis. Así que pasé mi primera noche y todas las siguientes dentro de la mina. Nadie se dio cuenta de ello, aunque dado que me tenían catalogado cómo un excelente trabajador, productivo y dócil creo que aún sabiéndolo no me hubieran puesto pegas.
En unas semanas me hice un experto en el manejo del martillo y mi galería avanzaba a un ritmo tan impresionante que ya era una de las más profundas. Las precarias comodidades que tenía, comida, techo y calor, me bastaban, por lo que empecé a olvidarme de las carencias de mi vida y me acostumbré a pensar que el mundo se reducía al nivel menos treinta.
En mi galería era donde más a gusto estaba. Cuanto más avanzaba en la excavación más calor sentía y empecé a preguntarme por qué. Observando y tomando algunas referencias me dí cuenta de que el túnel que estaba excavando estaba ligeramente desviado hacía abajo, es decir, cada día estaba a más profundidad y cuanto más profundo estaba más calor hacía, así que más profundizaba, buscando más calor. Empecé a obsesionarme con el origen del calor, preguntándome cual sería la fuente de energía que lo producía y cavaba cada día con más ánimo pensando que en algún momento llegaría a descubrir la fuente del bienestar que las altas temperaturas me proporcionaban.
En mi ansia por resolver el misterio comencé a darle a la galería cada vez más inclinación y en poco tiempo ya había profundizado tanto que debía estar en el nivel teórico menos 45 ó 46. Y seguí excavando, hasta que un día llegué al final, encontré la respuesta que estaba buscando. Descubrí el origen del calor que tanto me agradaba.
En la casi total oscuridad de la galería empotré con fuerza el martillo neumático contra la pared y presioné el mando. El taladro agujereó la pared y un gran trozo se desmoronó dando paso a una potente luz naranja y a una oleada de calor indescriptible. Caí al suelo cegado por la luz y tardé un buen rato en acostumbrarme a aquel resplandor después de tantas semanas en la semipenumbra. El increíble calor no me importó tanto, supongo que es mi hábitat natural. Enseguida me dí cuenta de que aquello no era la luz del día ni tampoco iluminación artificial, era más bien el resplandor de un incendio enorme que teñía de naranja las rocas, los senderos y las paredes que alcanzaba a ver a través del hueco dejado por el derrumbe. Una vez más decidí investigar y pasé al otro lado, que en realidad no era muy distinto de la mina que acababa de dejar atrás pues las paredes también eran de carbón. Eso sí, estaba mucho mejor iluminado y se veían multitud de senderos que serpenteaban en todas direcciones. Con gran curiosidad tomé uno de ellos y tras diez minutos de caminata me topé con una chica que estaba picando carbón con un rudimentario instrumento. Era una mujer joven, con pinta bastante normal, pero estaba desnuda y tenía un aspecto absolutamente apesadumbrado y su expresión era de cansancio extremo. Percibió el movimiento de mis pasos y se giró hacia mí.
-¡Anda! -dijo- Pero ¿qué haces vestido? Hacía siglos que no veía a alguien vestido. Ni siquiera ellos van vestidos. Y ¿por qué no estás trabajando? ¿Eres familiar o algo?¿O eres un espia?
- Hola. Soy un minero, pero de la mina de al lado. Se ha caído la pared y he aparecido en esta otra. -dije observando con curiosidad el tridente naranja que tenía grabado a fuego en su mejilla- Y, por cierto, los mineros vamos vestidos. ¿Tú por qué estás trabajando desnuda? No puede ser muy cómodo.
-Esto no es una mina, chaval -dijo ella riéndose-. Esto es el infierno y aquí todo el mundo va desnudo. Bastante calor hace ya. Aparte para ir con la pinta que llevas tú mejor no llevar nada. Y aquí nadie se preocupa por la comodidad, todo está pensado para que los condenados suframos las máximas penalidades. Llevo dos siglos picando y transportando el carbón en pesados sacos hasta la hoguera central, sin descansar, sin beber, sin comer.
-Vaya. No es por nada pero esas condiciones de trabajo son muy injustas. Deberías presentar una queja -respondí-.
Me miró muy sorprendida, no sabiendo si reírse o argumentar algo y al final dijo -Bueno, me puedo quejar eso es cierto, pero si me quejara seguramente me darían latigazos y todavía estaría peor.
-Pues no sé que decirte. Si llevas dos siglos así cómo explicas igual unos latigazos te servían de distracción y todo. Al menos saldrías de la rutina y durante un rato no tendrías que trabajar.
-Hombre. Visto así, no parece tan mala idea. La verdad es que cualquier cambio sería bienvenido y a lo mejor los latigazos me hacen olvidarme de la sed durante un rato - dice ella con la mirada perdida al fondo de la mina-. Por lo menos saldría de esta monotonía que también es algo bastante agobiante. -De pronto, mira alarmada hacía el sendero- Uy, ten cuidado, escóndete, que por allí viene el vigilante y si te ve te pondrá a picar por toda la eternidad.
Efectivamente por el camino se acerca un individuo, también desnudo. Todo normal salvo por los cuernos blancos entre el pelo. Yo no tengo nada que ocultar así que ni me escondo, ni me muevo. La chica me mira con evidente admiración y eso me ayuda a mostrarme aún más seguro. Quien me iba a decir que iba a ligar aquí. Cuando el vigilante llega hasta nosotros me observa enfadado.
-¿Que haces tú vestido?¿No te quitaron las ropas en recepción?¿De qué sección eres? Y... Oye, ¿por qué no tienes el tridente marcado en la cara? -me pregunta.
-Es que estoy de paso. No soy de aquí. Estoy de visita. Pasearé un rato echando una ojeada y tal y luego me marcho. No se preocupe que no pienso molestar a nadie -explico a aquel sujeto.
-Perdone. -interrumpe la chica-. Yo quiero que me azoten.
-Señorita, debería olvidar sus perversiones ¿Es que no piensa corregir su conducta pecadora?¿Pasará aquí toda la eternidad sin aprender nada de nada? -pregunta el guardia.
-Que no, que no, que me ha entendido mal, que yo quiero presentar una queja. No me han dado nada de beber en 200 años y estoy harta, pero que muy harta.
-Ah, ya entiendo, una queja. Pues sepa que aquí el que se queja se lleva 100 latigazos.
-Entendido. ¿Puede ser ahora? Total ya he perdido el ritmo y entre que me pongo a picar otra vez y eso, pues casi mejor de la misma ¿no?
El vigilante la mira contrariado. Se ve que no es muy habitual que la gente se queje o que acepten los latigazos cómo si tal cosa. Duda durante unos momentos, mirándonos a los dos cómo si fuéramos marcianos o algo así, aunque en realidad más raro es un tío en pelotas con cuernos cuando no hay fiestas raras por los alrededores. Pero al final toma una decisión.
-Esta bien. Nos vamos los tres a la oficina del jefe de zona. Tú presentas la queja y te dan los latigazos. Tú, no sé. A ver qué dicen, pero no creo que te dejen firmar en el libro de visitas -dice con una sonrisa sádica.
Avanzamos los tres por el sendero y vamos encontrando a otras personas que están picando carbón o arrastrando sacos con gran esfuerzo y que temerosos, pero incapaces de resistir la curiosidad, se van acercando a preguntar.
-¿Por qué no estáis trabajando? ¿Adonde vais? -dice uno de aquellos desgraciados.
La chica responde con gran seguridad.- Vamos a ver al jefe de zona para presentar una queja respecto a las condiciones de trabajo. No tenemos agua, ni comida y la jornada laboral es lo que se dice interminable.
-Pero os van a dar latigazos.
-Ya. Pues mira, no sé que es peor si unos latigazos o estar sufriendo penalidades sin interrupción. -responde ella.
El hombre reflexiona unos segundos y responde -Pues ¿sabes que te digo? Que tienes razón. Yo también me voy a quejar. Unos latigazos no me vendrían mal para olvidarme del pico, las ampollas en las manos y el calor. Además, yo puedo defender nuestros argumentos ¡Soy abogado! Y yo. Y yo. Yo también. Aquí hay otro. Otro más. -gritan muchos de los allí congregados.
Y así se nos va uniendo más y más abogados y otras gentes a lo largo del camino, cotilleando y comentando sus impresiones. Pues yo también quiero que me azoten. Pues yo quiero crema hidratante y llamar a casa. Y yo un gin tonic. Pues yo quiero un casco con luz como el de este tío... Para cuando llegamos al edificio de oficinas, una imponente construcción de cristal en forma de tridente, curiosa pero sin duda poco práctica, producto de la imaginación de algún arquitecto que seguramente ya hizo de las suyas en la superficie, un gran gentío se acumula en la puerta pidiendo el libro de reclamaciones.
Entramos en las oficinas los tres, el vigilante, la chica, que a esas alturas ya ha sido nombrada representante de los trabajadores quejosos, y yo. Nos atiende la recepcionista, una mujer muy resultona con unos cuernecillos muy monos, que me mira con interés tras preguntar que es lo que nos lleva por allí. Es curioso el éxito que tengo por estos lares. Bueno, seguro que el mono de trabajo también influye, ya se sabe cual es el efecto de los uniformes. Igual debería quedarme.
El vigilante explica que queremos ver al jefe pues hay una serie de problemas. Dos aquí y otras seis o siete decenas de miles esperando en la puerta. La recepcionista nos hace pasar a la sala de espera, que es una habitación grande pero decorada como todas las salas de espera, con sus sofás de polipiel, su mesa de carbón pulido y sus fotografías en las paredes con los típicos motivos corporativos, rituales satánicos, incendios en hoteles, ciudades ardiendo, etc. y también hay un gran retrato al óleo de Nerón. Y aire acondicionado. No me gusta ponerme muy crítico cuando estoy de visita pero con el nerviosismo de la espera no puedo evitar decirle al guardia que aquel extintor de la esquina no es lo que se entiende por políticamente correcto. Hay que cuidar los detalles. Pero él argumenta muy seguro que lo primero es cumplir con las normas de prevención de riesgos laborales y ante esto no puedo replicar nada.
Al de un rato la recepcionista nos acompaña hasta el despacho del jefe y mientras camino delante de ella me pellizca fuerte en el culo. ¡Diablilla! Le digo, y ella sonríe coqueta y me pega un lametón en la cara. Está decidido, si puedo me quedo una temporada por aquí. En el despacho nos espera el jefe de zona que es otro señor totalmente normal, aunque también con sus cuernos, y que tiene un aire campechano y sanote.
-Hola amigos. ¿Qué os trae por aquí?
Nuestro guardia toma la palabra.- Pues este señor debe haber llegado por algún error administrativo o de logística. No tiene marca en la cara y va vestido. El dice que está de vacaciones y que quiere curiosear por aquí un rato, pero digo yo que igual no es buen ejemplo tener a gente por aquí de pic-nic y entreteniendo a la mano de obra. La chica quiere quejarse por las condiciones de trabajo y también que la azoten para matar un poco el rato. Y fuera hay una multitud de condenados que piden lo mismo.
-Coño, pues sí que se está complicando la mañana -exclama el jefe-. Yo que pensaba hacerme la cera en las inglés, ya ves. Sí. No me miréis con esa cara. Cuatro veces al día... no es de las penitencias más llevaderas. Bueno, empecemos por este individuo ¿Cómo ha llegado usted aquí?
-Pues estaba en mi galería trabajando y de pronto la pared se derrumbó y caí al suelo cegado por la luz y...
-No me diga más -me interrumpe-, vamos que vio usted una luz blanca muy intensa al final de un túnel, que esa luz le produjo gran sensación de bienestar y decidió ir hacia ella, pero al salir del túnel vio que le esperaban sus antepasados fallecidos para acompañarle durante toda la eternidad y entonces decidió dar la vuelta y perderse en la oscuridad. Lo entiendo perfectamente, no es usted el primero al que le sucede lo mismo.
-No, no. Lo de la luz no fue... -intento replicar.
-Que no se me avergüence usted, hombre, que todos hemos sido humanos. Mire, yo mismo tengo aquí a toda mi familia y le aseguro que después de cada reunión familiar es de esas veces que desearía no haber sido tan pecador. Bien, hay que buscar soluciones pues usted no debería estar aquí. Lo primero es llamar al Cielo para saber si tendría que estar allí -dice mientras coge el teléfono- A ver, ¿cual era el número? Ah, sí, novecientos dos cielo, cielo, cielo. Tiene narices que tengan un teléfono de esos de pago. Bueno, mire, le voy a conectar el altavoz para que escuche la conversación, no vaya a creer que le engaño. Con la fama que tenemos por aquí, cualquier cosa.
Se oye la llamada del teléfono durante un rato y finalmente atiende una centralita electrónica. Si quiere consultar la lista de espera de milagros pulse 1, para hablar con admisiones pulse 2, para todo lo demás espere. -tutí-tutí-tururí- Y no se olvide de marcar la casilla “Cielo 0,7” en su testamento. -tutí-tutí-tururí.
-Mecaguenlaleche, un anuncio. Y con trompetas celestiales y todo -dice el jefe- es que estos tíos son unos fenómenos del marketing. -Le interrumpe una voz al otro lado del teléfono.
-Cielo, dígame. Al habla Guzmán el Bueno.
-Hola Guzmán. Soy Sofronio, ya sabes del infierno.
-Ah, hola, ¿qué tal? Si es por lo del partido de salvados contra condenados no insistas porque este año no pensamos jugar en vuestro campo. Ya van varias ediciones en las que alteráis las condiciones del juego subiendo la calefacción. Si queréis jugar tiene que ser aquí, en el cielo, que está garantizado el fair play.
-Bueno, eso lo dices tú -responde el jefe Sofronio-. Todos sabemos que cuando vais perdiendo sacáis a jugar a la Divina Providencia y así ya me dirás quién os puede ganar. Pero, que no te llamo por eso. Mira que aquí nos ha llegado un señor vestido y sin nuestra marca en la cara y pensamos que igual tendría que estar allí.
-Ah, pues seguro. Ya sabes que los del Purgatorio con tal de no complicarse se quitan de encima a la gente en cuanto les falta un sellito o cualquier tontería. Mira, esta tarde a las cinco pasan a recogerle unos ángeles y se lo traen para que comprobemos si tiene plaza.
-Vale, majo. Hasta luego.
Cuelga el teléfono y nos mira sonriente- Bueno, el primer problema solucionado. Ya ve usted, si es que muchas veces basta con buena voluntad. Joder, a veces digo unas cosas que... A ver señorita y usted ¿se da cuenta de que si se queja le van a caer unos buenos latigazos?
-Sí, me doy cuenta -dice ella- y precisamente es lo que quiero. Así salgo de la rutina y me entretengo un rato. Total voy a sufrir igual. Y no sé si se da usted cuenta de las implicaciones que esto tiene respecto a las debilidades del sistema. Esto no se sostiene. Escuche.
Nos quedamos los cuatro en silencio y nos llegan los ecos del griterío que hay en el exterior. La revolución que acaba de empezar entona sus primeras consignas irónicas, “Todos queremos más”. La cara del jefe refleja su preocupación ante estos sucesos aunque no puede evitar tararear por lo bajito.
Bueno, -dice- no podemos darles latigazos a todos porque si los argumentos de esta señorita son acertados puede cundir el ejemplo y se nos va a apagar la hoguera y eso en mi sección no ha pasado nunca. Ni va a pasar. -Se dirige al vigilante por lo bajo con gesto grave- Hay que negociar con la multitud, yo creo que con una hora libre y una mirinda a la semana se conformarán. Puede usted llegar hasta los 90 minutos, pero debe hacerse por turnos y sin perjudicar la productividad. Hala, salga con la señorita a hablar con la plebe y quiero esto arreglado en un santia... Vaya. Bueno, en un pispás.
Nos quedamos a solas el jefe y yo. Me invita a pasar a la sala de al lado para escuchar música y así no someterse por más tiempo a la presión que le produce el clamor de las protestas. Comienza a sonar un piano y me quedo perplejo al ver al pianista.
-Anda, pero si es John Lennon. Es la última persona que esperaba encontrarme aquí con todo el rollo de la paz, haz el amor, etc…
-Sí, por eso está aquí. Ya sabes la barrera entre mucho hacer el amor y el fornicio es realmente difusa y sobre todo es difícil que suene convincente cuando estás haciendo un breve resumen de las acciones que realizaste en tu vida ante un tribunal inquisidor del purgatorio.
-Hombre, no creo yo que esa sea razón suficiente para que te manden al infierno, habiendo lo que hay por el mundo.
-No me diga. Yo no pongo las normas. Y aquí todo el mundo es bienvenido.
-Entonces ¿no sois vosotros los que reclamáis a las almas pecadoras?
-No, no, las asignaciones se hacen en el purgatorio. Todos van llegando allí, entregan sus papeles y explican por qué hicieron tal o cual cosa y entonces les dicen si se quedan por allí un tiempo o sí tienen que subir o bajar, ya sabes. Yo mismo estuve a punto de quedarme allí pero la cagué cuando comenté que había sido concejal de urbanismo.
-Claro. Eso se entiende. Menudo fallo. Y ¿hay por aquí mucha gente famosa?
-Ya lo creo. Mira los tengo aquí recopilados en este álbum de fotos, algunas con autógrafo y todo –dice mientras saca del cajón un libro gordisímo repleto de fotografías de gente desnuda-. Mira, este es Pedro Picapiedra.
-Pero hombre, no puede estar aquí ¡si es un personaje de ficción! –comento extrañado.
-¡Qué dices! Fue uno de los primeros condenados. Tráfico de estupefacientes. Manda huevos, en plena edad de piedra. Yo creo que por eso le hicieron los dibujos animados, porque fue un auténtico precursor. Un visionario de los negocios.
-Y ¿este de aquí? – pregunto -. Me suena su cara.
- Walt Disney. No fue un caso claro. No había suficientes pruebas, pero le hundieron los testimonios de los siete enanitos. Claro, que esos están todos aquí, incluyendo al mudito, digo yo que no serán muy de fiar –comenta bajando el tono de voz-. Bueno, lo de esos tampoco fue del todo claro, había alguna duda pero nosotros presionamos para que los trajeran porque nos hacía falta mano de obra cualificada, gente con experiencia en el trabajo de la mina.
-¿Y esta mujer tan bella? -pregunto señalando otra foto.
-Atila, el rey de los Hunos.
-Peeeeero…
-Ya te digo.
Confundido decido cambiar de tema y aparto la mirada del libro y señalando a John comento- Vaya lujo tener de pianista a uno de los músicos más famosos de la historia.
-Bueno, sí, aunque he tenido a algunos mejores. Sin ir más lejos durante muchos años tuve a Wagner, el compositor, pero un día descubrí que tenía un lío con mi mujer, es que ese hombre no se ha reformado nada de nada, y tuve que trasladarle lejos de aquí. Para evitar escándalos le mandé a la parte menos caliente del infierno, un sitio que se llama Benidorm.
Pero, basta de hablar de este mundo. Cuénteme con más detalle cómo era su vida.
-Pues dirigía una empresa y tenía una buena vida, pero cerraron y todo se fue al garete. Me vi en la calle y sin posibilidades de conseguir otro trabajo por la crisis y eso. Me busqué un empleo no cualificado, una cosa llevó a la otra y terminé apareciendo aquí.
-Es la típica historia. Es que no aprendemos. Ahora con la reforma laboral esperamos a muchos empresarios como usted. En fin, tampoco me voy a quejar que nosotros vivimos de esto.
-No sé si me ha entendido bien...
-Sí, vale. Y ahora si no le importa me voy a hacer la cera en las inglés.
-Pues mire, sí que me importa. Podría esperar a que me vaya.
-Si es que ya puede irse. Mire por la ventana, aquellos dos de las túnicas blancas son los ángeles que le llevaran al cielo.
Me despido de Sofronio y mientras me dirijo al patio observo cómo unos individuos con cuernos chorrean a la multitud con lava candente usando mangueras a presión. Pero los manifestantes impertérritos siguen cantando Another brick in the wall. Algo se mueve en el infierno.
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Pink Floyd - The Wall
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