viernes, 30 de marzo de 2012

Dulces amargos. Capítulo 1.



Era un jovenzuelo de diecinueve años cuando viví la experiencia más extraordinaria de mi vida. Algo que hasta ahora no había sido capaz de contar. Creo que en un primer momento no tuve valor para relatar esta historia porque estaba convencido de que nadie me creería, pero después no lo hice por puro egoísmo, porque no quería compartir con nadie el deleite que me produce repasar la vivencia más increíble que he conocido. Ahora ha llegado el momento, con casi 85 años siento que no llegaré mucho más lejos, que el final está cerca y no me puedo marchar sin legar mi relato, para que lea todo aquel que quiera y entienda todo aquel que pueda.

Cuando cumplí los diecinueve llevaba ya dos años largos levantándome  temprano todos los sábados para llegar el primero a la tienda de la señora María, la pastelería Dulces Amargos. Así me aseguraba mi sitio preferido, una alta silla en el mismo centro de la barra desde la que dominaba la vista de todos los pasteles, tartas, bizcochos y dulces que aquella anciana preparaba la noche anterior para los desayunos de los sábados, y desde allí también podía observar a todos los demás clientes repartidos entre la barra y las ocho mesas del local, incluyendo la pequeña mesa para dos que quedaba casi oculta en la esquina, junto al pequeño ascensor, y que estaba colocada en un sitio un poco raro, justo delante de la puerta que tenía el cartel de Privado, haciendo imposible el paso hacia la otra habitación.

Dado que era el primer cliente del día podía respirar el aroma inmaculado de la pastelería, elegir los tres pasteles más atractivos, el trozo de bizcocho más jugoso, el donuts más blandito y la porción de tarta más sugerente. Todo ello acompañando al primer café de la mañana, sin duda el mejor de todos. Ya os estaréis preguntando si de verdad podía comer todo eso para desayunar. Pues sí, y no era el único, casi todo el mundo comía 4 ó 5 raciones para desayunar pues aquellos dulces estaban tan deliciosos que era imposible no probarlos todos cada vez que uno entraba en aquel local. Y tenían una peculiaridad muy relevante, sin explicación convincente conocida aunque esto a nadie parecía importarle en exceso, los dulces de la señora María no engordaban. Podías desayunar allí todos los días, cuatro kilos de pasteles cada día, y no engordabas ni un solo gramo. Muchos argumentaban que las materias primas utilizadas en aquel local eran tan puras y naturales que era normal que fueran así de  saludables.

Al principio éramos muy pocos los parroquianos habituales. Conocía a todos y sabía perfectamente que pediría cada uno y en que orden se comería sus dulces, dejando siempre el preferido para el final. Enseguida la fama de la pastelería y de sus productos deliciosos pero muy saludables y nada engordantes se fue extendiendo y fue necesario madrugar para asegurarse un sitio. Así que casi siempre el local estaba repleto cuando yo, el primer cliente de los sábados, llevaba allí apenas un cuarto de hora y entonces me dedicaba a intentar adivinar los gustos de aquellos desconocidos que llegaban y miraban deseosos las filas de dulces perfectamente ordenadas.

Aquel día en que cumplía diecinueve años hice lo mismo. Este señor con cazadora verde pedirá bizcocho de nata y tarta de arándanos. La pareja sentada en la mesita escondida pedirá bomba de chocolate, hojaldre de crema y donuts de azúcar, las cuatro amigas de aquella mesa pedirán uno de cada para compartir… Poco después empezaba a repasar mis aciertos, pleno con el de la cazadora verde, pleno con las cuatro amigas, ¿y la pareja de la mesita escondida? En la mesa se veían las dos tazas de café vacías pero ni rastro de la parejita ¿cómo habían podido salir y pasar junto a mí sin que me diera cuenta? Me molestaba mucho no completar mis estadísticas así que aquel despiste me pareció imperdonable, sobre todo en el día de mi cumpleaños.
Pero esta anécdota no fue el hecho relevante por el que recuerdo tan claramente aquel día. Ocurrió poco después, cuando me despedía de la señora María hasta el siguiente sábado y ella se acercó y me pidió que volviera por allí a la hora del cierre pues tenía que proponerme algo que me resultaría muy interesante. Estuve toda la mañana dándole vueltas y no se me ocurría cual podría ser su propuesta pero intuía que aquello iba a ser muy trascendente.

A eso de las dos del mediodía entré en el local y me senté en mi silla, María me sirvió mi café con leche habitual y salió del mostrador para sentarse a mi lado.

-Verás, Miguel, -empezó- ya hace mucho que te conozco y sé que eres un joven responsable y una persona de fiar. Por eso quiero ofrecerte mi negocio, pues yo me quiero retirar. Son ya muchos años de trabajo y ha llegado la hora de volver a mi pueblo y pasar allí mis días sin nada que hacer, sin madrugar y sin trabajar. También he pensado en ti porque te encantan mis pasteles y me he fijado que disfrutas viendo comer al resto de la clientela. No te voy a cobrar nada, te voy a regalar el negocio.  Ya he acumulado mi pequeña fortuna y mi única preocupación es la continuidad del negocio en manos de alguien capaz de manejarlo y disfrutarlo.

-Vaya –dije- No sé muy bien que responder. Nunca me había planteado la posibilidad de tener mi propio negocio y jamás me imaginé que pudieran ofrecerme precisamente este, que funciona tan bien y es toda una institución en la ciudad. Además gratis. Bueno, no me entienda mal, la idea me encanta pero dudo si seré capaz de gestionarlo; soy un estudiante y no tengo ninguna experiencia.

-Esta pastelería funciona prácticamente sola –me explicó- No hace falta ser muy listo. Basta con ser constante y trabajador. Sólo con eso el negocio seguirá funcionando igual que hasta ahora y en muy poco tiempo disfrutarás de una posición acomodada y segura, sin quebraderos de cabeza –me miró muy seria e hizo una larga pausa- Pero hay algo que siempre tendrás que recordar. Nunca te dejes llevar por la curiosidad. Pase lo que pase, con o sin explicación lógica, nunca busques respuestas que en realidad no son necesarias. Preocúpate de lo tuyo y disfrútalo.

-Eso parece fácil, nunca me ha gustado meterme en problemas.

-En ese caso estamos de acuerdo. Ven mañana a las seis de la mañana y te enseñaré cómo funciona todo. Con cuatro o cinco horas tendremos suficiente. Y el lunes podrá ser tu primer día como propietario de esta pastelería.

Pasé el resto del día muy excitado y nervioso, a ratos agradeciendo al Cielo la enorme suerte que había tenido y a ratos no creyéndome todo aquello e intentando convencerme de que se trataba de un sueño o un recuerdo inventado por mi cerebro.

Pero al día siguiente estaba puntual en la puerta a las seis de la mañana. La señora María me saludó con energía y empezó a explicar cómo levantar las persianas de la tienda, abrir las puertas, colocar los taburetes, sillas, etc… Luego pasamos dentro del mostrador y me explicó

-Lo primero es meter 6 sacos de harina, 30 litros de leche, 15 docenas de huevos y 10 kilos de azúcar en aquel pequeño ascensor de allí, cerca de la puerta en la que pone privado, que no se usa. Le das al botón de bajar y sigues trabajando en lo demás hasta que vuelva el ascensor con los primeros pasteles –me explicó.

-O sea, que los hornos están en el sótano. ¿Podemos bajar a verlos? Tendrá que presentarme a mis empleados ¿no?

-No tendrás ningún empleado. Y ya te dije que la curiosidad está prohibida en este lugar. Ocúpate de lo tuyo, prepararlo todo, cargar el ascensor, recoger los pasteles, servir cafés y desayunos, cobrar y tener limpio el local. Cómo sucede lo demás es algo que no debes indagar. Sucede. Igual que sale el sol y se esconde cada día. Punto.

-Pero algún día puedo tener un problema y debo saber… -empiezo a argumentar pero ella me interrumpe.

-No. No tienes que saber. Haz tu parte y olvídate del resto por raro que te parezca. Si algunas cosas te parecen extrañas, ignóralas. Ese es el secreto del éxito en este negocio.

-Está bien. Está bien. Yo vengo, meto la harina, los huevos, la leche y el azúcar en el ascensor, hago mis cosas y nada más. –respondo.

Ella continua mostrándome dónde están las bandejas, los platos, cucharillas, servilletas, cómo funciona la máquina del café... Y de pronto suena una campana en la zona del ascensor. Me acerco y al levantar la trampilla compruebo que está repleto de pasteles hasta los topes y su embriagador olor casi me produce mareos debido a la intensidad con que me golpea. No hago preguntas a pesar de que me maravilla el poco tiempo que ha transcurrido desde que dejamos las materias primas hasta que han aparecido los pasteles.
Seguimos repasando las sencillas tareas necesarias para tener la pastelería a punto para la hora de apertura mientras en el ascensor siguen llegando más y más cargas de bollos, tartas, pasteles, hojaldres y todo tipo de dulces delicias. Colocamos todo en su lugar y 10 minutos antes de las 8 de la mañana estamos preparados para empezar la jornada, esperando impacientes la llegada del primer cliente. Entonces no puedo evitar hacer una pregunta más,

-Una cosa, ¿por qué no quitamos aquella mesita que está justo delante de la puerta que da paso a la otra habitación? Podría ser útil poder entrar allí para utilizarla como almacén o para ampliar el local en el futuro.

-Nunca, nunca, quites la mesita de ese lugar –me responde con gesto grave- Por Dios casi se me olvida decírtelo. Nunca intentes entrar en esa habitación. Aunque te pueda parecer contraproducente tener una mesa justo delante de una puerta, no hagas ningún cambio, ese es su sitio. Si las cosas funcionan bien no las toques. Recuerda, nunca te dejes llevar por la curiosidad. 


The Best of Don Mclean


Aerosmith - Sweet Emotion

domingo, 25 de marzo de 2012

Manic Miner. Capítulo III y final.

Los purgadores son un par de tíos muy serios, uno bajito y regordete y el otro alto y feucho. El bajito debe ser el que manda porque me hace un gesto rudo con la mano para que me siente en la parte trasera del utilitario en el que haremos el viaje. El alto conduce en silencio y el bajito va a su lado mirando al frente también callado, así que a los pocos segundos empiezo a tener la necesidad de decir algo, no sé, de sacar algún tema de conversación para amenizar el viaje.

-¿Habían estado antes en el Cielo?

-Aquí las preguntas las hacemos nosotros que para eso somos los purgadores -dice el bajito con mala leche- Pero se las harán luego, cuando lleguemos, no ahora.

-Ya veo. Bueno, no se ponga así, hombre. Seguro que pueden volver cuando hayan purgado todos su pecadillos -comento intentando relajar el ambiente.

-Es que no funciona así -dice el alto-. El que se queda en el purgatorio tiene que demostrar que es capaz de llevar una existencia sin pecados. Y eso, créame, termina siendo muy aburrido. Cuando llegue al Cielo me pienso desquitar con todas las diversiones existentes y existidas.

-Calla novato -dice el bajito- y conduce mejor. Y no pienses tanto en lo que harás cuando llegues al Cielo no vaya a ser que algún pensamiento se te complique y termines allí abajo.

-A ver si me entero. ¿Dependiendo de lo que hace uno en el purgatorio va al cielo o al infierno? Yo creía que allí se purgaban los pecados cometidos en la vida terrenal -expongo, intentando ordenar mis ideas.

-Claro. Eso pensábamos todos, 20 ó 30 años de penitencia, aunque tengas que pasarte el día pillándote las pelotas con dos ladrillos y, venga, al Cielo a divertirse a tope -dice el copiloto. Pero no podía ser tan fácil, no señor. Si te portas bien durante un año, cuando llega la entrevista pasas al Cielo, pero en cuanto tienes un desliz que confesar te citan para el año siguiente y ahí te quedas. Otro año intentando no tener un pensamiento impuro, sin un poquito de esto o de lo otro. Y el problema es que en el purgatorio está disponible todo lo que se pueda desear. Libertad total. Ya me contará, cómo para no pecar. Eso sí, con cuidado porque si el año se te ha complicado mucho, te adjudican un salvoconducto de ida al infierno.

-Y ¿cuantas entrevistas ha tenido usted? -pregunto.

-Doscientas setenta y tres -dice. Hubo una que no la pasé por los pelos. Putos Conguitos endemoniados de los cojones... Joder. ¡No! Ya la he vuelto a cagar otra vez.

-Pero ¿comer Conguitos es pecado?

-No. Bueno, según las circunstancias. Es que estaba en un cabaret y una artista los lanzaba con un movimiento pélvico, no sé si me entiende, intentando tentar a los allí reunidos y yo no quise hacerle el feo. Uno o dos igual hubieran colado, pero ciento diecisiete se consideró actitud reincidente a pesar de que alegué cortesía y galantería. Pero estoy seguro de que algún año de estos lo voy a conseguir y en el Cielo me lo voy a pasar teta. Bueno, teta no, cañón.

-Pues no crean que el Cielo es tan divertido -comento- Tampoco allí se puede pecar por lo que las actividades divertidas que están bien consideradas se reducen bastante. Y al que se desfasa en exceso le mandan al infierno.

-¿En el cielo también hay pecados? -preguntan los dos a coro con caras desencajadas.

-Así es. El fornicio, la gula, la ira, todas esas cosas siguen siendo pecado. Incluso mentir al mus o arreglarse para presumir en el bingo. Pero algunas cosas están cambiando. Sugerí la posibilidad de presentar unas reformas y los ángeles hicieron una lista y ahí andan, negociando el convenio. -explico.

-Qué decepción. Yo pensaba que el Cielo sería un sitio plenamente guay. -dice el alto- Coño. Y ¿no podría usted asesorarnos para pedir también unas reformas?

-En realidad solamente tienen que pensar en las cosas que les gustaría cambiar y si son razonables intentarlo con todas sus fuerzas.

-Pues se me están ocurriendo algunas reformas -dice el bajito-, por ejemplo que nos informen bien sobre las características de los posibles destinos, que igual uno se pasa el día diciendo quiero ir al Cielo, quiero ir al Cielo y en realidad lo que le molaría es el infierno. O al revés. Y que se relajen las normas existenciales en el purgatorio, porque una cosa es intentar no pecar en condiciones normales y otra muy diferente es evitarlo cuando se está viviendo en un lugar repleto de tentaciones, que parece la fusión de Las Vegas y Disney World en régimen de todo incluido.

-Vaya. Ya me estoy imaginando el nivel de perversión -respondo-. A mí me parece que deben reclamar una reforma global. Que se valore no solamente el pecado sino también las buenas acciones, la ayuda al prójimo, las cosas constructivas, aguantar las historias de tu suegro con cara de interés y todo eso. Y que la diversión y la actitud disipada sin maldad sean consideradas apropiadas tanto en el purgatorio como en el Cielo.

Con estas reflexiones llegamos al purgatorio que es una ciudad muy grande, que tendría el aspecto normal de cualquier gran urbe sino fuera por algunos pequeños detalles que no pueden pasar del todo desapercibidos. Las calles están llenas de locales con neones de colores del tipo sospechoso, hamburgueserías y otros templos de homenaje al colesterol, bares, garitos, lujosas boutiques, montañas rusas, locales de masaje, autos de choque, grifos de cerveza en plena calle, es decir, todo tipo de tentaciones imaginables. Y los carteles lo dicen bien claro, todo es gratis. Hombre, se ve que la ciudad no se ha planificado muy ordenadamente, una calle aquí, una pista de esquí después, un parque, otra calle, una playa, un concesionario gigante de coches de lujo, pero el resultado es interesante. Purgatory is different. Incluso pasamos cerca de una tómbola en la que hay un montón de gente comprobando sus boletos, lo cual es incomprensible en un sitio en el que todo es gratis. En fin, así de viciosos somos.

A pesar de la impresionante despliegue para la fiesta y el despelote no se aprecia el ambiente alegre y desenfadado que uno esperaría en un sitio así. La gente camina por las calles mirando de reojo y con expresión de contención muy concentrada. Claro, intentando no pecar. De vez en cuando alguien flojea y entra corriendo en alguno de los locales con lucecitas o pide catorce hamburguesas en un puesto callejero, y una vez que uno cae en una tentación muchos otros lo hacen también. Lógico -me dice el bajito- una vez que ya has tenido envidia que más te da.

-Pues también es verdad -digo mientras entramos en el edificio central de purgaciones.

Subimos en ascensor hasta las oficinas del juez purgador de la zona, en el piso 69. Bajito me explica que es una trampa, algunos llegaron hasta aquí puros tras un año de privaciones y la cagaron con un chiste malo en el último momento.

El purgador es un señor trajeado con cara sonriente y un aspecto muy confiable. Nos saluda a los tres amablemente, nos pregunta por la familia y nos ofrece pasteles, puros, bombones, whisky, mirinda, un cortauñas, el Penthouse. Los dos purgadores rechazan todo con cara de resignación. Yo cojo uno de cada, tampoco es cuestión de ser desagradecido con las personas hospitalarias como este buen hombre.

-Ha caído en todas estas tentaciones. Menudo pecador está usted hecho -dice el juez purgador mirándome seriamente a los ojos- No hace falta decir que se queda usted hasta el año que viene sin necesidad de perder el tiempo repasando sus pecaminosas acciones del los últimos doce meses. Así que marchando.

-Que no, jefe. Que este señor ha estado en el Cielo y en el infierno y resulta que no pertenece a ninguno y nos lo mandan para que comprobemos si tiene que estar en nuestra jurisdicción. Hasta que no sepamos si es de aquí técnicamente no podemos afirmar que está pecando, digo yo. -aclara el bajito.

-Ah.Vale. Dígame usted. ¿Cómo murió? - me pregunta.

-Pues es que yo no he muerto. Me metí en todo este lío por un lamentable error.

-Ya claro. No me diga más. Plantó una semillita y de pronto creció un árbol muy alto que se perdía entre las nubes, trepó por las ramas y llegó hasta el Cielo. -dice el juez con sorna.

-No. Qué va. Fue al contrario. Me metí a minero, me dieron un martillo neumático, me puse a picar y picando, picando, llegué hasta el infierno.- le aclaro.

Dado que mantengo una actitud seria e imperturbable parece que empieza a pensar que estoy hablando en serio, que a ver si va a ser que no me he muerto, aunque creo que lo del martillo le ha parecido una metáfora que debe analizar. Pero le interrumpe el bajito.

-Señor, ya que estamos aquí reunidos amigablemente y tal, pero es que nosotros dos quisiéramos llamar la atención sobre una serie de puntos de mejora que nos parecen imprescindibles para elevar las condiciones existenciales en el purgatorio -el jefe le mira con interés- . Lo primero es que no parece muy justo que tengamos que convivir con todas las tentaciones existentes y tooodas se consideren pecado, incluso esas cosillas que usted y yo sabemos que tampocooo... y no me diga usted que no sabe de que le hablo que ya nos hemos visto las caras por lo menos en setenta de mis entrevistas, por algo será que seguimos los dos aquí. Bueno, lo segundo es que sería más justo que en la entrevista se hiciera un balance de las cosas buenas y malas realizadas, que la generosidad, escuchar a los demás con una actitud comprensiva convincente, ayudar a las ancianitas con las bolsas de la compra y cosas así sean puntos a favor que compensen los pecadillos tontorrones.

-Hombre, que me va a contar usted a mí -responde el juez- No puedo estar más de acuerdo. Ya quisiera yo que las cosas fueran así, pero para eso tendríamos que organizar un gran movimiento de protesta, realizar manifestaciones y exhibiciones de fuerza, hacer una huelga salvaje, sin servicios mínimos, de forma que la máxima autoridad tenga que considerar seriamente la necesidad de reformar el sistema. Pero, claro, eso afectaría al Cielo y al infierno, que también tendrían que cambiar sus normas.

-En esos lugares ya han empezado las protestas y reivindicaciones -comento-. Si el purgatorio se une la reforma es inevitable.

-Pues entonces ¿a qué esperamos? -dice el juez-. Vayamos ahora mismo a hablar con los otros jefes de zona y organicemos la revolución.

En un súbito arrebato de energía incontenible los tres corean la tonadilla de oooé-ooé-ooé-ooé, que no se muy bien a que viene, pero me da cosa parecer borde y además quedarme al margen de la revolución, así que me pongo a corear con ellos mientras damos saltitos abrazados. Por un momento me dan ganas de gritar ¡campeones!. Pero me contengo que aún no hemos ganado nada. Los tres se despiden de mí con gestos de aprecio y cariño, nosotros lo llevábamos dentro, tío, y no lo sabíamos, pero tú nos lo mostraste. No te olvidaremos. Prefiero evitar la parte de los besos afectuosos tras estos momentos de amistad efusiva, pues no me parece ni el momento ni el lugar oportunos.

Me quedo solo en la oficina del juez y sin saber muy bien que hacer me siento en su silla tras el escritorio. Hago un avión de papel con los salvoconductos que hay en la mesa, me balanceo, juego a las canastas con la papelera, mientras pienso que igual debo darme una vuelta por la tierra y buscarme un empleo en lo mio, que esto de ser minero es más complicado de lo que parece. O montar una empresa propia con una actividad alejada del sector primario y extractivo.

De pronto se abre la puerta y entra un señor que me mira temeroso y con evidente nerviosismo. Se sienta en la silla frente a mí y empieza a hablar.

-Buenas tardes, señor juez. De verdad que yo no quería, perdí el dominio de mi mismo y me encontré en aquella situación que casi ni me gustaba, fue un desliz absurdo producto del delirio. Yo creo que tenía fiebre por el catarro, o algo...

-Bueno, si fue sin querer no cuenta. -le respondo-. A ver, cálmese y cuénteme usted que cosas buenas ha hecho en este último año.

-Ah. Cosas buenas. ¿Del tipo humanitario y eso? Pues verá. No sé. A ver. Bueno, sí, me he pasado un montón de horas convenciendo a mis amigos de no caer en tal o cual tentación. Vale que igual también me servía para contenerme yo mismo, pero a ellos también les sirvió. Por lo menos alguna vez.

-¿Y ha cometido algún pecado muy gordo? -pregunto.

-¿Cuenta aquello de los dos efebos orientales que le comentaba?

-No, eso no cuenta.

-Pues entonces no me acuerdo de ninguno...

-¿A qué se dedica usted? -vuelvo a preguntar.

-Soy músico de profesión. Toco en verbenas y eso, canciones de otros, pero ya sabe la gente se divierte y no tiene que aguantar las chorradas de los autores originales, yo soy un tío sencillo.

-Pues entonces hará usted un papel magnífico en el Cielo. Hala, aquí tiene el salvoconducto -le digo mientras estampo en el papel el tampón con la palabra Cielo-. Que le vaya bien.

El hombre me mira con gratitud y sorpresa. Intenta besarme pero se lo impido por las razones ya expuestas antes. Y se marcha cantando alegremente una de Perales. Si lo llego a saber.

Acto seguido entra una mujer bella y muy atractiva. Se sienta en la silla sin saludar y me mira con gesto serio, esperando mis preguntas, con la actitud de ya sé yo cómo va a terminar esto.

-Piensa usted que la voy a citar para el año que viene ¿verdad? -pregunto.

-Pues sí, es inevitable. El siete de diciembre tuve mal aliento y ya sabemos cómo funcionan las cosas por aquí -dice con sorna.

-O igual es que ha cometido unos pecados tan gordos que ya sabe que no hay ninguna posibilidad.

-No, no me he excedido en nada grave pero es muy difícil dar todos los pasos dentro de una línea tan estrecha -responde.

-Tiene usted toda la razón. ¿A qué se va a dedicar en el Cielo?

-¿Qué? -me mira sin creer lo que está oyendo- A leer y pasear, a vivir en la tranquilidad.

Golpeo con fuerza el sello de Cielo contra el papel y le entrego el salvoconducto y nos despedimos. A ella sí la dejo que me bese y de hecho intento pegarle cuatro besos más. Sí, ya sé, ya sé, que si no es el momento, que si no es el lugar. Es que las cosas cambian, el mundo evoluciona, y ya he dicho que era muy atractiva. Y yo estoy de paso, algunas barreras están cayendo... y dado que ahora soy el que hace los salvoconductos pues que quieres que te diga.

Se abre la puerta de nuevo. Con cara de asombro me mira el individuo o sujeto que acaba de entrar, propietario de una empresa que cerró y me dejó en la calle. El que me mandó al frío y luego a las minas y de allí al infierno.

-¡Qué bien que estés tú aquí! -comenta aliviado- Llegó justo ahora de la tierra, pues acabo de morir apuñalado por unos acreedores. Me han dicho al llegar que si el balance de mi vida es bueno voy directamente al Cielo sin tener que quedarme por aquí, que esto debe ser un sitio horrible, que se pasa fatal. Bueno, ¿cómo lo hacemos? Imagino que vas a destacar las cosas buenas de mi balance o.... no. -Dice con un atisbo de duda.

-Pero ¿cómo puedes dudar de mí? -le digo con mi más amable sonrisa.

Cojo el sello y lo mojo bien en la esponja empapada de tinta azul. Vuelvo a sonreir amablemente y con golpe rápido se lo estampo en la frente con todas mis fuerzas, lo cual le hace caer de la silla con un gritito de sorpresa y cuando se levanta atónito la palabra infierno adorna su frente con delicadeza.

Abre la boca para decir algo, pero ya no hacen falta explicaciones. En la mesa hay un botoncito con la inscripción “finalización de entrevista”. Lo pulso y el suelo se abre bajo sus pies.

Durante unas décimas de segundo queda en el aire, mirándome todavía atónito. Tampoco me doy mucha cuenta pues a través del agujero del suelo estoy saludando a Sofronio que me mira desde allí abajo sonriente. Cuando un instante después el pecador cae, escribo en un papel mi recomendación de penitencia “lo de la cera en la entrepierna 12 veces al día, pillarse las pelotas fuertemente con dos ladrillos cada veinte minutos y el salto del ángel en el lago de lava 3 veces por semana”. Hago un avioncito con el papel y lo lanzo hacia mi amigo demonio que lo recoge allí abajo y levanta el pulgar. Y me grita, ¡tú sí que sabes!, ¡que bien estarías aquí gestionando el bussiness!

Los sonidos y gritos del gran jolgorio que se ha montado en el purgatorio con el avance del movimiento revolucionario van quedando atrás mientras camino hacia la tierra. No sé cómo terminara todo esto aquí, arriba y abajo, pero ya me enteraré a su debido tiempo, eso seguro.

Mientras tanto iré montando mi propia revolución.


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viernes, 16 de marzo de 2012

Manic Miner. Capítulo II.



Los ángeles han desplegado una carroza cibernética autopropulsada utilizando un dispositivo cuántico y viajamos al cielo sentados cómodamente en ella, siguiendo la estela de una luz blanca muy brillante. Por el camino charlamos para matar el tiempo.

-Vaya mal rato habrá pasado usted allí abajo -dice el del pelo rubio-, mi peor pesadilla era que se equivocaran conmigo y me dejaran por error en el infierno rodeado de pecadores, después de una vida de sacrificios y privaciones y de resistir a las innumerables tentaciones del mundo terrenal.

-A ver, no nos vamos a engañar. Pecadores sí que serán, habrán hecho sus cosillas pero no parecen tan mala gente en general, aunque seguro que fallan en algunos aspectos. Pero, vamos que tampoco resulta muy atractiva la alternativa que usted dice, pasarse la vida chupándose el dedo con tal de evitar caer en alguna tentación. Algunas cosillas están bien y no hacen daño a nadie. Pero igual a ustedes les ha merecido la pena porque ahora pueden disfrutar a tope y hacer lo que quieran en el cielo.

-¿Lo que queramos? -dice el otro ángel, el moreno- No, no, en el Cielo también hay que portarse bien. No pensará usted que se pasa uno la vida evitando pecar y que cuando por fin llega al cielo puede ceder ante todas las tentaciones y dedicarse a la vida disipada.

-Pues entonces no le veo la gracia. -replico. O sea, que te pasas la vida esforzándote para no disfrutar de ciertas cosas que se consideran pecado, y que seamos sinceros muchas veces tampoco son para tanto, y cuando llegas al Cielo tienes que seguir esforzándote para no disfrutar de esas mismas cosas. No le veo la gracia.

-Hombre, dicho así tampoco yo -contesta el ángel rubio- pero no tenemos otro remedio. Son las normas del Cielo y hay que respetarlas para vivir en paz y sin sufrimientos, lejos del infierno.

-Siempre se puede presentar una queja. Estas organizaciones son muy sensibles a las quejas, hasta en el infierno las escuchan. Así que piensen en que les gustaría hacer y no pueden y cuando lo sepan presenten una queja.

Los dos ángeles se miran confundidos unos largos segundos. Seguramente ya tienen algunas ideas en la cabeza pero ninguno de los dos se atreve a ser el primer en hablar. Así que tomo la iniciativa.

-A ver usted, el rubio. ¿Qué le gustaría haber probado y no ha podido para no pecar?

-Pues verá, yo... miré. Sí. Pues.. me hubiera gustado haber sido un poco más promiscuo. Con las mujeres, ya me entiende. Me hubiera gustado acostarme con muchas, haberme dejado llevar un poco en el sentido de la carne.

-Pues yo -interrumpe el moreno-, yo hubiera querido dar rienda suelta a mi gula. Comer las cosas que me gustan hasta hartarme. Y tener muchas cosas bonitas, colecciones de sellos o de monedas que nadie más tuviera y presumir de ellas y tal. Pero ahora mismo si pudiera elegir me comería tres docenas de trufas de chocolate y seis pinchos de tortilla de patata.

-Bueno -les digo- pues yo creo que por esos pequeños pecados uno no debería dejar de ir al Cielo si ha respetado las normas en los aspectos importantes de su vida. Y si nadie se queja esto no se arregla.

Mientras reflexionamos sobre esta conversación el carruaje asciende por una especie de autopista hecha de luz, muy poco transitada por cierto, y que está salpicada de pórticos con anuncios luminosos del tipo “Rece al menos cada dos horas” “Al volante oración constante”.
El rubio se da cuenta de que acaparan mi atención y me lo explica.- Es que con el desarrollo de la tecnología y la aparición de los informáticos, muchas personas se han ganado el Cielo, como es el caso de algunos publicistas que en la tierra necesitaron la asistencia de informáticos. Por eso tenemos tan buen marketing. – La verdad es que me parece muy lógico puesto, yo también tenía informáticos en la empresa.

Me llama mucho la atención un cartel que veo justo antes de las puertas del Cielo que advierte “si durante este trayecto ha tenido pensamientos impuros tome el próximo cambio de sentido”. Al verlo los dos ángeles me miran fijamente, inquisidores, pero les devuelvo la mirada con firmeza, así que terminamos los tres silbando y observando el paisaje. Paramos ante el control de seguridad que da paso al Cielo. Me extraña que no hay ni rastro de San Pedro y me dicen los ángeles que libra estos días porque está haciendo un master en protocolo, ya que están intentando mejorar el primer contacto con los que llegan.- Es que es un poco rudo el hombre y dado que últimamente se salvan muchos profesionales del protocolo, también por el tema de los informáticos, pues estamos aprovechando la oportunidad de mejorar –me explican.

Una pequeña pelota de metal, con alas, se acerca a nuestras caras y escruta nuestros ojos durante unos pocos segundos. -No se preocupe –dice el ángel rubio- es un robot identificador. El Cielo es un lugar tecnológicamente muy avanzado. Si lo piensa bien, verá que es lógico. Durante su vida terrenal los científicos frikis se pasan las horas inmersos en sus extravagancias y, claro, ni se les ocurre pecar o caer en una tentación, así que acaban todos aquí. Financieros no tenemos y políticos tampoco, pero científicos ni se imagina.

Pasamos el control y entramos en una inmensa zona ajardinada, con arbustos, setos y árboles muy cuidados, y nos dirigimos andando hacia unos edificios que se ven a lo lejos. No me hace falta preguntar para imaginar las razones por las que esas construcciones son de diseño tan simple y feo, rayando lo horroroso. Por el camino vamos encontrando a diferentes personas vestidas con toga, todos en actitud ociosa, que al vernos, se acercan a preguntar quién soy, si soy músico, actor, comediante, si sé hacer algo divertido, o si al menos tengo alguna habilidad útil, que no sea zapatero, que allí todo es mullida hierba y no hacen falta zapatos.

Los ángeles les explican que me acaban de recoger en el infierno pues estaba allí por error y que vamos a las oficinas a comprobar si pertenezco al Cielo. Y que ya de paso ellos van a preguntar si sería posible dejar de considerar pecado algunas cosas que no parecen intrínsecamente malas como un poco de fornicio y la gula por la comida rica en general. Se oye un murmullo de aprobación unánime y algunos comentan otras cosas que no estaría mal revisar. Cómo era de esperar no hay ningún abogado. Al principio se monta bastante barullo y no se entiende nada, pero aparece por allí uno que trabajó de pastor y enseguida organiza a los fieles y se redacta una lista con las propuestas de pecados a eliminar:

-El fornicio leve y la gula discontinua.

-Jugar al mus con señas aunque algunas puedan parecer algo sugerentes.

-Arreglarse para ir al bingo.

-Beber kalimotxo no muy cargado y fumar lo que cada uno sepa cultivar siempre que no haya ánimo de lucro. Lo mismo con las descargas de internet.

-Decir mentirijillas sin importancia especialmente en el contexto relativo al póquer y otros juegos de azar o en otras situaciones azarosas.

-Decir mentiras piadosas. Esto con objeto de mejorar la convivencia diaria tantas veces perjudicada por la verdad absoluta a todas horas.

-Levantarse tarde aunque sólo sea los sábados cuando la noche anterior hubo fiesta-toga. Y en este mismo contexto y dado que siempre se viste con toga, proponen que no todas las fiestas tengan que ser necesariamente del tipo toga.

-Mosquearse cuando tu equipo pierde en competiciones importantes, tipo el Mundial o la Eurocopa. Y en este mismo contexto afirmar con soberbia, ya sea con argumentos objetivos o sin ellos, que tu equipo es mejor que los otros. Y en este mismo contexto destacar las cualidades sobresalientes de las gentes de tu región, con argumentos objetivos o no.

La lista queda un poco rara pero es un principio. Se hacen muchas otras sugerencias que finalmente son rechazadas para no recargar demasiado esta primera propuesta o por su contenido excesivamente liberal, o indudablemente pecaminoso.

Nos dirigimos en medio de un respetuoso silencio hacía las edificaciones y más y más personas se van uniendo a esta improvisada marcha de reivindicación de derechos populares. La segunda para mí en este día, pero la primera para ellos en toda la historia. ¡Anda, qué emocionante! Me entran ganas de ensalzar el momento con alguna canción apropiada, pero ese diablillo que llevamos dentro no deja de interferir y solamente me vienen a la cabeza títulos de AC/DC totalmente impropios para la ocasión, como Hell ain´t a bad place to be o Let me put my love into you. Hago un esfuerzo por acallar a mi lado rebelde y para ello utilizo la técnica milenaria de imaginarme que estoy en la cama con Carmen de Mairena y esto rebaja mucho mi tono mental, aunque la consecuencia colateral es que solamente puedo acordarme de “I wanna be sedated”, que obviamente tampoco sirve para este tipo de manifestación. Bueno, al final me decido por el socorrido “Vienen con la alegría”, que empiezo a entonar con fuerza y en unos segundos es coreado con ánimo y coraje por toda la multitud.

Cuando llegamos a los edificios el jefe de zona, un ángel alto y guapo con sus alas y todo, nos está esperando en la puerta, mirándonos sonriente con los brazos abiertos y pregunta. -Pero bueno, quillo, ¿a qué se debe esta espontánea y bonita manifestación de alegría compartida?

El ángel moreno, que está totalmente exaltado por la intensidad del momento, toma la palabra.- Es que hemos recogido a este señor en el infierno pues estaba allí por error y venimos a comprobar si es de aquí. Y, bueno.. nosotros, vamos, este, mi compañero desearía un poco de fornicio -dice señalando al rubio. Y éste responde irritado- Pues mi compañero quiere comerse seis kilos de pasteles.

No sé por qué intuyo que el planteamiento que se está empezando a desarrollar no va a ser del todo bueno, así que decido intervenir.- En realidad traemos un escrito que recoge el sentir unánime de esta multitud que nos sigue y que reclama algunos ajustes, pequeños pero muy justos, en lo relativo a los límites de algunos pecados. Leves matices en general.

-Vamos que esto es una manifestación de protesta. Vaya, que venimos con ganas de tocar las pelotas. -dice el ángel jefe dándose cuenta de la situación. Y exclama en voz alta con la clara intención de amilanar a la concurrencia- ¿Saben ustedes que pueden ir todos de cabeza al infierno por esta acción propecadora?

Pero mi amigo el moreno responde aún más alto- Si vamos todos al infierno, ¿qué sentido tendrá el Cielo? Tendría que cerrar por falta de público asistente. -De la multitud sale un murmullo de aprobación como un rugido.

El ángel jefe viendo el percal se lo piensa unos momentos y dice- Muy bien, me voy a reunir con este señor vestido de astronauta para negociar la situación. Que nadie se me altere que se está rifando un rayo fulminador muy doloroso en una mejilla y luego me van a poner la otra.

Pasamos los dos al interior del edificio. Ni secretaria, ni sala de espera, ni nada. Empiezo a echar de menos las tentaciones del infierno. Una vez en el despacho, absolutamente blanco y sin ninguna decoración, me dice- Bueno, se dará cuenta de que es evidente que usted es sin duda el culpable de haber alterado la paz de este lugar, donde hasta hoy no se había registrado ningún tipo de altercado. Comprenderá que esto va a constar en su expediente con letras muuuy grandes y que una vez comunicado a instancias superiores irá usted directamente al infierno sin pasar por la casilla de salida. De hecho voy a llamar allí para que le vayan haciendo sitio. Marcar número -dice en voz alta y con tono algo chulesco. Y el teléfono responde- Introduzca el número, por favor.

- Six-six-six The number of the beast. -dice- Es que el aparato este sólo habla en inglés ¿sabe? A veces me crea problemas con la pronunciación porque yo soy de Granada y eso tiene su handicap, pero no me dirá usted que no es una chulada.

Se oye el tono de llamada y alguien responde- Restaurante Sinner of the East ¿diga?

-El ángel se cabrea mucho, golpea el teléfono varias veces malhumorado y comenta- Mecaguen. Si es que no hay forma, esto no funciona nunca, y los mamones de los técnicos me dicen que tengo que vocalizar bien. ¡Ya podía haber caído por aquí el tío de Apple, leches!, que a estas alturas ya tendría un saintphone de 16 gigas. Pero bueno, mire llamaremos al purgatorio y que ellos se encarguen de que vaya usted a donde tenga que ir. ¡Marcar número! -dice muy cabreado. Introduzca el número, por favor. Purgatorio.

-Tanatorio, dígame.

-Jo...pelines. -dice con la cara totalmente roja debido al mosqueo y al final no aguanta más- Pero que jopelines, ni que coj... ¡me cago en el mundo tecnológico y en los inútiles que lo componen, joder! -dice lanzando el teléfono contra la pared – Mierda de teléfono, mierda de tecnología de pacotilla. Mierda de técnicos y del pecador del Steve. Joder. Mecagoentó.

-Disculpe. Solamente una apreciación. La ira es un pecado de los gordos. -no puedo evitar el comentario.

Entonces cambia el gesto y me mira asustado-Y ¿lo han puesto en la lista de pecados a ajustar? Porque en este caso, ya lo ha visto, esta claramente justificada, no sé si se hace cargo.

-Totalmente. Ira improductiva sobrevenida por fallo reiterado en dispositivo tecnológico. -respondo.

-Vale. Es una buena redacción. Convincente. Hay que ponerla en la lista. Bueno, voy a mandar un mensaje al purgatorio por ciencia infusa, con la mente vamos, y enseguida vendrán a buscarle. -Cierra los ojos un momento, pone cara de patada en la entrepierna y me dice- Ya está. Los métodos tradicionales nunca fallan, da igual de dónde proceda uno. No son tan espectaculares como el manos libres pero que le vamos a hacer.

-Oiga ya que estamos aquí matando el tiempo... Me gustaría preguntarle algunas cosillas para aclarar dudas. Eso de que manden al infierno a alguien que ya está en el Cielo ¿ha ocurrido alguna vez?

-Sí, no es habitual pero se han dado casos. Ahora mismo me acuerdo de Bob Marley. Sí, llegó aquí porque entre el buen rollo y sus costumbres relajantes no había pecado excesivamente. Bueno, nosotros también presionamos un poco pues queríamos tener algún músico para entretener al rebaño y al final tampoco hay tanta diferencia entre alguna de sus letras y las que cantamos los domingos, así que... El caso es que el hombre tenía buena voluntad. vale, no mucha pero buena, eso no se le puede negar, y estuvo unas semanas intentando formar un grupo musical con los escasos seguidores que tenía aquí y tal, y nosotros por el bien de la comunidad hicimos la vista gorda para que estuvieran relajados y eso. Cuando nos quisimos dar cuenta estaban viviendo desnudos y trabajando todo el día en la búsqueda de ciertas plantas entre la vegetación, imagine, gente desnuda trabajando, aquella estampa era más propia del infierno que del Cielo. Lo comentamos con él y se lo explicamos, oye que la gente que hace estas cosas está en el infierno y tal, y el muy vicioso pidió el traslado inmediato.

Luego estuvo el caso de Wagner, el músico. Bueno, es que el tema de los arrepentidos en el último momento es muy controvertido, no todos estamos de acuerdo. Este hombre pasó toda su vida en la tierra dale que te pego con la mujer de uno o de otro, o con las dos, pero se arrepintió sinceramente en su lecho de muerte. Entonces vino aquí y volvió a arrepentirse, que si menudas chicas ángel, que si esto parece un anuncio de Axe Excite, que si eso deber ser el Cielo y otros comentarios de indudable doble sentido e impropios del lugar. Total que le pillamos varias veces con la toga por encima de la cintura y le mandamos al infierno. Me imagino que a estas alturas ya se habrá vuelto a arrepentir, ja,ja.

-Vaya usted a saber igual está de vacaciones en Benidorm. -comento.

-A eso no le llame vacaciones, señor mio. Menuda penitencia. Claro que en el infierno habrá cosas peores.

-Como hacerse las inglés con cera hirviendo cuatro veces al día. -apunto.

-Qué fuerte. Eso estará reservado a abogados concejales de urbanismo.

-Oiga, y los ángeles de la guardia ¿existen? - pregunto.

-Hombre, claro que existen. Cómo cree usted si no que han llegado tan alto algunossh personajessh medio lerdossh e incompetentessh -responde.

-Uy, ¿no sé estará usted refiriendo a Marianosssh?

-Pues no sé que le habrá hecho llegar a esa conclusión, será alguna profunda conexión del subconsciente, o en este caso del inconsciente -dice sonriente- Esessh no vendrá por aquí, amigossh. Decir mentirassh en campaña electoral essh un pecado muy gordossh.

-Oiga, y el cielo no es un sitio muy aburrido sin diversiones, debido a las limitaciones que imponen los pecados. Sin música...

-Hombre, algunos músicos tenemos lo que pasa es que no han llegado a cuajar. También es que el público aquí es muy especial, no sé cómo no le ven la gracia a Torrebruno que es un pedazo de artista y un tío reflexivo. Qué difícil es fidelizar a los fieles me dijo un día. Todavía le estoy dando vueltas.

-La verdad, señor ángel, que es usted un tío cachondo. Menuda retórica.

-Naaaaa. No me interprete mal. A ver, no quiero caer en la tentación de ser un santurrón, ya me entiende, por eso intento mostrar siempre nuestras contradicciones en la vida diaria y tal. Pero vamos que yo bendigo a todo el mundo por muy pecador que sea. Incluso a usted. Ave María Purísima -Dice haciendo la señal de la cruz frente a mi cara.

-Hombre -respondo- de los que estamos en esta habitación creo que soy el único al que han largado del infierno. Eso me tendría que dar al menos el beneficio de la duda.

-Bueno. También le vamos a largar del Cielo. Hala, por esa puerta, que hace un rato que tengo una llamada mental de los purgadores que le están esperando fuera.


AC/DC - Let there be rock

Bob Marley - Live forever

Ramones - Loco live
AC/DC - Back in black

viernes, 9 de marzo de 2012

Manic Miner. Capítulo I.

Soy minero. Así empieza una canción que hace algún tiempo no me decía nada pero, sin embargo, ahora, cada vez que la escucho se me saltan las lágrimas. Esta diferencia la ha marcado el devenir de los acontecimientos. La canción no me decía nada cuando trabajaba, contratado, dirigiendo una empresa y estaba muy lejos de las minas, ocupando un despacho elegante, dando la mano a otros empresarios y gestionando el trabajo de todas las personas que estaban bajo mi mando. Mi vida giraba en torno a mi profesión y en todos sus aspectos estaba organizada en torno a ésta. Amistades, exclusivos clubs, restaurantes, etc... todo dependía y se conseguía con el trabajo que realizaba con bastante éxito.

Sin embargo, un día los propietarios de la empresa decidieron cerrarla y de pronto perdí el centro que equilibraba mi vida y todo se desmoronó. En primer lugar me quedé sin trabajo en un momento en que no era nada fácil conseguir otro empleo y menos similar al que había tenido, dirigiendo una empresa. Pero también las demás facetas de mi vida se desmoronaron. Mi esposa me dejó cuando nos echaron del club de golf por no pagar las cuotas, no money no love, el banco se quedó con el piso cuando dejé de pagar la hipoteca. Ni amigos, ni clubs, ni restaurantes. De la noche a la mañana no quedaba nada de mi vida anterior, de aquella vida que parecía segura y perdurable.

Me encontré solo, en la calle, sin trabajo y sin ninguna pertenencia y en mitad del frío invierno. Por encima de la tristeza, de la soledad y de la sensación de ser un paria, tenía frío. Siempre me gustó el calor y siempre odié el invierno y sus baja temperaturas. Pasé tanto frío durante aquellos días de indigencia que me prometí luchar a muerte hasta salir como fuera de aquella situación y no volver a pasar frío nunca más. Todos los días iba a la agencia de colocación estatal para intentar conseguir un nuevo empleo, pero nunca había nada adecuado para alguien con la experiencia que yo tenía. Al menos durante los minutos en el interior de aquella oficina no tenía frío, seguía estando solo, sin pertenencias, sin ninguna de las comodidades que siempre había tenido, pero al menos no tenía frío.

Un día mientras esperaba mi turno en la larguísima cola que se formaba ante el mostrador de empleo observé que uno tras otro, todos aquellos que me precedían iban rechazando un trabajo que les ofrecían. Cuando llegó mi turno, la administrativa, Martina, me dijo una vez más que no había nada que cuadrara con mi perfil. Pero le pregunté cual era el trabajo que habían rechazado todos los anteriores y me dijo que se trataba de un puesto de minero en una explotación de carbón. Muy lejos de las ocupaciones a las que yo podía optar con mi potencial. Sin embargo, me interesó, había oído que dentro de las minas siempre hace calor y me pareció una forma excelente de salir de mi penosa y gélida situación. Desde luego empezaría de cero, pero empezar es eso, el comienzo, no se sabe cómo termina. Así que solicité el puesto y en unos pocos días estaba bajando a la mina con mi buzo y mi casco con linterna. Estaba impaciente por empezar mi nuevo trabajo mientras el ascensor descendía hasta el nivel menos treinta, que era el que me habían asignado, dejando allá arriba mi vida carente de casi todo. El nivel menos treinta era el más profundo de la mina y solamente los novatos y los conflictivos trabajaban allí. Me explicaron las nociones básicas para manejar un martillo neumático y el jefe de sección me ordenó excavar una galería en una de las paredes.

Trabajé todo el día absolutamente feliz, sin apenas hablar con nadie. A pesar del duro trabajo, de la luz escasa, del sabor a carbón en la boca y del ruido del martillo era feliz porque tenía calor y con eso me bastaba en aquellos momentos. Cuando terminó la jornada todos mis compañeros se dirigieron al ascensor para abandonar la mina, pero yo me quedé allí. Fuera no había nada que mereciera el esfuerzo de subir y, sin embargo, en el nivel había un comedor razonablemente confortable, con comida y bebida gratis. Así que pasé mi primera noche y todas las siguientes dentro de la mina. Nadie se dio cuenta de ello, aunque dado que me tenían catalogado cómo un excelente trabajador, productivo y dócil creo que aún sabiéndolo no me hubieran puesto pegas.

En unas semanas me hice un experto en el manejo del martillo y mi galería avanzaba a un ritmo tan impresionante que ya era una de las más profundas. Las precarias comodidades que tenía, comida, techo y calor, me bastaban, por lo que empecé a olvidarme de las carencias de mi vida y me acostumbré a pensar que el mundo se reducía al nivel menos treinta.

En mi galería era donde más a gusto estaba. Cuanto más avanzaba en la excavación más calor sentía y empecé a preguntarme por qué. Observando y tomando algunas referencias me dí cuenta de que el túnel que estaba excavando estaba ligeramente desviado hacía abajo, es decir, cada día estaba a más profundidad y cuanto más profundo estaba más calor hacía, así que más profundizaba, buscando más calor. Empecé a obsesionarme con el origen del calor, preguntándome cual sería la fuente de energía que lo producía y cavaba cada día con más ánimo pensando que en algún momento llegaría a descubrir la fuente del bienestar que las altas temperaturas me proporcionaban.

En mi ansia por resolver el misterio comencé a darle a la galería cada vez más inclinación y en poco tiempo ya había profundizado tanto que debía estar en el nivel teórico menos 45 ó 46. Y seguí excavando, hasta que un día llegué al final, encontré la respuesta que estaba buscando. Descubrí el origen del calor que tanto me agradaba.

En la casi total oscuridad de la galería empotré con fuerza el martillo neumático contra la pared y presioné el mando. El taladro agujereó la pared y un gran trozo se desmoronó dando paso a una potente luz naranja y a una oleada de calor indescriptible. Caí al suelo cegado por la luz y tardé un buen rato en acostumbrarme a aquel resplandor después de tantas semanas en la semipenumbra. El increíble calor no me importó tanto, supongo que es mi hábitat natural. Enseguida me dí cuenta de que aquello no era la luz del día ni tampoco iluminación artificial, era más bien el resplandor de un incendio enorme que teñía de naranja las rocas, los senderos y las paredes que alcanzaba a ver a través del hueco dejado por el derrumbe. Una vez más decidí investigar y pasé al otro lado, que en realidad no era muy distinto de la mina que acababa de dejar atrás pues las paredes también eran de carbón. Eso sí, estaba mucho mejor iluminado y se veían multitud de senderos que serpenteaban en todas direcciones. Con gran curiosidad tomé uno de ellos y tras diez minutos de caminata me topé con una chica que estaba picando carbón con un rudimentario instrumento. Era una mujer joven, con pinta bastante normal, pero estaba desnuda y tenía un aspecto absolutamente apesadumbrado y su expresión era de cansancio extremo. Percibió el movimiento de mis pasos y se giró hacia mí.

-¡Anda! -dijo- Pero ¿qué haces vestido? Hacía siglos que no veía a alguien vestido. Ni siquiera ellos van vestidos. Y ¿por qué no estás trabajando? ¿Eres familiar o algo?¿O eres un espia?

- Hola. Soy un minero, pero de la mina de al lado. Se ha caído la pared y he aparecido en esta otra. -dije observando con curiosidad el tridente naranja que tenía grabado a fuego en su mejilla- Y, por cierto, los mineros vamos vestidos. ¿Tú por qué estás trabajando desnuda? No puede ser muy cómodo.

-Esto no es una mina, chaval -dijo ella riéndose-. Esto es el infierno y aquí todo el mundo va desnudo. Bastante calor hace ya. Aparte para ir con la pinta que llevas tú mejor no llevar nada. Y aquí nadie se preocupa por la comodidad, todo está pensado para que los condenados suframos las máximas penalidades. Llevo dos siglos picando y transportando el carbón en pesados sacos hasta la hoguera central, sin descansar, sin beber, sin comer.

-Vaya. No es por nada pero esas condiciones de trabajo son muy injustas. Deberías presentar una queja -respondí-.

Me miró muy sorprendida, no sabiendo si reírse o argumentar algo y al final dijo -Bueno, me puedo quejar eso es cierto, pero si me quejara seguramente me darían latigazos y todavía estaría peor.

-Pues no sé que decirte. Si llevas dos siglos así cómo explicas igual unos latigazos te servían de distracción y todo. Al menos saldrías de la rutina y durante un rato no tendrías que trabajar.

-Hombre. Visto así, no parece tan mala idea. La verdad es que cualquier cambio sería bienvenido y a lo mejor los latigazos me hacen olvidarme de la sed durante un rato - dice ella con la mirada perdida al fondo de la mina-. Por lo menos saldría de esta monotonía que también es algo bastante agobiante. -De pronto, mira alarmada hacía el sendero- Uy, ten cuidado, escóndete, que por allí viene el vigilante y si te ve te pondrá a picar por toda la eternidad.

Efectivamente por el camino se acerca un individuo, también desnudo. Todo normal salvo por los cuernos blancos entre el pelo. Yo no tengo nada que ocultar así que ni me escondo, ni me muevo. La chica me mira con evidente admiración y eso me ayuda a mostrarme aún más seguro. Quien me iba a decir que iba a ligar aquí. Cuando el vigilante llega hasta nosotros me observa enfadado.

-¿Que haces tú vestido?¿No te quitaron las ropas en recepción?¿De qué sección eres? Y... Oye, ¿por qué no tienes el tridente marcado en la cara? -me pregunta.

-Es que estoy de paso. No soy de aquí. Estoy de visita. Pasearé un rato echando una ojeada y tal y luego me marcho. No se preocupe que no pienso molestar a nadie -explico a aquel sujeto.

-Perdone. -interrumpe la chica-. Yo quiero que me azoten.

-Señorita, debería olvidar sus perversiones ¿Es que no piensa corregir su conducta pecadora?¿Pasará aquí toda la eternidad sin aprender nada de nada? -pregunta el guardia.

-Que no, que no, que me ha entendido mal, que yo quiero presentar una queja. No me han dado nada de beber en 200 años y estoy harta, pero que muy harta.

-Ah, ya entiendo, una queja. Pues sepa que aquí el que se queja se lleva 100 latigazos.

-Entendido. ¿Puede ser ahora? Total ya he perdido el ritmo y entre que me pongo a picar otra vez y eso, pues casi mejor de la misma ¿no?

El vigilante la mira contrariado. Se ve que no es muy habitual que la gente se queje o que acepten los latigazos cómo si tal cosa. Duda durante unos momentos, mirándonos a los dos cómo si fuéramos marcianos o algo así, aunque en realidad más raro es un tío en pelotas con cuernos cuando no hay fiestas raras por los alrededores. Pero al final toma una decisión.

-Esta bien. Nos vamos los tres a la oficina del jefe de zona. Tú presentas la queja y te dan los latigazos. Tú, no sé. A ver qué dicen, pero no creo que te dejen firmar en el libro de visitas -dice con una sonrisa sádica.

Avanzamos los tres por el sendero y vamos encontrando a otras personas que están picando carbón o arrastrando sacos con gran esfuerzo y que temerosos, pero incapaces de resistir la curiosidad, se van acercando a preguntar.

-¿Por qué no estáis trabajando? ¿Adonde vais? -dice uno de aquellos desgraciados.

La chica responde con gran seguridad.- Vamos a ver al jefe de zona para presentar una queja respecto a las condiciones de trabajo. No tenemos agua, ni comida y la jornada laboral es lo que se dice interminable.

-Pero os van a dar latigazos.

-Ya. Pues mira, no sé que es peor si unos latigazos o estar sufriendo penalidades sin interrupción. -responde ella.

El hombre reflexiona unos segundos y responde -Pues ¿sabes que te digo? Que tienes razón. Yo también me voy a quejar. Unos latigazos no me vendrían mal para olvidarme del pico, las ampollas en las manos y el calor. Además, yo puedo defender nuestros argumentos ¡Soy abogado! Y yo. Y yo. Yo también. Aquí hay otro. Otro más. -gritan muchos de los allí congregados.

Y así se nos va uniendo más y más abogados y otras gentes a lo largo del camino, cotilleando y comentando sus impresiones. Pues yo también quiero que me azoten. Pues yo quiero crema hidratante y llamar a casa. Y yo un gin tonic. Pues yo quiero un casco con luz como el de este tío... Para cuando llegamos al edificio de oficinas, una imponente construcción de cristal en forma de tridente, curiosa pero sin duda poco práctica, producto de la imaginación de algún arquitecto que seguramente ya hizo de las suyas en la superficie, un gran gentío se acumula en la puerta pidiendo el libro de reclamaciones.

Entramos en las oficinas los tres, el vigilante, la chica, que a esas alturas ya ha sido nombrada representante de los trabajadores quejosos, y yo. Nos atiende la recepcionista, una mujer muy resultona con unos cuernecillos muy monos, que me mira con interés tras preguntar que es lo que nos lleva por allí. Es curioso el éxito que tengo por estos lares. Bueno, seguro que el mono de trabajo también influye, ya se sabe cual es el efecto de los uniformes. Igual debería quedarme.

El vigilante explica que queremos ver al jefe pues hay una serie de problemas. Dos aquí y otras seis o siete decenas de miles esperando en la puerta. La recepcionista nos hace pasar a la sala de espera, que es una habitación grande pero decorada como todas las salas de espera, con sus sofás de polipiel, su mesa de carbón pulido y sus fotografías en las paredes con los típicos motivos corporativos, rituales satánicos, incendios en hoteles, ciudades ardiendo, etc. y también hay un gran retrato al óleo de Nerón. Y aire acondicionado. No me gusta ponerme muy crítico cuando estoy de visita pero con el nerviosismo de la espera no puedo evitar decirle al guardia que aquel extintor de la esquina no es lo que se entiende por políticamente correcto. Hay que cuidar los detalles. Pero él argumenta muy seguro que lo primero es cumplir con las normas de prevención de riesgos laborales y ante esto no puedo replicar nada.

Al de un rato la recepcionista nos acompaña hasta el despacho del jefe y mientras camino delante de ella me pellizca fuerte en el culo. ¡Diablilla! Le digo, y ella sonríe coqueta y me pega un lametón en la cara. Está decidido, si puedo me quedo una temporada por aquí. En el despacho nos espera el jefe de zona que es otro señor totalmente normal, aunque también con sus cuernos, y que tiene un aire campechano y sanote.

-Hola amigos. ¿Qué os trae por aquí?

Nuestro guardia toma la palabra.- Pues este señor debe haber llegado por algún error administrativo o de logística. No tiene marca en la cara y va vestido. El dice que está de vacaciones y que quiere curiosear por aquí un rato, pero digo yo que igual no es buen ejemplo tener a gente por aquí de pic-nic y entreteniendo a la mano de obra. La chica quiere quejarse por las condiciones de trabajo y también que la azoten para matar un poco el rato. Y fuera hay una multitud de condenados que piden lo mismo.

-Coño, pues sí que se está complicando la mañana -exclama el jefe-. Yo que pensaba hacerme la cera en las inglés, ya ves. Sí. No me miréis con esa cara. Cuatro veces al día... no es de las penitencias más llevaderas. Bueno, empecemos por este individuo ¿Cómo ha llegado usted aquí?

-Pues estaba en mi galería trabajando y de pronto la pared se derrumbó y caí al suelo cegado por la luz y...

-No me diga más -me interrumpe-, vamos que vio usted una luz blanca muy intensa al final de un túnel, que esa luz le produjo gran sensación de bienestar y decidió ir hacia ella, pero al salir del túnel vio que le esperaban sus antepasados fallecidos para acompañarle durante toda la eternidad y entonces decidió dar la vuelta y perderse en la oscuridad. Lo entiendo perfectamente, no es usted el primero al que le sucede lo mismo.

-No, no. Lo de la luz no fue... -intento replicar.

-Que no se me avergüence usted, hombre, que todos hemos sido humanos. Mire, yo mismo tengo aquí a toda mi familia y le aseguro que después de cada reunión familiar es de esas veces que desearía no haber sido tan pecador. Bien, hay que buscar soluciones pues usted no debería estar aquí. Lo primero es llamar al Cielo para saber si tendría que estar allí -dice mientras coge el teléfono- A ver, ¿cual era el número? Ah, sí, novecientos dos cielo, cielo, cielo. Tiene narices que tengan un teléfono de esos de pago. Bueno, mire, le voy a conectar el altavoz para que escuche la conversación, no vaya a creer que le engaño. Con la fama que tenemos por aquí, cualquier cosa.

Se oye la llamada del teléfono durante un rato y finalmente atiende una centralita electrónica. Si quiere consultar la lista de espera de milagros pulse 1, para hablar con admisiones pulse 2, para todo lo demás espere. -tutí-tutí-tururí- Y no se olvide de marcar la casilla “Cielo 0,7” en su testamento. -tutí-tutí-tururí.

-Mecaguenlaleche, un anuncio. Y con trompetas celestiales y todo -dice el jefe- es que estos tíos son unos fenómenos del marketing. -Le interrumpe una voz al otro lado del teléfono.

-Cielo, dígame. Al habla Guzmán el Bueno.

-Hola Guzmán. Soy Sofronio, ya sabes del infierno.

-Ah, hola, ¿qué tal? Si es por lo del partido de salvados contra condenados no insistas porque este año no pensamos jugar en vuestro campo. Ya van varias ediciones en las que alteráis las condiciones del juego subiendo la calefacción. Si queréis jugar tiene que ser aquí, en el cielo, que está garantizado el fair play.

-Bueno, eso lo dices tú -responde el jefe Sofronio-. Todos sabemos que cuando vais perdiendo sacáis a jugar a la Divina Providencia y así ya me dirás quién os puede ganar. Pero, que no te llamo por eso. Mira que aquí nos ha llegado un señor vestido y sin nuestra marca en la cara y pensamos que igual tendría que estar allí.

-Ah, pues seguro. Ya sabes que los del Purgatorio con tal de no complicarse se quitan de encima a la gente en cuanto les falta un sellito o cualquier tontería. Mira, esta tarde a las cinco pasan a recogerle unos ángeles y se lo traen para que comprobemos si tiene plaza.

-Vale, majo. Hasta luego.

Cuelga el teléfono y nos mira sonriente- Bueno, el primer problema solucionado. Ya ve usted, si es que muchas veces basta con buena voluntad. Joder, a veces digo unas cosas que... A ver señorita y usted ¿se da cuenta de que si se queja le van a caer unos buenos latigazos?

-Sí, me doy cuenta -dice ella- y precisamente es lo que quiero. Así salgo de la rutina y me entretengo un rato. Total voy a sufrir igual. Y no sé si se da usted cuenta de las implicaciones que esto tiene respecto a las debilidades del sistema. Esto no se sostiene. Escuche.

Nos quedamos los cuatro en silencio y nos llegan los ecos del griterío que hay en el exterior. La revolución que acaba de empezar entona sus primeras consignas irónicas, “Todos queremos más”. La cara del jefe refleja su preocupación ante estos sucesos aunque no puede evitar tararear por lo bajito.

Bueno, -dice- no podemos darles latigazos a todos porque si los argumentos de esta señorita son acertados puede cundir el ejemplo y se nos va a apagar la hoguera y eso en mi sección no ha pasado nunca. Ni va a pasar. -Se dirige al vigilante por lo bajo con gesto grave- Hay que negociar con la multitud, yo creo que con una hora libre y una mirinda a la semana se conformarán. Puede usted llegar hasta los 90 minutos, pero debe hacerse por turnos y sin perjudicar la productividad. Hala, salga con la señorita a hablar con la plebe y quiero esto arreglado en un santia... Vaya. Bueno, en un pispás.

Nos quedamos a solas el jefe y yo. Me invita a pasar a la sala de al lado para escuchar música y así no someterse por más tiempo a la presión que le produce el clamor de las protestas. Comienza a sonar un piano y me quedo perplejo al ver al pianista.

-Anda, pero si es John Lennon. Es la última persona que esperaba encontrarme aquí con todo el rollo de la paz, haz el amor, etc…

-Sí, por eso está aquí. Ya sabes la barrera entre mucho hacer el amor y el fornicio es realmente difusa y sobre todo es difícil que suene convincente cuando estás haciendo un breve resumen de las acciones que realizaste en tu vida ante un tribunal inquisidor del purgatorio.

-Hombre, no creo yo que esa sea razón suficiente para que te manden al infierno, habiendo lo que hay por el mundo.

-No me diga. Yo no pongo las normas. Y aquí todo el mundo es bienvenido.

-Entonces ¿no sois vosotros los que reclamáis a las almas pecadoras?

-No, no, las asignaciones se hacen en el purgatorio. Todos van llegando allí, entregan sus papeles y explican por qué hicieron tal o cual cosa y entonces les dicen si se quedan por allí un tiempo o sí tienen que subir o bajar, ya sabes. Yo mismo estuve a punto de quedarme allí pero la cagué cuando comenté que había sido concejal de urbanismo.

-Claro. Eso se entiende. Menudo fallo. Y ¿hay por aquí mucha gente famosa?

-Ya lo creo. Mira los tengo aquí recopilados en este álbum de fotos, algunas con autógrafo y todo –dice mientras saca del cajón un libro gordisímo repleto de fotografías de gente desnuda-. Mira, este es Pedro Picapiedra.

-Pero hombre, no puede estar aquí ¡si es un personaje de ficción! –comento extrañado.

-¡Qué dices! Fue uno de los primeros condenados. Tráfico de estupefacientes. Manda huevos, en plena edad de piedra. Yo creo que por eso le hicieron los dibujos animados, porque fue un auténtico precursor. Un visionario de los negocios.

-Y ¿este de aquí? – pregunto -. Me suena su cara.

- Walt Disney. No fue un caso claro. No había suficientes pruebas, pero le hundieron los testimonios de los siete enanitos. Claro, que esos están todos aquí, incluyendo al mudito, digo yo que no serán muy de fiar –comenta bajando el tono de voz-. Bueno, lo de esos tampoco fue del todo claro, había alguna duda pero nosotros presionamos para que los trajeran porque nos hacía falta mano de obra cualificada, gente con experiencia en el trabajo de la mina.

-¿Y esta mujer tan bella? -pregunto señalando otra foto.

-Atila, el rey de los Hunos.

-Peeeeero…

-Ya te digo.

Confundido decido cambiar de tema y aparto la mirada del libro y señalando a John comento- Vaya lujo tener de pianista a uno de los músicos más famosos de la historia.

-Bueno, sí, aunque he tenido a algunos mejores. Sin ir más lejos durante muchos años tuve a Wagner, el compositor, pero un día descubrí que tenía un lío con mi mujer, es que ese hombre no se ha reformado nada de nada, y tuve que trasladarle lejos de aquí. Para evitar escándalos le mandé a la parte menos caliente del infierno, un sitio que se llama Benidorm.
Pero, basta de hablar de este mundo. Cuénteme con más detalle cómo era su vida.

-Pues dirigía una empresa y tenía una buena vida, pero cerraron y todo se fue al garete. Me vi en la calle y sin posibilidades de conseguir otro trabajo por la crisis y eso. Me busqué un empleo no cualificado, una cosa llevó a la otra y terminé apareciendo aquí.

-Es la típica historia. Es que no aprendemos. Ahora con la reforma laboral esperamos a muchos empresarios como usted. En fin, tampoco me voy a quejar que nosotros vivimos de esto.

-No sé si me ha entendido bien...

-Sí, vale. Y ahora si no le importa me voy a hacer la cera en las inglés.

-Pues mire, sí que me importa. Podría esperar a que me vaya.

-Si es que ya puede irse. Mire por la ventana, aquellos dos de las túnicas blancas son los ángeles que le llevaran al cielo.

Me despido de Sofronio y mientras me dirijo al patio observo cómo unos individuos con cuernos chorrean a la multitud con lava candente usando mangueras a presión. Pero los manifestantes impertérritos siguen cantando Another brick in the wall. Algo se mueve en el infierno.


Pink Floyd - The Wall