viernes, 27 de septiembre de 2013

El refresco que rasgó la realidad. Capítulo 2.

Lo del disco era verdad. Mandaron un disco de un material compuesto muy ligero que se situó bajo mis pies con suavidad y al segundo siguiente estaba volando, protegido por una potente columna de aire que salía hacia arriba por todo el perímetro del disco mientras aquel artefacto se dirigía a la nave con un leve silbido.

Entré a la nave por la boca de un gran puerto espacial iluminado por hileras paraleas de luces moradas en suelo y techo y que contaba con una corta pista de despegue en la que se veían algunas naves más pequeñas, algunas parecían dedicadas al transporte y otras parecían cazas de combate ultramodernos preparados para el combate.

Al fondo de aquel espacio había un gran número de personas, alineadas en dos grupos, dejando un pasillo justo en el medio, al principio del cual me depositó con suavidad el disco volador. De inmediato comenzaron  los aplausos y los vítores y surgieron un centenar de chicas de aspecto nórdico, vestidas de hawaianas y blandiendo catanas japonesas, que bailaban al son de una copla flamenca mientras me hacían los familiares gestos obscenos que tantas veces me habían hecho otras chicas desde una barra americana.  La combinación era chic pero algo dudosa, sobre todo por las botas de pre-ski, pero tampoco quise parecer desconsiderado con sus costumbres así que me arranqué por soleares y solté unos cuantos ¡ole y ole, que ole! , mientras taconeaba un poco y daba unos redobles de palmas.

Así fui avanzando por el pasillo hasta llegar a la comitiva de bienvenida que me esperaba al final. Eran los cinco sujetos de la tribuna, los que habían salido en la tele gigante, con el portavoz en el centro, que me miraba muy sonriente mientras se acercaba con una mano extendida y la otra en ademan de abrazarme.

-¡El elegido!¡Qué bien! Qué buen aspecto! y qué ganas teníamos de conocerle por fin, después de tantos años de leyendas y de páginas y páginas de mitología. –dijo intentando hacerse oír entre los aplausos y voces del público que abarrotaba los dos flancos.

-Bueno, ya ha visto que hemos preparado una recepción con un espectáculo típico de su región del Universo, para que se sienta usted como en casa –me explico guiñándome un ojo- Por cierto ¿puedo tutearle? Tantos años de escuchar la leyenda del elegido… es como si fueras de la familia, un héroe de la familia.

-Claro, hombre. Y puedes llamarme Paco. 

-Pues yo soy el Destacado Almirante y Magnifico General Gobernante de los Estados Intergalácticos Reunificados Excelentísimo Señor Don Federico Pijuelo Frapuchino. Puedes llamarme así. O si lo prefieres por la abreviatura, D.A.M.G.G.E.I.R.E.S.D.F.P.F.

-Vale, mejor por la abreviatura –dije sonriente, aunque mentalmente me quedé con lo de Fede.

En ese momento llegaron los otros dos terrícolas que me acompañarían en mi visita a la nave, un militar regordete de mediana edad y un anciano con pinta de pueblerino que lo observaba todo sin disimular su fascinación, sobre todo a las chicas hawaianas. Mientras ellos se acercaban me di cuenta de que no sabía cuánto tiempo iba a estar allí, esperaba que sólo fuera una visita y muy corta, pero tenía un mal presentimiento. A mis acompañantes no les vitorearon, ni les lanzaron confetí, ni les hicieron proposiciones lascivas, así supe que en el espacio intergaláctico también hay clases.

Tras los saludos, recorrimos unos largos pasillos metálicos adornados con pequeñas luces verdes y rojas que dibujaban el camino en el suelo, pues las lámparas del techo emitían una luz muy suave que apenas iluminaba hasta media altura. Llegamos a una sala de reuniones y allí nos sentamos, los cinco marcianos y los tres terrícolas, escoltados por unos quince tipos fortachones vestidos con monos blancos que se apretaban a las paredes como si estuvieran sujetándolas.

-Creo que lo primero son las presentaciones –dijo Fede- Nosotros somos los cinco máximos representantes de la civilización dominante en el Universo, que no es otra que la humana. Sí, somos humanos, como ustedes. De hecho, somos parientes, podría decirse que hermanos. Pero en fin los avatares de la historia nos separaron. Y yo soy, bueno, digamos que el presidente  de todo el Universo  –y se quedó en silencio con aire de suficiencia esperando nuestras presentaciones.

-Pues yo soy el sargento primero de infantería de marina Virgilio López –dijo el militar- y estoy aquí como máximo representante de la autoridad militar española en la región militar sudoeste. Autoridad que me ha sido conferida por causa de la ausencia de todos los mandos superiores derivada de la merecida pausa veraniega.

-Y yo soy el alcalde de Barbate, patriarca Heredia pá servirles –dijo el anciano-, máxima utoridad civil de la zona sur de la pinínsula con carácter cincustancial y por los mismos mutivos expuestos por aquí el sargento.

-Yo soy Paco –expliqué tras darme cuenta de que todos esperaban que dijera algo-, soy escritor. Eeeh, de novelas. Eeeeh, policiacas –los nervios me traicionaban- Y una vez salí en la tele, en un programa de sucesos, aunque también fue una casualidad.  Caminaba por la…

-Claro, claro –dijo Fede- Fenomenal. Pues ya nos conocemos todos. Así que empecemos. Este señor es el elegido ¿Vale? Y le vamos a llevar a hacer un periplo por el universo para tranquilizar a la población y hacerles ver que todo va a seguir como hasta ahora ¿verdad? –dijo mirándome por encima de unos cristales de aumento que flotaban sin apoyo a los lados de su nariz.

-Disculpe, pero estamos en medio de una crisis diplomática sin precedentes. Primero de todo exigimos una disculpa oficial por el derribo de nuestros aparatos  -dijo el sargento- Y luego, que reparen el cielo, que se vayan y que no vuelvan a entrar en nuestro espacio aéreo sin permiso previo por escrito, sellado y firmado.

-Muy bien –replicó Fede- Es justo lo que queremos. Marcharnos y que todos se olviden de nosotros.

-¿Pero, coño,  no te das cuenta que es un impusible? La gente se va a recordar de esto su vida entera –dijo el alcalde- Se hace necesaria una compensación pecuniaria por el daño siculógico a la población general. Te voy a haser una buena oferta, que no podrás rechazar. No sé si has visto la pinicula del Padrino y te hases una idea del contenido de la susodicha frase. Bueno, al grano. Si nos ejecutas la remudelación del puerto, terminas el polidepurtivo y haces una utupista de cuatro carriles hasta Cádiz, somos tan amigos. Yo me encargo de la búsqueda y negociación con sucontratistas, que pá eso conozco mejor el terreno y el percal.

-No entiendo muy bien su idioma, caballero. Debe hablar usted algún dialecto minoritario. Pero ya me imagino que me está pidiendo que le facilite los números del Euromillón o algo por el estilo. Pues no quiero. Y si los supiera jugaría yo –dijo Fede ignorando la proposición del anciano- Lo único que queremos es llevarnos al elegido y punto.

-No pienso ir a ningún sitio hasta que se atiendan las reivindicaciones de estas personas –dije envalentonado por la relevancia que parecía otorgarme mi carácter de elegido.
Fede me miró unos segundos con aire reflexivo. Se acercó muy despacio y se inclinó para hablarme al oído- Vamos a ver, mamoncete, que a mí todo este rollo del elegido me la trae floja, que yo no me creo todas esas fantasías que se inventaron hace doscientos mil años para entretener al populacho. Tú eres un colega que por casualidad paseaba por ahí, por casualidad llevaba una lata vacía y por casualidad la colocó en el resorte de desactivación del sistema combinado de imaginación planetaria. Sin embargo, para tener contenta a la peña vamos a representar nuestros papeles. Tú, el elegido, y yo, el emocionado presidente. Y no me toques la entrepierna que sacó a estos dos a patadas de la nave y te vienes con nosotros igual.

-Bien. El elegido sugiere una votación democrática para dirimir esto –dijo Fede en voz alta- Quienes estén a favor de que nos vayamos sin más que levanten la mano.  Vale, cinco votos a favor y dos en contra, el elegido se abstiene. Pues, hala, nos vamos.

-Pero oiga, esta votación no es justa. Ustedes son cinco y nosotros sólo tres y encima este traidor va y se abstiene–intervino el sargento.

-Creo ver indicios de que podría usted tener razón en su argumentación –respondió Fede-. Dirija escrito de apelación por triplicado al Tribunal Central y Universal de Plebiscitos exponiendo sus alegaciones, por si tiene a bien ordenar la repetición de esta votación. Hala. Marchando.

El sargento y el alcalde fueron sacados en volandas por los escoltas y no tardaron en marcharse en dos discos voladores, mientras yo me quedaba en la nave y me dirigía con el presidente a su despacho, nervioso y temeroso por lo que me pudiera pasar, sin saber si volvería a casa algún día. Sin entender todo aquello del  elegido y por qué Fede no se lo creía. Avanzamos por más pasillos oscuros hasta que entramos en una habitación soleada, como si estuviera a la luz del día, cuyas paredes estaban formadas por una selva tropical. Fascinado por el realismo absoluto de aquella decoración, me quedé dando vueltas como un tonto en el centro de la estancia, mirando todo lo que me rodeaba, hasta que Fede me pidió que me sentara con tono de desaprobación.

-Sí que les ha dado boleto rápido –dije, acomodándome en un extraño sillón que flotaba en el aire y que se adaptaba a cada movimiento de mi cuerpo dejándome una libertad increíble, como si flotara en una nube.

-Comprenderás que para charlar sobre nuestro… problema no nos hacen falta mucha falta un minador, filibustero o lo que sea el del uniforme, ni tampoco el sheriff del pueblo que encima sólo se ha preocupado por los números de la primitiva.

-Podría explicarme un poco la situación… –le dije a Fede.

-Bueno, te lo explicaré a grandes rasgos y ya irás enterándote de los detalles en el viaje que vas a realizar. Te acompañará un diplomático experto en materia de civilización, que se ocupará de todos los detalles de tu viaje. Te informará de todo, te explicará lo necesario, te protegerá, etc,

-Me…  ¿protegerá?

-El Universo es grande, muchacho. Y no está exento de peligros.

-Es verdad que el Universo es muy grande –reflexioné en voz alta- Nunca volveré a casa.

-No me seas pesimista. Piensa que si vuelves no serás el mismo. Sólo con eso ya habrás salido ganando, ja,ja,ja. –dijo sirviendo un extraño líquido naranja en dos vasos de un material tan fino y transparente que apenas se veía.

-¿Qué es esta bebida? –dije intentando sacar matices al sabor de aquel líquido- El color se parece al de la Fanta pero sabe más a…

-Semén de unicornio satúrnico. Muy difícil de conseguir. Uno de los mejores licores del Universo. Sobre todo si se enfría con óvulos de alondra de Pegaso, como es el caso. La reacción química es maravillosa.

-Vaaaaya –dije dejando el vaso sobre la mesa- Quién iba a imaginar que probaría esto…

-Que no hombre. Tan sólo es zumo de naranjas de Nexus…

-Ah, menos mal.

-…enfriado con fístulas anales de lagarto de Andrómeda.

-Bien –prosiguió- Se da el caso de que una milenaria leyenda te ha traído hasta aquí. No es exactamente una fantasía, pues todo está muy bien documentado, pero digamos que el tiempo ha magnificado la realidad y ha terminado otorgado al elegido, a ti, un protagonismo desaforado y sin fundamento.

Verás, resumiendo bastante, la humanidad existe desde hace millones y millones de años durante los cuales se ha ido extendiendo por algunos lugares del Universo desde su lugar de origen, un planeta en el corazón de la nebulosa conocida por vosotros como Pequeña Nube de Magallanes. Esta conquista del espacio se ha basado en el desarrollo de determinadas habilidades cerebrales, que nos llevaron a una rápida expansión una vez superada la torpe etapa de la evolución a través de diversos inventos, máquinas y artilugios de diverso tipo. Pues bien, en un momento dado, y aunque parezca increíble una, parte de la humanidad se negó a seguir este camino de evolución, se generó una gran polémica, graves disturbios, y al final todos esos disidentes fueron segregados y confinados en un planeta lejano, del que no podrían salir, precisamente por falta de la imprescindible evolución cerebral.

Ese planeta es La Tierra, efectivamente. Hace unos 200.000 años la humanidad dejó aquí a unos tres mil quinientos millones de descontentos que no creían en el futuro tal y como se había planificado. Tendrían que buscarse la vida en este planeta con sus habilidades innatas y sus manos, tendrían que vivir como ellos predicaban. El planeta tierra en sí era bastante feo e inhóspito, así que para minimizar las quejas y evitar que se concentraran en volver a nuestra civilización, creamos el sistema combinado de imaginación planetaria que les mostraba una cara más amable mediante la generación de percepciones sensoriales, cambios climáticos, ciclos vitales y otros elementos de diverso tipo que vosotros consideráis inherentes a La Tierra. El planeta en sí era habitable e incluso tenía su biodiversidad, pero digamos que lo maquillamos un poco para que se pareciera más a determinados lugares del Universo que son considerados paradisiacos y así nos evitábamos las críticas y la mala conciencia que hubieran surgido entre los reacios e indecisos si se tratara de un lugar muy poco atractivo.

Como era de esperar el 95% de aquellos apartados murieron muy rápido por falta de adaptación, dado que aquellos primeros pobladores de este planeta no fueron capaces de acelerar lo suficiente su evolución basada en sus manos, las máquinas y todo eso, por lo que no pudieron satisfacer sus necesidades básicas a medio plazo. Y aún así se negaron a la evolución cerebral. En apenas 100 años quedaban sólo el 5% de los que aquí desembarcaron y estaban tan ocupados en sobrevivir que la civilización y la cultura fueron decayendo de forma terrible, hasta que un par de milenios después se habían convertido en lo que vosotros denomináis los Picapiedra, sin ninguna conciencia sobre su origen, ni la más mínima idea de la gloria con la que la humanidad se desarrollaba en otros planetas y galaxias.

La cuestión es que cuando se decidió la expulsión de aquellos millones de humanos surgieron muchas protestas y un conocido líder de los opositores vaticinó que llegaría el día en que el Elegido derribaría la barrera de ilusiones y desde La Tierra mostraría a la humanidad su egoísmo, pero también el camino a la felicidad, la igualdad y la justicia. Con los siglos, se olvidó todo el contexto, las razones, casi todos los hechos, pero aquella frase en lugar de borrarse también con el paso del tiempo, se convirtió en una especie de profecía que ha pervivido hasta nuestros días y que se ha revestido de misticismo de una forma incomprensible.

Durante todos estos milenios las autoridades hemos dejado que la Profecía del Elegido alimentara a los pueblos entendiendo que era una fantasía necesaria y que jamás nuestra civilización tendría que enfrentarse a su realización. Hasta que llegaste tú.

-Bueno, como usted ha dicho antes, todo ha sido una casualidad.

-No, no. No ha sido una casualidad. En realidad era algo seguro y predecible. Es como si lanzas mil dados a la vez esperando que en todos salga el número seis, parece imposible pero si lo haces quinientos mil setecientos seis millones de veces, ocurrirá. Si había una posibilidad de que se activara el dispositivo de la playa era seguro que algún día, quizás pasados cientos de miles de años, alguien lo haría. Supongo que ha sido un gran fallo por nuestra parte no considerar la realidad estadística.

-De acuerdo. Aunque me faltan muchas explicaciones y detalles, entiendo lo que dice. Toda esta historia, lo del dispositivo, lo del elegido. Pero, y ahora ¿qué?


-Ahora –dijo mirándome con firmeza- los Siete Mundos saben que existes.

Sammy Hagar & Friends

sábado, 14 de septiembre de 2013

El refresco que rasgó la realidad. Capítulo 1.


Pocas sensaciones son más reales, o parecen más reales y más auténticas, que las que nos devuelven a la niñez, a la fantasía de seguridad que algunos, muchos, al menos yo, vivíamos cuando éramos niños, cuando los días duraban tantas horas, los meses eran tan largos y los años eternos. Después, con las siguientes edades, llegan experiencias nuevas, las primeras obligaciones, la sensación de libertad, la diversión a raudales, unos cuantos pesares, algunos arrepentimientos, y entre unas cosas y otras el tiempo empieza a correr más rápido. Y ya no para de acelerar. Creo que poco a poco perdemos la seguridad, la inocencia, y cuando ya no quedan, la vida nos desconcierta hasta tal punto que perdemos la capacidad de fijar la atención en algo concreto y nos pasamos el tiempo mirando aquí y allá, pendientes de esto y de aquello, preocupados por una gran pila de incertidumbres, por el terrible porcentaje que se obtiene sumando las pequeñas probabilidades de muchos algos terribles. Y así, sin duda, el tiempo transcurre mucho más rápido que en el modo contemplativo.

A lo anterior he de añadir que no hay una bebida mejor para la playa que la Fanta de naranja bien fría.

Por el convencimiento en lo primero y también en lo segundo, una mañana no pude resistir la tentación de comprar una lata de Fanta de naranja cuando me entró mucha sed a mitad de mi paseo por la playa. Me acerqué a un chiringuito de aires extraños, entre el estilo chill-out y el desvencijado y, mientras esperaba a que el camarero reparara en mí, vi la lata en una estantería. Y me acordé de todo eso, de los recuerdos que aquellos colores y ese sabor habían grabado en mi memoria, de la sensación de seguridad de aquella vida rutinaria que parecía eterna, la playa en mi niñez,  los juegos en el agua, el calor y el olor de la crema Nivea que mi madre extendía sobre mí espalda como protección solar, después de hundir sus dedos en una gran lata de color azul.

Los helados de nata con cubierta de chocolate con una esquina pringada de arena. Todo ese ciclo que se repetía cada año, el verano, la lata de Nivea, la lata de Fanta, era una rutina de una seguridad fantasiosa, pero muy convincente, y sólo algunos atisbos lejanos la perturbaban de vez en cuando, alguien era huérfano, o una mujer se quedaba viuda, o hablaban de un accidente terrible, indicios de que la realidad que yo vivía podía entenderse como una ilusión desde cierta perspectiva.

Con la lata helada en mis manos reanudé mi paseo, tire de la anilla y al acercar el refresco a mi boca lo primero que sentí fue el olor a naranja artificial y casi a la vez el leve cosquilleo de las burbujas explotando cerca de mi nariz. Pura realidad. Me paré, cerré los ojos y disfruté de esa sensación, y por una corta décima de segundo volví a sentir lo mismo que cuando era niño. Una sensación muy breve pero tan perfecta que era casi un fugaz viaje en el tiempo. En esa fracción de segundo recuperé la fluidez de los sentidos propia de la niñez, y fui consciente al mismo tiempo del cosquilleo de los granitos de arena en los pies, el calor del sol en mi piel, el mechón de pelo que se mueve un poco, el leve viento que arranca gotitas del mar para impregnar un brazo de brisa salada, las voces, el rumor del mar, mezclándose en el sonido de la playa en agosto.  Bebí un trago y el líquido frío y burbujeante que bajó por mi garganta me obligó a abrir los ojos y volver al presente cerrando un bucle inmediato, sin concesión alguna a todo lo que había vivido entre aquellas dos realidades.

Comencé a caminar otra vez, muy contento por el regalo en forma de intensos recuerdos que me había proporcionado aquel refresco. Mientras paseaba iba observando a las familias que salpicaban la playa, sintiendo un poco de complicidad con aquellos niños pequeños, y envidiándoles, pues sabía bien cómo se sentían y cuantas sensaciones eran capaces de procesar a la vez sin que se les escapara nada.

La Fanta no me duró mucho y transcurridos apenas un centenar de metros desde que llegara a mi vida, el refresco ya se había terminado. La Fanta de naranja es la mejor bebida para la playa, pensé mirando con tristeza el envase vacío, y un impulso extraño, una de esas cosas que haces sin pensar cuando estás imbuido en tus pensamientos, cuando estás entimismado (palabra que al parecer no es adaptable, pero debería), me hizo agacharme y dejar la lata de pie sobre la arena húmeda con un golpe seco y un pequeño giro que la dejaron algo embutida, a dos metros del mar. Fue algo impropio de mí pues odio a la gente que deja colillas, basura o restos en la playa.

A los dos pasos me arrepentí y di la vuelta para recoger el envase y depositarlo en alguna papelera. Entonces, cuando ya miraba a la lata y empezaba a agacharme y a estirar el brazo, empezó a sonar un leve crujido, como si alguien moviera muy despacio la rueda de una caja fuerte que tiene los resortes de piedra. Me paré extrañado y observé el bote naranja con atención durante un segundo, pero no noté nada y decidí que había sido algún error de interpretación de mi cerebro, y entonces me pareció que la lata se movía. De hecho, sí, se movía, era indudable, el logotipo de Fanta giraba con lentitud hacia la derecha. Me froté los ojos pensando que un exceso de sol había aturdido mi percepción y a la vez me sentí ridículo al darme cuenta de que la gente me miraba raro, un tipo paralizado en la acción de recoger algo del suelo.

Después el sonido se hizo más fuerte y claro, entonces todos miraron hacia mí, preguntándose cómo podía producir aquel extraño ruido que se repetía en una lenta cadencia. Retrocedí un paso alejándome del bote a la vez que algunas personas se acercaban presas de la curiosidad. La cadencia sonora se aceleró y la lata comenzó a girar más rápido, a la vez que se iba enterrando un poco más con cada giro. De repente el ruido cesó y la lata giró a toda velocidad hasta que de repente se paró en seco.

Entonces se escuchó un terrible y prolongado rasguido, el quejido de una cartulina gigantesca que se parte en dos, y la luz cambió a un tono morado mientras el lienzo del cielo se separaba en dos partes, de arriba abajo, que caían a los lados como si fueran trozos de carteles despegados de una pared, dejando ver un paisaje de montes pelados de piedra morada y un cielo de un morado algo más claro. Después se rasgó el mar, igual, como si fuera de papel, y la arena, hasta que la grieta llegó a la lata y allí se paró.

La grieta se iba ensanchando en la parte superior pues sus laterales caían por su propio peso, hasta que se hizo un equilibrio y todo paró, quedando en el horizonte un boquete enorme que se estrechaba en su descenso hacia el mar y se convertía en una fina línea que recorría la arena hasta mi lata.

Y por el hueco que dejaba aquella grieta entraba esa luz morada que lo teñía todo de una especie de irrealidad y lo que se veía allí detrás era feo y triste, un paisaje ralo y morado.

-¿Qué significa esto? –me preguntó un chico que estaba a mi lado- ¿El mundo es un decorado?

Me pareció una gilipollez, de hecho creo que se lo dije o quizá sólo lo pensé. Es una gilipollez eso que estás diciendo, como va a ser un decorado. Esto es otra cosa. Una ilusión óptica. Eso es, un efecto de la luz del sol incidiendo en un ángulo extraño sobre el mar, algo producto de la humedad. Pero ¿qué chorradas estoy pensando? Este color morado es muy raro, muy, muy raro.

-Hay una base militar cerca –dijo un señor- Igual tiene algo que ver.

-Será un experimento químico que han hecho –respondió un joven con coleta- Estarán probando algún invento y se han cargado el medio ambiente pero bien. El otro día me dijo un colega que los militares están haciendo experimentos muy peligrosos con los radicales libres.

-¿Pero eso no es un grupo político? –preguntó el señor.

-Esto es cosa de la capa de ozono –intervino una mujer mayor- Los rayos del sol están destruyendo la atmósfera y convirtiendo el oxígeno en…

-En plutonio enriquecido, no te jode –la interrumpió una chica joven que parecía su hija- Esto es cosa de los extraterrestres. Estamos bien jodidos. El mundo como lo conocemos ha terminado.

El mundo como lo conocemos termina a los 10 años, pensé yo mientras más y más personas se unían a la multitud que observaba aquella brecha morada que se abría al frente y que nos bañaba con un insólito resplandor morado. El ritmo normal de la playa desapareció del todo y un murmullo de conjeturas fue subiendo de intensidad hasta que por la derecha aparecieron tres helicópteros militares que volaban bajo y atronaban, acallando así el cuchicheo de los varios centenares de observadores que nos habíamos congregado. Los tres aparatos se situaron frente a la brecha a diferentes alturas y poco a poco se fueron acercando hasta el lugar de aquella rotura, que quizá estaba a un par de kilómetros.

Se pararon a un centenar de metros de la zona y permanecieron allí unos minutos, flotando, teñidos de aquel extraño colorido hasta que seis pequeños barcos rápidos de la Armada se unieron al grupo y se detuvieron a la espera de instrucciones. De pronto uno de los helicópteros avanzó algo, parecía que con la intención de aproximarse al máximo a la brecha para observar el otro lado. El movimiento de las aspas hizo temblar los lados colgantes de la grieta y se hizo un poco más grande, desvelando más montes ralos y pedregosos. El aparato flotaba  con aire poderoso y cabeceaba de vez en cuando intentado obtener una perspectiva mejor del otro lado, hasta que uno de aquellos movimientos fue demasiado pronunciado y por un momento pareció que se internaba un par de metros en aquel mundo morado. Entonces un rayo de color naranja apareció y se dirigió veloz al helicóptero, que explotó en una nube de fuego y pedazos.

La multitud emitió un grito de horror, algunos se asustaron mucho y empezaron a marcharse gritando, pero muchos que nos quedamos, dominados por la curiosidad, y la teoría de los marcianos iba cobrando peso por momentos.

Por los caminos de entrada a la playa aparecieron una decena de todoterreno militares y en pocos minutos un gran número de soldados se desplegó por la playa y establecieron un perímetro de seguridad que nos dejó a todos casi al borde de las dunas, mientras una docena de cazas, bastantes helicópteros y 4 ó 5 barcos de guerra de gran tamaño iban llegando a la zona. También lo hicieron algunas unidades móviles de televisión y radio que empezaron a preguntar a los bañistas cómo había comenzado aquello.

Parecía el escenario de una batalla naval frente a un surrealista decorado apocalíptico. Los cazas volaban formando grandes círculos pero debieron de recibir la orden de internarse en la brecha para vengar a los compañeros del helicóptero, porque hicieron un giro brusco y enfrentaron aquel mundo a toda velocidad, exhalando una gran sensación de poderío y fuerza.
Sin embargo, antes de que lograran cruzar, varios rayos naranja surgieron del suelo y surcaron rápido el espacio, derribando a todos los aviones. En unos segundos los destructores, fragatas, cruceros y demás barcos de guerra comenzaron a escupir bombas hacia el hueco, pero infinidad de rayos naranja los interceptaban y destruían justo al borde de la grieta. Ningún proyectil consiguió pasar al otro lado.

Los disparos cesaron y todos nos quedamos quietos y silenciosos, atrapados por la premonición de un gran desastre, por la certeza de que aquello no podía ser bueno. Había quedado patente que por mucho que dispararan balas, bombas y misiles los militares no conseguirían causar ningún daño al misterioso enemigo que había al otro lado y eso carecía de explicación, al igual que todo aquel acontecimiento.

Los barcos se mecían con suavidad sobre el agua y miles de ojos observábamos atentos la escena en una confusión de sensaciones, la normalidad del olor del mar, el viento, el rumor de las olas ligados con el estruendo de los motores, de las hélices, y el olor a humo y pólvora quemada.

Tras bastantes segundos de desconcierto un grito comunitario surgió de las gargantas destruyendo aquella calma premonitoria, porque una gran nave espacial de color gris oscuro y aspecto ligero, apareció flotando en la brecha y se internó en nuestro espacio, deteniéndose  a un centenar de metros de la orilla. Entonces empezó a extenderse un descontrol general, una gran parte del público corría en dirección a sus coches aterrorizados por la presencia de aquel ingenio, también muchos soldados se marcharon a la carrera, y los que nos quedamos allí gritábamos, algunos saludaban con los brazos en alto, otros rezaban a su dios de siempre y otros daban gracias, adorando ya a aquellos nuevos dioses. Los barcos y aviones no abrieron fuego sobre aquella nave, hubiera sido un desastre inútil.

La nave bajó hasta situarse a unos 10 metros de altura y se detuvo. Poco a poco la calma de antes fue imperando de nuevo y me di cuenta de que estaba gritando con la boca muy abierta y tirándome del pelo, y quedé callado y quieto, observando la nave enmimismado por una calma que me reconfortaba. Los gritos inconscientes y la histeria colectiva me habían desahogado tanto de mis presiones diarias que me sentía muy bien, casi dopado. No obstante, la preocupación y el miedo por la forma en que los acontecimientos del día cambiarían las normas y los conceptos de la vida de todos empezaron a ensombrecer mi ánimo, apretando un nudo en mi garganta. Aquellos seres, extraterrestres sin duda, que acababan de irrumpir en el planeta tierra no parecían haber llegado con un ánimo muy pacífico.

Nadie pronunciaba palabra, ni sabía qué hacer. Era evidente que los militares tampoco. Habían aparecido más soldados, tanques y armamento de todo tipo, pero parecían casi de broma una vez comprobado que eran inútiles contra aquella descomunal nave que parecía archipoderosa frente a aquellas armas rudimentarias.

Se apreció cierto movimiento en la nave, una especie de tribuna salía del centro y descendía dos o tres metros. Estaba ocupada por cinco seres con apariencia humana que permanecían sentados en unas butacas rojas. Uno de ellos se incorporó y pareció manejar algún dispositivo. Entonces una parte del cielo azul se convirtió en una pantalla de televisor gigante. No es que se dibujara esa imagen en el cielo, sino que el cielo se convirtió en un aparato de televisión gigantesco que colgaba ajeno a la ley de la gravedad.

La pantalla se encendió y apareció la imagen de los cinco seres en la tribuna que acababan de desplegar y que permanecían muy serios, con aspecto severo, como si estuvieran disgustados por algo que en el fondo ya sabían inevitable. La chica de antes dijo en voz alta,

-Mirad. Es evidente que no son humanos. Han adoptado nuestro aspecto para no asustarnos. No vienen a destruirnos, vienen a quedarse con nuestro planeta y a explotarnos como esclavos sin que opongamos resistencia, por eso quieren tranquilizarnos con esta apariencia de personas. Putos marcianos de mierda, ya sabía yo.

-No venimos a hacer daño a la humanidad –rugió de pronto el televisor en el que aparecía ahora de pie el ser que ocupaba el lugar central y que era, o al menos tenía aspecto de hombre de mediana edad, moreno, con la nariz muy grande y un lunar en la mejilla- No somos extraterrestres ni nada parecido. Somos humanos, igual que vosotros. Así que vamos a guardar las formas y a dejarnos de cañonazos, guardar vuestros tanques y las demás cosillas y tranquilizaos un poco que esto no es tan raro como parece. Podríais considerarlo un sueño colectivo, en realidad.

Un murmullo de incredulidad se extendió entre la multitud. Esos seres habían atacado a nuestras fuerzas aéreas y ahora intentaban tranquilizarnos y hacernos creer que el cielo rasgado, toda aquella tierra morada del otro lado y la inmensa nave espacial, eran de lo más normal.

-Vale –dijo el ser ante aquella muestra de desconfianza- Podéis pensar lo que queráis, a nosotros nos da lo mismo. Olvidad este día, seguid con vuestras vidas, que nosotros nos marchamos sin más. Pero antes tenemos que hablar con el elegido.

Todos nos miramos sin comprender ¿Qué era todo aquello? Los marcianos habían derribado nuestros aparatos y pretendían que olvidásemos el tema. ¿Y eso del elegido? El desconcierto era general y el miedo y la desconfianza crecían a pasos adelantados. Ninguna película nos había preparado para la posibilidad de que unos marcianos llegaran y desaparecieran sin más, sin interesarse por la humanidad. Aquello era un truco para desviar la atención.

-Venga, venga –prosiguió el portavoz de los extraterrestres- Que no sea tímido, que salga el elegido.

En silencio seguíamos mirándonos unos a otros sin decir nada, confundidos por aquellas palabras incoherentes y que nos parecían fuera de la gravedad del contexto, que nos dirigía aquella civilización superior.

-Vamos a ver –dijo el marciano con aire más serio y algo enfadado- Que salga el tío que ha colocado la latita en el resorte de desactivación del sistema combinado de imaginación planetaria. Que salga el que ha colocado ahí la puñetera latita de Fanta.

Todos miramos hacia la zona de arena a la que señalaba su dedo índice. Y entonces algunos, los que me habían visto allí hacía un rato, empezaron a cuchichear y a hacer gestos hacia mí y empezaron a increparme, y aunque me costó mucho no me quedó más remedio que dar unos cuantos pasos al frente.

-¿Eeres tú? vaya, bueno, tampobo gran cosa. Pero, muy bien, muy bien. Vamos a mandar un disco a recogerle y hablaremos con usted dentro de nuestro crucero interestelar.

-¡Un momento! –dijo una voz amplificada por un megáfono. Era un militar que hablaba subido en uno de los tanques- Le habla el representante del alto mando de la región militar. Les recuerdo que derribando nuestros aviones nos han declarado la guerra. Así que este hombre no puede subir solo, porque carece de autoridad. Debe ir acompañado de una delegación de representantes militares, y de este país y de la tierra entera para tratar con ustedes esta situación. 


-Vaya. Lo consultaré con mi consejo –dijo el marciano. Y comenzó a hablar con los otros cuatro extraterrestres. Gesticularon y se rieron señalando nuestros barcos y tanques durante un buen rato y por fin el marciano portavoz volvió a hablar - Está bien. Pueden subir dos más con el elegido.


UFO - Making contact

sábado, 7 de septiembre de 2013

El don. Capítulo 4 y final.

Una vez situado junto al Oso y el Madroño pensé en utilizar de nuevo mi anterior método de separación por edades y sexos y entonces me asaltó una duda ¿las mujeres formaban parte de la población a estudiar? Pensé que muchas de ellas se habrían cruzado en los diversos avatares de la vida con más de un miembro viril y podrían hablar con la voz de la experiencia, cosa que no ocurriría con muchos o algunos de los hombres. Así que decidí empezar con las mujeres.

-Perdonen señoritas. Es un estudio de mercado. ¿Sí? –pregunté a la que me pareció más amigable-. Bueno,  pues para empezar a centrar un poco el tema ¿lleva usted algún tipo de registro sobre las dimensiones, como grosor y longitud, de los penes con los que ha entrado en contacto?

-Tío, de verdad que eres un cerdo. Ya lo tenía comprobado, pero es que te superas con el paso del tiempo –dijo la otra chica antes de que mi entrevistada pudiera hablar.

Entonces me di cuenta, era Marina, la chica de la uni con la que había tenido un par de encuentros sexuales tras los cuales había despotricado sobre mí de diversas formas, todas ellas justificadas.

-Hola Marina! –no pude evitar decir, emocionado de verdad por aquel inesperado encuentro.

-Joder, este es el tío pervertido que te conté. El de, ya sabes… y lo otro, lo de…

Su amiga comprendió pero no puso tan mala cara como cabía esperar, así que me sentí con fuerzas suficientes para aclarar mis buenas intenciones. Expliqué que mi amiga Raquel sí que llevaba un registro de sus clientes, pero ellas empezaron a tacharme de putero, malavida y todo eso, lo que me hizo pensar que aquellas eran del tipo de personas que juzgan rápido y a la ligera.

-A ver tío, ¿por qué no entrevistas a esas dos? –preguntó la amiga de Marina.

Mire hacia el lugar al que señalaba y reconocí a las dos monjas que hacía un tiempo me habían apaleado con la connivencia de la autoridad municipal, iban tan contentas caminando hacia nuestra posición. En un primer instante me hizo ilusión verlas, pero la carne tiene memoria y enseguida pensé que era improbable que aquellas dos, con el mal carácter que les cantaba, me saludaran con la misma nobleza que a me embargaba, por lo que poco me apetecía introducirlas al tema de la encuesta, igual me sacudían sin motivo alguno, sólo por preguntar.

-No puedo preguntar a esas dos –respondí.

-Claro, te acojonas porque son monjas –dijo Marina.

-No, no. De verdad que no es eso –dije tratando de explicar mis motivaciones-. Es que las conozco de un encuentro anterior y os puedo asegurar que no llevan registro de tamaños de penes, además con estos temas sexuales se ponen un poco tensas. Un día estuvimos tratando el tema del sado y tal y les dio por lo violento pero bien. Me pusieron a caldo.

-Me vas a decir que esas dos monjitas te torturaron en un encuentro de carácter sexual… -dijo Marina incrédula- No me creo nada. Aunque se trate de ti.

Las monjas se acercaban hacia nosotros y la expresión de sus rostros, ya bastante rotunda por naturaleza, se transformó en una mueca de repulsión al reconocerme.

-Tengan cuidado con este sujeto señoritas –dijo la monja que más se ensañó conmigo en nuestro anterior encuentro- Es un cerdo. La otra vez que le vimos nos estuvo planteó cuestiones que nos soliviantaron sobremanera. Ya me entienden.

Mientras observábamos alejarse a las dos monjitas se hicieron unos momentos de silencio. Marina me miraba horrorizada y su amiga con un poco de admiración.

-O sea, que es verdad. Lo de las monjas y el sado. ¡Te lo hiciste con dos monjas! –dijo Marina.

-Bueno, ellas dos y dos munipas que no aceptaban del todo bien el morbo del uniforme -respondí preocupado por hacer ver que aquellas dos ancianitas no podrían conmigo sin ayuda- Eran un par de mostrencos. Todavía me acuerdo de sus porras, joder.

-Ah, ¿sí? ¿Y eso? Eran muy… -empezó a decir la amiga.

-¡Marta!  -dijo Marina con aire de censura.

-Sí. Eran muy. Desde luego. Grandes y negras –respondí rememorando con dolor los porrazos con los que me flagelaron los policías-. Grandes, negras, alargadas, gruesas, duras, ya sabes… Instrumentos para infligir dolor.

-Ya te dije que era un cerdo –espetó Marina-. Fíjate, nos le encontramos aquí en mitad de la Puerta del Sol y en tres minutos nos empieza a contar que se ha montado una sesión sado con dos monjitas ancianas y con dos negros disfrazados de policía… Y que le flagelaban con sus… Bueno, ya sabes. Qué vulgaridad. ¡Porras!

-Ay, no sé, Marina. A mí me parece muy gracioso. Y reconoce que tiene su punto morboso  –dijo su amiga Marta.

-¡Marta! Esto va más allá del morbo. ¡Que este tío nos está diciendo que su camino de perversión le ha llevado a montárselo con monjas y desviados! ¡Y encima a pares!

-Perdón. Una puntualización –intervine-. No hablamos de parejas. En todo caso sería un full, de picas y copas.

-Pero ¿qué dices, tarado? –respondió Marina.

-Ay, pero que gracioso eres –comentó Marta sin poder evitar que sus mejillas se arrebolaran.

Sus halagos relajaron un poco el nerviosismo e inseguridad que me invadía. Me fijé un poco más en la chica y me pareció que estaba bastante bien, turgente y saludable, también apetecible, aunque esto en mi caso no era muy definitorio.  Ella se percató sobre mi evaluación positiva, se sonrojó aún más, y arrumacos de fingida timidez dijo:

-Oye, no tendrás por aquí algún sitio al que podamos ir… A pasar un rato y eso… Es que tengo muchísima curiosidad.

-¡Marta!¡Marta!¡Marta! –exclamó Marina.

-Calla, idiota. Si quieres te vienes con nosotros y le damos pal pelo a este desarrapaó –respondió Marta con un desparpajo muy prometedor.

Fue una de esas tardes que pueden hacer feliz a cualquier hombre. Bueno, siempre que  no haya futbol en la tele, claro. En el fondo siempre había sabido que Marina y yo estábamos hechos el uno para el otro, sólo que para entendernos necesitábamos el catalizador que suponía Marta. Era como una especie de amazona sexual con una intensidad tal en sus impulsos que  ni el mítico Rocco Siffredi se ha atrevió a soñarla en  sus momentos más delirantes.  Traducía con destreza  mis exabruptos amorosos y las frases demoniacas que Marina profería en los momentos más álgidos, materializaba mis impulsos más oscuros para horror de la puritana de Marina,  se acoplaba a nosotros casi a la perfección, excepto en la postura del misionero eso también hay que decirlo, y dominaba el arte de sacar de nuestros seres los actos más impuros, sobre todo de mi ser.

Cuando acabamos limpiamos de babas y otros fluidos la mesa de la sala de juntas de mi empresa, que fue el escenario de aquel primer romántico encuentro, y nos fumamos un pitillo. Bueno, más ellas que yo, porque como siempre lo encendí al revés y aunque traté de disimular no pude evitar un fuerte ataque de tos cuando ya me había fumado la mitad del filtro de aquel maldito Fortuna mentolado.

-Joder. Con lo bien que se está aquí y tengo que volver al tajo. Debo terminar la maldita encuesta para los de Durex, que para eso me han adelantado la pasta del contrato.

-Pero tío –dijo Marta- ¿Qué coño es eso de la encuesta? ¿De verdad tienes que ir por ahí preguntando sobre el tamaño de las pollas? Nadie te va a decir la verdad. Y de todas formas empecemos por el principio, ¿cuántos tíos saben usar bien un metro cuando se trata de estos temas? Todos te van a mentir.

-A mí todo el mundo me dice la verdad –respondí.

-Sí, claro. Prueba conmigo.

-Vale. ¿Cuál ha sido la relación sexual de la que más te arrepientes?

-¿Aparte de ti? –dijo con sorna- Es broma hombre. Me ha gustado mucho el trio sobre la mesa de reuniones, aunque me parece que no eres tan guarrete como dicen. Hasta tienes un toque romántico cuando se te ponen los ojos en blanco y hechas espuma por la boca. Te dejaría en guarro nivel maestro, pero no supremo.

-Te estás yendo por las ramas.

-Bueno. ¿La relación sexual de la que más me arrepiento? Cuando me tiré a todo el claustro de profesores y al director del colegio para que me dieran más nota en la selectividad. Fue en el escenario del salón de actos, delante de todos los alumnos de bachillerato.

-¿En serio? Joder, ya te vale. Eso es peor que cualquier cosa que haya hecho yo.

-Pero tío, ¿eres tonto o qué? Te estoy tomando el pelo.

Me quedé un poco perplejo, en realidad sin saber que hacer o decir. Era la primera persona que no se veía en la obligación de responder la verdad a todo lo que yo preguntara. ¡Y era tan mona!

-¿Cuál es tu desayuno preferido? –pregunté, probando de nuevo.

-La mierda de Yak estofada con arándanos.

-¿Cómo se llama tu padre?

-Mariano Rajoy.

-¿En serio? ¡No me jodas! –dije sin poder contenerme.

-De verdad, ¡qué gracioso eres!

Estuve haciendo preguntas idiotas como dos horas más y en todas me mintió. Eso supuso un gran alivio, no sé muy bien por qué pero así fue. En ese momento decidí que también Marta y yo estábamos hechos el uno para el otro y ¿para qué complicarse?, intentaría quedarme con las dos. Marta y Marina. Marina y Marta.

-Ni se te ocurra. Tienes que elegir –dijo Marta-. Para un polvete vale, pero para una relación tienes que elegir.

-Pero ¿cómo puedes saber lo que estoy pensando? –pregunté.

-Todos tenemos nuestras habilidades. –dijo guiñando un ojo.

-Vale. ¿Qué estoy pensando ahora?

-En Chewaka cabalgando por el desierto montando sobre una cabra azul y amarilla.

-Joder. Es que eso era muy fácil. A ver ahora.

-En un pato borracho y obeso, vestido con un albornoz, intentando quitarle el tanga a Marina con el pico.

-¡Coño! ¿Pero cómo lo haces?

Ese día encontré lo que estaba buscando. Mi verdad. Y no me he separado de ella desde entonces. De Marta, claro. Incluso nos hemos asociado en el negocio de mercadotecnia. Yo hago las encuestas y ella puede leer los resultados en mi mente y hacer los informes, y encima domina la problemática de los porcentajes.

No quise complicarme más con la encuesta de Durex y acudí a Raquel para terminarla. Me dejó tomar notas de su registro sobre tamaños que, la verdad, era bastante cruel. Los de Durex estaban encantados con los resultados y me recomendaron a otras empresas, así que Marta y yo tenemos todo lo que queremos y sin currar demasiado. De vez en cuando invitamos a Marina a ver una peli en DVD, pero nunca la ponemos.

Marta nunca me ha querido explicar si puede leer otras mentes, aparte de la mía. Se lo pregunté una vez pero su respuesta no me lo aclaró: Sí, mira, ese tío de ahí tiene las ideas aún más sucias que tú.


Imposible.



The Moody Blues - Every good boy deserves favour