sábado, 26 de octubre de 2013

El refresco que rasgó la realidad. Capítulo 4.

Con un gran salto elíptico nos colamos en la atmósfera de un planeta. A los pocos minutos aterrizábamos en mitad de lo que desde arriba parecía una ciudad.

Salimos de la nave y aguanté la respiración por si el aire estaba envenenado como le pasaba a Schwarzenegger en  Desafío Total, pero me empecé a poner rojo y Samantha se dio cuenta y levantó el puño en señal de amenaza, así que tragué aire y comprobé que el aire era sano, puro y limpio y me relajé un poco. Por cierto, cuantas similitudes entre Arnold y yo, los dos perdidos en el espacio con una churri de muerte, que nos da patadas y puñetazos.

Observé la ciudad. La verdad es que era tirando a rara. Los edificios eran enormes, como gigantescas pirámides que se elevaban hacia el cielo como un par de kilómetros. La base de los edificios era inmensa y estaba circundada por una especie de trenes rápidos que flotaban en el espacio y se detenían en puertos a diferentes niveles.  También se veían muchas plataformas parecidas a los discos voladores, que transportaban grupos de gente de unos lugares a otros en un sorprendente orden dentro de aquel caos. En cada una de aquellas construcciones debían vivir cientos de miles de personas.

Los edificios estaban separados por espacios naturales de al menos dos o tres kilómetros formados por jardines, bosques, lagos y ríos que hacían que todo aquello pareciera armonioso y natural. Aunque el hecho de que la hierba fuera roja y el agua naranja estropeaba un poco el conjunto.

-Bueno, estamos en la zona residencial –dijo Samantha- Aquí las construcciones son más familiares, no tan grandes como en la zona administrativa, donde están las oficinas, el senado y todo eso.

-Ya, ya, o sea, que esta es la típica urbanización de  chalets adosados ¿no?  -respondí- Estoy deseando ver la zona de los unifamiliares. Por cierto, ¿no viene nadie a recibirnos? La recepción en la nave espacial fue bastante mejor, no es por nada.

-No. Aquí se valora mucho la imparcialidad. El representante político que no cuida su imparcialidad demuestra que está corrupto. Supongo que en tu planeta pasa igual.

-Pues no, no exactamente –comenté- Yo no entiendo mucho de política, pero diría que en mi planeta se estila más lo de ser imparcialmente corrupto. Es decir, si puedes pillar, pillas a tope. Donde sea, y sin remilgos.

-Ah, pues… ¡qué bien! –respondió Samantha sin entender- Ves, al final no somos culturas tan diferentes. Bueno, pues lo que pasa es que no ha venido nadie para demostrar su imparcialidad en el proceso de evaluación al que te van a someter.
Salimos del navepuerto y caminamos por un bonito sendero que atravesaba la pradera roja, dirigiéndonos a uno de los edificios. El sol, un gigantesco disco naranja que ocupaba casi todo el horizonte iluminando la escena sin deslumbrar, nos bañaba con un leve y agradable calorcillo mientras pasábamos cerca de una de aquellas lagunas.

-Me pegaba un baño ahora mismo –comentó Samantha con naturalidad.

-Por mí no te cortes –dije empezando a imaginarla nadando desnuda en aquella laguna naranja y apreciando por primera vez  las posibilidades del agua de aquel color.

-Joder, tío. Me está pareciendo que en tu planeta abordáis el sexo en plan un poco rústico ¿no?

-Hombre, a ver, igual el abordaje no se me da del todo bien, pero mejoro bastante en la parte del saqueo a la nave.

-Ya, ya. Joder que tonto eres. Recuérdame que te apunte a clases de cortejo.

-Y ¿no me las podías dar tú? Digo, ya que tenemos que viajar tanto juntos. Nos dará tiempo a intimar y a enseñarnos cosas.

-Pues que quieres que te diga, no hay que descartarlo. Si persistes en esa forma de abordaje esto va a ser un horror.

-Oye, ¿y por qué el sol es tan grande y naranja?

-¿Te parece raro? Claro, está acostumbrado al de vuestro sistema solar. Verás, es naranja y da poco calor porque está en una de sus fases iniciales. Es una estrella que sólo tiene unos pocos cientos de miles de años y lleva pocos quemando hidrógeno, por lo que todavía no da mucho calor, pero va en aumento y la temperatura se multiplicará. Y es tan grande porque está muy cerca.

-Entonces, si su calor va a aumentar tanto ¿achicarrará este planeta?

-No dará tiempo. Antes el planeta Senado se habrá estrellado contra ese sol y se fundirá en su superficie, pues nos atrae cada vez con más fuerza. Se calcula que el planeta dejará de ser habitable en 50 ó 60 mil años.

-Y ¿no pensáis hacer nada?

-Supongo que, llegado el momento, quienes estén por aquí se largaran a otra parte. A nosotros no nos va a afectar ¿sabes? Vivimos unos 80 ó 90 años, parecido a vosotros, según creo.

-Nosotros depende. Por ejemplo, Camarón vivirá para siempre –dije intentado remarcar el sentido profundo de la frase entrecerrando un poco los ojos y mirándola con firmeza.

-¿Te estás mareando? ¿No? ¿Seguro? Tienes que ir al baño. ¿No? 

Llegamos a la zona cercana al enorme edificio, que de cerca parecía aún más imponente. Estaba construido en una aleación metálica de aspecto muy ligero, era tan alto que se perdía en el cielo y apenas se podía ver nada más allá de sus lados. La fachada no era lisa o simétrica como acostumbran a ser en la Tierra, sino que por todas partes sobresalían grandes estructuras irregulares de diversas formas que parecían restaurantes, tiendas, talleres o negocios de diverso tipo. La gente entraba y salía de ellas, todos montados en discos voladores. Era algo así como el poblado de Mad Max pero en vertical, moderno, civilizado y limpio, vamos que en realidad no se parecía en nada, pero me lo trajo a la memoria.

Observé a la gente que pasaba por allí andando, volando en sus discos y a los que esperaban al tren, porque habíamos entrado en una zona que parecía un andén de ferrocarril. Muchos iban vestidos con monos como los nuestros, de diferentes colores y materiales, pero otros llevaban atuendos de lo más dispar, parecían disfrazados, de surferos, ejecutivos, futbolistas, o de nobles medievales.

-¿Hay una fiesta de disfraces o qué? –pregunté.

-¿Disfraces? Ah, no, no –respondió Samantha- Es lo que te comenté antes, la influencia de vuestro planeta. La gente se queda con algunos iconos de vuestra cultura y trata de ser identificado con ellos a través de la forma de vestir. Cuanto más transgresor mejor, ya sabes cómo suelen ser estas cosas.

-Bueno, sí, puedo entenderlo hasta cierto punto, pero, joder, aquella señora mayor va vestida de gladiador romano.

-Aquí todo lo romano es considerado elegante –dijo ella.

Un tren que flotaba en el aire se detuvo junto al andén. Miré a mi acompañante con aire interrogativo y ella se encogió de hombros, haciendo ver que no podía explicarme cómo aquel ingenio podía sostenerse sin ningún apoyo. Por dentro era muy parecido a un vagón de metro, con asientos a los lados y un espacio para ir de pie en medio, pero estaba medio vacío y no tuvimos problemas para sentarnos.

La gente iba a lo suyo, unos leyendo una de esas revistas de una sola hoja, como la que leí en la nave, y otros mirando diversos dispositivos electrónicos cuya utilidad no estaba muy clara. Todos menos la señora gladiadora, que se había sentado a unos metros de nosotros y me miraba con atención.

-¿Qué son esos aparatos? –pregunté.

-Dispositivos de enlace. Sirven para hablar con gente, para manejar el ordenador central, ver televisión, ir preparando la cena, o trabajar, para todo en realidad. Aquí todo está conectado a una central de procesos y puedes hacer casi cualquier cosa conectándote a los aparatos que te pertenecen aunque estén en un lugar muy remoto.

Iba a preguntar otra cosa, pero noté unos golpecitos en el hombro y me volví para encontrarme con la señora gladiadora que se había sentado a mi lado y me miraba con aire interrogante.

-Eres el elegido, ¿a que sí? Te he visto en la tele –dijo casi sin respirar y sin darme opción de contestar- Al principio no estaba segura pero luego he visto que sí, porque estás muy moreno y aquí aunque lo intentemos no nos ponemos tanto. Por lo demás te pareces bastante a nosotros. Yo pensaba que los terrícolas seríais diferentes, más primitivos y eso. No te ofendas, pero con el descontrol que tenéis ya entenderás que podemos pensar cualquier cosa. No te preocupes que yo soy fan, ya ves que voy vestida de princesa romana, al estilo de Camila Parker. No me pierdo ningún especial sobre la Tierra, la verdad es que casi siempre son incomprensibles pero tenéis algunas cosas muy bonitas, aunque en los documentales siempre os ponen como ejemplo, para que sepamos lo mal que estaríamos si viviéramos como vosotros. Yo me daría una vuelta por allí, sería muy interesante, sobre todo ir de compras, pero no podría vivir en ese planeta, me estresaría mucho todo eso de los semáforos y las direcciones prohibidas, por no hablar del Euromillón y esos seres, los Teletubbies. Qué miedo si te los encuentras por la calle ¿no? Serán peligrosos, asesinos en serie seguramente. Y como el planeta es pequeño seguro que un día tienes la mala suerte de cruzarte con uno ¿Conoces a alguno? A asesinos en serie me refiero, a alguno famoso como Jack el Destripador.

-Pues sí, es mi vecino –respondí, pues como ya he dicho que no me gusta decepcionar a la gente de otros planetas.

-¡No me digas! ¿Y tienes alguna anécdota? Seguro que de pequeño ya te parecía un poco raro, ya le verías tú que robaba bocadillos o algo de eso. Te habrá dejado marcado de por vida.

-Sí, ya lo creo, de por vida.  El y sus amistades. Una vez vino por el barrio una chica montada en su moto, con un mono negro ajustado, diciendo que buscaba a Jacks y…

-Sí sigues por ahí te parto un brazo  -me dijo Samantha al oído.

-… y yo la convencí para que se marchara justo a tiempo. Todavía me lo agradece un par de veces al mes con su comprensión y cariño. Si no llega a ser por mí podría haberse convertido en su primera víctima –resumí mientras por el rabillo del ojo vi que Samantha sonreía escuchando mis memeces.

-Vaya que interesante –comentó la anciana-. Aunque aquí el tema de los monos ajustados lo tenemos superado, nos parece más llamativo ir con alguno de vuestros looks, como yo misma, de Cleopatra.

-Anda, creí que había dicho que era usted una princesa romana.

-Pues eso, claro, de toda la vida. Pero dime, vas a cambiar de verdad el Universo. Si es así procura hacerlo sin mucha violencia, bueno, la justa, y haz que todo esto sea un poco más interesante que yo creo que estamos demasiado bien organizados. Y tienes que ser muy claro con toda la cuestión de la profecía, el secretismo sobre ese tema ha generado muchas tensiones, casi todos los problemas que tenemos vienen de ahí. Porque en realidad la gente normal no sabemos qué dice, algunos tíos importantes deben saberlo, supongo, el presidente y yo que sé quién más.

-Sí, sí, Fede, eeehhh, el presidente, me explicó la profecía.Dice que el elegido llegará para derribar la barrera de ilusiones y mostrar el camino a la verdad, la felicidad y otras cosas. Por lo visto fue algo que dijo un líder que se opuso a la extradición a la Tierra de los humanos que se opusieron a la especialización cerebral hace como doscientos mil años.

-Los humanos que se opusieron…  ¿Doscientos mil años? Pero… -reflexionó la anciana gladiadora- Hijo, tienes que revelar la verdad sobre todo esto. Yo voy a votar a tu favor, y como yo muchos más, me da igual si eres el elegido o no, pero sé que eres la única esperanza que tenemos para salir de este aletargamiento.

-Pero… ¿es usted senadora? –dije mientras ella se alejaba sonriendo, acercándose a la puerta para bajar en la siguiente parada-. Samantha, ¿has oído? La viejecita gladiarora es senadora, ha dicho que va a votar a mi favor.  ¿Cómo puede ser senadora? Y con esas pintas.

-Bueno, los senadores son gente excéntrica, no será la única a la que verás con un look terrícola, ya te he dicho que está de moda. Hay unos setecientos cincuenta mil senadores, pero te vas a reunir con una delegación de 25 que serán los que decidan, porque no hay tiempo suficiente para que te entrevistes con todos, ya te imaginas.

-Es decir, que me voy a ver con representantes de las principales formaciones  políticas.

-No, que va, aquí los grupos políticos están prohibidos. Cada senador participa y vota por su cuenta, según sus ideas y tratando de buscar el bien común, los lobbies, frentes comunes y todo eso no están permitidos. Por eso a veces tardan mucho en decidir sobre algunos temas importantes.
Salimos del tren unos metros detrás de la anciana y al mirar al frente me quedé paralizado ante la visión del edificio más enorme y suntuoso que jamás había visto. Era tan alto como los otros pero mucho más ancho y portentoso, pero lo más increíble es que parecía estar construido de oro macizo. En la fachada estaban grabadas largas leyendas en un lenguaje desconocido.

-Joder, ¿este edificio es todo de oro? –pregunté.

-Anda, lo has reconocido, yo pensaba que en tu planeta el oro es negro. –dijo ella algo extrañada- Pues sí, sí, es de oro, se construyó en este metal para dar imagen de austeridad y falta de aprecio por las riquezas. No me mires así, el oro es el mineral más abundante de este planeta y se le tiene poca estima por ser demasiado brillante y ostentoso, por ello fue utilizado para la construcción del Gran Senado y de esta forma su coste fue muy bajo, a pesar de su gran tamaño.
Recorrimos los metros que nos separaban de la entrada del edificio, cruzamos el hall y una señorita rubia, pequeñita, muy mona, salió a recibirnos. Llevaba unas enormes gafas negras sin cristales y un sujetador morado encima de la camisa.

-Buenos días Embajadora y Sr. Elegido. Soy Sarah Bharas. Les guiaré hasta la sala de reuniones en la que se realizará la evaluación.

-En mi planeta una bailarina se llama igual que tú –dije.

-Lo sé. La vi en los programas sobre la tierra y me cambié el nombre –respondió con simpatía- Aquí lo hacemos con frecuencia. Total nos tienen identificados con nuestra huella vital así que nos podemos cambiar el nombre siempre que nos apetezca.

-Anda, que bien –dije un tanto perplejo- Pues mi perro tiene implantado un chip y si se pierde pueden saber quién es el dueño.

-¿Tienes un perro? Qué asco ¿no? –dijo mirándome con lástima- Tranquilo, no te avergüences. Si no es culpa tuya, ya sabemos que vuestros gobiernos os obligan a hacer cosas muy raras como hacer colas para comprar un Ipad o comer en Kentucky Fried Chicken.

Iba a decir algo pero aquellas ideas me habían incomodado un poco y preferí callarme y admirar la decoración que me rodeaba, mientras seguíamos avanzando por un pasillo dorado y rematado con algunos diamantes, perlas, jades y amatistas, que avanzaba cruzando las puertas de diferentes salas en las que se exponían diferentes objetos, escritos y estatuas, supuse que relativas a los fundamentos de aquel edificio. Hasta que una de ellas me llamó mucho la atención y me detuve junto a la entrada. En el interior de la sala, dorada e iluminada de forma tenue como el resto del edificio, había un pedestal de piedra y sobre él una urna de cristal, en realidad un ataúd sin tapa, dentro del cual se veía a una chica morena con un lazo rojo en el pelo y vestida con un extraño vestido amarillo y azul, su rostro era bello y armonioso y parecía descansar en paz.

-Y ¿esto? –pregunté- ¿Qué significa? ¿Por qué está aquí?

-¿No la reconoces? Es Blancanieves. La vuestra, la de vuestro planeta. En realidad no es la auténtica claro. El cuerpo es de una mujer que se presentó voluntaria, la inyectaron un éter que la conserva viva pero en un nivel vital mínimo, de supervivencia. Hasta que algún día llegue alguien que con un simple beso en los labios la despertará y la devolverá la vida. Casi toda la gente que entra aquí la besa  –me explicó Sarah-. Representa la esperanza, es algo que nos motiva cuando nos sentimos débiles, algo que mantiene encendidas las luces del camino. Sabemos que hay vida, a pesar de todo y que algún día mejorara.

-Lo dices de una forma, que no sé –reflexioné-. Por lo que he visto desde que he llegado gozáis de una prosperidad envidiable, disponéis de una tecnología increíble en todos los aspectos, se nota que vivís una vida segura, sin muchos riesgos. Parecéis estar tan avanzados en todo que vuestros problemas deberían ser pequeños.

-Sí, es cierto. No podemos negarlo. Pero todo tiene un precio. -dijo Sarah muy seria.

-Venga, vámonos –dijo Samantha.


-Recuérdelo Señor Elegido. Todo tiene un precio –dijo Sarah mirándome con cierta tristeza  mientras salíamos de la sala.


Vivaldi - Concerti per archi

sábado, 19 de octubre de 2013

El refresco que rasgó la realidad. Capítulo 3.

Me llevaron a la habitación de huéspedes de la nave espacial. Una habitación muy grande, cuyas paredes no representaban nada bonito como en la de Fede, sólo estaban forradas de polipiel marrón claro. Había una cama, escritorio, sofás, y un baño adosado. Fede me dijo que me debía esperar allí hasta la llegada del diplomático experto en civilizaciones. Aproveché para darme una ducha y me vestí con un feísimo mono ajustado de una tela muy fina de color gris que me habían indicado que debía llevar como atuendo estandarizado del espacio que era.

Me senté en el sofá y cogí de la mesita una hoja que me llamó la atención pues estaba escrita con letras negras muy grandes que decían “Declaración de bienvenida:  Ha sido usted abducido. Permanezca tranquilo y con el cinturón de seguridad abrochado hasta que se apaguen las luces de advertencia. No vamos a diseccionarle. No vamos a trepanar su cerebro, no vamos incubar a Alien en su cuerpo, ni a meterle un insecto por la nariz. Le haremos unas preguntas y le devolveremos a su planeta para que pueda seguir prevaricando, evadiendo impuestos o aquello que más le guste. A su regreso dirá usted que no se acuerda de nada, porque nadie le creerá y no quiere que le tomen por otro chiflado”. Me pareció un escrito de bienvenida normalizado, preparado para visitantes menos especiales que yo, desde luego no estaba redactado para mí, así que lo dejé y cogí una revista que había en la mesita. Me ayudaría a pasar el rato mientras esperaba. Increíble, sólo tenía una hoja pero al levantar un poco la mano derecha aparecía la siguiente y si era la izquierda la anterior. Si eran las dos, aleatorio. Era una revista del corazón, que he de decir que me repugnan mucho y procuro vivir ajeno al podrido mundo de vejaciones que representan, pero como no había más intenté aprovechar para conocer algo de aquella civilización extraterrestre, aunque humana, a través de aquella publicación y la verdad es que me decepcionó ver que no eran tan superiores a nosotros.

“La reina recibe al embajador de Suazilandia”. Joder, vaya nombres se ponen estos. Aleatorio. “La marquesa de Villena nos muestra su casa”. Manda huevos, que casas tan feas tienen, yo quitaba la cebra disecada del salón y ponía un futbolín, o un jacuzzi. Aleatorio. “El vestido que causa furor entre las princesas”. Madre mía, vaya chavala, aunque el vestido naranja es feo de cojones, mucha nave espacial pero que horteras sois, Dios. Aleatorio. “En verano cuidado con los cortes de digestión”. No me jodas, vaya civilización avanzada de mierda, si tienen que esperar dos horas para bañarse igual que yo. Aleatorio. “¿Cuánto contamina realmente un bebé?” Menudos problemas tenéis cabrones, como se nota que vivís de puta madre. Aleatorio. “El nuevo look de Belén Esteban”. Izquierda. Izquierda. Izquierda. Izquierda. No me jodas, pero si es el Quémedices de esta semana. Manda huevos, hasta en el puto espacio interestelar.

Estaba intentando establecer que penitencia autoimponerme por el pecado de haber expuesto mi mente a semejantes perversiones cuando sonaron unos golpes en la puerta. El diplomático -pensé mientras adoptaba un gesto serio y sereno y abría la puerta.

-Hostia, ¡Scarlett Johansson! –grité mientras pensaba: ¡Y vestida con un mono apretado igual que el mío! Y acto seguido reflexioné brevemente sobre lo desigual que muchas veces puede llegar a ser la igualdad.

-Buenas tardes. Soy Samantha. Aquí tiene un informe con mis credenciales –dijo ofreciéndome una carpeta-. Hummm…  quizá su evidente alborozo surge porque le resulto familiar. Bien, esto es porque el sistema ha analizado sus movimientos, gestos y lenguaje corporal y tras determinar sus preferencias me ha asignado como su diplomático por considerarme afín a sus gustos. Espero que esté usted conforme.

-Hombre, la verdad es que hubiera dudado con Megan Fox pero sin mucho esfuerzo puedo ver que tú tienes un algo, me traes recuerdos de la infancia.

-¿Tenía una hermanita pequeña?

-No. No. Es que así con el mono y tal me recuerdas a la chica del anuncio de busco a Jaaaacks. Que me lo grabe en VHS y lo veía 15 ó 20 veces al día. Qué tiempos. Buuusco… a Jacks. –dije intentando parecer sugerente y bajándome la cremallera del mono unos centímetros (maniobra un poco burda pero reconozcamos que a veces las cosas más tontas funcionan).

Ella me miro con seriedad. Se acarició la nariz con el índice y el pulgar. Y luego todo fue muy rápido. Estaba tirado en el suelo, su cuerpo encima del mío. Me miraba a los ojos fijamente. Y su mano ¡Oh Dios!..... su mano tiraba con fuerza de la cremallera de mi mono hacia arriba, apretando mi cuello y cortando mi respiración mientras yo pataleaba al borde de la asfixia.

-Vamos a ver. Que las cosas queden claras. No me gustan las bromas. Si hubieras leído mi expediente sabrías que soy experta en artes marciales, que tengo mal genio y que se hablar surinami avanzado, el idioma del Universo. Y ahora volvamos al protocolo –dijo con tranquilidad mientras se levantaba- Encantada de conocerle señor Elegido.

-Puedes llamarme Paco –respondí intentando recomponer mi presencia y mi orgullo.

-Bueno, pues si te parece voy a repasar la agenda que nos espera. Tienes que visitar los siete mundos para que se confirme la profecía, claro. Imagínate que fueras sólo un tío que paseando por ahí va y deja la lata en el punto adecuado, así, por casualidad –dijo en tono de broma.

-Hombre, pues si quieres que te…

-Ni te preocupes – me interrumpió- Es un mero trámite. Primero vamos al planeta Senado, en el que los senadores te harán una serie de preguntas para conocerte mejor y así intentarán comprender el mensaje que traes. Si les parece que eres el elegido pasaremos al siguiente.

-¿Está muy lejos, el planeta senado ese?

-A 250.000 millones de años luz.

-O sea, que no volveremos para cenar.

-No creo que nos dejen. Querrán cenar contigo, hombre.

-¿Nos van a hibernar o criogenizar para hacer el viaje?

-Pero ¿qué dices? Usaremos una nave conejo y estaremos allí en pocos minutos –vamos.

Salimos al pasillo y nos dirigimos al puerto espacial en el que me habían homenajeado a mi llegada y que ahora estaba vacío. Nos recibió el piloto de la nave y nos dijo que debíamos esperar unos quince minutos mientras terminaban de prepararla. Nos invitó a sentarnos en una de las salitas de espera.
Scarlett (Samantha) se sentó a mi lado mientras yo admiraba la forma en que el mono se ajustaba a su trasero sin un solo pliegue, separándolo en dos partes de una forma muy simétrica. Se dio perfecta cuenta de ello, sonrió, y me retorció la nariz hasta hacerme llorar.

-Bueno. Antes de partir conviene que te explique un poco como va a ser la visita al planeta Senado. Verás está habitado por los tipos que diseñan las leyes, las aprueban y todo eso. Son los que crean las normas por las que nos regimos todos.

-¿Quieres decir que todos sus habitantes son senadores?

-Bueno, por una parte está lo que se llama la población de soporte, los que hacen que las cosas funcionen, prestan servicios, etc… y por otro lado está la población productiva que, sí, son todos senadores.

-¿Y cómo puede ser eso? Que sólo haya una profesión –pregunté.

-Es lógico. En ese planeta, durante milenios, se han desarrollado las habilidades mentales necesarias para ser político y la especialización lleva a la excelencia. Es la forma de conseguir los mejores senadores, igual que en otros planetas están los mejores ingenieros, músicos o médicos. La particularidad en este caso, a diferencia de lo que ocurre con la mayoría de las profesiones, está en que no es necesario repartir los senadores por el Universo, se deben quedar en su planeta toda su vida para hacer su trabajo, discutir, votar y todo eso.

-Vaya. Qué raro. ¿Y si alguien se niega a ser senador en el planeta Senado?¿O ingeniero en el planeta Ingeniero?

-¡Planeta ingeniero! Ja,ja ¡menuda ocurrencia!... Mecano. El planeta de los ingenieros se llama Mecano –respondió con una risita- Bueno, ocurre a veces. Alguien nace en el planeta Bélico y no quiere ser guerrero, prefiere ser músico. Lo intenta, pero no lo consigue porque los músicos del planeta Acorde Subdominante cuentan con milenios de especialización en su programación genética y están mucho mejor dotados para la música que el aspirante. Con lo cual tras unos cuantos tumbos en este y otro planeta el rebelde pasa a formar parte de la población de soporte, haciendo reparaciones, vigilancia, servicio doméstico, etc.

-¿Y no puede volver a ser guerrero? Al fin y al cabo está en sus genes y siempre mantendrá las dotes ¿no?

-No, no puede. El orden social no es partidario de este tipo de aventuras. Puedes elegir otro destino diferente al que te ha tocado por nacimiento, pero no te puedes arrepentir.

-Interesante. Aunque parece un sistema bastante agobiante, desde el momento cero sabes lo que vas a hacer toda tu vida –reflexioné.

-Oh –exclamó alzando las cejas- Pues nunca lo había pensado así. Es una forma rara de pensar de hecho. Nosotros valoramos mucho las oportunidades que conlleva saber a qué nos vamos a dedicar.  Se ahorra mucho tiempo y las cosas tienen mucho sentido desde que eres muy pequeño.

Nos quedamos callados unos minutos, reflexionando sobre lo hablado. Bueno, yo dejaba vagar mi imaginación por los planetas que podrían estar bien a pesar de lo feo que parecía todo eso de la especialización mental. El planeta Acorde Subdominante podía molar, seguro que habrá mucha música y tal, aunque cualquiera aguanta los egos de Mozart, Beethoven, John Lennon y Bon Scott en la misma banda y eso repetido por todas partes. El planeta Gourmet  seguro que no está mal, ya me imagino los nombres, montaña de mousse con textura de fresa a los tres chocolates, océano sopa de marisco al roquefort, catedral cóctel de cava con limón y helado de mango. Joder, ¿Habrá un planeta Motor?  Estará lleno de autopistas sin límite de velocidad y podrás coger el coche que quieras, menudos deportivos tendrán, y seguro que no hará falta echar gasolina o será gratis. Bueno, ahora que lo pienso estos pringados tienen los discos voladores, no tendrán coches ¡Tengo un disco volador de color amarillo! Gilipollas... Pues, anda que el planeta Supermodelos. No te cuento, todas allí aburridas, pintándose las uñas mientras esperan la llegada de un tío seductor como yo. Al principio me haría el duro, como que no me afecta tanta belleza y tal, pero luego, vaaaaaaamos, se iban a acordar del Paquito. ¿Y el planeta fútbol? Necesario. Me aburre mucho pero es fundamental para mantener a todos esos tipos entretenidos y alejados de mis supermodelos.

-No te agobies –dijo Samantha mirándome con una expresión entre la pena y la admiración.

-¿Qu-uu-é? –me trabé al ser alejado de mis pensamientos de forma inesperada.

-Que no te preocupes –dijo ella cogiéndome de la mano- Sé que estás agobiado. Estabas pensando en cuál será el futuro de tu planeta, de los terrícolas, después del cambio que has provocado. Te sientes responsable por el futuro de los tuyos ¿verdad?

-Eh… Sí, Sí, claro… Pues sí, justo eso  -dije recordando los triunfos que la imagen atormentada que proyecto cuando dejo vagar mi mente por pensamientos inconexos me proporcionó entre las féminas en mi juventud. Samantha, igual que ellas, me creía sumido en profundas reflexiones teológicas. Así que aprovechando el tirón apoyé una mano en su muslo.

-Tengo que advertirte una cosa –dijo mientras yo retiraba la mano muy rápido recordando sus recientes agresiones- Os observamos mucho, a los terrícolas quiero decir. Sobre todo a través de vuestros canales de televisión, la prensa o la radio. El caso es que en el Universo hay muchos fanáticos de la tierra. Ya sabes gente que admira vuestra naturalidad, o la estética, las costumbres disipadas, y esas cosas. Vuestras diferencias.  Quizá te encuentres con algunos conceptos poco claros, o confusos, ideas preconcebidas, y bastantes zonas oscuras sobre vuestra civilización. Puede que detectes algo de eso.

-Si te digo la verdad algo he notado en un documento de bienvenida que había en mi habitación. No sé quite el cinturón de seguridad y no sé qué de las luces de emergencia.

El piloto entró en la salita y nos indicó que la nave estaba preparada. Al entrar en la pista vi que íbamos a viajar en una especie de pelota blanca apoyada sobre dos soportes. Era la nave espacial más fea y menos glamurosa que se pueda imaginar.

-Vaya mierda de nave –musité- Yo pensaba que íbamos a viajar en el Halcón Milenario o algo así.

-No me digas que conoces a Han Solo –dijo el piloto con cara de admiración.

-Sí, es mi vecino –respondí para no decepcionarle.

-¿En serio? ¡Qué suerte! Y qué vergüenza, te pareceré ridículo… piloto de una nave conejo –digo con amargura.

-Bueno, hombre, es una nave espacial, no me jodas. Y tendrá misiles o algo ¿no? O un botón de hiperespacio.

-No, no, su sistema de defensa es el salto conejo. Muy eficaz, incluso para los cazas más avanzados resulta muy difícil acertarle a una de estas naves –me explicó mientras abría la puerta de la nave.

Entramos en la pelota y nos pusimos los cinturones de seguridad. El piloto iba en el asiento delantero y Samantha y yo detrás. No había espacio para más. La nave se puso a dar saltitos por el puerto espacial, avanzando hacia el exterior y no pude evitar quedarme extasiado viendo el movimiento rítmico de los pechos de mi acompañante, que subían y bajaban en paralelo, en una armonía perfecta, interpretando ese ballet seductor que quedaba ribeteado por un leve temblor cuando sus hermosos senos llegaban abajo, justo antes de volver a subir. Ella se dio cuenta e intentó retorcerme de nuevo la nariz pero con los movimientos de la nave sólo consiguió meterme un dedo en cada ojo.

Cuando recuperé la visión estábamos en el espacio exterior. La nave daba gigantescos saltos en el espacio, no entendí cómo, y lo único que logré ver fueron planetas y estrellas apareciendo y desapareciendo tras la luneta delantera. Empecé a marearme así que intenté hablar con Samantha sin mirar ni un poco su delantera, para evitar más malentendidos.

-¿Cuáles son los otros 6 planetas?

-No te lo puedo decir. Si pasas la prueba en uno te toca ir al siguiente sin saber nada sobre él y si no es así te decapitan en el acto y, bueno,  ¡a esperar al verdadero elegido!

-No me jodas. Pero y que culpa tengo yo… es decir, que culpa tendría yo, imaginemos, sólo imaginemos, si resulta que he colocado la lata en el resorte por casualidad. Sin mala intención.


-Ya sería mala suerte. Anda, no seas tonto y déjate de elucubraciones extrañas que ya estamos llegando.


Mozart - The Great Piano Concertos 1