jueves, 14 de mayo de 2015

Sex Auction.

Muchas veces me pregunto qué podría llegar a ocurrir si ese tipo con el que cruzo mis pasos, o aquel otro que espera el semáforo en verde, supieran qué llevo debajo del brazo, envuelto en un sucio y arrugado papel marrón de embalar. Para ellos no es más que un pequeño rectángulo, un bulto con forma de marco, un cuadro de aficionado o una fotografía enmarcada de la primera comunión de algún sobrino, quizá piensan que es un cuadro de punto de cruz, que soy un tipo estresado que se desahoga bordando paisajes con hilo y aguja sobre un trozo de tela, y que luego lo enmarca para regalárselo a su hermana.

Una vez estaba sentado en una terraza, tomando un café, y desde una mesa cercana un señor mayor observaba con curiosidad y con un extraño gesto otro paquete rectangular apoyado sobre mi mesa. 

-¿Qué crees que es? -pregunté.

El me miró sorprendido y avergonzado, susurró una disculpa y se marchó con paso torpe y acelerado. ¿Qué pensamiento estaría cruzando por su cabeza para reaccionar así? Por pura curiosidad me levanté y le seguí durante unos metros.

-Oye, no te vayas, ¿Qué estabas pensando? ¿Qué crees que es? -grité mientras él echaba a correr.

Reconozco que tiene un toque morboso, al menos desde mi posición. Ellos ven un bulto debajo de mi brazo. Yo sé qué es y cuanto vale, sé lo que harían muchos por tenerlo, ni ellos mismos imaginan hasta dónde llegarían por quitármelo. Si lo supieran, pero no lo saben. Así que sólo yo puedo imaginar, sólo puedo pensar en la forma que adoptarían, cómo se transformarían en bestias aberrantes. Aquel tío de allí, el calvo de la barbita pelirroja, es probable que esté en el paro, no sabe cómo va a pagar el alquiler, ni si podrá comer bien el mes que viene. Si supiera que llevo debajo del brazo unos cuantos millones de euros ¿qué sería capaz de hacer? ¿Me rogaría?¿Me mataría sin preguntar? Si tuviera la certeza de poder quitármelo sin ninguna consecuencia supongo que no tendría piedad. Y ese otro, el trajeado, corbata de Hermés, gafas de Armani, zapatos caros y relucientes, sí, muy elegante, pero si supiera que este Rembrandt puede resolver los problemas de su empresa en un suspiro ¿dudaría en seguirme y asaltarme en la primera esquina solitaria?

Así doy emoción a mis días. Pensando este tipo de cosas, utilizando el poder de la mente para sentirme en peligro, para agitar un poco la adrenalina. No es que sea real, he paseado cuadros valiosos por las calles de Madrid y nunca he tenido problemas, nadie ha intentado asaltarme, nadie me ha preguntado si eso que llevo tiene algún valor. Supongo que el envoltorio, el papel de embalaje barato, arrugado y encintado con desgana, acercan el pensamiento más hacia la zona del punto de cruz que a la del Rembrandt. Sin embargo, me excita imaginarme qué pasaría si no fuera así, si todo el mundo pudiera ver qué es. Utilizando el poder de la mente, que ya nos han dicho muchas veces que es enorme, algunos días me sugestiono tanto que estoy seguro de que alguien me sigue, soy capaz de infligirme una inquietud tan grande, un miedo tan intenso, que llego a la oficina de los abogados tembloroso y cubierto de sudor. Aliviado por haber esquivado, un día más, todos los peligros que acechan a un tratante de arte como yo.

Es importante la coletilla, “como yo”. Un tratante de arte es una cosa, un tratante de arte “como yo” es otra muy diferente. En realidad el mérito no es mío, es una herencia familiar. Mi abuelo, durante la guerra, se buscó la vida así, cambiando cuadros valiosos por un mendrugo de pan, por un pase o un billete de tren, aprovechando las carencias y las debilidades del prójimo para lucrarse con intercambios desproporcionados e injustos. Años después mi padre heredó el negocio y lo adaptó a los tiempos de postguerra, al hambre de muchos y el buen vivir de unos pocos. En esos casos siempre hay alguien dispuesto a robar por unas pocas monedas de cobre. Y un buen cuadro, aunque sea robado, o quizá por eso mismo, tiene un alto valor y siempre hay alguien dispuesto a comprar algo que vale mucho. Es una forma de inversión, un valor seguro. Invierte en arte. Yo sublimé la fórmula de mi padre, no en su esencia pero sí en el resultado, no se trata de robar más sino de venderlo mejor, ahí está el secreto. Busqué un canal de comercialización apropiado, una forma de vender más alto. Los abogados.

Mi padre vendía a un grupito de millonarios que le trataban como a un ser inferior, le recaneaban unos cuantos miles cada vez, que si soy cliente habitual, que si me tienes que tratar bien, que si hoy me harás un buen descuento que es el segundo que te compro este año. Despreciaban su esfuerzo sólo para ahorrarse una parte insignificante de su dinero y así era difícil cubrir los costes y los riesgos, a veces el resultado no valía la pena. Con esa filosofía no se llega a ninguna parte.

Cuando empecé a gestionar el negocio decidí enfocarlo de otra forma, de una en la que se terminaran los regateos y las rebajas. Por casualidad conocí a los abogados, como yo no tenían muchos escrúpulos y sí buenos contactos y las ideas claras. Adaptamos una fórmula conocida al negocio y el resultado fue magnífico: Subastas privadas ilegales. Al principio algunos clientes de toda la vida se revolvían incómodos en las sillas, viéndose privados de su protagonismo habitual, estando rodeados por otros sujetos como ellos, pero poco después estaban dispuestos a pagar un poco más, o mucho. Enseguida se acostumbraron y empezaron a apreciar la emoción, el riesgo, y a disfrutarlos.

En realidad una subasta es parecida a una partida de póquer, todo el mundo intenta hacer creer a los demás que llegará más lejos o que no volverá a pujar. Hay emoción y riesgo cada vez que alguien alza una mano, las cabezas piensan, calculan, imaginan, las caras se retuercen, disimulan, y la cifra sube. Una subasta ilegal aún es mejor. Es ilegal, nadie acude para pasar la tarde, todos quieren llevarse una pieza valiosa, imposible de conseguir de otra forma, algo que justifique el riesgo y la oportunidad de estar allí. Porque estar invitado a una de nuestras subastas se considera una oportunidad.

Y luego está la fiesta, aún más privada, reservada para aquellos que pujaron por la pieza principal de la subasta. La fiesta es un incentivo tan importante como las piezas subastadas, a veces creo que incluso lo es más. Sólo hay un ganador, hombre o mujer da lo mismo, el que pujó más alto, el que se llevará el cuadro a su casa, el que durante toda esa noche ostentará el sombrero de copa amarillo, que le distingue como el rey Atón, aquel que ilumina e impone su voluntad. 

La idea de la fiesta fue mía. Se la expuse a los abogados y enseguida se dieron cuenta de lo rentable que podía llegar a ser si se planteaba de forma correcta. La idea es simple, todos esos tipos millonarios están acostumbrados a hacer su voluntad en todo momento, así que la posibilidad de verse sometidos a la voluntad de otro estimula su morbosidad. Y si no es por eso, entonces será por lo contrario, por el placer de someter a otros millonarios soberbios como él. Da lo mismo, sea cual sea el proceso mental, el morbo impondrá su ley.

Así que el planteamiento es excelente. Unos cuantos adinerados se reúnen en una sala, quieren pujar para llevarse alguna pieza interesante y también quieren ganar para poder dominar la voluntad de los otros en la fiesta posterior. Ocurre que algunas personas, desde el comienzo, saben que quieren ser súbditos de Atón, así que no pujaran para ganar pero lo harán para estar en la fiesta, lo cual garantiza que la puja tendrá un nivel mínimo asegurado. Como organizador de la subasta es muy difícil perder aplicando un poco de psicología e invitando a las personas adecuadas, dominantes y dominados.

Otro aspecto interesante es que los invitados tienen derecho a llevar un acompañante, por lo general es su marido o su mujer, pero algunas personas vienen solas y otras pagan a un acompañante digamos profesional. Esto eleva el nivel de morbosidad un poco más, muchos de forma más o menos consciente desean castigar o dominar a otros a través de sus parejas. El rey Atón decidirá. No deja de sorprenderme que la gente acuda a un acontecimiento de esta clase acompañado de alguien a quien quiere, supongo que así la apuesta es más alta, el morbo se presenta en otra dimensión.

A estas alturas resulta obvio que la fiesta se desarrolla en un contexto puramente sexual. Me parece muy acertada la reflexión que una vez escuché en boca de una amiga: una enfermedad grave, incurable, iguala a todos, ricos y pobres. El sexo es una enfermedad incurable, cuando el cerebro ha derramado la cantidad suficiente de las sustancias químicas adecuadas todos somos iguales. Así que la fiesta siempre cuenta con una atmósfera de entendimiento, de aceptación y consentimiento, sólo hay una norma y es muy clara, todos están sometidos a la voluntad de Atón.

La preparación ambiental también ayuda bastante a aceptar la situación. La sala para las fiestas es grande, circular, y desciende de nivel en 4 plataformas escalonadas con forma de anillo que llevan hasta el círculo inferior, en la que hay una mesa de piedra y una cama, es como un circo o un teatro romano en miniatura, en realidad quizá se parece más al senado romano. El suelo es de madera arriba pero de piedra en todos los demás niveles, es una piedra cálida y ligera, suave y agradable al tacto. La iluminación es tenue y produce sensación de privacidad, acentuada gracias al vapor que sale en volutas de conductos repartidos por todo el espacio, de manera que en el centro, aunque a la vista de todos, se tiene cierta sensación de recogimiento e intimidad. El agua que se vaporiza contiene una combinación de hierbas que producen un aroma intenso, algo que recuerda a un bosque en una noche cálida de verano cuando una brisa leve trae los olores de la playa cercana. Es un aroma muy concreto, creo que si los que vienen a las fiestas percibieran ese perfume en cualquier otro lugar perderían el control igual que aquí. De eso se trata también, asociación de percepciones e ideas, sugestión que hace más fácil aceptar y seguir las normas del juego.

La primera subasta la ganó una mujer, Tatiana, la dueña de un imperio industrial y financiero. Pujó sin miramientos por un Dalí, pasando por encima de todos los demás participantes a base de ir sumando cientos de miles. Bien entrados los 6 millones nadie quiso seguir. Aquello nos dejó desconcertados, habíamos calculado muchos escenarios y en todos ganaba un hombre, quizá porque pensábamos también en la fiesta posterior cuyo contenido parecía en principio más aceptable para el género masculino. Todos sabían que quienes pujaran en la subasta principal estarían invitados a una fiesta muy exclusiva pero nadie conocía la temática. Sabíamos que había un riesgo, que la estadística decía que un porcentaje de personas saldrían corriendo indignadas, avergonzadas o apabulladas al ver de qué se trataba, pero algo nos decía que la estadística no funciona igual con la gente más poderosa. 

Así que cuando resultó que la subasta la ganó una mujer estuvimos pensando en echarnos atrás, pues calculamos que existía un riesgo mayor de que no le interesara aquello, de que pudiera sentirse ofendida, o que rehusara por timidez, o quizá por prejuicios, por considerarlo asqueroso, o por falta de interés. Pero al terminar la subasta preguntó por la fiesta y los abogados me miraron confundidos. Los perdedores, los que no habían pujado tanto, miraban también interesados por la parte de la noche que aún tenían por delante, que les habíamos vendido como una experiencia única y misteriosa. No nos quedó otro remedio que seguir con la velada tal y como había sido planificada, cruzamos el salón del palacete y entramos en la sala acondicionada para la fiesta seguidos por la millonaria y otros ocho pujadores que no habían conseguido ganar, acompañados todos de sus parejas. 

La mujer avanzó unos pasos adelantándose al grupo y contempló con curiosidad el pequeño hemiciclo de piedra, la mesa y la cama que esperaban abajo, el vapor que confundía todo. Se volvió a nosotros y no dijo nada. Nos miró expectante y para mí fue una señal que me invitaba a seguir con la ceremonia.

-Atón, rey de los cuatro círculos, yo te corono. Ilumina a tus vasallos -dije con decisión y convencimiento.

Ella se agachó un poco para que pudiera colocar el sombrero de copa amarillo sobre su cabeza y después se irguió mostrando su majestuosidad atrayendo la atención de todos los presentes, con los ojos brillantes de puro gozo. Todos la miraban con una mezcla de fascinación y curiosidad, algo comenzaba a burbujear en todas las cabezas. Entonces, con calma y naturalidad, la mujer comenzó a desabrochar los botones de su blusa, se quitó la falda, la ropa interior, sólo siguió vistiendo los zapatos de tacón y el sombrero de copa amarillo.  

-Desnudaos, sucios esbirros, aberraciones del inframundo. Yo os purificaré -dijo sorprendiéndonos a todos con una voz grave que apenas disimulaba su excitación. Allí estaba el morbo que escapaba por todos sus orificios mezclándose con el vapor y el aroma de las hierbas, poseyendo y contaminando al resto.

Los abogados y yo observamos como los otros invitados obedecían sin rechistar, apenas hubo un par de miradas confundidas entre algunas parejas, pero nadie dijo nada ni se resistió. Todos querían seguir perteneciendo al grupo, al fin y al cabo eran los elegidos de la noche, no querían quedarse atrás, deseaban participar hasta el final del juego o al menos llegar lo más lejos que fuera posible, igual que en la subasta. Todos estaban ya desnudos, sólo una mujer joven, atractiva, de curvas llamativas y con una actitud algo altiva, la acompañante del joven heredero de un importante holding de empresas, se dejó los zapatos de tacón, igual que había hecho Atón.

Todos lo vimos y nadie supo distinguir si era un desafío o una muestra de sumisión a través de la imitación. Tampoco para la reina pasó desapercibido el detalle. Atón miró a la chica con curiosidad y recogió en silencio un par de cinturones del montón de ropa apilada en un rincón, se dirigió a ella y acariciando su rostro le dijo.

-No te preocupes, yo te ayudaré. Te enseñaré el camino, te abriré la ventana para que veas mi luz.

Agarrando con delicadeza a la joven por la cintura la condujo hasta las escaleras y ambas mujeres, moviéndose con un ritmo pausado y magnético, descendieron hasta el círculo central seguidas por el resto de participantes. Atón ordenó a todos que se sentaran en las plataformas de piedra mientras acariciaba con delicadeza el cabello de la joven que la miraba entre la desconfianza y la expectación.

-Mira, infeliz, -dijo Atón en voz alta- la mesa tiene unas esposas en cada esquina. Te ataré aquí para que puedas recibirme cuando estés preparada. 

Ajustó las esposas a sus muñecas, dejándola de cara a la mesa, la agarró por el pelo y la besó con pasión. La joven respondió sin ningún complejo devolviendo el beso y la reina sonrió por un momento. Agitó los cinturones y ordenó la chica que recostara su torso sobre la mesa, dejando su trasero en posición de recibir los golpes que según todos supusimos le propinaría con aquellas dos tiras de cuero. Pero no fue eso lo que sucedió.

-¡Tú! -dijo Atón señalando al joven millonario acompañante de la joven- ¡Ven aquí! ¡Y tú! -repitió señalando a su propio marido- ¡ven aquí!

Dispuso a cada uno de ellos a un lado de la chica, mejor dicho a los lados de su culo, y se dirigió al más joven.

-Sois pareja ¿no? ¿Y no le has enseñado lo que es el amor? -dijo agitando en el aire uno de los cinturones y haciéndolo restallar contra la nalga izquierda de la chica, que hizo un gesto de dolor pero no gritó- ¡Amor! 

-Tú -le dijo a su propio marido- Te he enseñado ¡Respeto! -gritó mientras golpeaba con el otro cinturón la nalga derecha de la mujer, que hizo un evidente esfuerzo por no gemir de dolor.

-¡Tomad! -dijo entregando a cada uno de los hombres uno de los cinturones- Enseñad el camino a esta joven. Esforzaos, os costará mucho, pero pensad que aún no está perdida del todo.

Los hombres se miraron y durante un segundo parecieron indecisos, hasta que de pronto el más joven gritó ¡Amor! y golpeó el culo de su novia con el cinto. Acto seguido el otro dijo ¡Respeto! y soltó un nuevo latigazo que restalló en toda la estancia. Los golpes de amor y respeto se fueron sucediendo. La joven se resistía a ceder, a someterse, a quejarse, y sólo se escuchaban los gritos de los dos hombres ¡amor!¡respeto!¡amor!¡respeto!¡amor!¡respeto! subrayados por los sonidos secos de los golpes. Los demás asistentes, siguiendo las indicaciones de la reina, comenzaron a caminar en círculos, apareciendo y desapareciendo entre el vapor, recorriendo sin final los anillos de piedra que formaban el hemiciclo, dando una palmada cada vez que se escuchaba un latigazo. Cuando sus nalgas comenzaron a tornar del rojo cereza al morado las lágrimas afloraron a los ojos de la joven y comenzó a murmurar algo. Atón se agachó para escuchar de cerca lo que decía.

-¡Más alto! -ordenó- ¡Más alto! ¡Que te oigan todos!

-¡Tee ammooo! ¡Te respettooo! ¡Te Amo! ¡Te Respeto! -dijo acompasada con cada latigazo.

La reina río triunfante acariciando el rostro empañado en lágrimas, se encaramó a la mesa y separó sus piernas, se deslizó, agarró del pelo a la chica, que gritaba ya con todo convencimiento la consigna amor-respeto, y la obligo a lamerle el sexo. Atón comenzó a gemir haciendo resonar las paredes con elevados jadeos que se mezclaban con los gritos ahogados de la chica, con las palmadas, con las palabras amor y respeto que los dos hombres seguían repitiendo mientras proseguían con los golpes de cinturón.

Los abogados y yo decidimos retirarnos en ese momento. Dejando que se desarrollara con total libertad la primera y exitosa fiesta de la subasta.

Muchos pueden pensar que a situaciones de este tipo se les puede sacar mucho provecho, sólo con poner alguna cámara de vídeo o sacar algunas fotos se podría disponer de muy buenos motivos para que todos aquellos adinerados realizaran “aportaciones económicas voluntarias”. Pero eso es una estupidez si se tiene la gallina de los huevos de oro, nos pareció mucho mejor garantizar la intimidad y la confidencialidad sobre lo que sucedía en las fiestas, pues es una forma de obtener notables ingresos periódicos a largo plazo. Mantener ese secreto nos pareció hasta honesto, al fin y al cabo creíamos que cualquier mente sana disfrutaría de aquello a su manera si tuviera la oportunidad, aceptando o negando el placer. El sexo nos iguala a todos.

Al preparar la segunda subasta-fiesta nos sorprendió que resultó mucho más fácil reunir al número de personas adecuado. Los rumores sobre la fiesta habían corrido entre la alta sociedad y aunque nadie tenía una idea precisa de lo que había ocurrido, todo el mundo sabía que había sido algo muy particular, reservado a los mejores pujadores de la noche. Los abogados y yo decidimos quedarnos en esa y otras fiestas para aprender, para tomar notas mentales sobre las preferencias y debilidades de cada persona, así podríamos ir mejorando la escenificación, completando la colección de accesorios puestos a disposición de los privilegiados. Nunca he participado en una fiesta, aunque debo reconocer que en más de una ocasión me hubiera gustado, la gente puede resultar muy imaginativa cuando viste el sombrero de copa amarillo.

Supongo que no es necesario decir que jamás hemos tenido problemas con la ley o con la policía. El brazo de la justicia es largo pero sabe bien que en algunos lugares es mejor no detenerse mucho tiempo, no conviene alterar a la gente importante en sus horas de descanso. Otra ventaja de nuestro sistema.

Bien, pues así es cómo vendo las obras de arte que llegan a mis manos, por lo general de forma indeseada por su legítimo propietario, aunque muchas veces también aportada por alguien que necesita dinero o que tiene ganas de que organicemos una buena fiesta. Este Rembrandt que llevo bajo el brazo, empaquetado en papel barato, como si fuera una foto de mi abuelo, ha llegado de esa forma a mi poder. Un millonario ruso afincado en la Costa del Sol quiere participar en una de nuestras fiestas y le ha parecido una buena carta de presentación. El cuadro se venderá muy caro y nos dejará importantes beneficios. Por supuesto el vendedor está invitado a la fiesta, aunque no podrá ser el rey. 

El cuadro fue robado hace algunos años de un museo holandés y quién sabe cómo llego a manos de ese tipo y cuánto llegó a pagar por él. Esta mañana he comprobado su autenticidad, dado que tengo una amplia formación en arte y mucha experiencia en autenticación de pinturas, ha sido fácil pues se trata de una obra muy particular en la que el pintor dejó infinidad de rastros únicos y personales. Además en su parte trasera tiene el número de registro y el sello del museo en el que fue robado, lo cual todavía hace de él una pieza más apetitosa para los coleccionistas.

Entro en la oficina y saludo con un leve movimiento de cabeza. En mi despacho  desembalo el cuadro, lo dejo en el atril, frente a mi escritorio, y dedico unos minutos a admirar el paisaje que el pintor dibujó con trazos gruesos y de apariencia tosca pero que forman un conjunto coherente y armonioso, que transmite el calor de una tarde veraniega en un campo de trigo maduro. Me pregunto si el pintor buscaba el efecto relajante que produce observar el cuadro o si es sólo una casualidad, si lo único que intentó fue copiar un paisaje con una técnica determinada, sin pensar en las sensaciones. Supongo que en el fondo da lo mismo. Unos golpes apresurados en la puerta me sacan de mis pensamientos y al levantar la vista veo entrar a los abogados, ambos con cara de preocupación. Primero Luis que es el mayor de los dos, tiene unos cincuenta y cinco, mientas que César no llega a los cincuenta.

-Tenemos un problema, Fernando -dice Luis.

-¿Tan grave es? Vaya cara lleváis.

-¿Te acuerdas del millonario danés, el que pidió que le fustigaran en la espalda durante la fiesta del sábado?

-Sí, claro que le recuerdo. Un tío raro pero no mucho más que los otros.
-Ha muerto -prosigue Luis- Envenenado. En las heridas han encontrado una clase de veneno que actúa con retardo, al de unos días. Un asesinato. Han investigado dónde estuvo y alguien en su hotel les ha dicho que vino aquí, a comprar un cuadro o algo parecido.

-Entiendo -digo haciéndome cargo de la situación- Bueno, no pasa nada. Llamamos al shérif y le pedimos que pare la investigación, que se salten esta parte, que investiguen a sus enemigos, que tendría más de uno. O que investiguen a su acompañante a la fiesta y listo. 

-Vino solo a España, nos encargó una acompañante para la fiesta y para el resto de la noche. Trajimos una chica checa, con buenas referencias que habla bien español, inglés, danés y no sé cuantos idiomas más y que cobró mucho dinero con la condición de ser muy discreta -responde César con gesto serio- Ya hemos hablado con el shérif, dice que esta vez no puede hacer nada. Es un tema internacional, depende de la Interpol o algo así y no puede dejarlo pasar, aunque nos ayudará si surge algún problema serio.

-Algo podrá hacer, no me jodas, tiene toda la autoridad aquí y si a alguien le gustan nuestras fiestas es a él.

-Dice que es una cuestión rutinaria, nadie sabe nada de las subastas, se trata sólo de descartar que sucedió algo aquí, en nuestra galería de arte. Las autoridades danesas quieren aclarar el tema y el shérif cree que lo mejor es dejar que sigan con la investigación desde Dinamarca para que aquí no se empiece a comentar nada sobre nosotros, que manden a alguien, que contemos alguna historia aburrida y que se queden tranquilos. Seguramente harán un trabajo rutinario y superficial para aprovechar el viaje y pasar unos días en Benidorm o en Ibiza -comenta Luis con cara de no haberlo dicho todo- En realidad ya han mandado a un agente para investigar el caso. Llega esta tarde y quiere que estés aquí. Por lo visto sabe que el tipo habló contigo sobre una obra de arte.

-Pero ¿nos acusan de algo?¿Sospechan de nosotros? -pregunto con preocupación ante la presteza con que se ha desarrollado todo- ¿Saben algo de las subastas ilegales?¿De las fiestas?

-No. Sólo quieren determinar qué hizo durante cada hora de su estancia en España ese tío, Franz Cond. Saben que el el sábado estuvo aquí para hablar sobre un cuadro que le interesaba y supongo que preguntarán dónde fue después.

-No parece tan grave, joder. Alegrad esas caras. 

Paso la mañana preparando la presentación de la subasta del Rembrandt en la que incluyo alusiones indirectas a la fiesta, eso es algo que siempre inquieta un poco el morbo a los interesados. Esta vez hay que interesar a gente muy concreta, poderosa, es importantísimo seleccionar bien a los participantes para que la subasta alcance cifras muy altas, ya que el cuadro es de una relevancia poco frecuente y debe venderse a un precio estratosférico. El handicap es el ruso, su dueño, a nadie le gustan los rusos en las fiestas, son demasiado directos y primarios, terminan estropeando el ambiente pues impiden que el morbo florezca. La parte buena es que el ruso estará sometido a Atón y si pienso en las personas adecuadas quizá el ganador termine sacando algo excitante del tipejo, poniéndole en alguna situación comprometida. Ya sucedió una vez, con aquel pueblerino fabricante de tractores que sólo quería copular y marcharse. Atón le vistió de monja carmelita, le explico sus obligaciones con la orden religiosa y entre los participantes nombró a las tentaciones que debían hacerle pecar. Nunca nadie con tan poca imaginación, tan desconocedor del pecado, cometió tantos actos aberrantes en una sola noche. Puede que con el ruso suceda lo mismo.

Bajo a comer a un bar cercano, en la barra, no me gusta sentarme en las mesas. Prefiero algo informal, charlar un rato con los parroquianos de siempre mientras como cualquier cosa que elige por mí Antonio, el dueño. Hoy me sirve un sandwich vegetal con patatas fritas. Para mí es una forma de relajación, salgo un rato de mi mundo de arte, delitos y sexo y hablo con gente normal, que tiene problemas y preocupaciones normales y que no se imagina que tipo de trabajo realizo, las astronómicas cantidades que se pagan por algunos de los cuadros que manejo, los “encargos” para conseguir esos cuadros, las perversiones que pasan ante mis ojos después de cada subasta. El sombrero amarillo.

Sin embargo, hoy estoy un ausente, no consigo centrarme en el momento, en las bromas del grupo de amigos que nos hemos juntado en el bar, mi cabeza está dándole vueltas a una cuestión a la que no presté suficiente atención durante mi conversación con los abogados. Una cuestión muy importante. ¿Alguien había asesinado a Franz Cond durante la última fiesta en nuestra galería?¿Le habían envenenado en mi fiesta? Allí recibió los latigazos, así que es una posibilidad inquietante. Y de ser así ¿quién pudo ser?

Cuando vuelvo a la oficina mi primera intención es hablar con Luis y César para intentar hacer una lista de sospechosos, pero mi secretaria me entrega una tarjeta de visita mientras explica que una mujer extranjera me espera en la sala de reuniones. Una tal Agnete Gerthas, detective de la policía de Oslo.

Entro en la sala con la determinación de terminar pronto con el trámite, algunas explicaciones vagas, alguna información imprecisa sobre varios cuadros que interesaron al sujeto y ya está. No había pensado en qué clase de persona encontraría en la sala y al entrar me quedo atontado durante un segundo, mirándola. Es una chica joven, con el pelo rubio recogido en una coleta, que viste vaqueros y camisa a cuadros, y de ella emana una especie de halo especial, con apenas un gesto transmite una mezcla de sexualidad, simpatía y humor inteligente. Además es guapa, sin exageraciones pero con atractivos indudables. Me gusta, esa es la conclusión.

-Hola -dice con un leve acento extranjero antes de que yo consiga siquiera saludar- Soy Agnete Gerthas. Vengo desde Oslo para obtener algo de información sobre mi compatriota Franz Cond, que pasó algún tiempo aquí, el sábado. Espero no molestarle.

-Me dijeron que vendría, no se preocupe. Pensé que estaría acompañada de un agente español -dije.

-Sí. Yo también. Es raro, lo normal es que las autoridades locales quieran controlar la situación -responde encogiéndose de hombros- En este caso me han habilitado temporalmente para actuar en su país, bajo las leyes y la supervisión de aquí, claro. También es cierto que no parece probable que en su negocio pueda haber ocurrido nada relevante, seguramente sucedió en otro lugar. Ya sabe, prostitución, drogas, cosas sórdidas.

-¿Cree que le mató una prostituta?

-No. Pero venía mucho por Madrid y quizá estaba enredado en algún tema feo y se buscó algún enemigo inconveniente.

-Pero murió envenenado ¿no? Eso no parece un método muy usado por los camellos o las prostitutas. 

-Así es. Murió envenenado con una sustancia que provoca la muerte unas 40 horas después de su aplicación sobre una herida abierta. Es un veneno de muy baja potencia, que proviene de una araña. Casi nunca es mortal, sólo cuando entra en contacto con el flujo sanguíneo -dice enarcando las cejas para subrayar la peculiaridad de lo que está describiendo- No duele, pero en determinadas condiciones mata.

-Hace usted ver que no cree en lo que dice. Como a mí no le parece muy probable que cualquier maleante utilice semejante método para asesinar a un comprador de cocaína que debe dinero, o a un putero que no paga. ¿Sabe cómo le infringieron esas heridas de las que habla?

-No sabemos qué ha ocurrido, Fernando -dice sonriendo- Perdone, me hace gracia su nombre. No por nada, no se moleste, es por la canción de Abba, ¿sabe cual?, Fer-Nan-Do.

-Sí, sé cual -respondo devolviendo la sonrisa de forma estúpida a pesar de que intento permanecer con la guardia alta.

-Pero no parece que pueda usted tener ningún problema, no se preocupe. Es sólo que debo empezar por saber qué hizo este hombre durante todas las horas del sábado. Al salir del hotel preguntó por esta dirección, dijo que venía a ver una obra de arte, un cuadro.

-Sí, estuvo aquí. Llegó sobre las seis de la tarde. Le atendí yo, le mostré la galería de arte y varias obras de diferentes estilos. Cuadros. Le interesaba la pintura.

-¿Alguna en particular?

-No. Vio la sala completa y preguntó por varios cuadros pero sin interesarse demasiado por ninguno.

-¿Puede enseñarme la galería? Igual que hizo con él.

Salimos de la oficina y por el camino acordamos tutearnos, mejor porque me cuesta tratar de usted a una persona tan joven. Me habla sobre el hotel en el que está, céntrico, con mucho ambiente en la zona, los museos que piensa visitar si dispone de algo de tiempo libre antes de volver a Dinamarca. No ha pensado en ir a Ibiza, ni a Benidorm.

-En esta zona tenemos los cuadros de artistas locales. Promesas. Oportunidades para aquellos que quieren invertir en artistas que pueden ser relevantes en el futuro -empiezo a explicar- Es lo primero que le enseñé. Luego pasamos a la zona de artistas famosos, cruzando aquella puerta de seguridad. 

-¿Le interesó alguna obra en particular?

-Hizo preguntas sobre casi todas, como hace la gente que no entiende mucho de arte. No era un cliente habitual, venía a veces y no le conocía mucho, pero no creo que fuera un experto en la materia -comento improvisando- Más bien un adinerado con interés por coleccionar.

-¿Son para ti de una clase inferior? -pregunta.

-¿Quienes?¿Los adinerados que no entienden de arte? No, no, para mí todos los clientes son iguales, pertenecen a la misma clase, gente que paga por lo que yo vendo. Aunque es cierto que prefiero mantener una conversación con alguien que hable desde el conocimiento en lugar de escuchar sandeces sobre lo bonitos que son los colores o lo natural que parece la luz de una pintura.

-Entonces, ¿Franz Cond no te interesó mucho?

-No, la verdad es que no. Apenas recuerdo de qué hablamos. Casi no recuerdo su cara, hablo con mucha gente cada día, la mayoría personas que no dicen nada interesante.

-¿Había mucha gente el sábado aquí?

-Algunas personas. Te daré una lista si quieres.

-Por ahora no hay mucho que comprobar ¿no?

-No.

-¿Qué ocurrió después? ¿Hablasteis sobre el precio de algún cuadro en tu despacho, salisteis a tomar un café?

-No, que va. Otras personas me saludaron, comenzamos a hablar y Franz se excusó y se marchó.

-¿Sabe a dónde fue?

-No dijo nada.

-¿Le pidieron un taxi?

-No. Simplemente se fue.

-Es decir, que salió de aquí sobre las siete de la tarde -dice mientras asiento- Eso nos deja unas seis horas de vacío. Sabemos que de madrugada volvió al hotel acompañado de una joven. Una chica morena muy llamativa. ¿Sabe quién puede ser? 

-No, aquí vino sólo -digo mientras trato de poner cara a la acompañante de Franz Cond en la fiesta, la chica que al parecer le agenciamos nosotros, una prostituta discreta y ajena a nuestro mundo. La recuerdo, era una mujer morena, joven y muy atractiva. Ella fue quien le azotó. Me doy cuenta entonces de que puede ser un tema muy relevante y corrijo lo dicho- Disculpa, ahora recuerdo que sí había una chica. Le esperó en la entrada, fumando, era morena, sí, muy llamativa. Casi seguro era extranjera. Parecía de algún país del este. No me la presentó, apenas la vi.

-Entonces debió encontrarse con ella en algún lugar entre el hotel y tu galería. Investigaré. Si vino en taxi quizá podamos determinar dónde la recogió.

-Seguro que sí.

-Es muy interesante tu galería. Me gustan mucho estos cuadros, tienen unos colores muy bonitos y la luz… la luz es muy natural -dice riendo- ¿Tienes alguno especialmente valioso escondido en algún lado? A lo mejor puedo ver algo especial ya que no me vas a servir de mucha ayuda en la investigación.

-No, lo que ves es lo que hay. Pero puedo llevarte a cenar a algún sitio especial esta noche, así no me recordarás como un tipo aburrido rodeado de cuadros viejos -propongo en un alarde de valiente improvisación- No me vengas con la excusa de que no mezclas el ocio con el trabajo, acabas de decir que no formo parte de tu investigación.

-Bueno, pues… Es lo que te hubiera dicho. Pero es cierto que es muy improbable que tenga que volver aquí.

-Entonces, ¿te recojo sobre las 8,30 en el hotel céntrico en el que te alojas? Conozco un sitio cerca, un restaurante al que van muchos famosos que están de paso por Madrid. Te gustará. Iremos dando un paseo y te contaré algunas historias sobre los rincones menos conocidos de la ciudad.

-Parece interesante. ¡De acuerdo! -responde con un gesto tímido y un leve sonrojo muy prometedor.

Vuelvo a mi despacho y hago la reserva en el restaurante. Después de un rato me sorprendo pensando en el recorrido que seguiremos a pie desde su hotel y repasando las historias que pienso contarla. Con todo lo que tengo que hablar con los abogados y estoy perdiendo el tiempo pensando en impresionar a la policía que investiga un asesinato que puede comprometer mis actividades.

Nos reunimos de nuevo, esta vez en el despacho de Luis y les explico lo hablado con la agente danesa.

-Entonces asunto terminado -dice Luis- Dudo mucho que encuentren a la chica, era una prostituta checa de alto standing que trajimos por encargo del cliente y se encontraron aquí, en la galería. Sus referencias son excelentes y la discreción está garantizada. Por su lado nada tenemos que temer. Después de la fiesta volvieron al hotel, les llevó uno de nuestros chóferes de confianza, y al día siguiente ella cogió un avión a Praga.

-Fenomenal -dije- De todas formas he quedado a cenar con la agente de policía.

-Pero ¿estás loco? ¿Para qué? ¡Deja que se olvide de nosotros! -replica Luis tras la sorpresa inicial.

-Debemos saber por dónde van sus pesquisas. No creo que esté mucho tiempo aquí y si surgen dudas y la guiamos nosotros seguramente no tendrá que volver a preguntarnos nada.

-¿Está buena? -pregunta César.

-No es eso -replico.

-Dónde tengas la olla no metas la polla -recita Luis.

-¡Que no es eso! -respondo subiendo un poco la voz- Bueno, centrémonos en lo importante. ¿Alguien envenenó al tal Franz Cond en nuestra fiesta? La agente dijo que le echaron el veneno de un araña en una herida abierta. Pudo ser aquí.

-Cualquier otra cosa parece muy improbable, debió ser aquí. Estamos comprobando la lista de asistentes. Es difícil considerar sospechoso a alguno. La putilla checa no le conocía de nada y hasta un poco antes tampoco sabía nada de nosotros. No pudo ser ella. En la fiesta no había otros daneses, no había nadie que conociera a Franz. Por lo que sabemos ninguno de los asistentes tenía negocios con él, ninguno tiene negocios en el sector en el que trabajaba el tipo. Vendía carne de reno.

-Entonces ¿nadie en la lista? -pregunto esforzándome por no hacer un chiste fácil sobre las motivaciones asesinas de Santa Claus en un caso como este.

-Nadie -responden los dos al unísono.

-De todas formas esa noche había poca gente. Repasemos la lista.


Paso por casa para ducharme y elegir otra ropa, me doy cuenta de que estoy un poco nervioso debido a toda la cuestión del asesinato pero también ante la expectativa de la cita con Agnete. Me relajo un rato en el sofá escuchando música y ojeando una revista de coches. A las siete y media salgo de casa y me dirijo al centro para recoger a Agnete. Me está esperando en la puerta del hotel, vestida con ropa aún más informal que la de esta tarde, vestido corto floreado y vaporoso. Algo optimista para la época del año que aún no es muy calurosa, claro que para ella esto debe ser pleno verano. La observo mientras me acerco, antes de que ella me vea. Con ropa más femenina parece mucho más atractiva y, sí, tiene un algo especial. Algo poco frecuente. Además se ha soltado el pelo, no lleva la coleta de esta tarde, y le sienta bien.

-Hola. He bajado antes para tomar el aire y empaparme un poco del ambiente -dice sonriente, con los ojos chispeantes de alegría vital.

Caminamos por la zona antigua dirigiéndonos al restaurante, cerca de la catedral. Pasamos por  algunos sitios que albergan anécdotas o misterios y me luzco desplegando mis conocimientos sobre la historia de la ciudad. Ella parece interesada y ríe con ganas todas mis bromas, me está dando muchas esperanzas. Le cuento una historia sobre una pequeña iglesia que guarda una capa púrpura, algo que voy improvisando sobre la marcha.

-En el medievo el color púrpura era difícil de conseguir debido a que los tintes necesarios eran muy escasos y caros. Por eso era un color reservado a los ricos y sacerdotes de alto rango. Un enamorado prometió a su amada que le conseguiría cualquier cosa que ella quisiera, por difícil que fuera, si a cambio ella le aceptaba en matrimonio. Ella le pidió una capa de color púrpura pues no tenía sentimientos fuertes hacia el muchacho y quiso hacer una petición imposible. 

El chico no se rindió ante la empresa y pensó todo el día dónde podría conseguir telas de ese color. Sólo disponían de ellas el cardenal y el señor de aquellas tierras. Se dirigió al cardenal y le explicó los nobles motivos por los que necesitaba que le donara sus ropas de color púrpura, pero el cardenal le rechazó diciendo que aquellas ropas pertenecían a Dios. El muchacho se dirigió entonces al señor que gobernaba aquellas tierras y le contó la misma historia pero el señor se negó a regalar nada a un vasallo, le echó del castillo y el chico insistió gritando desde la calle. 
Entonces el noble, cansado de tanto grito molesto, salió del castillo y le dijo “nos batiremos en duelo, ganes o pierdas tendrás tu tela púrpura puesto que vas vestido de azul”. El chico no lo entendió pero aceptó el reto ya que era el único camino que le quedaba para llevar a su amada al altar. El duelo no duró mucho, en apenas dos envites el señor atravesó el corazón del joven, que cayó muerto a sus pies. Cuando su amada, la joven que no le correspondía, se enteró de lo sucedido corrió hasta los pies del castillo a comprobar si era cierto que el joven había muerto intentado conseguir la tela púrpura para su vestido y al verle allí tendido, vestido de púrpura, pues la sangre roja se había mezclado con el azul de sus ropas, cayó de rodillas y murió de pena pues supo entonces cuanto amaba aquel chico que no dudo en acudir a la muerte para conseguir las telas púrpuras que ahora eran su mortaja.

-Guau. Es una historia triste. ¿Sucedió aquí? No hay ningún castillo -dice Agnete.

-No, pero en esta iglesia se guardan las ropas púrpuras de aquel cardenal.

-Es una historia muy romántica. ¡Aunque algo me dice que te la has inventado! -grita, riendo y pegándome en un brazo- No sé, no estoy segura, ¿te la has inventado? Bueno, da igual, me gusta. Es una historia bonita.

En el restaurante me conocen y nos han reservado una mesa discreta y tranquila, un poco apartada del bullicioso comedor central en el que se mezclan personas conocidas del teatro, la política y la economía con extranjeros que curiosean las fotos dedicadas de famosos que saturan todas las paredes.

-Es muy bonito. Deben dar bien de comer cuando viene tanta gente famosa de todo el mundo -dice ella mientras juguetea con un pequeño trozo de pan- He visto fotos de actores de hollywood, cantantes famosos, deportistas. Nadie de mi país, eso también es verdad.

-Alguno habrá, seguro.

-Lo dudo. Dime algún famoso de mi país que conozcas.

-Buf. No sé. Uhmm, Laudrup, Lars von Trier, la familia real. 

-Vaya, los has dicho todos -ríe- No sé por qué pero los daneses no nos hacemos famosos. Pasamos desapercibidos en todo.

-Algo que no puedo entender -dejo caer mientras la miro a los ojos. Ella se sonroja un poco y baja la vista hacia su plato. Algo se remueve en mi interior- ¿Tienes pareja?

Ella se sonroja aún más y hasta parece que la cuesta mirarme- Los españoles sois muy directos, ya lo había oído. No, no tengo pareja. He terminado una relación hace unos meses y ahora estoy bien así, sola.

-¿No vas a preguntarme si yo salgo con alguien?

-No parece que tengas muchas dificultades para relacionarte. No eres muy tímido. Saldrás con muchas chicas.

-Sí, es verdad, de hecho salgo con todas las policías que conozco. Sobre todo si son de otro país y son tan tímidas que ni siquiera levantan la vista del plato -comento medio en broma.

-¿Tienes pareja o no? -pregunta ahora mirándome con decisión.

El camino de vuelta hasta su hotel resulta un poco más lento pues la obligo a parar en todos los rincones oscuros, nos besamos, la acaricio, la inmovilizo, subo su falda e intento despojarla de la ropa interior. Gime, se revuelve, me pega, escapa. Seguimos avanzando hacia su habitación y volvemos a parar. Una y otra vez. No sé qué tiene pero despierta todos mis instintos, los salvajes, los primitivos, vienen a mi mente todas las imágenes excitantes, algunas brutales, que mi subconsciente ha acumulado durante tantas fiestas en las que he observado sin intervenir. No hay lugar para el romanticismo en mi mente, ni en la de ella, ni en toda la última planta del céntrico hotel.

Amanece en su habitación y a través del gran ventanal observamos cómo el sol asciende sobre los tejados del Madrid antiguo, ella apoyada sobre rodillas y manos, desnuda, yo detrás, de pie, embistiendo con todas mis fuerzas mientras tiro de su rubia melena, obligándola a mirar la ascensión de Atón. Dicen que si cada amanecer miras al sol fijamente durante unos segundos te puedes vivir sólo de su energía, sin necesidad de alimentarte. Creo que es cierto.

Vuelvo a mi oficina sin haber dormido ni un minuto, pero me siento lleno de vitalidad. Parece mentira pero después de una noche completa de desenfreno sigo sintiendo cierta excitación al pensar en Agnete y en el deleite con que se sometió a mis deseos la pasada noche. Entro en el despacho y observo el Rembrandt que sigue en el atril, delante de mi escritorio. Tengo que organizar la siguiente fiesta, falta poco más de una semana y aún no he invitado a ningún pujador. No me cuesta mucho hacer una primera selección pues en un ordenador aislado, sin ningún tipo de conexión externa, guardo un listado de mis clientes clasificados por pintores o estilos favoritos, por épocas, capacidad económica y por perversiones. Selecciono barroco, más de seis millones y obtengo una lista de 30 personas. Son demasiadas. Me acuerdo del ruso, de que puede estar fuera de lugar si no es sometido por alguien y añado a la búsqueda el criterio humillación. Quince personas, casi perfecto.

Realizo las llamadas pertinentes de forma personal y discreta. Once personas confirman que asistirán a la subasta y estoy seguro de que al menos ocho o nueve pujarán. El resto se conformarán con admirar el cuadro y saber quién lo ha comprado, con saber quién será Atón esa noche, en la fiesta a la que no podrán acudir.

Bajo al bar y Antonio me prepara un revuelto de ajetes y unos filetes de lomo. Charlo un rato sobre fútbol con dos de los de siempre. No me interesa nada el fútbol, de hecho apenas sé algo sobre el tema, pero me divierte mucho intervenir en las conversaciones fingiendo que entiendo de qué hablan, soltando sólo tópicos e imprecisiones que refrenden lo que los demás van diciendo. Llevo haciéndolo años y todavía no se han dado cuenta de que no sé qué es un fuera de juego, “orsay” como dice uno de los de aquí. Al menos estas conversaciones absurdas me han servido para incluir a Laudrup en la lista de daneses famosos que le di anoche a Agnete.

Por la tarde me reúno con los abogados para repasar la lista de invitados a la subasta-fiesta y decidir algunos detalles, catering, decoración, vestuario y juguetes para la sala. 

-¿Qué tal anoche con la policía de Dinamarca? -pregunta Luis.

-Bien. Creo que para ella ya no somos parte de la ecuación. Piensa en otras cosas, drogas, prostitución, cree que los problemas comunes son la causa más probable.

-Parecerá probable pero nosotros sabemos que ocurrió en la fiesta -replica Luis- No podemos dejar esa cuestión sin resolver. Hay que saber quién fue y por qué.

-¿Habéis avanzado algo con eso? -pregunto.

-No. Hemos repasado todo, hemos investigado con discreción pero no hay nada raro. El tipo, Franz, ya estuvo en otras subastas, entró en la rueda por una buena recomendación, alguien que no puede estar implicado. El danés nunca llego a ser Atón, pujaba pero nunca ganaba. En las fiestas siempre mantenía un papel sumiso y discreto. Menos en la última. De pronto se dirigió a Atón pidiendo ser castigado y siendo quien era Atón no es de extrañar que le sacudieran de lo lindo. 

-Cierto, pero tampoco podemos sospechar de ese Atón. Es una persona habitual en las subastas y nunca ha causado problemas. Al contrario, nos protege y no pondría en peligro el sistema. Además no conocía a Cond. No tenía nada contra él -reflexiono en voz alta.

-Hasta ahí hemos llegado. Esperemos que tu amiga la policía no encuentre algo más -dice Luis.

-No te preocupes. Si es así lo sabremos -respondo con seguridad, intentando tranquilizarle.

-Te las has tirado -dice César.

-Joder -suspiran los dos al observar la espontánea e incontrolable expresión de felicidad que dibuja mi rostro.

Por la tarde me veo de nuevo con Agnete. Esta vez hemos quedado directamente en su habitación y al pasar frente a la recepción siento como cae sobre mí la crítica mirada del encargado que me dice “Por favor, señor, no quisiera ser indiscreto, pero no monten mucho alboroto. Otros huéspedes se podrían quejar. Como anoche”. Subo las escaleras riendo y soltándome los botones de la camisa.

Toco la puerta que se abre con suavidad para dejar paso a la excitante visión de Agnete cubierta tan solo por un leve y corto salto de cama rosado con un bordado negro. Me lanzo sobre ella, rasgo la prenda de un tirón y la tomo allí mismo sobre el mueble del recibidor. Ambos estamos muy excitados, la pido que gima, que grite, más alto, más fuerte, mientras imagino la cara del encargado de la recepción.

-¿Qué has hecho hoy?¿Has avanzado algo en la investigación? - pregunto.

-Sí. Un poco, pero no lo suficiente como para saber hacia dónde dirigir mis siguientes pasos. Debo esperar -dice con aire interesante, haciendo ver que ha obtenido algunos frutos gracias a su habilidad como detective- Primero he hablado con el hotel y me han dicho que Franz salió solo, no pidió un taxi, pero volvió con una chica en un coche con chófer. He pedido ver las cintas de seguridad de aquella noche pero no se distingue la matrícula del coche, ni el rostro de la chica, había poca luz.

-Qué pena -respiro aliviado- De todas formas seguro que era algún coche de alquiler con conductor y será muy difícil localizar la agencia, al conductor y que se acuerde de ese viaje.

-Sí. Además no veas cuanto cuesta hacer algo aquí. Cada vez que quiero algo tengo que pedir autorización a la dirección central de la policía, lo consultan, y al de un rato me llaman. Es desesperante investigar así, sin poder mantener un ritmo -dice con aire molesto- En cualquier caso, encontré otra pista.

-¿De verdad? ¿Cual?

-Resulta que en mitad de la noche la chica salió de la habitación y bajó al bar. Supongo que discutieron o algo así y ella se fue. Se quedó en el bar y tomó un par de whiskies, supongo que esperando a que llegara la hora de su avión pues pidió un taxi hacia el aeropuerto.

-¿Y has localizado al taxista? -trato de anticiparme.

-Sí, en el hotel tenían apuntado el número de taxi. Ella cargó los whiskies a la habitación pero pagó el taxi con tarjeta de crédito -dice- La compañía de taxis se niega a dar los datos sin un mandato judicial porque va contra la ley de protección de datos que tenéis aquí. Supongo que ya les está asesorando algún abogado. He pedido a la central que consigan los datos del pago a través de la compañía emisora de la tarjeta. Si la localizamos quizá podamos llenar ese espacio en blanco que tenemos en la noche del sábado y es probable que resolvamos el caso.

-Seguro -digo con convencimiento.

Decidimos salir a cenar algo rápido por la zona para despejarnos un poco y renovar las ganas de molestar al vecindario otra vez. Agnete se mete en la ducha y aprovecho para llamar a Luis.

-El tema se está complicando. La chica que contratasteis pagó un taxi con tarjeta de crédito y están a punto de identificarla. Hay que hacer algo -digo en voz baja y apremiante- Llama al shérif.

-De acuerdo. No te preocupes, déjalo en mis manos.


Paso la noche en la habitación de Agnete, ni siquiera la multitud de negras posibilidades que asaltan mi mente derivadas del fallo de seguridad con la acompañante disminuyen la excitación que estar con esa mujer me produce. Hay algo en ella que en silencio me pide que sea un poco más brusco, que apriete un poco más fuerte y el mero hecho de que no lo diga en voz alta me excita aún más, casi me vuelve loco.

De vuelta a la oficina, esta vez muy cansado, tras dos días sin apenas dormir y con la cabeza bullendo con la posible identificación de la prostituta checa, me doy cuenta de que todas nuestras medidas de seguridad son muy endebles. Hemos creado un sistema que no llama la atención, que a simple vista parece normal, pero no soporta una observación en profundidad. Podríamos invitar a alguien equivocado a una fiesta, podría ser que nuestros protectores dejen de ayudarnos o no puedan hacerlo en el futuro, o que alguna barbaridad suceda en la galería durante una fiesta y las consecuencias sean imprevisibles. Debemos revisar toda esta cuestión de la seguridad, quizá convenga comprometer a los asistentes de alguna forma. Quizá sí sea buena idea grabar las sesiones y que los asistentes lo sepan, que sean conscientes de que contamos con un instrumento de protección en caso de que nos den problemas en el futuro. Suena mi móvil, es Agnete.

-¿Te puedes creer? -dice indignada- Han rechazado la petición a la compañía de la tarjeta de crédito. Pero ¿cómo es posible? Dicen que es información irrelevante para el caso. 

-¿Sí? Pero eso es muy raro, también los policías de aquí querrán esclarecer el caso ¿no?

-No lo sé. Quizá es que tienen su propia linea de investigación y por eso me han dejado aparte desde el principio. Querrán resolverlo solos.

-Es probable. Bueno, no te preocupes. Son cosas que trascienden a tus posibilidades, relaciones entre países y todo eso.

-Ya, pero me jode mucho. Tenía un pálpito con esa chica. Bueno, intentaré alguna otra cosa. Voy a repasarlo todo, igual se me ocurre algo.

Cuando entro en mi despacho veo que Luis y César ya están allí esperándome. Me observan un momento y se dan cuenta enseguida del carácter que ha tenido mi noche, pero no toman ninguna actitud crítica pues son muy conscientes de que ha sido mi lujuria la que nos ha servido para detener la investigación.

-El shérif lo ha parado -dice César.

-Lo sé. Me acaba de llamar Agnete, la policía danesa. Dice que han denegado la petición de información sobre la tarjeta de crédito. Está muy ofuscada, quiere encontrar otro camino para esclarecer dónde estuvo Franz Cond esa noche. Pero no habrá muchos más fallos como este ¿verdad?

-No, no te preocupes. Lo más probable es que sus jefes se cansen de pagar dietas y la manden de vuelta en cualquier momento.

Esa posibilidad rondaba ya por mi cabeza, como un temor lejano, pero al escucharla en voz alta mi corazón se encoge y siento una punzada de tristeza. No quiero que Agnete se vaya. Pero no me conviene que se quede si va a seguir removiendo el asunto de Cond.

Empezamos a hablar sobre los preparativos de la siguiente fiesta, será el próximo sábado. Nunca dejamos que una obra de arte de origen dudoso pase mucho tiempo entre nosotros, así que el Rembrandt que tengo en mi despacho tiene que conseguir un nuevo dueño lo antes posible.

-Hemos visto el listado -dice Luis- Van a asistir cinco que ya han sido Atón, seguro que todos van a pujar, y otros tres no han ganado nunca pero han pujado en todas las subastas en las que han estado, por la fiesta, suponemos. Así que la subasta tendrá con seguridad al menos ocho participantes, de momento hay otros tres que son una incógnita pero es probable que uno o dos participen.

-Son los mismos cálculos que yo he hecho -ratifico- Entonces ¿de qué cifra partimos? Es evidente que tres o cuatro de los asistentes van a pelear duro por el cuadro. La cifra de partida debe ser muy alta y hay que marcar una subida de puja también alta. Si al menos tres pujadores van a participar sólo por estar en la fiesta, lo harán al principio y los que de verdad están interesados en comprar van a partir de una cifra considerable. Pero no creo que sea un problema, todos asumen que una obra única no puede salir barata -digo señalando el cuadro que soporta el atril frente a mi mesa.

-Creo que tres millones estaría bien -dice César- Y medio millón por puja.

-Mejor cinco -replico- Y un millón para subir la puja.

-Nunca hemos partido de una cifra tan alta. Aunque es verdad que la gente que viene tiene mucho dinero y es la primera vez que coinciden nada menos que cinco Atón. Puede ser memorable.

-¿Y el ruso? -pregunto- El dueño actual del cuadro. ¿Sabéis algo de él? ¿Ha dicho algo? ¿Ha preguntado algo sobre la fiesta? No me gusta ese personaje.

-Le hemos comunicado la fecha de la subasta. Es un tipo bastante tosco, sólo ha preguntado cuanto dinero se llevará. Le hemos dicho que será un setenta por ciento del precio de venta -explica Luis- Ha preguntado por la fiesta, dice que le parecería más justo tener algún privilegio especial, ser el anfitrión o algo así, dado que es el quien pone el objeto de la subasta. Le hemos explicado que hay unas normas muy estrictas al respecto pero parece que tiene muy pocas referencias sobre la fiesta y no sabe qué las normas no son negociables.

-Este tipo de gente estropea el ambiente, ya lo sabemos -comento haciéndoles participes de mis temores al respecto- Y hemos visto otras veces que por ese motivo suelen ser el objetivo principal de Atón, lo cual termina mejorando el ambiente. Sin embargo, no podemos confiar sin más en que las cosas transcurrirán como nos interesa

-¿Por qué no? Así ha sido siempre. No creo que debamos intervenir. Ellos se arreglarán -dice César.

-Al menos debemos tener un dispositivo de seguridad. Por si acaso. Algunos guardias o algo así, que intervengan si es necesario. No tienen por qué estar en la fiesta, sólo deben estar preparados por si en un momento dado hay que sacar al ruso. No me fío de él.

-Cuanta más gente sepa algo de las fiestas más comprometidos estaremos -replica César- Por su propia naturaleza ya son más indiscretas de lo que nos gustaría.

-Bueno, si los guardias no van a intervenir, tampoco importa mucho que estén en el mismo edificio ajenos a lo que sucede en la subasta o en la sala de las fiestas. ¿No? Sólo por si acaso -le interrumpo.

-El ruso es el primer interesado en que todo salga bien. Es el que pone un cuadro valioso robado y el que va a ganar más dinero con la subasta. Por otra parte está muy bien recomendado. Su carácter tosco y simplón garantiza que en la fiesta su papel será muy limitado -dice tajante Luis.

-Además tiene pinta de rapidillo. A los dos minutos estará servido -bromea César.

-Está bien -respondo dándome por vencido- Si lo veis así, de acuerdo. Es sólo que no quiero que nada salga mal el día de la puja más alta y beneficiosa de nuestra historia.


Malgasto la mañana en la oficina, estoy agotado y muerto de sueño, así que no avanzo mucho en ninguna dirección. Bajo al bar y apenas soy capaz de intercambiar algunas palabras con los parroquianos habituales.

-Este se nos ha echao novia -dice Antonio, el dueño- Mirad que sueño tiene. ¡No le deja pegar ojo! ¡Si estás más delgado y todo!

Por la tarde no puedo resistir más y me duermo un rato en el sillón del despacho. Cuando despierto la noche está a punto de caer. Es viernes pero no tengo nada pensado para el fin de semana. Llamo a Agnete, estoy muy cansado para otro asalto sexual en su habitación pero quizá tiene ganas de salir a dar una vuelta.

-La verdad es que no me tengo en pie. Estoy muy cansada. He pasado el día hablando con la policía española, intentando que soliciten a un juez investigar la tarjeta de crédito pero no ha habido manera. Estoy agotada por la presión y por haber dormido tan poco los dos últimos días, claro. Apenas me tengo en pie, hoy el trabajo no me ha cundido nada.

-¿Te apetece salir a cenar? En plan tranquilo. 

-Creo que me dormiría sobre el primer plato. Si no te importa me voy a quedar en el hotel. Mejor nos vemos mañana.

-¿Te apetece una excursión? A Toledo, en plan turistas nórdicos. Pantalón corto, sombrero de paja y crema solar en la nariz.

-Ja,ja,ja. Qué gracioso.

-Te recojo a primera hora.



No es que sea coleccionista, ni estoy obsesionado con los coches, tampoco soy un vicioso del motor, pero tengo varios coches muy caros en mi garaje. Los he ido comprando pensando en las diferentes “necesidades que puedo tener según las circunstancias. No me gusta cambiarlos y tampoco que se pasen de moda, así que todos son modelos exclusivos que no se ven con frecuencia y a los que les sienta muy bien el paso del tiempo. Me cuesta un poco elegir el apropiado para esta ocasión. No me conviene que sea demasiado ostentoso para que la chica no se sienta incómoda bajo las miradas de los transeúntes curiosos, pero tampoco tiene que ser anodino, quiero que el recuerdo de esta excursión sea muy especial. Hace muy buen día, pero el tiempo aún no es demasiado caluroso así que un descapotable es casi obligatorio. El Bentley azul es demasiado exclusivo y el Aston Martín siempre termina rodeado de gente sacándose fotos. El Jaguar. Sí, es muy bonito, también llama la atención pero no tanto como los otros y tiene ese aire elegante y distinguido por dentro. Sí, el Jaguar rojo es la mejor opción.

Agnete está espectacular, hoy me parece muy guapa, llama la atención. El descanso le ha sentado bien, está relajada y alegre, y su sonrisa me deslumbra cada pocos segundos. Viste una falda corta con flores estampadas y una camisa a juego, sin mangas. A pesar del buen tiempo una vez más me parece que su vestimenta es bastante optimista, aunque seguro que ella me diría que esto es un paraíso, en su país tendrán ahora como mucho cero grados. 

Durante los primeros treinta o cuarenta kilómetros el paisaje no es demasiado atractivo, barrios, naves industriales, casas de ladrillo rojo en ciudades dormitorio, almacenes de muebles, fábricas, más naves, hasta que llegamos al campo abierto y empieza a parecer que de verdad salimos de viaje, aunque sea uno corto. 

-Me gusta el olor del campo que tenéis aquí -dice- Huele un poco a olivo, a tierra y a trigo.

-¿Eres capaz de distinguir todo eso? Quizá es que estoy acostumbrado pero yo sólo noto un ligero olor a campo. Cuando vas a tu pueblo en Dinamarca seguro que el olor es parecido.

-Allí sólo huele a frío. A humedad, a nieve y al olor de los cuerpos que tienen frío. 

-¿La gente que tiene frío huele de una forma especial? -pregunto medio en broma.

-La gente, no tanto. Pero los animales sí. Los renos exudan una especie de vapor con un olor muy fuerte, quizá no pasan frío porque tienen mucho pelo pero ese olor fuerte recuerda al frío. Es extraño, pero recordándolo desde aquí, con este tiempo estupendo, ese olor de los renos tiene un algo cruel, desalmado, algo que te recuerda que en realidad no eres más que una circunstancia a merced de la naturaleza.

-Quizá es una sensación que acompaña al frío y sus circunstancias, más que al olor.

-¿El frío y sus circunstancias?

-Sí, verás, como viajero ocasional he visitado lugares poco poblados muy al norte, donde siempre hay nieve y frío, y una de las cosas que me parecen más características es la falta de actividad general. Es como si con el frío y la nieve pasaran pocas cosas a la vez, como si tus sentidos tuvieran muy poca información que captar. Aquí hay muchos olores, pájaros, sonidos, nubes que se mueven, sol, vegetación de distintos colores, árboles cuyas hojas se agitan, pero en los sitios muy fríos apenas pasa nada en el mismo instante. En esas circunstancias lo que percibes tiene más intensidad, porque percibes menos cosas, y entonces eso que percibes tiene como más sentido, más significado. Si pudieras captar aquí el mismo olor de los renos, en este contexto que tenemos ahora mismo, no te parecería tan cruel, tendría otro significado porque lo percibirías con menor intensidad, ya que tus sentidos estarían captando muchas más cosas. El mismo olor tendría un significado distinto.

-Puede ser -dice sonriendo- Pero te has puesto muy profundo hablando de un olor apestoso.

-Sí, es verdad, no puedo evitarlo, soy tan profuuuundo -respondo mientras alargo mi mano y acaricio su pierna, subiendo por debajo de su falda. Ella separa un poco las piernas, en una estimulante reacción de aceptación que me lleva a pensar en una parada en algún lugar discreto, pero justo después las cierra de golpe, atrapando mi mano.

-Primero turismo. Luego follamos como locos -dice liberándome.

Sin necesidad de acuerdo previo alquilamos una habitación en un lujoso hotel de Toledo, en el casco antiguo. Las vistas desde el gran ventanal son increíbles y ya estoy pensando en cómo plantear el recibimiento a un nuevo amanecer sobre los tejados de la ciudad y me acerco a Agnete con el ánimo que llevan las tropas que asaltan un castillo, pero me recuerda sus deseos. Primero turismo.

Recorremos las calles milenarias y ella admira cada rincón, los edificios antiguos, la catedral, en algunos momentos le parece increíble que algunas zonas concretas sean reales y no un decorado. Sorprende que sigan igual que cuando se construyeron, hace tantos siglos. Pregunta detalles sobre muchos lugares, la mayoría de los cuales desconozco, aunque muchos los invento sobre la marcha.

-Mira, aquí, donde estamos ahora. Esto es igual que hace mil años -dice entusiasmada- Quita las farolas, los cables de la luz y todos esos detalles. Puedes imaginarte aquí a un caballero con capa y sombrero que baja por esta calle y se cruza con un par de monjas, con un anciano que transporta leña sobre su hombro, con una joven que vende leche de cabra que transporta en vasijas de barro su pequeño asno. Un mendigo sucio y desarrapado se apoya sobre ese muro. 

-Entonces conoces la historia. O al menos la llevas en el subconsciente.

-¿Qué historia?

-La que sucedió aquí, en el siglo X -respondo con aire de misterio- Es muy conocida en círculo esotéricos de todo el mundo. Verás, una joven vendía en este cruce de calles la leche de las cabras que su familia criaba y que eran su único medio de vida. Se apiadó de un mendigo que aún más pobre que ella llevaba días sin probar bocado y dormitaba apoyado en esa pared y le acercó un poco de leche en un cuenco. El mendigo despertó sobresaltado y derramó de un manotazo involuntario el cuenco de leche, y un caballero de los de capa, sombrero y espada que por aquí pasaba se acercó a increpar al pobre pensando que aquello que sólo fue un accidente era en realidad una muestra de desprecio. Los dos hombres discutieron y el caballero sin dudar desenvainó su espada y retó al mendigo a un duelo desigual pues éste no contaba con ningún tipo de arma para defenderse. El anciano que transportaba leña le acercó una larga estaca terminada en punta para que pudiera enfrentarse a la espada del caballero y una pelea a muerte comenzó en este mismo lugar. 

La chica gritaba, explicando que había sido un accidente, y trataba de sujetar al espadachín para que no hiriera al mendigo, pero entonces fue el caballero quien la empujó y la tiró al suelo con tan mala suerte que su cráneo se quebró contra esas piedras. Dos monjas presenciaban estos sucesos desde la acera y sin más comenzaron a entonar un cántico tenebroso: a-se-si-no - a-se-si-no. El caballero desesperado se disculpaba y aseguraba que todo había sido un accidente e intentaba que los demás confirmaran esta versión pero todos los presentes callaban, excepto las monjas. Entonces el mendigo le dijo “regálame tu capa y tu sombrero y te diré como sanarla”. El hombre no dudo y cumplió los requisitos. “Vierte la leche que el asno transporta sobre su cabeza y ella sanará”. El caballero volcó una de las tinajas sobre las heridas de la chica, dejando un rastro rosado de sangre y leche, y poco a poco las heridas cerraron y sanaron. La chica empezó a parpadear y se incorporó. De pronto miró al caballero con las cuencas de sus ojos vacías. No tenía ojos. Y con voz grave y gutural acompañó el cántico de las monjas, a-se-si-no - a-se-si-no. El caballero horrorizado se apartó y miró al mendigo buscando una explicación pero ahora las cuencas de éste también aparecían vacías y entonaba la misma canción. Se volvió y comprobó que tanto las monjas como el anciano carecían de ojos pero sus rostros estaban vueltos hacia él con expresiones malévolas, todos recitaban la palabra asesino de forma espeluznante  y señalándole con dedos acusadores. El hombre rodeado de aquellos seres aterradores que le acusaban se volvió loco, recogió su espada y de un tajo lateral se cortó el cuello. Es por eso que esta se llama la calle del Suicidio -concluyo la historia señalando el cartel que anuncia el nombre de la calle.

-Te lo has inventado -dice Agnete.

-¿Me crees capaz de inventarme algo así? Es una historia terrible. ¿Tú crees? ¿estás segura de que lo he inventado? -ella afirma con la cabeza mientras sonríe haciéndome ver que no puedo engañarla- Vale. Esta noche pasaremos por aquí y te dejaré sola en este mismo lugar durante cinco minutos. Dicen que el espíritu del caballero, ahora con las cuencas de los ojos vacías, transita de noche por esta calle, avisando a los transeúntes solitarios de la presencia de un asesino.

-Ni en broma. No me quedo aquí sola ni un segundo, ni de noche ni ahora. Vámonos -responde tirando de mi brazo con fuerza mientras soporta mis risotadas.

Paramos en una pequeña terraza de la calle Comercio a tomar un aperitivo y un par de vinos. El dueño del local nos recomienda un restaurante mientras me mira y me habla como si ella no fuera capaz de entender nada por el hecho evidente de ser de origen nórdico.

-A los turistas les vuelven locos los restaurantes de las cuevas. Sobre todo a las tías. A un par de calles tiene uno que a ella la parecerá fascinante, cuevas y platos de esos de diseño, con poca comida pero todo puesto en el plato muy bonito como si la comida fuera una obra de arte, ya sabe. Pero vamos que le van a pegar un buen palo y en el fondo poca chicha y mucha limoná. Eso sí, a ella le va a gustar, sale de allí complacida y complaciente, eso seguro -dice con mirada de complicidad.

-Oye. Ya me está gustando y mucho, mucho, muuuucho -dice Agnete retorciendo un mechón de su pelo de forma muy sugerente ante la sorpresa del hombre que se despide con prisa.

El restaurante es una cueva inhóspita y milenaria reconvertida en un lugar acogedor gracias a una iluminación bien distribuida y a una decoración cálida y discreta, está llena de recovecos en los que se distribuyen algunas mesas ocupadas por parejas o pequeños grupos de amigos. Elegimos una serie de platos de nombres largos y muy rimbombantes que comparten cierta línea de sabor impreciso, como si estuvieran hechos de lo mismo pero terminados con diferentes formas, así que a mitad de la degustación nos cuesta seguir. Observo al resto de los clientes y me llama la atención una pareja que tenemos muy cerca. El hombre tiene el soporífero aspecto de un comerciante local que cumple con el trámite de la rutinaria cena semanal de los sábados con la parienta, yo diría que es joyero o quizá anticuario. La mujer tiene un atractivo indudable, es guapa y lleva el pelo moreno en un recogido que deja caer algunos bucles que le dan un aire de belleza antigua, sí, tiene el porte elegante de una noble pompeyana. Me pregunto que la ha llevado a juntarse con un hombre tan vulgar, en estos casos me viene a la cabeza el dinero o unas habilidades amatorias increíbles. Me decanto por lo primero. Ella mantiene una expresión aburrida y ausente. Nuestras miradas se cruzan y por un momento me parece leer algo en su expresión.

-Vuelve al planeta tierra -dice Agnete- El restaurante es muy bonito pero los platos son un poco anodinos ¿no crees? Nada está malo pero tampoco demasiado bueno. Igual que los sandwiches que venden en los aeropuertos. Da igual cual elijas, todos saben muy parecido. Hasta la textura es casi igual.

-Sí. Es una pena, porque está muy bien montado. Es un restaurante precioso y muy singular -respondo volviendo a centrarme en ella- ¿Te ha gustado Toledo?

-Ya lo creo. Es una ciudad sorprendente. Y tiene un halo misterioso, aunque quizá me lo parece porque me has sugestionado con todas esas historias que me has contado.

-No es sólo por las leyendas. Es una ciudad con una larga historia en brujería y otras artes del mismo estilo. Y eso está ahí, en cada esquina. Se nota.

-¿De verdad? Bueno, hablemos de otra cosa que te estoy viendo venir y ya me has asustado bastante en la calle del Suicidio -dice sonriendo y justificando el cambio de tema- Me gusta que pongan estas cestas con varios tipos de pan, este está muy rico.

-Sí. Es pan de centeno con semillas.

-Anda ¿De centeno? ¿Sabes que puede estar contaminado por una toxina? ¿Y que entonces puedes tener alucinaciones? Dicen que eso explica las visiones de Santa Teresa.

-¿Sí? -pregunto sorprendido- Ahora eres tú la que me toma el pelo.

-Ja, ja. Pues no. Lo he leído en una revista que había en el mostrador mientras nos registrábamos en el hotel.

-Vaya. Ya no comeré más pan de centeno, con lo que me gusta cuando está todavía calentito -me lamento.

-No te preocupes, parece que ese problema se erradicó hace ya tiempo. Era algo que pasaba hace siglos con el grano, pero ya no. A la enfermedad que causaba la llamaban el fuego de San Antonio.

-Veo que te ha interesado. ¿Qué más decía la revista? -pregunto mientras el camarero nos sirve los postres y se retira.

-No me ha dado tiempo a leer más. Pero te puedo contar otras historias de lo que sea, cuando me acuerde de alguna -dice mirándome don una mirada dulce que me encanta- ¿Qué tipo de historias te gustan?

-Las eróticas -respondo con una sonrisa pícara aunque también con convencimiento- Mucho mejor si tienen un toque pornográfico. No, mejor un toque morboso.

-¿Sí? ¿Te va el morbo?¿En serio? ¿No piensas en otra cosa? -dice mientras yo niego con la cabeza con aire resignado- A mí me pasa igual… ¿Te habías dado cuenta? 

-¿De verdad? -respondo de inmediato notando un súbito calentón- ¿Quieres que nos v..? 

-Creo que voy a ir al baño otra vez -me interrumpe levantándose con una lentitud muy sugerente- Está un poco apartado, por aquel pasillo, en una pequeña cueva anexa.

La sigo por el pasillo solitario y en penumbra. Se vuelve, se ha desabotonado la camisa y la abre despacio, acariciándose los hombros, bajando después a sus pechos desnudos, deleitándose en mi excitación. Hago amago de tocarlos, pero se cubre de golpe y avanza rápido por el pasillo, entrando en el baño de mujeres con rapidez. Un par de segundos después alcanzo la puerta y la abro rogando que no haya nadie más allí dentro. Es un espacio cuadrado, no muy amplio, algo oscuro, con una tenue luz indirecta que deja un rastro ámbar en las paredes, a la izquierda un retrete algo fuera de lugar entre la decoración medieval, a la derecha un amplio mueble que aloja el lavabo, sobre él, en la pared, un espejo refleja la cara anhelante de Agnete. Apoya sus codos en la repisa con la falda recogida por encima de la cintura, sin ropa interior.

-¿Te gusta mi culo? -pregunta mientras separa las piernas y yo cierro la puerta- ¿No te pone a cien que pueda entrar alguien en cualquier momento?

-Creo que no va a dar tiempo, me temo que esto va a ser muy rápido -digo excitado mientras me desabrocho el pantalón con urgencia- Te gusta el riesgo. El morbo. Esas cosas te ponen. No lo niegues.

-¿No lo habías notado hasta ahora? -dice con la voz entrecortada por mis embestidas alocadas mientras ambos miramos hipnotizados nuestra lujuria en el espejo.

-Llevas todo el día pensando en esto. ¿Verdad? Igual que yo -respondo.

-Sí. -jadea- Pensaba que insistirías un poco más, en el hotel. Desde entonces he estado esperando a que te decidieras. Te ha costado pero la espera ha merecido la pena.

Mientras acompasamos el ritmo la puerta del baño se abre y me detengo por un segundo. Es la mujer de la mesa de al lado, la pompeyana, la mujer del joyero. No muestra sorpresa al encontrarnos así, al contrario, cierra la puerta y se apoya en ella, mirándonos con evidente deleite. Sus ojos me piden que siga. Agnete la ve a través del espejo y hace amago de retirarse pero la sujeto por el pelo y la obligo a permanecer en la misma postura mientras reanudo mis envites. Comienza a gemir, más excitada aún que antes, mirando a la mujer morena desde el espejo.

Ella nos observa, en sus ojos leo la lujuria y el deseo. Ya he visto antes esa mirada, muchas veces, en las fiestas. Inspirado por esos recuerdos y sin parar de moverme, alargo una mano y le acaricio un pecho por encima de su blusa. Ella me suelta un bofetón.

-Tú no. Ella -dice con voz dulce y ansiosa.

Vuelvo a tirar del pelo de Agnete y la obligo a incorporarse, la coloco frente a la mujer sin parar de penetrarla con frenesí. Se besan con dulzura mientras la falda de la pompeyana cae al suelo y Agnete introduce la mano entre sus bragas. No resisto mucho más.

Unos minutos después volvemos a las mesas comentando lo bonito que es el restaurante, como si nada hubiera pasado. Nadie parece imaginar lo que acaba de ocurrir en el baño. Los camareros esperan entre aburridos y agotados la hora del cierre que ya se acerca. El empresario joyero, o anticuario, dirige a su mujer una mirada enfadada mientras ella se sienta de nuevo.

-Ya pensaba que te habías quedado encerrada en el baño. Estaba a punto de ir a buscarte -dice con un tono tosco y algo brusco.

-Sí, es que me he quedado encerrada. Ellos me han ayudado a salir -dice mientras nos dirige una sonrisa agradecida que yo devuelvo con timidez y Agnete con la mirada anhelante de un encierro más prolongado.

Cuando llegamos al hotel no tardamos en desnudarnos de nuevo. Agnete cabalga sobre mí poseída por una especie de trance frenético mientras yo acaricio sus pechos.

-¡Huele tus manos! -ordeno y ella obedece- ¿Notas su olor? Como huelen a su sexo. Te gusta ¿verdad? Te gustaría que ahora estuviera aquí con nosotros, de pie delante de ti, que te obligara a hundir tu cara entre sus piernas. 

Agnete afirma, gime, grita, llora de placer y yo aullo como un lobo perdido en el monte que después de cien años ha encontrado a su loba perdida también. Otra noche dura en la recepción del hotel, quejas y más quejas de huéspedes que no pueden dormir.

La noche es larga y a la vez muy corta. El sol nos encuentra esta vez rendidos sobre la cama, aletargados, mirando los tejados con languidez, en una escena que podría ser la de dos amantes agotados de intercambiar el amor más sencillo y las palabras más románticas. No nos ha visto durante las horas anteriores, de lo contrario este amanecer sería rojo, ruborizado por el escándalo, tembloroso, después de la impúdica madrugada.

La mañana es cálida y pausada, una de esas mañanas en que cada acción, cada movimiento parecen perderse en una sucesión de lentitudes que conforman una eternidad. Desayunamos en una terraza muy tranquila bañada por la luz del sol todavía languida, en los jardines interiores, que es servida por la cafetería del hotel. Hay bastantes mesas ocupadas pero nadie parece reparar en nosotros, no saben que somos los que anoche no les dejaron dormir. 

-Es raro -dice Agnete- En todo el fin de semana no hemos hablado del caso que me ha traído aquí. Y eso que es lo que en un principio nos unió. ¿Es buena señal?

-Agnete -replico en un arranque de sinceridad irreflexivo- no hemos hablado de eso por una razón evidente. No parece que la investigación vaya a prosperar y eso significa que te ordenarán volver a tu país más pronto que tarde. Lo cual terminará con nuestra naciente, ardiente y prometedora relación si no tomamos alguna decisión al respecto.

-Yo no lo veo tan claro -responde- Quiero decir, me parece que todavía no tendré que volver. Me quedan algunas cartas que jugar.

-¿De verdad?¿Cuales? -digo poniéndome en alerta ante la posibilidad de que en la investigación haya quedado algún cabo suelto que pueda llamar la atención sobre el negocio de las subastas

-Verás. La chica que estuvo con Franz, la de la tarjeta de crédito que no puedo investigar. Era de un país del este, tú mismo me dijiste que te dio esa impresión y en el hotel están seguros de ello. Bueno, lo probable es que si iba a coger un avión por la mañana temprano fuera a su país ¿no?

-Quizá no -digo intentando sembrar la duda- Puede que se marchara a París o a Londres de compras, por poner un ejemplo.

-Puede. Sólo digo que es probable, no que sea seguro -dice acaparando ya toda mi atención- Esa mañana a primera hora sólo salió un avión hacia países del este, con destino a Praga. ¿Qué te parece?

-Pues que si no consideran necesario investigar la tarjeta de crédito tampoco les parecerá bien averiguar algo sobre la posibilidad de que la mujer viajara en ese avión.

-Lo sé. Por eso no voy a preguntar aquí -responde con seguridad- Tengo un amigo en Chequia. Es comisario de la policía de Praga. Estudiamos juntos en un seminario internacional sobre terrorismo y aún mantenemos contacto. Le llamé el viernes y le facilité la descripción de la chica, edad aproximada, etc y me dijo que va a solicitar la lista de pasajeros para darle una vuelta.

-Pero su descripción física no sale en la lista de pasajeros aun suponiendo que hubiera viajado en ese avión ¿cómo va a saber que era ella sin conocer su nombre?

-Mujer que viaja sola, unos treinta años. No iban muchas en ese vuelo, seguro. Imagínate, quizá hasta pagó el vuelo con la misma tarjeta de crédito que el taxi y si mi amigo pide los movimientos aparecerían ambos, se podría demostrar que es la misma persona.

Mi estómago se encoge de tal forma que no soy capaz de seguir con el desayuno y la preocupación me sumerge en un estado de animo taciturno y pensativo. No sé qué hacer, nuestras influencias no llegan hasta Chequia. O al menos no lo creo, tendremos que comprobarlo.

El viaje de vuelta a Madrid es tranquilo, conduzco despacio, disfrutando de un tiempo agradable tras una noche agotadora pero muy satisfactoria, con la radio a bajo volumen. Sólo me altera la creciente presión que oprime mi pecho.

-Al final no lo hemos hablado -Agnete rompe el silencio.

-¿No lo hemos hablado? Me pillas en blanco ¿A qué te refieres? -respondo tratando de no parecer alterado.

-De nosotros. De qué haremos cuando tenga que volver, que por mucho que las cosas se alarguen terminará siendo en unos días -responde apartándose el pelo de la cara con un hermoso gesto que encoge aún más mi estómago.

-La pregunta es si vamos a intentar seguir con nuestra relación o si vamos a darla por terminada debido a la distancia ¿verdad? 

-Sí, de eso se trata -dice ella- ¿Tú qué crees? Bueno, ¿qué sientes?

-Pues que no me gustan los países fríos. Que este es un sitio mejor para vivir. Que tengo una posición muy acomodada. Que te acogería con tanto cariño que no lo creerías. Serías una princesa. No tendrías que preocuparte de nada, nunca más. Y estaríamos juntos.

-Vaya, es una oferta tentadora. Porque ¿es una oferta, no? -dice riendo- Pero lo que me preocupa es lo que sientes más allá de nuestro buen entendimiento en la parte física.

-Siento que me gustaría que te quedaras porque sé que si lo haces nunca más te vas a querer ir, ni yo voy a dejarte -respondo tratando de ser sincero sin parecer sensiblero, intuyendo a la vez lo difícil que sería mantenerla ignorante del carácter de mis actividades económicas en caso de que se quedara conmigo- Y ¿tú? 

-Me gusta este país. Me gusta esto de que el sexo sea como en la guerra, sin piedad -ríe de nuevo- Creo que hasta me gustas tú. 

Guardamos silencio pero la radio continua “Me gusta la canela, me gustas tú. Me gusta el fuego, me gustas tú. Me gusta menear, me gustas tú”. Nos miramos y reímos acompasados, compartiendo una certeza.





A primera hora del lunes me reúno con los abogados y les explico la situación. No tenemos contactos en Praga. Hacemos algunas llamadas pero ninguna de nuestras influencias utilizables en un caso como este llega hasta tan lejos. No tenemos más remedio que esperar.

A media mañana llamo a Agnete con la motivación de intentar averiguar si hay alguna noticia de su amigo checo, pero sabiendo que también me apetece escuchar su voz. Se me ocurre que quizá puedo convencerla para que se traslade ya a Madrid, para que deje la policía de inmediato, hoy mismo y empecemos nuestra nueva vida.

-No puedo hacerlo así -se ríe ante mi repentina impaciencia- Tengo que dejar un tiempo para que busquen a otra persona, siempre se han portado bien conmigo. Además debo explicárselo a mi familia con calma. Tendrías que venir tú antes. Si no te importa, vamos. Para que te conozcan y se queden tranquilos. Que vean que eres decente y todo eso.

-¿Decente? Me gusta que digas eso a pesar de lo del baño del restaurante. 

-Bueno, eso fue muy indecente. No sé cómo pudiste tratar con tan poca delicadeza a una dulce e inocente doncella como yo. En mi pueblo no podremos repetirlo, es un lugar indiscreto. Tendré que compensarte después.

-¿Qué tal lo demás? ¿Alguna novedad de tu amigo de Praga?

-Sí. Cree que puede identificarla. A lo mejor pronto tengo un teléfono y puedo llamar a la misteriosa mujer morena.

-¿Crees que te atenderá? ¿Tiene obligación de hacerlo siendo ciudadana de otro país?

-No. Pero si no está implicada de forma directa puede que no la importe hablar. Y si no quiere hablar ya tendremos una conducta sospechosa. En cualquier caso requerirá una investigación que será muy difícil a nivel diplomático, repleta de papeleos, autorizaciones, solicitudes internacionales, etc. Me da igual porque no me tocará a mí llevarla a cabo.

Respiro aliviado pensando que si localizan a la chica es muy probable que se niegue a colaborar sin hablar antes con un abogado, esté o no implicada en la muerte de Franz Cond. Y una vez recurra a un abogado será muy difícil que facilité algún tipo de dato. Sobre todo si nosotros nos encargamos de que la asista el abogado adecuado.

Lo preparo con Luis y César. Decidimos contratar a un abogado internacional muy amigo que se ocupará de defender a la chica y de asesorarla desde el principio. Luis se encargará de hablar con la chica para explicarla en que situación puede verse envuelta y que esté preparada para recibir con alegría a nuestro letrado. Repite una y otra vez que no pondrá pegas, sus referencias eran buenísimas, prostituta de alto standing de discreción garantizada.

Sobre las 2 de la tarde bajo al bar y Antonio me sirve una ración de callos con patatas. Le digo que hoy tengo el estómago perjudicado tras los excesos del fin de semana y necesito algo más ligero y suave. Con mala cara me hace una tortilla francesa con jamón.

-Anda que no eres rarito. Los callos te hubieran arreglado el cuerpo pero bien.

Una vez más estoy un poco ausente en la conversación del grupo de amigos. Como todos los lunes charlan sobre fútbol, jugadas, resultados, árbitros y hoy no tengo ni ganas de fingir que conozco los pormenores. Estoy dándole vueltas al problema de la chica checa, a si de verdad Agnete va a dejar su vida para venirse a vivir conmigo. No me había parado a reflexionar sobre eso. Me pregunto si de verdad quiero que eso ocurra y si la responsabilidad de que apueste tanto por mí no me pasará factura después.

Al volver a la oficina la llamo enseguida pero su teléfono está apagado. Me inquieta e intento tranquilizarme razonando problemas de cobertura, falta de batería o que su móvil está en silencio. Quizá está en algún lugar o situación en los que no puede sonar una llamada. Me interrumpe Luis entrando en mi despacho sin llamar.

-No consigo localizar a la chica. Ni en su móvil, ni a través de la persona que nos puso en contacto. Puede que esté sin cobertura, o sin batería, o comiéndosela a alguno en la suite presidencial de un hotel de seis estrellas, pero la cuestión es que no consigo hablar con ella.

Nos miramos y la inquietud que refleja su mirada se une a la que bulle en mi interior y empiezo a notar un nudo apretado alrededor de mi garganta. Empiezo a sentir urgencia por localizar a Agnete, necesito saber qué está haciendo, que me diga que todo es normal, que por la tarde saldremos a dar un paseo y a cenar.

Cuando salgo de la oficina las cosas siguen igual, no hemos logrado localizar a ninguna de las dos. Decido acercarme hasta el hotel de Agnete pues me inquieta mucho que no me haya llamado para  salir después del trabajo, una cosa es que no tenga cobertura o batería durante un rato y otra diferente que no haya contactado conmigo en tantas horas. El recepcionista del otro día disfruta ante mi consternación cuando me cuenta con fingido lamento que la señorita danesa ha abandonado el hotel a mediodía sin dejar ningún tipo de nota, ni comentar su destino.

Las cosas continúan igual durante el día siguiente. Intento localizar a Agnete en su móvil, en la comisaría española, incluso llamo a su trabajo en Dinamarca tratando de saber algo sobre ella. La única respuesta que obtengo es que sigue destacada en el extranjero realizando una investigación sobre un ciudadano danés. Luis ha obtenido los mismo resultados tratando de hablar con la prostituta checa, su teléfono está fuera de cobertura y el contacto que nos la presentó tampoco ha logrado localizarla.

Charlamos un rato y nos damos cuenta de que quizá estamos preocupándonos en exceso. Que no podamos localizar a una prostituta de alto standing entra dentro de la normalidad, sus trabajitos pueden durar días y desde luego no va a estar atenta al teléfono por si nosotros la llamamos. En cuanto a Agnete otro tanto de lo mismo, es una agente de policía que puede no estar localizable por muchos motivos, incluso ha podido cambiar de teléfono por razones de seguridad o por causa de la investigación. Lo que no sabe Luis es que en mi caso resulta muy extraña la falta de comunicación de Agnete, es muy raro que cuando mejor nos estábamos entendiendo, cuando empezábamos a hacer planes en común haya desaparecido. Por una parte estoy muy preocupado por si le ha pasado algo malo y por otra parte tengo un mal presagio. Luego me da por pensar que quizá ha salido corriendo ante la perspectiva de venirse a vivir conmigo, igual pensando con un poco más de calma se ha dado cuenta de que es mejor poner tierra de por medio sin decir adiós ni dar explicaciones. Y esa idea me produce una sensación de alivio inmediato porque resolvería mi inquietud actual pero también siento una gran tristeza de fondo. Va a ser que al final me gusta de verdad y que estoy dispuesto a probar con ella lo que nunca he querido compartir con nadie.

Luis me saca de mis pensamientos con un empujón, tenemos más cosas de las que ocuparnos, asuntos que no pueden esperar. El sábado será la subasta del cuadro más interesante que nunca ha pasado por nuestras manos y la fiesta posterior tiene que estar a la altura. Ha sido inevitable que el ruso que pone el cuadro a nuestra disposición participe en la fiesta así que es un elemento más de tensión, un factor más a controlar en un equilibrio muy delicado, en una puesta en escena perfecta que puede carecer de todo sentido si alguien no encaja bien.

Repasamos la lista con mucha atención, tratando de reseñar las peculiaridades de cada participante, aquellas particularidades personales que si se perturban pueden generar disgusto o incomodidad y pensamos en la forma de evitar que el carácter rústico del ruso las altere. Para César la cuestión está muy clara, Atón y el grupo decidirán enseguida que el personaje que ha impuesto su presencia en la fiesta será objeto de mofa, escarnio y humillación, por lo que su presencia será un aliciente y todo saldrá muy bien sin necesidad de que nos preocupemos tanto.

Luis y yo lo vemos de otra forma, pensamos que el ambiental es un factor decisivo, que tiene un equilibrio muy débil, que puede ser alterado con facilidad por alguien que no tenga la sensibilidad adecuada. Aunque también creemos que es posible que cuando el ruso esté inmerso en el contexto se someta sin condiciones y participe del éxtasis colectivo con una entrega total. Sin embargo, decidimos repasar la lista con detalle intentando identificar los puntos sensibles de cada participante.

-Tenemos 16 asistentes, de los cuales creo que van a participar en la subasta 10 ó 12. Por tanto, tenemos cuatro o cinco mirones, que sólo estarán allí por curiosidad y que no pujarán. Por supuesto todos ellos son de confianza y garantizada discreción, de eso no debemos preocuparnos -explica Luis con seguridad- Bien, de los 12 casi seguros participantes seis son españoles y otros seis extranjeros, dos alemanes, dos suizos, un italiano y un mejicano. De ellos cinco han sido ya Atón al menos en una ocasión y son precisamente estos cinco los que cuentan con el nivel económico necesario para llegar hasta el final de la puja. 

-Concretemos -respondo con impaciencia.

-De acuerdo. Tatiana, la primera Atón, y Séneca son españoles, les conocemos de sobra -explica utilizando los apodos que acordamos utilizar al comienzo de nuestras andanzas- Tenemos también a Goethe, el alemán, Federer, el suizo, y Sergio, el mejicano. Es una reunión sin precedentes.

-De esos cinco ¿quienes pueden estar dispuestos a pujar para ganar a toda costa? 

-Todos. Es impredecible. Tatiana, Goethe y Federer lo harán seguro por el cuadro y por el morboso de ser Atón frente a todos esos anteriores Atón. Sergio y Séneca quieren el cuadro, aunque para nada les disgusta la fiesta.

-Entonces no sabemos quién puede ganar. Y los gustos de todos esos personajes son muy variados, es imposible tratar de predecir el daño que puede hacer el ruso en la fiesta.

-Dejad de pensar en eso -replica César- Le van a dar para el pelo.

-Quizá tengas razón -reflexiono en voz alta.

-¿Lo dejamos así? -pregunta Luis.

Mi teléfono móvil interrumpe la conversación de una forma abrupta y despiadada pues estábamos muy concentrados en nuestro análisis. Tardo unos segundos interminables en sacarlo del bolsillo interior de mi chaqueta y cuando por fin consigo mirar la pantalla casi doy un respingo, es el número de Agnete. Salgo del despacho corriendo, buscando un poco de intimidad, ante la mirada sorprendida de mis socios.

-¡Agnete! Pero ¿qué ha pasado?¿Dónde estás? Llevo dos días intentando localizarte. Estaba muy preocupado.

-Me has mentido -replica con extrema frialdad.

-¿Qué? Pero ¿a qué viene eso ahora? No me digas que estás enfadada y que tu ausencia se debe a que me has estado evitando.

-Me has mentido, por eso no has podido localizarme.

-Estuve en tu hotel y no sabían dónde te has ido -sigo con mis explicaciones- Pero ¿qué es eso de que te he mentido? ¿A qué viene eso? Si hay un malentendido con algo podrías haber pedido explicaciones.

-Sabes muy bien quién es la chica. La checa. Estuvo en una subasta y luego en una extraña fiesta para pervertidos sexuales, con Cond. Una fiesta que patrocinaste tú.

-La fiesta… -respondo tras unos segundos sin saber cómo reaccionar- La fiesta. Estás con la chica en Praga ¿no es así? La localizaste, has ido a verla y te ha contado lo que pasó. Bien. Es verdad, no te voy a mentir otra vez. En realidad no es que te haya mentido, es sólo que no podía contarte todo eso, hubieras pensado que soy alguna clase de ser pervertido y no me hubieras dejado acercarme a ti.

-Me has mentido en todo eso. Desde el principio. Cualquiera sabe en cuantas veces me habrás engañado después, cuantas veces habrás decidido qué me conviene saber y qué no -sigue diciendo con tono helado- Y no es un tema banal. Sabías qué hizo Cond durante todas las horas de aquella noche que yo tenía en blanco y has dejado que me vuelva loca buscando datos, interrogando a gente y rogando a unos y otros para conseguir información.

-Pero tienes que entender cual era el fin último. No trataba de engañarte, sólo de ocultar una parte de mí que no me representa como persona, trataba de evitar que esa faceta de mi trabajo te impidiera verme como soy.

-No me creo que al principio, desde el primer momento, cuando me empezaste a mentir, tuvieras ninguna intención de que nos conociéramos mejor. Entonces para ti era sólo una agente de policía extranjera que llegaba para hacer preguntas incómodas relacionadas con un tema que querías evitar a toda costa. 

-Sí, pero enseguida empecé a verte de otra forma, a tener interés por ti, y ya no podía echar marcha atrás. No me hubiera ganado tu confianza contándote todo eso.

-Vale. Te ganaste mi confianza. Y ahora que la tienes, cuéntamelo. Explícame todo lo relativo a esas fiestas, a las subasta. Ahora ya he visto tu lado bueno, así que puedes hacerlo ¿no? Además te conviene, alguien mató a Cond y tus mentiras, tu ocultación de los hechos, siembran muchas dudas sobre ti. Cuéntamelo.

-Agnete. No, no puedo -respondo con resignación- No puedo porque hay personas importantes en todo esto a las que dejaría en una posición muy comprometida y toda mi credibilidad quedaría arruinada.

-Tienes claro entonces que tus abogados te sacarán del apuro, que no te hace falta explicarte. Pero también que te importa más tu negocio que yo. Ni siquiera te planteas la posibilidad de contarme todo y pedirme que lo comprenda y guarde silencio.

-Eres policía, Agnete.

Una serie de pitidos intermitentes indican que ha colgado. Marco su número una y otra vez pero la llamada siempre es rechazada. Me resigno y mi corazón se endurece, y la razón me dice que debo empezar a pensar cómo contener el huracán que puede sobrevenir como consecuencia del descubrimiento de Agnete. Si pone esa información en el conducto oficial me veré envuelto en muchos problemas que al final resolverán mis abogados, eso es cierto, pero las consecuencias pueden causar un daño irreparable al negocio. No queda otro remedio, debo sincerarme con los abogados y juntos tendremos que disponer todo lo necesario para defender nuestro negocio.

-Eres un puto gilipollas. Eso es lo que eres -dice César tras mis explicaciones- Enamorarte de la mujer que nos investiga, manda cojones.

-No tenemos tiempo para eso, César. Hay que preparar contingencias para todas las posibilidades que se nos ocurran. ¿Podemos anular la fiesta? -dice Luis interrumpiendo a su colega sin contemplaciones.

-No podemos preparar contingencias para todo ¡joder! -responde César en voz alta- De ninguna forma podemos anular la subasta o la fiesta, generaríamos una gran incertidumbre y todos se darían cuenta de que tenemos algún fallo de seguridad. Algunos ya están en Madrid, sería inaceptable, sobre todo teniendo en cuenta la obra que se va a subastar.

-Creo que César tiene razón -indico tratando de calmar sus ánimos y de llevar la conversación hacia algún punto productivo- Es cierto que he sido muy imprudente, no pensé, no me di cuenta de que las cosas podían tomar estos derroteros. Lo siento, pero ahora eso no sirve de mucho, tenemos que intentar contener el problema. Creo que deberíamos ir al origen, debemos investigar a fondo la cuestión principal ¿Quién mató a Cond? Después de lo que hemos sabido por Agnete parece probable que le aplicaran el veneno en la fiesta, las heridas no eran serias, debieron curar muy pronto.

-Ya repasamos el otro día quienes asistieron a la fiesta y no encontramos nada. No estoy muy seguro de que sea como dices, quizá tenía enemigos en otro lado y se las arreglaron de otra forma -replica César todavía con resentimiento en la voz- Pero es una forma de empezar. Lo cierto es que si supiéramos quién le mató sabríamos también a qué clase de problema nos enfrentamos.

-Estoy de acuerdo -prosigue Luis tras sacar de la caja fuerte el que llamamos libro de las fiestas, un grueso tomo en el que apuntamos todos los detalles de cada celebración con la finalidad de pulir los fallos y mejorar la organización- Bien, la primera sospechosa es evidente, la chica checa. Ella fue quien le azotó así que lo tuvo fácil para aplicarle el veneno. Pero no le conocía de nada, nadie relacionado con Cond sabía que ella le acompañaría a la fiesta. Ni ella misma sabía quién era Cond hasta que le conoció.

-Sí, parece improbable que ella pueda estar involucrada. Atón también estaba muy cerca, animando a la chica -puntualiza César- Pudo hacerlo sin ningún problema. Era Tatiana y ese día estaba especialmente exaltada. Además, sólo algún asistente habitual podía saber que a Cond le gustaban los latigazos y que sería posible aplicar el veneno en una herida.

-Pero no podemos dudar de Tatiana. Tendríamos que dudar de todos. Aunque quizá estemos ya en ese punto -apunta Luis.

-Es cierto, no debemos descartar a nadie ¿Alguien le curó las heridas antes de marcharse? -pregunto.

-No -responde César- No eran graves, algunas laceraciones con un poco de sangre por aquí y por allá. De todas formas no quiso usar el botiquín, después de la fiesta se vistió y se marchó con la checa.

-¿Alguien más estuvo cerca de él después de que le fustigarán? -hago la pregunta sabiendo que la respuesta será imprecisa pues no tenemos todo lo ocurrido anotado en el libro y tampoco es posible recordar todos los detalles.

-No creo -dice Luis repasando el libro- La fiesta acabó muy poco después, tras un éxtasis bastante breve. El tipo ese, Franz Cond, no despertaba mucho morbo que se diga.

-¿Y el otro tío? -pregunto recordando algunos detalles- El que lamía los pies de Atón a cada paso. ¿Quién era?

-El francés, Rousseau -responde Luis con presteza, buscando información en el libro- Sí, Atón le castigó y estuvo toda la fiesta lamiendo sus pies y pidiendo perdón.

-Vaya. Sí, el asqueroso francés -reflexiona César- Ese tío ha estado en varias fiestas ¿fue Atón alguna vez?

Pasamos un rato observando cómo Luis busca en sus anotaciones y listados. Niega con la cabeza, el francés nunca ganó una subasta, es uno de los que participa sólo para poder asistir a la fiesta posterior.

-Le recuerdo -digo- Sí, es un personaje que me produce cierta repugnancia, no sé bien por qué. En mi mente le tengo clasificado como un envidioso aunque apenas le he saludado alguna vez y no tengo razón objetiva para ello.

-Nunca ha destacado en nada -dice Luis.

-¿Envidioso o celoso? -pregunta César sobre mi reflexión anterior.

-Celoso. Sí, esa es la palabra adecuada.

-No sé. Siempre viene sólo -dice Luis- No puede tener celos de lo que pueda sucederle a su acompañante. Esa sería la situación ¿no?

-No, no, no -responde César- Algo pasó con este tipo. No lo recuerdo, es un personaje secundario. Pero tengo la misma sensación que tú -dice mirándome- Es un tío raro, que siempre desea tener la atención de Atón, aunque signifique ser maltratado.

-O por eso -subrayo.

-Y ¿qué tiene eso que ver con Cond? -pregunta Luis.

-No lo sabemos. Pero busca en el libro. Quizá alguna vez le robó el protagonismo, le quitó la atención que deseaba -dice Luis señalando el libro.

-Dejemos aparte a Rousseau. Tratemos de recordar si alguno de los asistentes a la última fiesta tuvo algún roce con Cond en algún momento anterior. Hagamos un ejercicio de desconfianza, con todos.

Después de horas repasando la lista nos damos cuenta de que apenas tenemos nada. Sólo Tatiana, Rousseau y la checa pudieron hacerlo. Nadie más estuvo cerca de Cond después de ser castigado. Resulta muy difícil creer que Tatiana pudiera involucrarse en algo así, apenas conocía a Cond y de haber tenido tanta animadversión oculta hacia él seguro que lo hubiera resuelto de otra forma, lejos de las fiestas y de cualquier cuestión que pudiera relacionarse con su persona. Hubiera hecho un encargo y asunto resuelto.

Hemos encontrado en los registros un pequeño altercado entre Cond y el francés pero no ha servido para infundir sospechas convincentes. Una breve discusión sin importancia por un lugar más cercano al escenario central. Nada que pudiera haber llevado a Rousseau a asesinar al danés.

La prostituta checa queda fuera de toda duda. No conocía a Cond, no sabía con quién iba a estar antes de encontrarse con él. Así que no tenemos nada, no podemos pensar en una estrategia correcta para protegernos sin saber quién le asesinó y por qué. La única opción es tratar de contener el daño que una investigación desatada por Agnete pueda llegar a hacernos. Así que los abogados se ponen a preparar todo tipo de trabas, más aún de las que ya tenemos diseñadas desde el principio del negocio por pura prudencia. Quizá en la práctica no recibiremos demasiados daños directos, al fin y al cabo es el testimonio de una prostituta contra el del resto de personas que con seguridad declararán que nada de eso sucedió y que no la conocen. Además será una investigación forzada, llevada por el agente más torpe y desganado de la ciudad, de eso se encargará el sheriff, y es probable que el sistema judicial no sea muy ágil. El problema está más en los daños colaterales, las preguntas imprescindibles pueden incomodar la sensibilidad de algunas personas y si se genera un mínimo poso de inseguridad se extenderá sin remedio y nadie volverá a nuestras subastas. Por otro lado, es fundamental que la investigación no se haga pública, si sale en la prensa estamos acabados. Ese es en realidad el gran problema, que nuestros clientes teman que su imagen pública se vea afectada. Y no es posible influir en todo lo que se publica en toda la prensa, la mejor solución es no salir.

-No hay ningún sospechoso entonces -dice César- Pero necesitamos un plan de contingencia por si llega el caso. Alguien a quien culpabilizar, un posible culpable por si hay que entregar una cabeza de turco. ¿Me equivoco?

-No -responde Luis tras unos segundos de incómodo silencio- Está claro. Llegado el momento tenemos que entregar a un posible asesino. Si la investigación se descontrola y prospera hasta ese punto la única alternativa es entregar a alguien. 

-Y ese alguien sólo puede ser la chica checa -interviene César.

-Pero es difícil que las cosas lleguen a ese punto -comento- Lo más seguro es que la investigación se pierda en papeleos, órdenes que no llegan y en una desidia general.

-Se te olvida que están los daneses. Que tu amiga puede tocarnos mucho las pelotas si convence a la policía de su país de que puede resolver el caso. Si ven que aquí no se actúa con diligencia pueden recurrir a algún mecanismo internacional y complicarnos la vida pero bien -explica César- No sé, imaginad que interviene la Interpol o designan un equipo de investigación internacional. Esto puede convertirse en un escándalo de consecuencias imprevisibles.

-¿Y cómo la señalamos de una forma creíble? -pregunta Luis- Sobre todo ahora que Agnete está con ella. Desconocemos cuánto ha podido contar.

-No importa. Habrá contado la verdad, lo que sabe, lo que vio. Pensará que de esa forma está protegida -responde César deduciendo lo más probable- Pero no puede controlar la información que otros faciliten. Sólo hace falta crear una duda razonable, algo como que ya conocía a Cond antes de aquel día. Si eso se desvela como una verdad las tornas cambiarán y será la sospechosa principal, si aparece una mentira todo empezará a cuadrar, fue la que estuvo más tiempo con Cond aquel día, la que le fustigó, la que se marchó con él a un hotel.

-Perfecto -dice Luis- ¿Cómo lo hacemos?

-Hablaré con el contacto que nos la presentó, es de toda confianza y seguro que querrá colaborar en salvaguardarnos, por su propio bien. Quizá pueda situar a la chica en Dinamarca, o en algún otro lugar, con Cond, en una fecha concreta. Me encargo -responde César.


Pasamos los siguientes días muy nerviosos y temiendo que en cualquier momento aparezca Agnete dirigiendo a un grupo de policías que pongan todo patas arriba. Por si acaso hemos trasladado el Rembrandt, esta vez muy bien embalado, a una caja fuerte en la compañía de seguridad de un amigo. Yo además me siento encogido y triste por la forma en que se ha derrumbado mi incipiente relación amorosa. Parece imposible volver atrás, recuperar a la chica y tener un final feliz. Hemos seguido con los preparativos de la fiesta como si nada pasara, esa parte nos parece importante, si queremos mantener la normalidad debemos aparentarla. Es probable que nada nos perjudique si no mostramos dudas, si mantenemos la línea recta.

El sábado por la mañana tenemos todo organizado para una subasta memorable y una fiesta irrepetible y por fin hay buenas noticias.

-Todo está arreglado -nos explica César en su despacho- Hablé con el contacto en Chequia y también investigué sobre Cond. Resulta que ese capullo estuvo en una feria de carne en Bratislava hace unos dos meses y en esas mismas fechas nuestra amiguita checa estuvo encamada durante tres días en un hotel de Praga con algún macarra del este. Sin salir, sin usar sus putas tarjetas de crédito, sin ver a nadie. Así que hemos podido arreglarlo situando a la putilla en el mismo hotel que Cond, visitándole en su habitación.

-¿Cómo? -pregunto intrigado.

-Se dejó allí una prenda íntima. Pelitos, ADN, ya sabes. El hotel la conserva bien datada, con la fecha y el número de habitación por si es reclamada por quien se la dejó -dice César con cara de astucia- Y además un camarero recuerda perfectamente a la dama y también el recepcionista del hotel. Es una mujer muy llamativa, difícil de olvidar.

-Impresionante -interrumpe Luis con admiración- Pero ¿cómo se supone que ella llegó a Bratislava? Deberían quedar registros del viaje en avión. Eso puede ser una laguna.

-En absoluto. Praga y Bratislava están a unos 300 kilómetros, pudo ir en tren, en coche, en autobús, sin dejar ningún tipo de registro. Será ella la que deberá demostrar que no estuvo allí. Y no podrá, pues será imposible probar dónde estuvo en realidad. Nos da lo mismo, sus braguitas estaban en la habitación de Cond, del tipo al que acompañó a una fiesta sexual unas semanas después, en la que le fustigó y murió a los pocos días envenenado por el raro veneno de una araña, que sólo mata aplicándolo en una herida. Por cierto -añade con cara de picardía- En casa de la chica hay un nuevo libro, “Venenos del mundo animal”.

-Joder, ¿cómo has logrado todo eso? -pregunta Luis.

-Como siempre. Influencias y dinero.


Sobre las seis de la tarde empiezan a llegar los asistentes a la subasta. Tatiana con su marido, elegantes y distinguidos como siempre, orgullosos y altivos como si acudieran a una partida de bridge en su honor en lugar de a una subasta ilegal con el premio de una orgía imprevisible. Goethe, sesentón bajito y rechoncho, con su voluptuosa novia treinta años más joven, apretada en una corta minifalda y en un corpiño de estilo gótico, preparada para disfrutar de una ración de anhelado sexo salvaje. Esa chica, cuando tenga las cosas bien atadas, apretará un poco los muslos y dejará seco al pobre Goethe.

Les hacemos pasar a la sala de recepción y servimos bebidas y aperitivos para amenizar la espera hasta la hora de comienzo de la subasta. Todos toman el champán más caro que tenemos, excepto Tatiana, para ella siempre hay reservada una botella de su vino blanco predilecto, exquisito y desconocido para los mortales de a pie. Cuando acabamos de servir las copas entra en la sala Sergio, alegre y bromista como siempre, acompañado de una atractiva joven desconocida que esta noche hará las delicias del resto, puede olerse ya en el ambiente.

-¡Qué raro! -dice Sergio señalando el atril vacío que se ve en la contigua sala de subastas- No tenéis aquí el cuadro que se va a subastar. ¡Espero que todo esto no haya sido sólo un montaje para hacerme venir y disfrutar de mi compañía!

-No se preocupe -responde Luis con aire profesional- El cuadro es muy valioso y no queremos correr riesgos de ningún tipo. Llegará unos minutos antes de la subasta en un furgón de seguridad y bien protegido.

-Vaya. También es por seguridad lo de los mercenarios ¿no? -añade Sergio señalando a algunos de los hombres que forman el despliegue de seguridad que Luis decidió contratar a última hora supongo que debido al nerviosismo generalizado más que a un temor concreto.

-Toda precaución es poca a la hora de proteger a nuestros amigos y a la inigualable obra de arte que tendremos hoy aquí -responde César con acento empalagoso.

-Ya, ya, ¡y a su dinero! -ríe Sergio.

Mientras hablamos ha llegado Federer, serio y distante como siempre, apenas nos saluda con un movimiento de cabeza. Se queda a unos metros, hablando con Pierre, un joven apuesto y silencioso que es su pareja en todas las fiestas.

Cuando faltan tan sólo unos minutos para el comienzo de la subasta hace su aparición el ruso, Vladimir, vestido con un llamativo y horroroso traje plateado decorado con corbata de raso verde. Sin decir palabra se detiene en el umbral de la puerta hasta estar seguro de haber captado la atención de todos. Desde luego César, Luis y yo estamos impactados ante su llegada, ante un imprevisto que no habíamos calculado. Su acompañante es la chica checa, que nos mira con recelo y frialdad, sin ningún disimulo.

-Joder, es la putilla. ¿Qué hace ella aquí?¿Y con el ruso? -musita César con nerviosismo.

-Este cabrón se la ha traído de pareja. Sabía que iba a dar problemas. Mierda -respondo intentando contener mi enfado.

Vladimir y la chica se acercan a nosotros, mientras caminan él saluda a los otros participantes con sonrisas de superioridad, con un toque de desprecio. Ella es realmente guapa, atractiva, llamativa, con un algo especial, se nota que se desenvuelve bien como acompañante. No me había fijado en todo eso cuando la vi en la fiesta anterior, aunque también percibo que su rostro está muy tenso y tiembla su labio superior.


-Luis -digo con tono amable cuando han llegado hasta nuestra posición- ¿Por qué no vas informando al señor Smirnov sobre la colocación del cuadro y el funcionamiento de la subasta? Nosotros atenderemos a la señorita, para que no la aburráis con temas tan áridos.

Pocos segundos después estamos los tres en mi despacho, la chica, César y yo. La situación es muy tensa. Todos parecemos estar esperando una explicación convincente mientras preparamos el armamento para empezar una guerra.

-¿Qué cojones haces aquí? -espeta César.

-Me ha invitado el ruso -responde ella con gesto de desagrado.

-Y ¿por qué has aceptado? Te pones en una situación muy comprometida después de haber traicionado la confianza que tanto nosotros como nuestro amigo checo depositamos en ti  -respondo.

-¿Yo? No me jodáis -dice ella con enfado- Vosotros me habéis metido en este lío. Una mujer policía danesa se presentó en mi casa para pedirme explicaciones ¿y soy yo la que os ha traicionado?

-Nosotros no la mandamos, ni siquiera la hemos hablado de ti, al contrario, hemos negado conocerte. Hicimos lo posible para que no te localizara -explico- Así que eres tú la que está jodiendo presentándote aquí con el ruso.

-Tenía que venir. Quiero que me expliquéis qué pasa. Esa policía, Agnete, me contó que el hombre al que acompañé en la última fiesta está muerto -dice con nerviosismo y casi llorando- Dice que ha sido asesinado, envenenado. Y debido a un veneno que alguien le aplicó en las heridas. 

-Eso no significa que vayas a tener problemas. No te verás implicada si no te enfrentas a nosotros ¿verdad, César? - pero él no responde, está rojo de ira, haciendo un último esfuerzo antes de estallar.

-¡Que no me veré implicada! Vamos, hombre. Esa cosa que me diste, el liquido viscoso, seguro que fue eso lo que le mató. Queríais asesinarle y me lo habéis endilgado a mí, engañándome como a una tonta. ¡Dijiste que era un desinfectante para las heridas! -grita dirigiéndose a César.

-¿César? -digo mirándole sorprendido. Pero él no responde, parece incapaz de hablar, con todo el cuerpo temblando debido a la tensión. De repente suelta un bofetón terrible sobre la cara de la chica, que cae al suelo entre el dolor y la sorpresa.

-Maldita puta. Tenías que decirlo. ¡Cállate la puta boca! ¡Zorra! ¡Cierra tu puta boca!

-César. ¿Qué es esto? Explícate. ¿De qué líquido viscoso habla?

-Estabas celoso -replica la joven sollozando encogida en el suelo- Estabas celoso de Cond, porque descubriste que tuvo una aventura con aquel otro, el francés desagradable. Y luego te dejó y no lo soportaste. Me lo contó Cond en el hotel. Me dijo que le habías amenazado pero no te tenía miedo, pensaba que sólo sería cuestión de tiempo, que le olvidarías. Pero tú seguías llamando y escribiendo, presentándote aquí y allá.

-¡César! ¿Tú y Cond? ¡No puede ser! -pero me basta con mirarle para saber que sí lo es.

-Pensó que lo mejor sería joderte a fondo, para que el odio acabara con tu obsesión. Se apuntó a la última fiesta sólo para joderte -prosigue la chica- y pidió una acompañante femenina sólo para joderte aún más. Y tú, al saber cómo te iba a joder, preparaste tu venganza y te las arreglaste para que yo le aplicara el veneno, maldito cabrón.

Empiezo a encajarlo todo. César y Cond, la obsesión a la que es tan propenso el primero, los celos, la venganza. Sólo hay una cosa que no me cuadra del todo.

-Muy bien -digo dirigiéndome a la checa- Has venido para pedir explicaciones después de todo eso que pasó, pero ¿cómo has conseguido llegar hasta aquí?¿cómo has sabido que vendría el ruso?¿cómo has contactado con él?

-Eso ha sido una casualidad. En realidad le conocí hace unos meses. Pasamos tres días encamados en un hotel de Praga y nos vemos de vez en cuando. Me habló del cuadro que iba a vender y de esta subasta. Me invitó a venir con él y acepté. Entonces yo no sabía nada de vosotros, fue casualidad que unas semanas después me llamarais para acompañar a Cond a otra de vuestras subastas. Casi sin saber cómo estaba invitada a dos de vuestras fiestas consecutivas, con dos acompañantes diferentes.

-¿El ruso es el tipo con el que estuviste tres días en el hotel de Praga? -pregunto incrédulo.

-¿Qué?¿Sabías eso?¿Sabías que había estado tres días en un hotel con alguien?

-Mira, puta. Tú crees que sí, pero no estuviste en ese hotel. Las pruebas te sitúan en la habitación de Cond, a trescientos kilómetros de distancia. Tus sucias braguitas lo atestiguan y varias personas lo corroboran. Así que cállate de una jodida vez. Estás acabada -esputa César con odio.

-¿Qué jilipollez es esa? Yo estaba en Praga, con el ruso -replica ella.

-Vamos a poner un poco de orden -digo interponiéndome entre ambos- Saldremos ahí fuera con mucha tranquilidad, seguiremos con la subasta y la fiesta como si nada hubiera pasado. Después tú -digo señalándola- te llevas un fajo muy gordo y desapareces para siempre cruzando el océano para no volver a Europa. Y tú -marco a César con un dedo en el pecho- Nos cuentas toda la verdad sobre este asunto para que podamos preparar un plan sólido.

Ambos se miran con odio pero aceptan las normas y un silencio incómodo, casi imposible de quebrar, se impone entre nosotros. Salgo del despacho detrás de la chica y al llegar a la sala me espera una sorpresa aún mayor que las anteriores. Agnete está en el centro de la estancia, sujetando una copa, congelándome con la mirada

-¡Agnete! ¿pero cómo…? -digo al llegar hasta ella.

-La he dejado entrar yo -dice Luis con resignación mientras se aleja de nuestro lado- Me ha parecido la mejor opción.

-Vigila a César -le pido mientras se aleja.

Me vuelvo hacia Agnete. Está guapa, sexy, lleva un vestido rojo de fiesta, muy apropiado para la ocasión. De repente me parece que estamos muy cerca, puedo percibir su olor, me retrotrae a nuestros momentos de intimidad, tengo ganas de subirla el vestido hasta la cintura, de empujarla contra el muro, crucificarla y hacerla gritar de placer toda la noche. Sin embargo, la frialdad de su mirada azul pulveriza mi incipiente excitación. Nunca pensé que pudiera mirarme de esa forma tan cruda, tan analítica, como mira un ojo que a través del microscopio estudia a un espermatozoide sidoso.

-No sé por dónde empezar, Agnete.

-Te lo diré yo -responde con voz tensa- Empieza por decirme si tienes algo que ver con la muerte de Cond. Y si no es así dime si sabes quién es el culpable. Después de eso explícame qué es todo esto, en qué consiste esta subasta. Y la fiesta, también quiero saber cual es el objeto de esas fiestas.

-Veo que la chica checa te ha contado algunas cosas. Quizá no todas son ciertas.

-Alina. Ese es su nombre -responde con calma tensa- Ella fue el instrumento para la muerte de Franz Cond, pero no es la culpable, pensaba que le estaba aplicando un medicamento para desinfectar las heridas. Se lo dio tu amigo, César. Es evidente que él es el asesino, pero puede que no sea el único asesino. Quizá tú también lo eres, quizá habías planeado con él y con tu otro amiguito ese asesinato.

-No, yo no sabía nada, Agnete. De hecho me acabo de enterar, hace dos minutos. No sabía nada de la historia entre César y Cond. Nunca imaginé que él pudiera estar implicado. Ni siquiera tenía claro que Cond hubiera sido envenenado aquí.

-A lo mejor dices la verdad. O quizá mientes. Contigo nunca se sabe. Mentiste en la investigación, mentiste sobre tus actividades, hasta te inventaste las historias que me contabas.

-Algunas son ciertas, Agnete. Pero eso no es mentir, lo hacía para divertirte.

-Ya. ¿Y esto? -dice señalando al grupo de vigilantes que portan y protegen el Rembrandt hasta su ubicación en el atril de la sala contigua- Este grupito de ricachones ha venido a pujar por este cuadro. Es un cuadro muy valioso ¿verdad? Por eso lo traen en el último momento y tan protegido. Y si es así, ¿por qué esta subasta no es más conocida?¿Por qué no hay mucha más gente interesada? Explícate.

-Es una subasta ilegal. 

-Y ¿por qué una subasta ha de ser ilegal?

-Por que el cuadro fue robado. El que lo subasta, el señor Smirnov, no es su legítimo dueño, aunque es quien ahora lo posee.

-Vaya. ¿Ahora me vas a decir la verdad? -dice con sorpresa.

-Tienes que marcharte, Agnete -respondo con firmeza- Y tenemos que hablar con calma. Te veré enseguida. Pero ahora tienes que irte.

-De ninguna manera -dice el ruso que se ha acercado a nosotros con sigilo- No nos puede privar de la compañía de esta bellísima joven.

-Lo siento. No está invitada -respondo con firmeza.

-Sí lo está -improvisa Vladimir aún más firme- Es mi invitada. Igual que Alina. He venido con dos bellezas apasionadas ¡ya sabe cómo somos los rusos!

Agnete esboza media sonrisa al ver mi cara de consternación mientras el ruso tira de su brazo para alejarse hacia la barra desde la que Alina observa la escena con interés.

Me quedo parado allí en medio, sin saber qué hacer. Mirando a Agnete que charla ahora con toda naturalidad con los otros dos. Busco a Luis o a César, tratando de encontrar un poco de apoyo, deseando contarles esta nueva desgracia. Quizá ellos sepan cómo arreglarlo. Les veo al fondo de la estancia, terminando una conversación antes de invitar a todos los asistentes a pasar a la sala de subastas. La cara de consternación de Luis es suficiente para saber que César ya le ha puesto en situación. 

Espero mientras todos pasan a la otra sala. Me quedo sólo, viéndoles curiosear el cuadro, sentarse  y acomodarse. No me siento con fuerzas para seguir, aunque sé que ya no queda otra opción que la huida hacia adelante, completar la representación y aceptar lo que pueda pasar. Luis me hace gestos para que me acerque, para que despierte y siga con mi papel. Me acerco y subo al pequeño estrado a un lado del cuadro.

-Señoras y señores, buenas noches -digo con una sonrisa que no siento- Esta noche ponemos a subasta una obra única, irrepetible. Un cuadro que quisieran subastar en Christie’s o en Sotheby’s pero sin embargo somos nosotros los que podemos hacerlo. Como tantas otras veces ponemos a su disposición una oportunidad única. No la desaprovechen.

Resulta raro ver a Agnete entre los asistentes, sentada, escuchándome con atención mientras el ruso pasa el brazo por su espalda y acaricia su hombro, atrayéndola hacia si, mirándome con expresión lasciva. Todo parece extraño, la tensión depresiva que muestran los abogados, la expectación que se masca en el ambiente, el coqueteo sexual que ya ha empezado, algunas miradas lujuriosas que ya no se pueden contener, veo caricias incontrolables dedicadas a la mujer de otro. Hablo y hablo pero me siento desubicado, muy lejos de la subasta.

-Bien. La cifra de partida es de cinco millones. Y la puja mínima de un millón -digo mientras un rumor sorprendido se extiende por la sala a pesar de que todos los participantes conocen ya las condiciones de la subasta- Comencemos. ¡Cinco millones!

-De inmediato dos de los asistentes levantan la mano -son algunos de los que sólo desean poder acceder a la fiesta, no están interesados en llevarse el cuadro- Seis. Siete.

-Ocho -dice Tatiana con voz alta y segura.

-Nueve -puja otro de los que no quieren el cuadro.

-Diez -responde Sergio de inmediato.

-Once -apunta otro que no ganará la subasta.

-¡Quince! -grita Federer generando un nuevo murmullo.

-Dieciséis -Tatiana de nuevo.

-¡Veinte! -ofrece Sergio.

César se acerca hasta mí y me mira con satisfacción a pesar de la pesadumbre que le oprime. Es increíble -dice intentando rebajar la tensión que hay entre nosotros- Menuda orgía, claro que se va a quedar en nada con lo que va a pasar después. Están acumulando mucha tensión erótica.

-Veinticinco -levanta la mano Agnete mientras todos miran con sorpresa a la desconocida que ofrece tal cantidad de dinero- En nombre de este señor -aclara señalando al ruso Smirnov.

-¿Qué?¿Pero el ruso puede pujar? No tiene sentido. Es el que vende el cuadro -le pregunto a César.

-Es una jilipollez. Pero técnicamente puede hacerlo, supongo -responde encogiéndose de hombros mientras Tatiana llega a los treinta millones.

-Treinta y dos -puja Federer.

-Cuarenta -de nuevo Agnete, ahora con una sonrisa ante la locura delirante a la que está asistiendo.

-Cincuenta -sube Tatiana.

-Setenta -responde Agnete.

-Ochenta -otra vez Tatiana.

-Noventa y nueve -sentencia Agnete.

Se hace el silencio. Todos miran a Tatiana que pone cara de resignación, parece que la puja ha terminado ya.

-Pide más vigilantes -le digo a César- Esto es raro de cojones. El ruso ha pujado hasta 99 millones por un cuadro que ya tiene. Eso es lo mismo que decir que nos va a regalar casi 20 millones de comisión. Sólo hay una explicación, no piensa pagar. Pide más seguridad.

-Va a ser imposible que nos manden más guardias un sábado a estas horas, pero lo intentaré -dice con resignación- ¿Te has dado cuenta de una cosa?

-¿De qué?

-El ruso, va a ser Atón -explica César.

-Joder. Es cierto. Vamos a tener problemas, no hay duda. Pide más seguridad, como sea.

Algunas personas felicitan a Vladimir, le halagan, ignorantes de que además del ganador es el que ha traído el cuadro a la subasta, quizá son amables porque saben que marcará los designios de una fiesta que deberá ser memorable a juzgar por la tensión sexual que se ha ido desarrollando desde que la gente empezó a llegar, quizá debido a la cantidad de mujeres bellas que han coincidido en el evento. Se siente el deseo. Será que todos desean a los acompañantes de otros. Me llega un pensamiento absurdo, todo ese deseo, esa lujuria, no son un vicio sino que nacen de la soledad profunda en la que vivimos sin reconocerlo, todas estas orgías sin límites no son más que una forma de sentirnos menos solos y desvalidos, estando como estamos colgados aquí, en esta mierda de planeta, en mitad del puto universo inhóspito e interminable, lleno de agujeros de gusano, materia oscura y estrellas cataclísmicas. Si nos observara una civilización superior lo entendería a la perfección.

Sin esperar más los participantes en la subasta se dirigen a la sala de los cuatro círculos, en la que se desarrollan nuestras deseadas fiestas. Nada más entrar Smirnov revisa con deleite los instrumentos, vestuarios y complementos que hemos ido acumulando y que están disponibles en todas las fiestas. Enseguida suelta unas risotadas que confirman que ha encontrado lo que buscaba o al menos algo que satisface su imaginación.

-Coróname, cabrón -me dice con una sonrisa y no me queda más remedio que colocar sobre su cabeza el sombrero de copa amarillo.

-Atón, rey de los cuatro círculos, yo te corono. Ilumina a tus vasallos -pronuncio con lentitud y pesadumbre, sabiendo que estoy abriendo la caja de Pandora.

-Ja,ja,ja - ríe como un loco Vladimir- Queridos congéneres. Esta noche es la que todos habéis estado esperando durante tanto tiempo. Hoy seguiréis mis órdenes, cumpliréis con mis deseos y así todos los vuestros serán colmados. Pasaréis toda vuestra vida añorando lo que haremos esta noche aquí. Así que disfrutad y abrid bien los ojos.

Smirnov comienza a despojarse de su traje plateado sin ningún pudor y enseguida se queda desnudo, mostrando un enorme miembro viril erguido y vibrante, sin preocuparse del murmullo general que se ha desatado. 

-Queridos compañeros de penalidades -ríe otra vez- Os vestiréis con estos estimulantes trajes de ninfas y efebos, cada cual puede elegir el que más le guste sin importar cual sea su sexo. Lo importante es que los efebos deberán capturar a las ninfas y someterlas, así que elegir vuestra vestimenta en función de lo que más os guste, o lo que os quede pues hay el mismo número de disfraces de unos y otros. La cuestión es que cada vez que un efebo capture a una ninfa será la diosa Anuket la que ordené cómo el efebo deberá someterla -dice en voz muy alta mientras arrastra hasta el centro de la escena a Agnete que permanecía observando en un segundo plano- Esta rubia cachonda es Anuket, ahora se muestra muy tímida pero ya temblaréis cuando se suelte. ¿Verdad, cariño? Porque si no se suelta, pagará un alto precio, cada vez que sus instrucciones no estén a la altura de mis expectativas será víctima de mi falo.

Agnete me mira y se da cuenta del daño que el último giro de los acontecimientos me está causando, sabe que no puedo hacer nada, que debo atenerme a las normas que yo mismo he creado, nadie puede contradecir a Atón, ni siquiera quien ideó estas fiestas. Trato de hablarla con la mirada, intento decirla que todo ha sido una serie de catastróficas desdichas, que mi intención no era engañarla, ni mentirla, que sólo quiero arreglar las cosas con ella y que volvamos a ser lo de antes, lo que estábamos empezando. Intento decirla que se niegue a todo, que salga corriendo muy lejos, para que nos encontremos allí y pueda explicar todos los detalles, desde el principio.

Pero su mirada sigue helada. Congelada. Entiendo muy bien cómo debió sentirse César al saber que Cond iba a joderle en la fiesta, que asistía con la intención de hacerle daño. Entiendo muy bien que quisiera matarle cuando Agnete no opone resistencia a Vladimir que coge su mano, la que pocos días antes me acarició con pasión, y la guía hasta su pene casi incandescente liberando una especie de suspiro general de satisfacción, mientras el odioso ruso grita.

-¡Oh nena!¡oh, nena!¿lo sabía!¡Sabía que lo llevabas dentro, que no te podrías contener! Despacio, despacio, que tenemos toda la noche -dice con regocijo- ¡Ninfas y efebos! ¡Recoged vuestros vestidos! Y tú -dice dirigiéndose a Agnete- Desnúdate y hazte a la idea de que falta mucho para que amanezca.

Mi mente bulle intentando encontrar una solución. No puedo intervenir, arruinaría las fiestas para siempre al quebrantar las normas, ya nadie tendría por qué respetar los deseos de Atón si no le convienen y todo nuestro edificio de morbo y deseo se vendría abajo para siempre. Tengo que hacer algo que detenga lo que va a suceder, aunque sé ya que estoy herido de muerte por el hecho de haber contemplado como la mano de Agnete abrazaba sin resistencia el miembro del repulsivo ruso.

-Llama a los guardias -ordeno a Luis con brusquedad- Que entren y desalojen a todo el mundo. Que digan que la subasta ha quedado anulada, debido a que el ganador es la persona que puso el cuadro a subasta. Que digan que Atón ha quedado ilegitimado y que hay que empezar de nuevo. ¡Rápido!

Mientras, los participantes se visten de ninfas y efebos y me sorprende el porcentaje que ha elegido el traje contrario, hombres con traje de ninfa y mujeres disfrazadas de efebo, experimentando cambios de rol, quizá buscando humillación, quizá buscando venganza. Agnete está ya desnuda, el ruso la abraza desde atrás, acariciando sus pechos con lentos movimientos circulares. Busco en su mirada asco, repulsión, miedo. No, no, lo que quiero saber es si le está gustando, si le produce excitación verse sumida en las normas de la fiesta, someterse a la voluntad de Atón. Pero no encuentro nada, su mirada busca también en la mía, supongo que tratando de medir la cantidad de dolor que me está infligiendo.

-Cualquiera diría que el ruso se está propasando con tu novia -susurra César con sorna al comprender que estoy recibiendo el mismo daño que él sintió- Juraría que la está poniendo a tono.

No me da tiempo a responderle con algún tipo de agresión como es mi primer impulso pues Luis vuelve en ese momento con el rostro demudado y blanco, temblando, con la frente perlada de un frío sudor. Es tal la consternación y el horror que muestra que consigue separar mi atención de las manos del ruso que recorren con placer el cuerpo de Agnete.

-Los guardias, es… están… están todos muertos -dice Luis tirando de las solapas de mi chaqueta- Todos apuñalados, con el cuello rebanado o las tripas fuera. Es dantesco, terrible. Hay charcos de sangre por todos lados. Dios, he vomitado y no sé cómo estoy de pie, creo que voy a desmayarme. Y el cuadro, el cuadro no está. Se lo han llevado.

-¿Muertos? Asesinados. ¡El ruso! Su puta madre -dice César llevándose las manos a la cabeza- Ahora sí que estamos bien jodidos. Esto no hay forma de taparlo. Lo de Cond ya da igual. Estamos acabados.

-¿Qué hacemos? -me pregunta Luis azorado- ¿Escondemos los cadáveres y limpiamos todo? Si dejamos que el ruso se vaya con el cuadro y el dinero igual no pasa nada más. Es una idea absurda, lo sé, la compañía de seguridad preguntará por los guardias, no sabríamos que hacer con los cuerpos. Joder, ¿qué hacemos?

No puedo responder. Estoy en otro mundo. Mi vida entera se ha derrumbado y siento que voy vagando por caminos áridos e incandescentes, rodeados de rocas rojizas, que van a morir al inframundo. Ignorando las preguntas de César y Luis me voy quitando la ropa mientras observo como un efebo golpea con una fusta el trasero de una ninfa que se desplaza a cuatro patas sobre las losas del tercer anillo, mientras Agnete le ordena cada pocos pasos que la penetre o que introduzca el pene en su boca, sin dejarles llegar al éxtasis. Atón ríe las ocurrencias de Anuket.

Recojo mi cinturón, me hará falta, y con paso calmado voy descendiendo de nivel. A mi alrededor las ninfas corren de un lado a otro perseguidas por los efebos. Sorteo a una efebo que cabalga a horcajadas desbocada sobre un hombre vestido de ninfa que pide auxilio a gritos. No me sorprende reconocer a Tatiana y a Sergio a pesar de que están transmutados en sus alter egos lujuriosos. Gritos de todas clases se entremezclan con las volutas de vapor que impregnan todo de su perfume evocador entremezclado con el olor del sexo comunitario. Al llegar al nivel más bajo distingo a Atón. Está reprendiendo a Anuket por su falta de imaginación.

-Pero ¿qué es esto? Una efebo captura a una ninfa ¿y todo lo que se te ocurre es ordenarle que le acaricie las tetas? Prepárate, ha llegado la hora de tu primer castigo de la noche -dice el ruso mientras Agnete mira al suelo con sumisión aceptando la reprimenda con el rostro colorado de excitación- Vuélvete, vas a saber cómo montan los húsares rusos.

Agnete apoya sus brazos extendidos en las baldosas del nivel superior y separa sus piernas obediente. El ruso golpea su trasero repetidas veces, enrojeciendo las nalgas blanquecinas, antes de acercar su pene para penetrarla. Apenas nota una leve perturbación cuando el cinturón cruza su mirada y baja hasta su cuello, tarda en reaccionar cuando se aprieta sobre su garganta con una brutalidad premonitoria de la muerte. Intenta darse la vuelta pero estoy tirando con todas mis fuerzas y consigo pasar el cinturón por una de las argollas de la mesa de piedra, pensadas para atar a las víctimas pero utilizada por mí ahora para sujetar con más fuerza el cinturón, dejando el cuello de Atón pegado a la argolla. Dedico un momento a mirar como se asfixia entre burbujeos, tratando de determinar si es regocijo lo que siento, o la satisfacción de la venganza, o la de estar haciendo un mundo mejor.

Agnete sigue en la misma posición, esperando el castigo de Atón, ignorante de lo que acaba de ocurrir. Me excita verla así, anhelante, dominada por la lujuria, sometida a una situación que sobre el papel nunca aceptaría pero que en la práctica disfruta con entrega. Me destroza verla así, anhelante, consciente del daño que me produce saberla dominada por la lujuria, sometiéndose a alguien que no soy yo. El morbo y la venganza son dos sentimientos poderosos que luchan entre sí con igualdad de fuerzas, son dos sombras primitivas que tiran de mi hacia los lados sin que yo tenga voluntad suficiente para elegir, mi mente, al borde de la fractura, debate de un lado a otro sin encontrar una salida, se mueve en círculos hasta que de pronto llega un destello, una brizna de polvo, una hoja seca que cae sobre uno de los lados decidiendo con su minúsculo peso el resultado de la lucha. Lo ha dicho César, estamos acabados.

Con una mano sujeto la nuca de Agnete y con la otra su barbilla. Ella no se resiste, ni siquiera reconoce el tacto de mis manos y así reafirma la decisión. Un brusco movimiento hacia los lados y un crujido seco resuelven la encrucijada de mis emociones. El morbo ha perdido esta vez. La triste sensación de catástrofe inevitable, de pérdida total, se ha unido al deseo de venganza y la solución ha venido dada. En realidad, yo ni siquiera he podido decidir. Por mucho que nos empeñemos algunas cosas son inevitables, están fuera de nuestro alcance.

Salgo a la calle esquivando cuerpos temblorosos, jadeantes, llenos de sudor y después otros cuerpos, inertes, estáticos, llenos de sangre. Recojo del suelo un paquete de tabaco y un mechero que alguien, quizá uno de los guardias asesinados, ha dejado tirado junto a la puerta y enciendo un cigarrillo. Durante un rato observo el movimiento de coches, de personas que se mueven despreocupadas, engañadas en su falsa seguridad, creyendo que pueden elegir algo en sus vidas, ignorantes de hasta que punto están sometidos por unas cuantas emociones primitivas, que aflorarán cuando las circunstancias sean propicias, anulando su voluntad y decidiendo su destino. 

Me río al darme cuenta de lo ridículos que somos, del grado de soberbia lamentable que domina a la especie humana, descreída de su condición animal, confiada en esa minúscula diferencia en el código genético que le confiere superioridad, sin percatarse de que en esencia es igual que cualquier otra especie, esclava de los instintos más vulgares.