viernes, 15 de abril de 2016

La puerta de madera. Capítulo 2 y final.

Encontrar la zona a la que debía viajar no me llevó demasiado esfuerzo. Los tatuajes del hombre al que sentí tan cercano en mi viaje espiritual, despegado de mi cuerpo, fueron la clave. Encontré la zona de origen de aquellos dibujos en internet y así supe que tenía que buscar en el Pacífico, en las islas y atolones situados entre Hawaii y Samoa. Vendí casi todo lo que tenía y le dije a mi familia que me apetecía viajar por el mundo, para encontrarme a mi mismo y todo eso. Ni siquiera mi madre replicó, todos parecían contentos por que tomara un rumbo, fuera el que fuera, y supongo que también por perderme de vista una temporada.

El viaje hasta Hawaii fue largo y tedioso, me llevó casi dos días entre aviones y esperas en aeropuertos, y una vez allí me sorprendió que Honolulu fuera una ciudad de verdad y ver una civilización casi exacta a la mía, sólo que con mejores vistas y una humedad increíble. Me hubiera gustado conocerla un poco, pero no tuve tiempo, apenas me empapé algo de la isla pues en la misma recepción del hotel me dijeron que el Centro Marítimo de Hawaii albergaba un museo dedicado a la historia de las civilizaciones del Pacífico Central. Fui hasta allí en un viejo taxi, rellené algunos formularios en su biblioteca y pensé que no iba a ser difícil centrar un poco más la búsqueda de la isla por la que caminé en mis recuerdos, pero aquel archivo carecía de organización y resultó imposible encontrar datos útiles. Tras un par de días de búsqueda infructuosa entre docenas de libros, una de las empleadas del museo se apiadó de mí y me preguntó qué estaba buscando con tanto empeño. Era una chica bastante joven, regordeta y muy simpática, con la expresión amable prototípica de los nativos de las islas, llamada Vaitiare.

-Estoy buscando el origen de estos tatuajes -dije mostrando unos bocetos que había dibujado.

-Ah, entiendo, ¿estas escribiendo algún artículo o algo así?¿O es por algo personal?

-Por lo segundo. Me gustaría saber de qué lugar provienen.

-Es muy difícil decirlo -respondió- Es una costumbre ancestral que se mantiene desde hace milenios. Podría decirse que cada isla del Pacífico central desarrolló sus propias formas y significados y como ya imaginas no existe ningún tipo de registros, es muy complicado saber en que lugar se originaron. No obstante, algunos símbolos son universales en toda la zona. Por ejemplo, el sol es un dios superior que gobierna sobre todos. Y esta tortuga representa la vida, dentro de un círculo es probable que haga referencia a un clan familiar.

-Bueno, si son endémicos de una isla concreta hay esperanza. Quiero decir que si se hubieran utilizado los mismos en toda la zona sería mucho más difícil.

-Hay una posibilidad -dijo- mi abuelo es un experto en esta especialidad. Dedicó mucho tiempo a estudiar las costumbres de las tribus nativas y los tatuajes están presentes en muchos aspectos de estas culturas, religión, gobierno, economía, guerras… Si quieres puedo llamarle, quizá te ayude.


Terminó llevándome en un coche destartalado hasta la casa de su abuelo, pérdida en las montañas, casi devorada por la vegetación, el calor y la humedad. El hombre era un anciano delgado y fibroso, un alcohólico empedernido, cubierto de tatuajes de los pies a la cabeza, y para afianzar nuestra amistad tuve que apurar una botella del whisky deplorable que él mismo destilaba, mientras su nieta se desternillaba viendo los esfuerzos que me costaba ingerir aquel brebaje, no muy diferente del alcohol de quemar. Tras la primera botella hubo otra que terminamos sentados en el jardín, sobre un precario banco de madera desde el que admiré las vistas, una interminable pendiente cubierta de vegetación que acababa en un mar de un azul tan intenso que parecía irreal, como una foto retocada con Photoshop.

Le enseñé fotografías de los tatuajes que había encontrado en la red y también los bocetos que había dibujado basándome en mis recuerdos. Eran bastante parecidos pero no iguales, hasta entonces yo había creído que la diferencia se debía a mi limitada habilidad para reflejar en un papel lo que tenía en mi mente.

-Tienen el mismo origen, pero estos son actuales y estos otros son primitivos -dijo el viejo señalando primero las fotografías y luego mis dibujos.

-Ah, vaya, entonces los que he dibujado son más antiguos.

-Sí, en los últimos siglos fueron cambiando, debido a las influencias del mundo exterior que alcanzó a unas tribus nativas que habían permanecido aisladas del mundo durante milenios. Estos, los del dibujo, se estuvieron utilizando durante siglos y siglos y más siglos. 

-¿Y hay alguna forma de saber en que zona concreta se utilizaban?

-Ya lo creo. Las piedras que rodean los círculos nos indican que sus creadores vivían en un atolón. El sol era su dios, su fuente de vida, como en muchas otras culturas. Y la tortuga nos habla de la familia, quizá se refiere al clan que gobernaba el atolón, o al deseo de formar una familia, es difícil decirlo. El uso de este tipo de dibujos estaba muy restringido y hubo más de una guerra entre tribus nativas para proteger esa exclusividad o castigar su profanación.

-Entonces ¿puede decirme de qué isla concreta proceden? -pregunté ansioso.

-Así es, pero ¿para qué quieres saberlo? Y no te rías de mí, no intentes hacerme creer que eres un investigador dedicado a los tatuajes como me ha dicho mi nieta porque ya se ve que no tienes ni idea sobre el tema.

-Ya… Pues, no. En realidad, es sólo… Bueno, tuve una experiencia, perdí la conciencia y cuando me recobré tenía recuerdos de un lugar en el que nunca he estado y, vaya, trato de localizarlo.

-¿Tienes un sueño y te vienes hasta aquí? Joder, mira que sois raros los europeos. Qué aburridos debéis estar y qué feo debe ser todo aquello. ¿Qué soñaste?

-Con un hombre que llevaba estos tatuajes y enterraba un colmillo y unos…

-¡Acabáramos! Ya sé lo que buscas. Eres otro de esos colgados que quieren juguetear con las creencias que por aquí tenemos.

-Pero ¿qué? ¡No!, yo sólo quiero encontrar la isla y vivir allí un tiempo para saber si me encuentro tan bien como en mi experiencia.

-Pero qué experiencia, ni qué… ¡estarías drogado!, seguro que eres uno de esos hippies colgados, lo supe desde el principio, eres el hijo aburrido de un millonario constructor de urbanizaciones o un  idiota que quiere escribir un best-seller ¡Fuera de mi propiedad! No hay nada que más me moleste que intenten engañarme, engatusándome con la conversación. Vosotros los europeos y vuestra falta de sinceridad ¡Largo de aquí, majadero! -dijo el viejo mientras me sacaba a empujones de su casa.

A pesar del aparente fracaso de aquel primer intento con el abuelo borracho e insidioso de Vaitiare estaba muy contento, pues sin duda me había confirmado que seguía la pista correcta y que debía perseverar. Volví a aparecer por allí dos días después, acompañado de su regordeta nieta, que sonreía anticipando otro episodio divertido, y portando dos cajas de Jack Daniel’s edición limitada. Eso relajó bastante el ambiente y el viejo no puso muchas pegas para facilitarme la información que necesitaba, aunque supuse que apenas recordaba nuestra anterior conversación.

-Se llama Palmyra, es este atolón de aquí -dijo señalando un punto minúsculo en un mapa casi del todo azul- Ahora apenas viven allí 30 ó 40 personas, pero ha sido habitado durante siglos por la misma tribu nativa. Las piedras que rodean los tatuajes de tu dibujo representan las pequeñas islas e islotes que forman el atolón, por eso es fácil de identificar, es el único que tiene esta combinación.

-Muchas gracias. Me ha ayudado mucho, hubiera sido imposible encontrarlo entre tantos cientos de islas, islotes, atolones y demás formaciones que tienen por aquí.

-Chico, una cosa -empezó a decir con un poco de resquemor- Todo eso del colmillo que me dijiste el otro día. Sí, me acuerdo, no te sorprendas tanto. Tienes que hablar con Anewa, vive en Napari, la principal población de Tabuaeran. Es otro atolón, cerca de Palmyra. El es descendiente de nativos y un gran investigador y conservador de las costumbres y tradiciones de todas aquellas tribus. Habla con él y que te explique antes de que llegues a tu destino. Supongo que eso te ayudará a entender mejor lo que buscas.

Esa conversación despertó en mi intensas emociones. Sentía que mi visión general sobre la experiencia mental que tuve durante mi falsa muerte era correcta, aunque desconocía el significado de sus detalles y sin ellos no podía completar la interpretación. Pero comprobar que los tatuajes existían y que tenían un significado concreto me hizo sentir que el resto de mis recuerdos eran también reales, que me acercaba a la verdad y a un cambio definitivo en mi vida.

Viajar a la zona central del Pacífico resultó bastante complicado. Tuve que tomar un par de avionetas y después infinidad de barcos, casi siempre pequeñas y viejas chalupas que conectaban las islas, cáscaras de nuez que inexplicablemente conseguían mantenerse a flote sobre aquel mar azul, salpicado de islotes verdes y bajos, casi sin relieve. Después de tres días de incesantes conexiones marítimas llegué a Tabuaeran, siguiendo el consejo del abuelo de Vaitiare. Me di cuenta de que no sabía el nombre de aquel viejo, y pensé que quizá eso podría complicar mi presentación al tal Anewa, eso si conseguía encontrarle, claro.

Estaba en Napari, que había imaginado una pequeña ciudad o un pueblo al uso pero en realidad era un precario asentamiento, que consistía en una serie de viviendas de paja y madera que se levantaban entre las palmeras y los cocoteros, muchas sin paredes, sólo unos troncos sujetando un techo de palmas. Estrechos senderos de arena comunicaban unas construcciones con otras y la gente parecía vivir en una organización comunal, sumidos en un sosiego fuera de lo imaginable.

Pasados unos minutos una chica joven reparó en mi y vino a recibirme. Pensé que me dedicaría el amable saludo local hawaiano o algo así, pero no fue tan agradable.

-Hola extranjero. Si vienes a tocar los cojones pírate ya porque de lo contrario en tres, dos, uno te sacaremos a hostias. Si vienes a vivir en paz, eres bienvenido.

-Hola, sí. ¿Qué tal? No vengo a tocar nada. Paz para todos. Sólo busco tranquilidad. Bueno, y a un tal Anewa. 

-¿Anewa? No está. Ha salido a pescar, volverá mañana.

-Vaya. Bueno, esperaré. Pensé que quizá fuera difícil localizarle, pero veo que no. En realidad creí que encontraría aquí un pueblo o algo así y que tendría problemas para dar con él. Me alegra que sea tan solo cuestión de esperar.

-Este es el pueblo. Aquí vivimos casi doscientas personas de forma permanente, en algunas épocas del año somos más, pero los visitantes no suelen quedarse mucho tiempo, no hay hoteles de lujo, ni muchas comodidades, así que pocos nos quedamos. Hay algunos otros asentamientos en el atolón, mucho más pequeños, en los que viven los que de verdad quieren estar aislados de todo. Aquí ese estereotipo puede realizarse de verdad.

-Bueno, pues gracias. Me llamo Pedro, por cierto. Esperaré por aquí sentado -respondí.

-No, hombre, ven que te presentaré a mis amigos. Puedes comer un poco de pescado y marisco. Yo me llamo Alexis. ¡Hoy es sábado! ¡Esta noche haremos una fiesta en la pradera! Es una coña, llamamos la pradera a un pequeño descampado que hay frente a la escuela, lo despejamos para que jueguen los niños. Es una de las pocas zonas que tiene hierba y está libre de árboles.

Me cogió de la mano y caminamos entre la vegetación por un sendero de arena de playa. Sus amigos eran un grupo variopinto de hombres y mujeres de todas las edades, nativos y extranjeros, que, como ella, vestían ropas ligeras, muy gastadas y descoloridas. Estaba seguro de que cada uno cogía lo que le parecía de un montón o algo así, nadie parecía preocuparse porque su vestimenta conjuntara o le quedara bien. Supuse que el día de colada andarían todos desnudos por allí.

-Este es Pedro -gritó Alexis llamando la atención de todos sobre mí- Viene en son de paz, está buscando a Anewa.

-¡Hola Pedro! -gritaron todos al unísono recordándome las reuniones de Alcohólicos Anónimos que había visto en las películas.

Me senté con ellos y pusieron en mis manos una bebida hecha de coco y algún licor de alta graduación y comenzaron a hacerme preguntas sobre el mundo exterior, como ellos lo llamaban, y un poco después sobre España. Los que menos hablaban eran los nativos que me miraban con cierta desconfianza. Les conté todo lo que me pidieron y algunas cosas más y cuando me preguntaron qué hacía por allí y para qué buscaba a Anewa respondí que en realidad estaba buscándome a mí mismo. Eso hizo que los nativos se rieran a carcajadas y de inmediato les caí mejor, debían verme como el pueblerino que llega a la gran ciudad preguntando por la tasca para tomarse un refrigerio.

Alexis me presentó al jefe de la “tribu”, un indígena de mediana edad llamado Malú que me saludó con un apretón de manos que me crujió todos los huesos.

-Es nombre de chico y de chica, antes de que hagas chistes.  

-Me parece bien. Yo no te negaré tres veces aunque me llame Pedro -dije sin pensarlo mucho, levantándole una expresión de incomprensión que despertó las risas de todos los presentes. Pensé que el jefe se enfadaría creyendo que le dejaba en ridículo, pero muy al contrario se tronchaba de la risa.

-Me gustan mucho los chistes de tu cultura. ¡Hay que joderse con Pedro, el discípulo aventajado! Ven, te enseñaré el atolón.

Caminamos unos diez minutos charlando sobre la increíble conservación de aquel entorno natural y llegamos a otra playa que daba al interior del atolón, una laguna con tres o cuatro aberturas al mar, no demasiado grandes. El lago interior era pura belleza, de un azul casi transparente que dejaba ver un fondo de arena impoluto, y estaba rodeado por aquel anillo de vegetación de un verde intenso, conjuntando un paisaje que era para volverse loco. No pude evitar mentar a mi madre y sentarme en la arena extasiado por el entorno. Jamás pensé que vería algo así.

-¿Cuánto cubre en la laguna? -pregunté, pues no me hacía a la idea de si eran 4 ó 5 palmos o veinte metros.

-Diez o doce metros en el punto más profundo. Y la isla apenas levanta dos o tres metros sobre el nivel del mar.

-Es increíble. Imaginaba que estas islas eran preciosas, paradisiacas, pero una cosas es creerlo y otra muy distinta verlo. Parece mentira que que se conserve así, tal cual, sin que haya sido contaminada por la civilización moderna.

-Las leyes prohiben construir y si no hay negocio no hay civilización -respondió- Además tenemos que conservar nuestra cultura y costumbres, sólo se permiten pequeñas casas de madera.

-Me alegro. La verdad es que me siento muy bien aquí, en una paz completa. Es una sensación genial, nunca me había sentido tan bien. 

Volvimos al poblado y encontramos al resto del grupo organizando la fiesta en la pradera. El festejo consistía tan solo en un equipo de música y un enorme tablón improvisando una barra de bar, sobre la que iban depositando bebidas y cuencos de pescado seco, frutos y carne ahumada de cerdo. Algunas docenas de personas iban llegando poco a poco, uniéndose a la celebración de los sábados.

La música comenzó a sonar y las conversaciones se animaron. La única bebida disponible era un ponche lechoso de coco al que llamaban Achi, cuya graduación parecía bastante elevada. 

-Cuidado con el Achi -me dijo riendo Alexis- produce alucinaciones a los que no están acostumbrados. ¡Y a los demás también!

Tras cinco o seis vasos de aquel brebaje me encontraba bailando en mitad de la pradera, jaleado por todo el grupo de amigos en el que en esos momentos me sentía completamente integrado. La música tenía cadencias muy marcadas y yo las seguía frenético. Empezó a sonar un tambor al que se unieron otros en un ritmo salvaje que me iba a desencajar, no podía parar de bailar, acelerado, con las luces de las antorchas girando en mitad de la noche, las caras riendo por todas partes, rodeado por cuerpos que se retorcían como el mío. Grité, giré y giré, hasta que de pronto quedé parado justo delante de Malú que me miraba con intensidad.

Vestía tan solo un taparrabos de piel y su cuerpo estaba cubierto de pintura verde y amarilla, que dibujaba símbolos en su piel. Su actitud era amenazante, como la de un guerrero prestó a la lucha. Me enfrenté con él. Empezamos a movernos con las piernas abiertas, saltando sobre un pie y luego sobre el otro, agachándonos y agitando la cabeza al unísono, levantando los brazos y empujándonos con los hombros, intentando demostrar nuestra superioridad física. Me tomó de un brazo y con un movimiento muy ágil rodó sobre mi espalda, yo hice lo mismo un segundo después. Saltó, tocándome ligeramente con el pie en el pecho, intenté hacer lo mismo pero le golpeé muy fuerte y le derribé, en la caída sujetó mi pierna y con un movimiento violento me hizo caer de bruces sobre la hierba.

Desperté al día siguiente. Un nativo alto y fuerte me miraba con curiosidad. A su lado estaba Malú, que respiró aliviado.

-¡Buf! Menos mal, pensé que te había hecho daño de verdad. Lo siento, me dejé llevar por la efusividad del momento.

-Me temo que fui yo -dije- Tomé demasiado Achi. Ya me advirtieron que tuviera cuidado.

-Este es Anewa -dijo Malú señalando al otro hombre.

-Hola, Pedro -saludó éste muy sonriente- Tranquilo, no te levantes, has tenido una noche difícil. Me han dicho que has venido para verme. Andaré por aquí, luego hablamos.

-Hola, Anewa. Sí, he venido para hablar contigo. En realidad pensaba en una presentación más digna pero ya no tiene remedio. Estoy bien, podemos hablar ahora, cuanto antes mejor.

-No hay prisa. Vamos a desayunar -dijo- ¡Un par de litros de achi y estarás como nuevo!

-No creo que… -dije interrumpiéndome ante las risotadas de ambos- Vale, me lo había tomado en serio. Mejor un cola-cao con galletas.

-Tendrán que ser frutos y zumos, pero nada de achi.

Desayunamos con algunas personas que había conocido el día anterior bajo un techado de hojas de palma sin paredes, en mitad de aquel bosque tropical, aún me sorprendía que la vida allí fuera tan sencilla.

-¿No os aburrís? -pregunté.

-¡Nooooo! -gritaron todos al unísono, supongo que estaban acostumbrados a aquella pregunta por parte de los visitantes.

-En realidad hay mucho que hacer -respondió Anewa- Hoy es domingo y lo tomamos como día de descanso. Pero el resto de los días hay que pescar, arreglar los caminos de arena, enseñar a los niños, lavar la ropa, limpiar la playa, distribuir agua… Un montón de cosas. Créeme, a veces desearíamos ser más para repartir todo el trabajo. 

-¿Y de dónde sacáis el agua dulce? -pregunté

-Llueve casi todas las tardes. Tenemos un par de depósitos en los que se almacena el agua que recoge un sistema muy ingenioso, utilizado desde hace siglos por los habitantes de estas islas.

Cuando terminamos el desayuno me encontraba como nuevo, sin rastro de resaca, sólo algunos moratones producto de la brusca caída de la noche anterior durante mi baile con Malú.

-Vamos a dar un paseo -me dijo Anewa, apoyando una mano en mi hombro- Y me cuentas.

Salimos a la playa exterior, la que daba al pacífico, un lienzo azul salpicado de islotes verdes rodeados de arena blanca. No se veía ningún signo de civilización, ni construcciones, ni barcos, nada, salvo la naturaleza desbordante del archipiélago.

-Verás. Una persona que te conoce me recomendó que viniera a verte -empecé a contar- En realidad no sé su nombre, es un anciano que vive en Hawaii, en las montañas, tiene una nieta que se llama Vaitiare que trabaja en…

-¡Akiliano! ¡Menudo viejo borracho y bribón! -dijo riendo- Estuvo muchos años danzando por estas islas, investigando sobre las costumbres locales con intención de hacer un archivo que preservara nuestra cultura. Hicimos una buena amistad, a mí también me interesa mucho todo lo relacionado con nuestros antepasados. El tiene una idea más general, yo preferí especializarme en esta zona pues mi familia siempre ha estado aquí. ¿Y por qué te recomendó que hablaras conmigo?

-Vine desde España buscando algo. No se trata de una cuestión material y en realidad tampoco sé muy bien si entra en el terreno espiritual o en otro.

-Como no te expliques mejor… Cuenta tu historia.

-Está bien. Seré sincero aunque es probable que empieces a pensar que no estoy bien de la cabeza -dije intentando empezar de alguna forma que no fuera demasiado directa para no hacerle desconfiar sobre mi estabilidad mental- Tuve un episodio de muerte temporal. Estuve un día y medio muerto y desperté en mitad de mi funeral.

-Entiendo. Debe ser una experiencia muy impactante. 

-Sí, desde luego. El caso es que después me sentía desplazado y distinto. Es curioso que hable en pasado porque hasta hace pocos días era así, pero aquí me siento tan bien que esa sensación de desplazamiento ha desaparecido por completo -reflexioné en voz alta- Vaya, mejor que me centre en lo que tengo que contar. Ese vacío me llevó a practicar una intensa sesión de relajación con una mujer que se ha especializado en casos como el mío, de hecho ella también vivió algo similar, y durante aquella especie de éxtasis vi lo que había pasado durante el día y medio que viví fuera de mi cuerpo.

-Sigue. No tengas miedo, nada de lo que me estás contando me es ajeno, no te voy a mirar raro.

-De acuerdo. Lo que experimenté en aquel viaje extracorporal fue un desplazamiento muy placentero por una corriente de paz y placer, que se desplazaba entre un paisaje blanco. Pasé por delante de algunas puertas, también blancas, que estaban bloqueadas, eran tres, y luego encontré una puerta de madera, marrón, que desentonaba en todo aquello. Sentí el impulso de cruzarla y me encontré en una de estas islas. Caminé un rato y vi a un nativo que enterraba un largo mechón de pelo, de una mujer, y otro del suyo propio, en una cajita de madera que contenía también un colmillo tallado. Luego corrío hacia un pequeño grupo de chozas que estaba siendo atacado por otros indígenas, llevaban la piel pintada de verde y amarillo, luchó contra ellos y al final cayó abatido. Entonces una fuerza inimaginable me arrastró hasta mi cuerpo y reviví.

-No te apures -dijo interrumpiendo mi incontenible flujo verbal- Sé que todo lo que has contado no tiene ningún significado en tu mundo. De hecho si se lo contaras a mil personas casi todas te darían una explicación lógica, alucinaciones por falta de oxígeno, sueños intensos mientras te debates entre la vida y la muerte, o pensarían que abusas de las drogas o tienes alguna secuela producida por aquel estado cercano a la muerte. Sin embargo, aquí tenemos otras creencias.

-Creo que sé lo que vi. Lo entendí cuando me di cuenta de que había otras puertas que estaban bloqueadas.

-Verás, no puedo aseverar aquello que no domino en profundidad. Puedo decirte que aquí todo este tipo de experiencias se enmarcan en el contexto de la reencarnación, pero no me atrevo a establecer el orden que necesitas para entender todos los detalles -explicó con cierto pesar- Sólo una cosa. Has dicho que los hombres que atacaban el poblado llevaban pinturas verdes y amarillas. Eran de este atolón, de Tabuaeran, son los colores de guerra que nuestros ancestros utilizaban y aún hoy se utilizan en ritos y celebraciones. Siendo esto así, significa que estaban atacando otra isla, tu recuerdo no se desarrollaba aquí.

-Así es. Pinté unos tatuajes que llevaba el hombre de mi recuerdo y Akiliano me dijo que representan el atolón de Palmyra, que proceden de allí. Es decir, que debemos suponer que una tribu procedente de esta isla atacaba Palmyra. 

-Palmyra. Viejos rivales. Tiene mucho sentido. Parece claro, lo que viste ocurrió allí, en Palmyra.

-Lo sé. Aunque en esta teoría me rechina bastante una cuestión, Palmyra está a más de 250 Km. ¿Cómo podrían llegar guerreros hasta allí en canoas de caña o madera?

-Ya lo creo que llegaban, sobre eso no tengas dudas. Además seguro que recalaban en la isla Washington, que está a medio camino. Un aliado tradicional de nuestra tribu.

-Y ¿qué significa lo que vi, los mechones de pelo, el colmillo grabado?

-No lo sé, quizá sea una tradición endémica. Si es así no la conozco -dijo pensativo- Pero en realidad es una suerte que se trate precisamente de Palmyra. Es un lugar muy apartado cuyos habitantes se han resistido siempre a tomar contacto con el mundo moderno y que no ven con buenos ojos el asentamiento de extranjeros, es decir, conservan intactas muchísimas tradiciones ancestrales. Son muy pocos, quizá 30 personas, todas nativas, y siguen teniendo un chamán que domina sus creencias milenarias. Conozco a ese hombre, es todo un mito, dicen que tiene más de 150 años y poderes sobrenaturales. Creo que te acompañaré a Palmyra.

Permanecimos en Tabuaeran un día más durante el cual no pude dejar de conjeturar sobre los significados de todo lo que había descubierto. En parte estaba muy contento por disfrutar de aquella aventura, si me hubieran dicho unos meses atrás que iba a vivir algo así jamás lo hubiera creído. Durante aquel día observé a Malú muchas veces, recordando su pinturas de guerra de la noche anterior, y no pude evitar imaginarle como el comandante de aquellos guerreros que atacaban Palmyra. Mi isla.

Partimos con el amanecer, utilizando una canoa con motor que Anewa tenía reservada para las emergencias y viajes muy largos. Aún así tardamos casi todo el día en llegar a Washington, otro lugar precioso que no es exactamente un atolón, sino una isla con un lago interior, no tan azul y vibrante como la laguna de Tabuaeran. Repostamos combustible y tuvimos algo de tiempo para recorrer la isla en un jeep prestado. El lugar continua conservando su esencia salvaje pero también cuenta con carreteras, hoteles, campings y casi toda la influencia de la cultura occidental, por lo que no me pareció tan atractiva e impactante como el atolón que abandonamos por la mañana. A pesar de todas las modernidades, me sentía turbado pues sabía que estaba viendo lo mismo, haciendo el mismo viaje, que los guerreros que atacaron Palmyra en mi recuerdo recuperado.

Dormimos en una pequeña posada y partimos mucho antes de que aparecieran los primeros destellos de luz. Nunca vi un amanecer tan hermoso como el que se desplegó delante de nosotros aquella mañana. Lo consideré un buen augurio y me llenó de fuerza. Habíamos salido tan pronto porque el viaje hasta Palmyra era algo más largo que el trayecto anterior y Anewa quería llegar de día, aseguraba que los visitantes son peor recibidos en la oscuridad. Fue una jornada agotadora debido al sol y el calor. Paramos varias veces para refrescarnos, Anewa se bañaba ruidosamente en el océano y yo, que temía el ataque de alguno de los muchos tiburones que habíamos visto, me conformaba con refrescarme desde la barca.

Cuando divisamos el atolón Anewa me explicó sus características y algo de la historia local.

-Este atolón está formado por varias islas algo más desperdigadas que en el caso de Tabuaeran. Tiene también un lago interior, o varios, el mar entra por muchos puntos, y la comunicación entre las distintas partes del atolón es más difícil. Hace milenios estaba habitado por completo pero las guerras con otros tribus cercanas les diezmaron y los supervivientes quedaron recogidos en la llamada Cooper Island. Han tenido muy poco contacto con la civilización salvo durante la segunda guerra mundial, pues se instaló aquí una pequeña base naval que después fue deconstruída, aún quedan restos de la pista de aterrizaje, que apenas fue utilizada. Durante los meses en que los militares estuvieron aquí los indígenas no cesaron de hostigarles para que se marcharan, por eso están convencidos de que ganaron la guerra a la armada de los Estados Unidos. Ahora sólo vienen de visita turistas aventureros muy ocasionales y algunos barcos dedicados a la pesca deportiva, que no son demasiado bien acogidos por lo que a nadie le apetece quedarse. 

-Interesante. Por lo que dices no debo esperar una recepción muy cariñosa.

Entramos en el atolón por uno de los canales y comprobé que la laguna central estaba dividida en varias partes. La naturaleza había recuperado casi todo lo que fue transformado durante la ocupación militar y el lugar seguía siendo idílico, aunque a decir verdad me parecía más bonito el atolón de Anewa. Detuvimos la barca en una pequeña playa, lejos de las canoas que se veían en la bahía natural. Caminamos por una zona boscosa hasta llegar a una playa larga y estrecha en la que algunas mujeres trabajaban con hojas de palma, mientras vigilaban a unos pocos niños que jugaban en la orilla. Al vernos gritaron en un idioma desconocido y varios hombres salieron corriendo del bosque cercano portando lanzas y acercándose en actitud amenazante. Al reconocer a Anewa se calmaron pero no dejaron de mirarme con desconfianza.

En unos minutos estábamos frente al jefe de aquellos nativos, un anciano cubierto de tatuajes y piercings de hueso que me observó a conciencia y sin disimulo durante muchos minutos, me palpó la cara, los brazos y me olisqueó. Después dijo con aprobación,

-Puedes quedarte.

-Muchas gracias, jefe -dijo Anewa mirando con cara de desconcierto pues no esperaba que me acogieran ni medio bien- No queremos parecer descorteses pero en realidad venimos a ver al chamán. Este chico tiene algo que preguntarle.

Mientras caminábamos por un bosque de aspecto casi selvático Anewa me dijo que era muy raro que me permitieran quedarme, por lo general ni siquiera miraban a los extranjeros, mucho menos el jefe del atolón. Nos aproximábamos a su choza cuando el chamán salió a toda prisa, supuse que alertado por nuestros pasos. Sin mediar palabra extendió una mano manchada de pintura azul y dibujó dos marcas horizontales a los lados de mi nariz. Anewa y el jefe se retiraron unos pasos, obedeciendo su señal.

-Te daré las respuestas que necesitas. Tu viaje ha terminado -dijo de una forma tan enigmática que me produjo gran inquietud- Tranquilo. Perteneces a esta tierra y aquí volverás a ser tú -prosiguió mientras recogía un puñado de tierra húmeda y lo extendía sobre mi cabeza- Pasa a mi casa, debemos completar el círculo.

Aquel hombre era realmente viejo pero conservaba una agilidad sorprendente y desde el primer momento pude percibir el carisma que emanaba, reflejado en una mirada afilada e inquisitiva que me hizo creer que era transparente.

-Cuéntame que te ha hecho venir aquí -dijo mientras nos sentábamos en el suelo de tierra.

Le explique mi experiencia extrasensorial procurando no dejar de lado ni un solo detalle y durante las casi dos horas que necesité para pormenorizar las últimas semanas de mi vida aquel hombre no parpadeó, me miraba de una forma tan analítica que me sentía escaneado, como si comprobara la sinceridad de cada una de mis palabras. Cuando terminé me pidió que preguntara.

-¿Qué significan las tres puertas cerradas? -inquirí.

-Son vidas pasadas. Las que has cerrado bien, otras que has vivido en las que no dejaste nada pendiente.

-Suponía que era eso. ¿Y el flujo azul qué significa?¿O qué es?

-Es el río de la nueva vida -explicó con calma- Cuando finaliza una vida el alma debe recorrer las vidas pasadas para recoger sus enseñanzas. Atraviesa cada una de esas puertas y recuerda todo. Con ese conocimiento recuperado el flujo la llevará después a una zona colorida desde la que puede ver a las personas que siguen en la vida, para que elija a sus nuevos padres, su nueva familia, y así volverá a empezar. A este lugar le llamamos la Sala del Retorno. Cuando un alma no teme y prefiere seguir la corriente sin elegir una vida nueva significa que ya no le turba ningún anhelo, que ha completado su desarrollo. En ese caso seguirá navegando en el flujo y terminará en un lago de aguas tranquilas y transparentes, nadará despacio hasta la orilla perpetua y quedará para siempre en un campo florido, nutriendo la tierra, compartiendo el tiempo infinito con otras como ella.

Aquella teoría sobre la reencarnación me dejó sumido en mis pensamientos, intentando reconocer las emociones que me producía, intentando buscar dentro de mí si sentía todo aquello como cierto. No podía negarlo, en aquella explicación había algo que había sentido mientras estaba en el flujo, era lo que en el fondo ya sabía desde que me di cuenta del significado que tenían las tres puertas cerradas.

-Pregunta -dijo el chamán.

-Pero no vi mis vidas pasadas. No vi ningún recuerdo o enseñanza. Sólo puertas cerradas y luego aquella que traspasé hasta aquí.

-Eso es porque tu alma seguía unida a tu cuerpo. Creo que vosotros lo llamáis el hilo de oro, cuando el alma sale de su cuerpo y se aleja de él pero sabe que puede volver porque sigue unido a su vida por un hilo dorado. Si hubieras muerto de verdad el viaje por el flujo azul hubiera sido diferente, sin retorno. Sin embargo, pudiste pasar la puerta de madera porque ahí quedaba algo pendiente, algo que no recordaste en vidas posteriores y por ello seguramente las viviste con un gran sensación de anhelo, con cierta inquietud, sin razón aparente. Te olvidaste de lo que habías dejado pendiente y ha estado ahí esperando, hasta que te alejaste de tu cuerpo y te pudo llamar. Debes arreglar aquello que quedó incompleto para recuperar tu camino hacia la perfección.

-¿Qué significado tienen los mechones de pelo y el colmillo?

-En esta parte del mundo creemos firmemente en la reencarnación, en que vivimos un proceso de aprendizaje a través de las limitaciones y las virtudes que nos otorga cada vida. Hasta que lo sabemos todo. Por ello muchas de nuestras tradiciones y ritos giran alrededor de esta convicción. Vosotros creéis con la misma decisión en otras cosas, en Dios, en el cielo, en el infierno, tenéis todo eso tan asimilado en vuestra cultura que casi todos condicionáis vuestra existencia, al menos un mínimo, por esas creencias, no queréis traicionar a vuestro Dios, no queréis pecar, no queréis cuestionar, no queréis provocar a Dios, ni desafiarle en el terreno de lo prohibido, queréis respetar las normas por si es verdad que hay una vida nueva llena de felicidad reservada para los perfectos. Quizá no vivís cumpliendo todas esas leyes, quizá no cumplís casi ninguna, pero las tenéis dentro, tanto que las transmitís a la siguiente generación. Esa es la paradoja de vuestra fe.

-En realidad subyace la misma idea en ambas creencias -respondí convencido.

-Así es. Para vosotros el que no cumple ciertas cosas se queda en el infierno y para nosotros el que no aprende no puede avanzar. El perfecto va al cielo, decís, y nosotros que el completo vive para siempre una vida completa rodeado de iguales. Vosotros medís, de forma equivocada, todo en una sóla vida, nosotros sabemos lo injusto que sería juzgar a alguien por un periodo tan corto y condicionado y que alcanzar la perfección lleva muchas vidas más. Creéis en el infierno como castigo, nosotros en un camino que se hace más largo para los que no aprenden.

-¿Y que tiene que ver esto con aquellos objetos que enterraba el indígena? -pregunté.

-Esas tradiciones de las que hablaba están impregnadas de estas creencias. Es así en todos los aspectos de la vida. Cuando una pareja se ama intensamente desean continuar juntos en su vida siguiente, quieren volver a encontrarse y el rito dice que enterrarán sus cabellos, con un diente de tiburón grabado con sus nombres y los pondrán bajo la protección de la tortuga. De esa forma volverán al mismo lugar en su vida siguiente, se reconocerán y volverán a vivir juntos una vida más.

-Es una tradición realmente bonita -dije algo emocionado al recordar la cara de dolor del indígena que enterraba aquellos objetos- Entiendo el significado de los dos mechones de pelo pero ¿por qué un diente de tiburón?

-Porque representa la fuerza que une a esas personas y ayudará a que se cumpla el rito. Pero no llegaste a colocar el caparazón de tortuga, que hubiera protegido y completado la ofrenda.

-¿Yo? ¿Quiere decir que el hombre al que vi enterrando aquellos objetos era yo mismo en una vida anterior?

-No me cabe duda. Quizá ya habíais hablado de realizar el rito antes de aquel día. Quizá ya sabías que ibais a morir asesinados por los atacantes, y desesperado arrancaste un trozo de su cabello, cogiste el colmillo que teníais preparado y corriste a la colina. Quizá volviste al poblado para conseguir el caparazón de tortuga que faltaba. Pero no pudiste recogerlo.

Estuve un rato sin poder pronunciar palabra pues sentía una opresión horrible en el pecho. Los recuerdos que vi de aquel día se mezclaban con otros nuevos, que imaginaba producto de mi imaginación sugestionada. Sin embargo, todo encajaba tan bien que quería creerlo con todas mis fuerzas.

-¿Y cómo es que cuando he vivido otras vidas posteriores, representadas por las puertas cerradas, no volví aquí para completar la vida anterior incompleta?

-Porque no tenías referencias para volver, el rito estaba incompleto y no te llamó. Cada vez elegiste otra familia y naciste en un lugar muy diferente. Sólo ahora, cuando has tenido esa experiencia cercana a la muerte, has podido ver cual es el anhelo que necesita resolver tu alma para seguir avanzando.

-Quiere decir que tengo que completar el rito.

-Quiero decir que ahora ya lo sabes todo. Bienvenido a tu tierra -dijo el chamán levantándose y saliendo al exterior de la choza.

Me quedé en la isla sin plazo definido, meditando sobre todo lo que había vivido y aprendido. Aunque no consiguiera nada más ya me sentía mucho más completo que antes, pero tenía la sensación de que estaba a un paso de resolverlo todo, de enderezar mi existencia a través de la línea continua de la reencarnación en la que ya creía firmemente. Los tres o cuatro primeros días no me moví del poblado, estuve aprendiendo sus costumbres e integrándome en su forma de vivir, sintiéndome uno más de aquellos nativos que tan bien me habían aceptado. Después comencé a pasear por el atolón, explorando sus rincones, nadando las cortas distancias que separaban unos islotes de otros. Y un día encontré una pequeña colina que dominaba una playa y supe que fue allí.

No me costó encontrar el lugar exacto, notaba su presencia. Escarbe despacio con las manos, amontonando puñados de tierra a un lado, como hice cuando era un nativo con tatuajes en el brazo, hasta que encontré la caja, negra y podrida. Supuse que su contenido estaría también deteriorado y perdido, pero al abrirla comprobé que el grosor de la madera había servido como protección y con un vuelco del corazón acaricié los mechones de pelo y el colmillo. Algunas lágrimas rodaron por mis mejillas al observar los símbolos grabados que ahora no entendía, mi nombre y el de una chica con la que había deseado compartir la eternidad. Lloré sintiéndome solo sin ella, aunque ahora no la recordaba, lamentándome por haberla traicionado durante tres vidas sin buscarla. Tardé mucho en recuperar la calma y me encontré doblado hacia adelante, con la cabeza medio hundida en la tierra húmeda.

Encontrar una caparazón de tortuga no fue difícil, los nativos los utilizan para brebajes curativos y potenciadores, así que esa misma tarde pude completar el ritual que inicié quizá trescientos años atrás. Tapé la caja con el caparazón y los enterré. Me sentí muy bien, aliviado, como si de verdad hubiera cerrado un asunto pendiente durante siglos.

Estuve una semana esperando a que algo ocurriera, esperando conocer a una mujer a la que amaba con toda mi intensidad sin saber quien era. Imaginaba a una mujer occidental, viviendo una vida vacía, como había sido la mía, que de pronto sentiría mi llamada y que vendría hasta Palmyra, reclamada por el ritual que nos enlazaba pasa siempre. Y me sentí muy idiota al comprobar que mes tras mes y año tras año nada pasaba. Entendí entonces que quizá el único beneficio de toda aquella aventura era poder continuar con mi avance de una vida a otra y no esperé nada más. 

Viví en la isla como uno más de los nativos, abandonando mi existencia anterior como si nunca hubiera tenido lugar. El chamán me tomó como aprendiz, dijo que él no viviría para siempre y que alguien debía ocupar su lugar, aunque hoy sigue teniendo el mismo aspecto que entonces y la misma vitalidad. Aprendí nuestras costumbres, los ritos, a vivir como un nativo y me acostumbré a pensar como tal. Hasta mi aspecto fue cambiando poco a poco y ya era difícil distinguirme del resto. Anewa nos visitaba de vez en cuando y me contaba noticias de la civilización que había abandonado, que yo sentía tan lejanas como las novelas de ciencia ficción.

Llevaba veinticinco años en Palmyra cuando un día los pescadores rescataron a un grupo de nativos de una isla cercana. Entre ellos distinguí a una chica joven cuya mirada intensa y su forma de moverse me resultaron familiares. Me acerqué y vi el mismo anhelo en su mirada. Supe que había llegado y mi corazón explotó. 

El chamán ha incorporado nuestra historia a sus enseñanzas sobre la vida eterna que imparte a los niños, como un ejemplo vivo de la fuerza con la que el alma trasciende por toda la eternidad. 

-Ella esperó todos estos años en la Sala del Retorno pues sabía que su pareja la llamaría tarde o temprano. Aguardó durante cientos de años hasta que supo qué familia debía elegir. Nació ese mismo día, en el lugar más cercano posible. Y en esa vida nueva, sin saberlo, terminó haciendo todo lo necesario para llegar hasta aquí, para encontrarse con él. No les hizo falta más que mirarse para recibir la bendición del rito.

Aitine, mi mujer, no recuerda su vida anterior, ni los años que pasó esperando a que yo completara el rito. Sin embargo, ha sido educada en las tradiciones de la cultura del Pacífico y no duda ni un ápice sobre la exactitud de la historia que cuenta el chamán y está tan convencida como yo de que estamos llamados a estar juntos desde una vida anterior. Sólo que ella no ha necesitado vivirlo.


Hoy hemos enterrado unos mechones y un diente de tiburón, bajo un caparazón de tortuga. Aún estamos lejos de la muerte, pero prefiero que nuestro siguiente encuentro sea un poco más fácil, así que he dejado las cosas arregladas por si acaso, como se suele decir en el mundo occidental.

Lucinda Williams - The Ghosts of Highway 20

domingo, 10 de abril de 2016

La puerta de madera. Capítulo 1.

-Estás muy bien, no veo nada anormal. Es lo que indican las pruebas. Analítica, escáner, electrocardiograma, resonancia, todo bien. Estás muy sano.

-Entonces ¿no me ha quedado ninguna secuela? 

-No. En realidad no hay razón para ello.

-Lo que más me preocupa es la causa por la que ocurrió. Y si puede volver a repetirse.

-Es un episodio muy poco frecuente y es muy difícil que le ocurra dos veces a la misma persona. De hecho no recuerdo ningún caso documentado.

-Y ¿por qué me pasó a mí si estoy sano? ¡Sólo tengo 20 años!

-Mira Pedro, no le des muchas vueltas. Se ha investigado muy poco sobre esto. A veces puede intuirse una razón, una enfermedad, una depresión del sistema nervioso, un fuerte impacto emocional. Y otras veces podría decirse que se trata de una desconexión. Lo importante es que acabe bien. Algunas veces no es así.

-Lo imagino. ¡A cuantos habrán enterrado vivos!

-Y tanto. Hace algunos años, imagínate. Ahora es mucho más difícil, pero antes era una muerte segura. O ibas a la tumba por anticipado o…

-No te preocupes, puedes decirlo. O ibas a la tumba por anticipado o te mataban al verte resucitado.

-¿Cómo lo lleva tu familia?

-Bueno, bien, dadas las circunstancias. Supongo. Para ellos, como ya imaginas, fue un shock total. En mitad de mi propio funeral empecé a dar golpes dentro de la caja y todos enmudecieron y se quedaron parados, aterrorizados, mirando el ataúd. Y entonces conseguí doblar las piernas y la tapa saltó por los aires. Muy espectacular. La aparición más inolvidable de mi vida, por paradójico que pueda resultar. Lo primero fue respirar hondo, llenar los pulmones de aire. Luego me llevó un buen rato ubicarme, hacerme a la idea de cual era la situación.

-Debió ser muy impactante. Para todos, para ti, para los asistentes al funeral. ¡Para el cura!

-Mi hermana me lo contó después. La gente gritaba, se levantó de las sillas, algunos salieron corriendo. Creo que el cura se pegó a una pared, paralizado, con los ojos muy abiertos. Luego, todos se quedaron callados, tapándose la boca con las manos, sin apartar los ojos de la caja, viendo como me incorporaba, como acaparaba aire a bocanadas y poco a poco recuperaba el aliento mientras miraba a todas partes tratando de entender la situación.

-Que era del todo desconcertante, sin duda.

-No te puedes imaginar. Después de unos segundos de indecisión, comenzaron a acercarse mis hermanos, mis padres. Alguien pidió un médico a gritos. Se desató un caos increíble, alguien me abrazó, mi madre me cogió la cara entre sus manos dando gracias a Dios, docenas de personas se arremolinaban alrededor y yo sólo quería salir de allí, a la calle. Abrir los brazos, mirar al cielo y respirar hondo.

-Muy comprensible. La necesidad de espacio abierto y libre en esos momentos debe ser más que imperiosa. 

-Desde luego. Lo hice. Salí corriendo hasta el jardín de la iglesia y me arrodillé mirando a las nubes, con los brazos abiertos, acaparando el aire, con toda aquella gente siguiéndome.

-Vaya. Otro momento, hum, singular.

-Luego todo ha venido rodado. Ambulancia, hospital, pruebas y más pruebas. Familia y amigos de visita con caras de alegría, de desconcierto, de precaución. Y alguna mirada desconfiada.

-Es normal. Para ti, para todos, esto es algo que cuesta asimilar. Pero es cuestión de tiempo. Todo volverá a la normalidad bastante rápido. Lo verás.

-Pues no lo sé, no lo tengo tan claro. Mis sobrinos no estaban precisamente alegres de acercarse a mí cuando les trajeron hace un par de días. Supongo que los niños disimulan peor, son más transparentes.

-Bah. Pronto estarán presumiendo delante de sus amigos.

-Seguro. Lo único que parece irrecuperable es mi situación, digamos, amorosa. Mi novia, Laura, quedo destrozada ante mi supuesta e inesperada muerte y al verme vivo de nuevo se sintió como traicionada. No sé. Como si la hubiera hecho sufrir en vano, aunque haya sido sin intención. Es algo difícil de explicar pero las cosas son diferentes. Lo noté, y ella también, desde el primer momento, en cuanto volvimos a vernos a solas. Hay como un muro, una pared muy gruesa entre nosotros. Estamos desconectados y ninguno de los dos sabemos por dónde empezar.

-Quizá es también cuestión de tiempo. Tu situación quizá no es ideal pero para ella todo este trago ha debido de ser horrible. Cuando las cosas se calmen es probable que vuelva a fluir lo de antes.

-Lo dudo. Yo no me siento capaz de ello. Es como si después de aquel día en el otro mundo mi atención estuviera en otro sitio.

-No le des vueltas, puede que en unas semanas todo vuelva a ser normal.

-No, no lo estás entendiendo. Es algo más. Algo más profundo. Es como si estuviera en otra vida. Una nueva. No lo puedo explicar porque yo mismo no lo entiendo bien. Me siento como si hubiera nacido otra vez, pero a los 20 años, con una vida ya empezada. Y creo que ese punto de partida y sus condiciones no me convencen.

-Pedro -dijo el médico carraspeando, como anticipando algo importante- Tengo una tía que, bueno, nunca fue de estas cosas esotéricas, espirituales. Y, en fin, también vivió una experiencia como la tuya. Su vida cambió de forma radical a partir de entonces. Se dedicó a ofrecer ayuda a personas que pasaron por lo mismo, a entenderlas, a estudiar estas situaciones tan fuera de lo común. Se ha hecho una experta en la materia. Quizá te apetezca charlar con ella y que te oriente, puede que te ayude a entender lo que sientes.

-Gracias. Lo pensaré. Me siento un poco descentrado y sin ganas de tomar muchas iniciativas. Quizá más adelante.


Salí del hospital al día siguiente y, salvo en lo referente a Laura, volví a mi vida como si nada hubiera pasado. Podría suponerse que el miedo a que aquello me volviera a suceder, que el horror por haber estado tan cerca de ser enterrado vivo y otros pensamientos igual de funestos, iban a ocupar gran parte de mi tiempo, pero no fue así. Me reincorporé a mis actividades rutinarias intentando forzar la normalidad. La vida familiar en casa de mis padres, el trabajo en la tienda de discos, salir a tomar unas cervezas con los amigos, volví a hacer todo como siempre. Sin duda percibí cierta prevención en algunas personas, otras ni siquiera se habían enterado de que había muerto y vuelto a la vida, muchos me trataban igual que siempre. Pero no conseguía sentirme como antes.

Todo me daba igual, me sentía fuera de lugar, representando un papel que conocía a la perfección, y sabía que en algún momento tendría que abandonar aquella mascarada, aquella vida en pausa, y quitar el papel de regalo a mi auténtica existencia. Intuía mi pertenencia a otro lugar, pero no sabía por dónde empezar.

Tardé un par de semanas en recordar la conversación con el médico, ocupado y preocupado como estaba por analizar la autenticidad de la realidad, las reacciones de los demás y mi propia indolencia por todo. Pero una mañana mi madre me explicó lo contenta que estaba porque no me hubiera dado por alguna cosa existencial, por meterme en alguna secta espiritual o dedicar mi vida al Tai-Chi a la luz del atardecer. Esa conversación me recordó a la tía del médico, que cambió su vida tras una experiencia similar a la que yo tuve.

Busqué el número de teléfono, anotado en un recorte de periódico que conservaba en mi cartera, entre las tarjeta de descuento de una gasolinera y un calendario erótico de la droguería. Marqué el número con dedos temblorosos y esperé con impaciencia a que alguien descolgara, pero nada ocurrió. Eso me hizo pensar que quizá era una señal para que reflexionara, para que lo dejara pasar, sin complicarme la vida. Pero volví a marcar y a la segunda llamada ella respondió.


Esperaba encontrar una casa oscura, con olor a incienso, muebles antiguos, cortinas oscuras y alfombras gruesas, así que me sorprendió aquella vivienda llena de luz, de muebles ligeros y decoración minimalista, muy blanca, decorada con tules y telas ligeras. La mujer me había abierto la puerta y sin preámbulos se había presentado. Soy Paula. Después me abrazó de una forma cálida e intensa que al instante me hizo sentir comprendido y cercano, y por ello un poco absurdo.

Era una mujer mayor, de unos 70 años, no sé por qué me la había imaginado algo más joven, pero se notaba que estaba llena de vitalidad y exudaba una intensidad un poco apabullante. Nos sentamos en el suelo, sobre unos cojines de colores, en el salón de la casa, abierto al jardín por unas grandes vidrieras correderas, que dejaban pasar una brisa saturada de olor a lavanda.
No me ofreció té, ni infusiones de hierbas. Un vaso de agua o una cola. Todo aquello me tenía descolocado, esperaba algo más preparado desde la perspectiva espiritual y no una puesta en escena tan natural y sencilla. Así que bajé la guardia y me propuse explicar lo que me había ocurrido y cómo me sentía sin tapujos ni vergüenza.

-No fue nada espectacular. Simplemente me desplomé en el autobús, llamaron a una ambulancia y dijeron que estaba muerto. Reviví un día y medio después, en mitad de mi funeral.

-¿Qué pasó durante ese día y medio? -preguntó la anciana.

-Estaba muerto. Sobre eso no tengo dudas. 

-Sí, pero ¿qué pasó? Porque pasaron cosas, por eso necesitas respuestas, por eso estás aquí.

-No lo sé. No recuerdo nada. Sólo tengo una sensación extraña. Me siento desubicado, lejos de mi lugar, como Tarzán perdido en mitad de Londres. 

-Si eres capaz de identificar esas sensaciones significa que ahí dentro, entre algún pliegue de miedos o prejuicios tenemos la respuesta -dijo señalando mi cabeza- Sólo nos hace falta dejar que la cuestión fluya. Tendremos que conseguir una relajación profunda, que deje salir al exterior los recuerdos de ese día y medio.

-No sé si se refiere, bueno, a drogas. No es algo para lo que yo esté bien dispuesto, quiero decir que no entra dentro de mis planes. Nunca podría saber hasta que punto un hallazgo concreto es producto de las drogas o un recuerdo real.

-No, no, nada de drogas. Sólo relajación y alguna técnica para engañar un poco al cerebro y que deje salir eso que ahora no nos deja ver. ¿Te sientes con fuerzas para intentarlo?

-¿Ahora?

-¿Por qué no? Seguro que estás mucho más tranquilo que cuando llegaste aquí. ¡Ya tienes una parte del camino hecho! 

Me tumbé en un mullido sillón reclinable con los ojos cerrados. Cerca de mis orejas había dos pequeños altavoces en los que empezó a sonar un clac-clac rítmico, como el de un metrónomo, sólo que cada uno de ellos lo presentaba con una cadencia diferente. 

-Bien. Respira con profundidad, llevando el aire al estómago, sin coger demasiado. Vas a ir soltando los músculos, relajándolos, empezando por los de los pies. Sientes los dedos dormidos, sueltos, sin ninguna tensión. Los músculos de los pies se aflojan, ahora los gemelos, las rodillas, los muslos…

En unos minutos estaba en una especie de éxtasis, como flotando, sorprendido por la tensión que había acumulado en los hombros, los ojos, la mandíbula y que ahora aflojaba, produciendo una mezcla de dolor y placer en las zonas relajadas. El sonido rítmico continuaba saliendo de los altavoces pero lo escuchaba por debajo de mí, como si flotara a unos centímetros sobre mi cuerpo.

-Estás sobre el suelo del autobús -comenzó a hablar la mujer- Hay gritos a tu alrededor y algunas personas se acercan y tratan de ayudarte. No tienes conciencia de todo ello pero estás allí, muy cerca y sabes lo que ocurrió.

Volví a aquel momento de una forma muy real, aunque también con mucha calma, como un observador ajeno al carácter dramático y trágico del momento.

-Noté unas palmadas en la cara, levantaron mis párpados, unas manos nerviosas trataron de encontrarme el pulso. Alguien dijo que estaba muerto. Me alejaba de mi cuerpo, veía la escena desde arriba, a través del techo del autobús. Por la calle avanzaba una ambulancia, con prisas me sacaron a la calle y en el suelo intentaron reanimarme con un desfibrilador. 

-Todavía estabas unido a tu cuerpo.

-Sí, un finísimo hilo luminoso me mantenía unido a mi cuerpo. Sabía que podía volver.

-Pero en ese momento no querías volver.

-Había otra cosa. Algo que me llamaba a lo lejos de una forma muy poderosa, transmitiendo una sensación de bienestar increíble. Quería saber qué era, por qué me llamaba, pero tenía miedo de no poder volver si me alejaba demasiado.

-Era algo así como una onda, como una vibración.

-Sí, eso es, no era una voz, ni nada tangible. Aquello que me llamaba era una sensación nueva, como si tuviera un nuevo sentido que me reportaba algo desconocido. De alguna forma me tranquilizó, me dijo que volvería a mi cuerpo después de que me mostrara algunas cosas.

-Así que acudiste a esa llamada.

-Sí. Atravesé algo, como si cambiara de dimensión, y encontré una puerta -dije atropellando un pensamiento tras otro- No, eso fue después, primero había como un vacío, una niebla blanca o gris, y un flujo, una corriente de un fluido levemente azulado. Me metí en ella y me sentí muy bien, empezó a arrastrarme despacio entre las orillas de suelo blanco y sedoso. El paisaje alrededor era del todo blanco pero podía distinguir los detalles. Pensé en quedarme allí para siempre, me dejé llevar durante horas, contemplando los árboles blancos, la hierba blanca, las montañas blancas, disfrutando de una paz infinita y eterna. Ya no me acordaba de mi cuerpo, sólo quería estar allí para siempre disfrutando de aquella tranquilidad sin fin, del paisaje en tonos blancos. Hasta que vi algo de otro color, era un rectángulo marrón, la corriente me acercaba hasta su posición y pasamos muy cerca, pude ver que era una puerta. Una de esas antiguas, de madera muy vieja y gruesa, con herrajes de hierro oxidado. Estaba allí, en mitad del sedoso manto blanco, sin ningún sentido práctico.

Sentí curiosidad. No, no fue eso. Sentí una fuerza magnética, una atracción irresistible. Sabía que estaba puesta allí para mí y no podía renunciar a ella dejándome llevar por la corriente, por muy maravillosa y placentera que ésta fuera. Me planté delante de la puerta y así el picaporte. Dudé un rato pues sabía que una vez la cruzara nunca podría obviar lo que iba a encontrar al otro lado. Presioné la manilla y empuje la puerta de madera que chirrió un poco sobre los goznes que la sujetaban al marco, suspendido en, en la nada -mi voz se entrecortó, estaba confundido por las emociones.

-Tómate tu tiempo. No tenemos prisa -dijo la anciana ante mi silencio.

-Sólo vi hierba. La más verde y densa que nunca había visto. El aire era mil veces más puro que el que ahora respiramos. Caminé por aquel campo, olvidándome del flujo azulado, sintiéndome vivo y pleno, lleno de vitalidad y de fuerza. Tras avanzar unos metros me di cuenta de que estaba en una colina, que se levantaba un poco sobre un mar tan transparente que sólo las pequeñas olas que rompían en la orilla confirmaban que de verdad estaba allí. Al fondo se veían varias islas pequeñas, como aquella sobre la que caminaba, salpicando el paisaje marino de verde. Iba a bajar hasta la playa de arena casi blanca que estaba allí mismo, muy cerca, pero escuché un sonido a mi izquierda. Como si alguien cavara con prisas en el suelo, a mi lado.

Miré y vi a un hombre muy cerca, de rodillas sobre la hierba. Vestía sólo una falda de piel y escarbaba con prisas un agujero mientras lloraba en silencio, su cara mostraba una expresión de dolor tan grande que me emocioné. Me sentía muy cerca de él, le comprendía perfectamente aunque no supiera qué le ocurría. Entonces miré un poco más allá, tras él varias columnas de humo gris se levantaban hasta el cielo desde un pequeño poblado de casitas hechas de cañas que ardían aquí y allá. Y asistí a un espectáculo que me horrorizó. Unos hombres con la piel cubierta de pintura amarilla y verde, indígenas, atacaban el poblado mientras sus canoas descansaban en la orilla, sobre la arena. Vi cuerpos inertes, vi como asesinaban a un anciano, como cortaban el cuello a varios hombres, como raptaban a los niños, como una mujer se clavaba un cuchillo en el corazón ante la perspectiva de caer en manos de aquellos que atacaban su pueblo -en este punto me quedé en silencio, impresionado por la nitidez de aquellos recuerdos recién descubiertos.

-¿Qué hizo el hombre que estaba junto a ti?

-Depositó en la hierba, junto al agujero recién excavado, un largo mechón de pelo negro, parecía de una mujer. Luego, con un cuchillo cortó un mazo de su propio pelo y lo colocó sobre el anterior -dije recordando con nitidez todo aquello- Sacó una cajita de madera tallada de un pliegue de su falda, levantó su gruesa tapa y comprobó que dentro había un colmillo de un animal, que estaba grabado con símbolos y runas. Metió también los mechones de pelo en la caja y luego dejó ésta en el agujero y tapó todo con la tierra que había removido. Entonces, se incorporó y, todavía llorando, gritó de la manera más salvaje que se pueda imaginar. Corrió hacia el poblado y sin detenerse asestó varias cuchilladas a dos o tres asaltantes que encontró por el camino. Corrió entre las chozas. Se enfrentó a un nuevo guerrero y tras una breve lucha le rajó el estómago. Justo después una lanza dibujó un arco entre la humareda y se hundió en su espalda, dejándole muerto, impregnando la arena de color rojo.

Verle morir me produjo un dolor terrible, me partió en dos. Sentí también una furia incontenible. Tuve el impulso de correr a ayudarle y grité tal y como lo había hecho él unos momentos antes, dispuesto a bajar allí para vengarle. Pero en ese momento noté que algo tiraba de mí, arrastrándome con la fuerza de un torbellino hasta la puerta de madera, me llevó volando sobre el paisaje blanco, sobre el flujo azulado, y di vueltas y más vueltas sobre mi mismo, hasta que de pronto estaba en la iglesia sobre mi ataúd. Con suavidad me dejé caer hacia mi cuerpo y noté mucho calor y asfixia, me revolví, doblé las piernas… y se hizo la luz.

-Muy bien, lo has hecho muy bien -dijo la mujer, acariciando mi frente, haciéndome ver que aquella especie de trance había terminado.

Agotado me incorporé. Noté que en algún momento de aquella sesión había llorado. Le pregunté a la mujer si la prueba había servido de algo, pues la verdad es que entendía aún menos que antes.

-Esa playa blanca, la colina, ¿dónde estaban? ¿Lo sabes? 

-No. Nunca he estado en ese lugar. Era una isla paradisiaca, como las que se ven en los folletos de las agencias de viajes, pero podría ser cualquiera.

-Intenta concretar un poco más. ¿En el Caribe?¿Maldivas?

-No lo sé. No vi ciudades, ni hoteles, ni barcos. Nada que pueda darme una pista. Los indigenas no vestían nada que pueda ser distintivo, llevaban poca ropa, iban descalzos.  Eran muy morenos, más bien bajos, muy fuertes. El hombre que enterró aquellos objetos llevaba sólo aquella falda de piel -traté de recordar algo más- Era también moreno. Y tenía unos tatuajes, sí, en el brazo, uno representaba un círculo con una tortuga que ocupaba todo el interior, otro el sol, también dentro de un círculo de piedras o algo así.

-De acuerdo. Al menos ahora sabemos lo que pasó durante aquel día y medio en el que supuestamente estabas muerto. Pero su significado sólo puedes interpretarlo tú.

-Pues yo no sé por dónde coger todo eso. Parece producto de mi imaginación, una especie de sueño, quizá esa isla ni siquiera existe, es probable que todos estos recuerdos tengan que ver con la falta de oxígeno en el cerebro mientras estaba en el ataúd.

-Quizá, pero si es sólo es un sueño también significará algo. Al fin y al cabo es lo que te inquieta. O ¿no?

-Sí, creo que sí. -dije todavía muy confundido- Este tipo de vivencias ¿se las ha relatado más gente?

-Sí, casi todas las personas que han pasado por esto. Yo misma estuve muerta durante un día y viví algo cuya estructura es muy parecida a la de tu historia.

-¿Qué vio? -pregunté.

-No te lo voy a decir. Entiéndeme, no es que sea un secreto pero no quiero condicionarte. Debes comprenderlo por ti mismo. De todas formas si te lo explicara no lo creerías, o podría empujarte a una interpretación determinada o a creer definitivamente que sólo es producto de tu mente, o a pensar que te he sugestionado a crearlo de alguna forma, y eso te retrasaría en el proceso que debes emprender. Trabaja sobre la experiencia que has tenido hoy y obtén tus propias conclusiones. Todos terminamos llegando a las mismas.

-Su sobrino me dijo que usted cambió el rumbo de su vida. ¿Fue a raíz de la experiencia de la falsa muerte o por lo que descubrió después, eso que debo descubrir yo sólo?

-Por lo que descubrí después, cuando fui consciente de lo que ocurrió aquel día en el que estuve al otro lado. Es por eso que tienes que descubrir tu verdad tú sólo -dijo ella sonriendo mientras rememoraba algo- Imagínate, era directora financiera de una de esas multinacionales oligárquicas que deciden sobre nuestras vidas, tenía chófer, viajaba en avión privado, y organizaba el trabajo de un departamento de casi quince mil personas. Cuando volví no me sentía bien, podía hacer todo aquel trabajo igual que antes pero no le encontraba sentido, era algo vacío. Y en el momento en que tuve las cosas claras no me volví a acordar de todo aquello.

-Es decir, que se dio cuenta de que debía cambiar de vida, dedicarse más a lo espiritual. 

-Para nada. Simplemente me encontré en otra vida. Sí, ya sé, todo suena demasiado misterioso, pero como te he dicho la respuesta debes encontrarla tú. En fin -dijo haciendo ademán de dirigirse a la puerta- No puedo ayudarte más, si te apetece puedes volver cuando quieras y hablarme sobre tus progresos -dijo con una sonrisa sobre su expresión de cansancio- Ah, una cosa importante, trata de recordar si viste alguna otra puerta, al deslizarte por la corriente de fluido azul.


Aquella sesión entre lo espiritual y lo psicológico me colocó en una situación mental aún peor. Me costaba mucho más llevar mi día a día, no tenía ningún interés en explicar a los clientes las características de tal o cual grabación, no me interesaba la rutina de mi familia y dejé de salir a tomar cervezas con mis amigos. Laura me llamó por teléfono varias veces pero no me sentía con ganas de hablar, hubiera sido penoso tener que rechazar la posibilidad de volver a intentarlo, si es que era eso lo que quería. Después de un par de semanas sumido en esta desidia, perdido entre las muestras de preocupación de mi madre y la incomprensión de todos aquellos a los que daba de lado, decidí organizarme, analizar la situación con perspectiva.

Bien, me encontraba desorientado tras una falsa muerte cuya consecuencia más evidente era la sensación de no pertenencia al lugar al que pertenecía. Vale. Había recuperado unos recuerdos ocultos en mi subconsciente a través de una técnica de relajación. No podía llamarlos de otra forma, a esas alturas tenía muy claro que se trataba de un recuerdo igual que cualquier otro, ya hubieran llegado a mi mente de una forma o de otra. Vale también. Y tenía que encontrar un significado a algo que no sabía de dónde venía, a las experiencias extrasensoriales adquiridas durante mi fase de muerte transitoria. Parecía claro, debía centrarme en esa búsqueda y no lo conseguiría si seguía enlazado a mi rutina diaria. Abandonar todo sería bastante fácil, en realidad me apetecía mucho, pero ¿cómo podía encontrar el camino a seguir? Se me ocurrió que volviendo al estado de relajación profunda quizá podía retornar al recuerdo y repasar los detalles. 

Intenté relajarme por mis propios medios y reproducir el proceso al que me sometió Paula, pero algo fallaba, tumbado en la cama, respirando profundamente, sólo conseguía ponerme muy nervioso, así que busqué alguna ayuda para inducirme a la relajación. Las drogas en su sentido más estricto no eran una opción, pero podía hacer excepciones con productos ligeros. Probé con una pipa de agua, cambiando el líquido por whisky, durante unos minutos conseguí notar que flotaba pero no llegaba a ningún sitio definido y enseguida empecé a marearme. Después probé con hachís pero me daba hambre y no me podía concentrar. Lo intenté con el yoga y tampoco funcionó, aquellos estiramientos y posturas retorcidas sólo conseguían producirme dolor y en la fase de relajación me dormía debido al cansancio. 

Al día siguiente estaba en la tienda de discos, aburrido, curioseando en la sección de rarezas y me encontré con un CD de un psicólogo gallego que prometía una relajación profunda con una técnica desarrollada por el mismo. Me lo llevé a casa y esa misma tarde lo probé, tumbado sobre la cama, con los auriculares puestos. La voz de aquel hombre era cansina hasta un punto agotador y su marcado acento no me indujo a la esperanza. La grabación comenzaba versando sobre las tensiones de la vida moderna y pensé que aquello no iba a funcionar, pero mi dedo se negó a obedecer cuando quise apagar el reproductor. Aquella voz monótona y aburrida me estaba relajando.

Me centré en volver a la situación de partida, como hice con Paula, estaba tumbado en el autobús entre la confusión del resto de pasajeros, pero esta vez se cruzaron demasiadas emociones, la muerte, los gritos de la gente, el dolor que crearía en mi familia, y no pude soportarlo, tuve que salir de allí. Tenía que empezar por otro lado. ¿Qué había dicho Paula? Sí, me preguntó si había visto alguna otra puerta mientras me dejaba llevar por la corriente azul. Debía volver ahí. Fue más fácil de lo que pensaba. Me sentí de nuevo dentro de aquel río de paz y decidí que no volvería a mi vida desubicada, que me quedaría allí para siempre, sabía que no podía ser pero era lo que me apetecía. Me concentré en el recuerdo. Fluía entre un paisaje blanco, árboles, piedras, la hierba, todo era blanco, podía distinguir unas cosas de otras supongo que por los diferentes planos respecto a la luz o algo así. Traté de distinguir más detalles y entonces me pareció ver a lo lejos una forma rectangular, también blanca, que no había visto la primera vez. Sí, allí estaba, el río pasaría muy cerca enseguida. Era una puerta de madera, como la que crucé, pero totalmente blanca, parecía congelada, imposible de abrir, y no sentía ninguna llamada como ocurrió con aquella otra. Seguí deslizándome con la corriente y después de unos minutos pasé cerca de otra puerta más, también blanca y a todas luces infranqueable. Y enseguida por otra más, similar a las anteriores. Vi a lo lejos la puerta de madera, recortando su color marrón entre aquella blancura inmaculada y supe que esta vez no podría cruzarla, mis recuerdos no me dejaban seguir.

Abrí los ojos y me sorprendió comprobar que era de noche. Habían pasado casi tres horas aunque  para mí fueron tan sólo unos minutos, el CD se había acabado hacía mucho pero no había sido consciente de ello. Tenía algo. Había otras puertas, blancas, cerradas, no parecían servir de mucho, pero al menos tenía algo que no había logrado captar en mi primer viaje a los recuerdos.

En aquel momento no me di cuenta de la importancia de aquel descubrimiento. Era la llave para entenderlo todo, pero no supe interpretarlo.

Repetí la experiencia un par de veces más y no logré nada nuevo, salvo algunos beneficios de aquellos largos episodios de relajación, que me ayudaron a calmar mis ansias por orientar mi existencia, a centrarme y a tomar decisiones respecto a mi vida. 

Lo primero que hice fue llamar a Laura, me dijo que quería hablar y volver a intentarlo. Quedamos en un pub irlandés en el que antes solíamos pasar las tardes y traté de explicarla que no podía hacer ese intento por volver con ella, me sentía muy lejos de la persona que era antes y buscaba la forma de emprender una vida nueva. Quizá no parezca un gran argumento, pero era la verdad. Intenté hacerlo sin herirla, aunque la forma en que su rostro, ilusionado al sentarnos en la mesa de siempre, se transmutó en seriedad y tristeza, me producirá siempre dolor y arrepentimiento, pero sé que intentar rehacer nuestra relación habría sido mucho peor para los dos.

Después me despedí de la tienda de discos. Esa parte fue más fácil, pues a la vista de mi bajo rendimiento de las últimas semanas casi pareció que les alegraba la noticia de mi baja definitiva. Alejarme de aquellos discos que conocía tan bien me produjo también tristeza y una sensación de vacío, pero tenía el consuelo y el reto de construir algún día mi propia colección.

Así me encontré con un punto de partida nuevo, no es que fuera la vida que quería pero sí que estaba todo por hacer y eso me llenaba de esperanza e ilusiones. No tenía a nadie en el plano amoroso, mis amigos ya no me llamaban y no tenía trabajo. Explicado así podría decirse que mi situación era lamentable, pero no, sentía que estaba creando un nuevo comienzo y que había eliminando los condicionantes que me evitaban alcanzarlo. 

Llamé a Paula y volví a su casa. La expliqué mis experiencias y que había descubierto que en el recorrido anterior a la puerta de madera, había otras tres puertas blancas, que estaban cerradas.

-Me pidió que buscara otras puertas. Las encontré, había otras tres. Pero ¿para qué sirven si no se pueden cruzar? ¿Cómo voy a saber qué hay al otro lado? -pregunté.

-Quizá eso no es lo importante -respondió- Quizá lo que hay al otro lado está completo, es perfecto y no necesita que cruces esas puertas.

-Por contraposición -dije pensando en voz alta- la otra puerta… Significa que la otra puerta lleva a algo incompleto, allí hay algo que ha quedado sin terminar… 


Y entonces lo entendí todo. 




Beethoven Symphony 5 Transcribed for piano by Franz Liszt - Glenn Gould.