Encontrar la zona a la que debía viajar no me llevó demasiado esfuerzo. Los tatuajes del hombre al que sentí tan cercano en mi viaje espiritual, despegado de mi cuerpo, fueron la clave. Encontré la zona de origen de aquellos dibujos en internet y así supe que tenía que buscar en el Pacífico, en las islas y atolones situados entre Hawaii y Samoa. Vendí casi todo lo que tenía y le dije a mi familia que me apetecía viajar por el mundo, para encontrarme a mi mismo y todo eso. Ni siquiera mi madre replicó, todos parecían contentos por que tomara un rumbo, fuera el que fuera, y supongo que también por perderme de vista una temporada.
El viaje hasta Hawaii fue largo y tedioso, me llevó casi dos días entre aviones y esperas en aeropuertos, y una vez allí me sorprendió que Honolulu fuera una ciudad de verdad y ver una civilización casi exacta a la mía, sólo que con mejores vistas y una humedad increíble. Me hubiera gustado conocerla un poco, pero no tuve tiempo, apenas me empapé algo de la isla pues en la misma recepción del hotel me dijeron que el Centro Marítimo de Hawaii albergaba un museo dedicado a la historia de las civilizaciones del Pacífico Central. Fui hasta allí en un viejo taxi, rellené algunos formularios en su biblioteca y pensé que no iba a ser difícil centrar un poco más la búsqueda de la isla por la que caminé en mis recuerdos, pero aquel archivo carecía de organización y resultó imposible encontrar datos útiles. Tras un par de días de búsqueda infructuosa entre docenas de libros, una de las empleadas del museo se apiadó de mí y me preguntó qué estaba buscando con tanto empeño. Era una chica bastante joven, regordeta y muy simpática, con la expresión amable prototípica de los nativos de las islas, llamada Vaitiare.
-Estoy buscando el origen de estos tatuajes -dije mostrando unos bocetos que había dibujado.
-Ah, entiendo, ¿estas escribiendo algún artículo o algo así?¿O es por algo personal?
-Por lo segundo. Me gustaría saber de qué lugar provienen.
-Es muy difícil decirlo -respondió- Es una costumbre ancestral que se mantiene desde hace milenios. Podría decirse que cada isla del Pacífico central desarrolló sus propias formas y significados y como ya imaginas no existe ningún tipo de registros, es muy complicado saber en que lugar se originaron. No obstante, algunos símbolos son universales en toda la zona. Por ejemplo, el sol es un dios superior que gobierna sobre todos. Y esta tortuga representa la vida, dentro de un círculo es probable que haga referencia a un clan familiar.
-Bueno, si son endémicos de una isla concreta hay esperanza. Quiero decir que si se hubieran utilizado los mismos en toda la zona sería mucho más difícil.
-Hay una posibilidad -dijo- mi abuelo es un experto en esta especialidad. Dedicó mucho tiempo a estudiar las costumbres de las tribus nativas y los tatuajes están presentes en muchos aspectos de estas culturas, religión, gobierno, economía, guerras… Si quieres puedo llamarle, quizá te ayude.
Terminó llevándome en un coche destartalado hasta la casa de su abuelo, pérdida en las montañas, casi devorada por la vegetación, el calor y la humedad. El hombre era un anciano delgado y fibroso, un alcohólico empedernido, cubierto de tatuajes de los pies a la cabeza, y para afianzar nuestra amistad tuve que apurar una botella del whisky deplorable que él mismo destilaba, mientras su nieta se desternillaba viendo los esfuerzos que me costaba ingerir aquel brebaje, no muy diferente del alcohol de quemar. Tras la primera botella hubo otra que terminamos sentados en el jardín, sobre un precario banco de madera desde el que admiré las vistas, una interminable pendiente cubierta de vegetación que acababa en un mar de un azul tan intenso que parecía irreal, como una foto retocada con Photoshop.
Le enseñé fotografías de los tatuajes que había encontrado en la red y también los bocetos que había dibujado basándome en mis recuerdos. Eran bastante parecidos pero no iguales, hasta entonces yo había creído que la diferencia se debía a mi limitada habilidad para reflejar en un papel lo que tenía en mi mente.
-Tienen el mismo origen, pero estos son actuales y estos otros son primitivos -dijo el viejo señalando primero las fotografías y luego mis dibujos.
-Ah, vaya, entonces los que he dibujado son más antiguos.
-Sí, en los últimos siglos fueron cambiando, debido a las influencias del mundo exterior que alcanzó a unas tribus nativas que habían permanecido aisladas del mundo durante milenios. Estos, los del dibujo, se estuvieron utilizando durante siglos y siglos y más siglos.
-¿Y hay alguna forma de saber en que zona concreta se utilizaban?
-Ya lo creo. Las piedras que rodean los círculos nos indican que sus creadores vivían en un atolón. El sol era su dios, su fuente de vida, como en muchas otras culturas. Y la tortuga nos habla de la familia, quizá se refiere al clan que gobernaba el atolón, o al deseo de formar una familia, es difícil decirlo. El uso de este tipo de dibujos estaba muy restringido y hubo más de una guerra entre tribus nativas para proteger esa exclusividad o castigar su profanación.
-Entonces ¿puede decirme de qué isla concreta proceden? -pregunté ansioso.
-Así es, pero ¿para qué quieres saberlo? Y no te rías de mí, no intentes hacerme creer que eres un investigador dedicado a los tatuajes como me ha dicho mi nieta porque ya se ve que no tienes ni idea sobre el tema.
-Ya… Pues, no. En realidad, es sólo… Bueno, tuve una experiencia, perdí la conciencia y cuando me recobré tenía recuerdos de un lugar en el que nunca he estado y, vaya, trato de localizarlo.
-¿Tienes un sueño y te vienes hasta aquí? Joder, mira que sois raros los europeos. Qué aburridos debéis estar y qué feo debe ser todo aquello. ¿Qué soñaste?
-Con un hombre que llevaba estos tatuajes y enterraba un colmillo y unos…
-¡Acabáramos! Ya sé lo que buscas. Eres otro de esos colgados que quieren juguetear con las creencias que por aquí tenemos.
-Pero ¿qué? ¡No!, yo sólo quiero encontrar la isla y vivir allí un tiempo para saber si me encuentro tan bien como en mi experiencia.
-Pero qué experiencia, ni qué… ¡estarías drogado!, seguro que eres uno de esos hippies colgados, lo supe desde el principio, eres el hijo aburrido de un millonario constructor de urbanizaciones o un idiota que quiere escribir un best-seller ¡Fuera de mi propiedad! No hay nada que más me moleste que intenten engañarme, engatusándome con la conversación. Vosotros los europeos y vuestra falta de sinceridad ¡Largo de aquí, majadero! -dijo el viejo mientras me sacaba a empujones de su casa.
A pesar del aparente fracaso de aquel primer intento con el abuelo borracho e insidioso de Vaitiare estaba muy contento, pues sin duda me había confirmado que seguía la pista correcta y que debía perseverar. Volví a aparecer por allí dos días después, acompañado de su regordeta nieta, que sonreía anticipando otro episodio divertido, y portando dos cajas de Jack Daniel’s edición limitada. Eso relajó bastante el ambiente y el viejo no puso muchas pegas para facilitarme la información que necesitaba, aunque supuse que apenas recordaba nuestra anterior conversación.
-Se llama Palmyra, es este atolón de aquí -dijo señalando un punto minúsculo en un mapa casi del todo azul- Ahora apenas viven allí 30 ó 40 personas, pero ha sido habitado durante siglos por la misma tribu nativa. Las piedras que rodean los tatuajes de tu dibujo representan las pequeñas islas e islotes que forman el atolón, por eso es fácil de identificar, es el único que tiene esta combinación.
-Muchas gracias. Me ha ayudado mucho, hubiera sido imposible encontrarlo entre tantos cientos de islas, islotes, atolones y demás formaciones que tienen por aquí.
-Chico, una cosa -empezó a decir con un poco de resquemor- Todo eso del colmillo que me dijiste el otro día. Sí, me acuerdo, no te sorprendas tanto. Tienes que hablar con Anewa, vive en Napari, la principal población de Tabuaeran. Es otro atolón, cerca de Palmyra. El es descendiente de nativos y un gran investigador y conservador de las costumbres y tradiciones de todas aquellas tribus. Habla con él y que te explique antes de que llegues a tu destino. Supongo que eso te ayudará a entender mejor lo que buscas.
Esa conversación despertó en mi intensas emociones. Sentía que mi visión general sobre la experiencia mental que tuve durante mi falsa muerte era correcta, aunque desconocía el significado de sus detalles y sin ellos no podía completar la interpretación. Pero comprobar que los tatuajes existían y que tenían un significado concreto me hizo sentir que el resto de mis recuerdos eran también reales, que me acercaba a la verdad y a un cambio definitivo en mi vida.
Viajar a la zona central del Pacífico resultó bastante complicado. Tuve que tomar un par de avionetas y después infinidad de barcos, casi siempre pequeñas y viejas chalupas que conectaban las islas, cáscaras de nuez que inexplicablemente conseguían mantenerse a flote sobre aquel mar azul, salpicado de islotes verdes y bajos, casi sin relieve. Después de tres días de incesantes conexiones marítimas llegué a Tabuaeran, siguiendo el consejo del abuelo de Vaitiare. Me di cuenta de que no sabía el nombre de aquel viejo, y pensé que quizá eso podría complicar mi presentación al tal Anewa, eso si conseguía encontrarle, claro.
Estaba en Napari, que había imaginado una pequeña ciudad o un pueblo al uso pero en realidad era un precario asentamiento, que consistía en una serie de viviendas de paja y madera que se levantaban entre las palmeras y los cocoteros, muchas sin paredes, sólo unos troncos sujetando un techo de palmas. Estrechos senderos de arena comunicaban unas construcciones con otras y la gente parecía vivir en una organización comunal, sumidos en un sosiego fuera de lo imaginable.
Pasados unos minutos una chica joven reparó en mi y vino a recibirme. Pensé que me dedicaría el amable saludo local hawaiano o algo así, pero no fue tan agradable.
-Hola extranjero. Si vienes a tocar los cojones pírate ya porque de lo contrario en tres, dos, uno te sacaremos a hostias. Si vienes a vivir en paz, eres bienvenido.
-Hola, sí. ¿Qué tal? No vengo a tocar nada. Paz para todos. Sólo busco tranquilidad. Bueno, y a un tal Anewa.
-¿Anewa? No está. Ha salido a pescar, volverá mañana.
-Vaya. Bueno, esperaré. Pensé que quizá fuera difícil localizarle, pero veo que no. En realidad creí que encontraría aquí un pueblo o algo así y que tendría problemas para dar con él. Me alegra que sea tan solo cuestión de esperar.
-Este es el pueblo. Aquí vivimos casi doscientas personas de forma permanente, en algunas épocas del año somos más, pero los visitantes no suelen quedarse mucho tiempo, no hay hoteles de lujo, ni muchas comodidades, así que pocos nos quedamos. Hay algunos otros asentamientos en el atolón, mucho más pequeños, en los que viven los que de verdad quieren estar aislados de todo. Aquí ese estereotipo puede realizarse de verdad.
-Bueno, pues gracias. Me llamo Pedro, por cierto. Esperaré por aquí sentado -respondí.
-No, hombre, ven que te presentaré a mis amigos. Puedes comer un poco de pescado y marisco. Yo me llamo Alexis. ¡Hoy es sábado! ¡Esta noche haremos una fiesta en la pradera! Es una coña, llamamos la pradera a un pequeño descampado que hay frente a la escuela, lo despejamos para que jueguen los niños. Es una de las pocas zonas que tiene hierba y está libre de árboles.
Me cogió de la mano y caminamos entre la vegetación por un sendero de arena de playa. Sus amigos eran un grupo variopinto de hombres y mujeres de todas las edades, nativos y extranjeros, que, como ella, vestían ropas ligeras, muy gastadas y descoloridas. Estaba seguro de que cada uno cogía lo que le parecía de un montón o algo así, nadie parecía preocuparse porque su vestimenta conjuntara o le quedara bien. Supuse que el día de colada andarían todos desnudos por allí.
-Este es Pedro -gritó Alexis llamando la atención de todos sobre mí- Viene en son de paz, está buscando a Anewa.
-¡Hola Pedro! -gritaron todos al unísono recordándome las reuniones de Alcohólicos Anónimos que había visto en las películas.
Me senté con ellos y pusieron en mis manos una bebida hecha de coco y algún licor de alta graduación y comenzaron a hacerme preguntas sobre el mundo exterior, como ellos lo llamaban, y un poco después sobre España. Los que menos hablaban eran los nativos que me miraban con cierta desconfianza. Les conté todo lo que me pidieron y algunas cosas más y cuando me preguntaron qué hacía por allí y para qué buscaba a Anewa respondí que en realidad estaba buscándome a mí mismo. Eso hizo que los nativos se rieran a carcajadas y de inmediato les caí mejor, debían verme como el pueblerino que llega a la gran ciudad preguntando por la tasca para tomarse un refrigerio.
Alexis me presentó al jefe de la “tribu”, un indígena de mediana edad llamado Malú que me saludó con un apretón de manos que me crujió todos los huesos.
-Es nombre de chico y de chica, antes de que hagas chistes.
-Me parece bien. Yo no te negaré tres veces aunque me llame Pedro -dije sin pensarlo mucho, levantándole una expresión de incomprensión que despertó las risas de todos los presentes. Pensé que el jefe se enfadaría creyendo que le dejaba en ridículo, pero muy al contrario se tronchaba de la risa.
-Me gustan mucho los chistes de tu cultura. ¡Hay que joderse con Pedro, el discípulo aventajado! Ven, te enseñaré el atolón.
Caminamos unos diez minutos charlando sobre la increíble conservación de aquel entorno natural y llegamos a otra playa que daba al interior del atolón, una laguna con tres o cuatro aberturas al mar, no demasiado grandes. El lago interior era pura belleza, de un azul casi transparente que dejaba ver un fondo de arena impoluto, y estaba rodeado por aquel anillo de vegetación de un verde intenso, conjuntando un paisaje que era para volverse loco. No pude evitar mentar a mi madre y sentarme en la arena extasiado por el entorno. Jamás pensé que vería algo así.
-¿Cuánto cubre en la laguna? -pregunté, pues no me hacía a la idea de si eran 4 ó 5 palmos o veinte metros.
-Diez o doce metros en el punto más profundo. Y la isla apenas levanta dos o tres metros sobre el nivel del mar.
-Es increíble. Imaginaba que estas islas eran preciosas, paradisiacas, pero una cosas es creerlo y otra muy distinta verlo. Parece mentira que que se conserve así, tal cual, sin que haya sido contaminada por la civilización moderna.
-Las leyes prohiben construir y si no hay negocio no hay civilización -respondió- Además tenemos que conservar nuestra cultura y costumbres, sólo se permiten pequeñas casas de madera.
-Me alegro. La verdad es que me siento muy bien aquí, en una paz completa. Es una sensación genial, nunca me había sentido tan bien.
Volvimos al poblado y encontramos al resto del grupo organizando la fiesta en la pradera. El festejo consistía tan solo en un equipo de música y un enorme tablón improvisando una barra de bar, sobre la que iban depositando bebidas y cuencos de pescado seco, frutos y carne ahumada de cerdo. Algunas docenas de personas iban llegando poco a poco, uniéndose a la celebración de los sábados.
La música comenzó a sonar y las conversaciones se animaron. La única bebida disponible era un ponche lechoso de coco al que llamaban Achi, cuya graduación parecía bastante elevada.
-Cuidado con el Achi -me dijo riendo Alexis- produce alucinaciones a los que no están acostumbrados. ¡Y a los demás también!
Tras cinco o seis vasos de aquel brebaje me encontraba bailando en mitad de la pradera, jaleado por todo el grupo de amigos en el que en esos momentos me sentía completamente integrado. La música tenía cadencias muy marcadas y yo las seguía frenético. Empezó a sonar un tambor al que se unieron otros en un ritmo salvaje que me iba a desencajar, no podía parar de bailar, acelerado, con las luces de las antorchas girando en mitad de la noche, las caras riendo por todas partes, rodeado por cuerpos que se retorcían como el mío. Grité, giré y giré, hasta que de pronto quedé parado justo delante de Malú que me miraba con intensidad.
Vestía tan solo un taparrabos de piel y su cuerpo estaba cubierto de pintura verde y amarilla, que dibujaba símbolos en su piel. Su actitud era amenazante, como la de un guerrero prestó a la lucha. Me enfrenté con él. Empezamos a movernos con las piernas abiertas, saltando sobre un pie y luego sobre el otro, agachándonos y agitando la cabeza al unísono, levantando los brazos y empujándonos con los hombros, intentando demostrar nuestra superioridad física. Me tomó de un brazo y con un movimiento muy ágil rodó sobre mi espalda, yo hice lo mismo un segundo después. Saltó, tocándome ligeramente con el pie en el pecho, intenté hacer lo mismo pero le golpeé muy fuerte y le derribé, en la caída sujetó mi pierna y con un movimiento violento me hizo caer de bruces sobre la hierba.
Desperté al día siguiente. Un nativo alto y fuerte me miraba con curiosidad. A su lado estaba Malú, que respiró aliviado.
-¡Buf! Menos mal, pensé que te había hecho daño de verdad. Lo siento, me dejé llevar por la efusividad del momento.
-Me temo que fui yo -dije- Tomé demasiado Achi. Ya me advirtieron que tuviera cuidado.
-Este es Anewa -dijo Malú señalando al otro hombre.
-Hola, Pedro -saludó éste muy sonriente- Tranquilo, no te levantes, has tenido una noche difícil. Me han dicho que has venido para verme. Andaré por aquí, luego hablamos.
-Hola, Anewa. Sí, he venido para hablar contigo. En realidad pensaba en una presentación más digna pero ya no tiene remedio. Estoy bien, podemos hablar ahora, cuanto antes mejor.
-No hay prisa. Vamos a desayunar -dijo- ¡Un par de litros de achi y estarás como nuevo!
-No creo que… -dije interrumpiéndome ante las risotadas de ambos- Vale, me lo había tomado en serio. Mejor un cola-cao con galletas.
-Tendrán que ser frutos y zumos, pero nada de achi.
Desayunamos con algunas personas que había conocido el día anterior bajo un techado de hojas de palma sin paredes, en mitad de aquel bosque tropical, aún me sorprendía que la vida allí fuera tan sencilla.
-¿No os aburrís? -pregunté.
-¡Nooooo! -gritaron todos al unísono, supongo que estaban acostumbrados a aquella pregunta por parte de los visitantes.
-En realidad hay mucho que hacer -respondió Anewa- Hoy es domingo y lo tomamos como día de descanso. Pero el resto de los días hay que pescar, arreglar los caminos de arena, enseñar a los niños, lavar la ropa, limpiar la playa, distribuir agua… Un montón de cosas. Créeme, a veces desearíamos ser más para repartir todo el trabajo.
-¿Y de dónde sacáis el agua dulce? -pregunté
-Llueve casi todas las tardes. Tenemos un par de depósitos en los que se almacena el agua que recoge un sistema muy ingenioso, utilizado desde hace siglos por los habitantes de estas islas.
Cuando terminamos el desayuno me encontraba como nuevo, sin rastro de resaca, sólo algunos moratones producto de la brusca caída de la noche anterior durante mi baile con Malú.
-Vamos a dar un paseo -me dijo Anewa, apoyando una mano en mi hombro- Y me cuentas.
Salimos a la playa exterior, la que daba al pacífico, un lienzo azul salpicado de islotes verdes rodeados de arena blanca. No se veía ningún signo de civilización, ni construcciones, ni barcos, nada, salvo la naturaleza desbordante del archipiélago.
-Verás. Una persona que te conoce me recomendó que viniera a verte -empecé a contar- En realidad no sé su nombre, es un anciano que vive en Hawaii, en las montañas, tiene una nieta que se llama Vaitiare que trabaja en…
-¡Akiliano! ¡Menudo viejo borracho y bribón! -dijo riendo- Estuvo muchos años danzando por estas islas, investigando sobre las costumbres locales con intención de hacer un archivo que preservara nuestra cultura. Hicimos una buena amistad, a mí también me interesa mucho todo lo relacionado con nuestros antepasados. El tiene una idea más general, yo preferí especializarme en esta zona pues mi familia siempre ha estado aquí. ¿Y por qué te recomendó que hablaras conmigo?
-Vine desde España buscando algo. No se trata de una cuestión material y en realidad tampoco sé muy bien si entra en el terreno espiritual o en otro.
-Como no te expliques mejor… Cuenta tu historia.
-Está bien. Seré sincero aunque es probable que empieces a pensar que no estoy bien de la cabeza -dije intentando empezar de alguna forma que no fuera demasiado directa para no hacerle desconfiar sobre mi estabilidad mental- Tuve un episodio de muerte temporal. Estuve un día y medio muerto y desperté en mitad de mi funeral.
-Entiendo. Debe ser una experiencia muy impactante.
-Sí, desde luego. El caso es que después me sentía desplazado y distinto. Es curioso que hable en pasado porque hasta hace pocos días era así, pero aquí me siento tan bien que esa sensación de desplazamiento ha desaparecido por completo -reflexioné en voz alta- Vaya, mejor que me centre en lo que tengo que contar. Ese vacío me llevó a practicar una intensa sesión de relajación con una mujer que se ha especializado en casos como el mío, de hecho ella también vivió algo similar, y durante aquella especie de éxtasis vi lo que había pasado durante el día y medio que viví fuera de mi cuerpo.
-Sigue. No tengas miedo, nada de lo que me estás contando me es ajeno, no te voy a mirar raro.
-De acuerdo. Lo que experimenté en aquel viaje extracorporal fue un desplazamiento muy placentero por una corriente de paz y placer, que se desplazaba entre un paisaje blanco. Pasé por delante de algunas puertas, también blancas, que estaban bloqueadas, eran tres, y luego encontré una puerta de madera, marrón, que desentonaba en todo aquello. Sentí el impulso de cruzarla y me encontré en una de estas islas. Caminé un rato y vi a un nativo que enterraba un largo mechón de pelo, de una mujer, y otro del suyo propio, en una cajita de madera que contenía también un colmillo tallado. Luego corrío hacia un pequeño grupo de chozas que estaba siendo atacado por otros indígenas, llevaban la piel pintada de verde y amarillo, luchó contra ellos y al final cayó abatido. Entonces una fuerza inimaginable me arrastró hasta mi cuerpo y reviví.
-No te apures -dijo interrumpiendo mi incontenible flujo verbal- Sé que todo lo que has contado no tiene ningún significado en tu mundo. De hecho si se lo contaras a mil personas casi todas te darían una explicación lógica, alucinaciones por falta de oxígeno, sueños intensos mientras te debates entre la vida y la muerte, o pensarían que abusas de las drogas o tienes alguna secuela producida por aquel estado cercano a la muerte. Sin embargo, aquí tenemos otras creencias.
-Creo que sé lo que vi. Lo entendí cuando me di cuenta de que había otras puertas que estaban bloqueadas.
-Verás, no puedo aseverar aquello que no domino en profundidad. Puedo decirte que aquí todo este tipo de experiencias se enmarcan en el contexto de la reencarnación, pero no me atrevo a establecer el orden que necesitas para entender todos los detalles -explicó con cierto pesar- Sólo una cosa. Has dicho que los hombres que atacaban el poblado llevaban pinturas verdes y amarillas. Eran de este atolón, de Tabuaeran, son los colores de guerra que nuestros ancestros utilizaban y aún hoy se utilizan en ritos y celebraciones. Siendo esto así, significa que estaban atacando otra isla, tu recuerdo no se desarrollaba aquí.
-Así es. Pinté unos tatuajes que llevaba el hombre de mi recuerdo y Akiliano me dijo que representan el atolón de Palmyra, que proceden de allí. Es decir, que debemos suponer que una tribu procedente de esta isla atacaba Palmyra.
-Palmyra. Viejos rivales. Tiene mucho sentido. Parece claro, lo que viste ocurrió allí, en Palmyra.
-Lo sé. Aunque en esta teoría me rechina bastante una cuestión, Palmyra está a más de 250 Km. ¿Cómo podrían llegar guerreros hasta allí en canoas de caña o madera?
-Ya lo creo que llegaban, sobre eso no tengas dudas. Además seguro que recalaban en la isla Washington, que está a medio camino. Un aliado tradicional de nuestra tribu.
-Y ¿qué significa lo que vi, los mechones de pelo, el colmillo grabado?
-No lo sé, quizá sea una tradición endémica. Si es así no la conozco -dijo pensativo- Pero en realidad es una suerte que se trate precisamente de Palmyra. Es un lugar muy apartado cuyos habitantes se han resistido siempre a tomar contacto con el mundo moderno y que no ven con buenos ojos el asentamiento de extranjeros, es decir, conservan intactas muchísimas tradiciones ancestrales. Son muy pocos, quizá 30 personas, todas nativas, y siguen teniendo un chamán que domina sus creencias milenarias. Conozco a ese hombre, es todo un mito, dicen que tiene más de 150 años y poderes sobrenaturales. Creo que te acompañaré a Palmyra.
Permanecimos en Tabuaeran un día más durante el cual no pude dejar de conjeturar sobre los significados de todo lo que había descubierto. En parte estaba muy contento por disfrutar de aquella aventura, si me hubieran dicho unos meses atrás que iba a vivir algo así jamás lo hubiera creído. Durante aquel día observé a Malú muchas veces, recordando su pinturas de guerra de la noche anterior, y no pude evitar imaginarle como el comandante de aquellos guerreros que atacaban Palmyra. Mi isla.
Partimos con el amanecer, utilizando una canoa con motor que Anewa tenía reservada para las emergencias y viajes muy largos. Aún así tardamos casi todo el día en llegar a Washington, otro lugar precioso que no es exactamente un atolón, sino una isla con un lago interior, no tan azul y vibrante como la laguna de Tabuaeran. Repostamos combustible y tuvimos algo de tiempo para recorrer la isla en un jeep prestado. El lugar continua conservando su esencia salvaje pero también cuenta con carreteras, hoteles, campings y casi toda la influencia de la cultura occidental, por lo que no me pareció tan atractiva e impactante como el atolón que abandonamos por la mañana. A pesar de todas las modernidades, me sentía turbado pues sabía que estaba viendo lo mismo, haciendo el mismo viaje, que los guerreros que atacaron Palmyra en mi recuerdo recuperado.
Dormimos en una pequeña posada y partimos mucho antes de que aparecieran los primeros destellos de luz. Nunca vi un amanecer tan hermoso como el que se desplegó delante de nosotros aquella mañana. Lo consideré un buen augurio y me llenó de fuerza. Habíamos salido tan pronto porque el viaje hasta Palmyra era algo más largo que el trayecto anterior y Anewa quería llegar de día, aseguraba que los visitantes son peor recibidos en la oscuridad. Fue una jornada agotadora debido al sol y el calor. Paramos varias veces para refrescarnos, Anewa se bañaba ruidosamente en el océano y yo, que temía el ataque de alguno de los muchos tiburones que habíamos visto, me conformaba con refrescarme desde la barca.
Cuando divisamos el atolón Anewa me explicó sus características y algo de la historia local.
-Este atolón está formado por varias islas algo más desperdigadas que en el caso de Tabuaeran. Tiene también un lago interior, o varios, el mar entra por muchos puntos, y la comunicación entre las distintas partes del atolón es más difícil. Hace milenios estaba habitado por completo pero las guerras con otros tribus cercanas les diezmaron y los supervivientes quedaron recogidos en la llamada Cooper Island. Han tenido muy poco contacto con la civilización salvo durante la segunda guerra mundial, pues se instaló aquí una pequeña base naval que después fue deconstruída, aún quedan restos de la pista de aterrizaje, que apenas fue utilizada. Durante los meses en que los militares estuvieron aquí los indígenas no cesaron de hostigarles para que se marcharan, por eso están convencidos de que ganaron la guerra a la armada de los Estados Unidos. Ahora sólo vienen de visita turistas aventureros muy ocasionales y algunos barcos dedicados a la pesca deportiva, que no son demasiado bien acogidos por lo que a nadie le apetece quedarse.
-Interesante. Por lo que dices no debo esperar una recepción muy cariñosa.
Entramos en el atolón por uno de los canales y comprobé que la laguna central estaba dividida en varias partes. La naturaleza había recuperado casi todo lo que fue transformado durante la ocupación militar y el lugar seguía siendo idílico, aunque a decir verdad me parecía más bonito el atolón de Anewa. Detuvimos la barca en una pequeña playa, lejos de las canoas que se veían en la bahía natural. Caminamos por una zona boscosa hasta llegar a una playa larga y estrecha en la que algunas mujeres trabajaban con hojas de palma, mientras vigilaban a unos pocos niños que jugaban en la orilla. Al vernos gritaron en un idioma desconocido y varios hombres salieron corriendo del bosque cercano portando lanzas y acercándose en actitud amenazante. Al reconocer a Anewa se calmaron pero no dejaron de mirarme con desconfianza.
En unos minutos estábamos frente al jefe de aquellos nativos, un anciano cubierto de tatuajes y piercings de hueso que me observó a conciencia y sin disimulo durante muchos minutos, me palpó la cara, los brazos y me olisqueó. Después dijo con aprobación,
-Puedes quedarte.
-Muchas gracias, jefe -dijo Anewa mirando con cara de desconcierto pues no esperaba que me acogieran ni medio bien- No queremos parecer descorteses pero en realidad venimos a ver al chamán. Este chico tiene algo que preguntarle.
Mientras caminábamos por un bosque de aspecto casi selvático Anewa me dijo que era muy raro que me permitieran quedarme, por lo general ni siquiera miraban a los extranjeros, mucho menos el jefe del atolón. Nos aproximábamos a su choza cuando el chamán salió a toda prisa, supuse que alertado por nuestros pasos. Sin mediar palabra extendió una mano manchada de pintura azul y dibujó dos marcas horizontales a los lados de mi nariz. Anewa y el jefe se retiraron unos pasos, obedeciendo su señal.
-Te daré las respuestas que necesitas. Tu viaje ha terminado -dijo de una forma tan enigmática que me produjo gran inquietud- Tranquilo. Perteneces a esta tierra y aquí volverás a ser tú -prosiguió mientras recogía un puñado de tierra húmeda y lo extendía sobre mi cabeza- Pasa a mi casa, debemos completar el círculo.
Aquel hombre era realmente viejo pero conservaba una agilidad sorprendente y desde el primer momento pude percibir el carisma que emanaba, reflejado en una mirada afilada e inquisitiva que me hizo creer que era transparente.
-Cuéntame que te ha hecho venir aquí -dijo mientras nos sentábamos en el suelo de tierra.
Le explique mi experiencia extrasensorial procurando no dejar de lado ni un solo detalle y durante las casi dos horas que necesité para pormenorizar las últimas semanas de mi vida aquel hombre no parpadeó, me miraba de una forma tan analítica que me sentía escaneado, como si comprobara la sinceridad de cada una de mis palabras. Cuando terminé me pidió que preguntara.
-¿Qué significan las tres puertas cerradas? -inquirí.
-Son vidas pasadas. Las que has cerrado bien, otras que has vivido en las que no dejaste nada pendiente.
-Suponía que era eso. ¿Y el flujo azul qué significa?¿O qué es?
-Es el río de la nueva vida -explicó con calma- Cuando finaliza una vida el alma debe recorrer las vidas pasadas para recoger sus enseñanzas. Atraviesa cada una de esas puertas y recuerda todo. Con ese conocimiento recuperado el flujo la llevará después a una zona colorida desde la que puede ver a las personas que siguen en la vida, para que elija a sus nuevos padres, su nueva familia, y así volverá a empezar. A este lugar le llamamos la Sala del Retorno. Cuando un alma no teme y prefiere seguir la corriente sin elegir una vida nueva significa que ya no le turba ningún anhelo, que ha completado su desarrollo. En ese caso seguirá navegando en el flujo y terminará en un lago de aguas tranquilas y transparentes, nadará despacio hasta la orilla perpetua y quedará para siempre en un campo florido, nutriendo la tierra, compartiendo el tiempo infinito con otras como ella.
Aquella teoría sobre la reencarnación me dejó sumido en mis pensamientos, intentando reconocer las emociones que me producía, intentando buscar dentro de mí si sentía todo aquello como cierto. No podía negarlo, en aquella explicación había algo que había sentido mientras estaba en el flujo, era lo que en el fondo ya sabía desde que me di cuenta del significado que tenían las tres puertas cerradas.
-Pregunta -dijo el chamán.
-Pero no vi mis vidas pasadas. No vi ningún recuerdo o enseñanza. Sólo puertas cerradas y luego aquella que traspasé hasta aquí.
-Eso es porque tu alma seguía unida a tu cuerpo. Creo que vosotros lo llamáis el hilo de oro, cuando el alma sale de su cuerpo y se aleja de él pero sabe que puede volver porque sigue unido a su vida por un hilo dorado. Si hubieras muerto de verdad el viaje por el flujo azul hubiera sido diferente, sin retorno. Sin embargo, pudiste pasar la puerta de madera porque ahí quedaba algo pendiente, algo que no recordaste en vidas posteriores y por ello seguramente las viviste con un gran sensación de anhelo, con cierta inquietud, sin razón aparente. Te olvidaste de lo que habías dejado pendiente y ha estado ahí esperando, hasta que te alejaste de tu cuerpo y te pudo llamar. Debes arreglar aquello que quedó incompleto para recuperar tu camino hacia la perfección.
-¿Qué significado tienen los mechones de pelo y el colmillo?
-En esta parte del mundo creemos firmemente en la reencarnación, en que vivimos un proceso de aprendizaje a través de las limitaciones y las virtudes que nos otorga cada vida. Hasta que lo sabemos todo. Por ello muchas de nuestras tradiciones y ritos giran alrededor de esta convicción. Vosotros creéis con la misma decisión en otras cosas, en Dios, en el cielo, en el infierno, tenéis todo eso tan asimilado en vuestra cultura que casi todos condicionáis vuestra existencia, al menos un mínimo, por esas creencias, no queréis traicionar a vuestro Dios, no queréis pecar, no queréis cuestionar, no queréis provocar a Dios, ni desafiarle en el terreno de lo prohibido, queréis respetar las normas por si es verdad que hay una vida nueva llena de felicidad reservada para los perfectos. Quizá no vivís cumpliendo todas esas leyes, quizá no cumplís casi ninguna, pero las tenéis dentro, tanto que las transmitís a la siguiente generación. Esa es la paradoja de vuestra fe.
-En realidad subyace la misma idea en ambas creencias -respondí convencido.
-Así es. Para vosotros el que no cumple ciertas cosas se queda en el infierno y para nosotros el que no aprende no puede avanzar. El perfecto va al cielo, decís, y nosotros que el completo vive para siempre una vida completa rodeado de iguales. Vosotros medís, de forma equivocada, todo en una sóla vida, nosotros sabemos lo injusto que sería juzgar a alguien por un periodo tan corto y condicionado y que alcanzar la perfección lleva muchas vidas más. Creéis en el infierno como castigo, nosotros en un camino que se hace más largo para los que no aprenden.
-¿Y que tiene que ver esto con aquellos objetos que enterraba el indígena? -pregunté.
-Esas tradiciones de las que hablaba están impregnadas de estas creencias. Es así en todos los aspectos de la vida. Cuando una pareja se ama intensamente desean continuar juntos en su vida siguiente, quieren volver a encontrarse y el rito dice que enterrarán sus cabellos, con un diente de tiburón grabado con sus nombres y los pondrán bajo la protección de la tortuga. De esa forma volverán al mismo lugar en su vida siguiente, se reconocerán y volverán a vivir juntos una vida más.
-Es una tradición realmente bonita -dije algo emocionado al recordar la cara de dolor del indígena que enterraba aquellos objetos- Entiendo el significado de los dos mechones de pelo pero ¿por qué un diente de tiburón?
-Porque representa la fuerza que une a esas personas y ayudará a que se cumpla el rito. Pero no llegaste a colocar el caparazón de tortuga, que hubiera protegido y completado la ofrenda.
-¿Yo? ¿Quiere decir que el hombre al que vi enterrando aquellos objetos era yo mismo en una vida anterior?
-No me cabe duda. Quizá ya habíais hablado de realizar el rito antes de aquel día. Quizá ya sabías que ibais a morir asesinados por los atacantes, y desesperado arrancaste un trozo de su cabello, cogiste el colmillo que teníais preparado y corriste a la colina. Quizá volviste al poblado para conseguir el caparazón de tortuga que faltaba. Pero no pudiste recogerlo.
Estuve un rato sin poder pronunciar palabra pues sentía una opresión horrible en el pecho. Los recuerdos que vi de aquel día se mezclaban con otros nuevos, que imaginaba producto de mi imaginación sugestionada. Sin embargo, todo encajaba tan bien que quería creerlo con todas mis fuerzas.
-¿Y cómo es que cuando he vivido otras vidas posteriores, representadas por las puertas cerradas, no volví aquí para completar la vida anterior incompleta?
-Porque no tenías referencias para volver, el rito estaba incompleto y no te llamó. Cada vez elegiste otra familia y naciste en un lugar muy diferente. Sólo ahora, cuando has tenido esa experiencia cercana a la muerte, has podido ver cual es el anhelo que necesita resolver tu alma para seguir avanzando.
-Quiere decir que tengo que completar el rito.
-Quiero decir que ahora ya lo sabes todo. Bienvenido a tu tierra -dijo el chamán levantándose y saliendo al exterior de la choza.
Me quedé en la isla sin plazo definido, meditando sobre todo lo que había vivido y aprendido. Aunque no consiguiera nada más ya me sentía mucho más completo que antes, pero tenía la sensación de que estaba a un paso de resolverlo todo, de enderezar mi existencia a través de la línea continua de la reencarnación en la que ya creía firmemente. Los tres o cuatro primeros días no me moví del poblado, estuve aprendiendo sus costumbres e integrándome en su forma de vivir, sintiéndome uno más de aquellos nativos que tan bien me habían aceptado. Después comencé a pasear por el atolón, explorando sus rincones, nadando las cortas distancias que separaban unos islotes de otros. Y un día encontré una pequeña colina que dominaba una playa y supe que fue allí.
No me costó encontrar el lugar exacto, notaba su presencia. Escarbe despacio con las manos, amontonando puñados de tierra a un lado, como hice cuando era un nativo con tatuajes en el brazo, hasta que encontré la caja, negra y podrida. Supuse que su contenido estaría también deteriorado y perdido, pero al abrirla comprobé que el grosor de la madera había servido como protección y con un vuelco del corazón acaricié los mechones de pelo y el colmillo. Algunas lágrimas rodaron por mis mejillas al observar los símbolos grabados que ahora no entendía, mi nombre y el de una chica con la que había deseado compartir la eternidad. Lloré sintiéndome solo sin ella, aunque ahora no la recordaba, lamentándome por haberla traicionado durante tres vidas sin buscarla. Tardé mucho en recuperar la calma y me encontré doblado hacia adelante, con la cabeza medio hundida en la tierra húmeda.
Encontrar una caparazón de tortuga no fue difícil, los nativos los utilizan para brebajes curativos y potenciadores, así que esa misma tarde pude completar el ritual que inicié quizá trescientos años atrás. Tapé la caja con el caparazón y los enterré. Me sentí muy bien, aliviado, como si de verdad hubiera cerrado un asunto pendiente durante siglos.
Estuve una semana esperando a que algo ocurriera, esperando conocer a una mujer a la que amaba con toda mi intensidad sin saber quien era. Imaginaba a una mujer occidental, viviendo una vida vacía, como había sido la mía, que de pronto sentiría mi llamada y que vendría hasta Palmyra, reclamada por el ritual que nos enlazaba pasa siempre. Y me sentí muy idiota al comprobar que mes tras mes y año tras año nada pasaba. Entendí entonces que quizá el único beneficio de toda aquella aventura era poder continuar con mi avance de una vida a otra y no esperé nada más.
Viví en la isla como uno más de los nativos, abandonando mi existencia anterior como si nunca hubiera tenido lugar. El chamán me tomó como aprendiz, dijo que él no viviría para siempre y que alguien debía ocupar su lugar, aunque hoy sigue teniendo el mismo aspecto que entonces y la misma vitalidad. Aprendí nuestras costumbres, los ritos, a vivir como un nativo y me acostumbré a pensar como tal. Hasta mi aspecto fue cambiando poco a poco y ya era difícil distinguirme del resto. Anewa nos visitaba de vez en cuando y me contaba noticias de la civilización que había abandonado, que yo sentía tan lejanas como las novelas de ciencia ficción.
Llevaba veinticinco años en Palmyra cuando un día los pescadores rescataron a un grupo de nativos de una isla cercana. Entre ellos distinguí a una chica joven cuya mirada intensa y su forma de moverse me resultaron familiares. Me acerqué y vi el mismo anhelo en su mirada. Supe que había llegado y mi corazón explotó.
El chamán ha incorporado nuestra historia a sus enseñanzas sobre la vida eterna que imparte a los niños, como un ejemplo vivo de la fuerza con la que el alma trasciende por toda la eternidad.
-Ella esperó todos estos años en la Sala del Retorno pues sabía que su pareja la llamaría tarde o temprano. Aguardó durante cientos de años hasta que supo qué familia debía elegir. Nació ese mismo día, en el lugar más cercano posible. Y en esa vida nueva, sin saberlo, terminó haciendo todo lo necesario para llegar hasta aquí, para encontrarse con él. No les hizo falta más que mirarse para recibir la bendición del rito.
Aitine, mi mujer, no recuerda su vida anterior, ni los años que pasó esperando a que yo completara el rito. Sin embargo, ha sido educada en las tradiciones de la cultura del Pacífico y no duda ni un ápice sobre la exactitud de la historia que cuenta el chamán y está tan convencida como yo de que estamos llamados a estar juntos desde una vida anterior. Sólo que ella no ha necesitado vivirlo.
Hoy hemos enterrado unos mechones y un diente de tiburón, bajo un caparazón de tortuga. Aún estamos lejos de la muerte, pero prefiero que nuestro siguiente encuentro sea un poco más fácil, así que he dejado las cosas arregladas por si acaso, como se suele decir en el mundo occidental.
Lucinda Williams - The Ghosts of Highway 20 |