sábado, 4 de junio de 2016

La barca.

-Tarde o temprano pasará un barco. Por aquí hay muchas rutas de navegación, cargueros, pesqueros, hasta esos barcos que llevan a los turistas a ver los delfines deben pasar por aquí. Además nos estarán buscando, no creo que tarden en encontrarnos.

-Eso espero -respondió con voz angustiada la chica que se acurrucaba todavía empapada e incómoda al otro lado de la pequeña barca- No tenemos agua, ni comida, ni nada. Estoy empapada y tengo frío. No aguantaremos mucho en estas condiciones.

-Seguro que podemos sobrevivir unos días. No te preocupes -respondí con el ánimo de tranquilizarla. Era una chica de unos treinta años, con el pelo castaño, sin ningún rasgo destacable, que vestía ropas cómodas y amplias.

-¿Unos días? Mi expectativa no va más allá de unas horas. ¿De verdad crees que tardarán días en encontrarnos?

-No lo sé. En cualquier caso mejor que nos mentalicemos para algo largo, por si acaso.

-Pero ¿Por qué se hundió el puto barco? -preguntó ella con esa mezcla de incomprensión, frustración y sensación de indefensión que siente todo el que se ve envuelto en una tragedia inesperada.

-No lo sé. Fue algo extraño. Comenzó a escorarse poco a poco hasta que entró el agua y entonces volcó.

-Eso ya lo sé. Pero ¿por qué se inclinó? -volvió a preguntar.

-Supongo que ese trasto no estaba en buenas condiciones. Quizá chocamos con algo y se hizo una brecha en el casco. Algún tronco o algo así. La verdad es que era un barco muy viejo y seguro que no le daban el mantenimiento necesario. En esta zona del planeta no creo que haya muchos controles, lo más seguro es que cada cual haga el mantenimiento de su barco como le parece.

-De que estaba hecho ¿de plástico? Cuando monté lo pensé, vaya mierda de barco, más potroso no puede ser. Pero no me va a tocar precisamente a mí. Pues sí, joder, me ha tocado a mí. Tanto preocuparme por no pasar por sitios peligrosos, tanto mirar atrás por si me sigue alguien sospechoso, tanto estar cerca de la multitud en este país tan raro y, venga, voy y me subo en el barco más asqueroso de la República de Laos.

-Partimos de Vietnam. Laos no tiene salida al mar. 

-¿En serio? Pues no recuerdo haber pasado esa frontera. Quizá fue, sí, claro, después de la noche con aquellos tirados australianos. Me junté con un grupo de mochileros que vagabundeaban por Laos y fumamos algo de hachis. Eran buena gente, en realidad esto no va contra lo que he dicho antes sobre la seguridad.

-Ya, si no tienes que darme explicaciones. Yo creo que el barco era de fibra de vidrio. Igual estaba podrido. No sé -un silencio incómodo se instaló en la pequeña barca dejando paso a una angustia creciente- ¿A qué ibas a las Paracel? 

-Me dijeron que es un sitio aislado de todo. Y me parecía que me vendrían bien unos días sin ver a nadie, en un lugar alejado de la civilización. Con la expectativa de volver, sana y salva cuando me cansara, claro. Ya ves, he acabado aislada pero en una barquita con un desconocido.

-Hombre, si quieres me tiro al mar para que me coman los tiburones y así te quedas sola -dije bromeando.

-¿Aquí hay tiburones?¿Lo dices en serio? ¿Crees que se comieron a los otros? A los que iban en el barco. No vi a nadie más cuando salí a la superficie y cuando embarcamos éramos ocho y el patrón. Los conté.

-Supongo que quedaron atrapados debajo del casco y los arrastró hacia al fondo cuando se hundió. Yo tampoco vi a nadie. De repente estaba sumergido en el agua, enredado en aquellas cortinas que colgaban a los lados. Conseguí librarme y vi la barca, me costó mucho subir. En el agua apenas quedaba nada, sólo flotaban algunos objetos, ropa, unas gafas de plástico, un paquete de tabaco. Parece mentira que el barco se hundiera por completo sin más, en unos segundos.

-Yo salí por la parte de atrás, por suerte me senté allí para no estar rodeada de gente. Mientras braceaba hacia la superficie vi una tortuga ¿te lo puedes creer? ¿Qué hace un bicho de esos en un naufragio? -dijo con una exagerada mueca de incomprensión- Una vez arriba lo primero que vi fue esta barca, a dos palmos de mí cara. Menos mal que me ayudaste, sola no hubiera podido subir. ¿Crees que fue la tortuga? La que rajó el casco, quiero decir. Igual chocó con ella y se partió.

-No sé. No creo. Puede ser. Da igual, tenemos suerte de estar vivos. No había ninguna otra barca de salvamento. Me fijé al subir. Pensé lo mismo que tú, menuda mierda de barco. Vamos a tener que empujarlo hasta las islas.

-Hemos tenido suerte, sí. Creo que todos los demás ya han muerto, nosotros aún tenemos una oportunidad. Menos mal que está nublado, en un día despejado ya lo estaríamos pasando mal con el sol. ¿Qué hora es?¿Las doce? -preguntó señalando el reloj en mi muñeca- Salimos como a las seis ¿no?

-Vaya, mi reloj se ha parado. Creo que lo golpeé al subir a la barca. Marca las doce y diez, así que debe ser cerca de la una. Por lo tanto hemos viajado unas seis horas y la costa continental estará como a unas 30 millas. Bastante cerca, alguien nos tiene que ver muy pronto.

-Supongo que también buscabas un poco de soledad en tu viaje a las islas Paracel -comentó la chica con ánimo de mantener la conversación.

-Bueno, sí, supongo que son razones parecidas a las tuyas. Supongo que buscaba pulsar el botón de reset y empezar de nuevo.

-Suena a trauma. Si me permites decir lo que pienso.

-Sin problema. En realidad sería interesante actuar así, con total naturalidad. Diciendo toda la verdad, todo lo que pensamos. Ambos compartimos un espacio pequeño con un desconocido que nos han impuesto las circunstancias, no hay razón por la que debamos dar una imagen convincente o respetar al otro omitiendo nuestras opiniones legítimas. Propongo que conversemos con absoluta franqueza, sin ocultarnos, será un experimento muy interesante. Al fin y al cabo, pronto nos rescatarán y cada cual seguirá su camino. Nos servirá para evadirnos del contexto.

-¿Eres sociólogo o algo así?

-Estudié psicología pero trabajo en una empresa, digamos que en el departamento de personal, haciendo un trabajo que tiene poco que ver con mi formación. Sin embargo, conservo el espíritu, me gustan este tipo de juegos.

-Me parece bien, juguemos. -respondió ella acomodándose en el tablón que hacía las veces de asiento- Veremos si este juego te sigue gustando dentro de un rato.

-Je, je, je. Lo dices como si una vez apartados los filtros y los tules, resultaras ser una persona con la que se deben tomar precauciones.

-Si apartas todo eso, verás que soy una persona bastante práctica. Quizá pienses que soy del todo cruel, o egoísta si quieres verlo de una forma mundana y simple o si te da miedo esa idea, la de la existencia de una practicidad afilada, fría y rellena de crueldad. En el fondo es algo que nadie aprueba.

-Si es así lo aceptaré y te lo diré. Y tu aceptarás mi opinión ¿ok? -dije intentando fijar las bases del juego- Muy bien, ya hemos empezado entonces. Conversemos. ¿Cuales son las verdaderas razones que te llevaron a este viaje? -pregunté intentando sorprenderla con una pregunta directa y personal.

-Quería limpiar mi conciencia. En realidad, no. Quería saber si debía limpiar mi conciencia o dejarla como está -respondió ella con decisión, como si tuviera pensada la respuesta.

-Es decir, que hay algo de lo que te arrepientes y aún no estas preparada para reconocer el error que dio origen a ese arrepentimiento.

-Ni de coña. Lo que quiero es saber si debo reprobar aquello de mí que otros sin duda considerarían reprobable.

-Por lo general resulta reprobable aquello que perjudica a los demás -comenté.

-No. Se considera reprobable aquello que pone en peligro las bases de la sociedad. Es curioso, porque ese mismo fundamento implica perjuicios a lo individual y en el fondo es igual de reprobable, pero si garantiza la continuidad del sistema social es aceptable y se considera bueno.

-Hemos comenzado una conversación demasiado conceptual, me temo. Creo que deberíamos pasar al relato -dije pensando en un enfoque dirigido a la vida cotidiana- ¿A qué te dedicas?

-Trabajo en una agencia de modelos.

-Pues no pareces modelo. Siento la grosería, ¡son las normas! -dije sonriendo.

-No soy modelo. De hecho lo sabes, hace un rato has pensado que no hay nada destacable en mi aspecto, que soy vulgar, del montón -dijo dejándome con cara de pasmado, evidenciando que había acertado de lleno- No pongas esa cara, sólo lo he adivinado, no sabía si de verdad era así antes de decirlo. Lo que hago es llevar las cuentas de algunas de ellas, gestionar su carrera.

-Ya, comprendo. Y esas dudas que tienes respecto a la integridad de tu conciencia ¿provienen de tu faceta laboral?

-Creo que es más una actitud ante la vida. Pero, sí, la proyecto de forma intensa en mi vida laboral. Es lógico, dedico la mayor parte de mi tiempo a mi trabajo.

-Supongo que te refieres a que no te llevas bien con tus compañeros, os hacéis putaditas, pequeñas zancadillas para intentar medrar. Te piso la cabeza para sacar un poco la mía y ese tipo de actitudes.

-En realidad con quienes más trato es con las modelos, que van y vienen -explicó ella- Quiero decir que en sentido estricto no tengo compañeros permanentes con los que pelearme y competir por quedar bien delante de los jefes.

-Con alguna de esas modelos habrás tenido una relación más profunda, digo yo.

-Sonia. Era una chica morena, con un tipo impresionante y unos ojos azules preciosos. Con ella me relacioné durante unos meses. Tenía un miedo terrible a que se aprovecharán de ella en el mundillo, que tiene justa fama de despiadado y sin escrúpulos. Me fui ganando su confianza poco a poco, la ayudé a coger un poco de seguridad y a avanzar. En realidad la creé como profesional, ahora anda por ahí en New York, París y otras pasarelas, pero durante un tiempo fue mía.

-¿Tuya?¿Qué quieres decir? -pareció removerse incómoda así que recordé las normas- No, no, no, no puedes ocultarlo. Tienes que contarlo, no queremos perder el espíritu del juego.

-Entonces yo era más débil. Me dejaba llevar por los impulsos más primarios, sólo veía el beneficio inmediato y no el provecho que podía sacar a mi posición con una estrategia menos cortoplacista -me miró con frialdad, comprobando si contaba con toda mi atención, como así era- La primera vez fue en un camerino, después de su bautismo en un desfile importante para una marca de lencería. La ayudaba a desmaquillarse mientras hablábamos sobre lo bien que lo había hecho y la buena acogida que había tenido entre el público y las firmas. Acaricié sus hombros y ella lo aceptó sin ninguna queja, así que seguí avanzando, deslicé un tirante por el brazo y luego el otro. La besé, lamí su cuello, en fin. Ya te imaginas. No la violé, ni nada por el estilo, ella lo consintió pero ambas sabíamos que aquello nunca hubiera ocurrido en otras circunstancias, sin el ascendente que tenía sobre ella y sin el poder de decisión que tenía sobre su carrera.

-Por lo que dices no ocurrió sólo una vez. No fue un momento de debilidad -apunté.

-Aclaremos esto. No fue algo que ocurrió, fue algo que yo provoqué con toda mi intención. Y volví a hacerlo otras muchas veces, cada vez con menos consentimiento por su parte, hasta que se convirtió en un chantaje puro y duro. Al final se marchó, cambió de agencia. Podía hacerlo, ya estaba muy alto. 

-Es la historia del inocente que se mete en la guarida del lobo buscando protección. No me extraña que intentes purgar tu conciencia. ¿Hay más o fue una cuestión puntual producto de la atracción obsesiva por una persona?

-Con Adela fue diferente. Ya intuía que podía sacar mejores réditos en otros terrenos, sin dejarme llevar por la lujuria, aunque también era una chica muy atractiva -me miraba divertida comprobando mi expresión escandalizada- Sí, pensé que podía beneficiarme en lo económico y si luego venía algo más pues mejor. Me di cuenta enseguida, aquella chica tenía madera, quedaba muy bien ante la cámara y podía triunfar en publicidad y cosas así. Le expliqué que era capaz de situarla en el punto de mira de los grandes anunciantes pero asumiendo una serie de gastos bien dirigidos y sin justificar. De su propia iniciativa fue cederme una comisión en efectivo de todo lo que fuera ganando. Con el tiempo fuímos haciéndonos íntimas y acabamos acostándonos en el dormitorio de un directivo de una casa de cosméticos, con el novio de Adela allí mismo, charlando de fútbol en el salón.

-Perdiste los primeros escrúpulos y los límites de lo ético se fueron alejando cada vez más. ¿No eras consciente de ello?

-¿Consciente de mi pérdida de ética? No, nunca hubo nada de eso. Desde el principio el único límite era el riesgo, el peligro que corría si alguna de ellas me denunciaba o lo hacía público.

-¿No llegó a ocurrir?

-Algo parecido. Hubo una chica que me creó algunos problemas. Se llamaba Michelle. Era muy mona, pero también muy terca y se le notaba, lo cual resultaba un handicap en su carrera porque tenía siempre un aspecto demasiado duro, que no gustaba a los publicistas ni cuadraba en los desfiles. Le hice la misma propuesta, la económica, y ella la pilló al vuelo. Conseguí situarla en un tema con una marca de cervezas que resultó mucho mejor de lo que yo misma imaginaba. Todo fue bien hasta que empecé a meterle mano en un hotel de Milán. Estábamos bastante bebidas y me pareció que respondía a mis señales, pero me equivoqué. Por un momento su resistencia me resultó excitante, pero la escena pasional se convirtió en un intercambio de golpes y tuve que salir corriendo de allí -la chica que ahora parecía sentirse más cómoda sentada en su lado de la barca, con las ropas casi secas, relataba esta historia con expresión de fastidio- De vuelta en España sus padres aparecieron en la oficina y me montaron una bronca impresionante, amenazaron con llamar a la policía y exigieron hablar con el director de la agencia.

-Por la cara que pones creo que no llegaron a hacer nada de eso. Aunque en tu oficina todo el mundo debió quedarse con la copla.

-Los numeritos de los familiares de las principiantes forman parte del día a día en el negocio así que nadie en la oficina les prestó atención. Pasamos a una sala de reuniones y lo único que hice fue sacar mi grabadora. Como ya te he dicho era consciente de los riesgos y estaba preparada para afrontarlos en la medida de lo posible, así que tenía preparado un archivo relativo a cada una de mis protegidas en activo. La voz de Michelle salió del aparato ofreciéndome dinero negro, comisiones ilegales, incluso decía con cinismo que asumía que en el negocio había que chupársela a mucha gente. No les hizo falta más.

-Sí que eras precavida -dije con cierta admiración- ¿Siempre te saliste con la tuya?¿Tus jefes nunca sospecharon de ti?

-Soy una persona muy autocrítica, no sé si te lo he dicho. Eso significa que siempre evalúo el resultado de mis decisiones con ánimo de corregir mis fallos -enarqué mis cejas esperando que resolviera el suspense- Aquel problema con Michelle me hizo ver que debía reconducir mis objetivos para situarme en una posición que conllevara menos riesgos, el más evidente era que alguien llevara algún asunto a mis jefes, así que a la siguiente chica, Mónica, no le pedí sólo dinero. Cada vez que la entrevistaban, en cada cena de negocios, en cada fiesta, contaba a todo aquel que tuviera oídos que todo había empezado al conocerme, que todo me lo debía a mí, que planificaba su carrera, que ordenaba su día a día, que yo la había puesto donde estaba. Cuando tres o cuatro chicas estaban propagando la misma cantinela empecé a ser ambicionada por otras agencias y mis jefes decidieron tomar cartas en el asunto, creando un nuevo puesto, directora de gestión de talento. Reportaba con el director general de la empresa, en Suiza. Así que resultaba bastante difícil que alguien me denunciara a mis jefes, al menos en ese terreno estaba bien cubierta y en los otros me bastaba con el chantaje más primario.

-Entonces has seguido así hasta ahora. Sacando provecho de cualquier tipo siempre que puedes.

-Exacto. Esa es la filosofía. A mí me va un poco mejor y a ellas un poco peor, en el fondo todo sigue más o menos igual.

-Pero esa es la ley de la jungla -objeté

-¿Ves como en el fondo en todo esto subyace el mantenimiento del orden social?

-Si lo tienes tan claro ¿de dónde salen tus dudas?¿Por qué tienes que aislarte en una isla apartada de la mano de Dios para decidir si lo que haces es asumible por tu conciencia?

-¿Sabes una cosa? Estoy harta de este puto juego -espetó ella de pronto, poniéndose de pie en la barca que comenzó a oscilar de forma peligrosa- ¿Quién eres tú para hacer de la voz de la conciencia? ¿Es que tú tienes una mente pura y un comportamiento irreprochable?

Gesticulaba y me señalaba con un dedo amenazante. Avanzó hacia mí, para encarase conmigo a corta distancia, haciendo oscilar más y más la barca, hasta que perdió el equilibrio y se inclinó hacia un lado, intenté sujetarla pero mi brazo estirado no llegó a tiempo, y cayó como un peso muerto en el agua. La barca se movía de un lado a otro con mucha fuerza y tuve que arrodillarme sobre las tablas. En cuanto los movimientos fueron menos violentos me acerqué al lugar por el que había caído y saqué al exterior la cabeza y los brazos, para ayudarla, suponiendo que la encontraría allí mismo, sacando la cabeza del agua y boqueando.

Sin embargo no estaba allí. Busqué un poco más lejos, intenté mover la barca braceando, grité ¡chica!¡chica! pues no sabía su nombre. Pero no hubo respuesta. Era absurdo tirarme al agua a buscarla, no había señal alguna de que estuviera en algún lugar concreto y el mar se veía inabarcable en todas direcciones, ya no sabía en qué zona había caído. Pensé que quizá se había golpeado con la barca al caer y había quedado sin sentido, ahogándose, pero no lo recordaba así. Quizá la había atrapado un tiburón, o puede que, desorientada, hubiera nadado hacia abajo en lugar de hacia la superficie. El caso es que no aparecía.

Me quedé acorchado sentado en la barca, mirando al suelo, intentando asimilar todo aquello, el naufragio, todas aquellas personas muertas con toda probabilidad, la chica que murió también, de una forma absurda. Intenté convencerme de que lo procedente en aquel preciso momento era salvarme a mí mismo, estar atento por si aparecía algún barco o por si veía tierra por algún lado, y no dejarme llevar por aquellas experiencias traumáticas y por la desolación. Entonces, escuché una voz que pedía socorro. Venía de algún lugar a mis espaldas, pensé que sería la chica, aunque mi sentido de la orientación decía que había caído al agua 30 ó 40 metros en dirección contraria a la de aquella voz.

Remé con los brazos extendidos en dirección a la chica que pedía auxilio y enseguida la ví, estaba cerca, a unos 10 metros, pero me costó mucho mover la barca en esa precisa dirección y tarde bastante en llegar hasta ella y ayudarla a subir. Nada más verla me di cuenta de que no era la misma chica. Tendría más o menos la misma edad, unos treinta años, su pelo era rubio, de un tono muy claro, su aspecto era más delicado que el de mi anterior compañera de desdichas, y llevaba un sencillo vestido ligero de color claro, tenía un aire más inocente y puro.

-¿Estabas en el barco? -pregunté desconcertado- No te vi. Juraría que no estabas en el barco. ¿Es que ha naufragado otro más por aquí?¿Hablas mi idioma?

Ella se apartó el pelo de la cara, escurrió la falda de su vestido y lo alisó con las manos, intentado devolverle su aspecto original. Levantó su rostro y me clavó una mirada crítica y severa.

-Sigamos con el juego -dijo sin más.

-¿Qué?

-¿No creerás que la historia se puede quedar ahí? No puede quedar incompleta, hay que decirlo todo, sin guardarse nada. Son las normas.

-Pero ¿cómo puedes saber…? Es imposible que hayas estado todo ese tiempo en el agua, escuchando -dije sin comprender.

-No cambies de tema -respondió ella con dureza- Has dicho antes que cuando se pierden los primeros escrúpulos los límites de lo ético se alejan cada vez más. ¿Dónde están los tuyos?

-¿Los míos? Tengo mis límites, claro, por supuesto. Reconozco que con el paso del tiempo se han ido alejando, pero eso no significa que no los tenga -de forma casi inconsciente, quizá como producto de algún mecanismo mental aprendido en la infancia, busqué otros argumentos con los que justificarme- Además, no todo es consecuencia de mis límites, no todo es mi responsabilidad. Cada cual toma sus decisiones.

-Te aprovechaste de ella hasta que no pudo soportar más.


-No hice nada diferente, nada que no hubiera hecho con las demás -respondí con un nudo en la garganta- Fue ella la que se lo tomó de una forma radical.

-Ya veo. Piensas, entonces, que lo hizo porque era débil. Sandra, pelirroja de ojos verdes, tan atractiva como desequilibrada.

-Yo no la maté, eso es indiscutible.

-Sin duda. Tú la chantajeaste, abusaste de ella, te enriqueciste con el producto de su trabajo, la rebajaste a la nada, la convertiste en tu esclava, esta vez te aprovechaste tanto que tu víctima no lo pudo soportar. Pero tú no la mataste.

-No la maté.

-¿Sabes por qué hiciste todo eso? -no pude responder, me quedé callado, con la cabeza baja, mirando las astillas del suelo de la barca- Porque tu carácter precavido y autocrítico no pudo compensar tu falta de moral, no evaluaste ese riesgo, no fuiste consciente de que existía ese peligro, sólo pensaste en tus propios límites.

Me di cuenta de que estaba gritando, con las manos tapando mis orejas, pidiéndola a voces que se callara. Ella seguía hablando, señalándome con un dedo acusador y no pude soportarlo más, me lancé al agua y nadé con todas mis fuerzas. Hasta que las agoté.


Cada vez que las lágrimas me impiden ver la arena con la que juegan mis manos nerviosas sé que aún no estoy preparado para salir de aquí. Mi mente vuelve una y otra vez a lo mismo, cuando creo que lo he aceptado, que he aceptado quien soy, me presenta una nueva perspectiva. Siempre pensé que ser inteligente te otorga una ventaja, un punto de partida mejor, pero ahora envidio a los simples, a aquellos cuyas mentes son incapaces de cambiar una y otra vez la faceta del prisma.

El patrón del barco que me trajo aquí me pregunta cada semana si estoy preparado para la vuelta. Pero no puedo volver a mi vida, debo continuar con este aislamiento, quizá para siempre, viviré atormentado por las evidencias, justificando mis actos, recorriendo en un bucle infinito las playas de las islas Paracel con la cabeza baja, como si buscara la respuesta entre las piedras que salpican la arena.


Preguntándome si padezco algún trastorno mental por el mero hecho de querer aceptarme.

Jennifer Nettles - Playing with Fire