Conseguí trabajo como encuestador y me lo tomé muy en serio, fiel a mi
propósito de aprovechar las oportunidades que la vida me ofreciera, fueran
cuales fueran. Me explicaron que para
evitar el desinterés clásico del operador de cuestionarios realizaría un mix de
encuestas de todo tipo que se irían alternando y que en la primera página de
cada una encontraría el público objetivo y las instrucciones básicas. Lo demás
era preguntar y preguntar. Yo sabía que el mejor sito de Madrid para hacer
encuestas siempre ha sido la Puerta del Sol, así que cogí el Metro y allí
estaba, bolígrafo en ristre, dispuesto a rellenar las 100 encuestas que me
encargaron.
La primera hoja de la primera encuesta decía, mujer de mediana edad,
con relación sentimental estable. Me dirigí a un matrimonio de aspecto amable y
tranquilo, que paseaba con parsimonia cerca de la calle Preciados.
-Hola señora. ¿Sería tan amable de contestar a una encuesta de cinco
minutillos? –pregunté a la mujer.
-Claro. Por supuesto. Qué gracia, nunca me habían encuestado ¿es algo
sobre el gobierno? Iñaki, Rajoy, Bárcenas, estoy muy al día.
-Pues no sé, la verdad. A ver… Yo creo que no, que esto va a ser otra
cosa… ¿Tiene usted fantasías eróticas con otras mujeres mientras ve la
televisión por la noche?
-¡Sí! –respondió ella sin pensarlo mucho y ante la sorpresa de su
pareja- ¿Cómo lo sabes? Es algo que no puedo evitar, no sé cuál es la razón pero
termino siempre imaginando el contacto de mi cuerpo desnudo con el de otra
mujer, los rozamientos en zonas estratégicas y tal. Bueno, perdón, que no
quiero parecer tan bruta y falta de emociones, lo que siento es el amor, las
caricias y eso. Aunque enseguida pasamos al sexo oral y a los juguetes a pilas.
Bueno, algunas cosas ni se las imagina.
-Nos ha jodio que si me lo imagino. No me conoce señora, si supiera
usted de mi fama… pero nos estamos desviando. ¿Y ocurre esto independientemente
del canal de televisión que sintonice? –seguí preguntando.
-Pues… no. No. Sobre todo me pasa cuando los programas me aburren. Es
más con las cadenas que con los programas… Antena 3 y su ritmo, puf. La cabeza
se me va a otras cosas, ya sabe, una piel tersa, unos labios entreabiertos,
algún gemido. Bueno, y otras veces sin necesidad de aburrirme ni nada, cuando
sale esa presentadora rubita tan mona, la de pelo corto.
-Joder Maripili –interrumpe su acompañante- Coño, que de esto no me
habías contao nada y me estás abriendo las puertas a un nuevo mundo de erotismo.
A ver si ahora nos van a gustar las mismas tías.
-Oiga, señor, disculpe pero no es usted el entrevistado -interrumpí. Vamos, que si
quiere seguro que por aquí hay alguna otra encuesta para varón de mediana edad
en relación estable. Sí, qué bien, ¿Cuál es su fetiche sexual más vergonzoso a
la hora de la autosat…?
-No, no, no. Me niego a contestar. Bastante daño ha hecho usted ya a
nuestro matrimonio, estúpido joven. Hala, pírate ya, mejor será que te vayas a
preguntar a esas monjas –dijo señalando a una pareja de monjas que caminaban
muy cerca.
Me giré hacia ellas con ilusión pues la verdad es que me entraron
muchas ganas de hacerles preguntas, aunque fuera de las encuestas, y salí
detrás de ellas pero no sabía cómo llamar su atención ¿Cómo se dirige uno a una
pareja de monjas? ¿Madres? ¿Sores? ¿Superioras? Me quedé paralizado un momento
y el hombre se me acercó y me susurró al oído.
-Hermanas, so gilipollas –dijo.
-Hombre, no sé, es que eso igual es como allanar mucho la confianza así
de repente.
-¡Hijas de Dios! –gritó él igual que si estuviera llamando la atención de los caballeros de Gondor.
Las dos monjas se dieron la vuelta y nos miraron. Enseguida me miraron
a mí sólo, en cuanto el hombre dijo que yo quería hacerles una encuesta. Se
acercaron y me di cuenta de que aquello iba a ser complicado, pues no eran esas
dos monjitas amables que uno se imagina caminando por la Puerta del Sol, las
que van tarareando la canción de “tú, que has venido a la orilla”. No, estas
eran las otras dos, las de “’¡Tú! ¿A qué has venido a la orilla?” o “niño te
vas a comer todo el lenguado pero acompañao de esta oreja ensangrentada que te
acabo de arrancar”.
A partir de ahí los hechos se sucedieron a gran velocidad. Apareció la
encuesta titulada S&M. Tras la primera pregunta, un par de cachetes, unos
gritos, una patada en las ingles y sus alrededores (todo muy apropiado a la
temática de la encuesta). Y luego la pareja de policías municipales. Mis
disculpas. La encuesta sobre las perversiones de adultos reprimidos vestidos de
uniforme, los cuatro dándome patadas, sobre todo las monjas. A ver, chaval,
enseña el carnet de encuestador. Pues no tengo. Más patadas, sobre todo la
monja de las verrugas, que yo creo que ya me conocía de algo.
Menos mal que me llevaron a la comisaría de la calle Montera y Raquel
me vio entrar desde su puesto de trabajo y utilizó sus influencias entre los
agentes para que hicieran un poco la vista gorda y me dejaran libre. No sin
antes golpearme un poco más por insistir en terminar la encuesta de los
uniformes. En este punto me gustaría señalar, sin ánimo de ofender a las
fuerzas municipales, que no he visto un colectivo peor dispuesto a colaborar
con un ciudadano que realiza una labor de interés general.
Mientras me recuperaba de las heridas recibidas en todas aquellas
palizas reflexioné sobre los errores evidentes que me habían llevado a aquella
lamentable situación. Contando a mi favor con una habilidad impresionante,
todos respondían con la verdad a mis preguntas, había sido tan necio como para dejar
que el oleaje de la vida me llevará de un lado a otro a su capricho, cuando en
realidad podía elegir mi destino allende los mares como muy pocos privilegiados
podían hacer.
Dediqué los largos días necesarios para mi recuperación física a las
fantasías eróticas más retorcidas (pero que nadie se emocione que ahora no
vienen al caso) y a pensar en el rumbo que debía tomar mi vida aprovechando el
don con el que estaba bendecido. Podía ser juez. Pero no, para eso primero
tendría que estudiar derecho y convertirme en abogado y, hombre, a pesar de
todo lo vivido aún me quedaba un poco de dignidad. Podía ser vidente, pero,
claro, acertaría el pasado y el presente, pero no el futuro. Camarero, pero no,
a los camareros todo el mundo les cuenta la verdad. O psicólogo. O cura. O
inspector de seguros. No. No. No.
Me di cuenta de que lo mejor era seguir mi trayectoria y aprovechar los
conocimientos, exiguos pero existentes, que había adquirido durante mis
estudios de empresariales. Monté una empresa dedicada a la investigación de
mercado, más que nada porque lo de comprar y vender me parecía complicado, ya
que era necesario utilizar reglas de tres y porcentajes, que no son mi fuerte,
y un error en este tipo de cosas siempre puede terminar mal.
Una vez montada mi empresa, en una oficina alquilada en mi querida
calle Montera, con vistas reviradas a la
Puerta del Sol, dediqué mis primeras horas como gerente y director general y
consejero delegado y presidente y principal accionista a la observación de
todos estos títulos en mi tarjeta de visita. Cuando me cansé decidí meditar
sobre mi mercado objetivo. Cualquier empresa podía necesitar un estudio de
mercado, pero sería más fácil realizar uno de bien hecho en los terrenos que ya
conocía, así que mi primer grupo de clientes objetivo serían los relacionados
con el negocio del sexo en el cual ya estaba iniciado. Podía empezar con
algo modesto, como un estudio de mercado para Tomasín, que era el chulo que
manejaba a las prostitutas de la calle, pero eso parecía poco ambicioso, más
bien conformista y lejos de mi estilo. Aparte no estaba seguro de que aquel
tipo apreciara el valor de la información estadística.
La iluminación llegó ese mismo día cuando estaba en el baño del bar de Macario y recordé las
palabras que un día me dijo mi padre “hay que mear alto, hijo”. La emoción del
recuerdo me trajo unos temblores bastante traicioneros que me dejaron en
calzoncillos delante del secador de manos, pero a pesar de ello muy
contento porque ya tenía claro mi objetivo. Apuntaría alto, con toda la fuerza
de mis músculos inguinales y sin salpicarme ni un poquito las perneras, que de
todo se aprende. Las empresas punteras del sector serían mi mercado.
Vamos a ver. No existen grandes empresas dedicadas a la prostitución
que estén buscando estudios de mercado, que nadie piense que fui por ahí.
Bueno, vale, lo pensé en un principio, lo reconozco, pero no encontré nada en
las Páginas Amarillas, así que esa misma tarde estaba deambulando por el barrio
presumiendo de mi traje gris marengo de raya diplomática verde y de mi corbata
fucsia y chocolate y se me pegó a la suela de una de mis Bambas un viejo preservativo
que hacía un ruidito muy molesto cada vez que pisaba y esa llamada iluminó mi
camino. Durex. Oh, sí. Oh, sí. Oh, sí.
¿Qué estudio de mercado podía necesitar una empresa como Durex? ¿Qué
verdad le podía hacer más falta a un fabricante de preservativos líder en el
mundo entero? El tamaño, me dijo el farmacéutico del barrio.
-La gente miente sobre eso –dijo-, cuantas veces habré escuchado “una
caja de XL para mí y otra regular para el pichacorta de mi compañero de piso”,
“¿no tiene XXL? Bueno, pues entonces ¡qué remedio! me quedo con el normal. Ya
que estoy deme cuatro cajas. O cinco, que así aprovecho mejor la bolsita de
plástico, que hay que cuidar el medio ambiente”. Pero lamento decirte que por
mucho que preguntes nadie te dirá la verdad sobre un tema tan delicado.
-Hombre, es que muchas veces supongo que ni lo sabrán. Cuanto les mide,
quiero decir.
-Muchacho, yo sé que tú eres un caso aparte y entre tus muchas rarezas,
que me alegra mucho no conocer, seguro que se cuenta está, pero te aseguro que
el 95% se la ha medido alguna vez, o incluso, incapaces de renunciar a la
esperanza, lo hacen de forma regular. Hay otro 4,999% que no lo ha hecho porque
ya imaginan la horquilla en la que puede moverse la medición y prefieren
dejarlo así. Y, bueno, luego estás tú.
Ya he dicho que no se me dan muy bien los porcentajes, pero de aquella
conversación entendí que la gran mayoría de los usuarios de preservativos
conoce las dimensiones básicas de su miembro viril y miente al respecto sin
pudor alguno, con lo cual la pura verdad de aquellas medidas podría ser un dato
muy interesante para mis futuros clientes de Durex.
Tras muchos esfuerzos contacté con las personas adecuadas en esa
compañía y me explicaron que les interesaba un nuevo colaborador en
mercadotecnia (aquí me pillaron en bolas) y que pondrían a prueba la eficacia
de mi empresa con un estudio de mercado ya conocido, cuyos resultados en
realidad ya estaban comprobados pero que serviría para refrendar mi validez antes
de acometer la cuestión del tamaño, que sí que les interesaba y mucho. El
objeto del estudio de prueba me dejó sorprendido “Porcentajes de uso y
caducidad del preservativo”.
Aquel era un inconveniente imprevisto ¿había que usar porcentajes?
Increíble, ¿qué era aquella persecución? ¿O se trataba de una maldición? ¿Nunca
me libraría de aquel símbolo rarito del porcentaje? Le pedí ayuda a Raquel pero
me dijo que lo haría a cambio de un 89,5% de los ingresos y eso me dejó aún más
confundido, así que tuve que recurrir a mi amigo Miguel, que me explicó el tema
en repetidas ocasiones con mucha paciencia, aunque al final la perdió, me hizo
una hoja de cálculo en el ordenador y me explicó con malos modos dónde escribir
cada cosa. Estaba preparado para levar anclas e iniciar la particular
singladura de la mercadotecnia, esperando que ese término significara algo
bueno y positivo lo más lejos posible de las malditas matemáticas.
Como ya tenía cierta experiencia en encuestas y recopilación de datos
no me costó nada plantarme de nuevo en la Puerta del Sol dispuesto a sacar de
aquellas cabezas pululantes los datos que necesitaba. Por supuesto, mis
vivencias previas me hicieron ser más prudente y alejarme de las parejas
estables, de los municipales y de las monjas, aún sin llegar a determinar si estos colectivos podía ser objeto de mi estudio sobre el uso o caducidad del preservativo.
Decidí organizar el estudio por edades y sexos. Vale, lo explico que ya
sé que estos términos técnicos son complejos, primero los más jóvenes y luego
los mayores, separando cada grupo de edades por sexos. ¿Ok? (cualquier duda a
la guiquipedia que de allí he copiado este párrafo). Bien, identifiqué a las
personas más jóvenes de la plaza y me dirigí al que me pareció más simpático.
-Perdone, joven. Unas preguntitas ¿Sí? Vale. ¿Cuántos preservativos
compra y de ellos cuántos llega a utilizar y cuántos caducan?
No dijo nada, pero la respuesta no tardó en llegar. Un certero paraguazo
en la entrepierna lanzado por la madre de aquel mocoso y los gritos de
¡serdo!¡serdo! ¡largo, qué solo tiene ocho años! Cómo me recordaba aquella
señora a mi madre, señor. En otras
circunstancias nos hubiéramos llevado bien, creo. Por lo menos no llamó a los
municipales. Ni a las monjas.
Basándome en aquel dolor testicular determiné que la edad mínima para
participar en el estudio se situaba al menos en los nueve años, ya iría
subiendo si se hacía necesario. Trabajé todo el día y los resultados fueron demoledores:
-En la horquilla de 9 a 12 años ambos sexos evitan el uso del
preservativo por varias razones. Es demasiado resistente y no explota nunca en
su uso como globo de agua. Pringa un montón. Sabe bien, eso sí, pero luego
decepciona mucho su textura a la hora de mascar.
-El grupo de 13 a 16 años mantiene un consumo irregular. Los varones
por lo general lo utilizan para experimentos personales, o vuelven a intentar
lo de los globos de agua. El 125% caducan. Sin embargo, si las mujeres lo
compran es para utilizarlo en un 397% de los casos. La mayor preocupación de
ambos grupos radica en cómo colocar el preservativo, dado que la Ley de Murphy
comienza a funcionar a estas edades y lo normal es que se lo pongan al revés,
lo cual resulta en laceraciones de diverso grado, torceduras, circuncisiones
espontáneas e incluso desmembramientos.
-Entre los 17 y los 25 años el preservativo es un artículo de uso
general. Los hombres siguen haciendo experimentos personales y comprobando con
sorpresa cómo con el paso del tiempo la Ley de Murphy desafía cada vez más a la
estadística. Cierto porcentaje, el 7867%, continua experimentando con la
resistencia como globo de agua. También con otros usos, como el de guante,
sombrero, gabardina, saco de dormir, o receptáculo, lo cual provoca cada año un
número elevado de muertes por asfixia debido a las dificultades para encontrar
la salida a tiempo. Si las mujeres lo compran es para utilizarlo en un 397% de
los casos, o sea, siempre.
-Entre los 25 y 40 años su uso se reduce de forma patente debido a la
proliferación de parejas teóricamente estables. Sigue habiendo un grupo de
varones que, carentes de aficiones o hobbies más profundos, continúan experimentando
con sus diversos usos y aquí hay que señalar que su uso como calcetín es
especialmente peligroso, debido a su condición resbaladiza y a la pérdida de
habilidades motoras propias de estas edades. Murphy también sigue trabajando
por lo que se mantiene el porcentaje de accidentes y heridas de diversa
consideración. Si las mujeres lo compran es para utilizarlo en un 397% de los
casos.
-Entre los 40 y los 50 años se produce un fuerte repunte en el consumo
de preservativos debido a la arraigada y entrañable tradición de los divorcios,
que suponen la vuelta a las relaciones esporádicas e inseguras. Sin embargo, los
varones, demostrando en todo momento una alta capacidad
inventiva, también recuperan su uso como material lúdico de diverso tipo, pero ahora aparecen
dudas existenciales sobre temas que se habían aparcado, pero que permanecían en el subconsciente, y que dan lugar a grupos de terapia específicos alrededor de la cuestión
existencial ¿Cómo puede ser que siempre me lo ponga al revés? Si las mujeres lo
compran es para utilizarlo en un 430% de los casos, o para que sus maridos
jueguen, en un 156% de los casos.
-Entre los 50 y los 65 años el ser humano masculino en general comienza
a pensar en su futuro y a preparar su jubilación, por lo que el consumo de
preservativos cae de forma radical, como forma de ahorro. El sujeto pasa de
comprador y usuario, a ser sólo usuario, mediante el procedimiento del robo del
objeto a sus descendientes cuando el uso es necesario, o si están aburridos, o si
quieren volver a entrar en un estado de meditación profunda sobre cuestiones cósmicas. Las
mujeres compran preservativos con la única finalidad de que sus parejas se
entretengan en un 397% de los casos.
-De los 65 en adelante el uso decae casi de forma general. Supongo que la
gente se relaja con la edad, dejando de lado la seguridad sanitaria de una
forma muy irresponsable. También influye de forma muy negativa en el consumo el
hecho de que muchos varones recuperan del trastero las unidades acumuladas en
el pasado que resultaron en experimentos exitosos, por lo general una espada
jedi hinchable, un hula-hoop, una mano con todos sus dedos, un Renault 5 Copa
Turbo o un balón de futbol pintado de blanco y negro. El reencuentro con esos
viejos juguetes profilácticos incide de forma negativa en la necesidad de adquirir
otros nuevos. En este rango de edad las mujeres reservan el uso del preservativo a fechas señaladas,
como cumpleaños, navidades, aniversarios, etc, en las que todo hombre agradece siempre
un objeto lúdico, de entretenimiento y
dispersión, que se puede estirar e inflar. Se valora por tanto, la versatilidad
del preservativo y su contenido precio.
Envié el estudio a Durex y me preparé para esperar unos cuantos días
hasta que llegara su respuesta. Sin embargo, la directora de marketing me llamó
al día siguiente.
-Su estudio es absolutamente brillante. Coincide punto por punto con
los datos que hemos recopilado durante años y usted lo ha terminado en un par de
días. Es impresionante. Sus conclusiones son demoledoras y las ha expresado de
una forma muy clara y directa –dijo casi sin respirar-. Le mandamos un cheque
para cubrir los datos de desarrollo del estudio sobre los tamaños. Esperamos
con impaciencia los resultados.
-Gracias. No sabe usted cuanto agradezco este reconocimiento. Es para mí
un honor y todo eso…
-Sólo una cosa –me interrumpió- En estos días de invierno las
calculadoras solares suelen ser un inconveniente, errores, fallos, etc.. Pero
no se preocupe, con el cheque le mando también una calculadora a pilas para que
pueda hacer los cálculos sin problemas a partir de ahora.
Qué emocionado estaba. Había alcanzado mi primer gran éxito profesional
y sin apenas esfuerzo. Salí a celebrarlo y no sé cómo acabé en una barra
americana, abrazado a dos señoritas y en un grave estado de embriaguez. Subí
con ellas a la habitación y en menos de un cuarto de hora ya me habían echado del
local por practicar actos que atentaban contra las normas de decencia y moral en que se basaba el ideario del prostíbulo. Me arrastré un rato por las calles y
conseguí llegar hasta la oficina, con la intención de dormir unas horas sobre
la mesa de la sala de reuniones.
Al día siguiente borré los últimos vestigios del alcohol y alejé la
resaca con un par de cervezas mezcladas con ginebra. Mano de santo. Pensé que
lo mejor sería retomar desde el principio la estrategia de mi anterior estudio
y me dirigí a la Puerta del Sol.
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