sábado, 20 de septiembre de 2014

War.


-Tienes las botas manchadas de barro. Y también de sangre -dice ella señalando mis pies.

-Claro, es por la guerra, está todo muy sucio. Al menos la sangre no es mía. 

-Sí, eso sí. Si fuera tuya sería peor.

-Tienes que correr detrás de mi. El enemigo me pisa los talones y si te encuentran aquí te matarán. Pensarán que colaboras conmigo.

-Ah, el enemigo. Entiendo. Iré contigo. ¿Hacía donde vamos?

-Hacia el sur, siempre hacia el sur -indico señalando al frente con la cabeza- Vamos.

Trotamos a través de campos ralos y secos, subimos y bajamos pequeñas colinas, sobre un suelo formado por un entramado de ramas secas que crujen con estruendo bajo nuestros pies.

-Creo que este suelo es muy inseguro. No hay nada debajo de estas ramas ¿te das cuenta? -dice con preocupación- Y cada vez que pisamos se parten y crujen. Parece muy peligroso. ¿Tú crees que nos van a seguir por aquí?

-Nos están siguiendo. Este es su terreno. ¿No oyes el ruido de los motores? Están cerca pero todavía podemos lograrlo. Corramos. ¡Hacia el sur!

-Pero ¿y las ramas? Se van a partir. Caeremos y ahí debajo está muy oscuro, quizá haya cocodrilos. O lava.

-Olvídate del suelo, aguantará. Vamos, están muy cerca. -grito mientras reanudamos la carrera.

-Pero ¿cómo puede ser? -pregunta ella con la voz ahogada por el esfuerzo- Ese ruido parece de camiones, ¿como nos pueden seguir con camiones por aquí si el suelo apenas aguanta nuestro peso?

-Es su terreno. Y no son camiones, son tanques.

-¿Persiguen a un solo hombre con un montón de tanques por colinas formadas por ramas trenzadas? -replica mientras afirmo sin bajar el ritmo.

Seguimos corriendo, ahora más rápido, acuciados por el sonido cada vez más intenso de los motores. A veces tenemos que parar a sacar una pierna del suelo que se ha quebrado bajo una de nuestras piernas, pero enseguida recuperamos el ritmo y seguimos corriendo, colina arriba, colina abajo, abrasados por el sol que parece concentrar toda su atención en nosotros, como si no hubiera nada más interesante que achicharrar en el mundo.

-¿Tienes algo de beber? -pregunta en una de las breves paradas para sacar una pierna de entre las ramas.

-Tengo esto. Es aceite para coches.

-Aceite para coches. ¿Esto se puede beber?

-Yo lo bebo. Quita muy bien la sed, hidrata y engrasa, todo de un trago. La primera vez te deja el estómago un poco revuelto, pero solo porque sabes que es aceite para coches. Si piensas que es otra cosa, algo que te guste mucho, entonces te sienta fenomenal. 

-Radical Fruit de naranja. Radical Fruit de naranja. Radical Fruit de naranja -repite con los ojos cerrados antes de dar un largo trago- Pues sí, la verdad es que no está mal, podría acostumbrarme.

Reanudamos la marcha y corremos por una zona con el firme especialmente débil, el entramado del suelo tiene cada vez menos ramas y terminamos dando saltos de un nudo hasta otro, más lentos pero avanzando. Hacia el sur. Mientras subimos una colina algo más alta que las anteriores percibo un leve cambio, humedad y una brisa fresca.

-¿Hueles el mar? Está muy cerca -digo con ánimo renovado al saber que a partir de ahí las cosas deberían ser más fáciles.

Por fin coronamos la colina y al otro lado encontramos una larga y muy inclinada pendiente cubierta de arena, y abajo la playa y el mar. Antes de seguir miramos hacia atrás, tratando de localizar al enemigo.

-Dios mío. Son muchísimos. Miles y miles de tanques. Y millones de soldados. -dice entre la sorpresa y el pavor- Y avanzan muy rápido. Nos van a destrozar.

-Todavía no -respondo empujándola hacia la pendiente de arena- ¡Ahora les sacaremos algo de ventaja!

Rodamos y rodamos con los ojos cerrados, descendiendo muy rápido la ladera de arena hasta que llegamos a la playa. Todavía rodamos unos metros más, riendo y gritando, mareados por el descenso en torbellino.

-¡Guau! ¡Ha sido como cuando era pequeña y me tiraba rodando por las dunas!

-Yo hacía lo mismo, ja,ja,ja.

Nos interrumpe el ruido de los motores que están haciendo un esfuerzo máximo mientras suben por el otro lado de la colina.

-Y ahora ¿que hacemos? -pregunta- Si corremos por la playa nos alcanzarán enseguida y nadando no llegaremos muy lejos.

-No lo sé. No lo sé. ¡Las ramas! Tienes trozos de ramas en el pantalón y en los zapatos. Con eso y el barro de mis botas haremos una canoa y huiremos por el mar. Seguiremos hacia el sur.

Nos afanamos en trenzar ramitas, tapar los agujeros con el barro y hasta hacemos un par de remos con un rastrillo y una pala de plástico que encontramos rotos y abandonados al borde del agua.

-Qué pena que no tengamos tiempo, si pudiéramos pintarla con los colores del arco iris quedaría increíble -dice mirando la canoa con las manos en las caderas- La podríamos llamar Rainbow Warrior, ja,ja,ja.

-¡Vamos! -digo señalando el alto de la colina por la que empiezan a rodar los primeros soldados.

Remamos con todas nuestras fuerzas, atravesando las olas y balanceándonos arriba y abajo con el vaivén del mar. Miramos atrás a cada segundo para comprobar nuestra ventaja. Por suerte los tanques se han amontonado destrozados al pie de la colina, pues han caído unos sobre otros al resbalar sin control por la inclinada ladera. Sin embargo, miles y miles de soldados nos siguen a nado, acortando la distancia a cada segundo.

-Tenemos que hacer algo. Nos van a alcanzar en unos minutos. Nadan muy rápido -dice ella con preocupación.

-¿Queda aceite en la cantimplora? -pregunto.

-Sí. Está casi llena.

-Vacíala en el agua, detrás de nosotros.

-¿Y de qué va a servir eso?

-Formará una película sobre el mar y resbalarán sobre ella. Perderán la coordinación de sus movimientos y no podrán nadar tan rápido.

-¿Estás seguro? ¡No hay aceite suficiente para eso aquí dentro! -grita con desesperación mientras vierte el líquido por la popa- ¡Vaaaaya! Increíble, pero ¿qué capacidad tiene esta cantimplora? ¡Y parecía pequeña!

-Lo sé. Llevo tres o cuatro años bebiendo de ella y nunca se acaba.

-¡Funciona!. Mira, están nadando en círculos y chocan entre ellos. Algunos se están ahogando. ¡Los dejamos atrás! ¡Lo hemos conseguido!

-Aún no. Todavía no estamos a salvo. Vamos, rema.

Seguimos remando durante un par de horas sin descanso, enfilando la proa hacia el sur, casi creyendo que nos hemos librado del enemigo hasta que se escucha un rumor lejano.

-¡Maldita sea! -grita ella señalando unos puntos brillantes en el cielo a unos kilómetros- ¡Aviones!

-¡Rema!

-¡Allí, allí, allí! -dice sacudiendo mi hombro- ¡Una isla!

A la izquierda aparece un pequeño islote de arena con unas docenas de cocoteros por toda decoración. Remamos hacia allí con toda la intensidad que podemos poner en nuestros brazos. Cuando desembarcamos en la pequeña playa los aviones hacen una pasada de reconocimiento sobre nosotros.

-A la siguiente atacarán. Hay que prepararse para repelerlos Tira de las ramas secas de un cocotero y apunta, como si fuera una catapulta -digo mientras yo mismo inclino uno de los árboles hacia mí y espero a que uno de los aviones se ponga a tiro.

-Lo tengo -dice ella- Pero son muchos. No podremos con todos.

-Con liquidar a seis o siete será suficiente. Los demás rehuirán la lucha para no ser el siguiente.

-Sabes muchas tácticas de guerra. Se nota que has luchado mucho.

-Así es, llevo unos cuantos años burlando a estos tipos.

Los primeros aviones llegan precedidos por ráfagas de balas que sacuden el agua avanzando muy rápido hacia nuestra posición. Soltamos los árboles y docenas de cocos salen disparados hacia los aviones. El efecto es devastador, algunos motores quedan atorados por el jugo de coco, varios pilotos reciben el impacto de los duros frutos en su cabeza o pierden la visión debido al agua blanquecina de coco y terminan impactando contra el mar o chocando con otros aparatos. El efecto final es que una docena larga de aviones caen al mar, heridos de muerte.

-Ahora se irán ¿no? Como dijiste.

-Claro. Ya mismo.

Sin embargo, una segunda oleada de aviones se dirige a nosotros y tenemos que emplearnos a fondo para repeler el ataque, que se salda con otros 10 ó 12 aviones en el fondo del mar. Luego vienen una tercera, oleada y una cuarta, una quinta, treinta y siete en total.

-Dijiste que con seis o siete aviones valía. Y, mira, hemos derribado tantos que el montón de chatarra ya sobresale del agua. 

- Es que estos tíos son especialmente persistentes. Pero mira, se retiran. Se van. Menos mal porque nos estábamos quedando sin cocos.

-Descansamos un rato y luego seguimos ¿vale? -dice con el rostro encendido por el esfuerzo de la batalla.

Nos sentamos en la arena, apoyando la espalda en la del otro, así podemos vigilar en todas direcciones, por si reaparece el enemigo. Durante un rato descansamos en silencio, hasta que nos sentimos un poco mejor.

-Oye, ¿no tienes hambre? ¿Qué coméis en la guerra? -pregunta- Bueno, sí es como lo del aceite para coches mejor no me lo digas.

-Ellos, el enemigo, comen unas raciones que les dan. Cosas sintéticas, barritas de cereales y pastillas, con eso tienen todo lo que el cuerpo necesita -explico- Yo no pertenezco a ningún ejercito, sólo soy su enemigo, así que no tengo todas esas cosas pero conseguí esto.

Saco del bolsillo interior de la chaqueta una botellita de plástico, de esas que tienen una boquilla en forma de cuentagotas y la aprieto dejando caer una sola gota sobre la arena. A los pocos segundos brota una planta muy verde con fuertes ramas, en las que empiezan a nacer gran variedad de frutos, mangos, naranjas, tomates, almendras, cacao.

-Vaaaaaya. Tus provisiones molan más que las barritas ¿no crees? -dice riendo- Pensaba que las almendras salían del almendro, de un árbol quiero decir, pero esto es una planta y no muy grande.  Pero si están buenas lo mismo nos da. ¿De dónde sacaste eso? La botella.

-Me la dio una anciana. Al principio de la guerra, mientras huía. Estaba muy asustado porque todavía no sabía como funciona esto y me sentía perseguido y apaleado, a instantes de una muerte segura, ya sabes, tuve que superar esa fase. El caso es que paré en aquel pueblo buscando algo que comer y una anciana estaba sentada en el porche de su casa, pasando el rato mirando la carretera. Me dirigí hacia ella para pedirle algo, ella se levantó y su mirada me dejó clavado, infundía mucho respeto. Así que me paré y también la miré. Ella me dijo, toma esto es lo mejor que puedo darte. Cuídalo bien. Usa sólo una gota cada vez. Por suerte no se me ocurrió ponérmela en la lengua o algo así, ja,ja,ja.

Comemos frutas, hortalizas, frutos secos, todo lo que la planta nos ofrece y una vez repuestas las fuerzas decidimos seguir hacia el sur en nuestra canoa. Remamos con vigor, con ánimos renovados.

-Crees que nos seguirán -pregunta ella tras un par de horas de travesía por el mar solitario.

-Seguro. No se rendirán sin intentarlo todo.

-¿Qué es eso de allí? -pregunta.

-Barcos. Nos están buscando. ¡Agacha la cabeza y sigue remando!

-¿No tienes algo para combatirles en el bolsillo interior de tu chaqueta?

-No.

-¿Cómo se hunde un barco?

-Lanzando un torpedo hacia su línea de flotación.

-Y ¿no tienes?

-No.

Cae la noche que nos ayuda a pasar desapercibidos. Los barcos pasan muy cerca sin vernos pues nos oculta la densa oscuridad y la bruma. Nos acurrucamos y guardamos silencio cada vez que una de aquellas gigantescas máquinas pasa cortando el mar cerca de nosotros, iluminando la superficie con sus potentes focos, confundiéndonos con un madero, o algún resto de los muchos que flotan a la deriva, gracias al primitivo diseño de nuestra embarcación. Cuando amanece los barcos nos han dejado atrás.

-Volverán y nos los cruzaremos de vuelta si seguimos en esta dirección -dice ella.

-No tenemos otro remedio. El sur está hacia allí.

Seguimos navegando y a eso del mediodía algunas gaviotas aparecen sobre el cielo, lanzándose de vez en cuando sobre el mar. Al poco tiempo avistamos la costa.

-¡Es el sur! -grito entusiasmado- Pero… o no, maldita sea. Toda la flota enemiga está atracada justo delante a un par de decenas de metros de la costa.

-Te lo dije. Debemos prepararnos -dice- A ver, saca lo que tengas en tu chaqueta, igual se nos ocurre algo.

Dispongo sobre el suelo de la canoa los objetos que porto en mis bolsillos, formando un montón bastante notable de objetos que por superstición o cariño he ido guardando durante estos años de lucha y huída.

-Es increíble que cargues con todo esto. Sobre todo teniendo en cuenta que la mayoría de las cosas son inútiles del todo. Como por ejemplo este tirachinas. Ya me contarás… 

-Bueno, no tenía más armas a mano. Algo es algo.

-Una púa de guitarra, tres monedas de un céntimo, un pasador de pelo roto, un botón de una chaqueta de marinero, migas de pan, un palo premiado de un Colajet, dos colillas, una cola de conejo, una hoja seca, una piedra marrón, un trozo de cuerda sucio y una bola asquerosa de arcilla envuelta en un trozo de plástico. Creo que con más o menos esto salvaron el Apolo XIII.

-No es arcilla. Es nitrotrilita glicerinosa.

-¿Y eso qué es?

-Un explosivo muy potente. Cuando lleva un par de horas en contacto con el aire explota. Además es muy pegajoso.

-Entonces tenemos la solución ¿verdad? -dice mirándome muy sonriente.

Trazamos nuestro plan y hablamos sobre el sur, que esta ahí tan cerca y a la vez tan inaccesible. Sonreímos pensando en lo bien que viviremos allí, rodeados de todo lo que podamos necesitar, de todo lo que nos gusta, y prescindiendo de cosas superfluas, como la guerra. Y de cualquier otra preocupación. Cuando cae la noche estamos muy motivados, tan solo dos mil barcos nos separan de nuestro sueño. Tenemos un plan y les vamos a derrotar.

Avanzamos muy lentamente hacia ellos, cuando estamos muy cerca estudiamos los movimientos de los focos que iluminan las aguas zigzagueando y conseguimos eludirlos hasta llegar a unos pocos metros de los cascos de aquellas gigantescas embarcaciones de guerra.

-Toma, un trozo de glucosa de triglicerido -dice pasándome un pedacito de explosivo.

-Se llama nitrotrilita glicerinosa -digo mientras coloco la bola en el tirachinas y apunto hacia el primero de los barcos. 

-¿Seguro? No me lo creo, te lo has inventado. O poco a poco has transformado el nombre en tu cabeza y ahora piensas que se llama así -responde mientras remamos hacia el segundo barco una vez que el primero ha quedado marcado con nuestra bola.

-Puede ser que el nombre fuera nitroglicerina trilitosa -dudo tras marcar el segundo barco.

-Creo que lo llamaremos arcilla asquerosa, así no hay confusiones -responde.

Cuando estamos marcando el barco número doscientos dieciséis explotan las primeras bolitas de arcilla asquerosa y los barcos que hemos dejado más atrás comienzan a hundirse. Suenan sirenas y se oyen voces y movimientos de tropas en la cubierta de los buques, creen que se trata de un ataque submarino. En medio de esa confusión pasamos desapercibidos mientras los barcos comienzan a zarpar rumbo al norte. En unos minutos quedamos sólo nosotros.

-¿Te das cuenta?

-Sí, hemos llegado, con remar unos treinta metros estaremos en el sur.

-No, no, me refiero a esto. Todos esos barcos que están aquí abajo, hundidos, venían a matarnos y ahora el coral crecerá sobre ellos y criará ostras llenas de perlas y crecerán mariscos que podremos comer. Serán uno de los pilares que garantizan nuestro futuro.

-Vaya, es verdad, un buen comienzo prepara un buen futuro, ja,ja,ja. Además creo que los otros nunca volverán. Nos buscaran en otros lugares y enseguida encontrarán otro enemigo.

Desembarcamos en la playa y miramos el sur. No es más que una extensión de arena, salpicada de piedras y plantas secas, un espacio después del mar devastado por el sol. Sin nada. Un secarral sin nada que ofrecer. Alguien podría pensar que esto nos dejó decepcionados, pero no, nada de eso. Al contrario, saltamos de alegría mientras nos abrazamos entusiasmados por estar allí, por fin.

-La botellita -dice ella.

Meto la mano en mi bolsillo interior y saco la botella. Nos miramos un segundo. Aprovecho el entusiasmo para besarla rápido y fuerte, un buen comienzo prepara un buen futuro. Y riendo echamos a correr mientras aprieto la botella con todas mis fuerzas, regando aquí y allá con el líquido que contiene. Nunca hubiera pensado que podía caber tanto en una botella tan pequeña.

Seguimos corriendo, en círculos, hacia adelante, hacia un lado y el otro, y tras nuestros pasos gruesos árboles de todas clases surgen del suelo vigorosos. Y los primeros pájaros comienzan a anidar.


                                                     -  -  -  -  -  -  -  -  -  -  -  -  -


-¿Cómo se construye una casa? -pregunta.


-Hacen falta buenos pilares -respondo mirando sus ojos, sorprendido todavía, después de tanto, por la claridad de su mirada- Voy a clavar 18 gruesos troncos en el suelo y construiré sobre ellos.



George Thorogood - Bad to the bone

sábado, 6 de septiembre de 2014

La playa.

Si hay algo que me gusta de la luna es su reflejo en el agua, en las noches de verano, cuando está completa y el mar tranquilo, cuando la luz titila entre los suaves pliegues del océano oscuro y relajado. Es casi como un dibujo, un cuadro, el reverso del sol naciente que vio Monet.

Me gustan esas noches con el reflejo de la luna en el mar, cuando corre una brisa lenta, con trazas cálidas y otras un poco más frías. Sí, es por la noche cuando salgo, cuando podemos salir sin que nadie nos moleste, sin estorbar a nadie. Puede parecer un poco triste, unos cuantos seres solitarios paseando por la larga playa, atravesando las tinieblas , casi siempre cabizbajos, con un aire algo confundido, entre melancólico y despistado, pero en realidad no se trata de algo triste, no estamos tristes, sólo salimos a pasear, a estirar las piernas, a mirar el mar mientras nos decidimos. Bueno, quizá sea más correcto decir mientras decidimos si nos decidimos.

Yo he decidido decidirme. Es mi última noche aquí y por eso es una noche muy especial. Sé que es mi última noche porque se le prometí a ella. La pedí una noche más antes de partir para poder despedirme a solas, para decir adiós con calma, sin prisas, sin remordimientos ni rencores. Quizá en mi caso el balance no ha sido justo, he salido perdiendo sin haber hecho nada malo, ni siquiera me dio tiempo, me voy sin tener ninguna culpa, como tanta otra gente, mientras otros que no lo merecen siguen ahí, aprovechándose del prójimo y haciendo otras cosas mucho peores. Pero ni siquiera por eso me voy a marchar lleno de odio o de rencor. No. Me voy contento porque al final, muy al final, casi en el último momento, he recibido un regalo y eso me sirve. Ella, esa chica a la que prometí que esta será mi última noche en la playa.

Fue aquí mismo, cerca de esa roca rara que parece la silla que hubieran hecho para Felipe II si le hubiera dado por construir algo dentro del mar, una catedral hubiera quedado bien, allí, justo en mitad del haz de luz sobre el agua. Al lado de esta roca estaba sentado hace unos pocos días, agarrándome las rodillas como si tuviera frío, aunque nunca he sentido algo así desde que llegué aquí, y meciéndome un poco atrás y adelante, sólo por entretenerme, mientras observaba la tenue luz sobre el mar, el reflejo de la luna entonces creciente. 

Ella se acercó en silencio y se paró cerca, observándome sin disimulo. La miré un momento, era una chica de aspecto normal, con un algo de guapa y un algo de buena gente, y su mirada era tan intensa que no la pude mantener. Creo que al menos logré sonreír. Y volví a concentrarme en el mar.

-¿Te importa que me siente a tu lado? - dijo sobresaltándome un poco pues no esperaba que me hablara.

-¿Eh?, no no, siéntante si quieres, no está ocupado -respondí sin darme cuenta de lo absurdo de mi explicación.

Ella se sentó y durante un momento adoptó la misma postura, en silencio abrazó sus piernas y se balanceó un poco, pero pareció cansarse enseguida y siguió hablando.

-¿Llevas mucho tiempo aquí, en la playa? -preguntó.

-¿En la playa? Ah, no, no, no mucho. Quizá, no sé, seis o siete meses. No, más, debe hacer casi un año. Era verano y ya casi estamos otra vez en verano.

-Vaya. Yo acabo de llegar, hace tan solo un par de semanas. Es la primera vez que salgo por esta zona de la playa, siempre me había quedado por allí, cerca del faro, por eso no nos habíamos visto, supongo. Hoy me ha dado por aventurarme un poco más allá.

-Claro. La verdad es que no te había visto antes, conozco a casi todos por aquí. Bueno, de vista, nunca había hablado con nadie hasta ahora. A ver, no es que sea un asocial ni nada de eso, lo que pasa es que no me apetece mucho hablar, no es que no me guste. De todas formas la mayoría hablan solos, les da igual escuchar o ser escuchados, ya te habrás dado cuenta -intenté explicar.

-No te preocupes por eso, no te voy a considerar un tío raro porque no te apetezca hablar. Si quieres hablamos y si no podemos mirar las olas y las luces de los barcos. 

-Pero a ti te apetece hablar, por eso te has sentado aquí ¿no?

-Sí, me pareciste más interesante, será por eso, porque no hablas solo. Me imagino que si dices algo no será sólo por decir algo ¿no?

-Claro. Es un buen razonamiento -afirmé.

Ella me miró con una sonrisa tímida envuelta en un gesto de simpatía, con los ojos inquietos recorriendo mi cara, y volviendo a sonreír mientras se apartaba un largo mechón de pelo rubio y castaño de la frente. 

-¿Puedo hacerte la pregunta? -dijo mirándome firme con sus ojos oscuros.

-¿Cómo fue? ¿Cómo llegué aquí?

-Yeah. Esa pregunta.

-Un tiburón, estaba haciendo surf. Creo que debo ser el primero al que ha atacado un tiburón por aquí. Nunca había oído algo así. El caso es que me tocó a mí. Había muchos más surfers en el agua, docenas, supongo que cientos o miles a lo largo de la costa, quizá cientos de miles en todo el mundo, pero me tocó a mí. Así fue. ¿Y tú?

-Moto de agua. Caí al agua desde la que conducía y otra que me seguía me pasó por encima y las hélices me destrozaron.

-Vaya, eso debe doler.

-No lo sé. De eso no me acuerdo. ¿Tú tampoco? -preguntó mientras yo negaba con la cabeza- ¿Sabes lo que es un alivio? Que después de todo ahora tengamos este aspecto normal. Sería un horror verte con los mordiscos del tiburón o que vieras cómo me dejó la moto de agua. 

-Sí, supongo que mostramos nuestra mejor cara. Como tantas veces.

-Ja,ja,ja -rió ella- Al menos aprendimos algo ¿no?

-Supongo.

-Lo que más me aterra de esta situación en la que estamos ahora es que apenas recuerdo nada, de antes del accidente quiero decir. No echo de menos a nadie, ni recuerdo muchos detalles de mi vida. Eso me da miedo ¿no debería echar de menos a mi familia, ir a visitarles mientras duermen y ese tipo de cosas creepy?

-Yo también me pregunto lo mismo -respondí- Me pasa lo mismo, apenas puedo mirar atrás. Aunque sí tengo algunos recuerdos, sobre todo sensaciones. Son pocas pero muy fuertes y me parecen un poco absurdas en el contexto de todo lo perdido. El olor profundo de un mango maduro, el amargor del chocolate negro, la lluvia resbalando por mi cara durante una tormenta de verano.

-Guau. Eso debe estar bien, yo no me acuerdo de cosas así, no puedo sentirlas. -comentó con anhelo- Sólo recuerdo la música, esa sensación sublime a la que tantas veces me transportaba.

-La música. Yo no recuerdo nada. ¿Te acuerdas de alguna canción? -pregunté.

-No estoy segura. Creo que podría recitar algo, cualquier cosa que me venga a la cabeza.

-A mí me vale.

-De acuerdo, pues aquí va… -durante unos largos segundos guardó un silencio que después rasgó con una voz baja, dulce y entonada-… I thought some time in the sun / Would help me get over you / But I could tell from day one / This is a place meant for two / Now here I sit on the beach / Watching the tide ebb and flow / I booked my room for a week / But now I'm ready to go / I’m in a tropical depression / I've got the blue water blues / Can’t shake this loving you obsession / Can’t stand this sand in my shoes / This forgetting you vacation / Is just a fool's holiday / If I can't get over you / This tropical depression is gonna / Blow me away.

Durante un rato todo pareció ir más lento, la luna y el mar se pararon a escuchar, la brisa perezosa soplaba con cuidado, repitiendo el estribillo, y nos quedamos en silencio durante mucho tiempo, abrazando nuestras rodillas y balanceándonos un poco, observando el baile de las olas que se movían con suavidad al ritmo de aquella canción que seguían reverberando en el aire. Y ya casi al amanecer pregunté.

-¿La has compuesto tú?

-No lo sé. Simplemente me vino a la cabeza.

-Cantas muy bien. Quizá eras cantante -dije mientras nos levantábamos- ¿Nos vemos mañana? Cuando se haga de noche quiero decir, aquí mismo al lado de la roca rara.

-¿Mañana? -respondió- No sé si podré, ja,ja,ja.


Nada más caer la siguiente noche recorrí el camino hasta la roca un poco más rápido de lo habitual, temiendo que ella no acudiera, lamentándome por anticipado por lo ridículo que me sentiría allí sentado durante horas y horas, esperando a que llegara alguien que sabía que no llegaría. Pero unos metros antes de llegar la vi allí sentada, con las piernas estiradas, moviendo los pies hacia dentro y hacia fuera, con la sonrisa perdida en el mar, como una niña pequeña que sueña con ser una estrella del pop.

-Mira, si muevo los pies un rato en el mismo sitio dejo una marca leve en la arena. Es raro ¿no? Teniendo en cuenta que no dejamos huellas cuando caminamos. 

-Sí, lo mismo pasa si te sientas y te abrazas las rodillas, como ayer. Si te balanceas un rato dejas una marca del culo en la arena -respondí.

-¿Cuántos años tienes? Tenías. -preguntó de repente.

-Diecinueve ¿Y tú?

-Acababa de cumplir diecisiete -dijo retirando el mechón rebelde que se empeñaba en tapar su cara- ¿Qué carrera pensabas estudiar?

-Surfero. 

-Claro. Y yo motera de agua. 

-En serio. Me iba a dedicar al surf, se me daba muy bien, había ganado unos cuantos campeonatos y era bastante conocido en el mundillo. Iba a participar en el circuito mundial, para eso me estaba preparando.

-Vaya. Yo no lo tenía tan claro, no sabía qué se me daba bien. Aunque a veces me apetecía ser veterinaria, diseñadora de vestidos de novia, escritora, cada día una cosa. Mis padres estaban desesperados porque mientras tanto no estudiaba nada.

-Podías haber sido cantante. La canción de ayer te salió muy bien.

-Eso es porque era una despedida y el componente dramático siempre aporta un torrente de emociones que ensalza la calidad de la interpretación.

-Ja,ja,ja… Oye ¿No lo dirás en serio?¿Por qué dices eso de la despedida?

-Por que nos vamos. Tú y yo. Ahora. Ya hemos hecho las maletas y nos vamos de viaje. Hasta la siguiente estación, sea cual sea.

-De esa canción si me acuerdo -afirmé de pronto.

-¿De cual?

-Próxima estación: Esperanza.

Se levantó de prisa, me cogió la mano y tiró de mí hasta que me puse de pie. Me miró sonriendo y me acarició la mejilla.

-Vamos.

-No puedo. Yo no puedo. No me he despedido -dije resistiéndome- Tú sí, porque lo decidiste ayer, pero yo necesito despedirme. 

-¿Despedirte?¿De quién?

-De todo. No sé, la otra vez no pude despedirme y ahora necesito hacerlo. Decir adiós a la playa, despedirme de todo, he esperado, he vivido, aquí un año y ahora me gustaría decirle adiós a la luna, al mar, a esos que pasean, a la arena.

-Entiendo. Es verdad. Claro, de alguna forma yo ya me he despedido de todo y es por eso que estoy decidida -dijo mirándome con emoción y un ligero temblor en los labios- Por eso tengo que irme hoy, no puedo esperar ¿Lo comprendes?¿No te enfadas?

-No. Claro, que no.

-Te esperaré nada más cruzar. En Esperanza, en la próxima estación.

Nos miramos durante un par de segundos, con las manos cogidas. De pronto se soltó y corrió hacia el mar sin mirar atrás. Cuando el agua llegaba por sus rodillas comenzó a avanzar más despacio, dando saltitos para salvar las olas. Luego nadó y nadó siguiendo el rastro de luz de luna dibujado para guiarla. Hasta que llegó allí, a la luna, que flotaba de una manera algo extraña, rozando el mar.


Y ahora me toca a mí. Hoy es una noche especial. Me he despedido de todo, de los que indecisos siguen vagando por la playa, de la arena, del mar, de la luz, de todo lo que dejé atrás y no recuerdo. Sólo me falta una última despedida.

Me acercó a la roca rara, a la que tiene forma de silla. Cruza por mi mente un pensamiento absurdo, quizá tiene esa forma porque es un fósil de una silla diezmilenaria. Me agacho y acaricio sus contornos intentando expresar mi agradecimiento. La beso con suavidad.

-Gracias. Gracias por todo. Al principio creí que eras un trozo de roca con una forma extraña, una piedra más, sin ninguna importancia. Pero tengo que reconocerlo, sin ti nunca hubiera podido decidirme, no hubiera logrado cruzar. Adiós.

Corro hacia el mar sin mirar atrás. El flujo constante de olas suaves dificulta mi avance y comienzo a saltarlas, me tiro y nado siguiendo el haz de luz. Nado y nado sin perder de vista la luna blanca. Y cuando estoy cerca la veo, saludándome con la mano, sentada en el borde, animándome durante los últimos metros con una canción, lo primero que le viene a la cabeza.

-Eeeeeo / Eeeeeo / Eeeeeo.