-Tienes las botas manchadas de barro. Y también de sangre -dice ella señalando mis pies.
-Claro, es por la guerra, está todo muy sucio. Al menos la sangre no es mía.
-Sí, eso sí. Si fuera tuya sería peor.
-Tienes que correr detrás de mi. El enemigo me pisa los talones y si te encuentran aquí te matarán. Pensarán que colaboras conmigo.
-Ah, el enemigo. Entiendo. Iré contigo. ¿Hacía donde vamos?
-Hacia el sur, siempre hacia el sur -indico señalando al frente con la cabeza- Vamos.
Trotamos a través de campos ralos y secos, subimos y bajamos pequeñas colinas, sobre un suelo formado por un entramado de ramas secas que crujen con estruendo bajo nuestros pies.
-Creo que este suelo es muy inseguro. No hay nada debajo de estas ramas ¿te das cuenta? -dice con preocupación- Y cada vez que pisamos se parten y crujen. Parece muy peligroso. ¿Tú crees que nos van a seguir por aquí?
-Nos están siguiendo. Este es su terreno. ¿No oyes el ruido de los motores? Están cerca pero todavía podemos lograrlo. Corramos. ¡Hacia el sur!
-Pero ¿y las ramas? Se van a partir. Caeremos y ahí debajo está muy oscuro, quizá haya cocodrilos. O lava.
-Olvídate del suelo, aguantará. Vamos, están muy cerca. -grito mientras reanudamos la carrera.
-Pero ¿cómo puede ser? -pregunta ella con la voz ahogada por el esfuerzo- Ese ruido parece de camiones, ¿como nos pueden seguir con camiones por aquí si el suelo apenas aguanta nuestro peso?
-Es su terreno. Y no son camiones, son tanques.
-¿Persiguen a un solo hombre con un montón de tanques por colinas formadas por ramas trenzadas? -replica mientras afirmo sin bajar el ritmo.
Seguimos corriendo, ahora más rápido, acuciados por el sonido cada vez más intenso de los motores. A veces tenemos que parar a sacar una pierna del suelo que se ha quebrado bajo una de nuestras piernas, pero enseguida recuperamos el ritmo y seguimos corriendo, colina arriba, colina abajo, abrasados por el sol que parece concentrar toda su atención en nosotros, como si no hubiera nada más interesante que achicharrar en el mundo.
-¿Tienes algo de beber? -pregunta en una de las breves paradas para sacar una pierna de entre las ramas.
-Tengo esto. Es aceite para coches.
-Aceite para coches. ¿Esto se puede beber?
-Yo lo bebo. Quita muy bien la sed, hidrata y engrasa, todo de un trago. La primera vez te deja el estómago un poco revuelto, pero solo porque sabes que es aceite para coches. Si piensas que es otra cosa, algo que te guste mucho, entonces te sienta fenomenal.
-Radical Fruit de naranja. Radical Fruit de naranja. Radical Fruit de naranja -repite con los ojos cerrados antes de dar un largo trago- Pues sí, la verdad es que no está mal, podría acostumbrarme.
Reanudamos la marcha y corremos por una zona con el firme especialmente débil, el entramado del suelo tiene cada vez menos ramas y terminamos dando saltos de un nudo hasta otro, más lentos pero avanzando. Hacia el sur. Mientras subimos una colina algo más alta que las anteriores percibo un leve cambio, humedad y una brisa fresca.
-¿Hueles el mar? Está muy cerca -digo con ánimo renovado al saber que a partir de ahí las cosas deberían ser más fáciles.
Por fin coronamos la colina y al otro lado encontramos una larga y muy inclinada pendiente cubierta de arena, y abajo la playa y el mar. Antes de seguir miramos hacia atrás, tratando de localizar al enemigo.
-Dios mío. Son muchísimos. Miles y miles de tanques. Y millones de soldados. -dice entre la sorpresa y el pavor- Y avanzan muy rápido. Nos van a destrozar.
-Todavía no -respondo empujándola hacia la pendiente de arena- ¡Ahora les sacaremos algo de ventaja!
Rodamos y rodamos con los ojos cerrados, descendiendo muy rápido la ladera de arena hasta que llegamos a la playa. Todavía rodamos unos metros más, riendo y gritando, mareados por el descenso en torbellino.
-¡Guau! ¡Ha sido como cuando era pequeña y me tiraba rodando por las dunas!
-Yo hacía lo mismo, ja,ja,ja.
Nos interrumpe el ruido de los motores que están haciendo un esfuerzo máximo mientras suben por el otro lado de la colina.
-Y ahora ¿que hacemos? -pregunta- Si corremos por la playa nos alcanzarán enseguida y nadando no llegaremos muy lejos.
-No lo sé. No lo sé. ¡Las ramas! Tienes trozos de ramas en el pantalón y en los zapatos. Con eso y el barro de mis botas haremos una canoa y huiremos por el mar. Seguiremos hacia el sur.
Nos afanamos en trenzar ramitas, tapar los agujeros con el barro y hasta hacemos un par de remos con un rastrillo y una pala de plástico que encontramos rotos y abandonados al borde del agua.
-Qué pena que no tengamos tiempo, si pudiéramos pintarla con los colores del arco iris quedaría increíble -dice mirando la canoa con las manos en las caderas- La podríamos llamar Rainbow Warrior, ja,ja,ja.
-¡Vamos! -digo señalando el alto de la colina por la que empiezan a rodar los primeros soldados.
Remamos con todas nuestras fuerzas, atravesando las olas y balanceándonos arriba y abajo con el vaivén del mar. Miramos atrás a cada segundo para comprobar nuestra ventaja. Por suerte los tanques se han amontonado destrozados al pie de la colina, pues han caído unos sobre otros al resbalar sin control por la inclinada ladera. Sin embargo, miles y miles de soldados nos siguen a nado, acortando la distancia a cada segundo.
-Tenemos que hacer algo. Nos van a alcanzar en unos minutos. Nadan muy rápido -dice ella con preocupación.
-¿Queda aceite en la cantimplora? -pregunto.
-Sí. Está casi llena.
-Vacíala en el agua, detrás de nosotros.
-¿Y de qué va a servir eso?
-Formará una película sobre el mar y resbalarán sobre ella. Perderán la coordinación de sus movimientos y no podrán nadar tan rápido.
-¿Estás seguro? ¡No hay aceite suficiente para eso aquí dentro! -grita con desesperación mientras vierte el líquido por la popa- ¡Vaaaaya! Increíble, pero ¿qué capacidad tiene esta cantimplora? ¡Y parecía pequeña!
-Lo sé. Llevo tres o cuatro años bebiendo de ella y nunca se acaba.
-¡Funciona!. Mira, están nadando en círculos y chocan entre ellos. Algunos se están ahogando. ¡Los dejamos atrás! ¡Lo hemos conseguido!
-Aún no. Todavía no estamos a salvo. Vamos, rema.
Seguimos remando durante un par de horas sin descanso, enfilando la proa hacia el sur, casi creyendo que nos hemos librado del enemigo hasta que se escucha un rumor lejano.
-¡Maldita sea! -grita ella señalando unos puntos brillantes en el cielo a unos kilómetros- ¡Aviones!
-¡Rema!
-¡Allí, allí, allí! -dice sacudiendo mi hombro- ¡Una isla!
A la izquierda aparece un pequeño islote de arena con unas docenas de cocoteros por toda decoración. Remamos hacia allí con toda la intensidad que podemos poner en nuestros brazos. Cuando desembarcamos en la pequeña playa los aviones hacen una pasada de reconocimiento sobre nosotros.
-A la siguiente atacarán. Hay que prepararse para repelerlos Tira de las ramas secas de un cocotero y apunta, como si fuera una catapulta -digo mientras yo mismo inclino uno de los árboles hacia mí y espero a que uno de los aviones se ponga a tiro.
-Lo tengo -dice ella- Pero son muchos. No podremos con todos.
-Con liquidar a seis o siete será suficiente. Los demás rehuirán la lucha para no ser el siguiente.
-Sabes muchas tácticas de guerra. Se nota que has luchado mucho.
-Así es, llevo unos cuantos años burlando a estos tipos.
Los primeros aviones llegan precedidos por ráfagas de balas que sacuden el agua avanzando muy rápido hacia nuestra posición. Soltamos los árboles y docenas de cocos salen disparados hacia los aviones. El efecto es devastador, algunos motores quedan atorados por el jugo de coco, varios pilotos reciben el impacto de los duros frutos en su cabeza o pierden la visión debido al agua blanquecina de coco y terminan impactando contra el mar o chocando con otros aparatos. El efecto final es que una docena larga de aviones caen al mar, heridos de muerte.
-Ahora se irán ¿no? Como dijiste.
-Claro. Ya mismo.
Sin embargo, una segunda oleada de aviones se dirige a nosotros y tenemos que emplearnos a fondo para repeler el ataque, que se salda con otros 10 ó 12 aviones en el fondo del mar. Luego vienen una tercera, oleada y una cuarta, una quinta, treinta y siete en total.
-Dijiste que con seis o siete aviones valía. Y, mira, hemos derribado tantos que el montón de chatarra ya sobresale del agua.
- Es que estos tíos son especialmente persistentes. Pero mira, se retiran. Se van. Menos mal porque nos estábamos quedando sin cocos.
-Descansamos un rato y luego seguimos ¿vale? -dice con el rostro encendido por el esfuerzo de la batalla.
Nos sentamos en la arena, apoyando la espalda en la del otro, así podemos vigilar en todas direcciones, por si reaparece el enemigo. Durante un rato descansamos en silencio, hasta que nos sentimos un poco mejor.
-Oye, ¿no tienes hambre? ¿Qué coméis en la guerra? -pregunta- Bueno, sí es como lo del aceite para coches mejor no me lo digas.
-Ellos, el enemigo, comen unas raciones que les dan. Cosas sintéticas, barritas de cereales y pastillas, con eso tienen todo lo que el cuerpo necesita -explico- Yo no pertenezco a ningún ejercito, sólo soy su enemigo, así que no tengo todas esas cosas pero conseguí esto.
Saco del bolsillo interior de la chaqueta una botellita de plástico, de esas que tienen una boquilla en forma de cuentagotas y la aprieto dejando caer una sola gota sobre la arena. A los pocos segundos brota una planta muy verde con fuertes ramas, en las que empiezan a nacer gran variedad de frutos, mangos, naranjas, tomates, almendras, cacao.
-Vaaaaaya. Tus provisiones molan más que las barritas ¿no crees? -dice riendo- Pensaba que las almendras salían del almendro, de un árbol quiero decir, pero esto es una planta y no muy grande. Pero si están buenas lo mismo nos da. ¿De dónde sacaste eso? La botella.
-Me la dio una anciana. Al principio de la guerra, mientras huía. Estaba muy asustado porque todavía no sabía como funciona esto y me sentía perseguido y apaleado, a instantes de una muerte segura, ya sabes, tuve que superar esa fase. El caso es que paré en aquel pueblo buscando algo que comer y una anciana estaba sentada en el porche de su casa, pasando el rato mirando la carretera. Me dirigí hacia ella para pedirle algo, ella se levantó y su mirada me dejó clavado, infundía mucho respeto. Así que me paré y también la miré. Ella me dijo, toma esto es lo mejor que puedo darte. Cuídalo bien. Usa sólo una gota cada vez. Por suerte no se me ocurrió ponérmela en la lengua o algo así, ja,ja,ja.
Comemos frutas, hortalizas, frutos secos, todo lo que la planta nos ofrece y una vez repuestas las fuerzas decidimos seguir hacia el sur en nuestra canoa. Remamos con vigor, con ánimos renovados.
-Crees que nos seguirán -pregunta ella tras un par de horas de travesía por el mar solitario.
-Seguro. No se rendirán sin intentarlo todo.
-¿Qué es eso de allí? -pregunta.
-Barcos. Nos están buscando. ¡Agacha la cabeza y sigue remando!
-¿No tienes algo para combatirles en el bolsillo interior de tu chaqueta?
-No.
-¿Cómo se hunde un barco?
-Lanzando un torpedo hacia su línea de flotación.
-Y ¿no tienes?
-No.
Cae la noche que nos ayuda a pasar desapercibidos. Los barcos pasan muy cerca sin vernos pues nos oculta la densa oscuridad y la bruma. Nos acurrucamos y guardamos silencio cada vez que una de aquellas gigantescas máquinas pasa cortando el mar cerca de nosotros, iluminando la superficie con sus potentes focos, confundiéndonos con un madero, o algún resto de los muchos que flotan a la deriva, gracias al primitivo diseño de nuestra embarcación. Cuando amanece los barcos nos han dejado atrás.
-Volverán y nos los cruzaremos de vuelta si seguimos en esta dirección -dice ella.
-No tenemos otro remedio. El sur está hacia allí.
Seguimos navegando y a eso del mediodía algunas gaviotas aparecen sobre el cielo, lanzándose de vez en cuando sobre el mar. Al poco tiempo avistamos la costa.
-¡Es el sur! -grito entusiasmado- Pero… o no, maldita sea. Toda la flota enemiga está atracada justo delante a un par de decenas de metros de la costa.
-Te lo dije. Debemos prepararnos -dice- A ver, saca lo que tengas en tu chaqueta, igual se nos ocurre algo.
Dispongo sobre el suelo de la canoa los objetos que porto en mis bolsillos, formando un montón bastante notable de objetos que por superstición o cariño he ido guardando durante estos años de lucha y huída.
-Es increíble que cargues con todo esto. Sobre todo teniendo en cuenta que la mayoría de las cosas son inútiles del todo. Como por ejemplo este tirachinas. Ya me contarás…
-Bueno, no tenía más armas a mano. Algo es algo.
-Una púa de guitarra, tres monedas de un céntimo, un pasador de pelo roto, un botón de una chaqueta de marinero, migas de pan, un palo premiado de un Colajet, dos colillas, una cola de conejo, una hoja seca, una piedra marrón, un trozo de cuerda sucio y una bola asquerosa de arcilla envuelta en un trozo de plástico. Creo que con más o menos esto salvaron el Apolo XIII.
-No es arcilla. Es nitrotrilita glicerinosa.
-¿Y eso qué es?
-Un explosivo muy potente. Cuando lleva un par de horas en contacto con el aire explota. Además es muy pegajoso.
-Entonces tenemos la solución ¿verdad? -dice mirándome muy sonriente.
Trazamos nuestro plan y hablamos sobre el sur, que esta ahí tan cerca y a la vez tan inaccesible. Sonreímos pensando en lo bien que viviremos allí, rodeados de todo lo que podamos necesitar, de todo lo que nos gusta, y prescindiendo de cosas superfluas, como la guerra. Y de cualquier otra preocupación. Cuando cae la noche estamos muy motivados, tan solo dos mil barcos nos separan de nuestro sueño. Tenemos un plan y les vamos a derrotar.
Avanzamos muy lentamente hacia ellos, cuando estamos muy cerca estudiamos los movimientos de los focos que iluminan las aguas zigzagueando y conseguimos eludirlos hasta llegar a unos pocos metros de los cascos de aquellas gigantescas embarcaciones de guerra.
-Toma, un trozo de glucosa de triglicerido -dice pasándome un pedacito de explosivo.
-Se llama nitrotrilita glicerinosa -digo mientras coloco la bola en el tirachinas y apunto hacia el primero de los barcos.
-¿Seguro? No me lo creo, te lo has inventado. O poco a poco has transformado el nombre en tu cabeza y ahora piensas que se llama así -responde mientras remamos hacia el segundo barco una vez que el primero ha quedado marcado con nuestra bola.
-Puede ser que el nombre fuera nitroglicerina trilitosa -dudo tras marcar el segundo barco.
-Creo que lo llamaremos arcilla asquerosa, así no hay confusiones -responde.
Cuando estamos marcando el barco número doscientos dieciséis explotan las primeras bolitas de arcilla asquerosa y los barcos que hemos dejado más atrás comienzan a hundirse. Suenan sirenas y se oyen voces y movimientos de tropas en la cubierta de los buques, creen que se trata de un ataque submarino. En medio de esa confusión pasamos desapercibidos mientras los barcos comienzan a zarpar rumbo al norte. En unos minutos quedamos sólo nosotros.
-¿Te das cuenta?
-Sí, hemos llegado, con remar unos treinta metros estaremos en el sur.
-No, no, me refiero a esto. Todos esos barcos que están aquí abajo, hundidos, venían a matarnos y ahora el coral crecerá sobre ellos y criará ostras llenas de perlas y crecerán mariscos que podremos comer. Serán uno de los pilares que garantizan nuestro futuro.
-Vaya, es verdad, un buen comienzo prepara un buen futuro, ja,ja,ja. Además creo que los otros nunca volverán. Nos buscaran en otros lugares y enseguida encontrarán otro enemigo.
Desembarcamos en la playa y miramos el sur. No es más que una extensión de arena, salpicada de piedras y plantas secas, un espacio después del mar devastado por el sol. Sin nada. Un secarral sin nada que ofrecer. Alguien podría pensar que esto nos dejó decepcionados, pero no, nada de eso. Al contrario, saltamos de alegría mientras nos abrazamos entusiasmados por estar allí, por fin.
-La botellita -dice ella.
Meto la mano en mi bolsillo interior y saco la botella. Nos miramos un segundo. Aprovecho el entusiasmo para besarla rápido y fuerte, un buen comienzo prepara un buen futuro. Y riendo echamos a correr mientras aprieto la botella con todas mis fuerzas, regando aquí y allá con el líquido que contiene. Nunca hubiera pensado que podía caber tanto en una botella tan pequeña.
Seguimos corriendo, en círculos, hacia adelante, hacia un lado y el otro, y tras nuestros pasos gruesos árboles de todas clases surgen del suelo vigorosos. Y los primeros pájaros comienzan a anidar.
- - - - - - - - - - - - -
-¿Cómo se construye una casa? -pregunta.
-Hacen falta buenos pilares -respondo mirando sus ojos, sorprendido todavía, después de tanto, por la claridad de su mirada- Voy a clavar 18 gruesos troncos en el suelo y construiré sobre ellos.
George Thorogood - Bad to the bone |