viernes, 5 de abril de 2013

Misguided Angel. Capítulo 2 y final.


Cuando llegó a su casa se quitó la ropa y tomó una larga ducha. Se puso unas mallas de deporte y una camiseta y llamó a Marco, el hombre con el que habló por teléfono por la mañana, mientras íbamos a la ciudad en coche.

-¿Marco? El trabajo está hecho. He dejado las joyas en la oficina del tratante. Pronto nos mandará el dinero.

-Vaya, no puedo creerlo. ¿Cómo lo has logrado? Seguro que iba con varios guardaespaldas y que había un montón de gente, pero te has hecho con las joyas y has conseguido escapar. No sé cómo lo haces, siempre sales indemne. Bueno, enhorabuena -dijo el hombre haciendo una pausa-. Oye, sé que es demasiado pronto pero si te interesa tengo otro trabajo.

-No hay problema. Sí me interesa, pero si hay algo que canjear tenemos que cambiar de tratante. No quiero volver a hacer negocios con ese cerdo.

-Esta vez no habrá que vender nada. Es pasta. Dinerito contante y sonante. Lo repartimos y punto.

-¿Cuándo?

-Mañana a primera hora. Recibirás un sobre en tu casa en un par de horas. Ya sabes, lee el informe con detalle y luego destrúyelo.

-De acuerdo. Claro.

Cogió un yogur de la nevera y se lo comió sentada sobre la mesa de la cocina, mirando al suelo algo confundida, sin duda pensando en el tío de las oficinas. Me hubiera gustado decirle algo, que mientras estuviera yo por allí no tenía que tener miedo a nada.

Entonces me dí cuenta, lo recordé, si yo estaba allí significaba que tenía mucho que temer. Lo peor. Sólo se hacía un seguimiento a un humano cuando estaba a punto de morir, para decidir si era merecedor o no de pasar de etapa o debía repetir, por eso casi siempre me tocaba espiar a viejecitos. Amanda iba a morir en las próximas horas. Y yo no quería permitirlo, quería que viviera y luego encontrar alguna forma de hacerme presente y que se enamorara de mí. Eran muchas y muy grandes las dificultades que superar, lo sabía, pero no hay muchas pasiones en la vida de un ángel, así que, sin pensarlo más, decidí seguir a mi corazón e intentarlo.

Tenía que estar muy atento, no solían pasar más de dos días desde que comenzaba una vigilancia hasta la muerte del interesado, así que Amanda moriría en el siguiente día y medio. Pero podía ser en cualquier momento, sin previo aviso, por lo que debía estar alerta para evitar el hecho que produjera su muerte. Me atenazó la idea de que muriera por alguna causa incontrolable, un ataque al corazón, un infarto cerebral o alguna cosa de esas. Pero parecía muy saludable y dado que al parecer llevaba una vida de ladrona por encargo era muy probable que el desencadenante estuviera en su “trabajo”. Así que cuando sonó el timbre y vi al mensajero que traía el anunciado sobre decidí intervenir. Atravesé las paredes y llegué junto al hombre que esperaba a que le abrieran con un sobre en la mano. Se lo arrebaté en el mismo momento en que Amanda aparecía en la puerta y corrí calle abajo. Pero desde allí escuché al hombre decirle a Amanda que aquel sobre volador sólo contenía una encuesta de satisfacción de su compañía y vi como ella firmaba el resguardo y abría el sobre que contenía el encargo mientras cerraba la puerta.

Corrí de vuelta y llegué a tiempo para leer las instrucciones junto a ella. Explicaban el asalto a un furgón blindado y el papel que debía llevar a cabo Amanda. Era muy arriesgado. Algo a todas luces muy peligroso, que implicaba disparos y mucha violencia. Una situación en la que podía morir mucha gente y sin duda era donde estaba previsto que muriera mi protegida. Se agachó para recoger algo y entonces comprobé que el mensajero también había dejado un paquete. Lo abrió con cuidado. Era un uniforme de policía, que incluía las esposas, el walkie y una pistola acompañada por varios cargadores colmados de balas.

Amanda pasó el resto de la tarde relajándose. Realizó una sesión de yoga y otra de estiramientos y después se puso una bata llena de manchas de pintura y de un armario sacó un cuadro que tenía a medias y unas pinturas y pinceles y se sentó frente a la ventana con el lienzo sobre las rodillas. El cuadro representaba la casa que se veía enfrente, en la otra acera. Había empezado a pintarla desde abajo hacia arriba. Era un cuadro de estilo hiperrealista, casi una fotografía de la vista que ofrecía su ventana. La chica tenía talento, era una pena que hubiera elegido los otros talentos que también parecía poseer. Pasé la noche acariciando su pelo. Los ángeles no necesitan dormir, así que lo disfruté sin esfuerzo. Fue algo que me unió mucho más a ella, verla dormir con placidez mientras disfrutaba de la paz que le ofrecían mis caricias.

A las siete de la mañana se levantó y se duchó. Después, igual que el día anterior, se sentó desnuda frente a la cómoda y se cepilló la melena despacio y con cuidado. Me emocionó ver de nuevo aquella imagen inocente, con todo lo que ya sabía de ella, y pensé que en el fondo somos lo que somos por mucho que hagamos.

La hora del asalto eran las doce del mediodía y ella comenzó a vestirse de policía unos noventa minutos antes. Se envolvió en una gabardina y salió a la calle. Esta vez no cogió su coche. Caminó algunas calles y se metió en el metro. El trayecto fue bastante corto y a las once y media estábamos muy cerca de la plaza en la que se desarrollaría la acción. Amanda la estudió desde la confluencia con una de las calles, era una plaza cuadrada, no muy grande, formada por edificios antiguos de 5 ó 6 pisos, que parecían ocupados en su totalidad por las sedes de grandes compañías, despachos de abogados, etc... a juzgar por las luces fluorescentes y la vestimenta de las pocas personas que recorrían el lugar. En los bajos de uno de aquellos edificios se veía una gran oficina del Change Tropical Bank. Mi chica observó las salidas de la plaza, los edificios, los portales, calculó distancias y se ocultó con disimulo tras una cabina telefónica.

A las 11:55 un vehículo amarillo entró en la plaza y se detuvo muy cerca del banco. Cuatro guardias jurados descendieron, reconocieron el lugar y en pocos segundos llegó a la plaza un gran furgón blindado seguido por otro coche amarillo. Del primero bajaron 5 hombres y del segundo otros cuatro. En cada vehículo quedaba un hombre al volante. Los vigilantes montaron un dispositivo de guardia desde el furgón hasta el banco y cuatro de ellos entraron en la sucursal. Al poco tiempo salieron portando pesadas sacas llenas de dinero y las depositaron en el furgón por la puerta lateral y volvieron a entrar, repitiendo la operación 5 ó 6 veces. Recordé lo que decía el informe. Era una retirada de dinero ordenada por un jeque árabe que quería guardar su fortuna en su mansión que consideraba, no sin razón, un lugar más seguro que el banco.

Cuando parecía que iban a terminar, por la calle en la que estábamos situados, entraron a toda velocidad dos todoterreno Hummer que se dirigieron a la zona del furgón y atropellaron sin miramientos a varios vigilantes, deteniéndose con sendos derrapes en el extremo contrario de la plaza. Salieron algunos hombres que se parapetaron y empezaron a disparar. Los vigilantes, reaccionaron tras unos segundos de desconcierto, se cubrieron y, mientras sacaban sus pistolas y abrían fuego contra los vehículos, pedían ayuda por radio. Estaban bien entrenados y enseguida consiguieron organizarse para tomar buenas posiciones y consiguieron eliminar a dos o tres asaltantes.

Entonces, despacio y con parsimonia, entró también por nuestra calle otro Hummer. Se detuvo muy cerca de nosotros, a las espaldas de los vigilantes que trataban de defenderse de los primeros asaltantes. El techo corredizo del vehículo se abrió y apareció el cañón y luego el cuerpo completo de una ametralladora de gran calibre sujeta por dos tipos. Un tercero tomó el mecanismo de disparo y abrió fuego contra los vigilantes que de espaldas eran presas fáciles. Muchos murieron en la primera ráfaga y los que pudieron se refugiaron en el banco, convencidos ya de que era mejor olvidarse del furgón y salvar la vida. De vez en cuando soltaban algún disparo tímido saliendo desde el interior del banco cuyas cristaleras habían sido masacradas por la potente ametralladora. La última resistencia eran los vigilantes que quedaban en los coches, los conductores, que todavía repelían el ataque de los asaltantes que se dirigían hacia ellos desde los dos primeros todoterreno. Los tipos de la ametralladora se dieron cuenta y empezaron a moverla para eliminar esa última resistencia.

Fue entonces cuando Amanda entró en acción. Salió corriendo hacia el Hummer, dio un salto hasta el parachoques delantero y mientras disparaba al conductor saltó al capó, y desde allí, a muy corta distancia, disparó con rapidez y precisión a las cabezas de los tres tipos que manejaban la ametralladora, algo muy parecido a una ejecución. Entonces se dirigió al grupo de los tres vehículos amarillos. Cada vigilante estaba tras su coche, resistiendo el envite de los primeros asaltantes. Amanda disparó en la nuca a uno ellos y ocupó su puesto. Disparó también a uno de los asaltantes. Y entonces de alguna forma lo intuyó, se dio la vuelta mirando hacia el Hummer en el que acababa de cargarse el nido de la ametralladora y vio la bala dirigirse hacia ella, fue un microsegundo pero vio como la bala salía de la pistola del tipo que no debería haber estado en el todoterreno, vio como el proyectil se acercaba a una velocidad increíble y supo que moriría sin tener tiempo ni para parpadear. Vio como la bala hacía un extraño, un ángulo a la derecha y otro a la izquierda para impactar contra el coche amarillo. Lo que no pudo es verme a mí, salvando su vida.

El tipo iba a disparar de nuevo, pero me encargué de que la bala explotara antes de salir de la pistola, destrozando su mano. Amanda se quedó con la boca abierta al ver aquello pero reaccionó e hizo el resto con un disparo preciso en mitad de la frente del sujeto.

Las cosas estaban bastante estancadas, quedaban cuatro o cinco asaltantes que habían retrocedido hasta los todoterreno, dos vigilantes dentro del banco y los dos conductores parapetados tras los vehículos amarillos. Pronto llegaría la policía, ya se escuchaban las sirenas acercándose, y el combate se decantaría por el lado de la ley. Amanda se arrastró y se metió debajo del furgón, siguió avanzando hasta el otro lado y se coló por la puerta lateral que había quedado abierta en el asalto. La cerró y comenzó a manipular la cerradura de la portezuela metálica que separaba el puesto de conductor del cofre de seguridad. Sacó de su bolsillo una botellita de ácido y la vació con cuidado sobre la cerradura, el metal se fundió pero no fue suficiente para deshacer todo el cierre y la puerta no se abrió. Desesperada comenzó a patear la puerta y a tirar de ella, pero sus esfuerzos fueron inútiles. La misión fracasaría por algo tan tonto como no haber escogido una botella un poco mayor. Decidí intervenir de nuevo. Partí lo que quedaba del cierre y la puerta se balanceó sobre sus goznes. Amanda, parpadeaba incrédula y dudó unos segundos antes de tomar el puesto del conductor.

Las llaves estaban puestas. Arrancó y aceleró embistiendo al coche amarillo parado delante y haciendo huir a los dos vigilantes. Desaparecimos por una de las calles seguidos por los disparos de todos aquellos que aún tenían un arma. Amanda dobló por varias calles para evitar que nos cruzáramos con los policías que estaban llegando a la plaza. De todas formas, sabíamos que el vehículo tenía un dispositivo de seguimiento GPS por lo que no tardarían en detectarnos.

Ella condujo con cuidado unos centenares de metros atravesando varias calles hasta que llegó a una avenida. Un gran camión estaba parado junto a la acera y tenía bajada una trampilla de acero con dos rodaduras, preparada para que el furgón pudiera entrar en la caja del camión. Lo hicimos sin problemas, aunque tuve que ayudar un poco a mi amiga con el embrague, y la caja del camión se cerró.

Amanda abrió la puerta lateral del furgón y saludó con urgencia a Marco, que estaba de pie junto a una plataforma con ruedas. Ambos comenzaron a poner las sacas sobre la plataforma y luego la empujaron hacia la cabina del camión. Me fijé en que las paredes del camión estaban forradas con cartuchos de dinamita, del techo al suelo. La separación entre la cabina y el remolque había sido eliminada y había un gran agujero en el suelo en el lugar en que debía estar el asiento del copiloto. Echaron las sacas por el agujero y repitieron la operación hasta que vaciaron el furgón. Mientras, oíamos como llegaban los coches de policía y los agentes tomaban posiciones alrededor del camión. Cuando Amanda y Marco se tiraban por el agujero escuchamos a un policía que hablaba por un megáfono, instándonos a rendirnos. Bajo el camión el amplio agujero atravesaba el asfalto y el techo de un parking subterráneo.

Cayeron sobre las sacas, pasando también por el hueco del techo corredero de un todoterreno al parecer modificado al efecto. No había techo metálico, ni tampoco asientos traseros. Marco, corrió una gruesa tela que hacía las veces de capota tirando de unas manillas y los dos se sentaron en los asientos delanteros. Estábamos en un parking bajo el camión que contenía el furgón de seguridad y lo recorrimos con calma hasta la salida que había al otro lado, que daba a la calle paralela. Nos alejamos de la zona, dejando atrás el caos que se estaba formando debido al bloqueo de la calle en la que se encontraba el camión. Nos cruzamos con un vehículo de operaciones especiales de la policía que se dirigía al lugar.

Cuando habíamos recorrido casi un kilómetro Marco pulsó el botón de un mando a distancia y escuchamos una explosión enorme, sentimos la onda expansiva y seguido se escuchó lo que pareció el derrumbe de un edificio y vimos que una nube de polvo se elevaba sobre aquella zona de la ciudad.

Entonces sentí la llamada. Me urgían a presentarme ante el arcángel. Me dí cuenta de que Amanda había faltado a su cita con la muerte hacía unos minutos y la primera consecuencia lógica era que me pidieran explicaciones pues yo debía estar con ella durante sus últimos momentos. Una llamada de este tipo no se puede ignorar, no es cuestión de voluntad, sencillamente es imposible. A los pocos segundos estaba de nuevo en la etapa de los ángeles, en el despacho del arcángel que me miraba con expresión de decepción y censura.

-No ha llegado. Eso sólo puede significar que has intervenido para evitarlo -dijo el arcángel apenas conteniendo su enfado.

-Así es. No voy a negarlo. No he podido dejar que ocurriera. Es muy joven, puede corregirse, merece otra oportunidad -intenté justificarme-. No siempre es justo lo que hacemos, dejar que las cosas pasen y ya está. A veces podríamos intervenir. No sé. Sólo a veces, cuando sintamos que es necesario.

-Hasta ahora no pensabas así. Nunca has dicho algo parecido, ni has cuestionado el sistema. Algo te ha pasado en esta misión. Te has encaprichado de la chica o algo parecido. Me da lo mismo. Ya sabes cual es el castigo para quienes tratan de favorecer a un mortal, trescientos siglos sin alas, humillado, trabajando entre nuestros sirvientes -hizo una pausa dramática-. Pero tu caso tiene enormes agravantes... no solo has favorecido a la chica, también has intervenido para evitar que muera y eso merece un castigo ejemplar. Lo hemos hablado entre los principales y hemos decidido que tu condena será vivir en la tierra parra siempre. Entre los humanos que tanto te gustan.

-¿Para siempre? -dije sorprendido por la dureza del castigo- Pero ¡eso es demasiado tiempo!


Guardé silencio clavando la vista en el suelo, abatido por todos estos recuerdos y ante el lamentable resultado que había obtenido por el simple hecho de intervenir, de dejarme llevar por el corazón o por la debilidad.

-¿Has vuelto a verla? -pregunta la psicóloga desde su silla, un poco más grande, un poco más cómoda que la que yo ocupo.

-Sí. Cuando me mandaron de vuelta a la tierra me dejaron aquí, en Londres. Y lo primero que hice fue comprobar si seguía viva. Era una tarde de sábado, en invierno, y las luces de su casa estaban apagadas. Me temí lo peor pero esperé allí parado, frente a su portal, tratando de idear la forma de acercarme a ella. Esperé un día entero y en la tarde del domingo apareció, paseando, abrazada a aquel sujeto, al tipo que la engañó con su secretaria, al que casi parto los músculos de su entrepierna. Qué pena no haberlo hecho.

-Tuvo que ser un duro golpe. Ser expulsado del cielo, ver a la chica que te gusta con otro, con el tipo que la engañaba y al que conseguiste alejar, por un tiempo -comenta la psicóloga con ironía-. Bueno, al menos está viva ¿no? Peor hubiera sido que hubiera muerto como estaba previsto ¿verdad?

-No. Claro, que no. El curso natural de las cosas hubiera sido mucho mejor. Porque el resultado de todo esto, lo que he aprendido, es la enorme dimensión de vuestra debilidad. Ella lo tiene todo, inteligencia, belleza, valentía, hasta dinero, y ¿que ha hecho? Irse con el tío que ya ha demostrado que no siente ningún respeto por ella.

Hace una pausa y me mira en silencio, tratando de ver en mis ojos si de verdad me creo todo eso que he contado, si me lo estoy inventando sobre la marcha o es algo que ya tenía preparado. Tras unos minutos de observación vuelve a hablar.

-Has dicho antes que estás condenado a vivir en la Tierra por toda la eternidad, así que dispones de mucho tiempo para hacer lo que te apetezca ¿Tienes decididos tus planes a largo plazo?

-En realidad no tengo muchas opciones. El paso del tiempo me favorece, eso es indudable. Ella tampoco va a morir, una vez que la fecha prevista ha fallado nadie se va a preocupar de poner otra nueva. La razón es simple, no está previsto. El caso se cierra con mi castigo, nadie se va a preocupar ya por ella. Sólo cuando haya alguna revisión, alguna reforma importante en la etapa de los ángeles, los que llevemos aquí muchos siglos, ella y yo y pocos más, tendremos alguna oportunidad de partir. Así que vamos a estar aquí los dos durante mucho, mucho tiempo y eso me favorece. Sólo tengo que acercarme a ella de algún modo, darme a conocer y entrar en su vida. Ese tipo morirá dentro de unas décadas, y también todos sus conocidos, y poco a poco se dará cuenta de que la única constante soy yo, que somos iguales, que es como yo.

-Así que acabaréis juntos digamos que por descarte.

-Sí. Así será.

-Y esta estrategia tuya ¿no te parece producto de tu debilidad? ¿No eres tan débil como ella y como yo, como el resto de los humanos? Porque en lugar de esperarla durante décadas, justificando el derroche en el hecho de que dispones de todo el tiempo del mundo, ¿no crees que lo valiente es olvidarla y hacerte una vida?


No volví a la consulta. Al fin y al cabo ningún humano puede tener la misma perspectiva que yo, puesto que ninguno tiene la certeza de la inmortalidad como es mi caso. Siendo estas las circunstancias es imposible que ningún terapeuta pueda ayudarme.

Aún no he decidido la forma apropiada para abordarla y que sea un hecho permanente, pero lo conseguiré y será para siempre. Alguna vez me las he arreglado para que nos crucemos por la calle y estoy seguro de que en ese segundo en que nuestras miradas se han cruzado ha notado que soy alguien especial. Igual que ella.






Leonard Cohen - Old Ideas