Cuando llegó a su casa se quitó la
ropa y tomó una larga ducha. Se puso unas mallas de deporte y una
camiseta y llamó a Marco, el hombre con el que habló por teléfono
por la mañana, mientras íbamos a la ciudad en coche.
-¿Marco? El trabajo está hecho. He
dejado las joyas en la oficina del tratante. Pronto nos mandará el
dinero.
-Vaya, no puedo creerlo. ¿Cómo lo has
logrado? Seguro que iba con varios guardaespaldas y que había un
montón de gente, pero te has hecho con las joyas y has conseguido
escapar. No sé cómo lo haces, siempre sales indemne. Bueno,
enhorabuena -dijo el hombre haciendo una pausa-. Oye, sé que es
demasiado pronto pero si te interesa tengo otro trabajo.
-No hay problema. Sí me interesa, pero
si hay algo que canjear tenemos que cambiar de tratante. No quiero
volver a hacer negocios con ese cerdo.
-Esta vez no habrá que vender nada. Es
pasta. Dinerito contante y sonante. Lo repartimos y punto.
-¿Cuándo?
-Mañana a primera hora. Recibirás un
sobre en tu casa en un par de horas. Ya sabes, lee el informe con
detalle y luego destrúyelo.
-De acuerdo. Claro.
Cogió un yogur de la nevera y se lo
comió sentada sobre la mesa de la cocina, mirando al suelo algo
confundida, sin duda pensando en el tío de las oficinas. Me hubiera
gustado decirle algo, que mientras estuviera yo por allí no tenía
que tener miedo a nada.
Entonces me dí cuenta, lo recordé, si
yo estaba allí significaba que tenía mucho que temer. Lo peor. Sólo
se hacía un seguimiento a un humano cuando estaba a punto de morir,
para decidir si era merecedor o no de pasar de etapa o debía
repetir, por eso casi siempre me tocaba espiar a viejecitos. Amanda
iba a morir en las próximas horas. Y yo no quería permitirlo,
quería que viviera y luego encontrar alguna forma de hacerme
presente y que se enamorara de mí. Eran muchas y muy grandes las
dificultades que superar, lo sabía, pero no hay muchas pasiones en
la vida de un ángel, así que, sin pensarlo más, decidí seguir a
mi corazón e intentarlo.
Tenía que estar muy atento, no solían
pasar más de dos días desde que comenzaba una vigilancia hasta la
muerte del interesado, así que Amanda moriría en el siguiente día
y medio. Pero podía ser en cualquier momento, sin previo aviso, por
lo que debía estar alerta para evitar el hecho que produjera su
muerte. Me atenazó la idea de que muriera por alguna causa
incontrolable, un ataque al corazón, un infarto cerebral o alguna
cosa de esas. Pero parecía muy saludable y dado que al parecer
llevaba una vida de ladrona por encargo era muy probable que el
desencadenante estuviera en su “trabajo”. Así que cuando sonó
el timbre y vi al mensajero que traía el anunciado sobre decidí
intervenir. Atravesé las paredes y llegué junto al hombre que
esperaba a que le abrieran con un sobre en la mano. Se lo arrebaté
en el mismo momento en que Amanda aparecía en la puerta y corrí
calle abajo. Pero desde allí escuché al hombre decirle a Amanda que
aquel sobre volador sólo contenía una encuesta de satisfacción de
su compañía y vi como ella firmaba el resguardo y abría el sobre
que contenía el encargo mientras cerraba la puerta.
Corrí de vuelta y llegué a tiempo
para leer las instrucciones junto a ella. Explicaban el asalto a un
furgón blindado y el papel que debía llevar a cabo Amanda. Era muy
arriesgado. Algo a todas luces muy peligroso, que implicaba disparos
y mucha violencia. Una situación en la que podía morir mucha gente
y sin duda era donde estaba previsto que muriera mi protegida. Se
agachó para recoger algo y entonces comprobé que el mensajero
también había dejado un paquete. Lo abrió con cuidado. Era un
uniforme de policía, que incluía las esposas, el walkie y una
pistola acompañada por varios cargadores colmados de balas.
Amanda pasó el resto de la tarde
relajándose. Realizó una sesión de yoga y otra de estiramientos y
después se puso una bata llena de manchas de pintura y de un armario
sacó un cuadro que tenía a medias y unas pinturas y pinceles y se
sentó frente a la ventana con el lienzo sobre las rodillas. El
cuadro representaba la casa que se veía enfrente, en la otra acera.
Había empezado a pintarla desde abajo hacia arriba. Era un cuadro
de estilo hiperrealista, casi una fotografía de la vista que ofrecía
su ventana. La chica tenía talento, era una pena que hubiera elegido
los otros talentos que también parecía poseer. Pasé la noche
acariciando su pelo. Los ángeles no necesitan dormir, así que lo
disfruté sin esfuerzo. Fue algo que me unió mucho más a ella,
verla dormir con placidez mientras disfrutaba de la paz que le
ofrecían mis caricias.
A las siete de la mañana se levantó y
se duchó. Después, igual que el día anterior, se sentó desnuda
frente a la cómoda y se cepilló la melena despacio y con cuidado.
Me emocionó ver de nuevo aquella imagen inocente, con todo lo que ya
sabía de ella, y pensé que en el fondo somos lo que somos por mucho
que hagamos.
La hora del asalto eran las doce del
mediodía y ella comenzó a vestirse de policía unos noventa minutos
antes. Se envolvió en una gabardina y salió a la calle. Esta vez no
cogió su coche. Caminó algunas calles y se metió en el metro. El
trayecto fue bastante corto y a las once y media estábamos muy cerca
de la plaza en la que se desarrollaría la acción. Amanda la estudió
desde la confluencia con una de las calles, era una plaza cuadrada,
no muy grande, formada por edificios antiguos de 5 ó 6 pisos, que
parecían ocupados en su totalidad por las sedes de grandes
compañías, despachos de abogados, etc... a juzgar por las luces
fluorescentes y la vestimenta de las pocas personas que recorrían el
lugar. En los bajos de uno de aquellos edificios se veía una gran
oficina del Change Tropical Bank. Mi chica observó las salidas de la
plaza, los edificios, los portales, calculó distancias y se ocultó
con disimulo tras una cabina telefónica.
A las 11:55 un vehículo amarillo entró
en la plaza y se detuvo muy cerca del banco. Cuatro guardias jurados
descendieron, reconocieron el lugar y en pocos segundos llegó a la
plaza un gran furgón blindado seguido por otro coche amarillo. Del
primero bajaron 5 hombres y del segundo otros cuatro. En cada
vehículo quedaba un hombre al volante. Los vigilantes montaron un
dispositivo de guardia desde el furgón hasta el banco y cuatro de
ellos entraron en la sucursal. Al poco tiempo salieron portando
pesadas sacas llenas de dinero y las depositaron en el furgón por la
puerta lateral y volvieron a entrar, repitiendo la operación 5 ó 6
veces. Recordé lo que decía el informe. Era una retirada de dinero
ordenada por un jeque árabe que quería guardar su fortuna en su
mansión que consideraba, no sin razón, un lugar más seguro que el
banco.
Cuando parecía que iban a terminar,
por la calle en la que estábamos situados, entraron a toda velocidad
dos todoterreno Hummer que se dirigieron a la zona del furgón y
atropellaron sin miramientos a varios vigilantes, deteniéndose con
sendos derrapes en el extremo contrario de la plaza. Salieron algunos
hombres que se parapetaron y empezaron a disparar. Los vigilantes,
reaccionaron tras unos segundos de desconcierto, se cubrieron y,
mientras sacaban sus pistolas y abrían fuego contra los vehículos,
pedían ayuda por radio. Estaban bien entrenados y enseguida
consiguieron organizarse para tomar buenas posiciones y consiguieron
eliminar a dos o tres asaltantes.
Entonces, despacio y con parsimonia,
entró también por nuestra calle otro Hummer. Se detuvo muy cerca de
nosotros, a las espaldas de los vigilantes que trataban de defenderse
de los primeros asaltantes. El techo corredizo del vehículo se abrió
y apareció el cañón y luego el cuerpo completo de una
ametralladora de gran calibre sujeta por dos tipos. Un tercero tomó
el mecanismo de disparo y abrió fuego contra los vigilantes que de
espaldas eran presas fáciles. Muchos murieron en la primera ráfaga
y los que pudieron se refugiaron en el banco, convencidos ya de que
era mejor olvidarse del furgón y salvar la vida. De vez en cuando
soltaban algún disparo tímido saliendo desde el interior del banco
cuyas cristaleras habían sido masacradas por la potente
ametralladora. La última resistencia eran los vigilantes que
quedaban en los coches, los conductores, que todavía repelían el
ataque de los asaltantes que se dirigían hacia ellos desde los dos
primeros todoterreno. Los tipos de la ametralladora se dieron cuenta
y empezaron a moverla para eliminar esa última resistencia.
Fue entonces cuando Amanda entró en
acción. Salió corriendo hacia el Hummer, dio un salto hasta el
parachoques delantero y mientras disparaba al conductor saltó al
capó, y desde allí, a muy corta distancia, disparó con rapidez y
precisión a las cabezas de los tres tipos que manejaban la
ametralladora, algo muy parecido a una ejecución. Entonces se
dirigió al grupo de los tres vehículos amarillos. Cada vigilante
estaba tras su coche, resistiendo el envite de los primeros
asaltantes. Amanda disparó en la nuca a uno ellos y ocupó su
puesto. Disparó también a uno de los asaltantes. Y entonces de
alguna forma lo intuyó, se dio la vuelta mirando hacia el Hummer en
el que acababa de cargarse el nido de la ametralladora y vio la bala
dirigirse hacia ella, fue un microsegundo pero vio como la bala salía
de la pistola del tipo que no debería haber estado en el
todoterreno, vio como el proyectil se acercaba a una velocidad
increíble y supo que moriría sin tener tiempo ni para parpadear.
Vio como la bala hacía un extraño, un ángulo a la derecha y otro a
la izquierda para impactar contra el coche amarillo. Lo que no pudo
es verme a mí, salvando su vida.
El tipo iba a disparar de nuevo, pero
me encargué de que la bala explotara antes de salir de la pistola,
destrozando su mano. Amanda se quedó con la boca abierta al ver
aquello pero reaccionó e hizo el resto con un disparo preciso en
mitad de la frente del sujeto.
Las cosas estaban bastante estancadas,
quedaban cuatro o cinco asaltantes que habían retrocedido hasta los
todoterreno, dos vigilantes dentro del banco y los dos conductores
parapetados tras los vehículos amarillos. Pronto llegaría la
policía, ya se escuchaban las sirenas acercándose, y el combate se
decantaría por el lado de la ley. Amanda se arrastró y se metió
debajo del furgón, siguió avanzando hasta el otro lado y se coló
por la puerta lateral que había quedado abierta en el asalto. La
cerró y comenzó a manipular la cerradura de la portezuela metálica
que separaba el puesto de conductor del cofre de seguridad. Sacó de
su bolsillo una botellita de ácido y la vació con cuidado sobre la
cerradura, el metal se fundió pero no fue suficiente para deshacer
todo el cierre y la puerta no se abrió. Desesperada comenzó a
patear la puerta y a tirar de ella, pero sus esfuerzos fueron
inútiles. La misión fracasaría por algo tan tonto como no haber
escogido una botella un poco mayor. Decidí intervenir de nuevo.
Partí lo que quedaba del cierre y la puerta se balanceó sobre sus
goznes. Amanda, parpadeaba incrédula y dudó unos segundos antes de
tomar el puesto del conductor.
Las llaves estaban puestas. Arrancó y
aceleró embistiendo al coche amarillo parado delante y haciendo huir
a los dos vigilantes. Desaparecimos por una de las calles seguidos
por los disparos de todos aquellos que aún tenían un arma. Amanda
dobló por varias calles para evitar que nos cruzáramos con los
policías que estaban llegando a la plaza. De todas formas, sabíamos
que el vehículo tenía un dispositivo de seguimiento GPS por lo que
no tardarían en detectarnos.
Ella condujo con cuidado unos
centenares de metros atravesando varias calles hasta que llegó a una
avenida. Un gran camión estaba parado junto a la acera y tenía
bajada una trampilla de acero con dos rodaduras, preparada para que
el furgón pudiera entrar en la caja del camión. Lo hicimos sin
problemas, aunque tuve que ayudar un poco a mi amiga con el embrague,
y la caja del camión se cerró.
Amanda abrió la puerta lateral del
furgón y saludó con urgencia a Marco, que estaba de pie junto a una
plataforma con ruedas. Ambos comenzaron a poner las sacas sobre la
plataforma y luego la empujaron hacia la cabina del camión. Me fijé
en que las paredes del camión estaban forradas con cartuchos de
dinamita, del techo al suelo. La separación entre la cabina y el
remolque había sido eliminada y había un gran agujero en el suelo
en el lugar en que debía estar el asiento del copiloto. Echaron las
sacas por el agujero y repitieron la operación hasta que vaciaron el
furgón. Mientras, oíamos como llegaban los coches de policía y los
agentes tomaban posiciones alrededor del camión. Cuando Amanda y
Marco se tiraban por el agujero escuchamos a un policía que hablaba
por un megáfono, instándonos a rendirnos. Bajo el camión el amplio
agujero atravesaba el asfalto y el techo de un parking subterráneo.
Cayeron sobre las sacas, pasando
también por el hueco del techo corredero de un todoterreno al
parecer modificado al efecto. No había techo metálico, ni tampoco
asientos traseros. Marco, corrió una gruesa tela que hacía las
veces de capota tirando de unas manillas y los dos se sentaron en los
asientos delanteros. Estábamos en un parking bajo el camión que
contenía el furgón de seguridad y lo recorrimos con calma hasta la
salida que había al otro lado, que daba a la calle paralela. Nos
alejamos de la zona, dejando atrás el caos que se estaba formando
debido al bloqueo de la calle en la que se encontraba el camión. Nos
cruzamos con un vehículo de operaciones especiales de la policía
que se dirigía al lugar.
Cuando habíamos recorrido casi un
kilómetro Marco pulsó el botón de un mando a distancia y
escuchamos una explosión enorme, sentimos la onda expansiva y
seguido se escuchó lo que pareció el derrumbe de un edificio y
vimos que una nube de polvo se elevaba sobre aquella zona de la
ciudad.
Entonces sentí la llamada. Me urgían
a presentarme ante el arcángel. Me dí cuenta de que Amanda había
faltado a su cita con la muerte hacía unos minutos y la primera
consecuencia lógica era que me pidieran explicaciones pues yo debía
estar con ella durante sus últimos momentos. Una llamada de este
tipo no se puede ignorar, no es cuestión de voluntad, sencillamente
es imposible. A los pocos segundos estaba de nuevo en la etapa de los
ángeles, en el despacho del arcángel que me miraba con expresión
de decepción y censura.
-No ha llegado. Eso sólo puede
significar que has intervenido para evitarlo -dijo el arcángel
apenas conteniendo su enfado.
-Así es. No voy a negarlo. No he
podido dejar que ocurriera. Es muy joven, puede corregirse, merece
otra oportunidad -intenté justificarme-. No siempre es justo lo que
hacemos, dejar que las cosas pasen y ya está. A veces podríamos
intervenir. No sé. Sólo a veces, cuando sintamos que es necesario.
-Hasta ahora no pensabas así. Nunca
has dicho algo parecido, ni has cuestionado el sistema. Algo te ha
pasado en esta misión. Te has encaprichado de la chica o algo
parecido. Me da lo mismo. Ya sabes cual es el castigo para quienes
tratan de favorecer a un mortal, trescientos siglos sin alas,
humillado, trabajando entre nuestros sirvientes -hizo una pausa
dramática-. Pero tu caso tiene enormes agravantes... no solo has
favorecido a la chica, también has intervenido para evitar que muera
y eso merece un castigo ejemplar. Lo hemos hablado entre los
principales y hemos decidido que tu condena será vivir en la tierra
parra siempre. Entre los humanos que tanto te gustan.
-¿Para siempre? -dije sorprendido por
la dureza del castigo- Pero ¡eso es demasiado tiempo!
Guardé silencio clavando la vista en
el suelo, abatido por todos estos recuerdos y ante el lamentable
resultado que había obtenido por el simple hecho de intervenir, de
dejarme llevar por el corazón o por la debilidad.
-¿Has vuelto a verla? -pregunta la
psicóloga desde su silla, un poco más grande, un poco más cómoda
que la que yo ocupo.
-Sí. Cuando me mandaron de vuelta a la
tierra me dejaron aquí, en Londres. Y lo primero que hice fue
comprobar si seguía viva. Era una tarde de sábado, en invierno, y
las luces de su casa estaban apagadas. Me temí lo peor pero esperé
allí parado, frente a su portal, tratando de idear la forma de
acercarme a ella. Esperé un día entero y en la tarde del domingo
apareció, paseando, abrazada a aquel sujeto, al tipo que la engañó
con su secretaria, al que casi parto los músculos de su entrepierna.
Qué pena no haberlo hecho.
-Tuvo que ser un duro golpe. Ser
expulsado del cielo, ver a la chica que te gusta con otro, con el
tipo que la engañaba y al que conseguiste alejar, por un tiempo
-comenta la psicóloga con ironía-. Bueno, al menos está viva ¿no?
Peor hubiera sido que hubiera muerto como estaba previsto ¿verdad?
-No. Claro, que no. El curso natural de
las cosas hubiera sido mucho mejor. Porque el resultado de todo esto,
lo que he aprendido, es la enorme dimensión de vuestra debilidad.
Ella lo tiene todo, inteligencia, belleza, valentía, hasta dinero, y
¿que ha hecho? Irse con el tío que ya ha demostrado que no siente
ningún respeto por ella.
Hace una pausa y me mira en silencio,
tratando de ver en mis ojos si de verdad me creo todo eso que he
contado, si me lo estoy inventando sobre la marcha o es algo que ya
tenía preparado. Tras unos minutos de observación vuelve a hablar.
-Has dicho antes que estás condenado a
vivir en la Tierra por toda la eternidad, así que dispones de mucho
tiempo para hacer lo que te apetezca ¿Tienes decididos tus planes a
largo plazo?
-En realidad no tengo muchas opciones.
El paso del tiempo me favorece, eso es indudable. Ella tampoco va a
morir, una vez que la fecha prevista ha fallado nadie se va a
preocupar de poner otra nueva. La razón es simple, no está
previsto. El caso se cierra con mi castigo, nadie se va a preocupar
ya por ella. Sólo cuando haya alguna revisión, alguna reforma
importante en la etapa de los ángeles, los que llevemos aquí muchos
siglos, ella y yo y pocos más, tendremos alguna oportunidad de
partir. Así que vamos a estar aquí los dos durante mucho, mucho
tiempo y eso me favorece. Sólo tengo que acercarme a ella de algún
modo, darme a conocer y entrar en su vida. Ese tipo morirá dentro de
unas décadas, y también todos sus conocidos, y poco a poco se dará
cuenta de que la única constante soy yo, que somos iguales, que es
como yo.
-Así que acabaréis juntos digamos que
por descarte.
-Sí. Así será.
-Y esta estrategia tuya ¿no te parece
producto de tu debilidad? ¿No eres tan débil como ella y como yo,
como el resto de los humanos? Porque en lugar de esperarla durante
décadas, justificando el derroche en el hecho de que dispones de
todo el tiempo del mundo, ¿no crees que lo valiente es olvidarla y
hacerte una vida?
No volví a la consulta. Al fin y al
cabo ningún humano puede tener la misma perspectiva que yo, puesto
que ninguno tiene la certeza de la inmortalidad como es mi caso.
Siendo estas las circunstancias es imposible que ningún terapeuta
pueda ayudarme.
Aún no he decidido la forma apropiada
para abordarla y que sea un hecho permanente, pero lo conseguiré y
será para siempre. Alguna vez me las he arreglado para que nos
crucemos por la calle y estoy seguro de que en ese segundo en que
nuestras miradas se han cruzado ha notado que soy alguien especial.
Igual que ella.
Leonard Cohen - Old Ideas |