viernes, 28 de septiembre de 2012

La química del Mundo y el misionero del destino. Capítulo IV.


Era una habitación de hotel. Con una gran cama, paredes de tela, muebles modernos y caros, el espejo, claro, y un gran televisor. Un hotel muy lujoso en alguna gran ciudad cuyas luces titilaban al otro lado de la gran cristalera, más allá de la gran terraza que se adivinaba en la oscuridad. Me acerqué al ventanal y miré la ciudad sin reconocerla, yo apenas había salido de mi pueblo. Y de la aldea. Miré al cielo añorando la aldea, la vida tranquila en la playa, la nobleza y sencillez de la gente, añorando a mi querida Kira. Mi luz. Y entonces la vi, una gran estrella despuntaba en el cielo compitiendo con el brillo de la luna llena, más brillante que ninguna: Yo te guiaré. Seré tu fortaleza. Cuando levantes la vista me verás en el cielo y sabrás que no estás sólo... Me emocioné y lloré y me sentí muy bien, mucho mejor, cumpliría mi misión y volvería a la aldea. Pero entonces me di cuenta, ¿y si cuando alcance mi destino resuelta que no es ese? Quizá no podría volver allí. No quise creerlo, recorrería el camino y alcanzaría mi destino, con Kira.

Busqué en las mesillas algún documento, carta o una guía, tratando de encontrar en algún lado el nombre del hotel. Y entonces se encendió el televisor. Letras blancas sobre un fondo azul claro anunciaban, Bienvenido al Gran Hilton Chicago. Vaya, al menos ya sabía algo. Cogí el mando y cambié de canal y sonó una voz “a continuación conectamos con el Chicago Allstate Arena para ofrecerles en riguroso directo el concierto que el grupo Slim Red Pistols..:” Ya sabía mucho más. Recogí la soga del suelo y medité sobre la forma más adecuada para llegar hasta aquel tipo y me di cuenta enseguida de que si había una razón por la que estaba en Chicago, seguro que también la había para estar en ese hotel y no en otro. Siguiendo aquella intuición llamé a recepción.

-Buenas noches. ¿Puede decirme cual es la habitación del señor Red Slim, por favor?

-Lo siento señor, no puedo darle esa información -dijo el conserje- La verdad es que ni siquiera lo sabemos. El grupo y su séquito ocupan toda la planta 45. El acceso estará controlado durante toda su estancia en el hotel, ni siquiera nosotros podemos pasar por allí.

Abrí el minibar y me comí algunos snacks acompañados por varios refrescos mientras seguía el concierto del grupo por televisión. Parecía evidente que el mejor sitio para mi ataque era el hotel y poco podría hacer para buscar mi oportunidad mientras el grupo estuviera sobre el escenario, así que seguí viendo el concierto. La verdad es que eran buenos, rock y guitarreo con fondo sinfónico y el cantante, ejerciendo a veces de rockero y otras de tenor, parecía una especie de deidad en el escenario, con una masa enorme de gente meciéndose a uno y otro lado al ritmo de su vagar por el escenario. Cuando terminó el concierto aparecieron imágenes de disturbios en varios puntos de la ciudad, masas de gentes que arengadas por las consignas líricas de Red destrozaban casi todo lo que encontraban a su paso.

Entonces me preparé para salir de la habitación. Me enrollé la cuerda en la cintura dando varias vueltas, ocultándola con la cazadora y antes de irme comprobé el espejo, para saber si podría volver. Me inquietó comprobar que estaba frío y duro, no había ni rastro de la sustancia viscosa que podría transportarme a la aldea. Cogí la tarjeta que había en el dispositivo de la iluminación, junto a la puerta, y salí al pasillo. Bajé en el ascensor y esperé en la entrada del hotel, rogando que fuera por allí, y no por alguna otra entrada, por donde apareciera Red. Esperé bastante, inquieto y preocupado, y estaba a punto de dirigirme a la recepción para intentar averiguar algo cuando un gran autobús negro y rojo paró en la puerta del hotel. Empezaron a bajar unos cuantos hombres del servicio de seguridad que desplegaron algunos cordones y pivotes e improvisaron un pasillo por el que desfilaban los miembros del grupo, todos ellos bajo los efectos del alcohol o de las drogas, abrazados por chicas en el mismo estado de semiconsciencia, riendo y gritando estupideces. Todos menos Red que aún no había aparecido cuando el autobús se fue.

Me quedé confundido, sin saber qué hacer. Podía preguntar a alguno de los empleados de seguridad. Entonces caí en la cuenta de que si seguían allí, era porque llegaría pronto, aunque a decir verdad aquello tampoco me brindaba oportunidad alguna, con tanta gente de seguridad. Mis pensamientos se vieron interrumpidos por el desgarrador derrape de un coche deportivo que patinaba junto a la puerta de entrada y estrellaba su lateral derecho con violencia contra una de las columnas del edificio. Algunos guardias se acercaron para ayudar a los ocupantes pero se abrió la puerta del conductor y salió Red, muerto de risa, gritando y levantando las manos como un boxeador tras noquear a su rival. Algo se removió en mi interior, aquel tipo empezaba a caerme muy mal. Por la misma puerta salieron tres chicas con aspecto de no haber tenido un paseo agradable, pero cambiaron su expresión en cuanto se unieron a Red y de inmediato le acompañaron en sus estúpidos saltos y gritos. El pasillo formado por los guardias estaba saturado de curiosos cuando por fin entraron los cuatro, ignorando a toda aquella gente, riéndose y hablando por lo bajo. Cuando pasaron delante de mí no sé porque razón levanté mi mano derecha señalando a Red con el dedo índice y seguí señalando mientras avanzaban. El me vio y se quedó callado, mirándome muy serio, quizá preguntándose que significaba aquello. Yo tampoco lo sabía.

Volví a mi habitación y traté de imaginar alguna forma de llegar hasta aquel tío en la planta 45, justo el piso de arriba, cargármelo y salir sin que me atraparan. Parecía imposible. Tras la cristalera mi luz seguía brillando en el cielo. Ilumíname. Entonces unos golpes en la puerta de la habitación me hicieron volver a la realidad, preguntándome quién podía llamar si nadie allí me conocía. Abrí la puerta y me encontré con uno de los enormes gorilas que protegían a Red. Llevaba gafas de sol a pesar de que era de noche y se encontraba en un pasillo iluminado con luz tenue.

-Buenas -dijo el guardia- Verás es que tengo que hacerte una pregunta. ¿Por qué has señalado a Red de esa forma en la recepción?¿Eh?

-¿Cómo me han localizado?¿Cómo sabían que esta es mi habitación? -pregunté.

-Por las cámaras. Los de seguridad del edificio son colegas. Nos llevamos bien los del gremio, como estamos mal vistos pues entre nosotros, ya sabes. Bueno, que Red quiere saber por qué le has señalado en la recepción de una forma bastante inquietante. No puede dormir cuando le pasa una cosa así ¿sabes? -comentó él mientras me miraba por encima de las gafas como haciéndome una confidencia- Si le queda alguna duda o algo sin resolver no puede dormir. Yo creo que tiene un TOC o algo así. Las estrellas son muy maniáticas, yo he trabajado con muchas, pero este es que es un raro de pelotas y encima es muy inteligente y no puede dejar nada sin resolver porque le empieza a dar vueltas, y vueltas, que si todo tiene una razón, que si el equilibrio, que si no sé qué...

-Que baje él y se lo cuento -respondí un poco a la desesperada pero atisbando una oportunidad.

-¿Qué pasa? ¿Quieres un autógrafo o algo? Tronco no nos des la matraca, que esto es muy serio, que cada vez que se mueve este colega hay que hacer un despliegue que no veas.

-Esta vez no, porque tiene que venir él solo -dije cerrando la puerta.

Pasaron bastantes minutos mientras esperaba impaciente, suponiendo que en el peor de los casos volvería el gorila. Por fin llamaron otra vez a la puerta. Al abrir encontré a Red apoyado en el marco. Con muy mala cara, con la mirada perdida y algo de inestabilidad en su pose, producida por el alcohol a tenor del olor que desprendía.

-Tío, tío, tío -dijo mientras entraba en la habitación sin ser invitado- ¿qué es eso de señalar a la gente? Está muy feo señalar a la gente, ya te lo habrán dicho antes ¿no? Me has señalado en el pasillo como si me acusaras de algo y además delante de mis novias y de esa peña. Eso no se hace, chaval. Hay una cosa que se llama educación y que todos tenemos que conocer porque nos la enseñan de pequeños. Pero ¿qué pasa?¿Ahora no vas a decir nada? Ah, bueno, y ¿para qué cojones me has hecho bajar?

-Sólo quería avisarte -le respondí.

-¿Avisarme?¿Cómo que avisarme?¿Avisarme de qué? -dijo empezando a preocuparse.

-De la estrella. Ha aparecido una nueva estrella en el cielo, mucho más brillante que las otras, y precisamente hoy, cuando estás aquí. Algo significa y es evidente que tiene que ver contigo. Mejor será que estés preparado -Me miró incrédulo pero a la vez dubitativo, desconfiando de semejante historia pero en parte aceptando sin problemas que es normal que una estrella pudiera aparecer en el cielo, para él-. ¿No me crees? Mira, acércate y compruébalo tú mismo.

-Joder, tío. ¡Cómo brilla! Y tienes razón esa estrella no es normal, brilla mucho y es mucho más grande que las otras -gritó emocionado como un niño y pegando la cara al ventanal- Oye, apaga las luces y así la vemos mejor.

-Mejor salimos a la terraza -respondí- Desde fuera se ve mucho mejor.

Salimos a la gran terraza y mientras nos acercábamos al muro exterior desenrollé la soga de mi cintura. Red observaba la estrella y la admiraba de todas las formas posibles, suponiendo que estaba ante algún tipo de tributo que la galaxia rendía a su persona. Aproveché su éxtasis para situarme tras él y con disimulo até el extremo de la cuerda a la barandilla.

-Oye, ¿por qué crees que está aquí? Habrá aparecido por algo ¿no? -dijo- Ya sabes que tengo mucho tirón, igual viene para darme algún mensaje importante, algo que tengo que hacer de cara a la humanidad o una cosa parecida. Igual es un dispositivo de otra gente más inteligente -rió él- Bueno, ya sabes, lo más probable es que no estemos solos en el universo.

-Creo que hay un vínculo muy fuerte contigo -comenté-. Igual te trae un mensaje como dices pero en ese caso sólo tú podrías recibirlo. No puede ser algo que pueda captar cualquiera que pase por aquí. Es decir, que igual tienes que fijarte bien, no sé, evadirte de todo y concentrarte en la estrella. No sé, no sé, de alguna forma tiene que llegar algo sólo para ti.

Red se concentró en la estrella. Orientó su cara hacia ella extendiendo los brazos, intentando no caerse dado su estado de embriaguez. Cerró los ojos. Llegado a este punto me pareció imposible que las cosas hubieran sido tan fáciles, pero es que muchas veces las cosas son más simples de lo que creemos. Pensé que si aquel tío tenía que morir, moriría. No necesitaba la soga. En un movimiento decidido abracé sus muslos, levanté su peso y le lancé al vacío. Sin embargo, él reaccionó de forma inesperada, instintiva, en el último momento, y logró agarrarse a la barandilla con una mano, colgando en el vacío, mientras gritaba y me insultaba. Me di cuenta entonces de que quizá era verdad que el Mundo quería su espectáculo y no se trataba sólo de matar. Deslicé la soga en su cabeza y apreté un poco el nudo corredizo. Le propiné un fuerte puñetazo en la nariz que le hizo sangrar a borbotones. Después, con mucha tranquilidad, separé sus dedos de la barandilla, uno por uno, empezando por el pequeño. Un dedo - ¡No tío, no lo hagas, joder!-, dos dedos - !Ayúdame¡ Podemos aclararlo y verás que...- al soltar el tercer dedo su mano cedió y cayó al vacío, pero su caída fue abortada por la soga en tensión que abrazaba su cuello, iniciando el penoso proceso de la muerte por ahorcamiento.

Volví a la habitación más inquieto por la incertidumbre respecto a mi vuelta a casa que por el nuevo crimen que acababa de cometer. Sin saber si el espejo funcionaría, preguntándome que haría si al llegar a mi destino estaba lejos de Kira, de la aldea, de mi gente. Me situé frente al espejo temiendo encontrar el pasaje cerrado. Acerqué las dos manos, las apoyé sobre el cristal y al segundo siguiente estaba buceando en la sustancia viscosa, parecida al mercurio.

El contacto de la esterilla de caña me indicó que estaba de nuevo en casa y la alegría al comprobar que mi destino era mi paraíso fue tan grande que sin parar de rodar me puse de pie de un salto y empecé a correr buscando a Kira. Salí a la playa y la vi de pie junto a la orilla del mar. También ella me vio, los dos corrimos, nos abrazamos, nos revolcamos en la arena mientras nos besábamos y gritábamos por la emoción, medio rebozados.

-¡Lo conseguí Kira!¡He cumplido mi misión y he llegado mi destino!¡Es aquí contigo! Tenía miedo de que fuera en otro lado, aunque me parecía inconcebible-grité, riendo con los ojos cubiertos de lágrimas.

Ella reía y parecía que iba a explotar de tan contenta que se sentía cuando de pronto se paro y dejó de sonreir. -No, Tirso -respondió- Algo ha fallado. Escucha. El televisor sigue encendido.

-¿Qué? -medio pronuncié aplastado por una veloz corriente de angustia- ¿Quieres decir que si la tele está encendida significa que he fallado en mi misión?¿Quieres decir que no he llegado a mi destino? Pero ¿qué clase de broma es esta? He hecho lo que el Mundo me pidió, maté a ese tío, y con la soga, ahora tendría que estar en mi destino.

Kira no respondió. Observaba a Maya que se acercaba andando muy despacio, con su cara de felicidad de siempre. Los dos nos quedamos mirándole durante una eternidad mientras se acercaba, sus pasos lentos, su aire despreocupado. Con un mal presagio.

-¡Bien, ya has vuelto! -dijo dándome unas palmaditas en el hombro- Claro, claro. Y has cumplido tu encargo. Muy bien. ¡Caminas hacia tu destino!

-Pero no lo entiendo -respondí con frustración- Cumplí mi misión y la tele sigue encendida. Y Kira dice que eso significa que algo ha fallado y sin embargo yo hice lo que el Mundo me encargó. ¿Por qué entonces no he llegado a mi destino?

-Tirso -respondió él con paciencia- A veces una misión tiene más de un capítulo, nunca se sabe con el Mundo, je,je,je. Claro, claro. Has dado el primer paso pero no sabemos cuantos serán necesarios. Lo que es seguro es que caminas hacia tu destino.

-¡Vamos a ver! -respondí gritando- He matado a un imbécil y está claro que no era un imbécil tan importante, porque al parecer sólo se trataba de un paso en el camino. ¿Es que tengo que matar a todos los imbéciles mediocres que empeoran un poco el mundo? ¿Es eso?¿Voy a hacer miles de viajes?¿Voy a asesinar a miles de personas?

-No lo sabemos. -dijo él con voz tranquila tratando de calmarme- El Mundo es sabio y tú sólo tienes que hacer lo que te diga. Eso es lo único que puedes hacer. No hay otra opción.

-¿Y si me niego?¿Y si prefiero dejarlo aquí y no seguir buscando mi destino? -espeté con dureza.

-Entonces tu luz está obligada a terminar con tu vida. -respondió el anciano con pesadumbre mientras la tristeza se dibujaba en la cara de Kira- Y después tendrá que marcharse del poblado para poner fin a su propia vida lejos de aquí. Y otro misionero será elegido. Y tendrá otra luz.

-Pero, usted dijo que el Mundo nunca se equivoca al elegir a un misionero. Entonces ¿por qué está previsto un castigo si abandono? Si no se equivoca nunca, si no se ha equivocado al elegirme, significa que no se puede equivocar cualquiera que sea la decisión que yo tome, incluido el abandono -solté mis pensamientos sin procesar del todo la idea que trataba de expresar.

-El Mundo no se equivoca nunca. Pero el misionero sí se puede equivocar. O puede fallar en su misión, quizá muera o le sea imposible finalizarla, o quizá no pueda volver. Cualquier cosa que ocurra será consecuencia de un error del misionero. Claro, claro. El Mundo no se equivoca.

-Es decir, que si cometo un error puedo estar en peligro de muerte y nadie me ayudará. Si no puedo terminar mi misión puede que me quede estancado para siempre en algún lugar extraño. Si no soy capaz de volver por mis medios nadie irá a buscarme.

-Así es -afirmó Maya-. En todos esos casos vendría un nuevo misionero que elegiría su propia luz. Y Kira volvería a la vida tranquila del poblado, sin responsabilidades especiales.

-Y ¿si me niego a seguir con mi misión y Kira decide no matarme?¿Si nos negamos los dos a cumplir los designios?¿Si nos fugamos?

-Entonces el Mundo se sentirá traicionado, ya no podrá confiar en las luces. Todos moriremos y el poblado de la luz será destruido -dijo Maya.

-Claro, claro -respondí yo.

Nos quedamos mucho tiempo los tres sentados en la arena, observando el mar en silencio mientras el atardecer dibujaba un cielo de colores naranjas y rosados. Una chica me dijo una vez que cuando el cielo está así parece un cuadro hortera, sin embargo a mí siempre me gustó sentarme en un sitio tranquilo y ver cómo el día muere, emponzoñado en zumo, vino y sangre. Cuando se hizo de noche nos levantamos con lentitud, como si nos diera pereza seguir con la vida, y sin quererlo empecé a explicar mis reflexiones, lo que sabía y lo que había deducido desde que maté al señor Blacksaw.

-Cometí un crimen. Un asesinato espantoso. Y así adquirí una deuda con el Mundo. Sí, es verdad, me dieron una segunda oportunidad, mi misión, que no acabará hasta que esa deuda esté saldada y será de la forma más equitativa y a la vez horrible, poniendo otros crímenes en el otro lado de la balanza. No puedo huir, no tengo ninguna otra opción. Puedo morir en el intento, puedo quedar perdido en mitad de la nada. Vale. Pero ¿cual será mi destino si lo alcanzo?

-Veamos. Muchos misioneros han sobrevivido y completado sus misiones. Muchos otros no lo han conseguido pero todas las misiones han terminado siendo completadas por sus sucesores -explicó el anciano-. Esta es la parte buena, si llegas al final tu recompensa será segura, llegarás hasta tu destino, que es este, tu paraíso particular.

Comprendí la lógica, al fin y al cabo era la misma de un videojuego con vidas infinitas; misioneros infinitos, si muere uno aparece otro, aunque no entendí bien que alcance tenía aquello de mi paraíso particular.

-Vivirás aquí -prosiguió el anciano- como uno más del poblado y tus hijos se prepararán para ser luces y si tienen suerte guiarán a otros misioneros. Esos son los orígenes de las gentes que conoces aquí, misioneros y sus descendientes las luces.

-¿Son misioneros? Han pasado por lo mismo que yo. Y ahora están aquí en su paraíso. Y sus hijos... las luces -repetí asimilando esa información que no me había imaginado hasta entonces.

Iba a pedirle que me contara más sobre aquello, pero otra pregunta salió de mis labios.

-Maya ¿cual fue tu misión?

-Claro, claro.... Mi misión -dijo el anciano con voz baja y evidente tensión-. Bueno, yo era un espía en la segunda guerra mundial. Jugué un papel relevante en la derrota de las fuerzas del Eje.

-¿Derramaste sangre? -pregunté tratando de evitar la palabra asesinato.

-Si, ya lo creo -respondió él con gesto de dolor, quizá luchando contra terribles recuerdos- Podría llenarse un lago con la sangre que derramé.

Green Day - ¡Uno!

sábado, 22 de septiembre de 2012

La química del Mundo y el misionero del destino. Capítulo III.


Apoyado en el espejo, agobiado por la culpa, perdí la noción de la realidad y entre la confusión de mis sentidos empecé a notar que algo extraño pasaba con mi cara. Me quedé quieto tratando de identificar qué ocurría y me pareció que el espejo me succionaba. No. Nos fusionábamos, nos convertíamos en la misma materia y yo pasaba a ser parte de la sustancia infinita que había detrás del pequeño marco. Ni rápido, ni despacio, mis pies se levantaron del suelo y el espejo me engulló y me sumergí en una gelatina densa y gris, parecida al mercurio. Yo era parte de aquello, pero también seguía siendo yo, mantenía mi integridad a pesar de estar sumergido en una viscosidad similar a la que conformaba mi ser. Empecé moverme, a agitar brazos y piernas pensando que me ahogaría allí dentro y se formó un torbellino a mi alrededor, giré y giré, perdí la noción del tiempo y del espacio y cuando hacía rato que estaba sumido en la más profunda desorientación la materia me escupió en otra parte.

La esterilla de caña amortiguó un poco el golpe y con eso ya supe que no estaba en mi habitación. Mareado y aterrado miré a mi alrededor, al espejo colgado de la pared hecha de cañas, al suelo cubierto de esterillas, a los toscos muebles de raras maderas, aquello parecía una cabaña. Salí corriendo por la puerta y me encontré en una playa, frente al mar azul claro, pisando arena fina y suelta, casi blanca, rodeado de cocoteros. No muy lejos se veía un pequeño poblado de pequeñas cabañas y a algunas personas de aspecto y vestimentas indígenas, polinesias o algo así. Comencé a correr hacía ellos para pedir ayuda, pero a los cuatro pasos me dí cuenta de que no sabía que decirles. ¿Que acababa de salir a través de un espejo? ¿Que el miedo a ser arrestado tras haber asesinado de la forma más cruel a mi jefe me había fusionado con el espejo?¿O que había ocurrido al hacerme cargo del dolor y la frustración que mis fracasos le habían causado en mi padre? Seguro que ni siquiera comprendían mi idioma. O igual eran tan peligrosos como yo.

Así que me paré. Me paré para racionalizar todo aquello. Buscar explicaciones, ubicarme y entonces decidir cómo actuar. Al fin y al cabo no se veían policías prestos a detenerme por allí y parecía que podía tomarme un poco de tiempo para analizar aquella locura. Volví sobre mis pasos y entré de nuevo en la choza. No era muy grande, de planta casi cuadrada, estaba hecha de cañas y dividida en tres estancias aparte del pequeño recibidor, la habitación en la que aparecí, una especie de cocina rudimentaria y un saloncillo. Entré primero en la habitación y observé la cama rústica, la rudimentaria mesilla, el gran arcón de oscura madera, las esterillas en el suelo y el espejo colgado de la pared. Extendí la mano y toqué el espejo. No noté nada. Coloqué las dos manos y presioné pero tampoco sucedió nada. Acerqué la cara con bastante miedo, poco a poco entré en contacto con la superficie fría del espejo, apreté mi rostro y permanecí así un rato hasta que me convencí de que si aquello era una especie de conexión con mi habitación sólo tenía sentido de ida, no de vuelta.

Entré en la cocina y observé la mesa y las dos sillas, toscas y casi sin pulir, los fogones de acero, antiguos y muy usados, la leña apilada para alimentar el fuego, las estanterías de caña salpicadas de latas de conserva mugrientas, un bolsa de papel llena de sal, unos cuantos cubiertos, algunos platos y vasos. Nada que me ayudara a encontrar las explicaciones que buscaba. Caminé hasta el salón y me encontré algo que no esperaba, que sólo sirvió para confundirme aún más. Un gran televisor de plasma dominaba la estancia pegado a la pared del fondo y no había más mobiliario que un sillón de cuero de aspecto comodísimo en mitad de la habitación. Sobre uno de los brazos reposaba el mando a distancia del televisor. Aquella incongruencia casi termina de volverme loco ¿quién se preocupa por tener una tele enorme en aquel paraíso?¿por qué una tele cuando allí faltaban cosas mucho más básicas para hacer la vida más fácil? Por ejemplo, ¿dónde estaba el baño?¿y el ordenador?¿el teléfono?¿el lavaplatos?

-Hola. -se oyó a mis espaldas. El saludo me cogió tan de sorpresa que por puro reflejo salté y aterricé sentado sobre el sillón mirando aterrado a la puerta. Allí había un montón de gente, indígenas, todos vestidos con una especie de pareos cortos de finas telas teñidas con colores vivos, y a la cabeza un sonriente anciano que me miraba abriendo los brazos en un gesto de bienvenida. Me dieron ganas de abrazarle al darme cuenta de que no era un detective acompañado de una brigada de agentes dispuestos a llevarme a una prisión de máxima seguridad. Con otro salto nervioso me incorporé e intenté componer un poco mi aspecto, estirando mi pijama y sacudiendo el polvo y la arena, pero sólo conseguí sentirme como un interno escapado del manicomio, allí en pijama, observado por un montón de personas que me dedicaban expresiones amables y sonrientes.

-¿Eres el nuevo habitante de la casa? -preguntó el anciano- Sí, sí, claro, claro, bienvenido. Parece que aún estás desorientado. Claro, claro. No te preocupes, estás en tu paraíso, rodeado de gente maravillosa -explicó tomándome del brazo para sacarme de la cabaña- Mira qué playa tan preciosa, qué arena, aquí la tranquilidad es total, te relajaras y disfrutaras de los placeres de la vida mientras construyes tu destino.

-Pero, oiga, ¿usted sabe por qué estoy aquí?¿cómo he llegado? El espejo...

-Sí, hijo, no te preocupes. Claro, claro. Todo a su tiempo. Ahora ven a conocer el poblado y a las gentes. Mira estas chicas tan preciosas y los chicos guapos y fuertes. Todos te querrán y tu podrás querer a quienes te apetezca -dijo jocoso mientras me guiñaba un ojo- Sí, ya sé, te gustan las chicas ya veo cómo las miras, llevan poca ropa, claro, claro, pero nunca se sabe una vez metido en la abundancia hasta dónde se puede llegar en el disfrute de los placeres. Permíteme un consejo, no te limites, déjate llevar -nos dirigimos hacía las chozas que vi antes seguidos por una docena de jóvenes que no dejan de sonreir- Aquí tendrás tu refugio, disfrutarás de las mejores manjares, frutas, sabrosos pescados a la brasa, mariscos, las más jugosas carnes. Lo que quieras.

Llegamos a la zona de las chozas, apenas treinta cabañas de caña muy parecidas a la primera, dispuestas justo delante de un bosque de palmeras frente al mar, formando un arco que abraza a la plaza del poblado, en la que hay grandes mesas de madera, una zona despejada seguro que pensada para bailar y un escenario algo más elevado y repleto de todo tipo de instrumentos. Allí hay otras muchas personas, adultos, niños y ancianos, todos mirándome y sonriendo, abriendo los brazos en una bienvenida comunitaria que me emociona. Nadie parece extrañado por verme allí, aparte de mí, claro.

-Sí, amigo -prosiguió el anciano mientras me guíaba hasta el escenario- Vamos a bailar muchas noches, a beber en exceso y a divertirnos en fiestas gloriosas. Mira aquí están los instrumentos, hay de todo como puedes ver, para que cualquiera pueda elegir. Aquí la música es muy importante ¿sabes? Define la personalidad. Y dado que no te conocemos tendrás que elegir uno y así sabremos quién será tu luz. -Sin entender nada, indeciso, pero más tranquilo pues percibía que estaba rodeado de gente buena e inofensiva, observé los instrumentos. Guitarras, flautas, un piano, una mandolina y muchos más instrumentos que ni siquiera conocía. No sabía qué elegir. Al final alargué la mano y sin ningún motivo especial agarré un ukelele de madera oscura ribeteado de pequeñas conchas blancas.

-¡Bien! -aplaudió mi anfitrión- claro, claro, buena elección mi querido amigo. Fácil de tocar, simpático ¡Muy divertido! -Nos rodeó toda la gente del poblado sonriendo y aplaudiendo-.Y como has elegido el ukeleke entonces ya sabemos quién es tu luz. Kira es tu luz. ¡Kira! Acércate. Por cierto, hijo, ¿cómo te llamas?

-Me llamo Ataulfo -dije con timidez.

-Vaya... Bueno, pues te llamaremos Tirso. Claro, claro, Kira no puede ir por ahí siendo la luz de alguien con un nombre tan feo ¡ja!¡ja!¡ja!. Mira esta es ella, tu luz -dijo alargando la mano para coger del brazo a una chica y acercarla hasta nosotros- Un poco tímida, sí, pero muy guapa y buena persona, una luz excelente. Eres afortunado.

Kira y yo quedamos él uno frente al otro. Sus ojos esmeralda me atraparon con su mirada indómita y profunda, su nariz y sus mullidos labios eran perfectos, tenía ganas de acariciar su piel dorada, o la melena rubia y castaña que descendía casi hasta sus pechos. Sus pechos, pero ¿cómo puede algo sostenerse así? La gente comenzó a reírse a carcajadas, así que interrumpí avergonzado el estudio de su anatomía. Nos observamos sin decir nada, medio sonriendo, esperando a que el otro empezara a hablar.

-Soy Kira. Y soy tu luz -dijo ella con voz templada y decidida- Yo te ayudaré a alcanzar tu destino. Y hasta que lo logres seré tu pilar. Nunca más estarás perdido porque yo te guiaré, no tendrás miedo porque yo seré tu fortaleza. Cuando levantes la vista me verás en el cielo y sabrás que no estás solo. -Cogió las manos y sonriendo las colocó sobre sus pechos para regocijo de todos los asistentes al ritual. Me gustaban y me gustaba tocarlos pero retiré las manos rápido porque me daba mucha vergüenza tocarla así delante de toda aquella gente.

-¡Bien!¡Que empiecen los preparativos para la fiesta de la bienvenida! -gritó el anciano- Bueno, muchacho, Kira se queda aquí, organizando, mientras tú y yo vamos a dar un paseito por la playa. Claro, claro. Tendrás algunas preguntas. -Caminamos hasta la orilla y seguimos paseando junto al mar, en silencio, con los pies hundiéndose muy poco en la arena mojada.

-¿Cómo se llama usted? -pregunté tras unos minutos de caminata.

-Maya. Perdona, no te lo dije. Sí, me llamo Maya y soy el maestro de las luces. Te lo digo con orgullo, porque el Mundo me ha honrado con esta tarea tan importante. Elijo a los niños que serán luces en el futuro y les enseño cómo funcionan las cosas ¿sabes? Claro, claro. No sabes. -dijo sonriendo- Bueno, mi labor consiste en crear las luces que guiarán a los futuros misioneros. Tú eres un misionero. Quédate con eso.

-¿Un misionero? -respondí confundido- Pero sí yo he llegado aquí no sé cómo. Por casualidad. Bueno, no por casualidad, pero si se lo explico no me va a creer. Estaba en otro sitio, en otra parte, creo que muy lejos. Y llegué aquí a través de un espejo.

-Claro, claro. No te creas tan original. Todos los misioneros llegáis así, a través del espejo. Pero no por casualidad, ni por arte de magia -dijo con expresión muy seria-. El Mundo te ha traído hasta aquí para que seas el misionero, porque te necesita para resolver algún problema importante, algo que amenaza su futuro y tú tienes las cualidades necesarias para terminar con esa amenaza. Estás aquí para que nosotros, poseedores de la luz, hagamos germinar la semilla que hay en ti y te preparemos para tu destino.

-Pero es que todo esto, suena muy bien, ¿sabe? -expliqué tratando de ser sincero y de no engañar al anciano que ha sido tan amable- Suena a buen rollo, a gente con ideales puros y todo eso. Cosas a las que yo no pertenezco. Quiero decir que no puedo contaminar esa pureza -él enarcó las cejas moviendo la cabeza a los lados con una expresión que mostraba su sorpresa por lo simple y corto que yo debía parecer-. A ver Maya, que yo he cometido un crimen. Ayer por la noche, hace unas pocas horas, mate a un hombre. Y no le gustaría saber cómo lo hice. No puedo llegar ahora aquí y unirme a toda esta gente que parece tan buena y compartir con ellos todos esos ideales que no entiendo, el rollo de la luz y todo eso, conceptos que parecen nobles y puros. Yo ya he pasado esa frontera. Creo que esta vez el Mundo se ha equivocado. Yo no soy un misionero.

-No seas insensato, chico -masculló mirándome con seriedad- El Mundo jamás se ha equivocado al elegir un misionero, de lo contrario no estaríamos aquí pues nada de esto existiría ¿comprendes? -paramos en la orilla observando el mar que lamía nuestros pies- Mira, puede que hayas matado a alguien, o que seas un asesino en serie o quizá incluso algo peor, pero eres el misionero porque eres el único que puede serlo. Olvídate de todo lo demás. No eres el primer misionero delincuente, otros antes lo fueron y todos cumplieron con sus destinos. Y ninguno, jamás, ha cometido un delito aquí.

-Y ¿cual es mi misión? -pregunté acobardado.

-El Mundo te lo dirá.

La fiesta fue algo extraordinario. No sólo por los manjares, los cócteles, la música; sobre todo por la sensación de compartir, de hermandad. Era algo así como una comunión general que me emocionó hasta el fondo pues nunca me había sentido así entre tanta gente, tan iguales todos, tan bien comprendido por ellos. Yo no sabía tocar mi ukelele, pero todas aquellas personas sabían tocar algún instrumento y se sucedían unos a otros en el escenario, interpretando una canción sin fin que, quizá con la ayuda de las extrañas bebidas, al rato se convirtió en una especie de letanía que me sumía más y más en algo parecido a la hipnosis. Hasta que me encontré bailando con los demás una especie de danza salvaje y primitiva, moviendo los hombros atrás y adelante, mientras acompañábamos los compases con un rumor. Hum-hum-hum. Estaba inmerso en un trance cada vez más profundo, sólo existía el ritmo, el movimiento y la sucesión de hum-hum-hum, mientras avanzaba sin remedio hacía el núcleo de mi ser. Encontré allí dentro un gran fuego que desprendía un calor abrasador y quise huir. Pero no lo hice, no lo hice porque el rumor del poblado me acompañaba y me decía que tenía que quedarme allí. Hum-hum-hum. Y me daba fuerza para enfrentarme a ese fuego, así que permanecí impasible mientras se acercaba amenazador para devorarme. Hum-hum-hum. El fuego me rodeó sin remedio y empezó a consumirme. Y me di cuenta de que no me estaba consumiendo, me tocaba, me reconocía, quería saber si podía confiar en mí. Me estaba aceptando. Hum-hum-hum.Y yo a él. Empecé a sentirme fuego y llamas y creo que mi aspecto exterior debía ser ese, el de una gran llama roja, naranja y amarilla, contoneándose caótica al compás de la canción infinita, alimentada por el rumor. Hum-hum-hum.

Recuerdo que aquella noche Kira me dijo con naturalidad que podía acostarme con cualquier otra, con quien quisiera, pues no tenía ninguna obligación en ese sentido con ella. Y lo cierto es que había muchas mujeres atractivas y guapas pero yo no las veía, sólo concebía la idea de yacer con Kira, de sentirme unido sólo a ella igual que me había sentido hermanado con toda la comunidad. El sentimiento fue muy parecido, sólo que mucho más íntimo, y se extendió hasta que yo también me sentí inocente, noble y puro.

La pregunté si había sido alguna vez la luz de otra persona y me explicó que se es luz para siempre pero sólo para una persona. -Muchos se preparan para ser luz, pero sólo llega un misionero cada bastantes años y cuando elige su instrumento determina quién será su luz. Los que fueron luz son muy respetados en la aldea, igual que los misioneros, porque gracias a esas personas podemos vivir despreocupados sabiendo que la tierra seguirá girando sobre si misma, recorriendo su elipse alrededor del sol, que seguirá brillando-.

Amanecí en la playa desnudo, abrazado a Kira. Tras acariciarnos un rato allí tumbados, nos desperezamos y nos sacudimos la arena, para dirigimos después hacía mi cabaña. Lo cierto es que no tenía resaca, ni estaba cansado por la intensa actividad de la noche, ni debido a las escasas horas de sueño. Al contrario, me sentía pleno y vigoroso como nunca y dispuesto a participar en lo que fuera. Una vez en la cabaña Kira comenzó a explicarme cómo sería el trabajo que teníamos que hacer juntos. Básicamente consistía en enseñarme cosas, pero aún no sabíamos cuales.

-Tirso, lo primero que tienes que conseguir es conectar con el Mundo -me explicó Kira muy seria, parece que decidida del todo a ser mi luz-. Así te dirá que quiere, que necesita de ti. Por qué te ha traído hasta aquí.

-Y ¿cómo conecto con el Mundo? -pregunté- Anoche me sentí muy conectado a ti, a los otros y también a mí mismo como nunca antes. Pero no sentí que conectara con el Mundo. Eso debe ser algo muy diferente a lo que yo he sentido nunca.

-En realidad sólo tienes que sentirte bien, dejarte llevar, disfrutar de la sensación de tener los pies en el suelo, de vivir el presente sin estar condicionado por el pasado o las incertidumbres sobre el futuro. Y así es cómo el Mundo se sentirá bien contigo, esa es la forma en la que conectaréis, y empezarás a recorrer el camino hacia tu destino.

-Cada vez que me decís eso del destino la verdad es que me asusto. Sólo puedo imaginarme un sitio muy negro.

-Bueno -respondió con una sonrisa- El que alcanza su destino llega a la felicidad. En negro o en blanco. Creo que eso da igual. Lo importante es recorrer el camino y para eso tienes que aprender a tocar el uke -me acercó el instrumento procurando que lo cogiera en la postura adecuada- porque me imagino que no sabes tocar, de lo contrario no hubieras dudado tanto al elegir tu instrumento.

-Pues no, no tengo ni idea. Nunca he tocado instrumento alguno. No tengo ni idea de música y no sé muy bien por qué elegí el ukelele y no otro.

-Verás. Hay que cogerlo bien. Tienes que ser capaz de sujetarlo incluso sin las manos, con el brazo derecho, eso significa que tus manos están libres para moverse. Luego hay que aprender el strumming con la mano derecha y después los acordes, pero es muy fácil.

Lo cierto es que fue más fácil de lo que me imaginaba A pesar de no tener un talento especial para tocar el ukelele, en muy pocas semanas me desenvolvía con solvencia y entonces empecé a disfrutar. Me sentía muy bien tocando. Ya no necesitaba la asistencia de Kira y con frecuencia me encontraba solo, sentado en la arena frente al mar, tocando ritmos y adaptando viejas canciones al simpático sonido del ukelele. Un tiempo después empecé a necesitar aquellos momentos a solas en los que me sentía cada vez mejor. Aunque la vida en aquella tierra era muy tranquila y disfrutaba de muchos placeres y compartía muchas emociones intensas con sus habitantes, con Kira, a pesar de todo eso, buscaba también el glorioso sentimiento de tocar a solas mirando el mar, admirado por mi recién descubierta pericia.

Un día mientras estaba tocando en pleno éxtasis Kira se acercó a mí y me dijo que ya sabía tocar el ukelele. Estaba segura porque se había abierto la conexión con el Mundo. El televisor se había encendido. Eso me pareció muy raro, pensaba que no funcionaba, o que no podía funcionar. No había electricidad, ni antena, es decir, que era imposible que aquel aparato sirviera para algo más que como un dudoso elemento decorativo, como una obra controvertida de arte moderno; marco negro envolviendo a cristal negro. Me levanté extrañado porque aquel aparato pudiera funcionar sin energía y también por lo que acababa de decir Kira: Se ha abierto la conexión con el Mundo, se ha encendido el televisor.

Al entrar en el salón comprobé que el televisor estaba encendido y en la pantalla presentaba un concierto de un grupo muy famoso, Slim Red Pistols. Su cantante se retorcía y gesticulaba mientras tocaba la guitarra poseído por espasmos. Cogí el mando y cambié de canal para comprobar que también funcionaba y otra vez apareció el cantante, Red Slim, ahora en una entrevista en un plató. Aquel tío era un personaje famoso en el mundo entero, pues además de triunfar en la música era una especie de líder del movimiento parásito, que ya era más una forma de vida para mucha gente, y que trataba de paralizar el sistema abogando por aprovecharse, apropiarse y reclamar cualquier cosa que ofreciera la sociedad, sin aportar nada en absoluto a cambio. Al principio la idea parecía una estupidez, pero poco a poco fue ganando adeptos y surgieron verdaderos expertos, que enseñaban a otros, de tal forma que se convirtió en un problema que comprometía muchos servicios públicos e hizo tambalearse a varios países. Los gobiernos buscaban fórmulas que impidieran los abusos de los llamados parásitos antisociales, sin mucho éxito.

Cambié de nuevo de canal. Red Slim arengando a una juventud de jóvenes con frases extraídas de sus canciones. En el siguiente canal también aquel músico, detenido por la policía junto a unos jóvenes que al parecer habían asaltado un comedor social argumentando que también era de ellos. Lo curioso es que a sus seguidores, imitadores, a los practicantes de aquella ideología, parecía darles lo mismo que aquel tío fuera multimillonario, como si para él no aplicara aquello de compartir. Se sentían tan seducidos por la atracción de su ídolo, potenciada un millón de veces por la maquinaria publicitaria que le acompañaba, que era incapaces de entender otra cosa. En el siguiente canal Red y algunos adeptos desmontaban un parque infantil para llevárselo a sus casas ante las confundidas miradas de los niños y padres que huían del lugar. Imágenes del mismo hecho repetido por bandas de parásitos en todo el mundo.

-Parece que tu misión tiene algo que ver con ese hombre. Sale en todos los canales -dijo Kira- Parece malo, pero mueve a mucha gente. Igual tienes que ir a hablar con él para convecerle de que recapacite, para que se acerque al lado de la pureza.

-No lo entiendo. Dices que el Mundo utiliza el televisor para comunicarme mi misión. Y ¿cómo voy a entender esto? ¿Tengo que ir allí y convencerle de que actúe de otra forma? No creo que sirva con hablar con él y explicarle lo bien que me siento tocando el ukelele, Kira.

-Tenemos que ver cual es el equipo para la misión -respondió ella- Así lo sabremos. -Se dirigió a la habitación y quitó los pestillos del gran arcón de madera que me prohibió abrir el primer día de entrenamiento. Me dijo que no podía ser abierto hasta que llegara el momento de empezar una misión y yo nunca la desobedecí. Tras levantar la tapa los dos asomamos la cabeza para ver que había dentro.

-Una cuerda con un lazo corredizo. ¿Qué significa? -pregunté consternado- ¿Que le tengo que colgar? ¿Para eso me ha elegido el Mundo?

-Parece que sí -respondió ella con la mirada muy triste.

Reflexioné mucho sobre el significado de todo aquello. Al parecer había sido elegido como misionero por ser un asesino con un odio visceral por los líderes. Para el Mundo era importante que muriera aquel sujeto y me había elegido para matarle porque ya había matado antes a otro icono podrido, al señor Blacksaw, y ya dicen que la experiencia es un grado. Y porque tenía tanta rabia y odio acumulados contra los ídolos, las estrellas de la sociedad, que no era necesario mucho esfuerzo para convencerme sobre la necesidad de eliminar a alguno, aunque muy distinto era que quisiera hacerlo yo. Aún tenía pesadillas con frecuencia y era incapaz de pensar en los detalles de la noche de mi iniciación como asesino. Además, aunque aquel cantante me caía fatal no era capaz de imaginarme asesinándolo. No veía la forma de proyectar mi rabia y odio hacia él. Y tampoco entendía que aquel tipo fuera tan importante, aunque desapareciera el Mundo no se iba a arreglar, quizá mejorara algo, pero había líderes mucho peores en muchos terrenos diferentes, haciendo cosas mucho peores. Aunque esa podía ser la razón, un todo formado por algunos pocos. Y me tocaba a mí dar el primer paso resolviendo una fracción del problema.

Me dí cuenta de que no tenía opciones, si me negaba lo normal es que me devolvieran a la civilización, a pagar mi deuda en el sentido tradicional, y terminara en una prisión, lejos de Kira y de esta vida deliciosa. Me hice a la idea, ya había asesinado y aunque por un tiempo creí que me había librado de pagar las consecuencias, aquí estaban, así que decidí aceptar mi condena, y una mañana me levanté pronto dispuesto ya a cumplir con mi cometido, a recorrer el camino hacia mi destino. No desperté a Kira para no hacerla sufrir aún más viéndome partir. Me vestí con uno de los conjuntos que ella me había proporcionado, pantalón, camisa y cazadora negros y unas puntiagudas botas de cuero. Cogí la soga y entonces me dí cuenta de que no tenía ni idea de cómo volver a la civilización. El espejo no había funcionado de vuelta cuando lo probé el día de mi llegada.

Pero no había ninguna alternativa, así que me acerqué al espejo esperando sentir su superficie dura y fría en la palma de mi mano y me vi sorprendido por la misma reacción de la primera vez. Me fusionaba con el interior, aunque esta vez mucho más rápido, como si mi cuerpo ya conociera el proceso. Mientras braceaba en medio de la sustancia gelatinosa pensé en qué les diría a mis padres al llegar al otro lado, me pregunté si aún estaría la policía buscándome. ¿Y si volvía a mi cuarto justo al mismo momento en que me fui, justo cuando entraban a detenerme? Aparecí rodando en una habitación. No era la mía, no era la cabaña. Lo supe por la mullida alfombra que recogió mi aterrizaje.  

Rhapsodies - Leopold Stokowski

viernes, 14 de septiembre de 2012

La química del Mundo y el misionero del destino. Capítulo II.


Tenía 12 años y hasta entonces había sido un niño bastante normal, querido por mi familia y aceptado por mis amigos, sin problemas. Ningún indicio que hiciera dudar sobre mi futura integración en la sociedad. Hasta que un día al salir del colegio decidí pasar por la tienda de deportes en la que trabajaba mi padre para saludarle y pasar un rato allí con él. Con suerte el dueño de la tienda me regalaría alguna de aquellas gorras con marcas deportivas que tanto me gustaba coleccionar y si no había muchos clientes seguro que me dejaría ojear el libro de los récords hasta que llegará la hora de cierre.

El propietario de la tienda, el señor Blacksaw, era una de las personas más respetadas y admiradas de la pequeña ciudad por su generosidad y su conciencia social. En su juventud fue un famoso y admirado bateador de los Kansas City Athletics y cuando se retiró abrió su próspero negocio de equipamiento deportivo, desde el que patrocinaba al equipo de béisbol y al de hockey. Les regalaba los uniformes, financiaba el comedor social, ayudaba al hospital y hacía descuentos a los menos pudientes y a los que pasaban por una mala racha, y en la mañana de año nuevo obsequiaba a todo el que quisiera con un generoso y animado desayuno al aire libre, en el parque frente a su tienda, que era una tradición en la que terminábamos participando casi todos. Era una persona muy querida y un ejemplo a seguir para todos. Sí, todos considerábamos al señor Blacksaw un ídolo.

Cuando llegué a la tienda me paré en el escaparate para ver el interior pero no vi a mi padre detrás del mostrador. Imaginé que estaría dentro, en el almacén, en busca del algún artículo que reponer antes de volver rápido a su puesto de dependiente. Entré en el local, esperé un rato y empezó a parecerme raro que la tienda permaneciera sin atención durante tanto tiempo, podía entrar un ladrón y robar lo que quisiera, aunque la verdad es que no me imaginaba a nadie robando al señor Blacksaw. Me pareció escuchar una voces, más bien gritos, que provenían de la parte de atrás del local, y tarde un rato en cercionarme de que se trataba de una buena bronca. Sin poder evitarlo y con un mal presagio abrí la puerta del almacén y avancé por los pasillos formados por las estanterías en dirección a las voces, crucé uno, dos pasillos y al fondo del tercero vi a mi padre y al señor Blacksaw, que hablaba muy alto y gesticulaba. Mi padre intentaba explicar algo sobre los descuentos a clientes habituales y su jefe le recriminaba algún error. Estaba cada vez más y más enfadado, y gritaba cada vez más alto, irritado por las disculpas de mi progenitor, hasta que pareció imposible que gritara más alto y entonces le soltó un tremendo bofetón. Mi padre no se defendió, se quedó quieto como un perro que espera la merecida reprimenda por haberse comido la merienda de su dueño. Y recibió otro bofetón. Alzó el brazo para protegerse pero le cayó otro y otro más. La rabia que recorría mi cuerpo era casi incontenible y estaba a punto de lanzarme en defensa de mi padre cuando me di cuenta de la gran humillación que supondría para él descubrir que su hijo había sido testigo de aquella vejaciones. Así que me quedé quieto mientras un bofetón sucedía al anterior, observando, sin perder detalle, acumulando rabia, cuidándola con mimo para no olvidar, para poder recuperar aquel odio y revivirlo cuando llegara la oportunidad de su liberación. Aquella fue una experiencia traumática, lo reconozco. Y creó un efecto acumulador, porque a partir de entonces cada vez que me enfrenté a una situación de tensión, de miedo, o cada vez que presencié una injusticia, mi reacción fue observar y absorber, acumular rabia y odio, grabar la frustración al fuego para no olvidar. Acumular razones.

Cuando cumplí los 20 hacía ya tiempo que mi padre había cambiado de trabajo. El nuevo empleo le había sentado de maravilla y se había convertido en una persona alegre y decidida, muy diferente del temeroso dependiente que era antes. Parecía haberlo superado y olvidado todo, pero yo no, yo no era tan fuerte, yo había asimilado todas las injusticias demasiado bien como para olvidar sin más. Un día le anuncié que había solicitado un trabajo de verano en la tienda de deportes del venerable señor Blacksaw como mozo de almacén. Me sorprendió su reacción, no esperaba aquella negativa tan tajante, pero aguanté impasible ante sus iracundas órdenes y prohibiciones, al fin y al cabo era mayor de edad y en último término tenía derecho a decidir. Al final, tras varias horas de discusión, claudicó y se tuvo que conformar con aconsejarme que hiciera mi trabajo y hablara lo menos posible, que no discutiera, ni llevara la contraria al dueño.

Por supuesto el admirado señor Blacksaw sabía muy bien que yo era hijo de aquel ex-empleado al que había vejado y maltratado quizá muchas veces y puede que fuera esa la razón por la que decidió contratarme. Desde el primer momento sentí que me miraba con una mezcla de superioridad y regocijo casi insoportable, pero a la vez guardaba cierta distancia respecto a mí, me observaba, supongo que tratando de evaluarme, buscando el punto débil y el momento adecuado para humillar a la siguiente generación, un acto que debía imaginar como la máxima demostración de dominación y superioridad perpetuas. Me quedaba a trabajar hasta tarde, bien pasado mi horario, ordenando el almacén a conciencia, limpiando cada rincón y sacando brillo a las estanterías. El se paseaba al final de la jornada comprobando mi trabajo, revisando el orden de las cajas, la correspondencia de los artículos con las etiquetas y cada tarde, con amabilidad, me decía que lo dejara ya, que era hora de cerrar la tienda.

Llevaba tres semanas trabajando allí y empecé a pensar que sería necesario cometer algunos errores para desatar la crisis que necesitaba dado que el dueño parecía encantado con mi trabajo y con mi persona. Pero al final no hizo falta. Una de aquellas tardes me buscó entre los pasillos y sin aviso ni mesura empezó a abroncarme porque las cajas de camisetas no estaban ordenadas de mayor a menor tamaño. Me sorprendió la virulencia de sus recriminaciones y empecé a disculparme diciendo que lo hubiera hecho así de haberlo sabido y cuando me quise dar cuenta estaba igual que aquel día mi padre, encogido, humillado delante de aquel hombre, como un perro arrepentido, esperando mi castigo, que seguro no tardaría en llegar pues ante mi actitud sumisa y mis disculpas él se crecía cada vez más. Y de pronto comenzó el gesto de golpearme, levantando la mano muy alto para pegar con la mayor fuerza posible, para alargar el momento de disfrute, y aquel movimiento casi eterno me proporcionó tiempo de sobra para alargar el brazo y coger uno de los bates de béisbol de la estantería.

Con toda la fuerza de mi juventud impulsada por la energía del inmenso depósito de rabia acumulada durante años, descargué un tremendo golpe contra el brazo que se acercaba a mi cara, quebrándolo en una fractura múltiple y todavía golpeando una de las estanterías con tal fuerza que varias cajas cayeron al suelo. Su mirada pasó de la furia a una mezcla de dolor, sorpresa y temor genuinos y empezó a gritar pidiendo ayuda. Yo sabía muy bien que nadie podía oírle, pues a aquellas horas estábamos solos en la tienda, pero le callé con un fuerte golpe en la boca propinado con el extremo del bate, salpicando por todas partes trozos de dientes y sangre. Las primeras gotas de mi lago. Entonces lo comprendimos los dos, aquello iba a ser muy lento y muy doloroso.

A partir de ese momento la rabia acumulada empezó a bullir y la ira y la necesidad de hacer justicia tomaron posesión de mi persona. Mi víctima se sujetaba la mandíbula con el brazo sano mientras el otro le colgaba en una posición terrible y mascullaba unos sonidos ensangrentados, como un ratón malherido rogando piedad con la mirada. No me dio pena. En una demostración de vanidad adolescente gire el bate completando varias rizos y con la potencia de toda esa inercia acumulada le fracturé la rodilla izquierda. Animado por sus alaridos ahogados continué demostrando mis habilidades con el bate y un movimiento elegante de la madera le fracturó el brazo sano. Acto seguido hinqué una rodilla en el suelo y un giro horizontal con todas mis fuerzas descargó un golpe tal que su rodilla derecha reventó en un mar de sangre, cartílagos y hueso. Y el gran ídolo de la ciudad cayó al suelo.

Harto de tantos golpes dejé caer el bate al suelo y decidí probar con alguna otra cosa. Alcancé un bastón de esquí de un gran montón y observé la punta roma, la arandela, y decidí probar. Mientras él se arrastraba le asesté varios golpes con la punta del bastón como si fuera una espada, pero enseguida aprendí que con un movimiento vertical utilizando la fuerza de ambos brazos podía llegar a clavar el bastón en el cuerpo de mi jefe de forma muy dolorosa, pero no mortal ya que la arandela ejercía de tope. Se lo clavé con saña varias veces en el estómago, la cara, el trasero y en las piernas, dejándolo despatarrado y en una especie de proceso convulsivo, supongo que debido al intenso dolor en tantos puntos diferentes. Yo también estaba agotado por el esfuerzo, o por el calor de la ira consumida, así que busqué un instrumento para dar el toque final. Enseguida encontré un gran mazo de croquet y pensé que con un buen golpe en la cabeza dejaría terminada la faena. Sin embargo, al acercarme al señor Blacksaw y verle allí tirado boca arriba con las fracturadas piernas separadas en una posición imposible, no pude evitar dibujar seis o siete giros cruzados con el mazo y descargar un salvaje golpe en su entrepierna. Pareció que tomaba una gran bocanada de aire y de inmediato su cuerpo se encogió en un ovillo sobre el suelo ensangrentado, las convulsiones aumentaron y era patente que tenía graves problemas para respirar. Empezó a boquear con la cara en tensión, sin poder articular ni un sonido, sus ojos salían de sus cuencas, se retorció muchas veces y en unos minutos murió de puro dolor. No hacía falta el mazazo en la cabeza, pero se lo dí.

Me limpié la cara en el lavabo, me puse un chándal de la tienda y metí mi ropa en una bolsa de deporte que de camino a casa tiré en un contenedor de basura. Paré a comprar tabaco para mi madre en la tienda de la señora Scott, que siempre estaba abierta. No sé muy bien por qué, quizá quería regodearme en mi capacidad de simular normalidad a pesar de que acababa de cometer un crimen. Cuando llegué a casa todo fue tan rutinario como siempre, la cena, la charla con mis padres, aunque yo me sentía mucho mejor, con menos presión en mi interior, liberado de una gran carga. Notaba un gran alivio, como si me hubieran sacado un punzante erizo gigante del interior del pecho. Dormí muy tranquilo, aunque sabía que por la mañana descubrirían el cuerpo y mi vida no volvería a ser la misma ya que me convertiría en un presidiario para siempre. Había ocultado las ropas para ganar unas horas más de calma, pero sabía que me iban a inculpar muy rápido, huellas dactilares, personas que pudieron verme salir de la tienda, los demás empleados sabían que me quedaba siempre hasta tarde. No tenía ninguna posibilidad de ocultar todo aquello, así que ni lo intenté.  

Mi madre, balbuceando entre sollozos, me despertó con la terrible noticia. Un asesinato; habían asesinado al señor Blacksaw, al hijo predilecto, al icono, al benefactor de la ciudad, a mi jefe, y además de una forma espantosa, inhumana. Se lo había contado la esposa de Peter, el dependiente, que abrió la tienda a primera hora y descubrió el cádaver. Al parecer estaba muy afectado y le tuvieron que administrar tranquilizantes. Bueno, la noticia estaba corriendo como alma que lleva el diablo y el pueblo entero estaba consternado pues todos consideraban al finado alguien querido y cercano, casi de la familia. Aquello me hizo sentirme un poco desubicado. No es que la noticia me impactara, dado que en mi caso no suponía ninguna sorpresa, pero yo había planeado la mañana de otra forma y la conversación con mi madre me dejó descolocado. Había imaginado que dormiría hasta tarde, hasta que la policía me despertara para llevarme detenido, es decir que no tenía previsto hablar con nadie de aquello antes de estar en la cárcel, y no sabía que hacer o decir hasta que llegaran los agentes. Me parecía muy frío actuar cómo si nada, qué pensaría mi madre después, al recordar estos momentos, si yo fingía sorpresa, dolor o rabia, cualquiera de las reacciones esperables, deseadas y aceptables en un caso como este. No tuve mucho tiempo para decidir cómo actuar pues mi padre volvió a casa demasiado temprano, sin duda porque también se había enterado, y sin mediar palabra, a empujones, me metió de nuevo en mi cuarto y cerró la puerta.

-¿Qué has hecho? -me espetó muy enfadado mientras me sujetaba por los brazos contra la pared- Te dije que no buscaras problemas y mira la que has liado. Estúpido. Esto no tiene arreglo. Y ahora ¿qué?

Mi padre ya lo sabía todo. Yo estaba perplejo, no alcanzaba a comprender cómo había deducido tan rápido que yo había asesinado a Blacksaw. No supe que decirle, ni cómo reaccionar, y aunque era absurdo negarlo no fui capaz admitir el crimen y hablar sobre ello. Mi padre comprendió lo que pasaba por mi cabeza y continuó hablando.

-Te vi aquel día en el almacén, cuando me pegó. Entonces pensé que al menos habías aprendido que ante cualquier circunstancia hay que pensar en lo que te conviene, aunque haya que aguantar ciertas cosas -me gritó mientras me sacudía con fuerza-. Lo sabía, cuando solicitaste el puesto de mozo sabía que estabas buscando venganza, pero creí que al final aplicarías la lección aprendida y dejarías de lado el odio para aceptar la solución más conveniente -todos mis sentidos estaban puestos en lo que me decía, nunca había visto a mi padre tan firme y decidido-. No entendiste nada ¿verdad?, no entendiste que a veces es inevitable el sacrificio por el bien de todos, aunque conlleve la máxima humillación. No entendiste que quizá me hubiera defendido si tú no hubieras estado allí, si no hubiera tenido que enseñarte aquella lección que no entendiste.

Mientras me sacudía de un lado a otro yo intentaba asimilar todo aquello y quise explicarle el dolor que sentí, la ira que acumulé, que aún con doce años hubiera intentado matar a aquel tipo en aquel mismo instante si no hubiera sido por la humillación que conllevaría para mi padre descubrirme allí. Que me guardé todo aquel dolor y durante años había llorado noche tras noche de rabia e impotencia, esperando y rogando que llegará la hora de la justicia. Quise explicarle todo eso, pero no tuve oportunidad. Mi madre comenzó a golpear la puerta mientras gritaba entre el llanto y la histeria intentando decirnos que estaba allí la policía preguntando por mí, y entonces mi padre salió muy rápido, cerrando tras de sí la puerta y dejándome solo en mi habitación.

Me sentía avergonzado por mi profunda estupidez implícita en aquellas palabras de mi padre, que explicaban una realidad muy diferente a la que yo había vivido. No había entendido nada, ni el sacrificio de mi padre, ni el sentido que tenía su humillación, ni la lección que me quiso enseñar. Y todo había sucedido de aquella forma por mí culpa, por infravalorar a mi padre, por haber entrado en la tienda aquel día. Pensé que nunca más podría mirarme a un espejo. La policía estaba a punto de entrar y me di cuenta de que justo era eso lo que debía hacer para no olvidar aquel momento, mirarme al espejo y ver mi cara de fantoche fracasado, y despedirme, verme por última vez antes de que mi vida quedara anulada para siempre por una condena a cadena perpetua. Me coloqué frente al espejo y vi mi reflejo, el rostro desencajado, la expresión de locura producida por aquella amalgama inaceptable, las lágrimas, la ira, y pegué mi rostro a la superficie lisa y fría del espejo, empañándolo de aliento y llanto.  


Rhapsody - Rain of a Thousand Flames.

domingo, 9 de septiembre de 2012

La química del Mundo y el misionero del destino. Capítulo I.

Llueve. Lluvia de verano en una tarde cálida y deliciosa, luminosa a pesar de las nubes que han acudido sólo para unirse durante unos minutos a la exuberancia de la naturaleza que se conjuga en la bahía. Los rayos de sol iluminan el mar en algunos lugares como ojos de luz intermitente y la lluvia cae de forma discontinua en columnas racheadas por la brisa. Observo las gotas que resbalan sobre la superficie metálica del rifle que sostengo en mis manos y le dan un brillo irreal, lustre, belleza. Inocentes gotas que acarician y limpian mientras resbalan. Debe ser así, a traición, como penetra el óxido que termina destruyendo el metal. Y así es también como mueren los principios, como desaparecen los límites que nos definen, así es como se deteriora el estado de pureza y sabiduría adquirido durante tantas vidas. Así es como el ser primitivo se adueña de la situación y devora con extraordinaria avidez y crueldad todo lo que queda a su alcance, impaciente y sin miramientos, pero sin darse cuenta de que la víctima es él mismo, que su asociación con lo indeseable atrae sin remedio una gran ola de sufrimiento kármico. Cuando puedes ver la realidad desnuda, sin matices, suele ser demasiado tarde.

La lluvia, las gotas. Una gota minúscula, que parece algo insignificante. Y es que en realidad todas las gotas lo son, incluso una gota de sangre. Se han vertido tantas que una más o menos no supone ninguna diferencia. El problema viene dado por el acumulado. Si pudiéramos juntar todas las que se han derramado formaríamos un lago enorme en algún sitio, un acumulado que sin duda llevaría a la reflexión, porque la sangre impresiona, quizá porque es roja, o porque es densa, o porque huele. La visión de un inmenso lago de sangre dejaría una huella imborrable en cualquiera, estoy seguro. Aunque quizá fuera mejor separar toda esa sangre en muchos lagos más pequeños y así podríamos diferenciar y comparar, y acudirían turistas a la región de los lagos de sangre, mira este es el lago de Hitler, o el de Atila, o el Idi Amín, o el de Stalin, todos enormes, tenebrosos y oscuros. Bueno, y yo tendría mi propio lago, nadie sabría cómo llamarlo pero sería mío, desde luego no tan grande como el de Hitler o el de Pinochet pero sin duda tendría un color rojo mucho más brillante y puro, porque cada gota de sangre que he derramado ha servido para nivelar la balanza, para equilibrar las fuerzas, cada gota que he hecho caer ha sido una razón para que la tierra siga girando alrededor del sol.

Me gusta vivir aquí, en una isla tranquila, en mitad del océano, lejos de la civilización. La verdad es que no hay mucho que hacer y dedico mi tiempo a disfrutar de mis obsesiones y de mis caprichos, mi gente, la música, mi ukelele, contemplar el mar. Muchos deben creen que este tipo de cosas son simples pasatiempos, aficiones, pero no, cómo yo las entiendo son casi perversiones. O caprichos lujosos. Son la liberación, el descanso tras la tremenda lucha, el mundo perfecto tras una visita al infierno, el oasis exuberante que rebosa de vicios en mitad del desierto. Vuelvo a mi particular paraíso cuando hago justicia, cada vez que degüello o destripo, cada vez que elevo un poco el nivel de mi lago de sangre. Vuelvo aquí para rendir homenaje a mi misión en esta vida, para percibir el reajuste de las fuerzas, para darme cuenta de que a pesar de la violencia que despliego, a pesar de la brutalidad aparente, dejando aparte la sangre y la muerte, mejora el conjunto. El Mundo es un poco mejor.

Cuando no estoy aquí, en la playa, frente al mar, estoy allí, en la otra dimensión. En el lado que entendemos por civilizado. En alguna ciudad enorme agitada por el ritmo delirante de la persecución del absurdo, habitada por seres que se esfuerzan en pagar obligaciones que les permitan adquirir más obligaciones que pagar. Una forma de vida estúpida y ridícula, cuando se puede elegir algo tan sencillo y gratificante como mirar el mar, sentado en la playa. Y si cruzo al otro lado es sólo para hacerles ver que su elección no tiene sentido, o mejor, para que sepan que tienen elección, que hay tantas alternativas en sus vidas que el abanico de posibilidades produce mareos. Pero en un mundo pleno de iconos idealizados, de triunfadores delirantes y de estrellas absurdas a las que imitar, es muy difícil hacer ver que la vida es más sencilla, que hace falta muy poco y sobra mucho. Nadie quiere aceptar que ese rockero multimillonario también es un pobre hombre, que no puede ser feliz porque añora muchas cosas igual que los demás, por mucho que tenga, porque él también quiere imitar a otro icono o busca algún ideal tan absurdo como él mismo. Nos hacen falta ídolos e ideales y el gran problema es que los elegimos bastante mal. Por eso mato.

No ha sido el altruismo el que me ha llevado a ser la clase de persona que soy. Bueno, no sé bien cómo definirme, quizá soy un asesino sin más, aunque yo me veo como una clase de héroe o como un visionario Van Gogh, maestro de la luz adelantado a su época, cuyo reconocimiento no llegará hasta que muera pero sus obras perdurarán para siempre en la memoria de la humanidad. En cualquier caso, no actúo así por mi inmenso amor al prójimo, ni como producto de una profunda reflexión. No. Todo empezó cuando era pequeño.

Rhapsody - Symphony of enchanted lands