Era una habitación de hotel. Con una
gran cama, paredes de tela, muebles modernos y caros, el espejo,
claro, y un gran televisor. Un hotel muy lujoso en alguna gran ciudad
cuyas luces titilaban al otro lado de la gran cristalera, más allá
de la gran terraza que se adivinaba en la oscuridad. Me acerqué al
ventanal y miré la ciudad sin reconocerla, yo apenas había salido
de mi pueblo. Y de la aldea. Miré al cielo añorando la aldea, la
vida tranquila en la playa, la nobleza y sencillez de la gente,
añorando a mi querida Kira. Mi luz. Y entonces la vi, una gran
estrella despuntaba en el cielo compitiendo con el brillo de la luna
llena, más brillante que ninguna: Yo te guiaré. Seré tu fortaleza.
Cuando levantes la vista me verás en el cielo y sabrás que no estás
sólo... Me emocioné y lloré y me sentí muy bien, mucho mejor,
cumpliría mi misión y volvería a la aldea. Pero entonces me di
cuenta, ¿y si cuando alcance mi destino resuelta que no es ese?
Quizá no podría volver allí. No quise creerlo, recorrería el
camino y alcanzaría mi destino, con Kira.
Busqué en las mesillas algún
documento, carta o una guía, tratando de encontrar en algún lado el
nombre del hotel. Y entonces se encendió el televisor. Letras
blancas sobre un fondo azul claro anunciaban, Bienvenido al Gran
Hilton Chicago. Vaya, al menos ya sabía algo. Cogí el mando y
cambié de canal y sonó una voz “a continuación conectamos con el
Chicago Allstate Arena para ofrecerles en riguroso directo el
concierto que el grupo Slim Red Pistols..:” Ya sabía mucho más.
Recogí la soga del suelo y medité sobre la forma más adecuada para
llegar hasta aquel tipo y me di cuenta enseguida de que si había una
razón por la que estaba en Chicago, seguro que también la había
para estar en ese hotel y no en otro. Siguiendo aquella intuición
llamé a recepción.
-Buenas noches. ¿Puede decirme cual es
la habitación del señor Red Slim, por favor?
-Lo siento señor, no puedo darle esa
información -dijo el conserje- La verdad es que ni siquiera lo
sabemos. El grupo y su séquito ocupan toda la planta 45. El acceso
estará controlado durante toda su estancia en el hotel, ni siquiera
nosotros podemos pasar por allí.
Abrí el minibar y me comí algunos
snacks acompañados por varios refrescos mientras seguía el
concierto del grupo por televisión. Parecía evidente que el mejor
sitio para mi ataque era el hotel y poco podría hacer para buscar mi
oportunidad mientras el grupo estuviera sobre el escenario, así que
seguí viendo el concierto. La verdad es que eran buenos, rock y
guitarreo con fondo sinfónico y el cantante, ejerciendo a veces de
rockero y otras de tenor, parecía una especie de deidad en el
escenario, con una masa enorme de gente meciéndose a uno y otro lado
al ritmo de su vagar por el escenario. Cuando terminó el concierto
aparecieron imágenes de disturbios en varios puntos de la ciudad,
masas de gentes que arengadas por las consignas líricas de Red
destrozaban casi todo lo que encontraban a su paso.
Entonces me preparé para salir de la
habitación. Me enrollé la cuerda en la cintura dando varias
vueltas, ocultándola con la cazadora y antes de irme comprobé el
espejo, para saber si podría volver. Me inquietó comprobar que
estaba frío y duro, no había ni rastro de la sustancia viscosa que
podría transportarme a la aldea. Cogí la tarjeta que había en el
dispositivo de la iluminación, junto a la puerta, y salí al
pasillo. Bajé en el ascensor y esperé en la entrada del hotel,
rogando que fuera por allí, y no por alguna otra entrada, por donde
apareciera Red. Esperé bastante, inquieto y preocupado, y estaba a
punto de dirigirme a la recepción para intentar averiguar algo
cuando un gran autobús negro y rojo paró en la puerta del hotel.
Empezaron a bajar unos cuantos hombres del servicio de seguridad que
desplegaron algunos cordones y pivotes e improvisaron un pasillo por
el que desfilaban los miembros del grupo, todos ellos bajo los
efectos del alcohol o de las drogas, abrazados por chicas en el mismo
estado de semiconsciencia, riendo y gritando estupideces. Todos menos
Red que aún no había aparecido cuando el autobús se fue.
Me quedé confundido, sin saber qué
hacer. Podía preguntar a alguno de los empleados de seguridad.
Entonces caí en la cuenta de que si seguían allí, era porque
llegaría pronto, aunque a decir verdad aquello tampoco me brindaba
oportunidad alguna, con tanta gente de seguridad. Mis pensamientos se
vieron interrumpidos por el desgarrador derrape de un coche deportivo
que patinaba junto a la puerta de entrada y estrellaba su lateral
derecho con violencia contra una de las columnas del edificio.
Algunos guardias se acercaron para ayudar a los ocupantes pero se
abrió la puerta del conductor y salió Red, muerto de risa, gritando
y levantando las manos como un boxeador tras noquear a su rival. Algo
se removió en mi interior, aquel tipo empezaba a caerme muy mal. Por
la misma puerta salieron tres chicas con aspecto de no haber tenido
un paseo agradable, pero cambiaron su expresión en cuanto se unieron
a Red y de inmediato le acompañaron en sus estúpidos saltos y
gritos. El pasillo formado por los guardias estaba saturado de
curiosos cuando por fin entraron los cuatro, ignorando a toda aquella
gente, riéndose y hablando por lo bajo. Cuando pasaron delante de mí
no sé porque razón levanté mi mano derecha señalando a Red con el
dedo índice y seguí señalando mientras avanzaban. El me vio y se
quedó callado, mirándome muy serio, quizá preguntándose que
significaba aquello. Yo tampoco lo sabía.
Volví a mi habitación y traté de
imaginar alguna forma de llegar hasta aquel tío en la planta 45,
justo el piso de arriba, cargármelo y salir sin que me atraparan.
Parecía imposible. Tras la cristalera mi luz seguía brillando en el
cielo. Ilumíname. Entonces unos golpes en la puerta de la habitación
me hicieron volver a la realidad, preguntándome quién podía llamar
si nadie allí me conocía. Abrí la puerta y me encontré con uno de
los enormes gorilas que protegían a Red. Llevaba gafas de sol a
pesar de que era de noche y se encontraba en un pasillo iluminado con
luz tenue.
-Buenas -dijo el guardia- Verás es que
tengo que hacerte una pregunta. ¿Por qué has señalado a Red de esa
forma en la recepción?¿Eh?
-¿Cómo me han localizado?¿Cómo
sabían que esta es mi habitación? -pregunté.
-Por las cámaras. Los de seguridad del
edificio son colegas. Nos llevamos bien los del gremio, como estamos
mal vistos pues entre nosotros, ya sabes. Bueno, que Red quiere saber
por qué le has señalado en la recepción de una forma bastante
inquietante. No puede dormir cuando le pasa una cosa así ¿sabes?
-comentó él mientras me miraba por encima de las gafas como
haciéndome una confidencia- Si le queda alguna duda o algo sin
resolver no puede dormir. Yo creo que tiene un TOC o algo así. Las
estrellas son muy maniáticas, yo he trabajado con muchas, pero este
es que es un raro de pelotas y encima es muy inteligente y no puede
dejar nada sin resolver porque le empieza a dar vueltas, y vueltas,
que si todo tiene una razón, que si el equilibrio, que si no sé
qué...
-Que baje él y se lo cuento -respondí
un poco a la desesperada pero atisbando una oportunidad.
-¿Qué pasa? ¿Quieres un autógrafo o
algo? Tronco no nos des la matraca, que esto es muy serio, que cada
vez que se mueve este colega hay que hacer un despliegue que no veas.
-Esta vez no, porque tiene que venir él
solo -dije cerrando la puerta.
Pasaron bastantes minutos mientras
esperaba impaciente, suponiendo que en el peor de los casos volvería
el gorila. Por fin llamaron otra vez a la puerta. Al abrir encontré
a Red apoyado en el marco. Con muy mala cara, con la mirada perdida y
algo de inestabilidad en su pose, producida por el alcohol a tenor
del olor que desprendía.
-Tío, tío, tío -dijo mientras
entraba en la habitación sin ser invitado- ¿qué es eso de señalar
a la gente? Está muy feo señalar a la gente, ya te lo habrán dicho
antes ¿no? Me has señalado en el pasillo como si me acusaras de
algo y además delante de mis novias y de esa peña. Eso no se hace,
chaval. Hay una cosa que se llama educación y que todos tenemos que
conocer porque nos la enseñan de pequeños. Pero ¿qué pasa?¿Ahora
no vas a decir nada? Ah, bueno, y ¿para qué cojones me has hecho
bajar?
-Sólo quería avisarte -le respondí.
-¿Avisarme?¿Cómo que
avisarme?¿Avisarme de qué? -dijo empezando a preocuparse.
-De la estrella. Ha aparecido una nueva
estrella en el cielo, mucho más brillante que las otras, y
precisamente hoy, cuando estás aquí. Algo significa y es evidente
que tiene que ver contigo. Mejor será que estés preparado -Me miró
incrédulo pero a la vez dubitativo, desconfiando de semejante
historia pero en parte aceptando sin problemas que es normal que una
estrella pudiera aparecer en el cielo, para él-. ¿No me crees?
Mira, acércate y compruébalo tú mismo.
-Joder, tío. ¡Cómo brilla! Y tienes
razón esa estrella no es normal, brilla mucho y es mucho más grande
que las otras -gritó emocionado como un niño y pegando la cara al
ventanal- Oye, apaga las luces y así la vemos mejor.
-Mejor salimos a la terraza -respondí-
Desde fuera se ve mucho mejor.
Salimos a la gran terraza y mientras
nos acercábamos al muro exterior desenrollé la soga de mi cintura.
Red observaba la estrella y la admiraba de todas las formas posibles,
suponiendo que estaba ante algún tipo de tributo que la galaxia
rendía a su persona. Aproveché su éxtasis para situarme tras él y
con disimulo até el extremo de la cuerda a la barandilla.
-Oye, ¿por qué crees que está aquí?
Habrá aparecido por algo ¿no? -dijo- Ya sabes que tengo mucho
tirón, igual viene para darme algún mensaje importante, algo que
tengo que hacer de cara a la humanidad o una cosa parecida. Igual es
un dispositivo de otra gente más inteligente -rió él- Bueno, ya
sabes, lo más probable es que no estemos solos en el universo.
-Creo que hay un vínculo muy fuerte
contigo -comenté-. Igual te trae un mensaje como dices pero en ese
caso sólo tú podrías recibirlo. No puede ser algo que pueda captar
cualquiera que pase por aquí. Es decir, que igual tienes que fijarte
bien, no sé, evadirte de todo y concentrarte en la estrella. No sé,
no sé, de alguna forma tiene que llegar algo sólo para ti.
Red se concentró en la estrella.
Orientó su cara hacia ella extendiendo los brazos, intentando no
caerse dado su estado de embriaguez. Cerró los ojos. Llegado a este
punto me pareció imposible que las cosas hubieran sido tan fáciles,
pero es que muchas veces las cosas son más simples de lo que
creemos. Pensé que si aquel tío tenía que morir, moriría. No
necesitaba la soga. En un movimiento decidido abracé sus muslos,
levanté su peso y le lancé al vacío. Sin embargo, él reaccionó
de forma inesperada, instintiva, en el último momento, y logró
agarrarse a la barandilla con una mano, colgando en el vacío,
mientras gritaba y me insultaba. Me di cuenta entonces de que quizá
era verdad que el Mundo quería su espectáculo y no se trataba sólo
de matar. Deslicé la soga en su cabeza y apreté un poco el nudo
corredizo. Le propiné un fuerte puñetazo en la nariz que le hizo
sangrar a borbotones. Después, con mucha tranquilidad, separé sus
dedos de la barandilla, uno por uno, empezando por el pequeño. Un
dedo - ¡No tío, no lo hagas, joder!-, dos dedos - !Ayúdame¡
Podemos aclararlo y verás que...- al soltar el tercer dedo su mano
cedió y cayó al vacío, pero su caída fue abortada por la soga en
tensión que abrazaba su cuello, iniciando el penoso proceso de la
muerte por ahorcamiento.
Volví a la habitación más inquieto
por la incertidumbre respecto a mi vuelta a casa que por el nuevo
crimen que acababa de cometer. Sin saber si el espejo funcionaría,
preguntándome que haría si al llegar a mi destino estaba lejos de
Kira, de la aldea, de mi gente. Me situé frente al espejo temiendo
encontrar el pasaje cerrado. Acerqué las dos manos, las apoyé sobre
el cristal y al segundo siguiente estaba buceando en la sustancia
viscosa, parecida al mercurio.
El contacto de la esterilla de caña me
indicó que estaba de nuevo en casa y la alegría al comprobar que mi
destino era mi paraíso fue tan grande que sin parar de rodar me puse
de pie de un salto y empecé a correr buscando a Kira. Salí a la
playa y la vi de pie junto a la orilla del mar. También ella me vio,
los dos corrimos, nos abrazamos, nos revolcamos en la arena mientras
nos besábamos y gritábamos por la emoción, medio rebozados.
-¡Lo conseguí Kira!¡He cumplido mi
misión y he llegado mi destino!¡Es aquí contigo! Tenía miedo de
que fuera en otro lado, aunque me parecía inconcebible-grité,
riendo con los ojos cubiertos de lágrimas.
Ella reía y parecía que iba a
explotar de tan contenta que se sentía cuando de pronto se paro y
dejó de sonreir. -No, Tirso -respondió- Algo ha fallado. Escucha.
El televisor sigue encendido.
-¿Qué? -medio pronuncié aplastado
por una veloz corriente de angustia- ¿Quieres decir que si la tele
está encendida significa que he fallado en mi misión?¿Quieres
decir que no he llegado a mi destino? Pero ¿qué clase de broma es
esta? He hecho lo que el Mundo me pidió, maté a ese tío, y con la
soga, ahora tendría que estar en mi destino.
Kira no respondió. Observaba a Maya
que se acercaba andando muy despacio, con su cara de felicidad de
siempre. Los dos nos quedamos mirándole durante una eternidad
mientras se acercaba, sus pasos lentos, su aire despreocupado. Con un
mal presagio.
-¡Bien, ya has vuelto! -dijo dándome
unas palmaditas en el hombro- Claro, claro. Y has cumplido tu
encargo. Muy bien. ¡Caminas hacia tu destino!
-Pero no lo entiendo -respondí con
frustración- Cumplí mi misión y la tele sigue encendida. Y Kira
dice que eso significa que algo ha fallado y sin embargo yo hice lo
que el Mundo me encargó. ¿Por qué entonces no he llegado a mi
destino?
-Tirso -respondió él con paciencia- A
veces una misión tiene más de un capítulo, nunca se sabe con el
Mundo, je,je,je. Claro, claro. Has dado el primer paso pero no
sabemos cuantos serán necesarios. Lo que es seguro es que caminas
hacia tu destino.
-¡Vamos a ver! -respondí gritando- He
matado a un imbécil y está claro que no era un imbécil tan
importante, porque al parecer sólo se trataba de un paso en el
camino. ¿Es que tengo que matar a todos los imbéciles mediocres que
empeoran un poco el mundo? ¿Es eso?¿Voy a hacer miles de
viajes?¿Voy a asesinar a miles de personas?
-No lo sabemos. -dijo él con voz
tranquila tratando de calmarme- El Mundo es sabio y tú sólo tienes
que hacer lo que te diga. Eso es lo único que puedes hacer. No hay
otra opción.
-¿Y si me niego?¿Y si prefiero
dejarlo aquí y no seguir buscando mi destino? -espeté con dureza.
-Entonces tu luz está obligada a
terminar con tu vida. -respondió el anciano con pesadumbre mientras
la tristeza se dibujaba en la cara de Kira- Y después tendrá que
marcharse del poblado para poner fin a su propia vida lejos de aquí.
Y otro misionero será elegido. Y tendrá otra luz.
-Pero, usted dijo que el Mundo nunca se
equivoca al elegir a un misionero. Entonces ¿por qué está previsto
un castigo si abandono? Si no se equivoca nunca, si no se ha
equivocado al elegirme, significa que no se puede equivocar
cualquiera que sea la decisión que yo tome, incluido el abandono
-solté mis pensamientos sin procesar del todo la idea que trataba de
expresar.
-El Mundo no se equivoca nunca. Pero el
misionero sí se puede equivocar. O puede fallar en su misión, quizá
muera o le sea imposible finalizarla, o quizá no pueda volver.
Cualquier cosa que ocurra será consecuencia de un error del
misionero. Claro, claro. El Mundo no se equivoca.
-Es decir, que si cometo un error puedo
estar en peligro de muerte y nadie me ayudará. Si no puedo terminar
mi misión puede que me quede estancado para siempre en algún lugar
extraño. Si no soy capaz de volver por mis medios nadie irá a
buscarme.
-Así es -afirmó Maya-. En todos esos
casos vendría un nuevo misionero que elegiría su propia luz. Y Kira
volvería a la vida tranquila del poblado, sin responsabilidades
especiales.
-Y ¿si me niego a seguir con mi misión
y Kira decide no matarme?¿Si nos negamos los dos a cumplir los
designios?¿Si nos fugamos?
-Entonces el Mundo se sentirá
traicionado, ya no podrá confiar en las luces. Todos moriremos y el
poblado de la luz será destruido -dijo Maya.
-Claro, claro -respondí yo.
Nos quedamos mucho tiempo los tres
sentados en la arena, observando el mar en silencio mientras el
atardecer dibujaba un cielo de colores naranjas y rosados. Una chica
me dijo una vez que cuando el cielo está así parece un cuadro
hortera, sin embargo a mí siempre me gustó sentarme en un sitio
tranquilo y ver cómo el día muere, emponzoñado en zumo, vino y
sangre. Cuando se hizo de noche nos levantamos con lentitud, como si
nos diera pereza seguir con la vida, y sin quererlo empecé a
explicar mis reflexiones, lo que sabía y lo que había deducido
desde que maté al señor Blacksaw.
-Cometí un crimen. Un asesinato
espantoso. Y así adquirí una deuda con el Mundo. Sí, es verdad, me
dieron una segunda oportunidad, mi misión, que no acabará hasta que
esa deuda esté saldada y será de la forma más equitativa y a la
vez horrible, poniendo otros crímenes en el otro lado de la balanza.
No puedo huir, no tengo ninguna otra opción. Puedo morir en el
intento, puedo quedar perdido en mitad de la nada. Vale. Pero ¿cual
será mi destino si lo alcanzo?
-Veamos. Muchos misioneros han
sobrevivido y completado sus misiones. Muchos otros no lo han
conseguido pero todas las misiones han terminado siendo completadas
por sus sucesores -explicó el anciano-. Esta es la parte buena, si
llegas al final tu recompensa será segura, llegarás hasta tu
destino, que es este, tu paraíso particular.
Comprendí la lógica, al fin y al cabo
era la misma de un videojuego con vidas infinitas; misioneros
infinitos, si muere uno aparece otro, aunque no entendí bien que
alcance tenía aquello de mi paraíso particular.
-Vivirás aquí -prosiguió el anciano-
como uno más del poblado y tus hijos se prepararán para ser luces y
si tienen suerte guiarán a otros misioneros. Esos son los orígenes
de las gentes que conoces aquí, misioneros y sus descendientes las
luces.
-¿Son misioneros? Han pasado por lo
mismo que yo. Y ahora están aquí en su paraíso. Y sus hijos... las
luces -repetí asimilando esa información que no me había imaginado
hasta entonces.
Iba a pedirle que me contara más sobre
aquello, pero otra pregunta salió de mis labios.
-Maya ¿cual fue tu misión?
-Claro, claro.... Mi misión -dijo el
anciano con voz baja y evidente tensión-. Bueno, yo era un espía en
la segunda guerra mundial. Jugué un papel relevante en la derrota de
las fuerzas del Eje.
-¿Derramaste sangre? -pregunté
tratando de evitar la palabra asesinato.
-Si, ya lo creo -respondió él con
gesto de dolor, quizá luchando contra terribles recuerdos- Podría
llenarse un lago con la sangre que derramé.
Green Day - ¡Uno! |