viernes, 24 de octubre de 2014

Sopa fría. Capítulo 5 y final.

Avanzamos rodeados por la noche, con precaución, dirigiéndonos a la sede del gobierno, mi objetivo. Nos movemos rápido porque la materia gris es capaz de transformarse en algo que es realmente veloz. Voy montado en una de esas formas y me hago una idea de lo que debió de sentir Atila sentado sobre un elefante gris, devastando ejércitos y civilizaciones, sintiéndose invencible, animado por el poder que le transmitía el ser sobre el que se alzaba. Al mismo tiempo tengo que luchar contra la atracción que el contacto con la materia gris ejerce, mis células quieren transformarse, unirse a la causa, pero todavía no es el momento. 

Tenemos muchos encuentros con personas solitarias o pequeños grupos que enseguida son transformados. Pasamos por una gasolinera en la que descansan varios camioneros y salimos de allí con quince o veinte adeptos más y un rebaño de ovejas y cerdos que transportaban algunos de los camiones. En un bar de carretera las escenas son tan obscenas que casi me avergüenzo de mis huestes.

Podríamos haber marchado directamente sobre Washington, dado que allí está el gobierno central del planeta. Pero no me interesa el presidente, ni las figuras políticas, sino los altos mandos militares que firmaron mi condena y me enviaron al espacio. En ellos personalizaré mi venganza y mi odio, al fin y al cabo no puedo ir contra toda la sociedad que es la auténtica culpable de mis penurias. Así que me dirijo al Pentágono y las instalaciones militares de la zona. Después daré rienda suelta a la voracidad de mis súbditos metálicos que enseguida devorarán la gran ciudad, sólo tendrán que cruzar el Potomac para destruir la capital del mundo y convertir a todos, incluido el presidente. Me pregunto cual será la forma que adoptará, quizá un superhéroe o puede que algún animal anodino que pase desapercibido, una ardilla o algo así.

No me deja de sorprender la cabezonería del ser humano. Cuando mi estrafalario ejército llega a las inmediaciones de las instalaciones militares un gran número de soldados bien armados, vehículos pesados y todo tipo de armamento imaginable nos esperan pues ya están advertidos de que algo raro ocurre dada la masacre que vamos causando al internarnos en zonas cada vez más pobladas. Nos reciben con todo tipo de agresiones, disparos y lanzamiento de diferentes proyectiles e insisten en ello en lugar de huir, a pesar de que comprueban una y otra vez que nada puede detenernos. Las balas no causan ningún daño en la materia gris, sólo las explosiones producen algunos daños destrozando a algunos de los nuestros, pero dado que los trozos no quedan desperdigados muy lejos, enseguida se recomponen y prosiguen con el ataque. En cualquier caso somos demasiados y la heroica resistencia humana termina pronto. 

Al ver a nuestras águilas terminar con los helicópteros y aviones que pululan por la zona me pregunto cómo se verá la escena desde el aire. Una masa de seres que parecen de metal fundido y de las formas más variopintas devora y transforma a todo ser vivo, debe ser impactante y difícil de aceptar, cualquiera que esté viendo esto pensará que es una alucinación o un mal sueño. Cualquier cosa menos aceptar que es el fin del mundo, todo menos admitir que El Bosco acertó en todo excepto en los colores. Los demonios son plateados.

Terminamos enseguida con la resistencia militar pero llegan humanos de todas partes dispuestos a luchar contra lo invencible y no me queda más remedio que ordenar el ataque general al planeta, mientras termino la fase de mi venganza apoyado por una pequeña parte de mis huestes. Entramos en el Pentágono, buscando a los mandos militares más destacados y en particular al teniente coronel de las fuerzas espaciales, que fue quien firmó mi incorporación al cuerpo de pilotos de ultradistancia. Soy el más vulnerable de todos, el único vulnerable en realidad, por lo que debo avanzar protegido y rezagado mientras mi vanguardia destroza y convierte a todo aquel que encuentra. Cada vez somos más y me doy cuenta con sorpresa de que casi siempre los militares se transforman en animales considerados inofensivos, ciervos, cebras, y en algunos seres inexistentes como los unicornios que, ahora, durante un breve tiempo, tendrán su momento sobre la tierra.

Cuando la conquista del Pentágono termina tengo frente a mí al ser despreciable que dictó mi condena. Le miro con desprecio y le escupo a la cara. ¿Te acuerdas de mí? le pregunto. Pero no puede acordarse, ni siquiera me vio, sólo firmo una orden y aunque me hubiera visto seguro que no me reconocería. Otro lisiado más, yo qué sé.

Tengo mi propio plan que he estado tramando durante el viaje, ordenaré a una de las hormigas que le convierta pero muy poco a poco, para que el dolor dure mucho y compense una pequeña parte del sufrimiento que yo he padecido viajando hacia la muerte en una nave espacial durante meses y meses. Primero le pegaré un poco, le torturaré físicamente hasta que me canse pero sin matarle, para eso necesito que alguien le sujete, quizá alguno de los increíbles Hulk que están conmigo, o un par de esos vampiros Lestat. Les doy la orden pero nadie me hace caso, parece que tienen reparos para participar en mi sesión de compensación. Eso me molesta mucho así que empiezo a gritarles, a decirles que es una parte del trato, acordamos que yo tendría mi venganza, ahora no me lo pueden negar-  Así no - me reprochan hablando en mi mente.

Cuando me quiero dar cuenta el militar está gritando de dolor, aterrorizado al ver lo que le está pasando a su brazo que se va convirtiendo en una pasta metálica. Una de las hormigas me ha traicionado.

-¡No, no, no! -grito desesperado- Tan rápido no. Habíamos quedado en que yo tendría mi venganza.

Estoy poseído por la rabia, soy consciente de ello. Me tiro de los pelos y me revuelco, lloro, impotente ante la frustración que me domina al ver truncado el único objetivo de mi vida, mi única ilusión. Cuando me calmo veo que el militar se ha convertido ya en una masa de materia gris y que poco a poco va tomando la forma de una paloma. Eso me desespera aún más y me quedo llorando en aquella habitación mientras la materia gris se retira y me deja solo con mi tristeza.

Cuando salgo al exterior todo ha terminado. El mundo se está convirtiendo rápidamente en otra cosa, en un lugar sin vida, lleno de edificios muertos, de calles sucias y de montañas de tierra y piedra peladas, sin árboles, ni vegetación. Dentro de poco ni siquiera el aire se podrá respirar, el agua ahora estéril e improductiva se convertirá en otra cosa. 

Empieza a preocuparme que se hayan olvidado de mí y me alivia ver descender a la forma de materia que me recibió en el planeta, en la red de vida, el que me trajo hasta la tierra y me encomendó la misión.

-Bueno, todo ha terminado. Después de tantos milenios, la vida se ha reunificado -me dice con satisfacción- Te damos las gracias por tu ayuda. Si no fuera por ti no lo habríamos conseguido.

-No has cumplido tu parte del trato -respondo con amargura- No me has dejado ejecutar mi venganza como yo quería.

-Se trataba de conseguir un fin pero con el menor daño posible. Tus métodos no nos sirven, ya te lo dije. La transformación debe ser voluntaria y desde luego no puede hacerse bajo tortura.

-Pero en la transformación se sufre, lo he visto. Todos gritan de dolor. ¿Qué más da un poco más?

-Sí -responde- pero el dolor que tú pretendes no produce ningún bien y, sin embargo, en la transformación se padece el dolor de la esperanza.

-Menuda estupidez, el dolor es dolor -replico enfadado- Has dicho que la vida se ha reunificado, pero eso no es posible, falto yo. Ahora me vas a convertir ¿no?

Sin responder, con gesto muy serio, extiende la mano y la posa con suavidad sobre mi cabeza, me acaricia durante unos segundos en los que percibo como cada célula de mi cuerpo añora ese contacto y se quiere dirigir hacia su mano, seguirle hasta el fin del mundo, y entonces presiona con una fuerza descomunal y mi cráneo comienza a convertirse. El dolor de la transformación es horrible y avanza por todo mi cuerpo, lo siento en cada milímetro, pero no dura mucho y, es cierto, la esperanza lo hace soportable, lo compensa. De pronto soy una masa informe de materia y me siento mejor. Me extraña mi color, soy la misma materia pero mi color es negro, no gris.

-¿Qué significa? -pregunto.

-Lo lamento. La materia gris se considera completa, la red de vida es ya un sólo planeta. Eso significa que no perteneces a ella, que no puedes venir. Te quedarás aquí en esta piedra baldía y estéril, abandonado para siempre.

-¡No!, ¡no puede ser! Dijiste que me uniría a la red de vida cuando todo terminara, dijiste que soy una parte más -respondo angustiado. 

-Sí, es cierto, lo dije. Sin embargo, a veces sucede esto, algo se tuerce y la transformación termina en otra cosa. Todo es igual que siempre, el proceso quiero decir, es el mismo, nada cambia, pero el resultado es diferente. Algo sale mal y el resultado es… 

-Defectuoso.

-Sí, así es. No quería utilizar la palabra pero me temo que no hay otra menos dolorosa.

-¿Y cual es mi defecto? Sólo soy un poco más oscuro.

-Ese color demuestra que eres otra cosa, que no puedes formar parte de nosotros. Supongo que encarnas todo lo que no somos, o lo que no queremos ser. La violencia, la venganza, el dolor. No puedes unirte a nosotros siendo así, no eres materia gris.

-Pero muchos de los humanos que se han unido eran así, como yo, vengativos, violentos, y algunos mucho peores, repugnantes del todo -respondo.

-Sí, así es, pero no tuvieron la oportunidad que tuviste tú. 

-¿Qué quieres decir?

-Que elegiste ser defectuoso.


Me quedo solo, herido y abandonado por todos. Pero sigo vivo. Día tras día recorro la roca seca y tenebrosa en que se ha convertido mi planeta, busco bajo las piedras, entre el lodo o la tierra seca algún trocito de materia negra que quiera unirse a mí, o algo vivo que transformar. Sueño con viajar por el universo, parándome en cada planeta recogiendo materia negra que me haga más grande, más fuerte, hasta que un día pueda enfrentarme a la red de vida, a la traicionera materia gris que me dejó marginado en un rincón perdido del espacio. Entonces veremos. 


La sed de venganza me mantiene vivo, es la razón de mi existencia. Es lo que soy, materia negra. Algún día…



Steve Earle - Ain't never satisfied

Sopa fría. Capítulo 4.

Un hombre conduce su pick-up hacia el centro de Dallas aproximándose a un cruce de carreteras. apoya su brazo izquierdo en el hueco de la ventanilla que lleva bajada mientras disfruta un poco de la brisa, y en la radio suena una vieja canción de Emmilou Harris que siempre le ha traído malos recuerdos. Es un día normal, como cualquier otro, y hará lo mismo de todos los días. Pastel de cerezas y huevos con tocino en el Candy’s, desafiando al colesterol en un pequeño acto de rebeldía hacia las muchas normas y tiranías que forman su vida. Luego reparará alguna nevera, una lavadora, o un aparato de aire acondicionado. Se manchará las manos de suciedad, de grasa, seguramente tendrá que tumbarse en el suelo y sudará un rato intentando aflojar una tuerca torcida o se empapará de agua por culpa de un escape rebelde. Quizá entonces ya esté cansado y no quiera hacer nada más, sólo comer un sandwich con tres o cuatro cervezas y después dormir la siesta en el coche antes de volver a casa por la misma carretera. 

Conduce con parsimonia, sin ningún entusiasmo, pensando que las cosas serán así. Pero no, hoy no, aunque aún no lo sabe la monotonía está a punto de mutar en algo muy diferente.

En el cielo una luz brillante, un puntito muy pequeño que al principio confunde con una pequeña fisura en el parabrisas, enseguida se va haciendo más grande y gana en intensidad, y entonces piensa que debe ser un avión pero parece estar muy alto y desciende demasiado rápido. En un par de segundos está mucho más cerca y le deslumbra con un brillo intenso, se da cuenta de que es un bólido, un trozo de meteorito que cae del cielo dirigiéndose directamente a su coche. Pisa el acelerador a fondo tratando de alejarse de la zona y durante otro segundo le parece que aquello que cae del cielo corrige su trayectoria hacia él. Acelera más y más, y cuando se da cuenta de que el impacto es inevitable ya no hay tiempo para nada.

El trozo de piedra golpea el brazo que lleva apoyado en la ventanilla arrancándoselo de cuajo. La sangre salta a borbotones por todas partes mientras él grita, más como producto del terror que del dolor. Se sujeta la herida con la mano derecha dándose cuenta de que morirá desangrado en unos segundos, el vehículo tropieza con algo y sale rebotado, comienza a dar vueltas de campana y se estampa a toda velocidad contra un camión cisterna que circula en dirección contraria. 

El conductor del camión no puede esquivar al coche que ha golpeado contra el quitamiedos del otro carril y ha salido rebotado dando vueltas de campana. Sabe que va a morir pues el camión no podrá resistir semejante impacto. Sólo le da tiempo a encomendarse a Dios. 

El pick-up salpicado de sangre golpea de forma brutal contra la cabina del camión y los dos hombres mueren en el acto. El coche sale volando sobre la cabina y cae sobre la cisterna repleta de gasolina provocando una atronadora explosión. El camión destrozado sigue avanzando envuelto en enormes llamas y humo negro, fuera de control sale de la carretera dando tumbos, atravesando varias vallas metálicas y perdiendo velocidad hasta que choca con una gran tubería.

La sucesión de explosiones hace temblar el suelo a kilómetros de distancia. Durante los primeros instantes estallan varios tramos del oleoducto mientras las llamas viajan por su interior. Poco más tarde salta por los aires un gran depósito y un edificio cercano. Para cuando los sistemas de emergencia han logrado cortar el flujo de petróleo unas treinta personas han muerto y otras tantas lo harán en las próximas horas debido a la inhalación de gases y a las quemaduras.

-A esto me refería -digo satisfecho por el resultado- Un pequeño trozo de materia gris entra en acción y desencadena un efecto multiplicativo. Resultado maximizado con un mínimo esfuerzo.

-Espectacular, la verdad -dice la materia gris- El problema es que requiere muchos cálculos para encontrar el momento y el lugar. Lleva mucho tiempo y el resultado es muy pobre, seguramente han nacido más humanos en esos minutos de los que han muerto en las explosiones.

-Lo importante es que el sistema funcione. Lo aplicaremos de forma masiva sobre instalaciones militares, nucleares, fábricas de gas, ciudades. Enseguida nos cargaremos a todos.

-No. Mira es que estos métodos no nos convencen, no nos sirven. La violencia no es una opción para nosotros, no está en nuestros fundamentos.

-Y ¿cual es la opción? ¿Seguir esperando a que los humanos interpreten mejor vuestros mensajes? ¿A que de repente añoren la materia gris que fueron hacen milenios?

-No. He pensado sobre ello y tenemos una opción mejor. Te usaremos a ti. Tú puedes bajar a ese planeta y transitar por él sin ningún problema, sin que el entorno deformado por el hombre te agreda como nos hace a nosotros. Tu puedes ayudarnos a transmitir la información sin problemas, usando nuestro propio método. La red de vida.

-Nunca convenceré a un humano contándole la historia que me has narrado, ni cualquier otra parecida. Ninguno retornará a la red de vida voluntariamente -replico.

-Seguro que tienes razón. Pero ese no es el plan.

-Entonces debemos negociar el plan. Quiero ayudar pero algunas cosas tendrán que hacerse a mí manera -respondo con aire seguro e impertinente.


Determinar el lugar adecuado para el aterrizaje ha sido complicado, nadie debía verme pues enseguida se daría cuenta de mi deformidad y llamaría a las autoridades. Así que hemos aterrizado en un bosque en mitad de Montana, en una zona deshabitada y alejada de pueblos y ciudades. La materia ha aguantado un poco sobre la nave, el tiempo justo para que yo, armado con un pedrusco, haya destrozado el ordenador y los sistemas de comunicación. Me he sentido muy bien, ha sido como matar al carcelero que me torturó durante años. Enseguida, la materia gris ha empezado a sentirse mal y se ha marchado, volando y tosiendo.

Estoy emocionado, de nuevo en mi planeta, respirando aire que para mí es puro, estirando las piernas que por suerte se han mantenido en una forma mínima gracias a la electroestimulación a la que me sometía la nave con el único objeto de mantener mi estado físico en una forma que garantizase mi supervivencia. Disfruto de la luz, el aire, de la visión de las montañas y vuelvo a sentirme vivo y alegre. Enseguida la cojera trae a mi conciencia la amargura acumulada por la forma en que me trataron mis semejantes, producida por el repudio y el castigo a vivir una vida marginada y solitaria. Cinco año cultivando el odio y las ansias de venganza. Estoy tan impaciente. Me gustaría anunciar su final a las autoridades que me condenaron, a mi familia que no me defendió, al mundo entero que es un lugar asqueroso. Me gustaría decirles, ¿os acordáis de lo que me hicisteis? Pues he vuelto, sí, he vuelto sólo para terminar con todos vosotros. En este pequeño recipiente tengo el veneno que os destruirá.

Es uno de los pequeños botes transparentes que llevaba en la nave para realizar experimentos de supervivencia con bacterias y cosas así. Tiene dos niveles, uno que esteriliza y otro que sirve para conservar lo que se ha esterilizado, así que es ideal para mis propósitos. Antes de irse la materia gris ha dejado una bolita de su ser dentro del recipiente y espera allí dentro, aislada de la contaminación humana que tanto la perjudicaría, impaciente por empezar a contar a algún ser la historia de la vida y por convencerle para que vuelva a formar parte de la red de vida. Sin perder más tiempo busco en el suelo algún ser vivo al que meter en el bote, quedará esterilizado y caerá junto a la bolita de materia gris y allí dentro, limpio y puro, no tendrá más remedio que escuchar.

No tardo mucho en encontrar una hormiga que camina solitaria sobre una zona de tierra seca. Enseguida veo otra y otras más y el agujero por el que entran y salen, el hormiguero. Cazo a una de las hormigas y la introduzco con cuidado en el bote transparente. Enseguida, esterilizada, cae al nivel inferior, la bolita tiembla y la hormiga se aleja todo lo posible intentando huir escalando por la resbaladiza pared. Sin embargo, enseguida un cambio es evidente, la hormiga para de moverse y se da la vuelta, apuntando con sus antenas hacia la materia gris, como si el pequeño insecto la escuchara. En un par de minutos la hormiga corre hacia la bolita, parece que intenta entrar en ella, fusionarse, pero no puede, la materia gris no se lo permite, está diciendo que no puede ser, no por ahora. Los dos seres se quedan quietos, se miran, se acarician, en una escena surrealista que desprende una extraña emoción. 

Ha llegado el momento de tumbar el bote, lo dejo en el suelo para dejar salir a la hormiga que atraviesa de nuevo la zona estéril y sale al exterior con aire decidido. No tarda mucho en encontrar el camino hacia el hormiguero, en el que se sumerge sin dilación. A los pocos minutos muchas hormigas salen arrastrando trocitos de tierra, haciendo más grande la boca del agujero, para que, después de bastante rato aparezca la hormiga reina portada por una docena de obreras. Dirigen su inmensidad, comparada con los cuerpos de las otras, hacia la boca del bote de ensayos y con gran esfuerzo consiguen hacerla entrar. 

La reina se acerca a la materia gris para rozarla con sus antenas, se diría que se están evaluando, que se reconocen, que se ponen al día. Después de un rato la hormiga se acerca más y comienza a libar pequeñas cantidades de sustancia gris con un esfuerzo notorio, hasta que queda saciada y llena. Con gran lentitud y enormes dificultades logra salir del bote y cae exhausta sobre las obreras que apenas pueden moverse bajo su peso. La gran hormiga parece descansar durante un rato, pero pronto se recupera lo suficiente, se despereza y allí mismo, sin volver a su hormiguero, reanuda su trabajo de siempre y comienza a parir sus nuevas crías, pequeñas bolitas de materia gris que nacen inmunizadas contra el ambiente terrestre, que les resultaría dañino y enfermizo si hubieran llegado desde el espacio. 

La vida ha dado lugar a la vida y ese es el principio de la transformación de este planeta y será también el fin de la reconstrucción de la red de vida en aquel remoto lugar del universo. Y de paso, por el camino, se ejecutará mi venganza.

Paso un par de días en compañía de las hormigas, disfrutando de la naturaleza, de la tranquilidad y de la multitud de cosas interesantes que puedo observar de cerca. Supongo que si hubiera pasado los últimos cinco años en este lugar nada me parecería interesante, pero tras tanto tiempo viajando por el espacio y observando fenómenos y planetas desde lejos estoy disfrutando de cada detalle que me rodea, de plantas y animales, de la naturaleza y su gran diversidad. De pronto me da un poco de pena que toda esta variedad de formas vivas vaya a desaparecer, porque supongo que cuando todo haya terminado de todo esto sólo quedará una gran roca pelada, colgando en el espacio. 

Mientras yo descanso y observo pequeñas cosas sin interés la hormiga reina sigue trabajando y una legión de bolitas de materia gris se alinea en interminables filas esperando el momento de la partida. A media tarde la hormiga reina muere, exhausta y destrozada por el trabajo intensivo, la había tomado cariño pero no me da pena porque todas mis emociones están puestas en lo que va a empezar. Imagino que otra tomará su puesto muy pronto y todo parecerá volver a la normalidad pero en realidad el mundo ya se está transformando para siempre de forma irreversible, desde el momento que la miriada de bolitas, que toman la apariencia de hormigas plateadas y brillantes, como si fueran de mercurio, avanza tras de mí en busca de la primera población que conquistar.

Por la mañana lo vemos desde lejos, un pueblo, pequeño y recogido en torno a la plaza porticada del ayuntamiento, cuadrada, con un porche lleno de tiendas que parecen proteger el jardín central. Observo el pueblo desde la última colina cuyo descenso es lo último que nos separa de aquel lugar tranquilo y encantador, veo a los niños jugando en los columpios, a los repartidores entrando y saliendo de los comercios, a los ancianos que pasean con parsimonia, a los hombres y mujeres que salen de las oficinas para almorzar. Sonrío, anticipando mis primeros lametazos a una dulce venganza.

Entramos en el pueblo y atravesamos un par de calles desiertas, lo cual me desespera un poco porque pensaba que sería una masacre desde el principio, pero enseguida enfilamos hacia la plaza y acelero el paso, impaciente. Un ayudante de policía me ve llegar y me observa con desaprobación, no entiende como alguien con un defecto físico tan claro y evidente puede pasearse por la calle como si nada pasara, como si no fuera un insulto para los demás que a una edad tan avanzada esté paseándome por ahí en lugar de dedicarme en cuerpo y alma a una misión altruista designada por el estado. Yo sigo avanzando sin tratar de disimular mi cojera y le miro con aires desafiantes.

-Perdone joven. Identificación. Nunca le había visto por aquí -dice acercando la mano a la cartuchera en un gesto preventivo cuando dirijo la mía al bolsillo trasero del mono espacial- ¿No habrá escapado de algún lugar en el que debería estar dedicado a sus obligaciones? Ese es un uniforme de la agencia espacial y no creo que por aquí…

Se calla al ver que extiendo la mano hacia él y lo único que hay es algo que parece un trocito de metal, pulido y brillante.

-¿Es una hormiga? -dice observando más de cerca y levantando las gafas de sol sobre sus cejas.

-Sí, es una hormiga de metal. Pero está viva. Tome se la regalo.

-Pero, hombre, ¿cómo va a estar viva? Es de metal -afirma mientras parece preguntarse si aparte de la cojera padezco algún tipo de retraso mental.

Deposito la hormiga con cuidado en uno de sus dedos y él la observa con curiosidad. La hormiga mueve las antenas sobre el dedo del hombre y da una vuelta completa para el asombro de éste. No sabe que el insecto está convenciendo a las células de su dedo para que se unan voluntariamente a la red de vida convirtiéndose en materia gris y que luego esas células convencerán a otras y esas a otras y ese será su fin. La hormiga le muerde con saña cuando ya todo esta decidido y el hombre sacude la mano en un acto reflejo, mirándome con desconfianza.

-Pero ¿qué es todo esto? -acierta a decir antes de comenzar a gritar como un loco.

Su dedo ha comenzado a convertirse en una sustancia pastosa, como metal fundido, que parece tener voluntad propia, que avanza por toda su mano y empieza a conquistar su brazo. El proceso debe ser doloroso, eso no lo había pensado, me había centrado más en el daño psicológico que causaría la certeza de su fin a quienes me hicieron sufrir y me condenaron. Pero es evidente que la cosa duele y no voy a decir que me entristezca por ello. Yo también he sufrido. Y de poder elegir, hubiera optado por un final rápido, como el de este infeliz, que en menos de un minuto queda convertido en un bulto de sustancia gris que, recién nacida, comienza a acomodarse a su nuevo mundo.

Entonces me doy cuenta de que el escándalo debe haber llamado la atención de todo el mundo y me sorprende apreciar que la plaga ha comenzado a extenderse y hay gritos por doquier. Una madre llora y grita mientras abraza a la sustancia gris que hace un momento era su hijito, mientras ella misma comienza a sufrir la transformación. La gente sale de las tiendas llevados por la curiosidad para transformarse en la acera o la calzada, otros mueren dentro, otros en sus casas. Nada puede detenernos, la peste metálica se extiende por el pueblo con una eficacia absoluta.

Recuerdo que cuando era pequeño jugaba con mis amigos a decir qué te hubiera gustado ser si no fueras tú. Aparte de la respuesta evidente en mi caso (un humano normal) cada cual elegía el animal que más le gustaba, siempre había algún rarillo que salía con lo de la enredadera o el abedul, pero la mayoría elegíamos un animal. Y ahora es igual, qué curioso. La materia gris que tengo a mis pies ha elegido la forma de una pantera y en un momento sale a la busca de vida a la que convencer para que vuelva a la red de vida. La visión es escalofriante, una pantera metálica persigue con grandes saltos a un joven que intenta esquivarla, gritando entre el pavor, el horror y la incomprensión más profunda, el animal plateado salta, le tumba y durante un segundo le olisquea, casi parece acariciarle, y sin aviso previo le destroza el cuello de un bocado. La sangre que mana enseguida se transforma en materia gris, igual que el cuerpo del joven.

Extasiado por el espectáculo demencial que me rodea admiro como perros de metal, caballos, águilas, serpientes, persiguen a las últimas víctimas en una orgía de transformación inimaginable. Algunos han adoptado por tomar su apariencia humana o variaciones imposibles como vampiros o superhéroes, otros por formas mitológicas como centauros o cinocéfalos, lo cual abunda en el surrealismo de la escena. Me siento de una forma extraña, que me retrotrae a mi infancia, a la primera vez que vi ese cuadro, El juicio final de El Bosco. Aquellas imágenes despiadadas de humanos con apariencia inocente siendo torturados por demonios de todo tipo no me dejaron dormir tranquilo durante muchos días, volvía una y otra vez al cuadro, tratando de comprender aquello, el significado profundo, ¿cómo era posible que algo tan cruel llegara a suceder en un mundo dominado por un dios bueno y generoso? Estaba tan impactado que ni me daba cuenta de que tan solo era un cuadro, la recreación de los miedos y supersticiones de un pintor, quizá un encargo, o el producto de las limitaciones que la creatividad tenía en la época. Y ahora estoy dentro de ese cuadro, viviendo el apocalipsis en primera persona. No sólo eso, estoy ejecutándolo. ¿Soy Dios en este momento o sólo un ángel devastador? Supongo que no paso de ser un instrumento conveniente, pero no me importa, las circunstancias, aunque terminen siendo efímeras, me elevan a la categoría de ser supremo. Deforme pero supremo.

Tras un par de horas de decadencia primitiva el pueblo queda silencioso y tranquilo. Todos los animales, superhéroes, seres mitológicos, las hormigas, todas las formas de materia gris se agrupan en la plaza a la espera de mis órdenes, deseando avanzar hacia una ciudad grande en la que sembrar la devastación. Pero debo seguir el plan establecido. Primero satisfacer mi pequeño resentimiento hacia la humanidad. Luego, terminar con el ser humano y conquistar el mundo convirtiendo todas las formas de vida contempladas por la naturaleza. Y más tarde retornar a la red de vida.

Salimos rápido del pueblo, antes de que lleguen gentes de otros lugares o refuerzos humanos alertados por alguien o alarmados por no recibir respuesta de alguna persona que debería estar aquí. Nos escondemos en los bosques, dejando atrás un pueblo fantasma, en el que apenas queda nada vivo aparte de los árboles y plantas. Muchos animales han caído también en la refriega y están ahora con nosotros, agazapados en el bosque esperando a que llegue la noche. Es curioso, muchos de ellos también han adoptado otras formas, de humanos o de otros animales. Parece que casi nadie está contento con lo que tiene. Me pregunto si estarán más contentos ahora, con las formas que han adoptado, dejando de lado la expectativa de incorporarse a la red de vida.


Supongo que el desconcierto de quienes vayan llegando al pueblo será total. Ninguna persona, casi ningún animal, todo abandonado de repente. Vehículos en marcha esperando a ser conducidos por alguien que no aparece por ningún lado, ordenadores encendidos, cafeteras en marcha, grifos abiertos. Teléfonos sonando abandonados por doquier y ropas tiradas por todas partes dibujando una idea incomprensible pero dantesca. Todo un misterio que será recogido por algún periodista avispado que conseguirá contar algo antes de que llegue el ejercito a sellar y aislar el lugar. Aunque no servirá de nada porque enseguida será acallado y por su bien le convencerán de que no ha visto nada extraño. No se preocupen, sólo fue una broma, un experimento periodístico al estilo de La guerra de los mundos.

Sopa fría. Capítulo 3.

Espero un rato sin moverme, casi sin respirar, intentando atisbar cualquier ruido o movimiento a través del ventanal, cualquier cosa que indique que hay vida, algo que explique el mensaje inteligente de la señal luminosa, pero nada ocurre, parece un lugar frío e inhóspito en el que nadie podría vivir. Sin embargo, sigo alerta, entusiasmado por las estimulantes emociones de las últimas horas, mucho más intensas que las acumuladas en toda mi vida.

Con una leve vibración, unos metros más adelante, frente a la ventana, la superficie de la plataforma se transforma poco a poco hasta formar una figura de apariencia humana. No me sorprende que tenga una pierna mucho más corta, está imitando mi aspecto físico. Me indica que salga con un gesto de la mano que me resulta muy simpático y familiar.

-¡No puedo salir! -grito- ¡No creo que pueda respirar ahí fuera!¡Necesito oxigeno!

-Si te unes a nosotros no te hará falta oxigeno, ni ninguna otra cosa. Ven -dice una voz que suena dentro de mi cabeza, en mi mente. Ese ser comunica conmigo de forma telepática.

-No es telepatía -me dice sin que yo pregunte nada- Es lo que somos. Si te unes a nosotros estarás conectado de esta forma. No necesitaras hablar.

-Pero, eso significará que moriré. Y no quiero. 

-Todo lo contrario, significa que te transformarás en materia gris y vivirás para siempre. Perderás tu individualidad para formar parte de un todo en el que dejarás de sentir de forma individual para ser una parte más de la conexión.

-Es que vengo de un sitio en el que también hablaban mucho de lo colectivo, el bienestar de la comunidad y todo eso y conociéndolo bien debo decirle que no me atraen ese tipo de soluciones. Ya he sido el despojo de una sociedad y no me apetece repetir.

-Lo entiendo, pero esto no es una sociedad, es un todo uno. Simplemente te sentirás bien, como una parte de algo que no necesita más. Formarás parte de mí, de nosotros, y serás tan yo, como yo mismo. 

-¿Y qué voy a tener que hacer ahí dentro? Me imagino que me querréis reclutar por alguna razón.

-No tendrás que hacer nada. Sólo formar parte de nuevo, volver. No hay otra razón para querer que estés aquí salvo ser más grande y más completo.

-¿No me podrías ampliar la información? -digo dudando y temeroso por enfadar a aquel ser- Es una decisión importante ¿sabes? No es que tenga muchas alternativas, pero me gustaría saber de qué estamos hablando. Qué eres, qué es todo esto de los planetas que se engullen, como has surgido de esa pasta y todo lo demás. Lo típico que te preguntará todo el que venga por aquí, supongo.

-No recibimos muchas visitas. En realidad desde que comenzó el reencuentro apenas ha llegado nadie, hemos tenido que salir a buscar a la mayoría.

-¿El reencuentro?

-Sí. Hubo una explosión, fue tremendo. Nos dispersamos de una forma que… Pero, claro, así no vas a entender nada. Mejor te lo explico bien, desde el principio. Aunque seas una pequeña parte, eres una parte y para nosotros es importante que hayas vuelto y que te quedes.

-La verdad es que una explicación clara sería de agradecer, hasta ahora no es que me esté haciendo un idea muy precisa de la situación. Escucho y si tengo alguna duda pregunto.

-Bien. Verás, ¿cómo empezar?. Esta sustancia gris que ves, es la vida. ¿Vale? Bueno, pues… hace muchísimo tiempo, millones y millones de años, toda la materia gris que existía en el universo estaba unida, conectada, en un único lugar. Aquí. ¿Lo entiendes? ¡Toda la vida que existía estaba unida! -grita entusiasmado- Creciendo en armonía en una red que se extendía poco a poco y prosperaba en la armonía y el entendimiento. Eramos, adoptamos, una forma de vida perfecta, en la que todos sus integrantes estaban en contacto con el resto y todos estábamos satisfechos y contentos gracias al resto, todos satisfacíamos las necesidades de los demás, en un intercambio natural y justo. Puedes imaginarte lo reconfortante que es algo así, tener todo lo que necesitas y a la vez poder satisfacer a otros. Y sin preocupaciones en el plano físico, pues eres parte de un todo sano e imposible de distinguir, sin preocupaciones en lo emocional pues siempre hay muchos contigo para ayudarte a lograr lo que añoras.

Pero hubo una terrible explosión, muy cerca, hizo temblar al universo entero y a nosotros nos alcanzó de lleno. Explotó una estrella gigantesca, una de las más grandes que nunca se han formado y la brutalidad con la que nos alcanzó destrozó la unidad de la sustancia gris. Rocas, metal fundido, bolas ardientes atravesaron la red de la vida a una velocidad inimaginable, arrastrando trozos de nuestra unidad y dispersándolos por todo el universo, muy, muy lejos.

Una parte de la sustancia gris quedó aquí, agujereada, partida y rota, dispersa en trozos que flotaban a la deriva inertes sin ser capaces de reaccionar. Aquel golpe nos había cogido por sorpresa, no esperábamos ningún tipo de agresión pues éramos toda la vida del universo, no se nos ocurrió que podíamos vernos afectados por un desastre provocado por algo con tan poca voluntad como un sol, un planeta o cualquier otro cuerpo sin vida que no hace otra cosa sino flotar en el espacio. Y tardamos mucho en salir del aturdimiento, en entender lo que había ocurrido y en empezar la reconstrucción.

Estábamos anquilosados y cualquier pequeño esfuerzo resultaba titánico, así que tardamos varios milenios en juntar las partes de la red que habían quedado dispersas por esta zona, pero lo logramos y ser conscientes de ello nos sirvió de acicate. Y entonces empezamos a recuperar fuerzas y a darnos cuenta de la magnitud del desastre. Nos faltaban infinidad de trozos que estaban dispersos por todo el universo, algunos viajando todavía a grandes velocidades en la cabeza de un cometa, otros pegados a una roca atrapada en la gravedad de un planeta o de un sol ardiente y lejano.

Pasaron muchos más milenios hasta que encontramos la forma de viajar por el espacio y comenzamos a buscar las partes que nos faltaban. Cuando encontrábamos alguna no nos recordaba, habían olvidado su origen y desarrollado una historia individual, alejada de la esencia de su origen. Sin embargo, cuando comunicábamos con aquellas partes y les hablábamos de la vida no tardaban mucho en recordar y entonces volvían a nosotros por su propia voluntad. Y así hemos ido recuperando nuestras partes perdidas y ahora estamos casi todos aquí, de vuelta.

-Intuyo que me vas a hablar de la humanidad -comento con pesadumbre.

-Sí, así es. La humanidad. Tardamos mucho en encontrar esa parte de nuestra sustancia gris, estaba en una galaxia alejada, pequeña y oculta por formaciones mucho mayores. Cuando la localizamos, en un planeta al que llamaban Tierra, nos dimos cuenta de que se había dividido de forma espontánea en diferentes formas, especies y razas, que en muchos casos habían desarrollado una férrea voluntad propia e individual. Intentamos comunicar con aquellas formas de vida subdividida, animales, plantas, y nos dimos cuenta de que no podíamos establecer contacto, todo estaba alterado y contaminado por la acción de la humanidad y su empeño en construir una civilización basada en la competencia y la tecnología. Las perturbaciones eran tan grandes que nos sentíamos enfermos, intoxicados, apenas podíamos razonar lo suficiente para salir de allí. Ellos, los humanos, tampoco respondían, no entendían nuestras señales. Dibujamos líneas y círculos en la tierra, dejamos estatuas y símbolos que explicaban sus orígenes como parte de la sustancia gris, pero no entendían, se resistían del todo a integrarse de nuevo, se resistían no como un todo sino de forma individual. Sólo logramos recuperar a algunos pequeños grupos, mayas, atlantes y poco más. Contra la resistencia a volver no se puede luchar. No es posible integrar algo que se resiste a ser integrado, por ellos no podría fluir la comunicación y estropearían la red de vida.

Así que nos resignamos e intentamos terminar nuestra unidad sin ellos, pero son una parte tan fundamental como las demás y eso se nota, por eso nos pasa lo que nos pasa. Deberíamos ser una sola cosa, pero estamos divididos en todos estos planetas, este y los que giran alrededor de este. Continuamente intentamos unirnos y por un momento lo conseguimos pero entonces nos desprendemos otra vez debido a las fuerzas del universo que nos someten a su capricho, si logramos juntar algo enseguida otra cosa se desprende. El motivo por el que esto sucede es que nos falta una parte para lograr la integridad de antes, la humanidad y la vida que con su individualismo mantienen atrapada en su planeta, cuando deberían estar aquí, completando el reencuentro.

-Vaya, menuda historia. ¡Quién lo iba a imaginar! -exclamo- Pero no entiendo bien una cosa. ¿Por qué no hacéis algo tan sencillo como destruir a la humanidad? Todo volvería a ser como antes.

-Pero es que no podemos hacer eso, destruiríamos una parte de la vida. 

-No, que va. En la Tierra todo se transforma. Mataríais una forma de vida pero de sus restos aparecería otra. Allí las cosas se transforman pero la suma siempre es la misma. Seguro que esa nueva forma de vida no se resistiría tanto.

-Interesante apreciación. Y ¿cómo podríamos destruir a la humanidad? Nunca hemos hecho algo así ¿Y por qué nos proporciona esa idea precisamente un humano? -pregunta.

-Verás. Sí, soy humano y todo eso, pero como producto de la falta de afecto que me han demostrado mis semejantes digamos que no me siento muy apegado a la humanidad. En realidad estoy un poco resentido. Más bien siento un odio profundo hacia mis semejantes, lo he cultivado en solitario durante mucho tiempo. Ya dicen que la venganza es un plato de sopa fría y esta es mi oportunidad. No me importaría nada mandarles al infierno. Total lo que tienen allí no es más que un gran pedazo de mierda con fecha de caducidad, por mucho que se empeñen aquello terminará antes o después. Mejor si es antes.

-Entiendo, o a lo mejor no lo entiendo, pero me parece bien si nos ayudas a solucionar las cosas -dice exhibiendo una gran sonrisa- ¿Y cómo podríamos destruir a la humanidad?

-Hombre, lo clásico es la violencia. Armas, explosiones, ese tipo de cosas. Todos muertos y problema terminado.

-No es nuestro estilo, no tenemos armas ni capacidad para fabricar tecnología. La violencia es un mal precedente. No es una cuestión que nos interese, siempre nos ha ido bien hablando, tratando de establecer contacto con la vida, con la naturaleza primitiva de los seres.

-Bueno… pues entonces, no sé, aprovechad la naturaleza primitiva para transformar -comento muy convencido mientras trato de identificar cual es el argumento que me lleva a aconsejarle de ese modo.

-Ya te he dicho que hemos intentado establecer contacto de esa manera y no ha habido forma -dice mientras yo encuentro el razonamiento que buscaba.

-Me refería más a la naturaleza primitiva del planeta, a las leyes que subyacen y que seguro que tienen algo que ver con esos orígenes a los que apeláis. ¿Conoces la teoría del caos? -pregunto mientras el ser niega con la cabeza- Me la tuve que aprender como parte de la formación para ser piloto. Viene a decir que un pequeño desequilibrio inicial desencadena grandes cambios en el futuro.

-Ahhh, sí, sí. Es el principio en el que se basa nuestra comunicación, la red de vida. Vaya, es curioso, nosotros lo llamamos teoría de la unión.

-Pues razón de más entonces para aplicarla, para usarla como impulsora de la transformación de la vida humana en otra forma de vida. 

-Parece muy razonable tal y como lo cuentas, pero no sé si sabríamos llevarlo a cabo. ¿Nos ayudarías por ejemplo con una demostración práctica?

-Por supuesto que sí. Cualquier cosa con tal de transformar a la humanidad. Y después me uniré a vosotros, a la materia gris, de forma voluntaria en cuanto lo logremos -digo con una alegría que apenas puedo contener- No sé si podré resistir 5 años de viaje de vuelta con estas perspectivas tan excitantes.

-¿Cinco años?¿Hasta la Tierra? No, no, nosotros viajamos mucho más rápido. Ya te he dicho que hace tiempo que descubrimos la forma de viajar por el universo. En un par de horas podemos estar allí. 

No tardamos mucho en ponernos en marcha, me acompaña una pequeña parte de la materia gris, la que copia mi aspecto, que viaja sentada encima de la nave. Su presencia es más que suficiente para mantener inutilizados los sistemas de la nave, con lo cual el ordenador sigue valorándome como la mejor opción de supervivencia y no me elimina, a pesar de que estoy contraviniendo muchos de los principios en que se basa nuestra misión. Para empezar estoy volviendo vivo a la Tierra, algo que no se contempla en ninguna de las hipótesis.

La forma en la que viajamos es extraña, fluímos a gran velocidad arrastrados por corrientes magnéticas, cambiando muy rápido de una a otra como en un gigantesco entramado de autopistas galácticas. Enseguida llegamos a las inmediaciones de la tierra y nos escondemos detrás de Saturno. Seguro que algunos telescopios e instrumentos de observación nos han captado al llegar pero buscarán mil explicaciones lógicas y no harán nada más.

Estar en mi vecindario, ver planetas cuyas formas y nombres conozco desde pequeño me produce una extraña emoción. Me sienta bien encontrarme con algo familiar, ver la Tierra, después de tantos meses de viajar por constelaciones desconocidas y sistemas perdidos. Sin embargo, también siento amargor en mi boca, la humillación que he sufrido sin tener ninguna culpa, el daño que me hicieron, la forma en que me trataron como un despojo. Toda esa rabia me sale por los ojos, en forma de lágrimas corrosivas que hieren mis mejillas al deslizarse en gruesas gotas.

-Bien, cual es el plan -dice la forma humana que se ha pegado a mi ventana mirándome- Ahora es cuando empieza tu parte. Haznos una demostración de tu teoría del caos.

-Necesito que funcionen los instrumentos de lectura y análisis de la nave, pero sólo eso, si el ordenador puede me matará y se marchará hacia la Tierra, dando el chivatazo.

-Creo que podemos arreglarlo. Sí, es fácil, es cuestión de que fluyan las cosas por aquí, pero no por aquí -dice señalando el casco de la nave- Prueba ahora.


-Sí. ¡Perfecto! Funciona. -digo apuntando los instrumentos de observación de la nave hacia la Tierra- Ahora puedo observar con detalle la superficie del planeta y buscar las circunstancias que nos convengan. A ver, a ver, sí, conozco esta zona, parece adecuada.

Sopa fría. Capítulo 2.

Hoy he visto como explotaba una supernova. No estaba cerca pero tampoco tan lejos como para que los efectos pasaran del todo desapercibidos, he notado la onda de fuerza y he visto algunos restos y se ha notado como la nave compensaba el empuje y se movía de un lado a otro varias veces para esquivar algo que ha considerado peligroso. Ha sido de repente, he visto una luz blanca, de una intensidad indescriptible, que ha quedado colgada inmóvil en el espacio, como en la pausa de una reproducción de video, como si estuviera pintada sobre un lienzo negro. Lo que más me ha sobrecogido no ha sido la explosión en si misma, la potencia desmedida, o la increíble cantidad de material estelar que ha salido propulsado y ha comenzando a expandirse, sino lo que ha sucedido con los sistemas que había alrededor. Estaba estudiando un planeta que parecía habitable, dentro de un pequeño sistema solar que se movía equilibrado y seguro, y en ese momento ha explotado la supernova en otro sistema cercano y su efecto ha destruido por completo el sistema solar que estaba analizando, el planeta y cualquier otra cosa que hubiera cerca. Otras estrellas han explotado también por el efecto de la primera explosión, algo que no sabía que podía llegar a suceder.

El caso es que me ha dejado sobrecogido ver como desaparecen planetas enteros en sólo una milésima de segundo, con un chascar de dedos. Vives tan tranquilo, un pestañeo, y ya no existes, ni tú ni nada de lo que conoces, el planeta, el sistema solar, la galaxia entera se consumen y se convierten en otra cosa. Luego he empezado a pensar que esto ha podido sucederle ya a la Tierra, estoy tan lejos que no me enteraría. Y de la ilusión me ha entrado la risa. Quizá una estrella supermasiva ha estallado vete a saber donde y ha dado al traste con toda la puta evolución de la humanidad, y los únicos humanos que quedamos vivos somos los deformes que viajamos por el espacio, desechados por nuestros semejantes. Tendría guasa. Ese pensamiento me anima a seguir, lo reconozco, saber que eso puede pasar en cualquier momento, que ha podido pasar ya, me alegra, me hace feliz.

Tras algunas horas de aparentes dudas por fin la nave se dio cuenta de que debía alterar los planes de navegación ya que la imprevista explosión estelar hacía imposible cualquier estudio de la zona. Hemos tardado varios días en alcanzar otro sector libre de perturbaciones y durante este tiempo apenas he podido hacer nada más que algunos cálculos y organizar algunos datos pendientes. Cuando se viaja tan rápido es imposible tomar lecturas y apenas se ve nada a través de la ventana. Lo bueno es que ahora estamos en una zona fuera de la ruta, en un área en la que no deberíamos estar. No es que sea muy diferente, pero en una vida tan monótona cualquier cambio resulta interesante.

Pensé que llegaríamos a una zona parecida a todo lo que ya hemos visto, pero no, aquí es todo diferente. No puedo comparar los datos que recoge el equipo con los anteriores porque se producen tantas alteraciones que ninguno es representativo. Da la sensación de que el entorno es voluble, de que las formas cambian y no hay nada estable, he localizado varios cuerpos estelares, planetas, asteroides y satélites pero no puedo fijar los equipos en ellos, aparecen y desaparecen. He propuesto a la nave un acercamiento a la zona para intentar obtener lecturas más precisas y algunos datos con el análisis visual, quiero decir mirando por la ventana.

Hemos tardado varios días en acercamos hasta la zona de las alteraciones ya que la nave ha decidido determinar los posibles peligros y fraccionado el trayecto en varias etapas, tomando precauciones antes de seguir adelante. Al final hemos llegado a un sistema planetario que parece el centro de toda esta extraña zona, pero los equipos siguen sin poder recoger datos útiles, sólo reflejan contradicciones y medidas sin sentido, así que la nave está totalmente desorientada. El ordenador ha estado sopesando si debía avanzar o retroceder pero de pronto estamos rodeados de materiales estelares y no es capaz de salir de aquí, ni de hacer nada útil. Tras unos minutos de análisis ha decidido que la mejor opción de supervivencia para la nave es la navegación manual basada en el análisis visual, es decir, cederme el control y el mando hasta que salgamos de la zona. 

Me gusta mucho este imprevisto, de pronto la misión se ha convertido en algo muy interesante, en la que tengo una parte activa y soy fundamental. Muevo los mandos y la nave obedece con total sumisión, acelero, freno y ni siquiera protesta. Hace lo que le digo, con precisión y eficacia. La cuestión es que hay que salir de aquí, porque a no mucha distancia pululan en trayectorias sin sentido gran cantidad de rocas enormes que podrían destrozarnos. Parece un caos total de idas y venidas, pero me parece casi imposible que no choquen entre ellas así que pido al ordenador que analice algunos patrones de movimiento y enseguida concluye que no son caóticos, están sometidos a algún tipo de fuerza, un orden dictado por el sistema planetario que tenemos tan cerca.

Eso no significa que estemos seguros pues aunque los objetos más cercanos parece que realizan recorridos inofensivos puede haber otros más alejados con trayectorias peligrosas para nosotros. No obstante, estoy más tranquilo al saber que existe alguna clase de orden aquí, intuyo que nada va a chocar contra nosotros y que tenemos algo que hacer aquí.

A través de la cristalera estudio el entorno abstrayéndome de los objetos más pequeños y centrándome en los planetas que parecen ser la fuente de las alteraciones, la parte no obediente de este sistema. Se mueven rápido y están bastante juntos, por alguna razón me resulta imposible fijarlos bien con la vista, están ahí, parecen sólidos pero sus contornos se desdibujan y parecen cambiar de forma levemente, incluso de tamaño. Supongo que se trata de algún efecto producido por alguna nube de gases o partículas que envuelve a los planetas y que es también la causante de los fallos de lectura del equipo. Decido que por ahora lo mejor es contabilizar los cuerpos y estimar su masa y volumen, algo que sí puedo hacer. En un principio cuento diecinueve planetas pero entonces me parece que hay menos y vuelvo a contar, salen quince, no puedo haberme equivocado en tanto. Cuento de nuevo y me salen dieciocho. Desconcertado me quedo mirando el conjunto sin comprender y entonces lo veo, en una fracción de segundo un planeta ha engullido al vecino y, más allá, otro se ha dividido en tres. Me paso bastante tiempo admirando ese fenómeno. El sistema es totalmente estable en su movimiento y sin embargo los planetas se unen y se dividen, su número y las masas individuales cambian sin que el conjunto se desmorone, todos siguen sus órbitas alrededor de uno de ellos que no se mueve, aunque sí participa en el proceso de engullir a otros y dividirse. Parece que no hay un orden para todo ello, parece que ocurre de forma aleatoria.

Le pido al ordenador que analice el patrón y tarda un buen rato en decirme que no existe ningún patrón, aunque si ha comprobado que las órbitas de todos los objetos que van apareciendo son independientes y no interfieren entre sí y que la desaparición de objetos no altera la masa total del conjunto. Con mucha precaución me acerco más y más al sistema, con la intención de obtener más información, me resulta tan fácil navegar entre el cinturón de rocas que casi tengo la sensación de que se están apartando. 

Estamos muy cerca de los planetas exteriores. El sistema es muy rápido, el movimiento se aprecia a simple vista, los planetas van pasando frente a nosotros mientras la configuración va cambiando. Desde mi posición puedo ver que todos ellos están formados de la misma materia, una especie de pasta gris brillante, en un estado entre lo líquido y lo sólido, como el mercurio. Quizá están compuestos de mercurio. Pido al ordenador un análisis y me indica que la materia es desconocida, desde luego no es mercurio ni ningún otro metal que haya sido fundido por el calor. Detecta una increíble cantidad de actividad eléctrica de muy baja intensidad sin un núcleo aparente.

Me sitúo en una zona relativamente elevada que me permite observar el planeta principal y trato de recoger más datos o impresiones que puedan resultar relevantes, entonces percibo algo, veo una luz intermitente en el planeta central, es una luz blanca, no muy potente, un puntito en mitad del planeta que se enciende y se apaga con pulsiones irregulares, luego me doy cuenta de que el ritmo es constante, y entre el miedo y el regocijo empiezo a pensar que podría significar algo. Código morse, V-E-N.

No lo dudo, es la parte buena de no tener nada que perder, ni nada mejor que hacer, y me emociona que alguien comunique conmigo. Dirijo la nave hacia la luz mientras el ordenador, mucho más temeroso, analiza una y otra vez si existe alguna alternativa mejor que cederme el control de la nave. Al parecer no, sigo siendo la mejor opción, así que no ofrece ninguna resistencia y nos dirigimos directos hacia la luz. Pasamos muy cerca de los planetas que orbitan y aprecio la sustancia viscosa con más detalle, no se parece a nada conocido, es parecido a la pasta de un metal fundido, pero no emite calor, se mueve en unas ondas y formas que parecen imposibles. Es casi como si tuviera voluntad.

Nos acercamos rápido al planeta central, incrementando la velocidad, casi absorbidos por su fuerza de atracción, el ordenador reacciona y la nave emplea toda su potencia para evitar el previsible impacto, pero nada es suficiente para compensar el poder del planeta. Ya no se ve nada más que su superficie, una inmensa mole de pasta gris que parece flotar sobre si misma en formas caprichosas con movimiento propio. Cuanto más nos acercamos mejor percibo que no hay nada más que eso, en la superficie no se ve otra cosa, ni formaciones rocosas, ni agua, ni gases, sólo eso que parece metal fundido. 


Ya estamos tan cerca de la superficie que el impacto mortal parece inevitable. Sin embargo la luz sigue brillando intermitente unos kilómetros más abajo, indicando nuestro punto de destino. De pronto se forma una plataforma sólida y plana y una corriente de aire o de fuerza nos frena y nos guía hasta ella con suavidad. Realizo un aterrizaje fácil y preciso, paro los propulsores y aunque estoy muy atento a lo que pueda suceder ahí fuera, pido otra vez  ordenador información sobre lo que me rodea, pero no es capaz de presentar ningún dato. No puede concluir nada porque todo sus fundamentos básicos están equivocados aquí.

Sopa fría. Capítulo 1.

En una vieja película dos soldados romanos observaban el cielo tumbados en el suelo tras casi 10 horas de despiadada batalla. En mitad de un campo, muy lejos de cualquier población, admiraban la increíble cantidad de estrellas que un cielo nítido y despejado ofrecía a sus ojos en aquella noche de verano, hace más de 2300 años.

-¿Cómo pueden brillar tanto unos puntos tan pequeños?

-No, hombre, no me seas zoquete, no son puntitos que brillan, son diminutos agujeros en el manto de la noche, que dejan pasar la luz del sol que está detrás.

Yo, que los he visto de cerca, puedo asegurar que no son puntitos brillantes, que ningún manto oscuro lleno de agujeros cae cada noche para ocultar el sol. No, en realidad son bolas de fuego, de dos tamaños, inmensas o gigantescas. Están muy lejos y arden en mitad de la nada, circundadas a bastante distancia por otras bolas de piedra, de gas, de líquido incandescente, de hielo, que las cortejan en grandes vueltas, a veces muy rápido, otras muy despacio.

Supongo que en otra época, hace un par de siglos, podría considerarme un afortunado. Un humano viajando por el espacio a una velocidad que entonces, cuando el vuelo espacial se basaba en la quema de combustible, era inconcebible, explorando galaxias lejanas, en medio de un universo mil veces más grande de lo que se creía, viendo estrellas y planetas que nadie más conoce, descubriendo y mapeando lo desconocido, lo que nadie ha visto nunca y lo que nunca nadie había siquiera supuesto. Observando fenómenos espaciales que nadie todavía ha imaginado.

No soy el único, hay muchos otros haciendo lo mismo que yo, pero en otras zonas del universo, viajando en sus pequeñas naves, sacando fotografías, creando mapas, buscando lugares aptos para la vida, y enviando a cada poco millones de datos a la Tierra. Cada uno de nosotros es un descubridor, el primero en pasar por allí, el único que ha visto todo aquello que va datando y clasificando. Y nunca nos encontraremos, cuanto más avanzamos más lejos estamos de los otros. Somos flechas lanzadas desde un mismo punto en diferentes direcciones.

Somos los mapeadores del universo, los que descubren pequeños o grandes tesoros estelares que algún día, quizá, podrán ser investigados, colonizados y explotados por el ser humano. Para eso falta mucho, una cosa es conseguir llegar hasta aquí, dibujar mapas y determinar coordenadas y otra muy diferente colonizar un planeta. La tecnología no ha llegado a tal punto. De momento sólo estamos nosotros, tomando notas y señalando enormes objetos que algún día pueden ser de interés para el ser humano. Podemos viajar muy lejos, eso sí, nuestras pequeñas naves son rapidísimas y prácticamente eternas, el límite lo imponemos nosotros, los humanos, que tenemos longevidad limitada. Algún día moriré, a millones de años luz de aquí, la nave se dará cuenta enseguida y dará la vuelta, volverá a la Tierra. Una limpieza, unas cuantas reparaciones y actualizaciones, un nuevo inquilino deforme y al espacio de nuevo.

Son cinco años ya, viajando en la misma dirección, parando aquí y allá, analizando planetas y estudiando su superficie, habitabilidad, posibles formas de vida, y en todo este tiempo no he encontrado ningún otro ser viviente digno de mención. Ningún máster del universo, ninguna civilización superavanzada, ni followers, ni believers, nada a excepción de formas de vida primitivas, bacterianas, microscópicas y potencialmente muy peligrosas para el ser humano. Y creo que todo lo que tengo por delante, sea finito o no, es igual. Veré muchas cosas inimaginables, pero jamás volveré a tener contacto con nadie. Es para volverse loco ¿no? Pues no podemos volvernos locos, porque si la nave detecta un comportamiento extraño y peligroso cortará el oxigeno y se dará la vuelta, para recoger a otro ocupante malformado que analice y recoja datos.

Sí, se me olvidaba explicar ese pequeño detalle, los que viajamos en estas naves somos deformes, malformados, vamos que no hemos llegado a ser pilotos por estar bendecidos con habilidades extraordinarias o por haber recibido una formación específica. No, todos los pilotos de ultradistancia nacimos con alguna malformación física. La lógica es contundente, nuestra sociedad ha evolucionado desde la barbarie más primitiva y tosca hasta la perfección y la armonía, cada cual debe dar en función de lo que recibe, y en un mundo que a la fuerza tiene que ser perfecto no cabemos aquellos que no lo somos, eso es evidente y no requiere de muchas explicaciones. Nadie puede negar que quienes nacemos así, con malformaciones, no podemos aportar nuestra parte al bien común en igualdad de condiciones, y es por ello que el estado bienhechor evita que seamos una carga para los demás y generosamente nos destina a una causa tan noble como útil para la sociedad.

Lo cierto es que la medicina ha avanzado tanto como la sociedad, también en especialidades como el diagnostico prenatal, pero de vez en cuando se da un imprevisto, pasa desapercibido un pequeño error de cálculo, o un factor desestabilizador, y aparece en la Tierra un ser que no cumple con los requisitos, que no reúne las características para aportar su parte al bienestar de la comunidad. Si su imperfección es tan severa que le impide incluso ser piloto, entonces, pobre incauto, pasa a manos de la ciencia, se sacrifica en aras de evitar que semejante circunstancia se repita en el futuro. Pero aquellos imperfectos que, como yo, podemos manejarnos lo suficiente y somos capaces de adquirir las habilidades y conocimientos necesarios, que ni son muchos ni difíciles, terminamos embarcados como pilotos de ultradistancia, con la misión de descubrir alguna parte del universo.

Como es lógico a las familias de los individuos imperfectos como yo no les hace feliz no volver a ver a sus retoños y es increíble pero la mayoría no desean separarse de sus vástagos aunque no sean seres completos, pero nada pueden hacer frente a los argumentos del estado. ¿Podrán ustedes compensar la carga que supone su descendiente para la sociedad?¿Producirán el bienestar que les corresponde y además el que debe aportar su hijo incapaz? Muy pocos podrían responder con una rotunda afirmación y de ellos seguro que ninguno lo haría porque tendría que enfrentarse al vacío, al aislamiento social, pues el resto de su comunidad les vería y trataría como insolidarios, parásitos indeseables, remoras en un mundo que busca el camino hacia el equilibrio armónico. Y así, con ese panorama, muy pronto toda esa familia se convertiría en una carga para los demás, y no hace falta decir que ese es un delito de calificación muy grave. Por eso las familias ejercen siempre su derecho a ceder a su retoño al estado para que sea formado y dirigido, para convertir a un ser condenado a ser un lastre en un productor de conocimiento y evolución, que no duda en dedicar el resto de su vida al desarrollo de la ciencia, desde la mismísima punta de la lanza.

Así es como llegamos a estas naves y así es como decidimos dedicar nuestra vida a esta buena causa. Algunos detalles como que no estemos de acuerdo con nuestro destino o que no seamos del todo felices viviendo esta vida a la que se nos destina, no son factores de importancia, sino facetas de nuestra personalidad derivadas del egoísmo, la pereza y la falta de solidaridad, por lo que nadie los tendrá en cuenta. Y, por supuesto, cualquier conato de rebelión dentro de esta nave, un amago de sabotaje o de falta de productividad terminará muy rápido con el consiguiente corte de oxigeno y la vuelta a la Tierra para recoger a otro piloto.

Así, con estos preceptos, no vivimos una vida que pueda definirse como excitante y divertida, estamos atrapados en un cuerpo deforme, en una sociedad que de tan solidaria es terrible y en una misión suicida y tortuosa. Por esas razones cultivo en secreto, dentro de mí, una ira casi incontenible, odio, deseo de venganza, también tristeza y dolor, que muy rápido convierto en veneno. No lo puedo expresar pero lo llevo dentro. Me gustaría desactivar la nave, reformarla y convertirla en una nave de combate, dirigirme a la Tierra y destruirla, ciudad por ciudad, hombre por hombre. Por supuesto, algo así no está al alcance de mis posibilidades, así que no pasa de ser un sueño dulce que me ocupa las horas de desplazamiento, cuando no tengo otra cosa que hacer más que pensar. Por suerte la nave no sabe qué pienso, o eso creo, porque lo cierto es que vigila mi actividad cerebral. Supongo que sólo detecta cambios químicos y no entiende la naturaleza de mis pensamientos.

Escribo todo esto en papel, en uno de los blocs de notas, para que lo encuentre alguien el día que la nave regrese, por si la suerte es propicia y alguien lo lee, para que alguien lo tenga en cuenta y reflexione sobre lo que está pasando. Quizá sirva de algo. para alguien. Mientras tanto, sigo con mi trabajo y cuando puedo escribo en mi diario sin fechas ¿para qué ponérselas si la medida del tiempo y la distancia cambian bajo el influjo de las reacciones que se producen en muchos de los sistemas por los que transito? Ni siquiera sé ya que día es hoy en la Tierra. La única medida de tiempo que tengo como referencia son las horas de viaje transcurridas en un cronómetro, que suman más de cinco años.


Hoy he pasado por una zona que me ha sorprendido, todo eran matices de colores, como en una de esas tiendas que venden piedrecitas para hacer collares y pulseras. Se trataba de un cúmulo de galaxias en el que seguro que ha pasado algo terrible, pero el efecto visual era precioso. Me he pasado un rato sólo mirando, escuchando música, bajo el control atento del ordenador que ha notado que no estaba haciendo mi parte del trabajo y ha realizado varios chequeos de mi organismo. Estoy bien, le he gritado, son sólo emociones humanas, algo que tú nunca podrás tener, pedazo de mierda. Creo que se ha enfadado, y es que no le caigo bien. No me importa, el sentimiento es mutuo.