Avanzamos rodeados por la noche, con precaución, dirigiéndonos a la sede del gobierno, mi objetivo. Nos movemos rápido porque la materia gris es capaz de transformarse en algo que es realmente veloz. Voy montado en una de esas formas y me hago una idea de lo que debió de sentir Atila sentado sobre un elefante gris, devastando ejércitos y civilizaciones, sintiéndose invencible, animado por el poder que le transmitía el ser sobre el que se alzaba. Al mismo tiempo tengo que luchar contra la atracción que el contacto con la materia gris ejerce, mis células quieren transformarse, unirse a la causa, pero todavía no es el momento.
Tenemos muchos encuentros con personas solitarias o pequeños grupos que enseguida son transformados. Pasamos por una gasolinera en la que descansan varios camioneros y salimos de allí con quince o veinte adeptos más y un rebaño de ovejas y cerdos que transportaban algunos de los camiones. En un bar de carretera las escenas son tan obscenas que casi me avergüenzo de mis huestes.
Podríamos haber marchado directamente sobre Washington, dado que allí está el gobierno central del planeta. Pero no me interesa el presidente, ni las figuras políticas, sino los altos mandos militares que firmaron mi condena y me enviaron al espacio. En ellos personalizaré mi venganza y mi odio, al fin y al cabo no puedo ir contra toda la sociedad que es la auténtica culpable de mis penurias. Así que me dirijo al Pentágono y las instalaciones militares de la zona. Después daré rienda suelta a la voracidad de mis súbditos metálicos que enseguida devorarán la gran ciudad, sólo tendrán que cruzar el Potomac para destruir la capital del mundo y convertir a todos, incluido el presidente. Me pregunto cual será la forma que adoptará, quizá un superhéroe o puede que algún animal anodino que pase desapercibido, una ardilla o algo así.
No me deja de sorprender la cabezonería del ser humano. Cuando mi estrafalario ejército llega a las inmediaciones de las instalaciones militares un gran número de soldados bien armados, vehículos pesados y todo tipo de armamento imaginable nos esperan pues ya están advertidos de que algo raro ocurre dada la masacre que vamos causando al internarnos en zonas cada vez más pobladas. Nos reciben con todo tipo de agresiones, disparos y lanzamiento de diferentes proyectiles e insisten en ello en lugar de huir, a pesar de que comprueban una y otra vez que nada puede detenernos. Las balas no causan ningún daño en la materia gris, sólo las explosiones producen algunos daños destrozando a algunos de los nuestros, pero dado que los trozos no quedan desperdigados muy lejos, enseguida se recomponen y prosiguen con el ataque. En cualquier caso somos demasiados y la heroica resistencia humana termina pronto.
Al ver a nuestras águilas terminar con los helicópteros y aviones que pululan por la zona me pregunto cómo se verá la escena desde el aire. Una masa de seres que parecen de metal fundido y de las formas más variopintas devora y transforma a todo ser vivo, debe ser impactante y difícil de aceptar, cualquiera que esté viendo esto pensará que es una alucinación o un mal sueño. Cualquier cosa menos aceptar que es el fin del mundo, todo menos admitir que El Bosco acertó en todo excepto en los colores. Los demonios son plateados.
Terminamos enseguida con la resistencia militar pero llegan humanos de todas partes dispuestos a luchar contra lo invencible y no me queda más remedio que ordenar el ataque general al planeta, mientras termino la fase de mi venganza apoyado por una pequeña parte de mis huestes. Entramos en el Pentágono, buscando a los mandos militares más destacados y en particular al teniente coronel de las fuerzas espaciales, que fue quien firmó mi incorporación al cuerpo de pilotos de ultradistancia. Soy el más vulnerable de todos, el único vulnerable en realidad, por lo que debo avanzar protegido y rezagado mientras mi vanguardia destroza y convierte a todo aquel que encuentra. Cada vez somos más y me doy cuenta con sorpresa de que casi siempre los militares se transforman en animales considerados inofensivos, ciervos, cebras, y en algunos seres inexistentes como los unicornios que, ahora, durante un breve tiempo, tendrán su momento sobre la tierra.
Cuando la conquista del Pentágono termina tengo frente a mí al ser despreciable que dictó mi condena. Le miro con desprecio y le escupo a la cara. ¿Te acuerdas de mí? le pregunto. Pero no puede acordarse, ni siquiera me vio, sólo firmo una orden y aunque me hubiera visto seguro que no me reconocería. Otro lisiado más, yo qué sé.
Tengo mi propio plan que he estado tramando durante el viaje, ordenaré a una de las hormigas que le convierta pero muy poco a poco, para que el dolor dure mucho y compense una pequeña parte del sufrimiento que yo he padecido viajando hacia la muerte en una nave espacial durante meses y meses. Primero le pegaré un poco, le torturaré físicamente hasta que me canse pero sin matarle, para eso necesito que alguien le sujete, quizá alguno de los increíbles Hulk que están conmigo, o un par de esos vampiros Lestat. Les doy la orden pero nadie me hace caso, parece que tienen reparos para participar en mi sesión de compensación. Eso me molesta mucho así que empiezo a gritarles, a decirles que es una parte del trato, acordamos que yo tendría mi venganza, ahora no me lo pueden negar- Así no - me reprochan hablando en mi mente.
Cuando me quiero dar cuenta el militar está gritando de dolor, aterrorizado al ver lo que le está pasando a su brazo que se va convirtiendo en una pasta metálica. Una de las hormigas me ha traicionado.
-¡No, no, no! -grito desesperado- Tan rápido no. Habíamos quedado en que yo tendría mi venganza.
Estoy poseído por la rabia, soy consciente de ello. Me tiro de los pelos y me revuelco, lloro, impotente ante la frustración que me domina al ver truncado el único objetivo de mi vida, mi única ilusión. Cuando me calmo veo que el militar se ha convertido ya en una masa de materia gris y que poco a poco va tomando la forma de una paloma. Eso me desespera aún más y me quedo llorando en aquella habitación mientras la materia gris se retira y me deja solo con mi tristeza.
Cuando salgo al exterior todo ha terminado. El mundo se está convirtiendo rápidamente en otra cosa, en un lugar sin vida, lleno de edificios muertos, de calles sucias y de montañas de tierra y piedra peladas, sin árboles, ni vegetación. Dentro de poco ni siquiera el aire se podrá respirar, el agua ahora estéril e improductiva se convertirá en otra cosa.
Empieza a preocuparme que se hayan olvidado de mí y me alivia ver descender a la forma de materia que me recibió en el planeta, en la red de vida, el que me trajo hasta la tierra y me encomendó la misión.
-Bueno, todo ha terminado. Después de tantos milenios, la vida se ha reunificado -me dice con satisfacción- Te damos las gracias por tu ayuda. Si no fuera por ti no lo habríamos conseguido.
-No has cumplido tu parte del trato -respondo con amargura- No me has dejado ejecutar mi venganza como yo quería.
-Se trataba de conseguir un fin pero con el menor daño posible. Tus métodos no nos sirven, ya te lo dije. La transformación debe ser voluntaria y desde luego no puede hacerse bajo tortura.
-Pero en la transformación se sufre, lo he visto. Todos gritan de dolor. ¿Qué más da un poco más?
-Sí -responde- pero el dolor que tú pretendes no produce ningún bien y, sin embargo, en la transformación se padece el dolor de la esperanza.
-Menuda estupidez, el dolor es dolor -replico enfadado- Has dicho que la vida se ha reunificado, pero eso no es posible, falto yo. Ahora me vas a convertir ¿no?
Sin responder, con gesto muy serio, extiende la mano y la posa con suavidad sobre mi cabeza, me acaricia durante unos segundos en los que percibo como cada célula de mi cuerpo añora ese contacto y se quiere dirigir hacia su mano, seguirle hasta el fin del mundo, y entonces presiona con una fuerza descomunal y mi cráneo comienza a convertirse. El dolor de la transformación es horrible y avanza por todo mi cuerpo, lo siento en cada milímetro, pero no dura mucho y, es cierto, la esperanza lo hace soportable, lo compensa. De pronto soy una masa informe de materia y me siento mejor. Me extraña mi color, soy la misma materia pero mi color es negro, no gris.
-¿Qué significa? -pregunto.
-Lo lamento. La materia gris se considera completa, la red de vida es ya un sólo planeta. Eso significa que no perteneces a ella, que no puedes venir. Te quedarás aquí en esta piedra baldía y estéril, abandonado para siempre.
-¡No!, ¡no puede ser! Dijiste que me uniría a la red de vida cuando todo terminara, dijiste que soy una parte más -respondo angustiado.
-Sí, es cierto, lo dije. Sin embargo, a veces sucede esto, algo se tuerce y la transformación termina en otra cosa. Todo es igual que siempre, el proceso quiero decir, es el mismo, nada cambia, pero el resultado es diferente. Algo sale mal y el resultado es…
-Defectuoso.
-Sí, así es. No quería utilizar la palabra pero me temo que no hay otra menos dolorosa.
-¿Y cual es mi defecto? Sólo soy un poco más oscuro.
-Ese color demuestra que eres otra cosa, que no puedes formar parte de nosotros. Supongo que encarnas todo lo que no somos, o lo que no queremos ser. La violencia, la venganza, el dolor. No puedes unirte a nosotros siendo así, no eres materia gris.
-Pero muchos de los humanos que se han unido eran así, como yo, vengativos, violentos, y algunos mucho peores, repugnantes del todo -respondo.
-Sí, así es, pero no tuvieron la oportunidad que tuviste tú.
-¿Qué quieres decir?
-Que elegiste ser defectuoso.
Me quedo solo, herido y abandonado por todos. Pero sigo vivo. Día tras día recorro la roca seca y tenebrosa en que se ha convertido mi planeta, busco bajo las piedras, entre el lodo o la tierra seca algún trocito de materia negra que quiera unirse a mí, o algo vivo que transformar. Sueño con viajar por el universo, parándome en cada planeta recogiendo materia negra que me haga más grande, más fuerte, hasta que un día pueda enfrentarme a la red de vida, a la traicionera materia gris que me dejó marginado en un rincón perdido del espacio. Entonces veremos.
La sed de venganza me mantiene vivo, es la razón de mi existencia. Es lo que soy, materia negra. Algún día…
Steve Earle - Ain't never satisfied |