viernes, 27 de enero de 2012

Discos del capítulo XV.

Ramones - End of the Century

El hombre de la cara ovalada. Capítulo XV.

.


Tengo que reconocer que algunas personas son pilares en mi vida, Daniel, Marisa, mis padres. No es tanto que me hagan falta de una forma concreta, como saber que están ahí. Pero si hay algo cierto es que la repetición termina cansando y me hacía falta relacionarme con otra gente, así que he llamado a mi amiga Verónica, que fue compañera en la escuela de pintura, con la que no había hablado desde hace un par de años a pesar de que somos muy buenas amigas. La verdad es que se ha mostrado tan sorprendida de que la llamara que me ha dejado casi sin saber que decir. A mí me ha parecido bastante normal volver a hablar pero ella ha reaccionado como si estuviera dando un salto en el tiempo. Supongo que al encontrarnos físicamente las cosas enseguida serán igual que siempre.

Nos vemos en una terraza dominguera del centro, poblada de una extraña mezcla de extranjeros, castizos, parejas y matrimonios con niños. No me gusta el ambiente así que estoy incómoda e inquieta. Verónica está muy distinta, viste muy bien y va arreglada, no como antes, pero sobre todo parece más decidida, más segura de si misma, hasta el punto en que me siento un poco agredida por su seguridad frente a mi inconsistencia.

-Bueno, ¿que has hecho en este tiempo?¿Sigues pintando? -pregunto tras una introducción trivial en la que me ha parecido percibir cierta actitud distante.

-Sigo pintando pero de otra forma, sin la convicción de que tenga que dedicarle mi vida. Me di cuenta a tiempo de que no es una habilidad con la que pueda ganarme la vida, y desde entonces pinto como una forma de disfrute o de relajación. Sin más pretensiones. Me gano la vida con otras cosas que también me gustan. No sé si te acordarás de aquellas figuritas de madera que hacía por pura diversión. Pues resulta que empecé a venderlas y terminaron en el merchandising de una compañía aérea y una cosa llevó a la otra y ahora tengo una pequeña empresa que se dedica a ese negocio. La verdad es que me va muy bien.

-Vaya, qué bien. O sea que eres una empresaria. Qué bien. Y... oye, ¿sabes algo de la gente de pintura? -pregunto algo nerviosa ante la actitud contenida que percibo. No lo entiendo ¿dónde está la emoción por verme después de tanto tiempo?

-Sí, sí, quedamos todos un par de veces al año para ir a cenar y lo pasamos muy bien. Vente un día y así les ves. -ofrece con un leve toque irónico cuya intención no llego a comprender.

-La verdad es que, no sé, por un lado me apetece, pero por otro... No sé, me voy a sentir perdida. -respondo- Oye, y ¿qué paso con el novio aquel que tenías?¿Manuel?

-Pues nada, que seguimos juntos. Vivimos cerca de aquí. El trabaja en una empresa de publicidad y entre los dos nos las arreglamos para pagar la casa y vivir razonablemente bien. Todavía no tenemos niños, que ya sé que lo vas a preguntar, pero uno viene en camino.

-¡Vaya! Me alegro mucho por vosotros. Qué buena noticia -Intento mostrarme alegre y feliz, pero sigo percibiendo algo en su actitud, en la forma fría en que está abordando este reencuentro, que no acaba de encajar.

-Bueno y tú ¿qué tal? ¿Cómo te ha ido? -pregunta. Y aunque me da un poco de vergüenza poner el resultado de mis últimos meses frente a su empresa, su familia y su seguridad termino optando por la naturalidad. Cada uno es cómo es y hace con su vida lo que quiere.

-Pues he hecho muchas cosas diferentes, talleres y experiencias de todo tipo, pintura, teatro, escultura, cuentacuentos, diseño de ropa, decoración, de todo. No sé, pero no me he parado en nada por el momento. He tenido varios trabajos en diferentes empresas pero en ninguna terminaba de encontrar mi sitio y he ido cambiando. Ahora llevo unos meses en un curro que no me gusta nada, así que imagino que pronto probaré otra cosa. Y en cuanto a los tíos pues también he pasado por varias etapas, al parecer por ahora no he encontrado a la persona adecuada. Vamos, que sigo evolucionando.

Un destello de algo incontenible en sus ojos que rebosa de pronto y estalla.

-¿Evolución? No me digas a mí eso que te conozco bien. No, lo que tú haces es moverte, no evolucionar. La evolución implica un avance y tú no avanzas, haces movimientos laterales y nada más. Pero te engañas enlazando unas cosas con otras, creyéndote que la simple sucesión te lleva a algún sitio, que el movimiento por el mero hecho de ser movimiento implica un avance, cuando en realidad lo único que haces es perder el tiempo, ir y venir, moverte en círculos improductivos, acumular experiencias sin valor. Mirar hacia adelante te acojona y mirar hacia atrás también, porque lo que haces hoy podías haberlo hecho hace varios años y eso implica que no ha habido ningún avance. Ni es previsible que se vaya a producir.

Me quedo perpleja por esa inesperada respuesta. No sé a qué viene este ataque tan brutal, directo y sin provocación, pues no soy consciente de tener ninguna cuenta pendiente con Verónica. Somos amigas. Pero no hace falta ser muy lista para darse cuenta de que algo hay. Sin embargo, no tengo valor para preguntar, no soy capaz de decir nada y mi cara debe expresar claramente mi sorpresa dado que ella me facilita los pormenores.

-Te estás preguntando qué es lo que tengo contra ti, por qué te digo la verdad de una forma tan cruda. No te preocupes, te lo voy a explicar. Yo creía con todo mi corazón que eramos muy amigas, que contaba contigo para todo, pero de pronto desapareciste sin más, te dejé de interesar. Mis llamadas, mis mensajes, siempre fueron los últimos, los que quedaron sin respuesta. Yo pensaba, “bueno, seguro que está con esto o lo otro, ocupada, pero seguimos siendo amigas, se acordará de mí igual que yo de ella”. Y un día tuve problemas, problemas graves, pasé muchos meses muy duros en la oscuridad tras la muerte de mis padres y mi hermano en un accidente de coche, y tú no estuviste allí para consolarme, para ayudarme, para hacerme sentir que a pesar de todo al menos tenía a mi amiga. En mi cabeza contaba contigo si llegaban momentos difíciles, pero la realidad me presentó las cosas con una claridad meridiana, sin posibilidad de interpretaciones compasivas. Y así me desengañé de ti y me di cuenta de que una cosa era lo que a mí me hubiera gustado que fueras y otra muy diferente lo que eres de verdad.

Igual piensas que no hay nada reprochable en tu conducta, que todo esto es lo que ha salido y ya está, que no se te puede exigir nada porque cada cual es cómo es. Vale, entonces asume las pérdidas, la falta de una auténtica implicación emocional por parte de los que te rodean, pues sabiendo lo que hay siempre te mantendremos en la distancia, conscientes de que eres incapaz de dar más de lo que das, es decir, apenas nada salvo lo que es imprescindible para recibir lo que a veces necesitas. Y eso, claro, no te gusta porque tienes que creer que esas relaciones existen, que están ahí paralizadas en el tiempo como estatuas de granito que cobran vida cuando te apetece. Y, sin embargo, te aterran las consecuencias. Te da pavor comprobar cómo tarde o temprano los demás terminan protegiéndose de ti.

No puedo abrir la boca, soy incapaz de decir nada. Se me ocurren un montón de cosas para justificar todos sus argumentos pero me doy cuenta de que son excusas mínimas ante la contundencia de lo que ha expuesto y que solamente voy a empeorar la deplorable imagen que de mí tiene Verónica, mi ex-amiga.

-María, estaba deseando que llegará la ocasión de decirte todo esto. No por despecho ni por venganza, solamente para que lo sepas, para que seas consciente y pongas remedio. Si puedes. -Se calla, me mira pacientemente, escrutándome- Pero... no puedes ¿verdad?

Sigo sin ser capaz de hablar mientras observo cómo se levanta y se marcha, dejándome sola, sumergida en el bullicio de la terraza. Al poco tiempo yo también me levanto y me voy caminando en dirección contraria, huyendo del escenario de los desechos, con la necesidad de pensar en todo lo que me ha dicho, de repasarlo y comprobar su veracidad y determinar dónde me deja todo ello. Pero estoy muy confusa y aturdida y me resulta difícil ordenar mis ideas, así que al final decido protegerme, obviar el episodio, total ya llevábamos dos años sin vernos. Igual en otros dos años las cosas dan un vuelco y son muy distintas. Igual yo he tenido éxito en alguna de las cosas que sé hacer, en algo de lo mucho que he aprendido. No todo ha sido un movimiento lateral. Algún día terminará pidiéndome perdón, disculpándose por las tonterías que dijo, se dará cuenta de que son cosas sin ningún fundamento. Y me pedirá que volvamos a ser amigas, que compre sus muñequitos para mi empresa de ropa de diseño.


-Bueno, comprendo que te haga sentir mal esto que me has contado de tu amiga Verónica -dice Domingo con aire conciliador-. Para nadie es plato de gusto que le echen en cara este tipo de cosas, pero creo que a estas alturas es absurdo preguntarse si tiene razón, o si tú tenías razones que te colocaron lejos de ella. Ahora lo importante es curar el dolor que te ha producido lo que te ha dicho, y si de verdad te duele igual no era mala idea hablar con ella y pedir perdón, intentar volver a un punto en común a partir del cual podáis reconstruir vuestra amistad.

-No sé. No creo que acepte mis disculpas. Es obvio que ella cree que soy una especie de impedida emocional que no puede relacionarse con normalidad, una aberración del comportamiento humano, y no me parece justo ¿cómo iba a saber yo que ella estaba en esa situación tan horrible?

-Bueno, quizá ella esperaba que en general te preocuparas por sus problemas o por mantener una relación constante y fluida. Lo que viene siendo la amistad, vamos. Y entonces hubieras estado enterada, de eso no hay duda. No sé, la verdad es que es raro que te alejaras así de una de tus mejores amigas, sin ningún motivo -dice.

-Igual tú no eres el más adecuado para decírmelo, dado que pasas muchísimo tiempo en tu otra vida, lejos de tus amigos y sus problemas -respondo enfadada.

-Vale... Eso es cierto. Pero tú has preguntado y se supone que lo haces aceptando que la respuesta puede no gustarte.

Permanecemos un rato en silencio, ambos mosqueados, observando los pájaros que revolotean entre los pequeños árboles y arbustos de su jardín. Nos llega la música de algún coche que debe estar parado por allí, “End of the century”. Tras un rato de escucha las actitudes se relajan y los ánimos se enfrían lo suficiente como para retomar la conversación, al menos por mi parte. No he venido a su casa para enfadarme con alguien más, ya tengo suficiente para una buena temporada.

-¿Lo que me has contado hasta ahora es básicamente lo que haces allí, verdad? -Digo tratando de iniciar una conversación.

Le cuesta arrancar, sigue enfadado, pero al final empieza a hablar. -Sí. Voy allí y me paso el tiempo disfrutando de mi afortunada situación. Con Sara. Bueno, muchas veces tengo aventuras con otras mujeres y lo cierto es que no me preocupo en absoluto por disimular y, sin embargo, ella nunca ha tenido una mala cara o un reproche, ni me planteado preguntas inoportunas. Está muy contenta con mis triunfos en su ambiente y solamente tiene ganas de demostrar lo orgullosa que está de mí. Además he ido descubriendo nuevas facetas de ella que la hacen aún más interesante, como sus conocimientos sobre arte, sus recetas de cocina, o su habilidad para bailar.

Con frecuencia me veo con Aurora, la chica del descapotable lila, y nos corremos alguna juerga al límite, quemando adrenalina y divirtiéndonos como posesos. Y también me veo con Eva. Y con otras muchas mujeres que he ido conociendo en estos años. Aparte de lo obvio comparto con ellas una gran amistad y estoy a gusto con todas, aunque sin duda Sara es la mejor y  la que me parece más completa y la más bella. Es curioso pero en estos años no ha envejecido nada. Bueno, es que tampoco las demás han envejecido, ahora que lo pienso. Creo que también yo soy más joven allí. Es increíble la energía que me desborda, sobre todo si la comparo con el ánimo decaído que por lo general mantengo aquí. Lo único malo que tiene aquel sitio es que cuando vuelvo aquí mi cara está cada vez más borrada y eso no es señal de nada bueno.

-Sí, es verdad. Tus rasgos últimamente aparecen menos que antes, algunos días no veo tus ojos o tu boca en ningún momento. -Le digo con preocupación.

-El proceso, sea lo que sea, se está acelerando. Si sigo así pronto seré irreconocible o habré desaparecido del todo. Debo tomar una determinación, pues tengo la certeza de que si sigo así pronto no seré absolutamente nada, ni aquí, ni allí.

-Tienes que renunciar a una de tus vidas. Es evidente. Ya sé que parece difícil elegir esta vida de aquí teniendo en cuenta las bondades de la otra, pero creo que tú perteneces a este mundo y deberías quedarte aquí. No sé, vende la bañera, cambia de casa. Disfruta de tu vida de librero y búscate una tía o varias, ahora ya sabes que puedes hacerlo.

-Tienes toda la razón, pero que difícil decisión tengo delante. En cualquier caso quiero darte las gracias. Tenerte durante estas semanas me ha servido de mucho, pues he podido hablar con alguien de todo esto después de tantos años sin hacerlo y he sentido que me escuchabas y me comprendías a pesar de que no es una historia fácil de creer.

-Yo también me alegro de haberte conocido. Aunque lo que he hecho ha sido principalmente escuchar me ha servido de mucho tener una relación alejada de mi vida cotidiana, que últimamente es bastante insatisfactoria y estos momentos me sirven para alejarme un poco de tantos sinsabores.

-Bueno. Entonces estamos muy bien, al menos entre nosotros. Esforcémonos por mantenernos así durante mucho tiempo. Será muy bueno para ambos. ¿Te parece que nos veamos mañana en el parque sobre las siete de la tarde? -pregunta.

-Vale. Allí estaré. Ahora que parece que me toca a mí contarte mi vida creo que te explicaré un problema que tengo en el curro con un imbécil que no para de acosarme. Ya verás, vamos a estar muy entretenidos. Ah, y recuérdame que te presente a mi amiga Marisa, ya verás cómo entonces decides quedarte en este mundo y pasar totalmente del otro.

-No será para tanto dice sonriendo -piensa que lo digo en broma.

-Bueno, tú no apuestes nada. Torres más altas han caído.

martes, 24 de enero de 2012

Discos del capítulo XIV.

The Detroit Cobras - Life, love and leaving
Ludwig van Betthoven - Piano Concerto 4 & Op61a - Berezovsky
Antonio Vivaldi - The Four Seasons - I Musici - Felix Ayo

El hombre de la cara ovalada. Capítulo XIV.

.

-Anoche apareció Ismael en mi casa sin avisar y creo que hice lo peor que podía hacer. -Le cuento a Marisa mientras ojeamos unos vestidos en una boutique, en la que hemos quedado para hacer compras antes de la comida con mis padres y mi hermano.

-Si te acostaste con él digamos que es muy malo, solamente es lo peor que podías hacer en el caso de que no usaras condón y te hayas quedado embarazada. O si te ha pegado la gonorrea a modo de venganza. -Dice mientras me observa con atención. -Tía, lo tuyo es de juzgado de guardia, ¿no te das cuenta?

-Que no, que no. No va por ahí. Lo que pasó es que le tiré un disco duro a la cabeza, pero no acerté, bueno, con el mando a distancia sí que le sacudí de lleno. -Lo digo con aire divertido pero el recuerdo me duele y me revuelve. Me arrepiento, no tendría que haberme dejado llevar por la rabia de esa forma. Pero lo hecho, hecho está.

-Joder. Tú y tu legendaria hospitalidad. Bueno, no pasa nada, hubiera sido peor si además le hubieras castrado cuando se quedó inconsciente.

-Ja, ja ,ja. No, no se quedó inconsciente. Pegó un portazo y se marchó. Pero ahora se estará cagando en mí porque hace unos días borre del disco duro todas sus fotos. -Comento con un sentimiento contradictorio, entre la diversión y la culpabilidad.

-Bueno, por eso no te preocupes, yo creo que antes de este último encuentro ya no le caías del todo bien. Pero ese ya no es tu problema, que le den.

-Sí. Que le den, o cómo se suele decir que le folle un pez -respondo.

-Ya. -hace una pausa que me intriga- En este punto tienes que saber una cosa. La que se lo está follando es Isabel. Te lo digo ahora porque más temprano que tarde te vas a enterar. Están saliendo desde hace unos días. Espero que no te importe mucho.

No digo nada. No es que me importe que Ismael salga con otra. Lo que pasa es que esperaba que estuviera desolado un tiempo, bastante, que no pudiera olvidarme y que no saliera de casa en unos meses por causa del dolor insoportable. Pero no, el muy capullo se ha puesto con otra historia, borrando mi huella al menor descuido. O igual tampoco en él he dejado ninguna huella, ni siquiera la del odio.

Llegamos a casa de mis padres y procedemos al inevitable ritual de los saludos y besos. Hija que demacrada te veo. Marisa ¿cómo puedes estar siempre tan guapa? Presento a Marisa y a Daniel, que aún no se conocen. Mi hermanito se creía muy por encima del resto pero se le ve claramaente alucinado ante la presencia de mi amiga. Su actitud decidida y su inalterable seguridad en si mismo han sido tan abatidas que parece un niño pequeño ante el escaparate de una juguetería. La mira moverse igual que si estuviera bajo los efectos de alguna droga, observando sus movimientos como si los viera a cámara lenta. Lo siento chaval, este juguete es sólo para niñas, mira en el siguiente escaparate. Paso. Ya me descojonaré de él cuando estemos a solas.

Entregamos el regalo a mis padres y ellos nos dan las gracias emocionados por poder poner un payasito en su ejercito de esperpentos. Seguro que cuando nos vayamos lo cogen en brazos y le presentan uno por uno a sus hermanitos de porcelana. Miiira, esta ratita se llama Susana y este es Rodrigo el arlequín meláncolico, y esta de aquí es la bailarina que mutiló la insustancial de María.

Marisa ha comprado una botella de vino para mis padres y también un tapete de ganchillo para que lo pongan debajo de la figurita de Lladró, no les vaya a rayar la boisserie, que es preciosa. A mis padres les encanta, y es que suelta el comentario con una naturalidad incuestionable, que no deja lugar a dudas, lejísimos de las risas que nos hemos echado mientras lo compraba, y se me escapa una risita recordándolos. Mis padres me miran sin comprender mientras dicen -Pero qué detalle, Marisa. Es que siempre estás en todo.

Debido a que está mi apabullante amiga la comida transcurre de forma agradable y sin las tiranteces habituales. Todo muy bien, hasta que mi padre le pregunta a Daniel por el trabajo, sacándole de su ensimismada observación de Marisa. Y luego nuestro querido progenitor me mira a mí, intentando no parecer preocupado, y me pregunta por las clases de teatro, para no abordar directamente el tema del trabajo, que es lo que en realidad quiere preguntar.

-He dejado las clases -respondo- Ayer fue mi último día.

-¿Y eso? Preguntan al unísono mis padres. Marisa me mira con su expresión de “estaba claro”. Y el cabrón de Daniel me sonríe con ironía.

-Es que creo que no me van a llevar a ningún lado. Ya no pueden enseñarme más y además ahora me gustaría iniciar nuevos proyectos. No sé, igual podría dar clases para ser articulista o escritora. Es algo que estoy pensando hace tiempo. -Me doy perfecta cuenta de que nadie toma muy en serio lo que estoy diciendo, pero me da igual- Creo que tengo vocación para eso y muchas experiencias que contar.

-Lo importante es que conserves el trabajo, -dice mi padre- con los tiempos que corren nadie se puede permitir el lujo de perder su puesto de trabajo y además esa compañía es buenísima, de toda la vida. Fíjate que mi abuelo ya tenía seguros en ella.

-No sé. La verdad es que es una mierda de curro. Está taponando mis formas de expresión. Todos los días iguales, leyendo papeles y escribiendo en el ordenador. No es algo que me haga sentirme realizada precisamente.

Me miran con miedo, lo noto. No quieren preocuparse otra vez por mi futuro, por lo que dejo sin terminar, por mi falta de compromiso con las cosas importantes, con la gente, con la vida.  Menos mal que Marisa se ha dado cuenta de la situación y con habilidad cambia de tercio y le pregunta a Daniel que tipo de música suele escuchar, a ver si me puede aconsejar algo, que en el coche la he obligado a escuchar un disco horrible de unos que se llaman Detroit Cobras. Daniel no puede dejar escapar la ocasión de impresionar a mi amiga y le recomienda la versión para piano del concierto para violín de Beethoven Opus 61a. Infeliz, esos son demasiados datos incomprensibles para una pobre incauta que ni llegó a las Cuatro Estaciones de Vivaldi.

Pasamos el resto de la comida así, con Marisa dirigiendo la conversación y apoyándose en Daniel, al que le cuesta seguirla desde su estado catatónico-observador. Mis padres escuchan pero no dicen nada. Y yo me quedo sumida en mis pensamientos, lejos de allí, imaginando que Ismael viene a pedirme perdón y a decirme que no me olvidará nunca. Yo le explico cariñosamente que no tenemos futuro pero que le ayudaré en todo lo que pueda cuando pase por malos momentos. Siempre tendrá en mí alguien comprensivo a quien recurrir, una oreja si necesita que le escuchen, aunque una traviesa vocecilla interior me dice que si eso llegara a ocurrir yo no estaría allí, que no me apetecería aburrirme escuchando los problemas de otro. Maldita vocecilla indiscreta.

De repente, obedeciendo a un impulso sin duda estúpido, empiezo a hablar, interrumpiendo la historia que está relatando mi amiga. -¿Os cuento el sueño que he tenido esta noche? -Todos me miran en silencio, Marisa y Daniel intentando decirme con sus miradas que me calle y mis padres preparando sus escudos para no verse agredidos por otra de mis rarezas.

Veréis. Yo era un pájaro que vivía entre los árboles de un parque y mis amigos, que eran personas normales, venían todas las tardes a verme y a pasar un rato conmigo, pero yo en lugar de hablar y divertirme con ellos usaba mi pico para arrancarles, sin que lo advirtieran, los ojos, las cejas, los labios, la nariz, las orejas, hasta dejarles sin rasgos en sus caras. Así todos los días, hasta que todos mis amigos carecían de facciones. Entonces llegó un momento en que ya no era capaz de distinguirles y eso hizo que me sintiera muy sola. Terriblemente sola. Comencé a llorar y a pedirles ayuda, pero ellos no se daban cuenta, no podían oírme ni verme, ya no se percataban de mi presencia, y sin embargo charlaban entre ellos igual que siempre, reconociéndose perfectamente los unos a los otros pues veían las facciones de sus caras, los rasgos que yo había eliminado y que ahora ya no podía apreciar.


Por la tarde atravieso el parque y me dirijo a la dirección que me facilitó Domingo. Vive en una calle muy tranquila, en la mejor zona del barrio, en un chalet muy bonito, rodeado de vegetación, de plantas, setos y enredaderas. Abre la puerta tras mi llamada y me obsequia con una de sus sonrisas de medio segundo, me da un abrazo y me invita a pasar. Me ofrece café, té, coca-cola, y le digo que me apetece un té verde. Calienta a medias un vaso de agua en el micro y me prepara un brebaje asqueroso bastante más parecido al agua caliente que a una infusión. Está claro que no toma té muchas veces.

Nos sentamos en el salón. Yo casi no puedo pronunciar palabra pues estoy bloqueada tras la agobiante comida con mis padres. El me mira y comprende que tendrá que tomar la iniciativa pues yo estoy superada por mis últimos días.

-¿Quieres ver la bañera? -pregunta.

-Sí ¿por supuesto? -Respondo mientras la emoción y la impaciencia me asaltan de pronto.
Allí, a unos pocos metros, está la puerta del baño. El la abre despacio y me invita a pasar. Es un baño no muy grande, decorado en tonos muy claros reforzados por la luz que entra por la ventana, frente a la puerta que acabo de cruzar. Observo la bañera y me sorprende comprobar que es exacta a cómo la había imaginado, con sus patas y grifos dorados salpicando el blanco inmaculado. Los tres botes están allí sobre el borde más alejado, quietos, estáticos, tranquilos, aguardando el momento de entrar en acción. Hay algo inquietante en el conjunto que me empieza a turbar, así que aparto la vista hacia el espejo y me imagino a Domingo, mirándose, comprobando que partes de la cara le faltan hoy.

-¿Qué te ha parecido? Pareces impresionada -Comenta Domingo una vez que hemos vuelto a acomodarnos en los sofás.

-La verdad es que he sentido algo raro allí dentro. Se percibe una presencia o una fuerza que me ha dejado un poco turbada.

-Bueno, seguramente será porque sabes lo que pasa ahí y eso te condiciona un poco la percepción.

-No lo creo, ha sido algo muy real ¿No te da miedo meterte en esa bañera sabiendo lo que pasa y que alguna fuerza poderosa lo tiene que dirigir? -pregunto.

-El primer día sentí miedo, ya te lo comenté. Pero después no. He pasado tantas veces al otro lado que para mí es igual que atravesar una puerta. Claro que además tiene el aliciente de que esa puerta da acceso a mi particular Shangri-La.

-¿Las siguientes veces que volviste allí fueron igual que las dos primeras?¿Sexo y placer?

-No. Bueno, no exactamente. La siguiente vez, cuando llegué, Sara me estaba esperando en el salón de casa. Me recordó que ese día tenía que dar una conferencia sobre literatura del siglo XVIII en el Círculo de Bellas Artes. Sus halagos y recomendaciones habían despertado una gran expectación sobre mí y el salón de actos estaba abarrotado por las personas más influyentes y cultas de la región.

La verdad es que nunca he sido un gran orador, pero aquel día pronuncié un discurso memorable sobre los valores que nos transmite la literatura a lo largo de los siglos y llegué a ver a algunas personas emocionadas por mi entusiasmo y por mis revelaciones sobre los valores humanos que nos ayuda a conservar la obra escrita. El acto terminó con una sesión de preguntas que fue muy participativa y estimulante, pues aquellas personas planteaban cuestiones realmente interesantes que yo conocía gracias a mis largos años de experiencia.

Después de la charla Sara y yo asistimos a una fiesta de bienvenida que habían organizado en mi honor y en la que pude conocer a los más importantes personajes de la zona. Se notaba que Sara estaba muy orgullosa de mí y me paseaba del brazo con aire un poco presumido, lo justo pues esa mujer siempre define la elegancia. Sin embargo, tras un par de horas en aquella fiesta empecé a aburrirme. Al principio era muy estimulante sentirse tan halagado pero ya me había cansado de todo aquello, así que salí solo a la terraza a respirar un poco de aire fresco y a contemplar los jardines de la mansión. Llevaba allí un par de minutos apoyado en la balaustrada cuando se acercó una mujer morena, más que guapa atractiva, con un aire transgresor y algo irrespetuoso con el entorno que nos rodeaba. No llevaba traje de fiesta como el resto, sino que vestía una cazadora corta de piel blanca, unos ajustados pantalones de cuero negro y botas de media caña.

Me felicitó por mi discurso y me dijo que había sido lo único bueno de la velada, que después se había convertido en un monótono cortejo entre gentes importantes. Sonreí confirmando que no podíamos estar más de acuerdo. Entonces, con una expresión traviesa me propuso largarnos a dar una vuelta en su descapotable. No me lo pensé dos veces. Saltamos al jardín y corrimos hasta el parking. Subimos en su convertible deportivo de color lila, que no podía ser más llamativo y después de tres o cuatro derrapes por puro exhibicionismo, condujo fuera del aparcamiento.

Recorrimos rápidamente el paseo marítimo y metió el coche en la extensa playa bajando por una de las rampas. Manejaba el vehículo con increíble destreza a pesar de las dificultades que conlleva la conducción sobre arena, saltamos dunas a toda velocidad, derrapamos en la orilla, hicimos trompos hacia atrás y hacia adelante, siempre riéndonos a carcajadas, disfrutando como adolescentes en acto ilícito. La luz de la luna, el brillo de las estrellas, el rumor de las olas, el olor del mar, contribuían a crear en ambos una sensación exultante de felicidad. Llegamos al otro extremo de la playa y ascendimos por las dunas hasta volver a la carretera. Vimos un McDonalds y nos las arreglamos para llevarnos la comida sin pagar entre los gritos de protesta de los empleados, e hicimos lo mismo en otros dos o tres locales de comida para llevar y terminamos recorriendo las calles a toda velocidad con un par de policías en sus scooter intentado alcanzarnos, mientras yo, incorporado sobre el parabrisas con la cara contra el viento, recitaba a voz en grito los Proverbios del Infierno de William Blake.

Tras despistar a nuestros perseguidores acabamos de nuevo en la playa, nos desnudamos y nos metimos en el mar, empujándonos y jugando como dos cachorrillos. Nos besamos, nos abrazamos, nos acariciamos y allí mismo, con el agua por la cintura, puse en práctica con gran éxito todas las enseñanzas recibidas en mis recientes escarceos.

Estaba amaneciendo cuando me dejó en la puerta de mi casa. Nos despedimos con un beso y agotado entré directamente hasta el baño, sabiendo que era hora de volver, que había llegado el momento de retomar mis obligaciones en este mundo. Al retornar me miré en el espejo que acabas de ver y sin ninguna sorpresa comprobé que también mi nariz empezaba a desaparecer, a verse borrosa y difusa. Sin pararme a pensarlo ni un momento me fui a trabajar.

viernes, 20 de enero de 2012

Discos del capítulo XIII.

The Police - Synchronicity

El hombre de la cara ovalada. Capítulo XIII.

.

-Yo creo que tu amiga tiene que ser más simpática que tú, no me jodas. -Dice el idiota de Julio.

-Claro, es supermaja, y además está esperando a que llegue un tío vomitivo con un bigote ridículo para que le coma el coño. Anda, ¡qué suerte!, cumples con los requisitos. Escucha imbécil, ¡déjame en paz de una puta vez!. ¡Aléjate de mí ser unineuronal! -le digo casi escupiendo.

-Vale. Lo pillo, pero pongamos las cosas claras. Tú eres una piba bastante desagradable pero yo no me rindo ante los obstáculos si algo lo justifica y en este punto hay que reconocer que estás bien buena. No te voy a obligar a salir conmigo, que ese no es mi estilo, pero si a ti no te apetece no tienes por qué privar del privilegio a tu amiga del otro día. Que además me pega un montón.

-Vale, tío. Aléjate de mi mesa. Déjame vivir -Le digo en voz alta que llama la atención de la concurrencia.

Pero no se va. Me mira con maldad, se acerca a mí y susurrando me dice -Ni lo sueñes, o pillamos tú y yo o pillo con tu amiga, lo que prefieras. Y me vas a decir que sí, porque tengo unos cuantos expedientes que has redactado con ciertos errores gramaticales. No sé si me entiendes.

Por un momento me quedo sin palabras. Al final alguien ha reparado en mis interesantes expedientes pero lejos de fijarse en la innegable creatividad que contienen, los va a utilizar para chantajearme. Cosas del karma, supongo. En unos segundos consigo reaccionar. -Lo entiendo hijoputa -le respondo también en voz baja- Que me quieres chantajear, puto cabrón. Pero a mí este trabajo me resbala, me pueden echar mañana o me voy yo, que me da lo mismo, con tal de no tener que ver a un baboso como tú. Que cada vez que te me pones delante mi estómago se revuelve, que me da más asco, que llevas unas pintas grotescas y tu aliento es una pesadilla. Ni por mil euros existe en el mundo puta ninguna dispuesta a pasar dos minutos contigo, que seguro que no te da para más. Vete a tomar por culo muy lejos de mí.

Me mira con expresión ojiplática, parece que no esperaba tanta contundencia, y me dice -Piénsalo, yo creo que tienes hasta responsabilidades legales, tú verás. Te pueden reclamar la pasta de los gastos. Igual hasta te llevan a juicio. Tú verás. Tú verás.

Paso el resto de la tarde en estado depresivo. Salgo de la oficina y me dirijo al taller de teatro. Ultimamente las cosas tampoco van muy bien por allí. Los otros alumnos han ido formando sus grupos y cada vez me siento más desplazada y tampoco es que esté evolucionando mucho pues los profesores cada vez me hacen menos caso.  Entro en uno de los vagones del metro y me siento en el primer sitio que veo. Igual que siempre en estos viajes cortos me imagino viviendo otra suerte, siendo un artista reconocida, una estrella admirada por todo el mundo pero que a la vez mantiene su cabeza sobre los hombros y que tiene muy buen corazón, que demuestra continuamente. Pero hoy me cuesta concentrarme, la realidad no deja de joderme.

Me cambio de ropa en el teatro todavía con ánimo deprimido y me pongo una malla negra que se me antoja sucia y vieja, aunque la compré hace poco y está recién lavada. Cuando estoy saliendo al escenario, para ensayar con mis compañeros, Agustín, el profesor, me pregunta con aire preocupado si podemos hablar un momento a solas antes de las clases.

-Mira -empieza con tono dubitativo y con evidente tensión- es que quiero ser honesto, esto es un negocio pero yo no quiero engañar a nadie. Puedes seguir aquí el tiempo que quieras y nosotros te vamos a tratar igual que a los demás. Pero la realidad es que ya no podemos enseñarte más, lo que sabes es todo lo que te podemos enseñar o todo lo que tú puedes aprender. Yo sé que tienes muchas ilusiones, como todos los otros, pero la realidad es que a tu edad es muy difícil que puedas tener un recorrido en esta profesión y eso lo tienes que aceptar ahora para que no tengamos problemas más tarde. Claro, que siempre puedes venir por disfrutarlo, por realizarte en las clases, pero es que me miras de una forma... En fin, me miras y parece que me preguntas cuando va a llegar tu oportunidad, tu momento estelar, y la verdad es que es muy probable que nunca haya nada más de lo que ahora ves.

Me quedo mirándole a los ojos dos segundos y de pronto me echo a llorar como una imbécil. El hace un amago de abrazarme pero me voy muy rápido hacia el vestuario, meto mis ropas en la bolsa y salgo corriendo de allí. Sigo corriendo y corriendo, llorando como una loca, pasando como una exhalación ante los ojos de la gente con transita por ahí. Corro, lloro y corro hasta llegar a mi casa. Me tumbo en la cama y sigo llorando amargamente. Llena de dolor y decepción espero quedarme dormida y que empiece otro día, uno un poco menos cabrón. Pero suena el timbre de la puerta. Por un momento me imagino que me pasa igual que a Domingo, que abrió la puerta y se encontró con la chica de su vida, que voy a abrir la puerta y será un tío guapísimo que ya me está comprendiendo antes de decir palabra. Pero abro la puerta y me encuentro con Ismael. Mierda, puta mierda, mierda puta, puta mierda puta.

Me mira con aire tímido, esperando mi reacción antes de decir nada, para saber que alternativa tomar de las que habrá preparado y ensayado unas cien mil veces. Al final insinúa una sonrisa temerosa, preparado para cambiar el gesto en el siguiente pestañeo si es necesario. La misma expresión, la misma cara, que el día que me pidió salir entre las notas de Tea in the Sahara, notas para él desconocidas, entonces y ahora, ignorante, que tienes menos curiosidad que una lombriz.

Estoy muy mosqueada, muy mosqueada, y es inevitable que alguien que muchas veces antes pagó los platos rotos, los vuelva a pagar una vez más. No lo puedo evitar. Ha sido un día muy jodido y en mi vaso no caben más gotas. Y esta gota es muy gorda, la gota fría, la gota del pie de mi abuela, la gota de pintura que jodió el cuadro que era una obra maestra, una gota de cianuro en un biberón, una gota de ácido en el ojo – Pero ¿qué hostias quieres tú? -pregunto con agresividad.

Su sonrisa se desvanece y me mira sorprendido, cauto y ofendido. ¿Ofendido? Eso me cabrea aún más y me dispongo a cerrarle la puerta en las narices pero justo en ese momento empieza a hablar.

-Solamente quiero hacer una copia de las fotos. Es que de verdad que me hacen mucha falta. De lo contrario no estaría aquí, ya lo sabes. Mira, he traído un disco USB, me las copio en un momento y me marcho.

En un momento y me marcho. Vaya cabrón. Ni hola, ni cómo estás, ni qué ganas tenía de volver a verte, ni ya sé que has tenido un día jodido pero yo sigo queriéndote aunque sé que no tengo ninguna oportunidad con un pedazo de pibón como tú. El calor me abrasa a las mejillas, la furia me domina y la tensión de mis músculos parece que va a reventar mi cuerpo. Un parpadeo de más y exploto. Exhalando un largo alarido me doy la vuelta y corro hasta el mueble de la tele, cojo el reproductor multimedia y de un tirón le arranco todos los cables, dejando la tele, a la que estaba conectado, cruzada encima del mueble. Dos pasos hacia adelante y lanzo el reproductor hacia la cara de Ismael con todas mis fuerzas. Le da en un hombro y se le escapa un grito de dolor, pero reacciona muy rápido y coge el aparato al vuelo, apretándolo contra su cuerpo, antes de que caiga al suelo. Con el mando a distancia no tiene tanta suerte, le golpea en plena cara y sale rebotado por encima de su cabeza y se estrella contra el suelo, partiéndose en varios trozos. Me mira con odio y rabia, agarra el pomo de la puerta y pega un portazo de esos que a mí me gustan. Y me deja sola. Con la tele atravesada en el mueble, sin disco multimedia.

Clavada en mitad del salón empiezo a gemir, a llorar, a lamentar cada una de las decisiones que he tomado en mi vida, a golpearme el pecho con los puños. Me dejo caer de rodillas, me tiro del pelo, me doblo hasta el suelo y arrastro mi cara por la superficie de madera. La mancha de mis lágrimas queda en el suelo dibujando mi desdicha y a cambio el suelo me dedica sus rastros de suciedad en las mejillas, con ese estilo impresionista que caracteriza a los suelos empapados de lágrimas.

Tras bastante tiempo sin capacidad ni voluntad para moverme, el sonido del teléfono me saca de esa especie de hibernación autocompasiva en la que he quedado atrapada. Me incorporo como una autómata, en un movimiento mecánico que no sé muy bien cómo ha empezado, y levanto el auricular, pronunciando un “diga” carente de toda emoción. Es Domingo. Ayer cambiamos los teléfonos con intención de quedar este fin de semana en su casa, para que me enseñe la bañera y seguir con nuestras conversaciones, en un entorno más tranquilo que el del parque. Escuchar su voz me produce una alegría indescriptible, así que le saludo con alegría, efusivamente, estoy a punto de decirle que le echo de menos, que me gustaría estar con él y que me cuente alguna historia. Que venga a abrazarme y a decirme que tengo buen rollo, que soy la esperanza que necesita desde hace mucho tiempo.

-¿Te parece bien que nos veamos mañana sobre las 6 de la tarde? Ya te dí la dirección ayer -dice.

-Sí. Me parece estupendo. Ayyy, tengo muchas ganas de conocer tu casa y ver la bañera. Y de que pasemos un rato juntos. Me apetece mucho.

-Pues nada. Mañana podrás verlo todo y hasta te voy a invitar a merendar.

-Oye. He tenido un viernes horrible y me encuentro algo deprimida y encima mañana tengo una comida de celebración en casa de mis padres que no me apetece nada y menos con el ánimo que llevo. Me vendría bien hablar un rato, pensar en otra cosa, ¿puedes charlar un rato?¿por qué no me cuentas un poco más de tu historia, aunque sea por teléfono?

-Vaya, lo siento. Ya veo que tienes un mal día. Espero que no te haya pasado nada irremediable. Algunos días son así, pero piensa que vendrán otros mejores. Claro que no tengo inconveniente en hablar un rato por teléfono, si tú quieres. Al fin y al cabo me queda todavía bastante por contar. -Comenta con tono comprensivo y retoma la historia tras rogárselo de nuevo.

-Verás. El segundo retorno fue casi igual que el primero. Todo igual salvo que cuando volví a mi bañera, me sequé y me miré al espejo durante unos segundos, me pareció apreciar un fenómeno extraño. Mis cejas se estaban empezando a borrar. O mejor dicho, estaban allí, se emborronaban, desaparecían, todo en una sucesión caótica y sin sentido. Supuse que estaba mareado o cansado tras los excesos de la noche al otro lado, pero me mantuve un buen rato observando y lo único que presentaba un aspecto extraño en el espejo eran mis cejas. Me fui a la cama evitando pensar en ello y caí rendido. Cuando me desperté al día siguiente me dirigí al espejo y comprobé que aquello seguía ocurriendo, mis cejas aparecían y desaparecían en un ciclo infinito.

No le di muchas vueltas pues tenía unas ganas enormes de volver a viajar desde mi bañera, sin embargo no podía hacerlo de inmediato pues había muchas cosas que arreglar en la librería y cuanto antes empezara, antes terminaría. Me vestí, desayuné y salí hacia la tienda. Pase todo el día trabajando, ordenando libros, buscando en catálogos y haciendo pedidos, atendiendo a señoras que buscaban regalos para sus maridos amantes de los libros de viejo, a hombres y mujeres que buscaban rarezas a precios de saldo y todo tipo de personajes con ganas de regatear el precio de libros con 200 años de antigüedad igual que si fueran relojes de imitación sobre una tela de felpa extendida en la acera..

Por la tarde volví a mi casa. Tenía prisa por embarcarme en mi bañera. Ni siquiera comí alguna fruta cómo hacía todos los días siguiendo con disciplina mi rutina, al fin y al cabo podía coger una de las otras que sabían mejor. No seguí ninguna de mis costumbres, pues cualquier cosa que quisiera hacer podría hacerla al otro lado, sólo que mucho mejor.

Volví allí usando la bañera y no me entretuve. Crucé la calle y toqué el timbre de Sara, no te lo había dicho, pero así se llamaba mi amiga. Me abrió la puerta envuelta en un trozo de seda semitransparente. Me invitó a pasar y besándonos nos dirigimos a su piscina. Me desnudó con increíble destreza y rapidez y en menos de un minuto estábamos haciendo el amor dentro de su piscina y seguimos practicando hasta que quedamos exhaustos. Todavía me pregunto cómo es posible que el agua estuviera a una temperatura tan perfecta. Luego, nos secamos al sol de la tarde mientras tomábamos unos cócteles excelentes que esa irrepetible mujer preparó en un santiamén.

Mientras me hacía un masaje relajante en la espalda, me propuso salir a cenar con su amiga Eva, que estaba de paso en la ciudad. Te gustará, me dijo, y además es muy guapa. Nos encontramos con ella en un italiano del centro y vaya si me gustó, el calificativo de guapa no le hacía justicia, yo diría que era muy atractiva. Una rubia preciosa, quizá demasiado llamativa para mi gusto, muy simpática y llena de ironía. Nos sentamos a cenar en el centro del comedor y pude sentir las miradas de envidia que me dirigían desde las otras mesas. Congeniamos muy bien los tres, formábamos un grupito muy divertido y la cena estuvo repleta de comentarios inteligentes y risas. Nos animamos a tomar una copa después y luego otra, y otra, y otra más, y así terminamos en la piscina de Sara, los tres desnudos, bañándonos y riéndonos, pero una cosa llevó a la otra y acabamos... Bueno, ahora no voy a decir haciendo el amor dado que aquello se ajustó poco a esta expresión, creo que acabamos fornicando en territorio perverso. No te voy a dar más detalles, que tampoco es necesario, ya te haces una idea.

En fin, cuando todo se había tranquilizado estuve pensando en cómo era posible que tuviera tanto éxito con las mujeres en aquel mundo y, sin embargo, en este me parecía casi imposible conocer a alguien. Curiosa contradicción vista desde la fortaleza que en esos momentos sentía. De pronto, otra vez la misma sensación, la urgencia por volver, la angustia por el tiempo perdido me hizo retornar a este mundo y de nuevo frente al espejo pude ver que ya no solamente eran mis cejas las que se desvanecían, también mis ojos eran difíciles de ver pero luego volvían a aparecer nítidos y luego desaparecían otra vez, en un ciclo interminable.

miércoles, 18 de enero de 2012

Discos del capítulo XII.

Mozart - Piano Concertos 15, 21 & 23

El hombre de la cara ovalada. Capítulo XII.

Estoy otra vez en el banco verde, esperando a Domingo. Otra vez llega tarde, sólo que hoy llevo bastante tiempo esperando.  Mucho tiempo. Y me preocupa que no venga. Pero al final le veo aparecer con aspecto cansado y un poco atormentado. Se sienta a mi lado mientras me guiña un ojo que desaparece un segundo después.

-Lo siento -dice- se ha pasado el tiempo sin darme cuenta y llego bastante tarde. De verdad que lo siento, es que últimamente me entretengo con facilidad.

-¿Has estado allí, verdad? Acabas de salir de la bañera después de pasar un buen rato en tu otra vida -Le pregunto.

-Así es. Te has dado cuenta, me vas conociendo. Sí, acabo de llegar y todavía estoy adaptándome. La verdad es que cuesta un rato aceptar el cambio.

-Cuéntame que has hecho allí. -Le pido impaciente.

-¿Hoy?¿Allí? Pues... bueno, he estado con una chica con la que me suelo ver. Allí es muy fácil relacionarse. Pero, oye, yo creo que lo suyo es que siga la historia dónde la dejé el otro día ¿no te parece? -Dice con un interrogante en su cara mientras es recorrida por una turbulencia.

-Sí. Seguramente será lo mejor. Sigamos entonces en el momento en que volvías de tu primera experiencia.

-Bueno. Pues verás, cuando volví de aquel primer viaje la sensación de irrealidad sobre aquellas vivencias era muy grande. Más que experiencias vividas parecían el recuerdo de alguna novela recientemente terminada, o una aventura relatada por otro en alguna revista de viajes. Pero el recuerdo de la sensación de bienestar, de seguridad, de la ausencia de problemas, que había experimentado al otro lado era tan satisfactorio y pleno que estaba deseando volver por muy irreal que aquello fuera. La vida aquí empezó a parecerme incompleta, defectuosa y triste, así que al día siguiente ya estaba mentalizado para un nuevo viaje.

Emergí en la otra bañera y me vestí rápidamente con ganas de seguir explorando aquella segunda oportunidad de vivir. Me entretuve unas horas en el salón y el resto de la vivienda comprobando que las observaciones que realicé en mi primera visita eran acertadas y admirando algunos de los objetos, colecciones y equipos electrónicos albergados en aquella casa en la que me sentía tan cómodo. Recuerdo que me llamó la atención que no hubiera ropa de ningún tipo en ningún armario, aunque era una cuestión que no me preocupaba en absoluto dado que mi interés por la moda es nulo y con las ropas que llevaba estaba tan a gusto.

Salí al jardín y cogí una manzana de uno de los frutales, me quité la camisa y me tumbé en una de las comodísimas hamacas que estaban dispuestas alrededor de la gran piscina y me comí la fruta mientras observaba las formas del agua cristalina agitada levemente por la suave brisa. Abrí el libro que portaba y me concentré en su lectura durante mucho tiempo, hasta que sonó el timbre de la puerta de entrada. No conocía a nadie allí así que no imaginaba quién podía ser pero, no sé por qué, me imaginé que sería el cartero y con esa presunción abrí la puerta, así que me quedé boquiabierto y sin poder decir palabra al encontrarme con una mujer cuya discreta belleza y porte extraordinariamente elegante me dejaron sin habla.

Me estaba explicando algo pero yo no era capaz de concentrarme en la conversación, aunque pude sacar en claro que se acababa de mudar al chalet de enfrente y que se estaba presentando a los vecinos. Miró el libro que yo sostenía en mi mano y alabó mi buen gusto al elegir lectura y así iniciamos una interesante charla sobre literatura y libros antiguos, también su pasión, la invité a pasar y continuamos la charla en las hamacas hasta el atardecer. Era guapa, culta, soltera y compartíamos intereses, y hay que reconocer que esto último es poco común teniendo en cuenta que determinados tipos de intereses no son muy frecuentes en el mundo actual. Aquello pintaba muy, muy bien así que en un alarde de valor la invité a cenar esa misma noche.

Pasamos una estupenda velada entre risas y anécdotas en un pequeño restaurante japonés que encontramos en el paseo marítimo, que luego recorrimos de arriba a abajo. Ya sé que es un tópico y que por ello casi pierde su valor, pero sentía que la conocía de toda la vida o más bien que era la persona a la que llevaba esperando toda mi vida. Además pude darme cuenta de la admiración que mis conocimientos sobre literatura, libros, etc... habían despertado en ella, que terminó proponiéndome mi presentación al Círculo de Bellas Artes de la ciudad, que ella frecuentaba,  para que pudiera ofrecer mis conocimientos en conferencias, charlas, etc... y que participara de forma activa en esa comunidad.

La música era otra de nuestras aficiones comunes y en este terreno fui yo el que quedó perplejo por sus amplísimos conocimientos. Recuerdo que me estuvo contándome detalles insospechados sobre la analítica y concienzuda interpretación de Alfred Brendel en su fastuosa grabación de los más conocidos conciertos para piano de Mozart.

Cuando llegó la medianoche estaba a su merced, completamente enamorado, y lo mejor es que me parecía que ella sentía lo mismo por mí. La atracción era mutua y evidente, la complicidad por tantos intereses comunes y coincidencias saltaba a la vista y ya casi nos entendíamos sin tener que pronunciar una palabra. Fuimos a mi casa y casi sin llegar a entrar del todo empezamos a besarnos, al principio dulcemente, pero enseguida con tal pasión que a mitad del salón ya nos habíamos quitado casi toda la ropa el uno al otro. Hicimos el amor durante horas de una forma que nunca antes conocí, bueno, ni siquiera sospeché, en el sofá, en el dormitorio, en la cocina. Era una mujer extraordinariamente apasionada y puso en práctica una imaginación de las que causan rubor y que despertó en mí  habilidades que nunca me había atrevido a poner en práctica, así que fue una noche de sexo y amor inolvidable.

Nos dormimos en mi cama, agotados, saturados de placer, rendidos a un sueño irresistible y profundo. Pero enseguida me desperté otra vez con aquella sensación apremiante, con la necesidad de salir de allí y volver a este mundo urgentemente, con la frustración que produce la certeza de estar perdiendo el tiempo, aunque fuera inexplicable. Sin pensarlo dos veces, me levanté y me metí en la bañera para volver a mi aburrida vida de librero sin pareja, en este mundo tan cruel y solitario.

Vuelvo a casa caminando tranquilamente y pensando en la historia de Domingo. Decidiendo cómo sería mi casa y mi jardín si pudieran ser cómo yo quisiera. Tendría una moto enorme, una de esas Harley negras, y un descapotable blanco. En lugar de estanterías llenas de libros tendría las paredes vacías, para colgar los montones de cuadros que he pintado y para las obras de pintores prometedores que elegiría con sabiduría para que aquello se convirtiera en una exposición de arte vanguardista.

Jugaría con los perros sobre la hierba y luego dentro de la piscina. Sonaría el timbre de la puerta y aparecería un tío monísimo y encantador, que me adoraría nada más verme. Que se quedaría sin palabras sólo con verme y que nunca más se podría desenganchar de mí. Me contrataría para su teatro y allí triunfaría cómo ninguna actriz lo ha conseguido antes. Estaría tan bien que ni siquiera querría despreciar a los que antes me han despreciado a mí.

viernes, 13 de enero de 2012

Discos del capítulo XI.

Extremoduro - Material Defectuoso
Massive Attack - Mezzanine

El hombre de la cara ovalada. Capítulo XI.

 .

-Hola Daniel.

-Hola María. -Me coge de un hombro y me besa levemente en ambas mejillas. Y teniéndole tan cerca me llega su olor, que me recuerda aquellos días, tantos y tantos días, de compartir juegos y descubrimientos, de comprendernos, de comprenderme, a pesar de la diferencia de sexos y de la edad. Dos años le llevo a mi hermano pequeño, pero en realidad siempre fue una de esas personas que maduran demasiado rápido y casi podría decirse que es mi hermano mayor, pues en la práctica fue siempre el que aconsejaba y el que cuidaba de mí. Más de una vez le partieron los morros por mis gilipolleces y lo cierto es que nunca me reprochó nada, ni me puso una mala cara. Lo asumía como el precio a pagar por tener una hermana, una hermana como yo, claro.

-Entonces, ¿qué? ¿les compramos un regalo a los viejos? -comenta alegremente, recordándome que hemos quedado para compran un regalo a nuestros padres, que el próximo sábado cumplirán 35 años casados y hay una de esas celebraciones familiares tan odiosas, pero que para ellos son una especie de eucaristía familiar, de las de pan, vino y arrepentimiento. Como es fácil imaginar el arrepentimiento llega por haber cometido una vez más el error de asistir a otro evento familiar deprimente en lugar de decir “paso, colegas, creo que os arreglaréis sin mí”.

-¿Otra figurita de Lladró? -Le comento con actitud cínica, pues odio esas horribles estatuillas. No puedo con sus formas románticas y sus colores empalagosos. Son feas, ocupan sitio y se rompen fácilmente. Aún me duele la mejilla del bofetón que me soltó mi madre cuando tenía 12 años y rompí el brazo de la bailarina de ballet. Intenté arreglar el desastre pegándola con Loctite pero no hubo forma de devolver la pose hortera a la extremidad de aquel adefesio.

-Ja,ja,ja. Pero que cabrona eres. Pero, sí, me parece bien. Esta vez el aniversario acaba en 5 así que la ocasión merece un regalo especial. Hay una tienda de esas aquí cerca, de esas que están llenas de japoneses, que a ellos, gentes de buen gusto, les encantan. No como a ti, que careces de sentido de la estética. Y hablando de sinsentidos, ¿cómo va tu vida?

-No me puedo quejar. Tengo un hermano tonto del culo, pero por lo demás bien. Gracias. -Me siento muy bien con él y me entran muchas ganas de reírme, de saltar, igual que cuando eramos pequeños, de que nos peguemos en broma. Y sin pensarlo le tiro del pelo, bastante fuerte. Y me pega una patada en el culo y seguimos haciendo el memo hasta que entramos en la tienda.

Me sujeta los brazos y muy serio me dice -Ahora a portarse bien que los templos del arte merecen un respeto, insensata.

Damos una vuelta por la tienda, flipando con la música que tienen de fondo, Mezzanine, que no pega mucho con el sitio, ni con la clientela, y nos partimos de risa con la carroza de Blancanieves, el arlequín melancólico y la princesa sentada que observa el agua del estanque. Pero al final compramos un payaso que hace malabares con tres bolas, cerámica en azul y rosa pastel. Una preciosidad que hará las delicias de mis padres y que probablemente ocupará una de las tres primeras filas de honor en el regimiento de estatuillas creepy que coleccionan.

Entramos en un irlandés que encontramos cerca a tomar un café y charlar un rato. Daniel me pregunta que tal lo llevo. Le miro intentando parecer convincente en lo que voy a decir, que estoy de puta madre y eso, pero de pronto cambio de opinión y le digo lo primero que me sale.

-Me siento muy rara. Ultimamente me están pasando cosas que, bueno, para qué contar. Y tengo unas pesadillas extrañísimas casi todos los días. Esta noche soñé que estaba maquillándome en mi camerino para salir a escena en un teatro y el espejo estaba enamorado de mí y me decía que podía pedir un deseo, lo que quisiera. Y yo le pedía que cambiara mi cara por otra, de forma que nadie pudiera reconocerme, pero aún así seguiría siendo yo. De esa forma tendría la oportunidad de empezar otra vez muchas relaciones decepcionantes y podría demostrar a aquellos que no me valoraban lo suficiente cómo era realmente, por encima de las debilidades y errores mostrados en el pasado. Pero el espejo me respondió que eso era imposible, que mi fealdad la había creado yo y que era una parte inseparable de mí. Eso me irritó al máximo y empecé a gritar como una posesa, a tirarle pinceles, pintalabios y maquillaje y de pronto le empecé a golpear con un martillo que apareció en mi mano, pero el espejo no se rompía, así que agarré un mazo enorme y le sacudí muy fuerte pero tampoco,  me levanté de un brinco y le lancé la silla con todas mis fuerzas sin conseguir nada. Entonces vi mi reflejo en el espejo y me di cuenta de que estaba mucho más fea que antes, que era feísima, espantosa, era fácil reconocerme pero cómo una versión de mí horrible hasta un punto ridículo. Me puse a llorar amargamente y cuando se acercó la hora de salir a escena dibujé un rostro en una bolsa de papel, me la puse en la cabeza y salí al escenario a representar mi papel un día más.

-Ojalá pudiera decirte que significa, pero sin tener ni puta idea seguro que empeoro las cosas soltando una interpretación sin sentido. ¿Has pensado en ir a un psicólogo? Entiéndeme, aunque no tengas ningún problema grave con tu vida o con tu forma de ser, igual te ayuda a encontrar una explicación a esos sueños.

-No sé. No me veo yendo al psicólogo. Seguro que salgo de allí peor de lo que entro, solamente me hace falta alguien que fomente mi tendencia a comerme la cabeza, ¿sabes? Supongo que estoy en una de esas fases en las que me siento asqueada de todo. Lo que me vendría bien es pillarme unas vacaciones y viajar a la otra parte del mundo, al Caribe o por ahí, tomarte 7 mojitos después del desayuno y ligar con los camareros del hotel.

-En fin, así somos. Todo lo arreglamos con vicios, sexo droga y rock. Por cierto, te falta la música.

-¿La banda sonora? Pues para reafirmar el toquecillo barriobajero le iría bien Material Defectuoso.

-Sí, je,je, le pega a tu película esa pincelada de inmundicia cultural. Bueno, ¿qué tal te va por la oficina?

-No me va mal. Bueno, hay un idiota que me está dando mucho la chapa últimamente. Es un tío asqueroso, que siempre lleva guarro su bigotillo y que me estaba entrando todos los días. Hace poco vino a verme Marisa a la oficina y desde entonces ha redoblado sus esfuerzos, aunque yo creo que ahora le da igual si quedo yo con él o le doy el teléfono de ella. El caso es que no para de darme la matraca. Por cierto, que he invitado a Marisa al aniversario de tus padres, así no me aburro tanto y tengo alguien con quien comentar después las chorradas que tú dices.

-Pues que bien. Ya tengo ganas de conocerla. La espectacular Marisa, a la que precede la fama de su belleza. Aquella que descongela los polos. La que hace los días más largos porque el sol se detiene a mirarla.

-Calla idiota. Mucho cachondeo y seguro que cuando la veas te golpea la mandíbula con la mesa. Pero no te hagas ilusiones que no tienes ninguna posibilidad, la churri es bastante lesbiana. -Le comento con toda la naturalidad que puedo reunir, pues en el último momento me ha dado miedo que pregunté si he comprobado esos detalles tan escabrosos.

-El mundo nunca fue un lugar perfecto -dice el muy cretino.



Estoy otra vez en el banco verde, esperando a Domingo. Otra vez llega tarde, sólo que hoy llevo bastante tiempo esperando.  Mucho tiempo. Y me preocupa que no venga. Pero al final le veo aparecer con aspecto cansado y un poco atormentado. Se sienta a mi lado mientras me guiña un ojo que desaparece un segundo después.

-Lo siento -dice- se ha pasado el tiempo sin darme cuenta y llego bastante tarde. De verdad que lo siento.

-¿Has estado allí, verdad? Acabas de salir de la bañera después de pasar estar en tu otra vida -Le pregunto

-Así es. Bueno, ya veo que me vas conociendo. Eres muy lista.

-Cuéntame que has hecho allí. -Le pido impaciente.

-¿Hoy?¿Allí? Pues... bueno, he estado con una chica con la que me suelo ver. Allí es muy fácil relacionarse. Pero, oye, yo creo que lo suyo es que siga la historia dónde la dejé el otro día ¿no te parece? -Dice con un interrogante en su cara mientras es recorrida por una turbulencia.

-Sí. Seguramente será lo mejor.

- Bueno. Pues verás, estaba en que había vuelto de mi primer viaje ¿verdad?. Sí, cuando volví de aquel primer viaje la sensación de irrealidad sobre aquellas vivencias era muy grande. Más que experiencias vividas parecían el recuerdo de alguna novela recientemente terminada, o una aventura relatada por otro en alguna revista de viajes. Pero el recuerdo de la sensación de bienestar, de seguridad, de la ausencia de problemas, que había experimentado al otro lado era tan satisfactorio y pleno que estaba deseando volver. La vida aquí empezó a parecerme incompleta, defectuosa y triste, así que al día siguiente ya estaba mentalizado para un nuevo viaje.

Emergí en la otra bañera y me vestí rápidamente con ganas de seguir explorando aquella segunda oportunidad de vivir. Me entretuve unas horas en el salón y el resto de la vivienda comprobando que las observaciones que realicé en mi primera visita eran acertadas y admirando algunos de los objetos, colecciones y equipos electrónicos albergados en aquella casa en la que me sentía tan cómodo. Recuerdo que me llamó la atención que no hubiera ropa de ningún tipo en ningún armario, aunque era una cuestión que no me preocupaba en absoluto dado que mi interés por la moda es nulo y con las ropas que llevaba estaba tan a gusto.

Salí al jardín y cogí una manzana de uno de los frutales, me quité la camisa y me tumbé en una de las comodísimas hamacas que estaban dispuestas alrededor de la gran piscina y me comí la fruta mientras observaba las formas del agua cristalina agitada levemente por la suave brisa. Abrí el libro que portaba y me concentré en su lectura durante mucho tiempo, hasta que sonó el timbre de la puerta de entrada. No conocía a nadie allí así que no imaginaba quién podía ser pero, no sé por qué, me imaginé que sería el cartero y con esa presunción abrí la puerta, así que me quedé boquiabierto y sin poder decir palabra al encontrarme con una mujer cuya discreta belleza y porte extraordinariamente elegante me dejaron anodadado.

Me estaba hablando pero yo no era capaz de concentrarme en la conversación, aunque pude sacar en claro que se acababa de mudar al chalet de enfrente y que se estaba presentando a los vecinos. Miró el libro que yo sostenía en mi mano y alabó mi buen gusto al elegir lectura y así iniciamos una interesante charla sobre literatura y libros antiguos, también su pasión, la invité a pasar y continuamos la charla en las hamacas hasta el atardecer. Era guapa, culta, soltera y compartíamos intereses, y hay que reconocer que esto último es poco común teniendo en cuenta que determinados tipos de intereses no son muy frecuentes en el mundo actual. Aquello pintaba muy, muy bien así que en un alarde de valor la invité a cenar esa misma noche.

Pasamos una estupenda velada entre risas y anécdotas en un restaurante japonés que encontramos en el paseo marítimo, que luego recorrimos de arriba a abajo. Ya sé que es un tópico y que por ello casi pierde su valor, pero sentía que la conocía de toda la vida o más bien que era la persona a la que llevaba esperando toda mi vida. Cuando llegó la medianoche estaba a su merced, completamente enamorado, y lo mejor es que me parecía que ella sentía lo mismo por mí. Fuimos a mi casa y casi sin llegar a entrar del todo empezamos a besarnos, al principio dulcemente, pero enseguida con tal pasión que a mitad del salón ya nos habíamos quitado casi toda la ropa el uno al otro. Hicimos el amor durante horas de una forma que nunca antes conocí, bueno, ni siquiera sospeché, en el sofá, en el dormitorio, en la cocina. Era una mujer extraordinariamente apasionada y puso en práctica una imaginación de las que causan rubor y que despertó en mí unas habilidades que nunca me había atrevido a poner en práctica, así que fue una noche de sexo y amor inolvidable.

Nos dormimos en mi cama, agotados, saturados de placer, rendidos a un sueño irresistible y profundo. Pero enseguida me desperté otra vez con aquella sensación apremiante, con la necesidad de salir de allí y volver a este mundo urgentemente, con la frustración que produce la certeza de estar perdiendo el tiempo, aunque fuera inexplicable. Sin pensarlo dos veces, me levanté y me metí en la bañera para volver a mi aburrida vida de librero sin pareja, en este mundo tan cruel y solitario.

viernes, 6 de enero de 2012

Discos del capítulo X.

Whitesnake - Starkers in Tokyo

El hombre de la cara ovalada. Capítulo X.

Tirada en el sofá y con la mirada perdida en el reflejo de la ventana sobre la mesita de cristal, pienso en la historia que el otro día Domingo dejó a medias. Desde luego es lo más extraño que he escuchado, un tío que se mete en la bañera y aparece en otro lado, aunque la verdad es que todo lo que rodea a este hombre es cuando menos poco habitual. Para empezar no conozco a nadie más sin rasgos en la cara. O con rasgos intermitentes, que también es un pelín raro. Ultimamente me pregunto que influencia tiene para mí, por qué tengo tanto interés en él, y si es cierto que estamos predestinados a ayudarnos de alguna forma, cómo él sugirió el otro día.

Hemos quedado hoy en el parque, dentro de un rato, para que continúe contándome esa historia que la verdad me produce escalofríos, pues es cierto que toca fibra sensible en mi interior. Pero todavía no sé a qué corresponde esa fibra. Y hay tanto misterio alrededor de esa persona que siempre estoy impaciente por volver a verle y cuando le dejo siempre me quedo con algo parecido al desasosiego, o alguna forma de insatisfacción.

Estoy reuniendo la fuerza para levantarme y salir caminando hacia el parque, pero suena el teléfono que está en una mesita auxiliar, al otro lado del sofá, y me da mucha pereza cogerlo, está muy lejos, me tengo que estirar mucho para alcanzarlo, pero al final lo hago – Diga.

Inmediatamente me arrepiento. -Hola, María. - Me pilla de improviso. No estoy preparada para hablar con Ismael aunque sea por teléfono. No es que sienta algo por él, ni tampoco estoy tan resentida cómo para no poder mantener una conversación normal, pero esperaba no volver a tener ningún contacto en cierto tiempo. Muchos meses, un año, no sé, pero no tan pronto y menos sin previo aviso. Es que así me siento asaltada y tengo la sensación de que está invadiendo mi intimidad, imponiendo su presencia en mi casa.

-Ho-hola. ¿Qué quieres?¿Por qué me llamas? -Quisiera parecer amable, no hay necesidad de avivar las ascuas, pero los nervios me traicionan siempre cuando no estoy preparada para enfrentar una situación tensa y entonces termino pareciendo más borde de lo que quiero parecer y cuando me meto en esa dinámica ya no puedo arreglarlo.

-María, No quiero molestarte. Es que me hacen falta algunas fotografías que guardaba en el disco duro del salón para un tema del curro. ¿Puedes hacer una copia y me la dejas en el bar de abajo? Bueno, o las recojo donde prefieras.

Las fotografías. Joder, pero que me pide este ahora, pero si las borré el otro día, capullo. Si es que este tío siempre ha tenido el don de tocar en el sitio más inoportuno y en el peor momento. Y ¿qué le digo yo ahora? No tengo muchas salidas, porque no le voy a decir que me las he cargado en un arrebato de resentimiento, así que tengo no tengo otro remedio, hay que tirar por la calle de en medio.

-Que poca vergüenza tienes para llamarme así, para pedir favores., después de lo mal que me hiciste sentir. Déjame en paz de una puta vez. No quiero hablar contigo, ni saber nada de ti.

-Oye, pero ¿qué dices? Si nunca te he tratado mal, ni siquiera al final. Y yo creía que habíamos quedado cómo amigos. Y, sí, te estoy pidiendo un pequeño favor, pero nada más. No pretendo nada. Necesito las fotos.

-Pues mira, hazte a la idea, acabamos de terminar una relación y no me apetece nada hablarte, ni hacerte favores, ni pasarte fotos. Por mucho que pase de ti todavía es doloroso remover el pasado cuando todo está tan reciente. No sé cómo no te das cuenta.

-María. -hace una pausa que anuncia demasiada sinceridad, que ya me duele cómo una puñalada- ¿A quién quieres engañar?. Tú nunca me has querido. Estabas conmigo porque querías jugar a las parejas mientras llegaba alguien que te gustara de verdad, pero aquello fue más lejos de lo previsto y terminamos viviendo juntos, haciendo planes para el futuro, obviando el hecho fundamental, que tú nunca me has querido.

Qué recabrón. Cuelgo el teléfono. Me levanto de un salto, cojo las llaves que hay sobre la mesa, doy 5 ó 6 zancadas rápidas y salgo de casa dando un portazo. Un gesto un poco tonto pues claramente va dirigido a Ismael, que no puede verlo ni oírlo, pero sin embargo me sienta muy bien. Bajo corriendo las escaleras para no escuchar el sonido del teléfono sonando otra vez, pues sin duda Ismael volverá a llamar en unos segundos. Seguro. Siempre vuelve a llamar.

Corro hacia el parque, empapándome del entorno y olvidando la conversación con Ismael a cada paso que doy. Llego al sitio habitual, al banco verde, pero Domingo no está allí. Me siento a esperar, temiendo que no aparezca, que no vuelva nunca más y quedarme con la historia a medias y con un montón de intrigas sin resolver. Pero no, allí viene, caminando tranquilamente desde la entrada del parque que queda más alejada de mi casa. Debe vivir en la zona de los chalés, la más tranquila del barrio. A veces voy allí a correr para disfrutar de la calma de las pequeñas calles llenas de árboles, setos y altos muros cubiertos de enredaderas. Lleva puestos unos auriculares y se sienta a mi lado mientras se los quita, saludando apenas con un leve movimiento de la cabeza.

-¿Qué estás escuchando? -preguntó, omitiendo el saludo correspondiente.

-Starkers in Tokyo. No lo conocerás, es un disco magnífico, de un grupo legendario pero ahora ya nadie...

-Sí, lo conozco. Dos tíos de Whitesnake, Coverdale y Vanderberg, con una guitarra, en un concierto ante unas pocas personas en Japón. Me gusta ese disco, es otra forma de ver la vida, cómo dice Coverdale entre dos canciones “It´s different!”.

-Vaya. Me sorprende que alguien de tu edad se interese por este tipo de grabaciones. Me alegro de que disfrutes tanto de la música cómo para llegar a descubrir este pequeño tesoro. Algún día tenemos que intercambiar conocimientos musicales. Seguro que aprendemos mucho.

No respondo. Le miro expectante, enarcando una ceja, pues estoy deseando retomar la historia y saber que es lo que ocurrió y seguir el hilo hasta el día de hoy, sin perder ningún detalle. Y pasar de tantos rodeos.

-Vale, vale. -dice- Estás impaciente por saber que pasó cuando emergí de la bañera tras aquella extraña vivencia submarina. Lo dejamos ahí ¿no?

-Sí, lo dejaste ahí. Te incorporaste en la bañera y estabas al otro lado.

-Así es. Bueno, verás, fue... cuando me incorporé de nuevo en la bañera me dí cuenta inmediatamente de que estaba en la otra bañera, en la de la foto. En otro cuarto de baño, en otra casa, en otro vecindario, de otra ciudad. Sin embargo, me sentía muy cómodo y no me asusté, ni empecé a buscar explicaciones a tan extraña circunstancia, decidí aceptarlo con naturalidad y satisfacer la enorme curiosidad por explorar ese nuevo mundo.

Me sequé y vi que las ropas que me había quitado en mi baño estaban allí, en el suelo. Me vestí procurando no pensar en ello y salí del cuarto de baño preparándome para encontrarme con mi amiga Sofía. Pero me encontré en una casa vacía, sin habitar. Bueno, no exactamente. El habitante era yo. Quiero decir que me sentí cómo en mi casa. Sabía que era mi casa. Aquella casa, muy diferente a mi casa de aquí, que nunca había visto antes, era mi casa y por eso todo me resultaba tan familiar, los muebles, las plantas, las alfombras, los libros, todo encajaba perfectamente conmigo. En el salón repleto de libros me acerqué a una de las estanterías y admiré algunos de los ejemplares que la abarrotaban. Todos eran libros maravillosos, muchos muy antiguos, ediciones casi imposibles de conseguir en algunos casos, además muy bien conservados. En otra estantería observé una colección de pistolas antiguas, pequeñas figuras de marfil talladas en Asia hacía siglos. Objetos únicos y de un valor incalculable, pero solamente evidente para los ojos de un experto en antigüedades. No quise entretenerme más tiempo allí, ya lo haría más adelante, pues sentía la necesidad de seguir investigando en aquella nueva vida.

Recorrí el interior de la casa con emoción creciente, pues cada paso que daba ratificaba la certeza de que aquella era la casa que siempre había deseado. Había un segundo salón, más pequeño, claramente preparado con el único fin de escuchar música. Las paredes repletas de cedés, un sillón estupendo frente a un par de preciosos altavoces y un equipo de música indescriptible. Las habitaciones eran grandes y luminosas, decoradas con una sencillez que me hacía sentirme comodísimo. Mi habitación era alucinante, madera y metal, una cama enorme, acogedora y repleta de almohadones, frente una pantalla plana, un DVD y un equipo de audio Home Cinema, que seguro me robaría muchas horas de sueño. Estaba impaciente por disfrutar de todo aquello pero tenía que seguir conociendo mi entorno.

Salí al inmenso jardín de aquella casa. Un vergel impresionante, lleno de plantas y árboles exóticos, mezclados con naranjos, rosales blancos y rojos, que dejaban el aire saturado de un aroma relajante, formando un entorno idílico alrededor de una piscina que invitaba a bañarse y a nadar. Pero yo acababa de salir del agua y no podía parar de explorar, quería hacerme una idea de dónde estaba. Rodeé la casa y encontré el garaje, en el que había un único vehículo, un Buick Wildcat II del 54. El coche que sin duda tendría si tuviera coche. Mi coche. Me puse contentísimo y de inmediato me subí y conduje por la lujosa urbanización de chalets y me acerqué al centro de la pequeña ciudad, ante las miradas de admiración de los transeúntes.

Disfruté caminando por las callejuelas del barrio antiguo de aquella población, que seguro tendría un nombre pero me importaba bien poco, charlé un rato con el camarero en una terraza de un bar en el paseo marítimo y disfruté de algunas cosas sencillas de la vida, la cerveza en la terraza, el paseo marítimo, las vistas del mar, y observé pasar a la gente que caminaba tranquilamente por el paseo, algunos iban o venían hacia la playa, en bañador, portando tablas de surf, toallas, colchonetas, y todo aquello me hacía sentirme relajado y despreocupado, lejos de cualquier problema de la vida. Me llamó la atención el gran número de mujeres bellas que pasaron por allí. Pensé que aquel sitio era realmente prometedor, una especie de paraíso.

Tras un par de horas en la ciudad decidí volver a mi casa, en el Buick, con la intención de pasar un buen rato explorando todos aquellos tesoros que había visto brevemente en mi primera y apresurada observación de las estanterías del salón. Una vez allí cogí uno de los libros, un ejemplar de la Divina Comedia en una edición de Montener y Simón del año 1884, muy bien conservada, y lo estaba admirando detenidamente, maravillado, cuando empecé a sentir cierta incomodidad que se abrió paso rápidamente y al de un rato me dí cuenta de que necesitaba volver. Aquella vida que había descubierto era estupenda, pero mi vida auténtica, la de aquí, me estaba reclamando y enseguida se impuso una inquietante certeza, estaba desperdiciando el tiempo, perdiendo la vida. Al final estaba tan incómodo que caminé rápido hasta el baño, me desnudé y me metí de nuevo en la bañera. Los tres botes estaban en el suelo, en el sitio en que quedaron en el otro baño. Intuyendo el funcionamiento de aquél extraño mecanismo los coloqué sobre el borde de la bañera e inmediatamente el viaje comenzó de nuevo. Y volví a mi vida.

-Y cuando llevabas un rato aquí, ¿no empezaste a creer que todo aquello había sido un sueño? Algo imposible que solamente puede ser un producto de tu imaginación. -pregunto con aire incrédulo.

-Pues sí. Y esa fue una razón más para volver a hacer el viaje.