No hablamos mucho más aquella tarde. Samantha parecía
agotada después de aquel relato y estaba ausente, sumida en sus pensamientos o perdida
en las brumas del cansancio. Yo tampoco estaba muy charlatán, me sentía
asqueado por todo aquello, no entendía que hacía allí, qué querían de mí, no
sabía cómo escapar de aquel sueño raro, quería volver a la playa y tomarme otra
Fanta caminando hasta mi casa.
Un disco nos llevó al hotel que estaba ubicado en otro de
aquellos enormes edificios. Hice el esfuerzo de hablar para intentar convencer
a Samantha de que podíamos ahorrar dinero, agua y de todo cogiendo una
habitación para los dos, aparte así nos haríamos compañía. Esta vez no me pegó,
aunque la censura de su mirada casi fue peor. Aquello me asqueó aún más, menuda
tía más sosa, todo el rato dándome golpes y señalando el carácter libidinoso de
mis salidas espontáneas y ahora que teníamos
la oportunidad de sincerarnos sobre un colchón va y me mira mal, cómo si no me
interesara otra cosa que el sexo. Pues sí, mira tía pedorra, prefiero ver el
canal porno del hotel a estar contigo. Hala, hay que joderse, hasta en eso
podríamos ahorrar compartiendo habitación.
Una vez en mi cuarto dediqué unos segundos a ubicarme en el
entorno. Vale, era un espacio bastante amplio, baño a la entrada, frente a un
armario empotrado, moqueta marrón claro en el suelo, paredes de un material
parecido a la madera, y el mobiliario dividía la estancia en varias zonas, una
con un par de sofás que parecían de cuero marrón, otra con una mesita y un par
de sillas de un material rugoso y extraño y por último la zona que ocupaba la
cama, situada frente a una cómoda con cajones funcional pero feucha. Aquello debía ser un NH de tres estrellas
intergaláctico. No vi la tele por ningún lado, ni tampoco el minibar. Busqué el
teléfono para llamar a recepción y presentar una queja por la excesiva
austeridad de mi dormitorio pero luego me di cuenta de que me vendría mejor
desahogarme con una queja en toda regla, personal e intransferible.
Bajé enfadado a recepción, íbamos a estar allí un día entero
y no tenía nada con que entretenerme dado que Samantha se había decidido por su
lado antipático, en lugar de dejarse llevar por la faceta loca que también
tenía, lo había notado, y que en esos momentos la debía estar empujando hacia
mi cuarto, aunque ella se aferraba con testarudez a su lado rancio,
resistiéndose a la aventura y a los placeres más dulces.
-Hola. En mi cuarto no hay tele, ni minibar y la decoración
es un poco chusca.
-Hola. ¿No tiene usted su dispositivo personal? –dijo el
recepcionista.
-No. Soy un visitante de la Tierra. De hecho, soy el elegido
y no me gusta mi habitación.
-¿En serio?
-Total.
-Joder. Es un honor Señor Elegido. No le había reconocido,
por la tele parecía más fornido, menos gordo en realidad –dijo aquel hombre de
mediana edad vestido de Superman- Nos
tiene usted en ascuas. Quiero decir con eso de que va a cambiar el universo y
tal, la verdad es que estoy muy expectante, siempre he querido que llegara este
momento y ahora no me imagino, es que no puedo imaginarme qué va a pasar.
-Ya, ya. Bueno, tampoco te podría decir, yo es que voy
improvisando. Un poco de aquí otro poco de allá y ¡venga! el Universo boca
abajo. En fin, así soy yo, el elegido –dije sonriendo.
-Sí, sí, ya me he dado cuenta. Si la primera sorpresa ya me
la llevé cuando salió usted de la nada. Yo pensaba que el elegido estaría más
entre el que sacó la espada del Rey Arturo de la piedra y el que tiró el anillo
del poder a la lava del Orodruin. Aunque Braveheart también hubiera quedado
bien, parecía buen candidato, menuda espada tenía el tío. Y sin embargo, va
usted y ¡hala! con un bote de refresco. Y ya me gustaría a mí probar la Fanta
esa, lo buena que tiene que estar para que sea eso precisamente lo que bebe el
elegido. ¿No?
-Si vas a la playa no lo dudes, es el mejor refresco.
-¿Playa? Aquí no hay playa, vaya, vaya… Ja,ja,ja, -canturreó
mientras yo me lamentaba por lo bajo observando lo muy lobotomizado que estaba
aquel hombre-. Disculpe es que soy muy fan de su música ¿siglo X-X?, aunque
hablando de todo un poco, vaya mierda de sistema musical que tenemos, amiguito.
Uy, que me estoy yendo por peteneras, que le decía que yo creo que la playa más
cercana está en el planeta Resort y hay una lista de espera de unos siete
siglos.
-Coño, pero si nadie vive siete siglos ¿no?
-No, pero estar en esa lista ya es un punto, se paga un
pastón. Cosas de ricos, ya sabe. Aunque valga una millonada me apunto y a ver
si mientras tanto se inventa la inmortalidad, ja,ja,ja.
-Ya. Oye, disculpa. Que yo venía a quejarme porque en la
habitación no hay tele, ni minibar.
-Que si hombre –respondió él- Aquí le voy a dejar este
dispositivo personal de emergencia que tenemos para cuando un huésped lo
pierde, se le olvida o algo de eso, es propiedad del hotel por lo que sólo
podrá acceder a las utilidades del hotel. Pero bueno, que para ver la tele le
sirve y para pedir un refresco también. Fanta no tenemos. Por cierto ¿qué sabe mejor una Fanta o una de esas birras?
-Cada cosa tiene su momento. Luego te lo explico –farfullé
alejándome hacia mi habitación y estudiando entusiasmado aquel cacharro.
Me tumbé en la cama y empecé a enredar con aquel aparato.
Tenía unos menús bastante intuitivos y enseguida me hice a la idea de todas las
cosas para las que era útil. Podía subir y bajar la intensidad de las luces, cambiar
los colores y texturas de la habitación y así la decoración mejoraba bastante.
Elegí una iluminación rojiza, con paredes de satén y muebles de cuero negro, ya
casi me sentía como en casa. Luego probé a activar una pantalla de niebla en la
que podía ver la televisión local o la de la Tierra, o mis recuerdos, pero como
no había nada grabado eso no lo pude hacer. Saqué el minibar que era una nevera
enorme que se escondía detrás de uno de los muros y que tenía bebidas y comida
y microondas incorporado.
La televisión local, término que no la definía muy bien ya
que entendían por local el resto del Universo, lo que sobra si quitamos la
Tierra, era un bodrio impresionante que
evocó en mi mente el canal corporativo de una empresa de productos para limpieza
dental. Los canales de la Tierra ya los conocía, no iba a malgastar mi tiempo
así que busqué el canal porno del hotel pero no puede encontrar nada interesante
por más que enredé.
Entonces encontré el menú que daba acceso a la zona de
gestión del hotel, pero pedía una contraseña ¿Cuál utilizarían aquellos tipos
estelares? Seguro que alguna gilipollez. Probé con lo primero que me pasó por
la mente: c-o-n-t-r-a-s-e-ñ-a y ¡zas!, dentro. La mayoría de las posibilidades
eran de gestión y tampoco me serviría de mucho intentar transferir todos los
fondos del hotel a mi cuenta bancaria, seguro que la moneda que usaban no era
de curso legal en la Tierra. Casi era mejor arrancar algún pedrusco del
edificio del Senado, total si no les molaba el oro tampoco haría daño a nadie.
Enredé un rato más con el dispositivo y me entretuve
cursando las peticiones más absurdas al personal del hotel, tres mil lasañas de
pavo a la habitación 1017, un motor diésel de tractor para los niños de la 120
y, aunque no sabía si allí resultaría llamativo o no le pedí dos litros de
lubricante al sacerdote plutoniano de la 890.
Entonces encontré el acceso a las cámaras de seguridad. Vaya, no eran
estáticas sino que se podían desplazar para servir de apoyo en casos de
emergencia como incendios, accidentes, etc.. Eran muy, muy pequeñas, con
patitas, como pequeñas cucarachas con un solo ojo que giraba en todas
direcciones y eran muy fáciles de manejar. Observé un par de pasillos,
practicando los movimientos básicos y enseguida fui al grano, es decir, a la
habitación de Samantha. Colé la cámara por debajo de la puerta, ascendí por una
pared, pasé sobre la puerta del baño y doblé la esquina, ya estaba en la zona
interesante de la habitación. La vista era inmejorable, Samantha recién duchada
yacía desnuda sobre la cama, en una posición tan perfecta que ni en mil años la
hubiera conseguido la maja desnuda. Me dieron ganas de llorar de la emoción al
ver aquel espectáculo tan bonito y me reconcilié con la naturaleza, el Universo
y toda aquella tropa de colgados intergalácticos. Con un sentimiento pleno y puro
les agradecí haberme abducido para ponerme allí, ante la realización de mi
sueño más intenso y profundo.
Entonces las imágenes me dejaron sin respiración, los
acontecimientos superaban mis ilusiones más aventuradas. Samantha estaba viendo
la tele y cambiaba de canal sin parar, hasta que llegó al canal porno, ella sí
lo encontró, observó unos minutos las intensas imágenes representadas en la
pantalla y después miró su cuerpo desnudo, sacudió con suavidad una pelusa que
colgaba de uno de sus pechos, haciéndolo
temblar de forma sugerente en una vibración interminable, luego su mano se
deslizó por su vientre muy despacio, separó las piernas con pereza y recogió un
objeto alargado que había bajo uno de sus contorneados muslos. Y se lo llevó a
la oreja. Sonó el teléfono inalámbrico de mi habitación.
-Diii-diga. –dije centrando la cámara sobre su cama.
-Me imagino que estás buscando como un loco el canal porno.
Es el 1128. –dijo Samantha.
-¿Yooo? Pero qué dices, qué va, estaba ordenando una lasaña,
y alguna otra cosilla, y viendo un canal cultural del planeta Mecano. Aunque
ahora que lo dices, vaya, parece que no soy el único interesado por aquí en
ciertos temas ¿noooo?
-A mí no me mires, lo he encontrado por casualidad mientras
hacía zapping y me ha parecido que te hacía un favor porque seguro que estás haciendo
zapping como loco, cambiando de canal sin parar.
-Bueno, pues te agradezco que te preocupes tanto por mí. El 1128,
vale. Ahora estamos viendo lo mismo –dije haciendo como que cambiaba de canal pero
dejando la imagen de Samantha en la tele, mientras intentaba que no se notaran
las emociones que empezaban a embargarme- ¡Vaaaya! Oye, aquí el porno es un
poco naif ¿no? Como de clase de anatomía. Por cierto, ¿qué llevas puesto?
-Huummm… El albornoz del hotel. Es que me acabo de duchar.
-No sé, no sé, yo creo que no te atreves a decirlo pero en
realidad no llevas nada. Estás, me imagino que estás, desnuda sobre la cama,
con la atención capturada por la película, te sientes tentada pero perezosa, aunque
poco a poco te vas dejando llevar y…
-¿Esto es lo que llamáis sexo telefónico?
-Cómo decía te vas dejando llevar…
A la mañana siguiente coincidimos en el desayuno y nos
sentamos en la misma mesa sin hablar y sin apenas levantar la mirada de
nuestros platos. Yo estaba un poco confundido, no entendía por qué me sentía así,
aunque no me avergonzaba de nuestra experiencia telefónica de la noche anterior
sí que notaba cierta incomodidad, como si en un impulso incontrolado hubiera
compartido una confidencia demasiado íntima con un amigo nuevo. Supongo que a
Samantha le pasaba lo mismo y eso que ella no sabía que yo había disfrutado de imágenes
hiperrealistas en la pantalla de niebla. Pensé que de haberlo sabido seguro que
me hubiera partido el cuello con algún golpe rápido y preciso. Cuando
terminamos el desayuno decidimos salir a pasear por la zona, teníamos el día
libre, sin ninguna obligación.
Al principio no encontramos un tema de conversación y seguíamos
sintiéndonos incómodos. Recorrimos un gran parque salpicado de lagunas naranjas
y habitado por extrañas aves de pelo rizado y caparazón, y por anfibios enormes
de aspecto poroso y desagradable, caminando entre ocasionales comentarios,
todos vacuos. Nos sentamos en un pequeño cerro, observando la tranquilidad
imperante.
-¿Ya me puedes decir cuál es el siguiente planeta? –pregunté.
-En realidad sí. Pero no quería adelantarte nada si no
preguntabas.
-Bueno, entonces pregunto.
-Es el planeta Karma –dijo ella estirándose sobre la hierba
roja en la misma posición que la noche anterior tenía sobre la cama e interrumpiendo
así el suministro de oxígeno a mi cerebro y provocando también alguna otra
reacción química y física en mi persona- Es un lugar extraño. Creo, yo no he
estado nunca. En realidad nadie ha estado nunca salvo quien habita allí.
-¿Karma? Vaya, imagino que todos los habitantes serán alguna
clase de monjes budistas a los que puedes encontrar meditando por todas las
esquinas. Habrá bastante buen rollo y en la atmósfera predominará el incienso.
-No, no va por ahí. En el planeta sólo habita una persona “el
Karma”. Nadie más. Nadie más puede pisar el planeta, porque cualquiera que lo
intentara caería fulminado sólo por la mera decisión de hacerlo. Nadie puede
lograrlo, excepto tú. Pero eso es sólo por la profecía.
-Sobre eso te quería preguntar también, la profecía. Porque
ayer me explicaste esta historia de “el elegido”, pero ¿qué pasa con la
profecía? –pregunté.
-La idea surgió como una forma de reforzar la esperanza que
representaba el elegido, era la mejor manera de definir su perfil y su carácter
para que fuera entendido como alguien que llegaría y mejoraría la vida de todos. Dado que había
bastante malestar por la decisión de deportar a todos los disidentes se partió
de esa base, el elegido pondría las cosas en su sitio, nos enseñaría un orden
social mejor, a evolucionar, pero en lo relativo al comportamiento individual
sometido a lo colectivo, a la contribución a la sociedad. Esto es paradójico
porque a pesar de la implantación del interés social en el cerebro humano es este
quizá el único terreno en el que la humanidad no ha logrado dar un salto
gigantesco en todos estos siglos de desarrollo desenfrenado. Nos hemos
preocupado mucho por la sociedad pero ésta ha cambiado muy poco. En realidad
creo que nos hemos preocupado para que no cambie.
El caso es que el elegido y la profecía sirvieron para
calmar los ánimos y para disimular las carencias del sistema, a la vez que
arreglaba, o al menos parcheaba, los problemas derivados por el abandono
forzoso de lo individual.
-Entendido –la interrumpí-. Entonces el elegido es una
ilusión artificial cuyo contenido está definido por una profecía que dice…
-Dice que el elegido nos enseñará el sentido de nuestras
vidas y que lo hará superando las siete pruebas. Es decir, visitando los Siete Mundos.
El primero es este, el planeta Senado, y el segundo el planeta Karma. Si sales
vivo de ese irás al tercero.
-Que no me vas a decir cuál es y en el que también podré
morir si no paso la prueba. Y así hasta el séptimo. Y se supone que si salgo
vivo de todo eso, habré dejado una enseñanza fundamental a la humanidad.
-Creo que no te haría ningún favor diciéndote antes de
tiempo qué encontrarás en cada planeta. Al contrario, es mejor que te concentres
sólo en el paso siguiente –explicó Samantha- Y, sí, se supone que al final
habrás enseñado el camino hacia otro orden social. Uno superior.
-Ah. Pero si todo esto es mentira, quiero decir, si es una
invención del sistema, entonces no hay ninguna posibilidad, no hay nada que yo
pueda hacer. De hecho mi visita al planeta Karma será una pamplina porque el
señor que allí habita sabrá que todo esto es una especie de broma podrida, de
la que soy un protagonista casual.
-Bueno, depende de cómo se mire. Cuando pensaron en la profecía
se pusieron en situación, ¿cómo debería ser el elegido para cubrir las
expectativas? Suponiendo que existiera ¿qué pruebas le exigirían cada una de
las fuerzas relevantes para darle paso a la siguiente? Y así, imaginando algo que
jamás ocurriría, modelaron la profecía que define y da credibilidad a toda esta
leyenda –Samantha me miró a los ojos sin rastro de la timidez anterior- Y es
por eso que estás aquí ahora enfrentándote a los Siete Mundos, para que decidan
si cumples con el perfil que una vez imaginaron como algo imposible. Por
improbable que pareciera hace siglos, una vez que has llegado hay que aplicar
la teoría. No queda más remedio.
-No es muy alentador que digamos. Sobre todo porque aunque
termine las siete pruebas, no habré cambiado nada, porque no tengo nada que
decir. Te lo digo de verdad, yo no tengo la capacidad para mejorar vuestra
sociedad, ni siquiera para cosas mucho más simples. Yo… ni siquiera soy de aquí
¿cómo os voy a decir la forma en que tenéis que vivir para ser felices? Es
absurdo, yo no soy nadie –dije con la angustia tomándome la voz-. Os habéis
inventado una especie de Jesucristo interestelar, con su mini-Biblia y todo, y
yo no soy nada de eso y, aún peor, no lo quiero ser.
Reanudamos el paseo por aquel parque interminable,
observando otra vez animales imposibles y plantas que podían moverse, atadas al
suelo por sus raíces pero con la capacidad de mover sus tallos para captar
mejor la luz, protegerse del aire o golpear a un insecto molesto. Me sorprendía
todo pero no era capaz de disfrutarlo pensando en mi situación.
-Imagino que no vas a venir conmigo al planeta karma –comenté-
Lo digo porque has dicho, que se muere sólo por tomar la decisión de ir.
-No. Yo me quedaré en una nave espacial, fuera de su
atmósfera, y te recogeré…
-Si sobrevivo. Vale –dije adelantándome para no escuchar
aquellas palabras de su boca-. Por cierto, ¿este señor Karma es el mismo que
rige los temas kármicos en la tierra?
-Así es, sus leyes rigen también allí. El Karma extiende su influencia
por todo el Universo, incluyendo la Tierra.
-Pues entonces tengo unas cuantas cosas que comentarle.
Hicimos un descanso y sacamos el picnic que nos había
preparado en el hotel. Comimos tumbados y charlamos sobre tonterías, observando
la extraña luz de aquel sol enorme, los bichos, las plantas y sintiéndonos bien
a pesar de todo. Hubiera podido acostumbrarme a aquel mundo, a las espigas
rojas y al agua que parecía zumo de naranja. A charlar con Samantha y a mirar
dentro de sus ojos.
Cuando llegamos al hotel estábamos agotados por la caminata,
con ganas de una buena ducha y de descanso. Nos despedimos en el lobby y nada
más entrar en mi habitación me desnudé, entré en la ducha y estuve media hora
bajo el chorro naranja de agua tibia. Al salir una corriente de aire súbita me
secó de inmediato. Pasé del albornoz y me tumbé desnudo en la cama sopesando si
una llamada a Samantha sería bien recibida, mientras sintonizaba su habitación en
la tele de niebla. Entonces sonó el teléfono.
-Ya has puesto el canal porno –dijo.
-Sí, así es –respondí- Qué bien me conoces.
-Ahora sí que estoy desnuda, sobre la cama, y siento pereza,
pero a la vez, no sé… -dijo ella mientras acariciaba despacio uno de sus
apetecibles pechos.
Apagué la cámara porque de repente sentía un poco de
remordimiento. Después de haber intimado algo más con ella me daba un poco de vergüenza
espiarla y decidí conformarme con el teléfono.
-¿Ahora vas y apagas la cámara? Anda que... pues yo no
pienso apagar la mía.
Vivaldi - Le Quattro Stagioni - Pinnock/Standage/English Concert |