viernes, 29 de noviembre de 2013

El refresco que rasgó la realidad. Capítulo 7.

No hablamos mucho más aquella tarde. Samantha parecía agotada después de aquel relato y estaba ausente, sumida en sus pensamientos o perdida en las brumas del cansancio. Yo tampoco estaba muy charlatán, me sentía asqueado por todo aquello, no entendía que hacía allí, qué querían de mí, no sabía cómo escapar de aquel sueño raro, quería volver a la playa y tomarme otra Fanta caminando hasta mi casa.

Un disco nos llevó al hotel que estaba ubicado en otro de aquellos enormes edificios. Hice el esfuerzo de hablar para intentar convencer a Samantha de que podíamos ahorrar dinero, agua y de todo cogiendo una habitación para los dos, aparte así nos haríamos compañía. Esta vez no me pegó, aunque la censura de su mirada casi fue peor. Aquello me asqueó aún más, menuda tía más sosa, todo el rato dándome golpes y señalando el carácter libidinoso de mis salidas espontáneas y ahora que  teníamos la oportunidad de sincerarnos sobre un colchón va y me mira mal, cómo si no me interesara otra cosa que el sexo. Pues sí, mira tía pedorra, prefiero ver el canal porno del hotel a estar contigo. Hala, hay que joderse, hasta en eso podríamos ahorrar compartiendo habitación.

Una vez en mi cuarto dediqué unos segundos a ubicarme en el entorno. Vale, era un espacio bastante amplio, baño a la entrada, frente a un armario empotrado, moqueta marrón claro en el suelo, paredes de un material parecido a la madera, y el mobiliario dividía la estancia en varias zonas, una con un par de sofás que parecían de cuero marrón, otra con una mesita y un par de sillas de un material rugoso y extraño y por último la zona que ocupaba la cama, situada frente a una cómoda con cajones funcional pero feucha.  Aquello debía ser un NH de tres estrellas intergaláctico. No vi la tele por ningún lado, ni tampoco el minibar. Busqué el teléfono para llamar a recepción y presentar una queja por la excesiva austeridad de mi dormitorio pero luego me di cuenta de que me vendría mejor desahogarme con una queja en toda regla, personal e intransferible.

Bajé enfadado a recepción, íbamos a estar allí un día entero y no tenía nada con que entretenerme dado que Samantha se había decidido por su lado antipático, en lugar de dejarse llevar por la faceta loca que también tenía, lo había notado, y que en esos momentos la debía estar empujando hacia mi cuarto, aunque ella se aferraba con testarudez a su lado rancio, resistiéndose a la aventura y a los placeres más dulces.

-Hola. En mi cuarto no hay tele, ni minibar y la decoración es un poco chusca.

-Hola. ¿No tiene usted su dispositivo personal? –dijo el recepcionista.

-No. Soy un visitante de la Tierra. De hecho, soy el elegido y no me gusta mi habitación.

-¿En serio?

-Total.

-Joder. Es un honor Señor Elegido. No le había reconocido, por la tele parecía más fornido, menos gordo en realidad –dijo aquel hombre de mediana edad vestido de Superman-  Nos tiene usted en ascuas. Quiero decir con eso de que va a cambiar el universo y tal, la verdad es que estoy muy expectante, siempre he querido que llegara este momento y ahora no me imagino, es que no puedo imaginarme qué va a pasar.

-Ya, ya. Bueno, tampoco te podría decir, yo es que voy improvisando. Un poco de aquí otro poco de allá y ¡venga! el Universo boca abajo. En fin, así soy yo, el elegido –dije sonriendo.

-Sí, sí, ya me he dado cuenta. Si la primera sorpresa ya me la llevé cuando salió usted de la nada. Yo pensaba que el elegido estaría más entre el que sacó la espada del Rey Arturo de la piedra y el que tiró el anillo del poder a la lava del Orodruin. Aunque Braveheart también hubiera quedado bien, parecía buen candidato, menuda espada tenía el tío. Y sin embargo, va usted y ¡hala! con un bote de refresco. Y ya me gustaría a mí probar la Fanta esa, lo buena que tiene que estar para que sea eso precisamente lo que bebe el elegido. ¿No?

-Si vas a la playa no lo dudes, es el mejor refresco.

-¿Playa? Aquí no hay playa, vaya, vaya… Ja,ja,ja, -canturreó mientras yo me lamentaba por lo bajo observando lo muy lobotomizado que estaba aquel hombre-. Disculpe es que soy muy fan de su música ¿siglo X-X?, aunque hablando de todo un poco, vaya mierda de sistema musical que tenemos, amiguito. Uy, que me estoy yendo por peteneras, que le decía que yo creo que la playa más cercana está en el planeta Resort y hay una lista de espera de unos siete siglos.

-Coño, pero si nadie vive siete siglos ¿no?

-No, pero estar en esa lista ya es un punto, se paga un pastón. Cosas de ricos, ya sabe. Aunque valga una millonada me apunto y a ver si mientras tanto se inventa la inmortalidad, ja,ja,ja.

-Ya. Oye, disculpa. Que yo venía a quejarme porque en la habitación no hay tele, ni minibar.

-Que si hombre –respondió él- Aquí le voy a dejar este dispositivo personal de emergencia que tenemos para cuando un huésped lo pierde, se le olvida o algo de eso, es propiedad del hotel por lo que sólo podrá acceder a las utilidades del hotel. Pero bueno, que para ver la tele le sirve y para pedir un refresco también. Fanta no tenemos. Por cierto  ¿qué sabe mejor una Fanta o una de esas birras?

-Cada cosa tiene su momento. Luego te lo explico –farfullé alejándome hacia mi habitación y estudiando entusiasmado aquel cacharro.

Me tumbé en la cama y empecé a enredar con aquel aparato. Tenía unos menús bastante intuitivos y enseguida me hice a la idea de todas las cosas para las que era útil. Podía subir y bajar la intensidad de las luces, cambiar los colores y texturas de la habitación y así la decoración mejoraba bastante. Elegí una iluminación rojiza, con paredes de satén y muebles de cuero negro, ya casi me sentía como en casa. Luego probé a activar una pantalla de niebla en la que podía ver la televisión local o la de la Tierra, o mis recuerdos, pero como no había nada grabado eso no lo pude hacer. Saqué el minibar que era una nevera enorme que se escondía detrás de uno de los muros y que tenía bebidas y comida y microondas incorporado.

La televisión local, término que no la definía muy bien ya que entendían por local el resto del Universo, lo que sobra si quitamos la Tierra,  era un bodrio impresionante que evocó en mi mente el canal corporativo de una empresa de productos para limpieza dental. Los canales de la Tierra ya los conocía, no iba a malgastar mi tiempo así que busqué el canal porno del hotel pero no puede encontrar nada interesante por más que enredé.

Entonces encontré el menú que daba acceso a la zona de gestión del hotel, pero pedía una contraseña ¿Cuál utilizarían aquellos tipos estelares? Seguro que alguna gilipollez. Probé con lo primero que me pasó por la mente: c-o-n-t-r-a-s-e-ñ-a y ¡zas!, dentro. La mayoría de las posibilidades eran de gestión y tampoco me serviría de mucho intentar transferir todos los fondos del hotel a mi cuenta bancaria, seguro que la moneda que usaban no era de curso legal en la Tierra. Casi era mejor arrancar algún pedrusco del edificio del Senado, total si no les molaba el oro tampoco haría daño a nadie.

Enredé un rato más con el dispositivo y me entretuve cursando las peticiones más absurdas al personal del hotel, tres mil lasañas de pavo a la habitación 1017, un motor diésel de tractor para los niños de la 120 y, aunque no sabía si allí resultaría llamativo o no le pedí dos litros de lubricante al sacerdote plutoniano de la 890.  Entonces encontré el acceso a las cámaras de seguridad. Vaya, no eran estáticas sino que se podían desplazar para servir de apoyo en casos de emergencia como incendios, accidentes, etc.. Eran muy, muy pequeñas, con patitas, como pequeñas cucarachas con un solo ojo que giraba en todas direcciones y eran muy fáciles de manejar. Observé un par de pasillos, practicando los movimientos básicos y enseguida fui al grano, es decir, a la habitación de Samantha. Colé la cámara por debajo de la puerta, ascendí por una pared, pasé sobre la puerta del baño y doblé la esquina, ya estaba en la zona interesante de la habitación. La vista era inmejorable, Samantha recién duchada yacía desnuda sobre la cama, en una posición tan perfecta que ni en mil años la hubiera conseguido la maja desnuda. Me dieron ganas de llorar de la emoción al ver aquel espectáculo tan bonito y me reconcilié con la naturaleza, el Universo y toda aquella tropa de colgados intergalácticos. Con un sentimiento pleno y puro les agradecí haberme abducido para ponerme allí, ante la realización de mi sueño más intenso y profundo.

Entonces las imágenes me dejaron sin respiración, los acontecimientos superaban mis ilusiones más aventuradas. Samantha estaba viendo la tele y cambiaba de canal sin parar, hasta que llegó al canal porno, ella sí lo encontró, observó unos minutos las intensas imágenes representadas en la pantalla y después miró su cuerpo desnudo, sacudió con suavidad una pelusa que colgaba de uno de sus pechos,  haciéndolo temblar de forma sugerente en una vibración interminable, luego su mano se deslizó por su vientre muy despacio, separó las piernas con pereza y recogió un objeto alargado que había bajo uno de sus contorneados muslos. Y se lo llevó a la oreja. Sonó el teléfono inalámbrico de mi habitación.

-Diii-diga. –dije centrando la cámara sobre su cama.

-Me imagino que estás buscando como un loco el canal porno. Es el 1128. –dijo Samantha.

-¿Yooo? Pero qué dices, qué va, estaba ordenando una lasaña, y alguna otra cosilla, y viendo un canal cultural del planeta Mecano. Aunque ahora que lo dices, vaya, parece que no soy el único interesado por aquí en ciertos temas ¿noooo?

-A mí no me mires, lo he encontrado por casualidad mientras hacía zapping y me ha parecido que te hacía un favor porque seguro que estás haciendo zapping como loco, cambiando de canal sin parar.

-Bueno, pues te agradezco que te preocupes tanto por mí. El 1128, vale. Ahora estamos viendo lo mismo –dije haciendo como que cambiaba de canal pero dejando la imagen de Samantha en la tele, mientras intentaba que no se notaran las emociones que empezaban a embargarme- ¡Vaaaya! Oye, aquí el porno es un poco naif ¿no? Como de clase de anatomía. Por cierto, ¿qué llevas puesto?

-Huummm… El albornoz del hotel. Es que me acabo de duchar.

-No sé, no sé, yo creo que no te atreves a decirlo pero en realidad no llevas nada. Estás, me imagino que estás, desnuda sobre la cama, con la atención capturada por la película, te sientes tentada pero perezosa, aunque poco a poco te vas dejando llevar y…

-¿Esto es lo que llamáis sexo telefónico?  

-Cómo decía te vas dejando llevar…

A la mañana siguiente coincidimos en el desayuno y nos sentamos en la misma mesa sin hablar y sin apenas levantar la mirada de nuestros platos. Yo estaba un poco confundido, no entendía por qué me sentía así, aunque no me avergonzaba de nuestra experiencia telefónica de la noche anterior sí que notaba cierta incomodidad, como si en un impulso incontrolado hubiera compartido una confidencia demasiado íntima con un amigo nuevo. Supongo que a Samantha le pasaba lo mismo y eso que ella no sabía que yo había disfrutado de imágenes hiperrealistas en la pantalla de niebla. Pensé que de haberlo sabido seguro que me hubiera partido el cuello con algún golpe rápido y preciso. Cuando terminamos el desayuno decidimos salir a pasear por la zona, teníamos el día libre, sin ninguna obligación.

Al principio no encontramos un tema de conversación y seguíamos sintiéndonos incómodos. Recorrimos un gran parque salpicado de lagunas naranjas y habitado por extrañas aves de pelo rizado y caparazón, y por anfibios enormes de aspecto poroso y desagradable, caminando entre ocasionales comentarios, todos vacuos. Nos sentamos en un pequeño cerro, observando la tranquilidad imperante.

-¿Ya me puedes decir cuál es el siguiente planeta? –pregunté.

-En realidad sí. Pero no quería adelantarte nada si no preguntabas.

-Bueno, entonces pregunto.

-Es el planeta Karma –dijo ella estirándose sobre la hierba roja en la misma posición que la noche anterior tenía sobre la cama e interrumpiendo así el suministro de oxígeno a mi cerebro y provocando también alguna otra reacción química y física en mi persona- Es un lugar extraño. Creo, yo no he estado nunca. En realidad nadie ha estado nunca salvo quien habita allí.

-¿Karma? Vaya, imagino que todos los habitantes serán alguna clase de monjes budistas a los que puedes encontrar meditando por todas las esquinas. Habrá bastante buen rollo y en la atmósfera predominará el incienso.

-No, no va por ahí. En el planeta sólo habita una persona “el Karma”. Nadie más. Nadie más puede pisar el planeta, porque cualquiera que lo intentara caería fulminado sólo por la mera decisión de hacerlo. Nadie puede lograrlo, excepto tú. Pero eso es sólo por la profecía.

-Sobre eso te quería preguntar también, la profecía. Porque ayer me explicaste esta historia de “el elegido”, pero ¿qué pasa con la profecía? –pregunté.

-La idea surgió como una forma de reforzar la esperanza que representaba el elegido, era la mejor manera de definir su perfil y su carácter para que fuera entendido como alguien que llegaría y  mejoraría la vida de todos. Dado que había bastante malestar por la decisión de deportar a todos los disidentes se partió de esa base, el elegido pondría las cosas en su sitio, nos enseñaría un orden social mejor, a evolucionar, pero en lo relativo al comportamiento individual sometido a lo colectivo, a la contribución a la sociedad. Esto es paradójico porque a pesar de la implantación del interés social en el cerebro humano es este quizá el único terreno en el que la humanidad no ha logrado dar un salto gigantesco en todos estos siglos de desarrollo desenfrenado. Nos hemos preocupado mucho por la sociedad pero ésta ha cambiado muy poco. En realidad creo que nos hemos preocupado para que no cambie.

El caso es que el elegido y la profecía sirvieron para calmar los ánimos y para disimular las carencias del sistema, a la vez que arreglaba, o al menos parcheaba, los problemas derivados por el abandono forzoso de lo individual.

-Entendido –la interrumpí-. Entonces el elegido es una ilusión artificial cuyo contenido está definido por una profecía que dice…

-Dice que el elegido nos enseñará el sentido de nuestras vidas y que lo hará superando las siete pruebas. Es decir, visitando los Siete Mundos. El primero es este, el planeta Senado, y el segundo el planeta Karma. Si sales vivo de ese irás al tercero.

-Que no me vas a decir cuál es y en el que también podré morir si no paso la prueba. Y así hasta el séptimo. Y se supone que si salgo vivo de todo eso, habré dejado una enseñanza fundamental a la humanidad.

-Creo que no te haría ningún favor diciéndote antes de tiempo qué encontrarás en cada planeta. Al contrario, es mejor que te concentres sólo en el paso siguiente –explicó Samantha- Y, sí, se supone que al final habrás enseñado el camino hacia otro orden social. Uno superior.

-Ah. Pero si todo esto es mentira, quiero decir, si es una invención del sistema, entonces no hay ninguna posibilidad, no hay nada que yo pueda hacer. De hecho mi visita al planeta Karma será una pamplina porque el señor que allí habita sabrá que todo esto es una especie de broma podrida, de la que soy un protagonista casual.

-Bueno, depende de cómo se mire. Cuando pensaron en la profecía se pusieron en situación, ¿cómo debería ser el elegido para cubrir las expectativas? Suponiendo que existiera ¿qué pruebas le exigirían cada una de las fuerzas relevantes para darle paso a la siguiente? Y así, imaginando algo que jamás ocurriría, modelaron la profecía que define y da credibilidad a toda esta leyenda –Samantha me miró a los ojos sin rastro de la timidez anterior- Y es por eso que estás aquí ahora enfrentándote a los Siete Mundos, para que decidan si cumples con el perfil que una vez imaginaron como algo imposible. Por improbable que pareciera hace siglos, una vez que has llegado hay que aplicar la teoría. No queda más remedio.

-No es muy alentador que digamos. Sobre todo porque aunque termine las siete pruebas, no habré cambiado nada, porque no tengo nada que decir. Te lo digo de verdad, yo no tengo la capacidad para mejorar vuestra sociedad, ni siquiera para cosas mucho más simples. Yo… ni siquiera soy de aquí ¿cómo os voy a decir la forma en que tenéis que vivir para ser felices? Es absurdo, yo no soy nadie –dije con la angustia tomándome la voz-. Os habéis inventado una especie de Jesucristo interestelar, con su mini-Biblia y todo, y yo no soy nada de eso y, aún peor, no lo quiero ser.

Reanudamos el paseo por aquel parque interminable, observando otra vez animales imposibles y plantas que podían moverse, atadas al suelo por sus raíces pero con la capacidad de mover sus tallos para captar mejor la luz, protegerse del aire o golpear a un insecto molesto. Me sorprendía todo pero no era capaz de disfrutarlo pensando en mi situación.

-Imagino que no vas a venir conmigo al planeta karma –comenté- Lo digo porque has dicho, que se muere sólo por tomar la decisión de ir.

-No. Yo me quedaré en una nave espacial, fuera de su atmósfera, y te recogeré…

-Si sobrevivo. Vale –dije adelantándome para no escuchar aquellas palabras de su boca-. Por cierto, ¿este señor Karma es el mismo que rige los temas kármicos en la tierra?

-Así es, sus leyes rigen también allí. El Karma extiende su influencia por todo el Universo, incluyendo la Tierra.

-Pues entonces tengo unas cuantas cosas que comentarle.
Hicimos un descanso y sacamos el picnic que nos había preparado en el hotel. Comimos tumbados y charlamos sobre tonterías, observando la extraña luz de aquel sol enorme, los bichos, las plantas y sintiéndonos bien a pesar de todo. Hubiera podido acostumbrarme a aquel mundo, a las espigas rojas y al agua que parecía zumo de naranja. A charlar con Samantha y a mirar dentro de sus ojos.

Cuando llegamos al hotel estábamos agotados por la caminata, con ganas de una buena ducha y de descanso. Nos despedimos en el lobby y nada más entrar en mi habitación me desnudé, entré en la ducha y estuve media hora bajo el chorro naranja de agua tibia. Al salir una corriente de aire súbita me secó de inmediato. Pasé del albornoz y me tumbé desnudo en la cama sopesando si una llamada a Samantha sería bien recibida, mientras sintonizaba su habitación en la tele de niebla. Entonces sonó el teléfono.

-Ya has puesto el canal porno –dijo.

-Sí, así es –respondí- Qué bien me conoces.

-Ahora sí que estoy desnuda, sobre la cama, y siento pereza, pero a la vez, no sé… -dijo ella mientras acariciaba despacio uno de sus apetecibles pechos.  

Apagué la cámara porque de repente sentía un poco de remordimiento. Después de haber intimado algo más con ella me daba un poco de vergüenza espiarla y decidí conformarme con el teléfono.


-¿Ahora vas y apagas la cámara? Anda que... pues yo no pienso apagar la mía.


Vivaldi - Le Quattro Stagioni - Pinnock/Standage/English Concert

sábado, 16 de noviembre de 2013

El refresco que rasgó la realidad. Capítulo 6.


-Antes de seguir con el viaje tenemos un día y medio de descanso. Partiremos el domingo, pasado mañana, a primera hora. Así que podemos hacer lo que más te apetezca, un poco de turismo si quieres –dijo Samantha.

-Vale, estará bien conocer un poco más este mundo tan raro. El planeta Senado, menuda cuadrilla de descerebrados estáis hechos. En la tierra diríamos, que sois como niños.

-Vaya, aquí decimos, son como terrícolas –respondió en tono de burla- Oye, si quieres podemos subir a uno de los locales de comida rápida o a uno de los bares. Te gustará el ambiente.

Sacó de un bolsillo en la parte interior de una manga un pequeño dispositivo, como los que habíamos visto manejar a la gente en el tren y pulso la pantalla tres o cuatro veces.

-Vendrá un disco a recogernos.

Dicho y hecho, mientras ella guardaba el aparatillo apareció un disco que se detuvo delante de nosotros, suspendido a unos centímetros del suelo. Nos subimos y se encendió el chorro de aire perimetral  que nos protegería de las caídas. Toqué la pared de aire y me pareció como un tubo de cristal por el que circulaba una corriente de agua a gran velocidad, sólo que éramos nosotros los que estábamos dentro del tubo. Hice como que me daba un poco de miedo y me acerqué un poco a Samantha y me abracé a su cintura con cara de alivio. Me dio un codazo en el estómago y me dijo que ya estábamos llegando a una terraza de moda. El transportador había ascendido ya unos 150 pisos, dejando atrás terrazas y plataformas ocupadas por negocios de todo tipo, talleres de reparación de discos, boutiques que anunciaban auténtica ropa de la Tierra, estilistas que prometían el look de California, restaurantes y bares.

A más de un kilómetro de altura se detuvo junto a una gran plataforma que desafiaba todas las leyes de la gravedad extendiéndose unos doscientos metros más allá de la fachada del enorme edificio.

-No te preocupes, puedes pisar sin miedo. El piso está hecho de rocalitron, el material más ligero y resistente que existe. Podría hacerse una terraza el doble de grande y no tendría ni un milímetro de flexión aunque soportara diez toneladas por metro cuadrado –explico aquella mujer que me producía dolor de tripa sólo con mirarla de lo igualita que era a Scarlett Johansson-. Nosotros medimos la resistencia de los materiales en fracciones de rocalitron, por ejemplo, el acero que vosotros usáis tanto tiene 0,001 rocalitrones.

-Vaya, veo que estás puesta en el tema –comenté mientras avanzábamos por la terraza hasta una mesa libre.

-Es que soy ingeniera y me interesa todo lo relacionado con la construcción de edificios, por lo que conozco bien los materiales –prosiguió ella-. Verás, me presenté voluntaria a esto de ser la diplomática del elegido por tener un poco de emoción, un cambio, ya sabes. Cumplía los requisitos porque mis padres son diplomáticos y siempre intentaron que siguiera sus pasos y me educaron para ello, pero me rebelé y cursé a la vez los estudios universitarios de ingeniería, diplomatura e idiomas avanzados.

-Joder, sí que te rebelaste, sí. Deben tener un disgustazo que vamos.

-Ya te digo. No sé, me da igual, que piensen lo que les parezca, yo hago lo que quiero, no lo que a ellos les guste. Y eso es no dejarte dominar, rebelarte ¿no?

-Ya, ya, si no te digo nada – respondí-. Lo que pasa es que nosotros por rebelión entendemos otra cosa no tan aplicada al tema del estudio. Por ejemplo, pues ahora no estudio y me hago camarero y me compro una moto, o mañana traigo a cenar a mi novia y a mi novio, o me voy a vestir de monja pero con minifalda y escote hasta el ombligo para vender condones por los bares. Claro, que aquí esto último igual no es tan raro. Pero bueno, todo esto da lo mismo, el caso es que eres una rebelde. Muy bien, Scarlett, digo Samantha. Cuando cuente yo en la tierra que he estado yendo aquí ya allá con una superchurri igualita que la Johansson, que es ingeniera, diplomática y habla no sé qué idiomas, vamos, no me va a creer nadie. ¿No sacamos una foto? Eso sería de ayuda.

-¿Una foto?  ¿Te refieres a eso que hacéis con los teléfonos, para recordar algunos momentos con imágenes? –preguntó mientras ojeaba la carta de bebidas.

-Sí, justo a eso. ¿Qué pasa? Aquí están prohibidas las fotos ¿o qué?

-No, es que aquí no tienen sentido. Nosotros tenemos este aparato, dijo señalando al dispositivo- que ya te he dicho que tiene muchas funciones y controla casi todo lo que te pertenece, con él podemos seleccionar un recuerdo almacenado en nuestro cerebro que nos guste y elegir la secuencia de imágenes que nos apetezca y verlas en una pantalla de niebla, con la que podemos interactuar. Es casi como volver a vivir esos momentos. Incluso puedes invitar a otras personas a participar.

-Ah… Joder, pues sí que debe molar. Pues en la Tierra tendría un éxito que te pasas, sobre todo para usos privados. Ya me entiendes. Algunos se dedicarían a piratear los contenidos de otros y la cuestión pornográfica adquiriría una nueva dimensión.

-Ah. Ya. Tienes una mente muy calenturienta ¿Sabes? Porque te refieres a que podrías revivir las experiencias sexuales de tus conocidos –dijo ella.

-Hombre, eso ya igual es un poco gore, que yo vivo en un pueblo y somos todos como familia. Aparte tampoco es que por allí el atractivo se cultive con carácter general –dije- Me refería más a los recuerdos de otro tipo de gente, más atractiva. Mujeres. Famosas. Guapas. O ya puestos, directos al grano, actrices porno o gente de vida disipada en general. No me digas que aquí no se le ha ocurrido a nadie.

-Desde luego que no. Aquí nadie haría nada parecido. Va contra nuestra naturaleza. Y por muchos motivos. Piratería, pornografía e intrusismo, y más cosas. –dijo censurándome con la mirada- Eso que se te ha ocurrido es un atentado contra la intimidad de otros, es un uso de la tecnología  para el que no se ha creado, y es de esa clase de cosas que lleva al desorden y a la decadencia. 

-Pero molaría ¿a que sí?

-No.

-Bueno, pues a mí sí. Y a mis amigos también –dije.

-Pues a mí no.

-¿Y eso que has dicho? –pregunté.

-¿El qué? –respondió enfadada.

-Eso de que va contra vuestra naturaleza. Puede ir contra vuestra educación, vuestras normas sociales o contra vuestras leyes, pero vuestra naturaleza no será tan diferente de la nuestra, así que seguro que a mucha se le ocurrirá  lo mismo tarde o temprano. Más bien temprano.

-Te equivocas.  Puedes creer que somos iguales porque físicamente somos iguales, pero nuestra naturaleza psicológica es muy diferente a la vuestra. Seleccionada y superior. Lo negativo se eliminó hace mucho tiempo. Y vivimos muy bien gracias a eso.

-¿Se eliminó? –dije mirándola con seriedad, intentando que me explicara aquello.

-Da lo mismo, fue hace mucho. Además no lo entenderías. Olvídalo. Ha sido una estupidez decirte eso  –dijo desviando la mirada.

-Una estupidez. Y fue hace mucho tiempo. Y ¿por qué no me lo quieres contar?  -dije intentado que volviera a mirarme- ¿Qué pasa, tiene que ver con esta historia del elegido? O.. ¿O con mi planeta? –ella seguía sin mirarme cada vez más azorada y nerviosa- ¿Es eso? ¿Con la Tierra? Sí, sí, sí, tiene que ver con la Tierra, con lo que pasó con la gente que deportaron allí. ¿Es eso? Dímelo. Dímelo. Dímelo.

Ella no respondió, seguía cruzada de brazos, con la cara de lado, mirando al infinito más allá de la terraza y de las montañas que se veían al fondo, y moviendo una pierna con un ritmo acelerado.

-Samantha. Dímelo de una puta vez. Tú sabes que no es justo lo que me está pasando. Apenas me han explicado nada, no sé de qué va todo esto, estoy muy lejos de mi casa, no había pasado de Sevilla y ahora voy a viajar por unos cuántos planetas… y no sé por qué. Lo único que sé es que hace muchísimos miles de años deportaron a una gente a la Tierra, a mis antepasados, por no aceptar los avances tecnológicos y que allí quedaron aislados en una espiral de decadencia, hasta que fueron ignorantes de sus orígenes y que…

-Es mentira.

-¿No les deportaron?

-Sí… No, no es eso –dijo ella azorada, debatiéndose entre el deber de guardar un secreto y la necesidad de contarlo y ayudarme-. Les deportaron, pero no fue hace tanto y no fue por no aceptar los avances tecnológicos.

-Cuéntamelo, Samantha. Pero cuéntamelo bien, con los detalles, sin engañarme.

- Está bien. Pero júrame que no dirás que te lo he contado. Actúa siendo consciente de esto pero no digas que lo sabes –dijo mientras yo asentía- Está bien. Ocurrió hace unos cuantos miles de años, unos 6000, nada de los 200.000 que te han explicado, no es tanto tiempo si lo piensas bien. El Universo era más o menos como la Tierra, mucho desorden, cada cual a lo suyo y muy poca normalización, poco respeto a las reglas. Había delincuencia y muchos sitios eran peligrosos, algo que ahora es inimaginable.

Sin embargo, la ciencia  avanzaba en progresión geométrica, sobre todo en los campos a los que más había costado llegar, como la neurología y el estudio del cerebro. Los científicos aprendieron a formar cadenas sinápticas que fijaban determinadas habilidades del ser humano y cuando esta técnica se fue desarrollando vieron que en determinados ambientes o circunstancias había una facilidad mayor para fijar determinadas habilidades y así surgió todo esto de la especialización por planetas. Y eso fue un nuevo revulsivo para el desarrollo porque de repente los especialistas en determinadas materias eran mucho más sabios y capaces de aprender y desarrollar algo nuevo.

Así que eso desencadenó un torrente de descubrimientos y avances en todos los terrenos de la ciencia, incluyendo la neurología. Entonces alguien se dio cuenta de que igual que se podía crear una cadena sináptica también se podía eliminar o, mejor dicho, dejarla vacía, sin un uso concreto, borrar sus habilidades. Era algo muy delicado, pues requería de una precisión sin precedentes en ninguna ciencia, pero con el tiempo consiguieron desarrollarlo muy bien. Y enseguida encontraron una aplicación práctica para esta nueva técnica que se materializó en un programa de mejora social, destinado a eliminar la delincuencia y la inseguridad. Se capturaba a los delincuentes y se borraba de su cerebro aquellas estructuras que eran potencialmente dañinas y después se les dejaba libres, preparados para reinsertarse en la sociedad como ciudadanos modelo.

-Así se redujo la delincuencia, claro.

-Sí, pero al principio los “sanados” caían enfermos en poco tiempo. Se volvían locos o desarrollaban extrañas enfermedades mentales, que les impedían vivir de forma normal. Así que también se pusieron a investigar ese problema y se dieron cuenta de que las cadenas sinápticas que quedaban vacías eran ocupadas de nuevo por el cerebro, aunque sin un sentido definido pues al no tener ninguna función concreta esas ramificaciones neuronales se iban reorganizando en un caos que terminaba por confundir a todo el sistema cerebral.

-Pero consiguieron arreglarlo… -dije.

-Sí. Sólo era necesario darle una función a esas neuronas. Y les pareció que lo mejor era usarlas para desarrollar la conciencia social, la responsabilidad respecto al bien común, el respeto al resto de los seres humanos, programarlas para que el individuo tuviera profundamente arraigadas estas inquietudes.

-Pues no parece tan malo –comenté dándome cuenta de que caía la tarde y le quedaba muy bien a Samantha, con aquel mono ajustado brillante y el pelo tan bonito.

-Déjame terminar y verás como tampoco es tan bueno –dijo ella. Bien, se denominó a este sistema “reordenación cerebral por el bien social” y se aplicó con bastante éxito en lo relativo a la delincuencia. Los delincuentes eran “curados” y pasaban a ser gente con una gran conciencia social, no volvían a dar problemas y cada vez las ciudades eran más seguras y tranquilas. Llegó un momento en que apenas quedaban lo que entendemos por delincuentes reincidentes y sin embargo seguían produciéndose delitos violentos, sobre todo en el ámbito doméstico, también robos y cosas así. ¿Imaginas por qué?

-Porque en el fondo todos somos delincuentes. En un momento dado cualquiera puede activar una de esas redes sinápticas y convertirse en un delincuente ocasional –respondí.

-Así que ya imaginas lo que se les ocurrió…

-No –dije- No puede ser. ¡Estáis todos lobotomizados!

-Sí, así se hizo. Se decidió eliminar las ramificaciones neuronales conflictivas a todas las personas de Universo y sistemáticamente a todos los que nacieran. Así se desterraría la violencia y la sociedad se convertiría en algo basado sólo en fines constructivos.

Pero esto no fue aceptado por todos, mucha gente se negó a dejar que les tocaran el cerebro y comenzaron a organizarse en una especie de resistencia. Al principio se les obligaba, pero a la vez que la nueva cura se iba aplicando a más y más gente, crecía la conciencia de que no se podía obligar a someterse a la reforma cerebral a quienes no quisieran. Era algo que chocaba de manera frontal con la conciencia social quirúrgicamente implantada. Ahora parece obvio, pero entonces no se dieron cuenta de que para los ya implantados era inadmisible que se obligara a otros a ser modificados.

Esta situación obligó al gobierno a dar una salida a aquella gente rebelde fuera de la sociedad. Se decidió preparar un planeta para que vivieran allí, separados del Universo y privados de cualquier desarrollo tecnológico, de forma que las posibilidades de que volvieran a entrar en contacto con la humanidad curada fueran ínfimas. Y allí, a la Tierra, se deportó a los delincuentes que quedaban y a todos aquellos que no querían sustituir sus tendencias violentas por impulsos sociales.

-Impresionante –comenté.

-Pero esto no es todo –prosiguió Samantha cada vez más bella a la luz de aquel atardecer ultradorado- Una vez más las personas curadas del Universo sentían remordimientos, pero ahora por dejar a todos aquellos congéneres abandonados en un planeta, sin la más mínima esperanza de volver a la sociedad en el caso de que se arrepintieran o si lograban corregirse y curarse.

Al mismo tiempo los neurólogos empezaron a darse cuenta de que la implantación cerebral de aquel interés social tan arraigado tenía un inconveniente importante. Hacía que los individuos fueran reduciendo poco a poco el interés por su propia la individualidad, y eso generaba una dejadez en muchas facetas de la vida y las personas tendían a perder el interés por todo tras unos cuantos años, con lo que aumentaban de forma dramática los problemas mentales relacionados con la melancolía crónica y los suicidios.

Así que crearon la figura del elegido. Era algo que resolvía todos los problemas. Por una parte la leyenda elimina los remordimientos, porque dice que el elegido romperá las barreras y cambiará el Universo para devolver a la Tierra al seno de la humanidad y así todos veremos cuando nuestros hermanos deportados estarán preparados de verdad para volver y podremos recibirlos con los brazos abiertos. Por otro lado, esta esperanza de reconciliación encarnada en el elegido se transformó en una ilusión personal, una esperanza que todo el mundo lleva dentro, en sus conexiones sinápticas, de manera que la persona siente una ilusión permanente por algo, y esto compensa de alguna forma la renuncia progresiva a la individualidad, con lo que se redujo bastante el índice de problemas mentales. Naturalmente todo esto no fue sólo propaganda, sino que se implantó en el cerebro de todos completando a la conciencia social programada.

Luego se decoró la tierra como una especie de compendio de todos los rincones paradisiacos del Universo, de tal manera que casi parecía un lugar ideal para vivir, y se completó con el dispositivo combinado de imaginación planetaria, que debía ser desconectado por el elegido una vez la humanidad terrícola estuviera preparada para volver al seno de la humanidad universal. Con todo esto todas las conciencias estaban calladas y muy tranquilas.

Lo que te he contado es un resumen breve de un proceso que se desarrolló a lo largo de siglos, no fue en dos días. Aunque una vez implantado nunca ha vuelto a cambiar.

-Y desde entonces la gente se porta bien y vive con la esperanza de que llegará el elegido a mejorar las cosas y aunque saben todo esto no se hace preguntas.

-No, no saben todo esto. Me refiero a los detalles del programa neuronal,  se implanta a los recién nacidos porque es necesario para eliminar un defecto congénito que lleva a la inadaptación social y ya está. Casi nadie sabe todo esto con tanto detalle, sólo los que estamos destinados a formar parte del núcleo central del sistema gubernamental.

-Ya. Y tú ¿no decías que no quieres ser diplomática? No me dirás que te gusta ser gobernante. Y estás diciendo que si sabes todo esto es porque vas a ser gobernante.

-No es que me guste mucho pero ese ha sido siempre mi destino, diplomática y luego gobernante, como casi todos los del sistema –explicó ella-. Mis padres y los responsables de mi programa de formación creen que mis estudios adicionales de ingeniería y lenguas avanzadas son tan sólo una demostración de rebeldía juvenil y que pronto estaré preparada para integrarme en el sistema de decisiones –dijo ella con escepticismo. De hecho, creen que es una señal muy buena que me haya presentado voluntaria para acompañarte, aunque yo en realidad no lo he hecho por integrarme sino por conocer a uno de los “otros”. Además, ha sido una casualidad que mi aspecto físico coincidiera con tu imagen de la amiga ideal. Una vez que fui destinada a este trabajo me contaron la historia con todos los detalles para que pudiera manejar la cuestión con la diligencia necesaria, total lo iba a saber dentro de un tiempo.

-Ya. ¿Y todo esto de vernos por la televisión y de copiar la ropa y todo eso?

-Pues viene de lo mismo. La retransmisión ininterrumpida en directo se realizó desde el principio con el objeto de que toda la humanidad pudiera ver los pésimos resultados que obtiene el que no quiere ser curado. La decadencia de una sociedad dominada por los instintos.

Se ha seguido todo el proceso durante milenios, los primeros intentos de los recién llegados a la Tierra por organizar las ciencias y la tecnología y como fracasaron debido al pillaje, el egoísmo y la falta de previsión. Como se diezmaba la población empezó de forma trágica por falta de alimento, por las guerras internas o por inadaptación al entorno.

Luego comenzó un declive increíble de todos los conocimientos y os convertisteis en seres muy primitivos que sólo trataban de sobrevivir, al borde de la extinción. Pero poco a poco comenzó el aprendizaje científico y los desarrollos tecnológicos, aunque muy primarios, fueron aumentando de forma exponencial y entonces empezó a crecer de nuevo la población.

Todo esto se seguía con un interés sólo científico, de aprendizaje, humanitario, cosas de ese tipo. Pero en las últimas décadas las cosas cambiaron, vuestro desarrollo tecnológico avanzó y aunque sigue siendo bastante primitivo lo utilizáis de maneras sorprendentes, casi demenciales, y ahora la mayoría de la gente ve las retransmisiones de la Tierra por curiosidad, entretenimiento, como diversión o fuente de inspiración. Por eso hay tanta tendencia basada en vuestras costumbres, forma de vestir, iconos, etc… algo que le ha venido muy bien al sistema porque de pronto han surgido nuevas inquietudes que ayudan a fijar el interés por lo individual, la moda, las tendencias de la Tierra entretienen a la humanidad y amortigua la melancolía, la frustración y todo eso.

-Y ¿qué piensa la gente ahora que en teoría ha aparecido el elegido?

-Ha pasado muy poco tiempo, pero nadie sabe qué va a ocurrir. Sospecho que ahora comienzan los problemas. La esperanza ya está aquí, ha llegado, y todos están pendientes de lo que va a ocurrir de un momento a otro, y si no ocurre nada nadie lo entenderá. Es un gran problema para el gobierno. Esas esperanzas implantadas en el cerebro se han materializado en tu figura y ya nada será igual. Ahora todos estamos desarrollando en nuestro interior algo que va más allá de los sistemas neuronales implantados –dijo mientras yo sonreía satisfecho de mi importancia-. Claro, que no es gracias a ti, que eres un idiota, es porque se ha alcanzado un punto que va más allá de lo previsto en la implantación cerebral. Entramos en terreno desconocido.

-Y ¿por qué me cuentas tú todo esto si te han pedido que guardes el secreto y está previsto que seas parte del gobierno y es obvio que te estás buscando problemas?


-Ya te he dicho que estoy en una fase de mi vida muy rebelde y creo que me stoy internando muy rápido dentro de ese terreno desconocido, más allá de los límites teóricos de mis neuronas.


Beethoven Piano Concerto N 5 - Benedetti/Giulini/Wiener 

sábado, 2 de noviembre de 2013

El refresco que rasgó la realidad. Capítulo 5.

Avanzamos en silencio por varios pasillos, mirando al suelo, sin hablar. Hasta que llegamos a unas grandes puertas de madera que se abrieron de par en par con un crujido, dando paso a una sala más grande que estaba presidida por una mesa de reuniones en forma de anillo, en cuyo centro había una silla solitaria y abandonada. Cerca de la mesa había varios grupos de personas mayores charlando en voz baja que poco a poco se fueron percatando de nuestra presencia y fueron callando, mirándome con curiosidad, sacando ya algunas conclusiones.

Me sorprendió ver allí a Fede, que mantenía una expresión muy seria y parecía evitar mi mirada, y también estaba la anciana del tren que seguía vestida de gladiadora y me saludaba con la mano imitando a la reina de Inglaterra. Pasaba bastante desapercibida porque aquello parecía una fiesta de carnaval. Sólo Fede llevaba el mono “tradicional”, el resto lucía unas pintas bastante demenciales, Tarzán con botas de motorista, Michael Jackson con su chaqueta roja de cuero, rematada con una falda flamenca roja con lunares blancos, Severus Snape con el libro de cocina de Arguiñano, Legolas portando una ballesta de balas explosivas, Lady Gaga como siempre, también vi a Angela Merkel con un traje de Agatha Ruíz de la Prada. Había de todo un poco pero en combinaciones muy extrañas.

-Bien, ya ha llegado. Sentémonos y que comience la sesión –dijo Fede en voz alta y dando unas palmas.

Los senadores se fueron sentando alrededor de la mesa anular y esta se separó en dos partes, abriendo el paso hasta la silla que había en el hueco central. Samantha me acompañó hasta allí y me reconfortó con una caricia en la espalda, deseándome suerte. Después salió del anillo y la mesa se volvió a cerrar, mientras ella se sentaba junto a Sarah en una zona un poco más alejada y oscura. Me sentí digamos un poco observado, pues los veinticinco senadores me observaban en silencio. No es que no me guste ser el centro de atención pero aquello resultaba un poco excesivo y a la vez delirante, todas aquellas personas disfrazadas, me observaban con gestos tan duros y serios que parecía una coña. Fede se levantó y mi silla dio un giro hasta dejarme  frente a él.

-Señoras y señores senadores. Estamos aquí los veinticinco, en la sala del conocimiento, en sesión a puerta cerrada, dispuestos a revelar la verdad sobre este hombre –dijo señalándome-. Este hombre que asegura ser el elegido. Pero ¿lo es de verdad?¿ O es tan sólo un farsante, un dominguero que paseaba por la playa y activó el dispositivo por casualidad? Pesa sobre nosotros una gran responsabilidad, decidir su destino. Podemos decapitarle si pensamos que es un farsante, o darle paso a los otros seis mundos si creemos que de verdad es el elegido.

Los senadores me miraban expectantes, tratando de encontrar alguna pista por mi aspecto, mis gestos o mis reacciones. Yo también les miraba, intentando sonreír y debatiéndome entre seguir allí sentado sin hacer nada o levantarme y decirles que todo fue una casualidad y que en realidad yo no tenía ni intención, ni interés en ser el elegido, pero que de todas formas tampoco hacía falta matarme.  Se me ocurrió ofrecerles quedarme por allí y montar una tienda de tendencias para ordenar un poco todas aquellas influencias de la moda terrícola.

-Bien –prosiguió Fede- cada uno tendrá su turno si lo desea. Pueden preguntar cualquier cosa, lo que quieran, aquello que les resulte más revelador y que pueda guiarles hasta la decisión más justa y sabia. Algo sobre la vida de este señor, su forma de pensar, sus costumbres, trabajo, convicciones, en fin, lo que quieran. Yo ya he hablado con él, tuvimos una larga conversación en la nave de exploración y he de decirles que ya tengo formada una opinión inamovible. Creo que este hombre es un farsante, no es el elegido sino tan sólo un sujeto que intenta aprovecharse de las circunstancias. Uno de esos indeseables que tanto abundan en su planeta. Este es y será mi voto –dijo Fede mientras yo le miraba con expresión de incredulidad, pues pensaba que nos habíamos entendido bien y resulta que el muy mamón quería cortarme la cabeza.

Se sentó y un par de números de color verde surgieron en el aire, comenzaron a cambiar a la vez, 11, 22, 33, 44, hasta que empezaron a hacerlo tan rápido que ya no se distinguía nada. De pronto pararon, mostrando el número 23. Mi silla se movió con un giro brusco y me puso frente a un hombre sesentón, el que iba vestido de Tarzán.

-De acuerdo –comenzó- Seré muy breve. Mi pregunta es la siguiente ¿Quién engañó a Roger Rabbit?

-¿Ein? No tengo ni idea –dije con voz temblorosa- Es sólo una película, ¿sabe? Salía un conejo, dibujado, mezclado con los personajes reales, imagínese. No tiene mucha trascendencia en realidad.

-Ya, comprendo –pues dígame entonces- ¿En qué piensan las mujeres?¿Qué es Rosebud?¿Cuál es el argumento de la película El Topo?

-Ni idea. Soy escritor, no entiendo nada de cine. Pero no creo que esas preguntas tengan respuesta. En la Tierra a veces hacemos cosas que son incomprensibles, sólo por el gusto de hacerlas, por hacer algo diferente.

Los números flotantes comenzaron a girar de nuevo y enseñaron el diecisiete, con lo que mi silla giró muy rápido a la izquierda.

-Claaaro, es escritor. Muy bien –dijo una señora vestida con un traje de monja decorado con rayos amarillos- Entonces, a lo mejor escribe usted artículos en publicaciones serias como el Times o el Hola, o ¿quizá en alguna de corte humorístico como El Jueves o La Razón?

-No, no, yo escribo novelas. Policiacas, de asesinatos, misterio, detectives y...

-¡Anda! ¿Sí? ¿Y se codea con algún colega de su profesión famoso?¿Stephen King?¿Truman Capote?

-Pues sí, resulta que Stephen es mi vecino –dije sin poder evitarlo. Ya me estaba hartando de aquella gente tan insustancial, lo único que quería era volver a la playa, que cerraran la brecha en el cielo y seguir con mi vida de siempre.

-¿Le estamos pareciendo insustanciales? –preguntó alguien desde mi derecha, haciendo girar la silla a toda velocidad y dejándome frente a Légolas, que me apuntaba con la ballesta de balas explosivas.

-No, para nada –respondí con la sonrisa más tensa que nunca tuve- es que me extrañan todas estas preguntas sobre la Tierra. Esperaba algo más, no sé,… existencial.

-Todo esto es muy existencial. Estamos muy interesados por lo que ocurre en su planeta y no entendemos casi nada. Y esta incomprensión hace más atractivas sus diversas culturas, les da un tinte místico y se genera cierta tendencia al culto, que ya habrá detectado.

-Ya, bueno, pero se supone que llevan no se sabe cuántos años esperando al elegido y deberían tener  algunas preguntas preparadas, que serían de otro tipo, un poco más profundas –dije muy serio.

-¿Pertenece usted a alguno de esos clubs de actividades lúdicas? –pronunció una voz mientras la silla me arrastraba a la izquierda- Ya sabe, los Sans Culottes, la Cienciología, la Luftwaffe, el club de los poetas muertos o la asociación de ajedrez de la Casa de Campo.

-Insisto en que las preguntas deberían ser más profundas –dije como respuesta a Lady Gaga.

La silla volvió a girar y me dejó medio mareado frente a Angela Merkel, que parecía bastante entrañable con el vestido de corazones de Agatha Ruíz. No es que me dieran ganas de abrazarla pero tampoco se me irritó el estómago como cuando la veía por la tele en mi casa.

-Son las respuestas las que deben ser profundas. No las preguntas –dijo ella.

-Glup –respondí yo.

-Bien –dijo ella- Explíquenos una cosa, ¿qué piensa usted de todo esto? De ser el elegido. De nosotros.

-Pues creo que tienen una civilización muy avanzada, con muchas comodidades. Y eso está bien, los avances ayudan al ser humano, me imagino que no ponen la lavadora, no tienen que bajar la basura, seguro que ni se fijan en el Euribor, y habrá trabajo para todos, eso significa que no conocen la pobreza, ni las colas del paro y que nadie se tiene que alegrar porque exista Mercadona. En fin, creo que viven en lo que para la gente de mi planeta sería un sueño, una vida segura en todos los aspectos.

-Nos halaga usted. Le honra reconocer que nuestra civilización es superior –dijo la senadora.

-Sí, superior es muy superior. Pero algo falla –respondí ante el estupor general.

-Oh. ¿A qué se refiere? –preguntó la mujer con expresión seria.

-Hay algo que no me cuadra en lo poco que he ido viendo y en el contacto que he tenido con diversas personas –empecé a argumentar, tratando de ordenar mis ideas-. Están ustedes tan pendientes de nosotros, de la moda, la cultura, los significados de lo que hacemos o decimos, que resulta chocante, todo eso indica que algo no va bien. En lo que se ve a simple vista quizá sí son muy superiores, en la tecnología, los edificios, los viajes interestelares, sí, y seguro que tienen comida basura que no engorda y que pueden piratear de internet lo que quieran sin que la NSA se entere, vale, en todo eso no hay dudas, han avanzado hasta límites inimaginables. Pero en el fondo, en lo que llevamos dentro, ahí el tema es muy diferente. No lo nieguen, tienen un enorme deseo de ser imperfectos, y eso es lo que admiran en nosotros. Carecen de identidad y la buscan en la imperfección.

Nadie dijo nada durante un rato. No hubo más preguntas. Los senadores se miraban unos a otros, buscando en los demás ese anhelo que yo acababa de señalar, miraban sus ropas, sus peinados y todos aquellos juguetes, con cara de mosqueo. Pensé que la había cagado pero bien, de allí no saldría con la cabeza en su sitio. Angela miraba sus manos entrelazadas con una expresión tan triste que entonces sí me dieron ganas de abrazarla. Vale, aclaro que en plan abrazo de consuelo amistoso, no vaya a ser que se me tome por alguna clase de pervertido. A su lado Fede me miraba, ahora sí, muy fijo, con los ojos eructando llamas, flechas y rayos láser.

Esperó un rato e invitó a los senadores a hacerme alguna otra pregunta pero ninguno quiso decir nada más, parecían estar meditando su decisión.

-Votemos –dijo Fede recogiendo la atención de todos.

Dos números de color verde y otros dos rojos aparecieron en el aire, justo sobre mí. Sonaron tres pitidos cortos y agudos. Los senadores extendieron sus puños cerrados hacia mi posición y sonó un nuevo pitido más largo, entonces todos abrieron las manos y los números empezaron a correr. Los senadores miraban el resultado de la votación, aún tenían las manos levantadas, observando los números estáticos con tanta atención como supuse que debían poner al ver nuestros programas de televisión más escabrosos.

-Veintidos votos contra tres –dijo Fede dejando caer la mirada desde los números hasta encontrar mis ojos- Va a viajar usted bastante, elegido. Espero que encuentre alguna sabiduría en ese camino.

Salí de la sala con Sarah y Samantha. Recorrimos los pasillos otra vez en silencio, hasta que Sarah se detuvo y habló.

-No sabe cuánto me alegro Señor Elegido. No sólo porque conserva usted su cabeza, también por nosotros, los de la civilización avanzada –me dijo con cierta alegría. Y me di cuenta de que Samantha sentía algo parecido, aunque no levantó la vista del suelo.

Estábamos parados justo a la entrada de la sala de Blancanieves y no pude resistir el impulso. Corrí hasta el féretro de cristal y la besé. No podía imaginar mayor felicidad que conseguir devolverla a la vida, así que más que un beso fue un morreo bastante intenso, aunque con un fondo muy puro y cariñoso. Como me gustó le di otro, pero no resucitó. Me quedé un poco desilusionado, mirándola y preguntándome quién conseguiría revivir a aquella chica. Era muy guapa y parecía dulce e inocente, a pesar de que la habían besado cientos de miles o millones de personas. Seguramente sería la persona más besada del Universo. Me froté los morros con la manga de la camisa pensando en todas aquellas babas y bacterias. Pero luego me acordé: lo que no mata engorda. Así que le pegué otro morreo. Creo que a ella también le gustó, aunque tampoco al tercer intento resucitó.

-Oye tú. Vale ya –dijo Samantha- Que te veo que te estás lanzando. No te imaginas lo espabilados que están los terrícolas –le dijo a Sarah- Este tío es que no piensa en otra cosa.

-Vaya, vaya. Aquí eso lo tenemos superado –comentó Sarah.

-¿Y qué tal? –pregunté.

-Aburrido –dijo en  tono picaruelo.


Miré a Samantha con un poco de sorna, encogiéndome de hombros como diciendo “si es que…” y luego eché un relajado vistazo a su maravilloso escote lleno de dulces promesas. Me dio un capón que resonó fuerte en aquellos dorados pasillos y seguimos andando hasta la calle.

Mozella - Belle Isle