LA VENGANZA
A las seis de la tarde partimos detrás del carro de verduras, haciendo frecuentes paradas para darle una ventaja que enseguida recortamos. Pasamos por el cementerio indio, busco al lince con la mirada pero no lo encuentro, atravesamos Agua Prieta, que ya bulle anticipando la actividad nocturna. Cruzamos la frontera sin ningún contratiempo.
Enseguida recuperamos las armas y nos dirigimos muy lentamente al rancho, todos en el todoterreno de Marc. Cada uno ha cogido lo que más le ha gustado. Vicky dos de los grandes cuchillos de comando. Marc y Charlie pistolas con silenciador. Yo llevo guantes y cable de estrangulamiento y un pistolón del ejército que da miedo sólo con verlo.
Estamos llegando. El interior del coche está cargado de tensión, cuesta respirar ese aire cargado de electricidad, creo que con una chispa saltaríamos por los aires. Ninguno hemos pensado en qué ocurrirá después, que será de nuestras vidas cuando hayamos terminado con esto. Lo más probable es que acabemos todos muertos, que vayamos a la cárcel, en el mejor de los casos seremos fugitivos de por vida.
Cruzamos el pórtico de madera que da entrada a la propiedad. Rancho Wildbull. En el camino polvoriento un tipo nos hace señales para que paremos el coche. Al fondo han habilitado una zona de aparcamiento que está abarrotada. Marc detiene el vehículo y baja la ventanilla. El tipo apoya los brazos en el marco y nos habla con mucho entusiasmo.
-¡Hey amigos! ¡Llegáis tarde! Sacad la invitación y pasad a la fiesta. ¡Menudo fiestorro! va a ser recordado durante muchos años ¡Yiiiiiiaaaahh!
Marc ha extendido con disimulo la mano hacia Vicky y ella le ha cedido uno de sus cuchillos. La hoja refulge un momento y juraría que hace un ruido al cortar el aire a toda velocidad. El tipo parpadea y emite un leve gorgoteo a través de su garganta seccionada. Marc le sujeta, decidimos dejarle en el hueco trasero del todoterreno. Ha sido impecable, todo muy rápido, desde luego Marc ya no es el niñito mono adicto a los videojuegos, su frialdad da miedo, se ha cargado a un inocente como si nada. Claro que si se tratara de dejar a un lado a los inocentes nosotros no hubiéramos pasado por todo esto, seguro que es eso lo que piensa, lo que le justifica y le confiere ese aplomo.
Aparcamos el coche siguiendo las instrucciones de otro tipo. Marc se acerca a él hace un extraño amago de abrazarle, sacando a la vez la pistola de la parte trasera del cinturón. Un segundo después el tipo está muerto, con dos tiros en el corazón. El silenciador funciona bien y no hemos llamado la atención de nadie, a pesar de que la casa está cerca.
-Esconded el cuerpo debajo de un coche -dice Marc mientras instala uno de los inhibidores de frecuencia para móviles en una de las paredes de madera. Nadie podrá hacer una llamada inoportuna. Hay que buscar el cable de teléfono y cortarlo por la misma razón. Parece que todos los invitados están en el jardín, al otro lado de la casa.
La vivienda entera está abierta así que no tenemos problemas para entrar. Hay camareros y cocineros yendo de un lado a otro, pero ninguno se preocupa por nosotros, están demasiado ocupados y si nos han visto deben creer que somos empleados o invitados con mal gusto para vestir en una fiesta. Marc encuentra un cajetín de teléfono detrás de la puerta y corta el cable. Entra también después de tirar su chaqueta vaquera llena de sangre.
-Subamos al piso superior -dice señalando unas escaleras- Desde allí tendremos una buena panorámica y podremos ver qué se cuece en este momento.
La planta alta está desierta, entramos en una de las habitaciones y desde las ventanas vemos que los invitados se agolpan al final del jardín, donde han montado un pequeño escenario delante de un gran número de sillas. Frank y Brenda se acaban de casar y reciben las felicitaciones de todo el mundo bajo una lluvia de sonrisas y confeti. Los dos van vestidos de blanco, las damas de honor llevan vestidos rosa y los chicos chaqueta blanca y pantalón negro con pajarita. Están estupendos, todos juntos, sin saber que hoy lucen sus mejores galas para una ocasión realmente especial.
-Hay mucha gente -dice Marc- unas doscientas personas, va a ser muy difícil atacarles sin que se monte una estampida de invitados, lo cual les daría una excelente oportunidad para escapar. Veo a varios de los empleados del padre de Brenda, controlando discretamente la fiesta.
-¿Qué opciones tenemos? -pregunta Vicky- Mi idea de entrar a saco no parece tan buena ahora.
-Creo que la única opción viable es atraerles aquí, a este piso, sólo a ellos. Poco a poco mejor que en grupo, nos vamos cargando a todos y nos largarnos de aquí.
-En esa última parte no tenemos ninguna posibilidad, Marc -le interrumpo- Vamos a ir a la cárcel de cabeza.
-¿Algún problema con eso? -pregunta Charlie.
Nadie dice nada. Observamos como los invitados se van acercando a la zona del banquete, que está justo debajo, delante de la casa, en la parte más bonita del jardín. Hay unas 20 mesas dispuestas en un semicírculo y en el centro la mesa de honor, en la que se sentarán los novios.
-Desde aquí hubiéramos podido cargarnos a la parejita si hubiéramos traído un rifle de francotirador -dice Charlie.
-Demasiado riesgo -responde Marc- Un fallo y todo se va al garete. Además, la reacción sería rápida, no creo que pudiéramos cargarnos a más de dos.
-¿Qué es eso? -iba a preguntar señalando a un lado de la mesa principal. Pero me doy cuenta de que es mejor callarme. Ya sé lo que es. El lince está allí sentado, mirando hacia arriba, hacia la ventana, hacia mí. Recordándome que no puedo fallar.
-Belinda. Tú eres la única que puede estar en la fiesta sin llamar demasiado la atención, al fin y al cabo te invitaron. Tienes que arreglártelas para ir trayendo hasta aquí a todos esos bastardos, poco a poco, dejando a los novios para el final así será más difícil que alguien les eche en falta mientras vamos arreglando cuentas.
-De acuerdo, Marc -digo con pesadumbre- Mejor esperamos a que acabe la cena, cuando empiece el baile y todo sea más confuso.
La cena me resulta familiar porque transcurre de una forma ideal que he visto en muchas películas románticas. Los novios se besan cada poco y algunos invitados pronuncian discursos emocionados, llenos de bonitos recuerdos. Los amigos más íntimos se acercan y les entregan regalos especiales, pequeños trozos de su pasado en común. Brenda rompe a llorar por la emoción de vez en cuando, entre los aplausos y los suspiros de los congregados. Frank, siempre sonrojado, sonríe a sus amigos, asiente con cara de complicidad, señala a alguno poniendo la otra mano sobre el corazón.
El baile comienza siguiendo la tradición, la novia y su padre bailan mientras intercambian palabras intensas, algo que seguramente no habían hecho antes. El habla cerca de su oído, ella le sonríe emocionada, con los ojos anegados en lágrimas. Es la intensidad de la separación que representan a la perfección, aunque quizá estén deseando que llegue mañana para no tener que verse cada día.
Cuando el resto de invitados invaden la zona de baile decido bajar. Los de arriba, mis tres amigos, esperan que consiga atraer a alguno de los invitados implicados en los sucesos del cementerio indio. Me muevo entre la multitud mientras, de forma inevitable, voy repasando mis recuerdos, los que me han traído aquí. Vuelvo al calor sofocante de la tumba, escucho otra vez el sonido amplificado de mi respiración, el aliento de la calavera en mi cara, mi cuerpo atenazado por el miedo y paralizado por alguna extraña fuerza, los gusanos entrando por un agujero de mi nariz, saliendo por el otro portando un trocito de mi ser y trasladándolo al esqueleto que tengo al lado, depositándolo pegado a sus huesos. Dejando marcado su recorrido con mi sangre.
La calavera me miraba ¿sonriente? mientras yo intentaba encontrar un resquicio de liberación, con todas mis fuerzas, aunque sólo fuera soltando un simple gruñido.
¡Es todo una pesadilla! -conseguí gritar por fin- ¡Es una alucinación! ¡Maldito mezcalito!
Pero la mano huesuda del esqueleto que tenía al lado sujetó mi cara con fuerza y ordenó “Estate quieta, deja trabajar a mis gusanos. Pronto todo habrá terminado”. Y entonces no pude parar, rogué, supliqué, lloré, hice todo tipo de argumentaciones, hasta que encontré una propuesta desesperada.
-Mi cuerpo no es suficiente -le dije al esqueleto- Con mi carne y mis órganos no conseguirás rehacerte, eres mucho más grande que yo. Necesitas más. Y yo puedo traerte a dos, además será justo porque son los responsables de todo esto, las personas que me han metido aquí contra mi voluntad, los que me han obligado a profanar tu descanso. Eran más, pero esos dos en concreto son los que han orquestado todo. Ellos merecen estar aquí, ellos tienen que pagar propiciando que te alces de nuevo con sus órganos, dejando aquí sus esqueletos.
Una mano en mi hombro me arranca de mis recuerdos, es uno de ellos, Robert. Me mira con una mezcla de sorpresa, alegría e ilusión. Le sonrío sin querer.
-¡Qué bien, has venido! Es maravilloso, ¿verdad? Verles así, tan felices. Después de tantos años juntos. Me hace ilusión verles casados.
-Sí, maravilloso. Por fin. -respondo parpadeando, saliendo de mi martirio mental al mundo real. A mi alrededor todo el mundo baila y se divierte. Me molesta ver tanta felicidad justo en este momento, cuando tengo que cumplir con mi parte. Internándome más en la pista de baile me alejo de Robert, mirando a todos lados, buscando a los novios, intentando aferrarme a mi voluntad y sin pensar en cómo haré para sacarles de allí sin levantar sospechas. De pronto es ellla, Brenda, la que se acerca y me abraza.
-¡Gracias! ¡Gracias por venir! No sabes la ilusión que me hace que estés aquí, compartiendo con nosotros todo esto.
-Es grandioso, Brenda. De verdad, no sabes lo emocionada que estoy.
-¡Frank! -llama ella tirando del brazo de su flamante marido- ¡Mira! Está aquí Belinda, ha venido.
-¡Belinda! Gracias por estar aquí ¡Qué bien! -dice él abrazándome.
-De nada. Qué tontos sois, cómo no iba a venir. No me lo hubiera perdido de ninguna manera.
-Has venido ¿sola? -pregunta Frank mientras ella le da un mal disimulado codazo reprobador.
-Hummm… Sí, sí, he venido sola. En realidad estoy aquí sobre todo para entregaros mi regalo -respondo improvisando- Lo tengo, lo tengo en el coche. Es que es muy grande, me daba un poco de vergüenza entregarlo aquí, delante de todos. Podemos ir a cogerlo, será sólo un momento. No os alejaré mucho tiempo de la fiesta. ¿Os parece bien?
-Sí… Sí, claro -dicen ellos mirándose con cara de vamos a hacer caso a la rarita.
Mientras salimos sé que los de arriba nos están mirando, se estarán preguntando qué es lo que estoy haciendo, el plan era deshacerse primero del resto de la panda, para no levantar sospechas con la desaparición demasiado temprana de los novios. Entramos en la casa, atravesamos el salón y la zona de entrada principal, dejando a un lado la escalera que lleva al piso superior. Salimos por la puerta principal al parking, rebasamos los coches, me da escalofríos pensar que bajo uno de ellos está el cuerpo de uno de los empleados. Llegamos al coche, las llaves están puestas, Marc dijo que era mejor dejarlas en el contacto para evitar problemas de última hora si teníamos que huir. Le pido a Frank que se siente en el asiento del conductor y Brenda se sienta a su lado. Me acomodo en el asiento trasero, justo detrás de ella.
-Bueno chicos. Cerrad los ojos -digo con fingida alegría mientras saco los guantes, intentando disimular la sonrisa que me sale al ver que obedecen. Muy rápido saco el cable de estrangulamiento y lo ciño con fuerza al cuello de Brenda.
-Pero ¡qué haces! -grita Frank alertado por lo ahogados gruñidos y repentinos pataleos de su esposa. Intenta golpearme pero enseguida desiste al ver que el cable se hunde con peligrosa decisión en la garganta de su amada.
-¡Está bien! -dice- ¿Qué es lo que quieres? ¿Por qué haces esto? ¿Es dinero? ¿Es eso lo que quieres?
-No. Quiero que conduzcas. Ahora. Hacia la frontera. Las llaves están puestas -respondo con una frialdad sorprendente mientras aflojo un poco la presa sobre el cuello de Brenda. Ella tose y respira a borbotones, intentando acaparar aire para no ahogarse. Sujeto el cable con una mano, manteniéndola a raya, mientras con la otra saco la amenazante pistola militar y apunto a Frank de manera ostensible.
-Está bien. Hacia la frontera -dice él- Y ¿cómo piensas cruzarla apuntándome con la pistola?
-Bastará con que sujete bien fuerte este cable con disimulo. Si hacéis algo que alerte a los policías ella estará muerta antes de que podáis hacer nada más. ¿Lleváis encima documentación? -pregunto con un hilo de voz al darme cuenta de que mi plan podría fallar con algo tan evidente.
-Sí, yo tengo los pasaportes de ambos -responde Frank- Pensábamos cruzar la frontera al amanecer, después de la fiesta. Ibamos… vamos a ir a Mazatlán.
-De puta madre. Os ahorraré una parte del trayecto.
Frank arranca el coche y salimos al camino de polvo y tierra. Es una noche preciosa, la luna llena ilumina con luz fría la explanada desértica y millones de estrellas titilan en el cielo, enmarcando la sombra oscura de las montañas en el horizonte. Huele a calor veraniego y a desierto. Inspiro con profundidad. Es noche de fiesta en Agua Prieta. Miro por la ventanilla a mi derecha y sé lo que voy a ver antes de verlo. Un lince corre paralelo al coche, manteniendo nuestro ritmo sin dificultad y mirándonos con ojos brillantes. The road goes on forever and the party never ends.
Mientras avanzamos sin prisa no puedo evitar retomar mis recuerdos, sin soltar el cable que enmarca el precioso cuello de la protagonista de la fiesta. Mis recuerdos. La tumba, el esqueleto del indio, la propuesta que le hice. Cada vez lo recuerdo mejor, es como si estuviera allí.
-¿Qué estás diciendo? No necesito a nadie más. Ya te tengo aquí. ¿Por qué iba a dejarte ir? -replicó a mi propuesta el cadáver del indio con tono dubitativo.
-No soy suficiente y lo sabes. Con mi cuerpo no podrás restaurar el tuyo, soy demasiado pequeña para cubrir tu tamaño. Tendrás que esperar a que entre otro y ¿cuánto tardará eso? ¿Cien años? Quizá no vuelva a ocurrir nunca, no es que esto sea muy normal ¿sabes?, que un ser humano vivo acabe aquí contigo -el esqueleto no respondió- Pero ¿no te das cuenta indio estúpido de que así no conseguirás nada y que puedes tenerlo todo si me escuchas?
-Pongamos que es así, como dices. Y ¿cómo sé que volverás? Es más seguro aprovecharte, tener algo y esperar. Si te suelto no volverás, me quedaré sin nada.
-¿No sientes mi odio? ¿No te das cuenta de la fuerza de mis deseos de venganza? ¿De verdad piensas que desaprovecharé la oportunidad de hacerles sufrir de esta forma tan terrible a la que me han abocado? Sólo eso ya es motivo suficiente para volver con mucho gusto.
El indio calla, reflexiona durante unos largos segundos.
-Te vigilaré. El lince, el sabio, el hechicero, te estará vigilando -recuérdalo, no lo olvides.
-Tardaré un tiempo, lo más seguro es que tarde un tiempo. Pero no me olvidaré. Tengo que esperar el momento propicio, tengo que conseguir que los otros me ayuden. Buscaré el momento adecuado. Y volveré. Te los traeré.
-Puedo esperar. Pero si no es así, si lo dejas pasar, me encargaré de hacerte cosas tan horribles que este momento te parecerá un sueño romántico.
-Cumpliré. Y con mucho gusto.
El vehículo reduce la velocidad al acercarnos al puesto fronterizo y escondo el arma. Noto un aumento de tensión en los hombros de Frank.
-Tápate el cuello con el pelo -ordeno a Brenda- Me hacen falta tres segundos para cortarle la garganta con este cable. Todavía tendría tiempo de meterte seis tiros en la cabeza.
-Vale. Vale. Todo irá bien -responde Frank.
El vigilante nos echa un vistazo rápido con cara somnolienta. Más juerguistas que van a quemar la noche al otro lado. Revisa los documentos con dejadez. Nos echa otra mirada perezosa e indica con la mano que pasemos, mientras acciona la barrera. En ese momento me doy cuenta de que llevamos el cadáver de uno de los empleados del rancho en la parte trasera. Joder, vaya mierda de plan improvisado.
Mi corazón comienza a retumbar con mucha fuerza. No entiendo cómo he conseguido mantener la calma hasta ahora, quizá por la tensión, o igual es que nunca creí que llegaría tan lejos y es ahora cuando tengo delante la expectativa de volver allí, a ver al indio, a saldar mi deuda.
Atravesamos Agua Prieta que luce una de sus noches doradas, llena de música, de vendedores ambulantes, de puestos de comida y de bares. De pronto me doy cuenta y le pido a Frank que se detenga delante del local herrumbroso.
-Tu espera en el coche le digo. Tu mujer y yo vamos a hacer un recado. ¿No hace falta que te amenace, verdad?
Bajamos del coche y entramos en el mugriento Bar del Indio, mi pistola apunta a Brenda a través de mi chaqueta.
-Voy a ser justa. Os voy a dar la mismas oportunidades que vosotros nos disteis.
Volvemos al coche y salimos por la calle principal hacia el cementerio. El pueblo parece interminable, no veo el momento de llegar. Veo el enterramiento a lo lejos, enmarcado por sus muros oscuros, repleto de montículos de piedra, cubiertos de polvo, bajo los cuales reposan indios que debieron ser indomables y salvajes. Aparcamos junto a la puerta. El interior se ve oscuro pero con un extraño resplandor, con un levísimo tono azulado que parece envolverlo todo.
-Tomad. Una botella para cada uno. A beber, a toda hostia. Quiero acabar cuanto antes.
-¿En serio? ¿Esto es lo que pretendes? ¿Hacernos lo mismo? -explota Frank- No te das cuenta de que éramos unos críos. Ahora de ninguna forma haríamos algo así. ¡Fue una chiquillada, una broma de adolescentes hormonados!
-Justo lo que soy yo. Bebe -le digo blandiendo la pistola.
-Joder, nunca me he tomado un mezcalito entero -replica ella- No creo que pueda aguantarlo.
-Hazlo. Por tu bien -musito en voz baja apoyada en mi asiento esperando a que terminen su botellas.
Salimos del coche, yo cinco pasos detrás. Frank abre la puerta y el cementerio nos recibe con un roce oxidado y perturbador, premonitorio de algo terrible. Les indico el camino señalando con la pistola, caminan con pasos indecisos y torpes, tambaleándose entre las sombras, pasamos cerca del lugar en el que estuvimos parados aquella noche, del sitio exacto en el que derribaron a Charlie, la última vez que volví a verle tal y como era.
-Es allí -señalo con el arma.
-Vale. ¿No te parece absurdo? -dice Frank con voz de borracho- Nos metemos aquí dentro y nos haces pasar la noche en una vieja tumba. Nuestra noche de bodas. Bien, bonita y justa venganza. Pero ¿crees que te servirá de algo? ¿Te ayudará a cambiar las cosas? Joder, ¿no te basta con una disculpa? ¡Tenemos casi treinta años!
-¡Lo siento mucho, Belinda! -dice Brenda arrodillada con aire implorante- ¡Si pudiera volver el tiempo atrás! Fuimos crueles y malvados, en el fondo os teníamos envidia, ¡no soportábamos que no estuvierais revoloteando a nuestro alrededor como hacían todos los demás! Lo sé, lo sé, no merecemos tu perdón. ¡Te ruego que seas más piadosa que nosotros!
-De verdad que me dais pena, Brenda. Mucha, no imaginas cuanta, te lo aseguro. Y os perdono. Pero no puedo dejaros marchar. Tengo deudas que pagar. Mueve la piedra -le ordeno a Frank mientras acomodo la pistola en la temblorosa nuca de su esposa, que lloriquea con fuerzas renovadas.
-Belinda…
-Adentro. Los dos.
Vuelvo a colocar la losa sobre la tumba cuando por fin están dentro. Me siento sobre ella, con la única intención de descansar. Bueno, también quiero quedarme tranquila, de alguna forma tengo que saber que mi pesadilla ha terminado, diez años después. Empiezo a notar cierta agitación allí abajo, movimientos, gritos. Escucho la voz escalofriante del esqueleto: estaos quietos, mirad mis gusanos, entrarán por este agujero y saldrán por el otro, llevando un trocito de vuestra carne para entregármelo y restaurarme, para devolver a la vida al lince, al hechicero. Son muchos, será rápido, los he criado con mimo, con la carne que me entregó vuestra amiga.
Las primeras dos o tres horas son un poco horripilantes, sobre todo desagradables por los gritos y los ruegos. Entre los lejanos lamentos sólo puedo distinguir algo con claridad, ¡maldito mezcalito!
Al amanecer todo parece más tranquilo, ya no se oye nada, aunque sé que los gusanos siguen haciendo su trabajo, transportando pequeños tesoros de un lugar a otro. Cuando el sol empieza a apuntar un lince se acerca a paso lento, sin miedo, mirándome con ojos fríos y tranquilos. Se sienta a mi lado y espera, igual que yo, aunque no sé cual es la señal a la que aguardo, cómo sabré que estoy liberada.
Pasado un rato más siento unos golpes en la losa y escucho una voz que me llama, una voz desconocida, grave y profunda. Me levanto y no sé qué hacer. Estoy paralizada mirando a la piedra que se desplaza poco a poco, una mano surge y la empuja con fuerza. Un indio fuerte y alto, luciendo una dorada piel desnuda, se erige frente a mí y me mira con serenidad.
-Has cumplido -dice- Eso me gusta. Seguro que no queda mucha gente como tú.
-Estoy… Estoy un poco asustada -consigo musitar.
-No te preocupes. Estás liberada de mí, desapareceré de tus pesadillas a partir de ahora. Igual que ellos -dice señalando a la tumba- Eres libre. Puedes irte si lo deseas.
-¿Y tú que vas a hacer?
-Entregar a mi gente todo lo que he aprendido aquí dentro, hacerles resurgir con esa sabiduría para que vuelvan a dominar estas tierras.
-Me temo que las cosas han cambiado mucho desde que entraste ahí. No será tarea fácil lo que pretendes.
-Lo sé. Pero no dudo. Soy valiente, recuerda que llevo una parte de ti -dice sonriendo.
El indio y el lince se alejan hacia las montañas. Me quedo un rato allí, observando como la ascensión del sol cambia los perfiles a mi alrededor. Decido que me vendría bien un viaje, dicen que Mazatlán es muy divertido. Camino hacia el coche y justo antes de salir recuerdo que antes volví a dejar mi carta escondida en el muro. La recojo y al desplegarla se deshace en mis manos, se convierte en un polvo fino que se pierde entre mis dedos. Sonrío. Lo hago de verdad como había olvidado hacer.
Atravieso la puerta y un pálpito de esperanza sacude mi pecho. No escucho su chirrido herrumbroso.
EPILOGO
Os preguntaréis qué pasó con los otros, mis amigos, los tres que se quedaron en la casa con un palmo de narices mientras yo me fugaba con los dos protagonistas de la fiesta para cumplir mi promesa y ganar la libertad. Lo cierto es que no soy quien debe contarlo, pues no estuve allí. Mejor que lo haga Charlie, al fin y al cabo lo está deseando.
-¡No es eso, sabionda! ¡Es que yo estuve allí, lo viví en primera persona, por eso puedo contarlo mejor! Bueno, allá va.
Las cosas se pusieron muy raras, estábamos todos mirando a Belinda, como hablaba con los dos pipiolos, Brenda y Frank. Nos extrañó que entrara con ellos en la casa porque habíamos acordado que primero serían los otros. Esperamos agazapados a que subieran las escaleras pero no aparecieron y después de unos minutos nos dimos cuenta de que algo imprevisto había ocurrido. Por una de las ventanas vimos un coche alejándose, escoltado por un lince, lo cual no sumió aún más en la perplejidad. Supusimos que Belinda buscaba su venganza particular y no supimos qué hacer, ya no teníamos ningún plan.
Abajo las cosas se complicaban, la gente empezaba a preguntar por los novios, alguien sugirió que habían subido a buscar un poco de intimidad, pero otros dijeron que eso no era propio de ellos. Al final la madre de la novia subió a echar un vistazo. Marc y yo intentamos escondernos, pero Vicky se lanzó como una fiera, sacó sus cuchillos, y con dos cortes cruzados la tumbó.
Enseguida subió más gente, un hermano y su novia, creo. Vicky estaba desatada e incontrolable así que escondernos no era una opción. Marc le partió el cuello a la chica y yo le corté la garganta al muchacho. Pero alguien venía detrás y salió corriendo.
Al momento siguiente las ventanas eran un hervidero de disparos y las escaleras quedaron bloqueadas por una mesa tras la que se parapetaron unos tipos. La cosa estaba muy difícil, no teníamos munición para tanto enemigo y no había salida posible. Estaba claro que aquello se terminaba así.
Vicky y Marc se miraron y en silencio de alguna forma se pusieron de acuerdo. De pronto salieron corriendo hacia la ventana y se lanzaron sobre la multitud que acechaba abajo. Pensé en hacer lo mismo y al acercarme a la ventana vi como Vicky repartía cuchilladas por doquier, destripando invitados y ensangrentando vestidos de satén. Marc disparaba a bocajarro, recogiendo y tirando armas cuando quedaban descargadas. El padre de la novia fue el primero en reaccionar, disparó a Vicky en el estómago, haciéndola retroceder tres pasos. Eso la enfureció aún más y comenzó a moverse en una especie de danza frenética, lanzando precisos cortes en un ojo, una garganta, o un vientre, dejando un pasillo de sangre, vísceras y muerte. Llegó hasta el padre y sin miramientos le clavó los dos cuchillos en el estómago y le levantó en el aire, mientras recibía docenas de disparos que llegaban de todas direcciones.
Marc se había hecho con un rifle y en un acto suicida se había subido sobre una mesa y disparaba de forma indiscriminada, levantando salpicones de sangre aquí y allá. En unos segundos el mismo era un colador que manaba sangre por cada agujero. Cayo de rodillas, muerto, y se quedó en esa posición recibiendo aún un balazo tras otro.
Entonces sucedió lo más extraño que he visto en mi vida, que ya es decir teniendo en cuenta los precedentes. Se escuchó un prolongado grito que se impuso a todo, un cántico de guerra ponía los pelos de punta. Se impuso un pesado silencio, los disparos cesaron y todos miramos hacia el fondo del jardín, donde más de trescientos indios a caballo se recortaban alineados contra el amanecer y comenzaban a azuzar sus caballos hacia la multitud, lanzando flechas, disparando rifles automáticos y arrollando bajo los cascos a los invitados. En unos minutos aquello era una masacre absoluta. Aproveché la confusión para largarme de allí y desde el camino vi como los indios prendían fuego a la casa. Sin saberlo había asistido al gran alzamiento del 16, docenas de ranchos fueron asaltados y quemados, dando comienzo a una guerra desigual pero que aún hoy no tiene un claro vencedor, aunque es evidente que las cosas no volverán a ser como eran antes.
Mi único pensamiento era encontrar a Belinda. Sabía muy bien dónde buscar. Crucé la frontera a pie y corrí hasta el enterramiento indio. Cuando llegué era de día y temí que ya se hubiera marchado hacía mucho, pero me encontré con ella cara a cara justo cuando abría la puerta del cementerio.
Qué raro -dije sin pensar- la puerta ya no chirría.
-Venga ya, Charlie, ¿en serio? ¿Otra vez con la novela de los indios? ¿Pero no te das cuenta de que eso no se lo cree nadie? ¿Y eso del alzamiento del 16? Es que pareces tonto.
-Te digo en serio que aparecieron como trescientos indios pegando tiros, bueno, igual eran menos, pero un montón, más de cien, seguro.