viernes, 11 de diciembre de 2015

Maldito Mezcalito. Capítulo III y final.

LA VENGANZA

A las seis de la tarde partimos detrás del carro de verduras, haciendo frecuentes paradas para darle una ventaja que enseguida recortamos. Pasamos por el cementerio indio, busco al lince con la mirada pero no lo encuentro, atravesamos Agua Prieta, que ya bulle anticipando la actividad nocturna. Cruzamos la frontera sin ningún contratiempo.

Enseguida recuperamos las armas y nos dirigimos muy lentamente al rancho, todos en el todoterreno de Marc. Cada uno ha cogido lo que más le ha gustado. Vicky dos de los grandes cuchillos de comando. Marc y Charlie pistolas con silenciador. Yo llevo guantes y cable de estrangulamiento y un pistolón del ejército que da miedo sólo con verlo.

Estamos llegando. El interior del coche está cargado de tensión, cuesta respirar ese aire cargado de electricidad, creo que con una chispa saltaríamos por los aires. Ninguno hemos pensado en qué ocurrirá después, que será de nuestras vidas cuando hayamos terminado con esto. Lo más probable es que acabemos todos muertos, que vayamos a la cárcel, en el mejor de los casos seremos fugitivos de por vida.

Cruzamos el pórtico de madera que da entrada a la propiedad. Rancho Wildbull. En el camino polvoriento un tipo nos hace señales para que paremos el coche. Al fondo han habilitado una zona de aparcamiento que está abarrotada. Marc detiene el vehículo y baja la ventanilla. El tipo apoya los brazos en el marco y nos habla con mucho entusiasmo.

-¡Hey amigos! ¡Llegáis tarde! Sacad la invitación y pasad a la fiesta. ¡Menudo fiestorro! va a ser recordado durante muchos años ¡Yiiiiiiaaaahh!

Marc ha extendido con disimulo la mano hacia Vicky y ella le ha cedido uno de sus cuchillos. La hoja refulge un momento y juraría que hace un ruido al cortar el aire a toda velocidad. El tipo parpadea y emite un leve gorgoteo a través de su garganta seccionada. Marc le sujeta, decidimos dejarle en el hueco trasero del todoterreno. Ha sido impecable, todo muy rápido, desde luego Marc ya no es el niñito mono adicto a los videojuegos, su frialdad da miedo, se ha cargado a un inocente como si nada. Claro que si se tratara de dejar a un lado a los inocentes nosotros no hubiéramos pasado por todo esto, seguro que es eso lo que piensa, lo que le justifica y le confiere ese aplomo.

Aparcamos el coche siguiendo las instrucciones de otro tipo. Marc se acerca a él hace un extraño amago de abrazarle, sacando a la vez la pistola de la parte trasera del cinturón. Un segundo después el tipo está muerto, con dos tiros en el corazón. El silenciador funciona bien y no hemos llamado la atención de nadie, a pesar de que la casa está cerca.

-Esconded el cuerpo debajo de un coche -dice Marc mientras instala uno de los inhibidores de frecuencia para móviles en una de las paredes de madera. Nadie podrá hacer una llamada inoportuna. Hay que buscar el cable de teléfono y cortarlo por la misma razón. Parece que todos los invitados están en el jardín, al otro lado de la casa.

La vivienda entera está abierta así que no tenemos problemas para entrar. Hay camareros y cocineros yendo de un lado a otro, pero ninguno se preocupa por nosotros, están demasiado ocupados y si nos han visto deben creer que somos empleados o invitados con mal gusto para vestir en una fiesta. Marc encuentra un cajetín de teléfono detrás de la puerta y corta el cable. Entra también después de tirar su chaqueta vaquera llena de sangre.

-Subamos al piso superior -dice señalando unas escaleras- Desde allí tendremos una buena panorámica y podremos ver qué se cuece en este momento.

La planta alta está desierta, entramos en una de las habitaciones y desde las ventanas vemos que los invitados se agolpan al final del jardín, donde han montado un pequeño escenario delante de un gran número de sillas. Frank y Brenda se acaban de casar y reciben las felicitaciones de todo el mundo bajo una lluvia de sonrisas y confeti. Los dos van vestidos de blanco, las damas de honor llevan vestidos rosa y los chicos chaqueta blanca y pantalón negro con pajarita. Están estupendos, todos juntos, sin saber que hoy lucen sus mejores galas para una ocasión realmente especial.

-Hay mucha gente -dice Marc- unas doscientas personas, va a ser muy difícil atacarles sin que se monte una estampida de invitados, lo cual les daría una excelente oportunidad para escapar. Veo a varios de los empleados del padre de Brenda, controlando discretamente la fiesta.

-¿Qué opciones tenemos? -pregunta Vicky- Mi idea de entrar a saco no parece tan buena ahora.

-Creo que la única opción viable es atraerles aquí, a este piso, sólo a ellos. Poco a poco mejor que en grupo, nos vamos cargando a todos y nos largarnos de aquí.

-En esa última parte no tenemos ninguna posibilidad, Marc -le interrumpo- Vamos a ir a la cárcel de cabeza.

-¿Algún problema con eso? -pregunta Charlie.

Nadie dice nada. Observamos como los invitados se van acercando a la zona del banquete, que está justo debajo, delante de la casa, en la parte más bonita del jardín. Hay unas 20 mesas dispuestas en un semicírculo y en el centro la mesa de honor, en la que se sentarán los novios.

-Desde aquí hubiéramos podido cargarnos a la parejita si hubiéramos traído un rifle de francotirador -dice Charlie.

-Demasiado riesgo -responde Marc- Un fallo y todo se va al garete. Además, la reacción sería rápida, no creo que pudiéramos cargarnos a más de dos.

-¿Qué es eso? -iba a preguntar señalando a un lado de la mesa principal. Pero me doy cuenta de que es mejor callarme. Ya sé lo que es. El lince está allí sentado, mirando hacia arriba, hacia la ventana, hacia mí. Recordándome que no puedo fallar.

-Belinda. Tú eres la única que puede estar en la fiesta sin llamar demasiado la atención, al fin y al cabo te invitaron. Tienes que arreglártelas para ir trayendo hasta aquí a todos esos bastardos, poco a poco, dejando a los novios para el final así será más difícil que alguien les eche en falta mientras vamos arreglando cuentas. 

-De acuerdo, Marc -digo con pesadumbre- Mejor esperamos a que acabe la cena, cuando empiece el baile y todo sea más confuso.

La cena me resulta familiar porque transcurre de una forma ideal que he visto en muchas películas románticas. Los novios se besan cada poco y algunos invitados pronuncian discursos emocionados, llenos de bonitos recuerdos. Los amigos más íntimos se acercan y les entregan regalos especiales, pequeños trozos de su pasado en común. Brenda rompe a llorar por la emoción de vez en cuando, entre los aplausos y los suspiros de los congregados. Frank, siempre sonrojado, sonríe a sus amigos, asiente con cara de complicidad, señala a alguno poniendo la otra mano sobre el corazón.

El baile comienza siguiendo la tradición, la novia y su padre bailan mientras intercambian palabras intensas, algo que seguramente no habían hecho antes. El habla cerca de su oído, ella le sonríe emocionada, con los ojos anegados en lágrimas. Es la intensidad de la separación que representan a la perfección, aunque quizá estén deseando que llegue mañana para no tener que verse cada día.

Cuando el resto de invitados invaden la zona de baile decido bajar. Los de arriba, mis tres amigos, esperan que consiga atraer a alguno de los invitados implicados en los sucesos del cementerio indio. Me muevo entre la multitud mientras, de forma inevitable, voy repasando mis recuerdos, los que me han traído aquí. Vuelvo al calor sofocante de la tumba, escucho otra vez el sonido amplificado de mi respiración, el aliento de la calavera en mi cara, mi cuerpo atenazado por el miedo y paralizado por alguna extraña fuerza, los gusanos entrando por un agujero de mi nariz, saliendo por el otro portando un trocito de mi ser y trasladándolo al esqueleto que tengo al lado, depositándolo pegado a sus huesos. Dejando marcado su recorrido con mi sangre.

La calavera me miraba ¿sonriente? mientras yo intentaba encontrar un resquicio de liberación, con todas mis fuerzas, aunque sólo fuera soltando un simple gruñido. 

¡Es todo una pesadilla! -conseguí gritar por fin- ¡Es una alucinación! ¡Maldito mezcalito! 

Pero la mano huesuda del esqueleto que tenía al lado sujetó mi cara con fuerza y ordenó “Estate quieta, deja trabajar a mis gusanos. Pronto todo habrá terminado”. Y entonces no pude parar, rogué, supliqué, lloré, hice todo tipo de argumentaciones, hasta que encontré una propuesta desesperada.

-Mi cuerpo no es suficiente -le dije al esqueleto- Con mi carne y mis órganos no conseguirás rehacerte, eres mucho más grande que yo. Necesitas más. Y yo puedo traerte a dos, además será justo porque son los responsables de todo esto, las personas que me han metido aquí contra mi voluntad, los que me han obligado a profanar tu descanso. Eran más, pero esos dos en concreto son los que han orquestado todo. Ellos merecen estar aquí, ellos tienen que pagar propiciando que te alces de nuevo con sus órganos, dejando aquí sus esqueletos.

Una mano en mi hombro me arranca de mis recuerdos, es uno de ellos, Robert. Me mira con una mezcla de sorpresa, alegría e ilusión. Le sonrío sin querer.

-¡Qué bien, has venido! Es maravilloso, ¿verdad? Verles así, tan felices. Después de tantos años juntos. Me hace ilusión verles casados.

-Sí, maravilloso. Por fin. -respondo parpadeando, saliendo de mi martirio mental al mundo real. A mi alrededor todo el mundo baila y se divierte. Me molesta ver tanta felicidad justo en este momento, cuando tengo que cumplir con mi parte. Internándome más en la pista de baile me alejo de Robert, mirando a todos lados, buscando a los novios, intentando aferrarme a mi voluntad y sin pensar en cómo haré para sacarles de allí sin levantar sospechas. De pronto es ellla, Brenda, la que se acerca y me abraza.

-¡Gracias! ¡Gracias por venir! No sabes la ilusión que me hace que estés aquí, compartiendo con nosotros todo esto. 

-Es grandioso, Brenda. De verdad, no sabes lo emocionada que estoy.

-¡Frank! -llama ella tirando del brazo de su flamante marido- ¡Mira! Está aquí Belinda, ha venido. 

-¡Belinda! Gracias por estar aquí ¡Qué bien! -dice él abrazándome.

-De nada. Qué tontos sois, cómo no iba a venir. No me lo hubiera perdido de ninguna manera.

-Has venido ¿sola? -pregunta Frank mientras ella le da un mal disimulado codazo reprobador. 

-Hummm… Sí, sí, he venido sola. En realidad estoy aquí sobre todo para entregaros mi regalo -respondo improvisando- Lo tengo, lo tengo en el coche. Es que es muy grande, me daba un poco de vergüenza entregarlo aquí, delante de todos. Podemos ir a cogerlo, será sólo un momento. No os alejaré mucho tiempo de la fiesta. ¿Os parece bien?

-Sí… Sí, claro -dicen ellos mirándose con cara de vamos a hacer caso a la rarita.

Mientras salimos sé que los de arriba nos están mirando, se estarán preguntando qué es lo que estoy haciendo, el plan era deshacerse primero del resto de la panda, para no levantar sospechas con la desaparición demasiado temprana de los novios. Entramos en la casa, atravesamos el salón y la zona de entrada principal, dejando a un lado la escalera que lleva al piso superior. Salimos por la puerta principal al parking, rebasamos los coches, me da escalofríos pensar que bajo uno de ellos está el cuerpo de uno de los empleados. Llegamos al coche, las llaves están puestas, Marc dijo que era mejor dejarlas en el contacto para evitar problemas de última hora si teníamos que huir. Le pido a Frank que se siente en el asiento del conductor y Brenda se sienta a su lado. Me acomodo en el asiento trasero, justo detrás de ella.

-Bueno chicos. Cerrad los ojos -digo con fingida alegría mientras saco los guantes, intentando disimular la sonrisa que me sale al ver que obedecen. Muy rápido saco el cable de estrangulamiento y lo ciño con fuerza al cuello de Brenda.

-Pero ¡qué haces! -grita Frank alertado por lo ahogados gruñidos y repentinos pataleos de su esposa. Intenta golpearme pero enseguida desiste al ver que el cable se hunde con peligrosa decisión en la garganta de su amada. 

-¡Está bien! -dice- ¿Qué es lo que quieres? ¿Por qué haces esto? ¿Es dinero? ¿Es eso lo que quieres?

-No. Quiero que conduzcas. Ahora. Hacia la frontera. Las llaves están puestas -respondo con una frialdad sorprendente mientras aflojo un poco la presa sobre el cuello de Brenda. Ella tose y respira a borbotones, intentando acaparar aire para no ahogarse. Sujeto el cable con una mano, manteniéndola a raya, mientras con la otra saco la amenazante pistola militar y apunto a Frank de manera ostensible.

-Está bien. Hacia la frontera -dice él- Y ¿cómo piensas cruzarla apuntándome con la pistola?

-Bastará con que sujete bien fuerte este cable con disimulo. Si hacéis algo que alerte a los policías  ella estará muerta antes de que podáis hacer nada más. ¿Lleváis encima documentación? -pregunto con un hilo de voz al darme cuenta de que mi plan podría fallar con algo tan evidente.

-Sí, yo tengo los pasaportes de ambos -responde Frank- Pensábamos cruzar la frontera al amanecer, después de la fiesta. Ibamos… vamos a ir a Mazatlán.

-De puta madre. Os ahorraré una parte del trayecto.

Frank arranca el coche y salimos al camino de polvo y tierra. Es una noche preciosa, la luna llena ilumina con luz fría la explanada desértica y millones de estrellas titilan en el cielo, enmarcando la sombra oscura de las montañas en el horizonte. Huele a calor veraniego y a desierto. Inspiro con profundidad. Es noche de fiesta en Agua Prieta. Miro por la ventanilla a mi derecha y sé lo que voy a ver antes de verlo. Un lince corre paralelo al coche, manteniendo nuestro ritmo sin dificultad y mirándonos con ojos brillantes. The road goes on forever and the party never ends.

Mientras avanzamos sin prisa no puedo evitar retomar mis recuerdos, sin soltar el cable que enmarca el precioso cuello de la protagonista de la fiesta. Mis recuerdos. La tumba, el esqueleto del indio, la propuesta que le hice. Cada vez lo recuerdo mejor, es como si estuviera allí.

-¿Qué estás diciendo? No necesito a nadie más. Ya te tengo aquí. ¿Por qué iba a dejarte ir? -replicó a mi propuesta el cadáver del indio con tono dubitativo.

-No soy suficiente y lo sabes. Con mi cuerpo no podrás restaurar el tuyo, soy demasiado pequeña para cubrir tu tamaño. Tendrás que esperar a que entre otro y ¿cuánto tardará eso? ¿Cien años? Quizá no vuelva a ocurrir nunca, no es que esto sea muy normal ¿sabes?, que un ser humano vivo acabe aquí contigo -el esqueleto no respondió- Pero ¿no te das cuenta indio estúpido de que así no conseguirás nada y que puedes tenerlo todo si me escuchas?

-Pongamos que es así, como dices. Y ¿cómo sé que volverás? Es más seguro aprovecharte, tener algo y esperar. Si te suelto no volverás, me quedaré sin nada.

-¿No sientes mi odio? ¿No te das cuenta de la fuerza de mis deseos de venganza? ¿De verdad piensas que desaprovecharé la oportunidad de hacerles sufrir de esta forma tan terrible a la que me han abocado? Sólo eso ya es motivo suficiente para volver con mucho gusto.

El indio calla, reflexiona durante unos largos segundos.

-Te vigilaré. El lince, el sabio, el hechicero, te estará vigilando -recuérdalo, no lo olvides.

-Tardaré un tiempo, lo más seguro es que tarde un tiempo. Pero no me olvidaré. Tengo que esperar el momento propicio, tengo que conseguir que los otros me ayuden. Buscaré el momento adecuado. Y volveré. Te los traeré.

-Puedo esperar. Pero si no es así, si lo dejas pasar, me encargaré de hacerte cosas tan horribles que este momento te parecerá un sueño romántico.

-Cumpliré. Y con mucho gusto.

El vehículo reduce la velocidad al acercarnos al puesto fronterizo y escondo el arma. Noto un aumento de tensión en los hombros de Frank.

-Tápate el cuello con el pelo -ordeno a Brenda- Me hacen falta tres segundos para cortarle la garganta con este cable. Todavía tendría tiempo de meterte seis tiros en la cabeza.

-Vale. Vale. Todo irá bien -responde Frank.

El vigilante nos echa un vistazo rápido con cara somnolienta. Más juerguistas que van a quemar la noche al otro lado. Revisa los documentos con dejadez. Nos echa otra mirada perezosa e indica con la mano que pasemos, mientras acciona la barrera. En ese momento me doy cuenta de que llevamos el cadáver de uno de los empleados del rancho en la parte trasera. Joder, vaya mierda de plan improvisado.

Mi corazón comienza a retumbar con mucha fuerza. No entiendo cómo he conseguido mantener la calma hasta ahora, quizá por la tensión, o igual es que nunca creí que llegaría tan lejos y es ahora cuando tengo delante la expectativa de volver allí, a ver al indio, a saldar mi deuda.

Atravesamos Agua Prieta que luce una de sus noches doradas, llena de música, de vendedores ambulantes, de puestos de comida y de bares. De pronto me doy cuenta y le pido a Frank que se detenga delante del local herrumbroso.

-Tu espera en el coche le digo. Tu mujer y yo vamos a hacer un recado. ¿No hace falta que te amenace, verdad?

Bajamos del coche y entramos en el mugriento Bar del Indio, mi pistola apunta a Brenda a través de mi chaqueta. 

-Voy a ser justa. Os voy a dar la mismas oportunidades que vosotros nos disteis.

Volvemos al coche y salimos por la calle principal hacia el cementerio. El pueblo parece interminable, no veo el momento de llegar. Veo el enterramiento a lo lejos, enmarcado por sus muros oscuros, repleto de montículos de piedra, cubiertos de polvo, bajo los cuales reposan indios que debieron ser indomables y salvajes. Aparcamos junto a la puerta. El interior se ve oscuro pero con un extraño resplandor, con un levísimo tono azulado que parece envolverlo todo. 

-Tomad. Una botella para cada uno. A beber, a toda hostia. Quiero acabar cuanto antes.

-¿En serio? ¿Esto es lo que pretendes? ¿Hacernos lo mismo? -explota Frank- No te das cuenta de que éramos unos críos. Ahora de ninguna forma haríamos algo así. ¡Fue una chiquillada, una broma de adolescentes hormonados!

-Justo lo que soy yo. Bebe -le digo blandiendo la pistola.

-Joder, nunca me he tomado un mezcalito entero -replica ella- No creo que pueda aguantarlo.

-Hazlo. Por tu bien -musito en voz baja apoyada en mi asiento esperando a que terminen su botellas.

Salimos del coche, yo cinco pasos detrás. Frank abre la puerta y el cementerio nos recibe con un roce oxidado y perturbador, premonitorio de algo terrible. Les indico el camino señalando con la pistola, caminan con pasos indecisos y torpes, tambaleándose entre las sombras, pasamos cerca del lugar en el que estuvimos parados aquella noche, del sitio exacto en el que derribaron a Charlie, la última vez que volví a verle tal y como era.

-Es allí -señalo con el arma.

-Vale. ¿No te parece absurdo? -dice Frank con voz de borracho- Nos metemos aquí dentro y nos haces pasar la noche en una vieja tumba. Nuestra noche de bodas. Bien, bonita y justa venganza. Pero ¿crees que te servirá de algo? ¿Te ayudará a cambiar las cosas? Joder, ¿no te basta con una disculpa? ¡Tenemos casi treinta años!

-¡Lo siento mucho, Belinda! -dice Brenda arrodillada con aire implorante- ¡Si pudiera volver el tiempo atrás! Fuimos crueles y malvados, en el fondo os teníamos envidia, ¡no soportábamos que no estuvierais revoloteando a nuestro alrededor como hacían todos los demás! Lo sé, lo sé, no merecemos tu perdón. ¡Te ruego que seas más piadosa que nosotros!

-De verdad que me dais pena, Brenda. Mucha, no imaginas cuanta, te lo aseguro. Y os perdono. Pero no puedo dejaros marchar. Tengo deudas que pagar. Mueve la piedra -le ordeno a Frank mientras acomodo la pistola en la temblorosa nuca de su esposa, que lloriquea con fuerzas renovadas.

-Belinda… 

-Adentro. Los dos. 

Vuelvo a colocar la losa sobre la tumba cuando por fin están dentro. Me siento sobre ella, con la única intención de descansar. Bueno, también quiero quedarme tranquila, de alguna forma tengo que saber que mi pesadilla ha terminado, diez años después. Empiezo a notar cierta agitación allí abajo, movimientos, gritos. Escucho la voz escalofriante del esqueleto: estaos quietos, mirad mis gusanos, entrarán por este agujero y saldrán por el otro, llevando un trocito de vuestra carne para entregármelo y restaurarme, para devolver a la vida al lince, al hechicero. Son muchos, será rápido, los he criado con mimo, con la carne que me entregó vuestra amiga. 

Las primeras dos o tres horas son un poco horripilantes, sobre todo desagradables por los gritos y los ruegos. Entre los lejanos lamentos sólo puedo distinguir algo con claridad, ¡maldito mezcalito! 

Al amanecer todo parece más tranquilo, ya no se oye nada, aunque sé que los gusanos siguen haciendo su trabajo, transportando pequeños tesoros de un lugar a otro. Cuando el sol empieza a apuntar un lince se acerca a paso lento, sin miedo, mirándome con ojos fríos y tranquilos. Se sienta a mi lado y espera, igual que yo, aunque no sé cual es la señal a la que aguardo, cómo sabré que estoy liberada.

Pasado un rato más siento unos golpes en la losa y escucho una voz que me llama, una voz desconocida, grave y profunda. Me levanto y no sé qué hacer. Estoy paralizada mirando a la piedra que se desplaza poco a poco, una mano surge y la empuja con fuerza. Un indio fuerte y alto, luciendo una dorada piel desnuda, se erige frente a mí y me mira con serenidad.

-Has cumplido -dice- Eso me gusta. Seguro que no queda mucha gente como tú.

-Estoy… Estoy un poco asustada -consigo musitar.

-No te preocupes. Estás liberada de mí, desapareceré de tus pesadillas a partir de ahora. Igual que ellos -dice señalando a la tumba- Eres libre. Puedes irte si lo deseas.

-¿Y tú que vas a hacer?

-Entregar a mi gente todo lo que he aprendido aquí dentro, hacerles resurgir con esa sabiduría para que vuelvan a dominar estas tierras.

-Me temo que las cosas han cambiado mucho desde que entraste ahí. No será tarea fácil lo que pretendes.

-Lo sé. Pero no dudo. Soy valiente, recuerda que llevo una parte de ti -dice sonriendo.

El indio y el lince se alejan hacia las montañas. Me quedo un rato allí, observando como la ascensión del sol cambia los perfiles a mi alrededor. Decido que me vendría bien un viaje, dicen que Mazatlán es muy divertido. Camino hacia el coche y justo antes de salir recuerdo que antes volví a dejar mi carta escondida en el muro. La recojo y al desplegarla se deshace en mis manos, se convierte en un polvo fino que se pierde entre mis dedos. Sonrío. Lo hago de verdad como había olvidado hacer.

Atravieso la puerta y un pálpito de esperanza sacude mi pecho. No escucho su chirrido herrumbroso.




EPILOGO


Os preguntaréis qué pasó con los otros, mis amigos, los tres que se quedaron en la casa con un palmo de narices mientras yo me fugaba con los dos protagonistas de la fiesta para cumplir mi promesa y ganar la libertad. Lo cierto es que no soy quien debe contarlo, pues no estuve allí. Mejor que lo haga Charlie, al fin y al cabo lo está deseando.

-¡No es eso, sabionda! ¡Es que yo estuve allí, lo viví en primera persona, por eso puedo contarlo mejor! Bueno, allá va.

Las cosas se pusieron muy raras, estábamos todos mirando a Belinda, como hablaba con los dos pipiolos, Brenda y Frank. Nos extrañó que entrara con ellos en la casa porque habíamos acordado que primero serían los otros. Esperamos agazapados a que subieran las escaleras pero no aparecieron y después de unos minutos nos dimos cuenta de que algo imprevisto había ocurrido. Por una de las ventanas vimos un coche alejándose, escoltado por un lince, lo cual no sumió aún más en la perplejidad. Supusimos que Belinda buscaba su venganza particular y no supimos qué hacer, ya no teníamos ningún plan. 

Abajo las cosas se complicaban, la gente empezaba a preguntar por los novios, alguien sugirió que habían subido a buscar un poco de intimidad, pero otros dijeron que eso no era propio de ellos. Al final la madre de la novia subió a echar un vistazo. Marc y yo intentamos escondernos, pero Vicky se lanzó como una fiera, sacó sus cuchillos, y con dos cortes cruzados la tumbó.

Enseguida subió más gente, un hermano y su novia, creo. Vicky estaba desatada e incontrolable así que escondernos no era una opción. Marc le partió el cuello a la chica y yo le corté la garganta al muchacho. Pero alguien venía detrás y salió corriendo. 

Al momento siguiente las ventanas eran un hervidero de disparos y las escaleras quedaron bloqueadas por una mesa tras la que se parapetaron unos tipos. La cosa estaba muy difícil, no teníamos munición para tanto enemigo y no había salida posible. Estaba claro que aquello se terminaba así.

Vicky y Marc se miraron y en silencio de alguna forma se pusieron de acuerdo. De pronto salieron corriendo hacia la ventana y se lanzaron sobre la multitud que acechaba abajo. Pensé en hacer lo mismo y al acercarme a la ventana vi como Vicky repartía cuchilladas por doquier, destripando invitados y ensangrentando vestidos de satén. Marc disparaba a bocajarro, recogiendo y tirando armas cuando quedaban descargadas. El padre de la novia fue el primero en reaccionar, disparó a Vicky en el estómago, haciéndola retroceder tres pasos. Eso la enfureció aún más y comenzó a moverse en una especie de danza frenética, lanzando precisos cortes en un ojo, una garganta, o un vientre, dejando un pasillo de sangre, vísceras y muerte. Llegó hasta el padre y sin miramientos le clavó los dos cuchillos en el estómago y le levantó en el aire, mientras recibía docenas de disparos que llegaban de todas direcciones.

Marc se había hecho con un rifle y en un acto suicida se había subido sobre una mesa y disparaba de forma indiscriminada, levantando salpicones de sangre aquí y allá. En unos segundos el mismo era un colador que manaba sangre por cada agujero. Cayo de rodillas, muerto, y se quedó en esa posición recibiendo aún un balazo tras otro.

Entonces sucedió lo más extraño que he visto en mi vida, que ya es decir teniendo en cuenta los precedentes. Se escuchó un prolongado grito que se impuso a todo, un cántico de guerra ponía los pelos de punta. Se impuso un pesado silencio, los disparos cesaron y todos miramos hacia el fondo del jardín, donde más de trescientos indios a caballo se recortaban alineados contra el amanecer y comenzaban a azuzar sus caballos hacia la multitud, lanzando flechas, disparando rifles automáticos y arrollando bajo los cascos a los invitados. En unos minutos aquello era una masacre absoluta. Aproveché la confusión para largarme de allí y desde el camino vi como los indios prendían fuego a la casa. Sin saberlo había asistido al gran alzamiento del 16, docenas de ranchos fueron asaltados y quemados, dando comienzo a una guerra desigual pero que aún hoy no tiene un claro vencedor, aunque es evidente que las cosas no volverán a ser como eran antes.

Mi único pensamiento era encontrar a Belinda. Sabía muy bien dónde buscar. Crucé la frontera a pie y corrí hasta el enterramiento indio. Cuando llegué era de día y temí que ya se hubiera marchado hacía mucho, pero me encontré con ella cara a cara justo cuando abría la puerta del cementerio. 

Qué raro -dije sin pensar- la puerta ya no chirría.



-Venga ya, Charlie, ¿en serio? ¿Otra vez con la novela de los indios? ¿Pero no te das cuenta de que eso no se lo cree nadie? ¿Y eso del alzamiento del 16? Es que pareces tonto.


-Te digo en serio que aparecieron como trescientos indios pegando tiros, bueno, igual eran menos, pero un montón, más de cien, seguro.



sábado, 5 de diciembre de 2015

Maldito Mezcalito. Capítulo 2.


LAS CARTAS

Los cuatro tenemos claro a qué hemos venido, así que no nos ha hecho falta ponernos de acuerdo sobre lo que vamos a hacer. Sólo hemos empezado a andar hacia el cementerio indio, todos estamos tensos, nerviosos, cambiamos algunas palabras, contamos alguna aventura, desempolvamos recuerdos. Hasta que hemos llegado a la puerta, entonces nos hemos quedado mudos. Sé que el ruido de los goznes nos ha producido a todos el mismo escalofrío, ha sonado igual que el día que salimos de aquí. Me ha hecho pensar en un círculo que se cierra, en lo inevitable de este momento. Salir, entrar.

Hemos movido algunas piedras en el muro, tres metros a la derecha desde la entrada. Y nos ha sorprendido encontrar las cartas. Supongo que en algún lugar perdido dentro de nuestros cerebros brillaba una pequeña esperanza, que el tiempo, la lluvia, el viento, los ratones, se hubieran tragado los trozos de papel en los que escribimos aquella vez. De una forma absurda también me he sentido bien, como cuando revuelves en el trastero y encuentras algo que guardaste ahí, que habías olvidado, que hacía años que no veías y que te retrotrae a otra época. Pero enseguida me he acordado de lo que hay escrito en ese papel, en mi carta dirigida a mi misma, la que ahora recoge la Belinda de diez años después.

-Qué raro ¿verdad? No creo que los indios pusieran este muro y la puerta. Sus cementerios no serían así -dice Marc como tratando de quitar hierro a la situación de forma un poco infantil.

-Lo pusieron después. Cuando se descubrió el cementerio indio, para protegerlo -responde Charlie apoyando su intento.

Nos miramos los cuatro, sabiendo que esa conversación absurda no puede suavizar la dureza cruel a la que nos vamos a enfrentar al desempolvar lo que contienen las cartas. 

-¿Quién empieza? -dice Vicky apretando la mandíbula.

-Tú -responde Marc con seguridad.

Por un momento me pareció que Vicky iba a preguntar por qué tenía que ser ella la primera y no cualquiera de los otros. Me pareció que que íbamos a empezar una de nuestras absurdas discusiones sin fondo que divagaban a los temas más peregrinos y con las que éramos capaces de entretenernos durante tardes enteras. Casi sonreí al pensarlo. Pero Vicky carraspeó y desplegó el papel sucio y arrugado.

-He vivido la noche más horrible de mi vida. Sé que jamás…

-Alto. Espera -dice Charlie- ¿No sería mejor hablar primero del antes? Quiero decir, de lo que hicimos antes de que nos trajeran aquí.

-Para tener bien claro quienes lo hicieron y la premeditación con la que nos engañaron -añade Marc- Sí, me parece bien.

-¿Lo cuentas tú, Belinda? -me pregunta Charlie.

-Está bien -digo preparándome para repasar una vez más la historia que todos los días recuerdo de forma metódica- Vale, me parece bien. Nos invitaron a celebrar la graduación con ellos, los niños bonitos de la clase. Quedamos a las puertas del instituto. Nos recogieron por la tarde, vinieron en su coches. Yo subí contigo, Charlie, en el de la parejita popular, Brenda y Frank, los que movían los hilos del grupo. Vicky y Marc os subisteis en otro de los coches.

-Con dos de aquellos imbéciles, no me acuerdo de su nombres -añade Marc.

-Robert y Matt -completa Vicky- pero da igual. Todos eran igual de imbéciles.

-El resto, otros seis, iban en una furgoneta. Salimos hacia la frontera. Al principio estábamos un poco cortados ¿verdad Charlie? Nos pasaron una botella de tequila y empezamos a entrar en calor. Cruzamos la frontera y comenzamos a pegar gritos, a sacar los brazos por las ventanas, gritando que veníamos a destrozar Agua Prieta. Dejamos los coches en un terreno cerca de los bares y entramos en el primero.

Era un sitio decorado al estilo de los años 20, bastante destartalado, la música estaba a tope y la gente se agolpaba en la barra y bailaba entre las mesas que sólo servían para dejar los vasos vacíos. Tomamos más tequila, whisky, y bailamos con ellos, como si siempre hubiéramos salido en el mismo grupo, como si fuéramos buenos amigos de toda la vida. Subimos al escenario. Cantamos a gritos la canción del instituto, intentando imponernos a la música, mientras bailábamos un can can. Eso fue divertido.

Luego fuimos a otro local. Tenía las paredes llenas de sillas de montar y fotos de caballos. Sólo había cerveza y compramos un barril y empezamos a beber con esas pajitas de tres metros. Alguien empezó a hacer chistes sobre aquella profesora de gimnasia. La que era muy gorda. Nos reímos como locos. Seguimos bebiendo y cuando salimos era de noche.

Entonces alguien dijo que era el momento de pasarse por el Bar del Indio. Caminamos un poco y entramos en aquel cuchitril. Era una construcción de madera podrida y sin pintar, con las tablas mal clavadas y parcheada de acero oxidado por todas partes. Nos sentamos en una gran mesa y Brenda propuso que tomáramos mezcal. Nunca lo habíamos probado. Recuerdo que sonaba una canción que invitaba a dejarse llevar, pero sólo recuerdo la música. Lay down naaa, naaa, naaa.

-Sí. Lay down my brother -apunta Marc.

-Esa, sí. Entonces dijimos que nunca habíamos probado el mezcal. Y ellos empezaron a entonar ¡Mezcalito! ¡Mezcalito! ¡Mezcalito! Nos reímos. Nos sacaron un botella a cada uno. Y Charlie les dijo que con una para los cuatro bastaba, pero ellos nos lo dejaron claro, la primera vez es obligatorio tomarse un mezcalito. La botella entera. Salvo que fuéramos unos gallinas, pringados, cobardes, a los que les gusta estar marginados.

-Y el de la barra nos dijo algo. Sí, niños, tened cuidado, no sabéis con lo que estáis jugando -añade Vicky.

-Empezamos a beber. Era muy fuerte pero estaba bueno -prosigo con la historia- Empezamos a estar muy borrachos pero de una forma extraña, como deslizándonos muy lento. Y la canción seguía sonando con una especie de desidia adormecedora. Lay down my brother, take it easy, take it slow. Seguimos bebiendo mientras los cuatro nos mirábamos en silencio, sintiéndonos, no sé, como en comunión ¿Os acordáis?

-Lay down my sister. Rest a while, let it go -prosigue Charlie.

-Llegó un momento en que sentíamos todo de una forma exagerada, teníamos una especie de percepción extrasensorial, como si todo tuviera mucha fuerza y un significado especial. Hablaba alguien y te gustaba su voz, mirabas el vaso y el vidrio barato parecía hecho de piedras preciosas. El simple roce de otra persona te hacía sentirte unido a ella, hermanado. Entonces alguien, Frank, dijo, vamos a conocer al indio, cabrones. ¡The road goes on forever and the party never ends! Síiiii, coreamos los cuatro como estúpidos. Y a los pocos minutos estábamos aquí, en este mismo lugar -en esa parte de mi relato los recuerdos comienzan a asfixiarme y apenas puedo hablar- Yo, ellos, dijeron que miráramos allí… y que.. había.. allí.. estaba..

-Tranquila. Sigo yo -dice Vicky- Nos dijeron que en este cementerio habitan los espíritus de los indios que aquí fueron enterrados y que uno de ellos vigila las noches para espantar a los vivos que vienen a perturbar el descanso de los antepasados que yacen en las tumbas sagradas. Y a los que no huyen rápido les atrapa, les arrastra a las tumbas y los espíritus les retienen dentro, susurrándoles al oído historias terribles, hasta que se vuelven locos. Entonces yo…

-Creo que ha llegado el momento de leer las cartas -interrumpe Marc.

-Sí. Sí. Es verdad, ya empiezo a leer -dice Vicky mirando con decisión el papel que sujetan sus manos que a duras penas consiguen disimular su temblor- Bien, aquí va.

He vivido la noche más horrible de mi vida, sé que jamás la olvidaré. Nos trajeron al cementerio y todo era demasiado presente, demasiado real. He empezado a tener miedo. Al principio pensé que era cosa del mezcal o algún efecto extraño de la luz de la luna, pero he visto a un indio de pie en mitad del cementerio, mirándonos amenazante y de repente ha abierto la boca y ha enseñado unos dientes enormes, estrechos y muy largos, ha comenzado a babear y a bufar como un búfalo, removiendo con su respiración los amuletos de su collar. Ha empezado a avanzar hacia mí y he intentado salir corriendo pero no he podido, algo me sujetaba, como si estuviera atada de pies y manos.

El indio me ha cogido del pelo y me ha llevado a rastras por el terreno pedregoso hasta una losa de piedra irregular, la ha movido con una mano mientras me acercaba al hueco abierto por el que han surgido decenas de brazos esqueléticos que aferrándose a mis ropas me han arrastrado dentro. Yo gritaba, pedía auxilio, me decía que todo era irreal, que sólo era una pesadilla, los efectos del maldito mezcalito. Pero las manos me arrastran más y más profundo, al llegar al fondo me acercan a un hueco en la pared, un nicho, en el que yace el esqueleto de un indio, cubierto de un pellejo reseco y ceroso, aún le cubre una raída falda de cuero con adornos de cuentas y un penacho que debió tener plumas cuando le enterraron, hace muchos años. En mis oídos resuenan unas voces tenebrosas que me ordenan, “habla con el jefe indio,  habla con el gran jefe”. La momia gira la cabeza y con un movimiento rápido y ágil me agarra del pelo y acerca su cara hasta la mía. Abre la boca y despliega una lengua morada y afilada, que roza mi nariz, extendiendo una humedad cálida y penetrante. Lame mi mejilla y dice mi nombre con deleite. Viiiickkyyyy.

La momia me introduce en el nicho y me abraza, acaricia mi pelo, mi cuello, mis pechos, mientras yo grito presa del más puro terror. Me dice que soy bella, turgente y cálida. Grito, me retuerzo intentando liberarme de su huesudo y gélido abrazo. Me dice que esté tranquila, no hay nada que temer, sólo me va a contar una historia. Sus labios resecos rozan mi oreja mientras comienza a hablar de los niños indios que murieron cuando eran muy pequeños, el hombre blanco atacó su poblado y les cercenó con la espada para evitar que crecieran y se convirtieran en grandes guerreros. Los niños están enfadados, mucho, no saben por qué están aquí, no lo entienden, no saben porque no han tenido la oportunidad de vivir, son envidiosos y crueles y vienen a verme, para preguntarme cual es la razón. Por qué yo tengo un cuerpo cubierto de piel suave y cálida y mientras ellos están tan fríos y resecos, condenados a la oscuridad. Por qué les arrancaron la vida que querían vivir y yo desperdicio la mia bebiendo y molestando a los muertos. Grito sin parar, juro que me portaré bien, que nunca más beberé, imploro y ruego todo lo imaginable. La momia me coge de la barbilla y me obliga a mirar al otro extremo de la tumba. El horror me atenaza, ni siquiera puedo gritar. Se acercan, son seis o siete, muy pequeños, deben tener, debían tener 3 ó 4 años cuando murieron, siguen acercándose con recelo, desconfiados. La momia me sujeta. Ya no puedo gritar, estoy paralizada de puro terror. Los niños extienden sus pequeñas manos y comienzan a tocarme con sus dedos resecos y huesudos, farfullando algo en un idioma que no entiendo, amenazándome con sus pequeños dientes puntiagudos, tan afilados como los de un pez abisal. Babean sobre mi pie, sus bocas se abren, las cuencas vacías de sus ojo se acercan tanto que no puedo ver nada más. El pánico se extiende durante la eternidad, pierdo la razón. Cuando despierto estoy fuera, tumbada en el suelo, sucia, temblando, aún siento la humedad en mi mejilla, por la que ha pasado la lengua del jefe indio. Vomito y lloro a la vez.

-Es todo -dice Vicky. Parece no darse cuenta de que está llorando. Ninguno decimos nada, miramos al suelo. Marc intenta acariciarla pero ella le rechaza y le pide que comience a leer.


-Algunos de aquellos capullos arrastran a Vicky por el pelo -comienza a leer Marc- Me zafo de los que me sujetan y corro a intentar salvarla pero alguien me hace tropezar y caigo al suelo, golpeándome en la cara. Me levanto, no veo a nadie, corro hacia el interior del cementerio, está muy oscuro, como en grises y negros, no veo nada. Recibo el impacto de un fuerte puñetazo y caigo al suelo redondo. Noto que alguien me arrastra de los pies, las piedras abrasan mi espalda desnuda, pues la camisa ha quedado recogida sobre mis hombros. Veo el cielo estrellado, de pronto ruedo por unas escaleras y oscuridad total.

Al principio no veo nada, está muy oscuro, luego aparecen dos luces rojas que se mueven paralelas. No puedo fijarlas con nitidez pero sé que son unos ojos que brillan. Pienso que quizá pertenecen a algún animal, quizá me han metido en la guarida de un bicho peligroso, o quizá algún coyote ha anidado en una de las tumbas. El ser que me mira se acerca como un rayo, intento zafarme pero noto una cuchillada terrible en el estómago y al llevarme las manos a la herida, doblado por el dolor, agarro un cuchillo que parece hecho de piedra, clavado hasta la empuñadura. No quiero sacarlo pues temo desangrarme al hacerlo.

Se enciende una luz, es una llama que arde dentro de un pequeño perol, alumbrando la tumba cuyas paredes están decoradas con extraños signos. Junto a la luz hay un indio, un indio viejo y consumido que me mira y me señala. Estás herido me dice, estás gravemente herido y por eso has venido al curandero, para que te cure, para que sane tu herida. Es muy grave, no sé si podré hacerlo, túmbate, aquí, sobre la paja. No temas, soy el chamán, si alguien puede curarte soy yo. Si yo no puedo, nadie puede, morirás, pero no será en vano. Dice mientras extrae de un tirón el cuchillo.

De la herida mana tanta sangre que por un momento pienso que tiene que ser otra cosa, no puedo perder tanta sangre y seguir vivo. Le pido que corte la hemorragia y el muy cabrón me clava el cuchillo en un hombro, haciéndome aullar. Sujétalo me dice, muy bien, así, ten cuidado, es peligroso. Introduce los dedos en la herida del estómago y los revuelve con determinación, haciéndome gritar otra vez con todas mis fuerzas. Estás muy grave me dice, no encuentro el fondo de la herida. Voy a intentar taponarla. Arranca el cuchillo de mi hombro y señalando la nueva herida anegada en sangre me dice, vaya, esto es horrible, estás herido aquí también. Clava el cuchillo en mi pecho y mientras me asfixio congestionado por el dolor, me explica que lo deja ahí para no perderlo. Lo extrae de un tirón y se lamenta por el nuevo desgarrón. No puedo gritar de puro dolor. Clava el cuchillo en el otro hombro. Lo arranca. Cada herida me duele tanto como la primera y todas las demás a la vez. Le ruego que no siga, le pido que pare, que voy a morir, me estoy desangrando. No te preocupes me dice, no es sangre, es mezcal. ¿Mezcal?, ¡Maldito mezcalito!, me digo entre risas y sollozos. El chamán sigue con su tarea de agujerearme alternando las cuchilladas con algunos bofetones para que no pierda el sentido.

No te duermas, me dice, si lo haces no volverás a despertar nunca. Vas a morir de todas formas, pero es mejor que veas cómo, tienes que vivir tu historia hasta el final. Viniste aquí se supone que a morir, a un cementerio indio no se viene a otra cosa, ahora no te dejes llevar por la comodidad. Tu muerte servirá para algo. Mira, ellas se alimentarán de ti y podrán vivir, para alimentarme a mí. Dirijo mi cara envuelta en sangre hacia el lugar que señala, al hacerlo de mi boca mana un borbotón de sangre o de mezcal, no lo sé, en la esquina se agolpan docenas de ratas con sus pequeños ojos rojos iluminados por la luz de la llama. Nooo, intento decir, pero sólo me sale un gorgoteo. Las ratas se acercan con timidez y comienzan a lamer el charco de sangre, luego se acercan más y comienzan a lamer algunas heridas. Después con un interminable grito desgarrado intento liberarme de los primeros mordiscos. No lo consigo y soy pasto de lento consumo de tres docenas de asquerosas ratas. 

Amanezco bajo un árbol, cerca de la entrada. Me duele todo, la cabeza parece a punto de reventar, tengo la espalda llena de magulladuras y raspones. Con movimientos nerviosos e impacientes reviso mi pecho, los hombros, no encuentro ninguna herida. Sólo me queda un pavor helado del que nunca podré deshacerme.

-Te toca -le digo a Charlie rompiendo el silencio con una voz ronca que me ha costado mucho sacar tras el relato de Marc. Vicky está llorando con la expresión de haber perdido del todo la cordura, no sé si es por el relato de Marc o por la desolación que le ha dejado el suyo propio.


-Bien, aquí va -dice Charlie con indecisión y un ligero temblor en sus manos- Escucho como Brenda, Frank y los demás se ríen mientras me arrastran y explican que voy a pasar la noche dentro de una tumba cuya losa acaban de levantar. Es un enterramiento múltiple, no te aburrirás, a los indios no les gustaba que los enterraran solos. Venga, a hacerles compañía. Cuando se te pase el pedo ya saldrás por tu cuenta, friky de mierda. ¿Qué por qué os hacemos esto? Os habéis pasado el curso ignorándonos, pequeños cabrones, haciéndonos ver que os lo pasabais en grande al margen de nosotros, como si los que de verdad somos enrollados no valiésemos una mierda, ahora lo vais a pagar, ahora sí que vais a saber lo que es pasárselo en grande.

Caigo rodando por unas toscas escaleras y tardo un rato en conseguir algo de orientación espacial, hago un amago de incorporarme pero me doy cuenta de que tendré que esperar unas horas antes de intentar salir. Estoy demasiado borracho. Intento relajarme, cierro los ojos, pensando que estoy en otro lado y no dentro de un sepulcro, rodeado de no se sabe cuantos cadáveres de indios que llevan aquí enterrados quizá siglos. Parece que todo va bien, hasta que de pronto noto unos golpecitos en el hombro. Abro los ojos sobresaltado y me encuentro con los de un indio que me mira muy serio. Maldito rostro pálido, ¿de verdad te vas a dormir en un momento tan importante, mientras te estamos juzgando? Miro alrededor y veo a ocho o diez indios sentados en círculo a mi alrededor. Estás ante el gran consejo de la tribu, prosigue el indio, muestra un poco de respeto.

-¿Qué tienes que alegar en tu favor? -pregunta un indio que lleva un gran penacho de plumas que le cubre la cabeza y los hombros. 

-¿Alegar? No lo sé, lo que pasa es que, creo que estoy bebido -respondo mirando a los indios que me rodean, todos ellos decorados con taparrabos y pinturas de guerra.

-Sí -asevera el indio mirándome con una extraña intensidad- te hemos dado una pócima de la verdad para que no puedas engañarnos. ¿A cuántos indios has matado? 

-¿Matado? ¿Yo? A ninguno.

-No mientas.

-Vamos a ver -intento explicarme tratando de parecer lo más sincero posible para no dar lugar a malas interpretaciones- Es un videojuego, no son muertes de verdad. Nadie muere. No son indios de verdad, es una simulación. Son parte de un programa, no están vivos.

-¿Son indios o no?

-¡No! No existen. Son sólo dibujos en una pantalla.

-Pero son indios.

-Pero son de mentira, no existen.

-Son indios. Bien, por lo menos has tenido el valor de reconocerlo y de declararte culpable.

-¡No me he declarado culpable! Y si no fuera por lo borracho que estoy me levantaría ahora mismo y saldría de este sitio y os quedaríais aquí sentados siguiendo con vuestra farsa. Pero no puedo, no controlo bien mis movimientos. Maldito mezcalito.

-La pócima dificulta tu coordinación, puedes dejar de intentarlo -responde el indio con frialdad- No me importa que no quieras declararte culpable, te voy a condenar igual.

-Joder, entonces que clase de juicio es este. Vaya mierda este consejo indio.

-Vaya. Tienes razón -dice el indio con cara de sorpresa- Entonces sí me importa que no te declares culpable. Te torturaré hasta que cambies tu declaración. Tú, Aguila Roja, córtale la cabellera.

El aludido se levanta, lleva el sombrero azul de un oficial de caballería, y con una agilidad sorprendente se coloca a mi espalda tira del pelo sobre mi frente y comienza a cortarme el cuero cabelludo con un afilado cuchillo. Grito como un poseso y me revuelvo sin éxito mientras la sangre resbala por mi rostro primero, por mis orejas después y siento su recorrido a lo largo de mi espalda al final. Aguila Roja deposita sobre mi regazo un guiñapo de pelos ensangrentados. Grito presa del horror.

-Muy bien. Supongo que ahora sí querrás reconocer tu culpa -explica el jefe indio- Pues entenderás que no podemos creer en tu sinceridad, sólo lo haces para que no te torturemos más. Y no lo haremos. Mira aquí tenemos a tu hermana. Los indios a diferencia de vosotros no violamos a las mujeres de nuestros enemigos. La sacaremos los ojos y la dejaremos vagar por el barranco, cerca del río. Si sobrevive al precipicio y a los lobos será libre y a ti te consideraremos inocente.

-No, joder, no podéis hacer eso. Por favor, aunque consiga sobrevivir será ciega toda la vida. ¡No lo hagáis, por favor!

-Está bien. Seremos justos y te daremos a elegir entre dos posibilidades. Opción uno, Aguila Roja la saca los ojos, opción dos, dejamos los ojos en su sitio pero tú mismo cortas su cabellera, me gustaría conservarla como trofeo. 

-Lo siento, no puedo hacer eso. ¡Es mi hermana!

-Aguila Roja, sácale los ojos a la chica. Con cuidado, quiero conservarlos, son muy bonitos.

-¡No! ¡No! -suplico- Está bien lo haré. Cortaré su cabellera. Pero luego ¿nos dejaréis ir?¿podremos vivir?

-¡No lo hagas Charlie! -vocifera mi hermana de pronto- No quiero tener el mismo aspecto horripilante que tienes tú ahora. Se te ve el cráneo, ¿sabes? No lo hagas, prefiero ser ciega para no tener que verte así.

El jefe indio mira a Aguila Roja que ya sujeta a mi hermana preparándose para sacar sus ojos con un cuchillo. Me adelanto, le arrebato el puñal y como un carnicero loco comienzo a cortar el cuero cabelludo de mi hermana, entre sus gritos de pavor y las salpicaduras de sangre. Horrorizado por lo que estoy haciendo grito también. Cuando he terminado el jefe indio me mira sonriente.

-Lo has hecho muy bien. Ahora finaliza tu trabajo -dice con una sonrisa irónica, señalando a su derecha con el dedo gordo. Allí veo a mi padre y a mi madre, sentados en el suelo, amordazados y rodeados de cuerdas que les inmovilizan. 

-¡No puedo! ¡Son mis padres! -digo temblando y sollozando, mirando mis manos manchadas con la sangre de mi hermana- Ustedes respetan la familia ¿verdad? Tienen que entender que no puedo hacer algo así.

-Si no lo haces violaremos a tu hermana. 

-Pero si acaba de decir que los indios no violan a las mujeres de sus enemigos como hacemos nosotros.

-Ajá, sigues confesando -dice señalándome con fingido aire de fiscal inteligente- Pero tienes razón, los indios no hacemos eso. Así que violaremos a tu padre. 

-¡No, joder! ¡No, no, no! -me lanzo sobre mi padre y haciéndole caer al suelo le corto la cabellera sin miramientos, con la vista nublada por mis propias lágrimas. Un segundo después, sin esperar más instrucciones, caigo sobre mi madre, ella no se resiste, me mira con compasión, y arranco su cuero cabelludo de un solo tajo, intentando obviar sus gemidos ahogados por la mordaza de tela.

El indio sonríe y vuelve a señalar a su derecha. Mi abuela, mis tíos, mis primos, toda mi familia está aguardando, sentados en el suelo, amordazados y atados, esperando a que les corte la cabellera. No soy capaz de soportarlo. Aúllo, bañado en sangre. Salto sobre mis familiares completamente ido, gritando como un energúmeno y comienzo a apuñalarles sin compasión.

Despierto en la tumba y consigo mover la losa desde dentro. Salgo al exterior arrastrándome y sollozando como un niño pequeño. A la luz del sol toco mi cabeza, mi pelo sigue ahí, no hay sangre en mis manos y eso me alivia, pero sé que da igual, nunca podré superar esta noche. No volveré a mirar a mi familia sin sentir remordimientos.

Cuando Charlie termina su relato todos estamos muy callados, con la misma mirada perdida que teníamos aquella mañana, al encontrarnos en la puerta del cementerio indio. No importa, a pesar de las lágrimas, de la angustia, la impotencia y el odio sabemos que esta vez hemos venido por decisión propia, porque tenemos la voluntad de cerrar el círculo.

-Joder. Bueno, sólo falto yo -digo desplegando la hoja de papel en la que escribí mi relato- El mio es más corto. Igual que vosotros acabé en una tumba oscura.

Estoy encerrada en un espacio muy angosto, a la derecha tengo una pared a la que trato de pegarme todo lo posible para no tocar los huesos que tengo a mi izquierda y que se extienden a lo largo. Antes, he movido la cabeza y he chocado contra un cráneo pelado, una calavera. Podría haber sido otra cosa, pero sé lo que es porque me ha hablado. Me ha dicho que me estuviera quieta.

Guardo silencio mientras mi mandíbula castañetea debido al terror. La calavera me mira, su aliento me acaricia, y vuelve a hablar: Estate quieta, déjame pensar, sólo me queda una pequeña parte del cerebro y me cuesta mucho. Sí, ya sé lo que vamos a hacer. Tú te vas a estar muy quieta y estos amigos míos, estos gusanos blancos que aún me quedan, van a introducirse dentro de ti, por tu boca, tu nariz y tus orejas. Una vez dentro van a arrancar pequeños trozos, no te dolerá, luego saldrán por los mismos agujeros y esos trozos los irán pegando a mi cuerpo para reconstruir mis órganos, mi carne, mis músculos y mi piel. Y así volveré a ser yo, un indio hechicero.

Siento tal pavor que me cuesta mucho soltar el primer grito, luego ya no puedo parar. Hasta que de pronto noto el roce de los gusanos, intentando alcanzar mi nariz, mis orejas, me revuelvo y comienzo a patear como una loca, esparciendo los huesos por todas partes. Me doy cuenta de que he desplazado la losa sin darme cuenta y aprovecho el hueco para moverla a un lado y salir.

Me escondo entre los arbustos hasta que se hace de día. Y os veo aparecer.

-¿Eso es todo? -pregunta Charlie- ¿No tuviste una noche completa de terror? ¿Sólo unos minutos, te revolviste y conseguiste escapar?

-Sí. Sé que lo vuestro fue mucho peor pero, créeme, yo tampoco he podido olvidar aquella noche. Me persigue cada vez que cierro los ojos. No he vuelto a dormir bien.

-Está bien -dice Vicky- cada uno tuvo lo suyo. A todos nos marcó y estamos aquí porque nos queremos vengar. El primer paso era retornar a aquella mañana en la que salimos de las tumbas, revivir lo que nos hicieron, para no dudar a la hora de la venganza que ya llega. Yo sólo puedo deciros que les odio, les he odiado todos estos años y ahora, una vez refrescados estos espantosos recuerdos, sólo puedo decir que les odio aún más. 

-Salgamos -dice Marc- Debemos trazar un plan.

Salimos del cementerio, yo soy la última, he preferido volver a dejar el papel donde estaba. Al salir cierro la puerta y a través de los barrotes, entre las pequeñas dunas que forman las tumbas veo un lince, está sentado, observándome. Me estremezco. Y lo sé, sé que él también recuerda, también sabe que ha llegado la hora.

Vamos en los coches hasta la cabaña en la que mis amigos han escondido el armamento que he ido acopiando durante estos años. Al entrar pensamos que alguien nos ha robado pues no hay nada dentro de las cuatro paredes conformadas con tablones mal clavados. Pero me doy cuenta de que entre las piedras del suelo polvoriento hay un trozo de metal en forma de argolla. Despejamos la zona y al tirar de la argolla descubrimos un gran agujero lleno de cajas metálicas de color verde, que contienen todos mis juguetes.

-Bien -dice Marc- Tenemos 4 rifles de asalto, municiones suficientes para asaltar Fort Knox, ocho granadas de mano, 4 pistolas y dos rifles de francotirador. ¿Cables? Y 4 cuchillos enormes ¿Para qué queremos un lanzagranadas? Inhibidores de frecuencia, bien.

-La cuestión es cómo vamos a pasar esto por la frontera. Has dicho que la boda de Frank y Brenda es en Douglas ¿no? -pregunta mirándome- Hubiera sido mejor dejar esto al otro lado.

-No, no, eso hubiera entrañado riesgos que aquí no tenemos. Aquí no hay preguntas, si alguien lo hubiese descubierto no supondría ningún problema. No os preocupéis, he pensado en ello, claro. Lo pasaremos en uno de los carros de verduras que cruzan la frontera a diario. Ya lo tengo arreglado. Llegará en un rato. Repasemos el plan.

-Llegamos a la fiesta. Matamos a todo el grupito y también a los que traten de impedirlo. Lo que pase después me da igual -explica Vicky.

-Calma -interrumpe Charlie- Volvamos sobre lo que nos ha explicado Belinda. La boda es en el rancho de los padres de Brenda. Es un sitio aislado y no hay oportunidad de acercarse sin ser vistos. Debemos aparecer por la carretera como si fuéramos invitados. No hay seguridad pero andarán por allí los empleados del rancho que serán un problema. Seguro que alguno está organizando el aparcamiento, recogiendo invitaciones y todo eso. Veremos. Cuando dejemos el coche tenemos que acercarnos a la casa sin ser vistos, determinar las posiciones de todos ellos e ir eliminándoles con la mayor discreción posible. Si nos descubren hay muchas posibilidades de que no consigamos nuestro objetivo, lo que hemos esperado tanto tiempo.


-He escuchado planes mejores -dice Marc- Pero no creo que estemos en situación de mejorarlo. Así que vamos con ello. La boda es a las siete, tenemos un rato para descansar.