Los siguientes días son bastante tranquilos, los ocupo buscando a Sonia, superando a cada momento el tedio que me produce recorrer rincones, calles, locales en los que podría estar sin obtener ni la más mínima pista que me anime a seguir, no veo ni rastro de ella por ninguna parte. Y también paso tiempo observando los movimientos del inspector, al que he preparado una buena sorpresa. En algún momento se me ha ocurrido proceder con la extensión de mi reacción vengativa a todos aquellos que me han jodido y el siguiente debe ser mi suegro. Le espío a ratos tratando de encontrar un punto débil pero no lo consigo, estoy demasiado emocionado esperando a que Ruíz se pase por el putiferio, ¡cómo voy a disfrutar!
Laura, la prostituta, me dijo que el indeseable va por allí un par de días por semana, pero no son fijos, suele pasarse un día laborable y otro festivo, pero los días exactos varían en función de lo ocupado que esté, así que paso las tardes muy atento por si decide dedicar un rato a la relajación. Por ahora no ha sido así, pero no importa, volverá, y ella sabe muy bien lo que tiene que hacer.
Respecto a mi suegro he comprobado que la presencia de Alicia Llagunilla es casi constante durante el tiempo que pasa fuera de la universidad. No tienen una relación amorosa, es algo así como una relación platónica que se mantiene viva sólo por la admiración que ella siente por el catedrático. Es una mujer mayor, no tanto como él, de unos 60, pero a pesar de eso sigue teniendo buena percha, la distancia adecuada entre los hombros, esas cosas, tiene siempre muy buenas maneras y ese estilo distinguido que se dan los ricos de medio pelo. A él le viene bien, le cuida, le quita las babas cuando está muy borracho y le acompaña a los actos sociales. También se encarga de que el servicio mantenga la casa de mi suegro en condiciones. Pero más allá de la conveniencia es evidente que él la necesita y depende de ella, es su punto débil. Llegado el momento habrá que presionarlo, para saber cuánto duele.
Por fin una tarde el inspector decide pasarse por el club, como siempre, a lloriquear un poco sobre las tetas de Laura, su ignorante psicóloga meretriz. Me quedo mirando la escena poseído por una extraña excitación que emana de distintos orígenes, la experiencia sexual del otro día con esa misma mujer, comprobar la dependencia que tiene el inspector de ella, de la mujer que yo me tiré sin ningún tipo de respeto, y por otra parte me excita mucho saber lo que va a pasar ahora mismo, lo que está pasando.
Si que él lo haya advertido le ha echado una anfetamina en la bebida, se desnudan y se tumban en la cama, en la posición de siempre, pero poco a poco él se va sintiendo extraño, está agobiado cayendo en la nebulosa de la droga y confundido por sentirse así, no sospecha que le han drogado. Ella le está diciendo que es un ataque de ansiedad, la presión, el stress, esas cosas, que una de las chicas sabe de eso y que sale un momento a buscarla. Está siguiendo mis instrucciones al pie de la letra. Ahora, entra en la habitación una de las eslovenas del otro día, la más espectacular, alta, rubia y con unas piernas interminables, viste un conjunto clásico adecuado para este tipo de ocasiones, corsé que acaba justo debajo de los redondos pechos desnudos y un pequeño tanga, acompañados de botas altas, gorra de policía y guantes hasta los codos, todo de cuero negro brillante. Y por supuesto un látigo con doce delgadas lenguas de cuero. Sólo verla acojona, pero mucho más tras comprobar que asume su papel con una brutalidad muy natural. Nada más entrar le sacude un par de bofetones al inspector y acto seguido ata sus muñecas a los brazos de la silla con dos pañuelos negros y hace lo mismo con sus tobillos, que quedan amarrados a la parte exterior de las patas de madera. Le amordaza y venda sus ojos, coloca sobre sus orejas unos auriculares que reproducen una y otra vez el tema elegido por mí, Orgasmatron de Motorhead, nunca más adecuado.
Es el momento de entrar en escena. Un taxi me acerca a toda velocidad hasta las inmediaciones del puticlub y por el camino me reconforta pensar que en esos mismos momentos el inspector no sabe de dónde le está cayendo todo aquello. La eslovena habrá empezado a azotarle a intervalos irregulares de manera que cada uno de ellos le pillará desprevenido, le habrá rociado sus zonas más sensibles con cera ardiendo al menos tres o cuatro veces y le mantendrá desorientado y acojonado. Llegado el momento acordado le quitará la venda y su percepción de la realidad mejorará y aunque siga siendo confusa será suficiente para recordar los detalles más importantes de esta noche.
La eslovena ha arrastrado al inspector con la silla hasta una de las cabinas del peet-show, le ha quitado la venda de los ojos y él se está acostumbrando a la tenue luz, a ver otra vez a través de la neblina anfetamínica que nubla sus sentidos, que se están recuperando, haciéndole casi consciente de la realidad. Está acojonado, preguntándose que le está pasando, por qué le están haciendo todo esto. Y qué va a pasar en la cama de cuero que le ofrece la cristalera delante de sus ojos.
Entra en escena Laura que viste su camisón negro cortito, sonríe al inspector con ese aire romántico que tan bien domina mientras muy lentamente se pone a cuatro patas sobre la cama, recoge el camisón hasta más arriba de sus pechos y espera con el culo en pompa, sumisa y obediente. El inspector la mira confundido, no entiende nada, no sabe qué ha ocurrido, no entiende cómo han pasado del infantil consuelo que recibía en la cama a una sucesión de situaciones dolorosas y ofensivas. Mira con ojos implorantes a Laura, pidiendo una explicación, que le despierte de la pesadilla, pero ella tiene clavada su mirada sumisa en el suelo mientras espera su castigo.
Entonces salgo a la pista central de mi propio circo luciendo un aspecto magnífico. Reconozco que después de iluminarme con este magistral plan y de acordar los detalles con Laura tuve algunos momentos de duda, temía que al saberme observado por otras personas, o debido a los nervios de la situación, me resultara imposible dar la talla. Pero no, nada de eso, luzco una erección gloriosa, casi dolorosa, casi grotesca, que adorna de forma magnifica mi atuendo, sencillo pero muy impactante y lleno de significado.
Voy desnudo, salvo por la cabeza. Sí, mi cabeza está cubierta por otra mucho más grande, de peluche, la de la Pantera Rosa, esa misma, la que siempre en silencio y con cara de parsimonia putea una y otra vez al inspector Clouseau. Siempre he querido hacerle un homenaje y que mejor ocasión que esta en la que ejecuto las lecciones que me enseñó de niño. Disfruto de mi entrada triunfal, un tío empalmado con una cabeza gigante de la Pantera Rosa entra en la cama de cuero, que iluminada por tenues luces rojas en realidad está pensada para representar situaciones con el suficiente componente de perversión como para excitar a mirones de distinto pelaje, acostumbrados a sentarse detrás de aquellos cristales. Hoy la situación es diferente. Sólo hay una persona observando, el sensible inspector, que atado a una silla mira alucinado lo que ocurre allí delante, sin tener del todo claro que parte es pesadilla y que parte es realidad. Hago una reverencia en dirección a mi único espectador y luego separo mis piernas y le dejo que admire mi miembro viril, que muevo arriba y abajo agitando los músculos pélvicos, con los puños apoyados en las caderas, luciendo un aspecto imponente, de superhéroe.
Cuando creo que ya he presumido bastante, procedo con mi parte de la actuación, me pongo de rodillas detrás de Laura que me espera emitiendo jadeos, fingiendo estar anhelante, y tirando de su melena la penetro, aunque con una pequeña variación que no habíamos comentado y es que he elegido sodomizarla, sin miramientos, sin previo aviso y sin lubricantes que suavicen un poco mi entrada salvaje. Eso le da más realismo a la escena, porque los gritos de Laura son ahora auténticos y sus intentos fallidos por librarse de mí resultan muy dramáticos. Suavizo un poco la escena moviendo la cabeza arriba y abajo, como los perritos que se llevaban hace años en la parte de atrás de los coches. Lo único malo es que no consigo alargar mucho el episodio, dado que soy víctima de un exceso de excitación cuando veo la cara de angustia y dolor que luce el inspector Ruíz y las lágrimas que, ahora con razón, ruedan por su mejilla.
Mientras Laura me insulta y se caga en toda mi familia me levanto sudoroso y hago una nueva reverencia hacia el inspector, que está estupefacto, a la deriva entre sus sentimientos heridos, la irrealidad de la droga y el pavor. Tengo la tentación de quitarme la cabeza de peluche por un momento y hacerle burla, sólo un segundo, pero me contengo y salgo de allí para vestirme en uno de los dormitorios.
La eslovena estará ahora devolviendo al inspector a la habitación para administrarle una nueva dosis de dolor y también otra de droga. Le dejará tirado en la cama y cuando despierte tardará un rato en situarse, empezará a recordar, y entonces tendrá mucho en que pensar, no creo que se ocupe de mí durante un tiempo.
Laura entra en la habitación y comienza a darme patadas, puñetazos y a tirarme del pelo mientras grita como una posesa. Con bastante esfuerzo consigo agarrarla de los brazos e inmovilizarla.
-¡Maldito cabrón! Esto se avisa, me has destrozado, el culo me va a doler durante días. Hijo de puta. Y ¿dónde está el dinero? Tendrás que pagar un extra, por lo que has hecho, nadie te había autorizado a hacerme daño.
-Está bien, está bien -digo- Te pagaré algo más, no sé cuanto puede costar eso ¿50 euros?
-¡Querrás decir otros mil! -dice mientras se libera y sigue aporreándome- ¡Vamos!, dame la pasta.
-No la tengo aquí. Tenemos que ir a mi piso.
-¿Qué? ¡No tienes la pasta! Voy a llamar al dueño del local. ¡Qué paliza te van a dar! No vas a salir vivo de este antro.
-Espera. Te voy a pagar, no lo dudes -digo manejando mi mejor expresión de sinceridad- No podía dejar aquí, en la habitación, 5000 pavos mientras estaba allí dentro. ¿No te parece? Vamos a mi casa y como tú has dicho te daré 6000.
-¿Seguro? No será que quieres engañarme y echar a correr en cuanto salgamos del local.
-No. Créeme -digo mientras trato de improvisar algo- Toma te doy mi DNI y mi carnet de conducir, si me largo sabrás quién soy.
Salimos del puticlub y buscamos un taxi en silencio, caminamos despacio pues ella aún está bastante dolorida como consecuencia de mi pequeña improvisación y yo acarreo la cabeza de peluche que no es cómoda de llevar. Tras caminar un par de manzanas encontramos un taxi libre que nos conduce a mi casa.
-¿Quién es ese tipo? -dice ella- ¿Qué es lo que te ha hecho para que le jodas así?
-¿No sabes quién es? -pregunto- Te pasas muchas horas escuchando sus lloriqueos…según creo. -Añado deprisa- Suponía que sabías al menos a qué se dedica.
-Ya veo que le tienes bien controlado, sabes hasta lo que hace cuando está a solas conmigo -responde con incomodidad- Pues no, no sé quién es, las otras dicen que es un poli pero no me lo parece. Desde hace un tiempo viene por el club un par de veces por semana y siempre es lo mismo, me acaricia las tetas mientras llora y me cuenta que cogió a su mujer en la cama con otro, la perdonó y la volvió a coger con otro más y entonces se separó, pero todavía la quiere. No volverá con ella porque es dañino para él pero la quiere. Eso es lo que cuenta.
-Joder. Eso todavía lo hace mejor. La escena de hace un rato me refiero. Le da un valor metafórico y evocador.
-Lo que te digo. Menudas ganas tienes de joderle. ¿Quién es?¿Un político? Tú también eres político ¿no?
-Sí. Somos… rivales. Del mismo partido, pero de distintas facciones. Nos jodemos mutuamente, cosas como la de hoy son normales, no te preocupes.
-No, si yo no me preocupo mientras me paguéis. Por lo demás vosotros mismos.
Llegamos a mi casa y le ofrezco algo de beber mientras intento decidir cual es el momento perfecto para eliminarla.
-No, no quiero nada. Sólo la pasta. Dámela y me largo.
-Espera un momento. Antes de marcharte déjame hacer una prueba -digo mientras señalo la cabeza de la Pantera Rosa- A ver qué tal te queda.
A ella le debe parecer gracioso, creo que tenía ganas de probársela, como cuando yo era niño y quería ponerme el disfraz de vaquero de aquel amigo, Jaime, pero no me atrevía a pedírselo porque estaba seguro de que algo tan bonito no se lo dejaría a nadie. Se la coloco con suavidad y le digo que le queda perfecta.
Intuyo que ella sonríe desde allí dentro. Me alegro, prefiero que muera con una sonrisa, me parece mucho más agradable. Deslizo las manos por su cuello como si fuera a ayudarla a quitarse la cabeza de peluche, pero empiezo a apretar muy fuerte. Ella sube sus manos e intenta liberarse para poder respirar pero en el fondo sabe que no tiene ninguna posibilidad, apenas se resiste y muere poco a poco sin ruidos ni estridencias.
Estoy cansado y subirla por las escaleras me cuesta una barbaridad. La entierro junto a las otras, todavía con la cabeza de la Pantera Rosa puesta. En el último momento me acuerdo del DNI y el carnet de conducir, que encuentro en uno de sus bolsillos. Menos mal, renovar esos documentos es un verdadero engorro y encima cobran un dineral.
Me emociona observar el interior de la tumba. Qué escena tan bonita y qué alegoría tan bella sobre las enseñanzas de la vida. Me pasé años admirando a aquél personaje de dibujo por su temple y su inalterabilidad y, ahora, una vez aprendida la lección, tengo que enterrarle junto con el producto de ese aprendizaje. Ha sido una gran noche. Memorable.
Por desgracia aún no puedo descansar. Necesito un par de horas para limpiar bien las zonas del piso en las que ha estado Laura. Friego, limpio, paso el aspirador y luego vuelvo a ensuciar esparciendo mi propio vello, polvo y pequeñas porquerías que encuentro en los rincones.
A las pocas horas unos golpes horribles en la puerta me arrancan de las fauces de un profundo sueño. Me levanto desorientado y me dirijo a trompicones hacia la puerta de la casa y antes de que termine de abrir salta sobre mi un torbellino de golpes, insultos y babas que me arrolla, me tumba en el suelo y me golpea con brutalidad y no llega a dejarme inconsciente porque los otros agentes han conseguido a duras penas sujetar al enloquecido inspector Ruíz.
-¡Le voy a demandar! -acierto a balbucear, todavía sorprendido por la lluvia de golpes que me ha despertado como agua helada- Esto es un abuso, su acoso está superando todos los límites.
-¡Cabrón! ¡Hijo de puta! ¿Qué has hecho con ella? ¡Dime! Te voy a matar aquí mismo -grita todavía enloquecido mientras uno de los agentes de la policía científica me enseña una nueva orden de registro. Media docena de policías comienzan a buscar y recoger evidencias por toda la casa y otros dos siguen sujetando a su superior, que hace esfuerzos ímprobos por liberarse y volver a saltar sobre mí.
-Está vez la has cagado bien. ¡Te teeengo! -dice- Sí, sí, sí. Un taxista. Cogiste un taxi gilipollas. Para volver aquí, con la puta cabeza de la Pantera Rosa a cuestas. Joder. Y os dejó en la puerta de tu casa. Ibas con ella y con la cabeza de peluche, mamón.
-No entiendo. ¿Dice que yo vine aquí con la puta… con la puta… con la puta cabeza de la Pantera Rosa? -digo provocándole mientras se retuerce aún más intentando zafarse de los brazos de sus compañeros- No sé. Creo que no. No me suena.
-¿Qué has hecho con ella? ¿Dónde está? ¿Te ha dado tiempo a sacarla de aquí? ¿O la mataste fuera?
-¿A quién? ¿A la Pantera Rosa? De verdad, me acordaría. No, se lo aseguro, yo no he sido. Nunca haría una cosa así.
-Tú montaste todo. Lo del peet-show en el club, ellas me drogaron mientras estaba con Laura. Me ataron y me azotaron y luego me llevaron a la cabina para ver ese espectáculo… -dice bajo las miradas confundidas de los otros policías.
-Si, sí, todo eso parece muy propio de usted, le pega bastante ¿pero qué tiene que ver conmigo?
-¿Qué tiene que ver contigo? Una docena de testigos te vieron en el club, mamón. Y un taxista te trajo hasta aquí con ella, con Laura.
-Vale. Estuve en un puticlub y me traje a la más puta de todas a mi casa. Hasta aquí no parece que haya cometido ningún delito. Mucha gente va de putas ¿sabe? Seguro que hay más gente que se tira a la misma puta ¿Está acosando a algún otro putero más inspector? Quizá ella tiene algún cliente asiduo, ya sabe, de los que van a echar un polvo cutre los miércoles por la tarde, o a jugar a la brisca, o a contarle sus penas. Pregúnteles a ellos.
-Entonces ¿reconoce que estuvo aquí? -pregunta tratando de disimular la confusión que le producen las certezas de mis insinuaciones.
-Sí. Vine con ella, lo hicimos en el sofá. ¿Quiere que le explique los detalles inspector? Ella llevaba sólo un camisón negro y se lo levantó por encima de las tetas y se puso de rodillas y luego se inclinó hacia delante y…
-¡Basta! ¿Qué ocurrió después? -grita fuera de sus casillas.
-Me hizo descuento porque le gustó mucho. Sólo tuve que pagar cuarenta euros. ¿Cuanto cree que cobra normalmente? -pregunto con aire de mofa- Después se largó. Y yo me fui a dormir. Y no sé más. Estará ya en el puticlub tirándose a algún otro en el peet-show ese que tanto le gusta a usted.
-Eras tú, el tío con la cabeza de la Pantera Rosa. Lo supe desde que logré salir del aturdimiento de las drogas. Sabía que eras tú mientras estabas representando esa mierda de show.
-¿De verdad? ¡Qué gozada! Quiero decir que no tiene ninguna prueba y estas afirmaciones demuestran su fijación por mi persona. Es evidente que me cree culpable de todo lo malo que pasa en el mundo y de todo lo malo que le ocurre a usted, que estoy seguro es producto de su personalidad obsesiva. Por otra parte, lamento decirle que no sé nada sobre sexo con muñecos de peluche, aunque me lo pensaré si usted que tiene experiencia me lo recomienda.
-Lo planeaste todo. Sólo para que viera cómo abusabas de ella, para joderme mostrándome cómo maltratabas a alguien que yo… apreciaba -prosigue con voz temblorosa.
-Ya le he dicho lo que hice. Estuve en el club, me divertí como todos los demás, no sé bien qué pasó, estaba un poco desorientado por la diversión, la excitación y todo eso. Vine aquí con una prostituta, nos lo montamos en el sofá, la pagué y se largó. Creo que no hay nada ilegal en todo ello.
-No, salvo por un detalle. Eres sospechoso de varias desapariciones de mujeres relacionadas contigo.
-Ni siquiera ha pasado el plazo legal para declarar desaparecida a la prostituta y estoy seguro de que aparecerá hoy, mañana o dentro de un mes. En cualquier caso para usted soy sospechoso de todos los hechos delictivos sin explicación, según creo.
Los agentes que recogían muestras y buscaban pruebas han terminado su trabajo y empiezan a recoger sus cosas y a acercarse a nosotros, esperando la orden para marcharse de allí, presenciando nuestro duelo verbal, lo cual empieza a inquietar al inspector que ordena la retirada.
-Ha conseguido otra orden de registro basada sólo en sospechas y teorías -digo señalándoles- pero una vez más sale de aquí sin ninguna prueba y eso significa que me tendrá que dejar en paz, no habrá otro juez que le permita entrar aquí al asalto una vez más.