sábado, 12 de julio de 2014

Una habitación con vistas. Capítulo 10 y final.

Cuando despierto estoy en la cama de un hospital. Alicia está a mi lado y el inspector Ruíz está junto a ella. Me miran en silencio, Alicia sonríe, parece en calma, contenta, el inspector mantiene su cara circunspecta de siempre, estaban ahí esperando a que me despertara, parece que quieren explicarme algo importante. 

Cierro los ojos tratando de despejar del todo mi mente para enfrentarme al inspector. Me odia y tiene una fijación por mí persona. Desde que desapareció la primera, Laura, fue directo a por mí, alguien le dijo que habíamos tenido algo juntos y en ese momento determinó que yo era el culpable. Me persiguió implacable, me acorraló con pruebas circunstanciales y se las arregló para registrar mi casa y mi despacho, pero nunca consiguió evidencias sólidas. Tuvimos varios enfrentamientos muy duros y a punto estuvimos de llegar a las manos en una ocasión. Me acosó durante semanas y sólo logró que todos dudaran de mí, que mi círculo de amistades me dejara aislado, aunque a eso también contribuyó Sonia con sus insinuaciones sobre mi fijación por Laura. 

Tenía razones para hacer esas insinuaciones. Aunque nunca se lo dije y representé un falso papel bajo el filo de la espada, yo sabía muy bien que había presenciado nuestro show sexual en casa de Kiko, en realidad lo preparé así, me excitaba mucho la idea de que viera como me tiraba a aquella tía buena, pero ella no logró asimilarlo. No puedo seguir mi ritmo. Quizá aquella improvisación, ponerme la cabeza de la Pantera Rosa, fue demasiado.

Cuando se dio por desaparecidas a las otras dos chicas coincidiendo con el internamiento de Sonia en el psiquiátrico la tenacidad del inspector se multiplicó y sólo pude resistir su acoso gracias a Alicia, la mejor amiga de mi mujer. Ella se acercó a mí cuando todos se alejaban, consiguió encontrarme detrás de aquella cortina de recelos y desconfianza que se había levantado a mi alrededor y me sirvió de apoyo cuando ya nadie dudaba de mi culpabilidad. Tardamos un tiempo en enrollarnos, fuimos paso a paso, sin prisas, en los primeros encuentros íntimos sólo me dejaba admirar su cuerpo desnudo. Supo mantener mi interés y me cazó de verdad.

El inspector estaba seguro de que yo las había matado a todas y pensaba que me las había arreglado para internar a Sonia porque ella sabía demasiado, pero una vez que estaba internada nunca consiguió una orden para interrogarla.

Abro los ojos. Están hablando en voz baja. Me miran y vuelven a poner las mismas caras de antes. Tengo que enfrentarme a la situación porque si vuelvo a cerrar los ojos seguiré en un círculo absurdo para siempre, cerrando los ojos y abriéndolos para ver las mismas caras.

-¿Estás bien, Alicia? -pregunto con voz baja y cansada- ¿La mataste tú? Justo cuando me iba a ensartar con la espada otra vez.

-No. No fue ella. Fui yo -dice el inspector Ruíz- Llegué justo a tiempo para coger el hacha medieval y… bueno, acabar con todo aquello.

-El hacha. La espada y el hacha del escudo de armas.

-Ya le dije que tener esos artilugios medievales como decoración no era buena idea. Por alguna razón ese tipo de cosas se terminan utilizando -comenta con tono amable.
-Pedro -dice Alicia con voz muy suave- Tu suegro ha muerto. Lo lamento, sé que en los últimos tiempos no estabais muy unidos pero entiendo que para ti es algo muy doloroso. Y le he explicado todo al inspector, que tú, bueno, que él te había contado que Sonia asesinó a las chicas, pero no eras capaz de denunciarle porque entendías muy bien el dolor por el que pasó al enterarse de que su hija era las asesina de esas pobres chicas.

-¿Le has contado…?

-Sí. Le he dicho todo, que tu suegro descubrió los cuerpos y ayudó a Sonia a esconderlos y que te contó todo para que consintieras en ingresarla. Que tú sabías lo que había sucedido, pero no colaboraste ni en los crímenes, ni en la ocultación, sólo que no lo denunciaste, porque pensabas que bastante daño se había hecho ya, y que sacarlo a la luz sólo podría encerrar a un padre tratando de proteger a su hija. Encima, con tanta tristeza, el hombre se dio al alcohol. En fin, creo que el inspector lo ha entendido muy bien.

-Sabía que usted me ocultaba algo -dice el inspector señalándome con la barbilla- Reconozco que siempre pensé que era culpable de los crímenes pero hemos recuperado los cuerpos y las pruebas son claras, ella asesinó a las tres chicas. Hay todo tipo de evidencias en los cuerpos, cabellos, uñas, pestañas, de todo. Deduzco que el resto, lo que nos ha contado Alicia, es cierto. No es usted del todo inocente, podría acusarle de ocultación de información fundamental para resolver el caso, pero creo que no vamos a presentar cargos, bastantes cosas han pasado.

Siento cierto alivio al saberme liberado de toda sospecha, ahora podré retomar mi vida. Podré dedicarme otra vez a lo que más me gusta, a mirar,  a admirar la belleza, a las mujeres hermosas. Y disfrutarlas cuando se pueda, claro, pero con tranquilidad, con cuidado, las cosas bellas se rompen con facilidad.

A pesar de la liberación que siento hay algo que me produce cierta insatisfacción. El malvado diablillo que circula libre por mi cabeza todavía no ha terminado su trabajo, necesita una última provocación. Y no puedo evitarlo.

El inspector guarda silencio mientras le sonrío. Está un poco desconcertado porque mi sonrisa no es de agradecimiento, ni de alegría por saberme libre de cargos. Es otra cosa, es como si compartiera una broma con él. Un chiste. Creo que piensa que estoy drogado por los medicamentos o algo así. El caso es que no puedo evitar preguntarle.

-¿Encontró la cabeza?

-¿Qué?

-En la fosa, dónde estaban las chicas -preciso con impaciencia- La cabeza de peluche, la de la Pantera Rosa.

-S…sí.


-¿Y no le hizo gracia?

Una habitación con vistas. Capítulo 9.

Dicen que cuando tienes la certeza de muerte inminente la película completa de tu vida pasa muy rápido por tu cerebro, eso dicen, pero creo que no es exactamente así. Aparecen recuerdos, es verdad, pero entremezclados sin orden alguno, teñidos de remordimientos, manchados de arrepentimiento, aparece la culpabilidad pero se presenta en un desorden abstracto. El cerebro funciona más rápido que nunca, tan rápido que casi se abrasa a si mismo, tratando de seguir engañándote, como ha hecho siempre, igual que siempre intenta protegerte, protegerse, de algo que no eres capaz de asimilar. Puede que además las heridas, la pérdida de sangre, el miedo, alteren la percepción de los sentidos y entonces igual resulta que también el cerebro está siendo engañado. Es decir que se produce una paradoja, el cerebro te engaña para intentar protegerte de la realidad, pero ésta también es un engaño pues proviene de percepciones erróneas, alteradas,. Al final, todos engañados, tu cerebro y tú.

La cuestión es que muchos acontecimientos de tu vida son repasados, sí, pero desde otro punto de vista, presentando otra realidad distinta, otra vida entremezclada con la tuya, sigue siendo tú vida pero con una cuarta dimensión, una alteración que ni percibes ni cuestionas. Un añadido que contiene tus frustraciones, tus miedos, tus miserias, tus errores y tus arrepentimientos se encarga de remodelar tus recuerdos. 
Creo que eso es lo que me ha estado pasando después de haber recibido una brutal estocada. Lo sé ahora que estoy volviendo a la plena consciencia, a la auténtica realidad después del shock que me ha producido ser ensartado por una espada medieval.

Cuando por fin consigo parpadear me agobia la sensación de haber tenido los ojos cerrados durante un siglo, el dolor de la herida en el estómago es insoportable y me atenaza, me encoge, pero a pesar de todo ello empiezo a hacerme cargo de mi situación. Tumbado en el suelo, sujetando con las manos la grave herida que la espada ha dejado en mi abdomen, con la cabeza retorcida hacia atrás y a la izquierda, consigo fijar la vista en la pata más cercana de una silla de plástico que descansa justo en la entrada de la terraza, muy cerca de mí. Es curioso, desde esa perspectiva parece altísima, como la silla del árbitro de un partido de tenis. Al principio me confunde, la silla del juez de tenis, la terraza, todo eso no debería estar allí, junto al salón, sino en el piso de arriba, con su jardín y su laguna, pero enseguida me doy cuenta de que ya no estoy sumido en la alteración de la realidad, en la del jardín, la laguna y la silla mágica. Ahora estoy despierto y consciente. Ahora estoy en mi casa, en mi casa de siempre, veo la silla blanca de plástico, el jardín de chalet adosado, la pequeña piscina y los macizos de petunias moradas que una vez plantó Sonia.

A mi derecha escucho una respiración entrecortada que no es la mía, estertores, jadeos, parece alguien agonizando, tengo que girar la cabeza pero me cuesta mucho hacerlo, es un esfuerzo enorme y doloroso. A mitad del movimiento me paro en seco, mirando hacia arriba, hacia el filo de la espada medieval que gotea sangre y que pende sobre mí pecho, sujeta por los brazos de Sonia que la empuñan preparados para asestar un segundo golpe, el definitivo. De vuelta a la realidad me doy cuenta de que ha sido ella la que me ha ensartado.

-Vaya, estás despierto. Por un momento creí que habías perdido el sentido. ¿A quién buscas?¿Al cabrón de mi padre? -dice jadeando y señalando con un movimiento de cabeza a mi derecha- Ahí le tienes, rebanado como un pan, con las tripas fuera. No se merece otra cosa, la pena es que morirá rápido.

Miro hacia ese lado y encuentro a mi suegro tumbado cerca de mí, muy pálido, agonizando a las puertas de una muerte que parece inevitable a la vista de la inmensa herida que recorre su abdomen de lado a lado y del extenso charco de sangre que le rodea. 

-Sonia, pero ¿por qué… estás…?

-¿Qué por qué estoy? No me seas cínico y no me toques la moral, hijoputa. A ver si ahora te las vas a dar de puro. Tú -dice tensando aún más los brazos- Tú y el cabrón de mi padre. Tú firmaste los papeles para que me ingresaran y él no hizo nada. ¿Te imaginas lo que es pasar meses y meses rodeada de locos encerrada en un sitio lleno de normas para locos, preparado para contener a los locos, para tratar a los locos, y todo eso cuando tú no estás loco?¿Te lo imaginas?

-No, no lo puedo imaginar -digo intuyendo que esa respuesta me dará unos segundos más- Sonia, lo que has sufrido allí sólo lo puedes saber tú. Pero no te olvides de que había un motivo para ingresarte y estabas de acuerdo, fue la mejor solución. Mis alumnas ¿recuerdas? Las mataste y lo ocultamos ¿lo recuerdas? Evitamos que fueras a la cárcel pero había que hacer algo, no podíamos dejar que siguieras así, el problema iba in crescendo.

-¡In crescendo!, menudo momento para decir horteradas -dice riendo a carcajadas- Eres un caso, siempre cuidando el detalle. Gilipollas… Tus alumnas, vaya, sí, las recuerdo, Marta y Susana, las dos putitas que te tirabas a pares, os pillé montando un trío en nuestra cama, me acuerdo muy bien, la de las tetas más grandes te cabalgaba y la otra asfixiaba tu cabeza entre sus muslos. 

-Sonia. Eso no es cierto -digo intentando transmitir calma- Concéntrate en la realidad. Eso nunca ocurrió, sólo fue una proyección de tus miedos y temores, algo que temías, que generó algunas dudas, empezaste a creerlo y después lo diste por bueno. Te inventaste hasta los más pequeños detalles, pero nunca ocurrió. Ya te lo he explicado muchas veces. Ellas eran sólo dos alumnas a las que daba clases particulares aquí, en nuestra casa, para ganar dinero, pero te fuiste obsesionando con que terminaría acostándome con ellas porque eran jóvenes y atractivas, con que te dejaría por ellas y empezaste a vivir en una paranoia. Te creíste lo que temías, supongo que es una forma extraña y absurda de auto-protección, te convences de que ya ocurre lo que temes que suceda y así eliminas el temor. El problema es que lo arraigaste de tal forma que el odio y lo celos se apoderaron de ti y terminaste asesinándolas.

-Eran muy guapas, Pedro. Y te gustaban. Te parecía que estaban muy buenas. Una vez te oí decirlo, se lo explicabas a Kiko, que tenían unos cuerpos preciosos y que te gustaría desnudarlas y poseerlas sobre la mesa del salón.

-Pero Sonía ¿no te das cuenta? ¿Cómo iba a decir algo así estando cerca mi mujer? ¿No crees que hubiera buscado a otro momento para hacer ese tipo de confidencias?

-¿Sí? No sé, no me fio de vosotros. De ninguno. Ya no. 

-Tienes que recordarlo Sonia, tienes que recordar que estabas pensando de una forma muy dañina y peligrosa, y que las cosas se complicaban cada vez más. Tú misma estuviste de acuerdo en que había que llevarte a un lugar en el que cuidaran de ti, en el que no pudieras hacer daño a otras personas. Lo hablamos con mucha calma y no encontramos ninguna posibilidad mejor. Estabas totalmente de acuerdo, sobre todo después de que descubrimos lo de Laura.

-Laura. Menudo pedazo de puta, la buenorra intranscendente con aires románticos. A todos os traía locos.

-Nunca entendí por qué la mataste.

-¿No? Por ti, lo hice por ti. Me enteré de todo en la fiesta que dio Kiko por Carnaval. ¿Te acuerdas de su disfraz?

-Sí, llevaba un disfraz de la Pantera Rosa -digo algo agarrotado por el dolor en mi vientre aunque a la vez espoleado por la amenaza de muerte inminente- Era un disfraz muy llamativo con una gran cabeza de peluche y un mono rosa muy ajustado. 

-Exacto. ¿Y por qué eligió precisamente ese disfraz? Tú me lo dijiste, era tu héroe absurdo de la infancia. Ella sabía que era una especie de icono para ti y que con aquel mono tan ajustado no podrías resistirte ni un minuto a su provocación. Y no pudiste. No intentes mentirme, os vi colaros con disimulo en una de las habitaciones y os espié. Recuerdo todos los detalles, le quitaste el mono, acariciaste su cuerpo, estabais muy excitados, tanto que todavía de pie ya jadeabais, os arrancasteis lo que quedaba de ropa, la cogiste por los hombros y la obligaste a arrodillarse en la cama, a ponerse a cuatro patas, y entonces te pusiste la cabeza de peluche y la poseíste como un loco, disfrutando como nunca te vi hacerlo conmigo. Y encima te llevaste a casa la puta cabeza de la Pantera Rosa. De recuerdo, supongo.

-Sonia, yo no… yo no sabía que tú viste eso -acierto a decir impresionado por la revelación, incapaz de inventar una mentira- ¿Y por eso la mataste, porque tuvimos un desliz? Fue sólo esa vez y después de aquello ni nos podíamos mirar a la cara. 

-¿De verdad? Qué majos, qué buenas personas, fornicaron como puercos y luego no se podían mirar a la cara. Qué buena gente.

-Dios mío. -digo cayendo en la cuenta de todas las implicaciones- Entonces fui yo el culpable de todo. Me viste aquel día y empezaste a imaginar cosas, como que te engañaba siempre que podía o que también me acostaba con mis alumnas. Yo desaté esa locura en tu cabeza, puse en marcha el mecanismo que destruyó tu raciocinio. Soy el que ha destruido todo, el inductor, el…

-No lo adornes más. La palabra es cabrón. Eres el cabrón que lo jodió todo. Y la maté por eso sí, por lo que os vi hacer y por la forma en que disfrutabais. La estrangulé con un pañuelo un par de semanas después de aquella mierda de fiesta. Aquí mismo, junto a la puerta de la terraza.

-La enterraste en el jardín y plantaste las petunias moradas, para justificar el movimiento de tierras. Pero unas semanas después mataste a mis alumnas, Marta y Susana, tu padre y yo te descubrimos, aún no te habías ocupado de los cuerpos. Estabas cómo pérdida, ni siquiera recordabas qué había pasado. Después del horror inicial, tú padre empezó a buscar la mejor forma de sacarte de aquello y nos pareció que lo mejor era ocultarlo, hacer desaparecer los cuerpos y seguir como si nada hubiera pasado.

-Sí, me acuerdo de lo acojonados que estabais. Me daba la risa sólo de veros tan nerviosos y muertos de miedo. Creo que tú no estabas convencido del todo pero la determinación de mi padre arrolló todas tus dudas.

-A él le pareció que lo mejor era enterrarlas allí - digo señalando el jardín con una mueca- bajo las petunias. Tuve que encargarme pues era una tarea demasiado dura para él y  al cavar encontré el cuerpo de Laura, que tú habías enterrado allí.

-Sí, sí, fue buenísimo -dice Sonia riendo- La cara que pusiste al encontrar muerta a tu zorra número uno justo cuando ibas a enterrar a las otras dos. Buenísimo, pagaría cualquier cosa por volver a ver tu cara de perplejidad, miedo, dolor y rabia, teniendo que contener todo para salvarme.  Me hiciste repasar cada detalle, cómo la maté, cómo la enterré, pero apenas te preocupaste de las razones que me llevaron a matarla, estabas muy ocupado pensando en la forma de internarme en el psiquiátrico. Y luego lo mismo con las otras chicas, con tus alumnas. Eso fue horrible tener que repasarlo todo contigo, recuperar los recuerdos que había perdido, me obligaste a revivir esos momentos de trastorno que mi mente ocultaba a mi conciencia, horrorizándome de mi misma, sintiendo el espantoso dolor por el daño que había causado y que ignoraba, pues mi mente lo mantenía oculto.

-Durante los días siguientes estabas medio trastornada, hablando siempre de asesinatos, de mujeres que morían aquí y allá de las formas más horribles. No recordabas bien lo que había sucedido, olvidaste la sucesión de los hechos, los detalles, y yo traté de ayudarte pero de nada sirvió. No soportabas saberte culpable.

-Sí, estaba muy confundida. Con todo aquello no te costó mucho convencer a mi padre de que lo mejor era internarme -dice con una mueca- Me sentía muy mal, en el fondo me arrepentía mucho de haber matado a aquellas chicas, sabía que no era algo propio de mí y no podía vivir con ello. Por eso acepté el ingreso.

-Lo sé. No fue una decisión fácil. Yo te quería y no me agradaba la idea de que ingresaras en un psiquiátrico, pero era la mejor opción. Y tú estabas de acuerdo, sabías que eras un peligro.

-Estuve de acuerdo porque me sentía agobiada, triste y arrepentida y no podía vivir. Y te lo dije, te dije que no te dejaría olvidarte de mí. Que un día volvería a por ti. ¿No me creíste? ¿Ni siquiera cuando unos meses después logré escapar? Nadie sabía dónde estaba, tú tampoco, pero sabías que volvería ¿No es así?

-Sí, lo sabía, sabía que volverías, pero no volvías. Pasaron semanas y meses y no apareciste. Intenté encontrarte, te busqué por todos lados, en casa de nuestros amigos, en lugares en los que estuvimos juntos, estaba preocupado por ti, por si te pasaba algo, no sabía de qué vivirías ahí fuera, sin casa, sin dinero.

-Y aún así, teniendo la certeza de que algún día volvería, seguiste con tu vida, no arreglaste las cosas aquí para que no me desagradaran. No te ibas a privar de zumbarte a la putita número cuatro, a Alicia Llagunilla.

-¡Alicia! ¿Qué has hecho con ella?

-Alicia -dice mientras parece sumirse en sus recuerdos- Era mi mejor amiga, desde que éramos niñas le contaba todo lo que me pasaba. Me tumbaba en la cama sobre su regazo y le explicaba mis problemas, mis miedos y mis tristezas mientas ella me escuchaba con toda su atención, acariciándome el pelo, calmándome con su amistad sincera e inocente. Inocente, menuda guarra. Mírala. Allí está, desnuda a cuatro patas sobre el sofá, esperando a que alguien se la tire. Está muy quieta, es que ya sabe que si mueve un sólo pelo te ensarto otra vez.

-¡Alicia! -digo intentado resistir el dolor que me produce levantar la cabeza para ver más allá del cuerpo de mi suegro- ¡No te muevas!¡Todo saldrá bien!

-Va a salir muy bien, sí -dice Sonia con una cara de determinación que anuncia mi muerte inminente- Tú mueres ahora y después le meto a tu putita esta espada por algún sitio hasta que le salga por la boca. Y luego me largo a vivir mi vida, lejos de esta camada de putas y cabrones.

La espada sube unos cuantos centímetros mientras sus músculos se tensan y preparan el golpe definitivo, apuntando hacia mi garganta. Miro sus ojos intentando encontrar algo de la persona que era antes, de la que me enamoré, con la que quise compartir la vida, intentando despertarla con una llamada silenciosa para que se lleve a esta posesa que ocupa su cuerpo. Pero la centella de la furia, la rabia y el odio lo nublan todo y allí dentro nadie escucha mi petición de auxilio. Es demasiado tarde.


Su rostro se crispa y lanza un alarido, la espada cae sin fuerza a un lado y Sonia se desploma sobre mí, causándome un dolor enorme que me envuelve en las tinieblas de la inconsciencia.

Una habitación con vistas. Capítulo 8.

Los dos días siguientes los paso en casa convaleciente por los golpes que me propinó el inspector y regocijándome en los recuerdos de la maravillosa noche que pasé vengándome de él. A los del departamento no les ha importado mucho la noticia de mi baja anunciada por teléfono, seguro que se sienten más cómodos si no estoy por allí. En los últimos días, tras la desaparición de las dos alumnas, sus recelos hacia mí han aumentado y me han hecho sentir más marginado que nunca. También mis alumnos han empezado a mirarme mal.  No me siento muy cómodo en la universidad, así que no me importa poner un poco de distancia mientras Sonia aparece y las cosas se aclaran.

Cuando me recupero de las magulladuras y los recuerdos de la noche orgiástica están ya desgastados de tanto repasarlos, vuelvo a subir a la silla para continuar con mi venganza. Me queda mi suegro y, por supuesto, voy a hacer justicia en el cuerpo de su compañera, asistente, amiga o lo que para él represente la zorra Alicia LLagunilla.

La cuestión es cómo atraerla hasta mi casa pues es el lugar más seguro para matarla, ya que puedo ocultar su cuerpo en el jardín sin que nadie se entere jamás. Hay un problema más y es que el inspector Ruíz se pasa las 24 horas del día vigilándome, allí donde yo voy, él está detrás. Ahora mismo puedo verle desde la silla aparcado cerca de mi portal, controlando quién entra y sale. También está mi suegro, que no debe enterarse de que ella viene a verme pues seguro que la prevendrá contra mí o aparecerá aquí con ella. Sería buena cosa matarles a ambos pero la muerte de su padre entristecería a Sonia y eso no lo quiero. Son demasiados problemas, quizá deba encargarme de ella en otro lugar, lejos de mi casa. 

La he observado con atención. Pasa mucho tiempo con el borrachín de mi suegro, no mantiene relaciones sexuales con él, pero sí le alegra la vista. Todos los días después de tomar el té, ella se desnuda en la habitación y le deja contemplar su cuerpo. El no la toca, sólo mira y nada más. El la pide que se tumbe, que se agache, que se siente y la contempla desde todas las perspectivas, como el que estudia una estatua que duda en comprar para colocar en el hall. Lo cierto es que no está mal la mujer, me gustaban mucho más Susana y Marta y sus cuerpos pletóricos, pero esta mujer también tiene su cosa, aunque supongo que parte de su atractivo se debe al morbo que me producen las ansias de venganza. En cualquier caso, reúne los requisitos para ser asesinada, posee el suficiente grado de belleza y su muerte causará dolor a quien lo merece. En ese sentido es perfecta.

Por las mañanas desayuna en una cafetería cercana a su domicilio, siempre a la misma hora. Se me ocurre hacerme el encontradizo e intentar abordarla con alguna excusa, aunque soy consciente de que puede salir corriendo dadas las cosas que ha debido escuchar sobre mí

-Hola, señorita Llagunilla. Soy… bueno, ya sabe quién soy -digo con aire tímido al pasar como por casualidad junto a su mesa buscando un sitio libre en la cafetería que está casi llena de gente desayunando- Ya sé que habrá escuchado cosas horribles sobre mí pero se me ha ocurrido saludarla, al verla aquí sentada. Bueno, perdone, no quería molestar, ya me marcho.

-Ah, hola… No. No. No se vaya. Siéntese si lo desea -dice con amabilidad- En realidad siempre he querido hablar con usted.

-¿Sí? -digo sentándome frente a ella- ¿Y eso? Supongo que querrá preguntarme si le hice algo malo a Sonia. Pues no, no…

-En absoluto. No me parece que sea usted capaz de hacerle daño a nadie y menos a su propia esposa y hace ya tiempo que tengo la sensación de que toda esta situación le ha hecho retraerse y eso le hace parecer culpable de algo. 

-Es lo mismo que yo digo -exclamo con entusiasmo palmeándome la pierna al comprobar que alguien me comprende.

-Lo que no entiendo es eso, por qué se ha defendido tan mal durante todo este proceso. Todas las dudas que ha ido dejando sin atender le han dejado en una situación comprometida. Es como si quisiera sentirse apartado, culpable, solo. Castigado.

-Es que no creo que deba defenderme puesto que no soy culpable. Pero, por favor, podemos tutearnos si te parece bien.

-Claro -dice sonriente- Verás, Fernando. Tu suegro, el padre de Sonia, necesita un culpable, alguien sobre quién descargar todo el peso que lleva. No puede aceptar la desaparición sin más, necesita una explicación lógica, un punto de referencia, sin eso se volvería loco. Y yo creo que los policías le han inducido a dudar de ti, de forma involuntaria, no me malinterpretes. Entiendo que es lógico que comprueben y que descarten, pero eso ha llevado a Fernando a obsesionarse contigo. Tampoco es tan raro, con tantas cosas que se ven en la tele y en los periódicos sobre violencia doméstica, es casi la explicación que cualquiera esperaría.

-El problema es que la fijación que Fernando tiene conmigo ha llevado a la policía a seguir sospechando de mí y no creo que eso cambie mientras no tengan nada mejor. Y una cosa alimenta a la otra, él me cree culpable porque ellos me consideran sospechoso y viceversa.

-¿Crees que ella volverá? -pregunta mirándome con seriedad- Verás, soy de las que piensan que puso tierra de por medio por algo. ¿Teníais problemas?

-Estoy seguro de que va a volver. Y sí, teníamos algunos problemas, pero cosas normales como cualquier pareja. Se sentía un poco… encerrada. En realidad esto de marcharse durante un tiempo es algo propio de ella. Ya la conoce, tiene esa mezcla de inmadurez, exceso de responsabilidad y la necesidad de apartarse de esa montaña de obligaciones morales que le ha impuesto su educación. Supongo que salir corriendo es una solución, pero estoy seguro de que volverá a por mí cuando se haya liberado de la tensión, cuando se haya centrado un poco. Igual tiene preparado algún sitio para que estemos juntos, otra vida. No sé. Igual vuelve y desaparecemos juntos.

-Me parece muy bonito que mantengas la ilusión, que pienses así -dice sonriendo.

-Gracias. Supongo que es mi forma de mantener viva la esperanza.

-Yo también desaparecí ¿sabes? -dice mientras retuerce un sobre de azúcar vacío entre sus dedos- Hace mucho. Tenía un novio, en la universidad. Era un chico normal, de una familia humilde. A mis padres no les gustaba, me presionaban para que le dejara, estaban preocupados por mi futuro, siempre habían pensado que me casaría con alguien bien situado, algún chico de una buena familia de nuestro entorno, y yo les aparecí con el hijo de un albañil. El también me presionaba para que me fuera a vivir con él, para que abandonara mi cómoda vida burguesa, a mis padres, y compartiera con él sus estrecheces económicas y su habitación alquilada en una pensión de la calle Montera.

-Y decidiste huir de todos.

-No puedo afirmar que lo decidí. Fue algo visceral, un día hice la maleta y me marché. Estuve todo un verano en el sur, en la playa. De vez en cuando llamaba a mis padres, eso sí, para que no me buscaran, ni llamaran a la policía ni cosas de esas. Al chico no le llamé. Después de tres meses viviendo en una de esas furgonetas de los años sesenta con un grupo de surferos, practicando el amor libre y la falta de responsabilidades, volví a casa y les dije a mis padres que sólo me quedaría si me dejaban vivir mi vida de manera autónoma. Y la consecuencia fue que nunca me casé, no sé por qué -guarda silencio unos segundos- Es curioso, quizá cuando todo dependía sólo de mí no fui capaz de decidirme por nadie, de elegir por mi misma.

-Bueno, pero ahora estás con Fernando.

-Pero eso es otra cosa. No somos una pareja en el sentido pleno. Le conozco de toda la vida y sé que ahora necesita mi apoyo, si no tiene a nadie en esta situación se hundirá del todo y jamás se recuperara. Y cuando ella vuelva alguien tendrá que convencerle para que no le eche en cara todo esto, para que entienda que ella está en su derecho, que es su vida.

-Pero sois una pareja, al fin y al cabo. Entiendo que tenéis una forma de relación.

-Creo que no. Yo le cuido, le hago compañía, y quizá le permito algunas licencias, tonterías en realidad, pero no hay nada más. Bueno, tengo que irme -dice empezando a recoger sus cosas de la mesa- Si en algún momento necesitas algo y crees que te puedo ayudar, llámame. Este es mi número.


La conversación con Alicia me ha gustado porque demuestra que a pesar de todo hay gente que cree en mi inocencia, que me ve como una víctima de esta desdicha que todos estamos viviendo. También me ha venido muy bien que haya surgido ese vínculo de confianza que seguro voy a aprovechar en un futuro cercano, y que me haya dado el teléfono. Así que las cosas están bastante de cara tras la charla.

Tengo que preparar bien el momento, eso sí, para que no haya cabos sueltos, de manera que las circunstancias no me señalen claramente. Siempre seré sospechoso pero sin certezas no me causará más problemas de los que ya tengo. 

Lo primero es elegir el día y la hora adecuados. Un día de labor es ideal pues mi suegro estará trabajando y no tendré que preocuparme por él. Será necesario quitarme de encima a mi amigo Ruíz, le haré creer que estoy en otro sitio. Luego atraeré a Alicia hacia mi casa con alguna excusa y lo demás es pan comido.

Salgo de casa con parsimonia, como la Pantera Rosa, dejando que el inspector me vea con claridad. Tomo un autobús y compruebo que nos sigue en su coche. Me bajo en la Plaza de España y camino hasta la oficina de mis abogados que está en un edificio cercano, en la planta baja. El me observa desde el coche parado en doble fila. Entro en las oficinas y me dirijo directamente al baño. Salto por la ventana y aparezco en el patio trasero que tiene una salida a la calle de atrás. Corro hasta la estación de metro más  cercana y vuelvo a casa. Antes de subir al piso llamo por teléfono a Alicia.

-¿Alicia? Soy Pedro. Perdona que te llame, es que no sé qué hacer -digo mostrando nerviosismo y angustia- Me ha llamado. Dice que viene, ahora, a casa. Tengo miedo de asustarla, de que se enfade mucho cuando se entere de que su padre me acusa de cosas terribles, no sé si seré capaz de convencerla para que no le culpe. No quiero que cargue contra él, ahora que vuelve me gustaría que todo fuera bien. Seguro que tú puedes explicarle mejor cómo se ha sentido él, las malas influencias que le han llevado a creerme culpable de su desaparición. 

-¿De verdad?¿Vuelve? ¡Cómo me alegro! Lo sabía, tenía ese presentimiento -dice con entusiasmo- Yo puedo ir, si quieres, pero no sé, me da un poco de cosilla aparecer allí cuando por fin os vais a reencontrar, tendréis muchas cosas que aclarar. Creo que será mejor esperar a otro día.

-No, no. Yo la conozco. Y tú, tú la conoces y sabes que enseguida saldrá el tema y se obsesionará con eso. Ella se parece a su padre en ese aspecto, le parecerá todo muy injusto y querrá cargar contra él. 

-Yo creo que lo que pasa es que tienes miedo escénico y quieres suavizar el reencuentro con la presencia de una tercera persona, pero si voy sólo será para estorbar y complicar las cosas.

-También es eso, Alicia, lo reconozco -digo dejando que me tiemble la voz- Verás, ella está a punto de llegar, entre que vienes hasta aquí ya habremos hablado lo suficiente y será el momento de explicarle la situación con detalle. Y si hay problemas, si no nos hemos entendido, podrás ayudarnos a ver las cosas con perspectiva.

-No creo que sea la persona más adecuada, Pedro.

-Alicia, por favor. Eres todo lo que tengo. Todo el mundo me ha dado la espalda. Después de todos estos meses de desgaste esto es demasiado para mí, necesito sentir que alguien cree en mí ahora que voy a verla otra vez.

-Está bien -dice tras unos segundos de silencio- Dame tu dirección.

La espero sentado en el sofá, pensando en la forma que voy a dar a su último acto. Tengo que mantener cierta coherencia, eso es necesario, así que debe morir estrangulada, como las otras. Pero hay que adornar la escena para que encaje bien en la historia. El problema es que no sé mucho de ella, ni tampoco su relación con mi suegro da para mucho, sólo es una amiga cuidadora que le alegra la vista por las tardes. No se me ocurre nada, tendré que improvisar, espero estar inspirado en el momento. La cuestión es que maltratarla sin más, sin que él lo vea, no me va a producir suficiente regocijo. No tengo ningún interés en hacerla sufrir, el punto está en que él sufra viéndola sufrir. Es necesario que él también venga.

-Soy yo, Pedro -digo agarrando el teléfono con la mano crispada tras marcar el número de mi suegro- Sonia ha llamado. Dice que viene a casa. Sí, ahora. Creo que debes estar aquí para recibirla. Ya sé que ahora te arrepentirás de todo lo que has dicho sobre mí, pero no tiene que notar nada, nos tiene que ver unidos. No debemos presionarla. Hay que hacer que se sienta bien. Así que ven de buen rollo, ni rencores, ni disculpas. Y no bebas.

Como me ha gustado tratarle así, con la superioridad moral con la que siempre me ha hablado. Bueno, en su caso no ha sido sólo superioridad en el terreno moral sino que es una mezcla de certezas sobre su superioridad en diversos terrenos, el social, el económico, el educativo y también el moral. Ahora se la he devuelto bien, por el camino se le estarán retorciendo las entrañas de arrepentimiento, pensando que ha pasado meses y meses culpándome por algo que no he hecho, ignorando mis explicaciones y tratándome como a una mierda.

El plan se va perfilando en mi cabeza, parece que el duendecillo maligno sigue suelto ahí dentro y no va a perder la oportunidad de saborear la venganza con un espectáculo digno de la ocasión. ¡Se encienden las luces en la pista principal!

Por fin suena el timbre de la calle. Es Alicia. Abro y la espero en el descansillo con la puerta abierta, ensayando la más genuina cara de angustia e inseguridad.

-No ha llegado aún -digo mientras entra en la casa y cierro la puerta- Ha llamado otra vez. Se ha retrasado un poco pero está a punto de llegar.

-Entonces me voy. Y vengo luego otra vez, cuando hayáis hablado un poco.

-No. No te vas -digo con una frialdad y firmeza que la dejan clavada- Vas a quedarte y vas a hacer lo que yo te diga. Si no me obedeces te voy a dar una paliza que te va a dejar doblada, encogida en ese sofá. Y desde ahí verás como por esta puerta entra el maricón de mi suegro y le corto el cuello con este cuchillo tan grande.

Se ha quedado sin habla por la sorpresa y por el terror que le infunde el enorme cuchillo jamonero que sujeta mi mano derecha, presta para asestar una estocada en su estómago. Le doy un par de bofetadas para intentar que reaccione, pero le encuentro un cierto gustillo y repito sólo por diversión. En cualquier caso funciona.

-Está bien. Está bien. Haré lo que digas -farfulla en voz baja.

-Muy bien. Eso está mejor. Desnúdate.

-¿Qué?

-Que te desnudes. Como haces todas las tardes delante de él, zorra. Haremos que se sienta como en casa. ¡Vamos! -grito asestando otra bofetada en su enrojecida mejilla.

Comienza a desabrocharse la blusa mientras la observo con atención. Lo hace lentamente, sin vergüenza y retándome con la mirada, haciéndome ver que me desprecia por mi lamentable condición de pervertido y quién sabe cuantas bajezas más. Me gustan sus pechos, son curiosos, redondos y grandes, parecen más jóvenes que el resto del cuerpo, sin arrugas, con la piel más fina. No puedo evitar acariciarlos mientras apoyo la punta del cuchillo en su ombligo. Ella parece a punto de estallar, tiene dificultades para contener las lágrimas generadas por la ira, el miedo y la humillación. 

-Quítate lo demás.

La observo desnuda ante mí y me doy cuenta de que me inspira bastante en el plano sexual, no tendría ninguna dificultad para volverla loca de placer incluso en esta situación tan adversa. Y esa seguridad perfila el resto de mi plan.

-Date la vuelta. Siéntate. Ahora túmbate en el sofá. Ahora boca abajo. Encoge las piernas y sepáralas. Muy bien -digo mientras suena oportuno el timbre de la calle- Quédate así. No te muevas. Y prepárate para una de las mejores experiencias de tu vida.

Ella se queda muy quieta mientras admiro la escena tan ensimismado que me sobresalta la llamada en la puerta de casa. Mi suegro está detrás, abriré, le asestaré dos o tres cuchilladas y le obligaré a ver como me lo monto con la zorra que él no se atreve a follarse, por miedo a no dar la talla supongo.

Sin embargo, cuando abro la puerta ella empieza a gritar y el breve desconcierto le da una oportunidad a mi suegro, que arremete contra mí como un camión y me asesta un fuerte puñetazo en la barbilla. Trastabillo pero consigo zafarme del siguiente golpe y en el mismo movimiento le clavo el cuchillo en el estómago. Cae al suelo como un fardo entre balbuceos y los lamentos de Alicia que está encogida en el sofá.

-¡Vuelve a ponerte en tu posición! -ordeno pensando en volver al plan original.
Ella obedece lloriqueando mientras él abre los ojos como un búho debido al pavor que le produce la certeza de lo que va a suceder a continuación. 


Estoy impaciente por empezar, por disfrutar de esta escena ideal a pesar de que en gran parte es improvisada. Primero debo cerrar la puerta de la casa que ha quedado abierta en el forcejeo. Doy algunos pasos mirando a las dos víctimas que hoy dan calidez a mi salón. Entonces, un leve reflejo, un brillo, un movimiento, hace girar a mi cabeza hacia la puerta abierta, justo a tiempo para ver el centelleo de una enorme espada de acero que se clava en mi abdomen sin piedad. Detrás de ella está el inspector Ruíz.

Una habitación con vistas. Capítulo 7.

Los siguientes días son bastante tranquilos, los ocupo buscando a Sonia, superando a cada momento el tedio que me produce recorrer rincones, calles, locales en los que podría estar sin obtener ni la más mínima pista que me anime a seguir, no veo ni rastro de ella por ninguna parte. Y también paso tiempo observando los movimientos del inspector, al que he preparado una buena sorpresa. En algún momento se me ha ocurrido proceder con la extensión de mi reacción vengativa a todos aquellos que me han jodido y el siguiente debe ser mi suegro. Le espío a ratos tratando de encontrar un punto débil pero no lo consigo, estoy demasiado emocionado esperando a que Ruíz se pase por el putiferio, ¡cómo voy a disfrutar!

Laura, la prostituta, me dijo que el indeseable va por allí un par de días por semana, pero no son fijos, suele pasarse un día laborable y otro festivo, pero los días exactos varían en función de lo ocupado que esté, así que paso las tardes muy atento por si decide dedicar un rato a la relajación. Por ahora no ha sido así, pero no importa, volverá, y ella sabe muy bien lo que tiene que hacer.

Respecto a mi suegro he comprobado que la presencia de Alicia Llagunilla es casi constante durante el tiempo que pasa fuera de la universidad. No tienen una relación amorosa, es algo así como una relación platónica que se mantiene viva sólo por la admiración que ella siente por el catedrático. Es una mujer mayor, no tanto como él, de unos 60, pero a pesar de eso sigue teniendo buena percha, la distancia adecuada entre los hombros, esas cosas, tiene siempre muy buenas maneras y ese estilo distinguido que se dan los ricos de medio pelo. A él le viene bien, le cuida, le quita las babas cuando está muy borracho y le acompaña a los actos sociales. También se encarga de que el servicio mantenga la casa de mi suegro en condiciones. Pero más allá de la conveniencia es evidente que él la necesita y depende de ella, es su punto débil. Llegado el momento habrá que presionarlo, para saber cuánto duele.

Por fin una tarde el inspector decide pasarse por el club, como siempre, a lloriquear un poco sobre las tetas de Laura, su ignorante psicóloga meretriz. Me quedo mirando la escena poseído por una extraña excitación que emana de distintos orígenes, la experiencia sexual del otro día con esa misma mujer, comprobar la dependencia que tiene el inspector de ella, de la mujer que yo me tiré sin ningún tipo de respeto, y por otra parte me excita mucho saber lo que va a pasar ahora mismo, lo que está pasando. 

Si que él lo haya advertido le ha echado una anfetamina en la bebida, se desnudan y se tumban en la cama, en la posición de siempre, pero poco a poco él se va sintiendo extraño, está agobiado cayendo en la nebulosa de la droga y confundido por sentirse así, no sospecha que le han drogado. Ella le está diciendo que es un ataque de ansiedad, la presión, el stress, esas cosas, que una de las chicas sabe de eso y que sale un momento a buscarla. Está siguiendo mis instrucciones al pie de la letra. Ahora, entra en la habitación una de las eslovenas del otro día, la más espectacular, alta, rubia y con unas piernas interminables, viste un conjunto clásico adecuado para este tipo de ocasiones, corsé que acaba justo debajo de los redondos pechos desnudos y un pequeño tanga, acompañados de botas altas, gorra de policía y guantes hasta los codos, todo de cuero negro brillante. Y por supuesto un látigo con doce delgadas lenguas de cuero. Sólo verla acojona, pero mucho más tras comprobar que asume su papel con una brutalidad muy natural. Nada más entrar le sacude un par de bofetones al inspector y acto seguido ata sus muñecas a los brazos de la silla con dos pañuelos negros y hace lo mismo con sus tobillos, que quedan amarrados a la parte exterior de las patas de madera. Le amordaza y venda sus ojos, coloca sobre sus orejas unos auriculares que reproducen una y otra vez el tema elegido por mí, Orgasmatron de Motorhead, nunca más adecuado.

Es el momento de entrar en escena. Un taxi me acerca a toda velocidad hasta las inmediaciones del puticlub y por el camino me reconforta pensar que en esos mismos momentos el inspector no sabe de dónde le está cayendo todo aquello. La eslovena habrá empezado a azotarle a intervalos irregulares de manera que cada uno de ellos le pillará desprevenido, le habrá rociado sus zonas más sensibles con cera ardiendo al menos tres o cuatro veces y le mantendrá desorientado y acojonado. Llegado el momento acordado le quitará la venda y su percepción de la realidad mejorará y aunque siga siendo confusa será suficiente para recordar los detalles más importantes de esta noche.

La eslovena ha arrastrado al inspector con la silla hasta una de las cabinas del peet-show, le ha quitado la venda de los ojos y él se está acostumbrando a la tenue luz, a ver otra vez a través de la neblina anfetamínica que nubla sus sentidos, que se están recuperando, haciéndole casi consciente de la realidad. Está acojonado, preguntándose que le está pasando, por qué le están haciendo todo esto. Y qué va a pasar en la cama de cuero que le ofrece la cristalera delante de sus ojos. 

Entra en escena Laura que viste su camisón negro cortito, sonríe al inspector con ese aire romántico que tan bien domina mientras muy lentamente se pone a cuatro patas sobre la cama, recoge el camisón hasta más arriba de sus pechos y espera con el culo en pompa, sumisa y obediente. El inspector la mira confundido, no entiende nada, no sabe qué ha ocurrido, no entiende cómo han pasado del infantil consuelo que recibía en la cama a una sucesión de situaciones dolorosas y ofensivas. Mira con ojos implorantes a Laura, pidiendo una explicación, que le despierte de la pesadilla, pero ella tiene clavada su mirada sumisa en el suelo mientras espera su castigo.

Entonces salgo a la pista central de mi propio circo luciendo un aspecto magnífico. Reconozco que después de iluminarme con este magistral plan y de acordar los detalles con Laura tuve algunos momentos de duda, temía que al saberme observado por otras personas, o debido a los nervios de la situación, me resultara imposible dar la talla. Pero no, nada de eso, luzco una erección gloriosa, casi dolorosa, casi grotesca, que adorna de forma magnifica mi atuendo, sencillo pero muy impactante y lleno de significado.

Voy desnudo, salvo por la cabeza. Sí, mi cabeza está cubierta por otra mucho más grande, de peluche, la de la Pantera Rosa, esa misma, la que siempre en silencio y con cara de parsimonia putea una y otra vez al inspector Clouseau. Siempre he querido hacerle un homenaje y que mejor ocasión que esta en la que ejecuto las lecciones que me enseñó de niño. Disfruto de mi entrada triunfal,  un tío empalmado con una cabeza gigante de la Pantera Rosa entra en la cama de cuero, que iluminada por tenues luces rojas en realidad está pensada para representar situaciones con el suficiente componente de perversión como para excitar a mirones de distinto pelaje, acostumbrados a sentarse detrás de aquellos cristales. Hoy la situación es diferente. Sólo hay una persona observando, el sensible inspector, que atado a una silla mira alucinado lo que ocurre allí delante, sin tener del todo claro que parte es pesadilla y que parte es realidad. Hago una reverencia en dirección a mi único espectador y luego separo mis piernas y le dejo que admire mi miembro viril, que muevo arriba y abajo agitando los músculos pélvicos, con los puños apoyados en las caderas, luciendo un aspecto imponente, de superhéroe.

Cuando creo que ya he presumido bastante, procedo con mi parte de la actuación, me pongo de rodillas detrás de Laura que me espera emitiendo jadeos, fingiendo estar anhelante, y tirando de su melena la penetro, aunque con una pequeña variación que no habíamos comentado y es que he elegido sodomizarla, sin miramientos, sin previo aviso y sin lubricantes que suavicen un poco mi entrada salvaje. Eso le da más realismo a la escena, porque los gritos de Laura son ahora auténticos y sus intentos fallidos por librarse de mí resultan muy dramáticos. Suavizo un poco la escena moviendo la cabeza arriba y abajo, como los perritos que se llevaban hace años en la parte de atrás de los coches. Lo único malo es que no consigo alargar mucho el episodio, dado que soy víctima de un exceso de excitación cuando veo la cara de angustia y dolor que luce el inspector Ruíz y las lágrimas que, ahora con razón, ruedan por su mejilla.

Mientras Laura me insulta y se caga en toda mi familia me levanto sudoroso y hago una nueva reverencia hacia el inspector, que está estupefacto, a la deriva entre sus sentimientos heridos, la irrealidad de la droga y el pavor. Tengo la tentación de quitarme la cabeza de peluche por un momento y hacerle burla, sólo un segundo, pero me contengo y salgo de allí para vestirme en uno de los dormitorios.

La eslovena estará ahora devolviendo al inspector a la habitación para administrarle una nueva dosis de dolor y también otra de droga. Le dejará tirado en la cama y cuando despierte tardará un rato en situarse, empezará a recordar, y entonces tendrá mucho en que pensar, no creo que se ocupe de mí durante un tiempo.

Laura entra en la habitación y comienza a darme patadas, puñetazos y a tirarme del pelo mientras grita como una posesa. Con bastante esfuerzo consigo agarrarla de los brazos e inmovilizarla.

-¡Maldito cabrón! Esto se avisa, me has destrozado, el culo me va a doler durante días. Hijo de puta. Y ¿dónde está el dinero? Tendrás que pagar un extra, por lo que has hecho, nadie te había autorizado a hacerme daño.

-Está bien, está bien -digo- Te pagaré algo más, no sé cuanto puede costar eso ¿50 euros?

-¡Querrás decir otros mil! -dice mientras se libera y sigue aporreándome- ¡Vamos!, dame la pasta.

-No la tengo aquí. Tenemos que ir a mi piso.

-¿Qué? ¡No tienes la pasta! Voy a llamar al dueño del local. ¡Qué paliza te van a dar! No vas a salir vivo de este antro.

-Espera. Te voy a pagar, no lo dudes -digo manejando mi mejor expresión de sinceridad- No podía dejar aquí, en la habitación, 5000 pavos mientras estaba allí dentro. ¿No te parece? Vamos a mi casa y como tú has dicho te daré 6000.

-¿Seguro? No será que quieres engañarme y echar a correr en cuanto salgamos del local.

-No. Créeme -digo mientras trato de improvisar algo- Toma te doy mi DNI y mi carnet de conducir, si me largo sabrás quién soy.

Salimos del puticlub y buscamos un taxi en silencio, caminamos despacio pues ella aún está bastante dolorida como consecuencia de mi pequeña improvisación y yo acarreo la cabeza de peluche que no es cómoda de llevar. Tras caminar un par de manzanas encontramos un taxi libre que nos conduce a mi casa.

-¿Quién es ese tipo? -dice ella- ¿Qué es lo que te ha hecho para que le jodas así?

-¿No sabes quién es? -pregunto- Te pasas muchas horas escuchando sus lloriqueos…según creo. -Añado deprisa- Suponía que sabías al menos a qué se dedica.

-Ya veo que le tienes bien controlado, sabes hasta lo que hace cuando está a solas conmigo -responde con incomodidad- Pues no, no sé quién es, las otras dicen que es un poli pero no me lo parece. Desde hace un tiempo viene por el club un par de veces por semana y siempre es lo mismo, me acaricia las tetas mientras llora y me cuenta que cogió a su mujer en la cama con otro, la perdonó y la volvió a coger con otro más y entonces se separó, pero todavía la quiere. No volverá con ella porque es dañino para él pero la quiere. Eso es lo que cuenta.

-Joder. Eso todavía lo hace mejor. La escena de hace un rato me refiero. Le da un valor metafórico y evocador.

-Lo que te digo. Menudas ganas tienes de joderle. ¿Quién es?¿Un político? Tú también eres político ¿no?

-Sí. Somos… rivales. Del mismo partido, pero de distintas facciones. Nos jodemos mutuamente, cosas como la de hoy son normales, no te preocupes.

-No, si yo no me preocupo mientras me paguéis. Por lo demás vosotros mismos.

Llegamos a mi casa y le ofrezco algo de beber mientras intento decidir cual es el momento perfecto para eliminarla. 

-No, no quiero nada. Sólo la pasta. Dámela y me largo.

-Espera un momento. Antes de marcharte déjame hacer una prueba -digo mientras señalo la cabeza de la Pantera Rosa- A ver qué tal te queda.

A ella le debe parecer gracioso, creo que tenía ganas de probársela, como cuando yo era niño y quería ponerme el disfraz de vaquero de aquel amigo, Jaime, pero no me atrevía a pedírselo porque estaba seguro de que algo tan bonito no se lo dejaría a nadie. Se la coloco con suavidad y le digo que le queda perfecta.

Intuyo que ella sonríe desde allí dentro. Me alegro, prefiero que muera con una sonrisa, me parece mucho más agradable. Deslizo las manos por su cuello como si fuera a ayudarla a quitarse la cabeza de peluche, pero empiezo a apretar muy fuerte. Ella sube sus manos e intenta liberarse para poder respirar pero en el fondo sabe que no tiene ninguna posibilidad, apenas se resiste y muere poco a poco sin ruidos ni estridencias.

Estoy cansado y subirla por las escaleras me cuesta una barbaridad. La entierro junto a las otras, todavía con la cabeza de la Pantera Rosa puesta. En el último momento me acuerdo del DNI y el carnet de conducir, que encuentro en uno de sus bolsillos. Menos mal, renovar esos documentos es un verdadero engorro y encima cobran un dineral.

Me emociona observar el interior de la tumba. Qué escena tan bonita y qué alegoría tan bella sobre las enseñanzas de la vida. Me pasé años admirando a aquél personaje de dibujo por su temple y su inalterabilidad y, ahora, una vez aprendida la lección, tengo que enterrarle junto con el producto de ese aprendizaje. Ha sido una gran noche. Memorable.

Por desgracia aún no puedo descansar. Necesito un par de horas para limpiar bien las zonas del piso en las que ha estado Laura. Friego, limpio, paso el aspirador y luego vuelvo a ensuciar esparciendo mi propio vello, polvo y pequeñas porquerías que encuentro en los rincones.

A las pocas horas unos golpes horribles en la puerta me arrancan de las fauces de un profundo sueño. Me levanto desorientado y me dirijo a trompicones hacia la puerta de la casa y antes de que termine de abrir salta sobre mi un torbellino de golpes, insultos y babas que me arrolla, me tumba en el suelo y me golpea con brutalidad y no llega a dejarme inconsciente porque los otros agentes han conseguido a duras penas sujetar al enloquecido inspector Ruíz.

-¡Le voy a demandar! -acierto a balbucear, todavía sorprendido por la lluvia de golpes que me ha despertado como agua helada- Esto es un abuso, su acoso está superando todos los límites.

-¡Cabrón! ¡Hijo de puta! ¿Qué has hecho con ella? ¡Dime! Te voy a matar aquí mismo -grita todavía enloquecido mientras uno de los agentes de la policía científica me enseña una nueva orden de registro. Media docena de policías comienzan a buscar y recoger evidencias por toda la casa y otros dos siguen sujetando a su superior, que hace esfuerzos ímprobos por liberarse y volver a saltar sobre mí.

-Está vez la has cagado bien. ¡Te teeengo! -dice- Sí, sí, sí. Un taxista. Cogiste un taxi gilipollas. Para volver aquí, con la puta cabeza de la Pantera Rosa a cuestas. Joder. Y os dejó en la puerta de tu casa. Ibas con ella y con la cabeza de peluche, mamón.

-No entiendo. ¿Dice que yo vine aquí con la puta… con la puta… con la puta cabeza de la Pantera Rosa? -digo provocándole mientras se retuerce aún más intentando zafarse de los brazos de sus compañeros- No sé. Creo que no. No me suena. 

-¿Qué has hecho con ella? ¿Dónde está? ¿Te ha dado tiempo a sacarla de aquí? ¿O la mataste fuera?

-¿A quién? ¿A la Pantera Rosa? De verdad, me acordaría. No, se lo aseguro, yo no he sido. Nunca haría una cosa así.

-Tú montaste todo. Lo del peet-show en el club, ellas me drogaron mientras estaba con Laura. Me ataron y me azotaron y luego me llevaron a la cabina para ver ese espectáculo… -dice bajo las miradas confundidas de los otros policías.

-Si, sí, todo eso parece muy propio de usted, le pega bastante ¿pero qué tiene que ver conmigo?

-¿Qué tiene que ver contigo? Una docena de testigos te vieron en el club, mamón. Y un taxista te trajo hasta aquí con ella, con Laura.

-Vale. Estuve en un puticlub y me traje a la más puta de todas a mi casa. Hasta aquí no parece que haya cometido ningún delito. Mucha gente va de putas ¿sabe? Seguro que hay más gente que se tira a la misma puta ¿Está acosando a algún otro putero más inspector? Quizá ella tiene algún cliente asiduo, ya sabe, de los que van a echar un polvo cutre los miércoles por la tarde, o a jugar a la brisca, o a contarle sus penas. Pregúnteles a ellos.

-Entonces ¿reconoce que estuvo aquí? -pregunta tratando de disimular la confusión que le producen las certezas de mis insinuaciones.

-Sí. Vine con ella, lo hicimos en el sofá. ¿Quiere que le explique los detalles inspector? Ella llevaba sólo un camisón negro y se lo levantó por encima de las tetas y se puso de rodillas y luego se inclinó hacia delante y…

-¡Basta! ¿Qué ocurrió después? -grita fuera de sus casillas.

-Me hizo descuento porque le gustó mucho. Sólo tuve que pagar cuarenta euros. ¿Cuanto cree que cobra normalmente? -pregunto con aire de mofa- Después se largó. Y yo me fui a dormir. Y no sé más. Estará ya en el puticlub tirándose a algún otro en el peet-show ese que tanto le gusta a usted.

-Eras tú, el tío con la cabeza de la Pantera Rosa. Lo supe desde que logré salir del aturdimiento de las drogas. Sabía que eras tú mientras estabas representando esa mierda de show. 

-¿De verdad? ¡Qué gozada! Quiero decir que no tiene ninguna prueba y estas afirmaciones demuestran su fijación por mi persona. Es evidente que me cree culpable de todo lo malo que pasa en el mundo y de todo lo malo que le ocurre a usted, que estoy seguro es producto de su personalidad obsesiva. Por otra parte, lamento decirle que no sé nada sobre sexo con muñecos de peluche, aunque me lo pensaré si usted que tiene experiencia me lo recomienda.

-Lo planeaste todo. Sólo para que viera cómo abusabas de ella, para joderme mostrándome cómo maltratabas a alguien que yo… apreciaba -prosigue con voz temblorosa.

-Ya le he dicho lo que hice. Estuve en el club, me divertí como todos los demás, no sé bien qué pasó, estaba un poco desorientado por la diversión, la excitación y todo eso. Vine aquí con una prostituta, nos lo montamos en el sofá, la pagué y se largó. Creo que no hay nada ilegal en todo ello.

-No, salvo por un detalle. Eres sospechoso de varias desapariciones de mujeres relacionadas contigo.

-Ni siquiera ha pasado el plazo legal para declarar desaparecida a la prostituta y estoy seguro de que aparecerá hoy, mañana o dentro de un mes. En cualquier caso para usted soy sospechoso de todos los hechos delictivos sin explicación, según creo.

Los agentes que recogían muestras y buscaban pruebas han terminado su trabajo y empiezan a recoger sus cosas y a acercarse a nosotros, esperando la orden para marcharse de allí, presenciando nuestro duelo verbal, lo cual empieza a inquietar al inspector que ordena la retirada.


-Ha conseguido otra orden de registro basada sólo en sospechas y teorías -digo señalándoles- pero una vez más sale de aquí sin ninguna prueba y eso significa que me tendrá que dejar en paz, no habrá otro juez que le permita entrar aquí al asalto una vez más.

Una habitación con vistas. Capítulo 6.

Un par de días después, en mi despacho del departamento, recibo la visita del inspector Ruíz, que se sienta frente a mí sin apenas saludar y sin pedir permiso, con un aire enfadado y represivo.

-Sabrá que han desaparecido dos chicas que asisten a su clase de primera hora de la mañana -espeta como si fuera un insulto.

-Pues no. Nadie me ha dicho nada. En realidad casi nadie me dice nada por aquí, apenas cruzo una palabra con la gente que trabaja en este antro. No les caigo muy bien, cosa de la desconfianza que usted y mi suegro han estado sembrando por doquier, supongo -hago una pausa y le miro con firmeza- Pero dígame, ¿quienes son? imagino que si está usted aquí es porque cree que yo tengo algo que ver ¿no?

-No exactamente. Estoy aquí para descartarlo. Entenderá que es obligatorio preguntarle a usted en primer lugar dado que en la actualidad está relacionado con otra desaparición -ensaya la misma pausa y me mira un rato en silencio- Son dos chicas que se sentaban en la primera fila, Susana y Marta.

-Ah, sí. Hace unos días tuve una tutoría con una de ellas para preparar uno de los grupos de trabajo que se van a iniciar con varios alumnos. Pero no recuerdo bien su nombre. La de pelo más corto.

-Susana. Sí. Lo sé, me han informado sobre esa cuestión de los grupos de trabajo y tengo una duda ¿por qué la citó antes que al resto? A ella se lo dijo unos días antes que a los otros. 

-Bueno, en realidad fue ella la que tuvo la idea de estos grupos, me lo comentó hace unas semanas, al final de una clase. Me pareció buena idea empezar por ella porque ya sabía que estaba de acuerdo y pensé que eso animaría al resto a participar.

-Sin embargo otros alumnos dicen que ella no aceptó en el momento.

-No lo recuerdo. Supongo que tampoco hacía falta, ya lo habíamos acordado.

-Claro -dice él más relajado- Y ¿qué tal fue la tutoría?¿Le dijo algo que pudiera ser indicativo de que estaba en algún problema? Piénselo, después de salir de aquí poca gente volvió a verla.

-La verdad es que no hubo nada raro -respondo con naturalidad- Se sentó ahí mismo, donde está usted ahora y empezamos a preparar los fundamentos para el grupo de trabajo. Es una excelente alumna y muy trabajadora, pero no nos dio tiempo a terminar y quedamos en continuar al día siguiente, pero no asistió a clase, así que decidí comenzar con otros alumnos para no desperdiciar tiempo. Desde ese día no volví a verla.

-¿No le pareció raro que faltara a clase habiendo quedado con usted para una cuestión académica importante?

-Bueno, son jóvenes ¿sabe? Se espera de ellos que cumplan con sus compromisos, pero también que salgan por la noche, que se acuesten tarde. No es nada raro que alguno falte a la primera clase o que llegue en un estado digamos decadente. 

-Ya, claro -dice mientras se levanta de la silla- Bueno, si recuerda algo más, llámeme. Tiene mi número.

Al salir del departamento todos me miran con una sombra de sospecha aún mayor de lo habitual. Saben que el inspector ha venido directo a interrogarme. No me importa, no podrán culparme en la investigación y lo peor que eso puede dejarme es en la misma situación en la que ya estaba antes. Además quizá para entonces ya haya encontrado a Sonia.

Al día siguiente me despierta el timbre de la puerta sonando con urgencia. Es sábado y la noche anterior me acosté muy tarde porque estuve horas y horas buscando a Sonia por las calles de Londres, en mi empeño por encontrarla, con el convencimiento de que su vuelta no sólo retornará la felicidad sino también la tranquilidad, pues alejará de mí cualquier tipo de sospecha, incluyendo las relacionadas con mis alumnas, y algunos serán carcomidos por el arrepentimiento.

Bajo en pijama, desperezándome e intentando despejar mi mente lo suficiente como para recoger el paquete que trae un mensajero, despachar rápido a un testigo de Jehova o a un mendigo que se ha colado en la comunidad. No estoy preparado para lo que me espera al abrir la puerta, una orden de registro y la placa del inspector Ruíz pegadas a mi nariz y media docena de agentes de la policía científica entrando en mi casa con guantes, pinzas y bolsitas, a la busca de cualquier prueba, ya sé de qué.

-Acompáñeme hasta aquel rincón -dice el inspector Ruíz con aire satisfecho- Verá, en el curso de la investigación hemos encontrado algunas evidencias que han llevado al juez a autorizar este registro en su vivienda como sospechoso de la desaparición de sus dos jóvenes y guapas alumnas.

-¿Qué evidencias?¿No debería tener un abogado aquí? 

-Puede llamarle si quiere, es igual, intuyo que saldrá de aquí detenido porque encontraremos alguna prueba física y si no es así le detendremos más tarde, no o sabe la de pestañas, vello y pelo que perdemos los humanos y lo difíciles que son de eliminar de un sofá o de una cama.

-¿No debería saber las razones exactas para este registro? -pregunto.

-No. En realidad no. Pero le voy a ir preguntando algunas cosas para adelantar trabajo mientras estos señores terminan el suyo -dice con expresión de suficiencia- En casa de Susana Walter hemos encontrado un papel con esta dirección y una hora, las siete, escritos de su puño y letra.

-Sí, lo recuerdo. Se lo di en la tutoría, el último día que la vi, era una nota para que organizara su grupo de trabajo aquí en mi casa. El martes de la próxima semana, a las 19 horas.

-No pone nada del martes -dice el inspector advirtiendo un resquicio incómodo en sus suposiciones- Ni de que estuvieran invitadas otras personas.

-No recuerdo lo que pone, pero si de qué se trataba. Era para que organizara el primer grupo aquí, el próximo martes.

-Y ¿por qué invitó sólo al grupo de Susana? Se da la casualidad que ahora es la que está desaparecida.

-Yo no tengo nada que ver con eso. Comencé a trabajar con ella por lo que lo lógico es que su grupo fuera el primero. Pensaba invitar después al resto de grupos pero ahora, con toda esta investigación, no parece el mejor momento para traer a alumnos a mi casa.

-Desde luego, tiene usted razón. Pero es que hay más -me observa durante unos segundos- Marta, la otra chica, la vieron el mismo día bajando de un autobús aquí al lado. 

-¿Y? Eso no es ninguna evidencia. No sé, igual conoce a alguien por aquí. Igual el testigo está equivocado o le han inducido a pensar que la vio -digo para provocarle- ¿Y a qué hora dicen que vieron a Marta?

El inspector saca una pequeña libreta del bolsillo de la chaqueta y pasa varias páginas hasta que encuentras sus notas- Bajaba del autobús pasadas las 20 horas y 15 minutos.

-Supongo que ha combinado usted estas evidencias que expone para organizar este pequeño show, pero creo que se ha dejado llevar por su obsesión por mí. Sí, sí, no me mire así ¿No dice que yo escribí en la nota que la cita era a las 19 horas? Igual es que esa chica, Marta, llegaba muy tarde a su propio secuestro -digo con sorna- Por cierto, ¿cómo sabe que Marta estaba en el mismo grupo?¿Tenía otra nota de mi puño y letra? ¿Y por qué llegaron a diferentes horas?¿No es un poco raro para un grupo de trabajo?

-Hummm… No sé -dice dubitativo- Igual sólo convocó a una de ellas y Marta vino a buscar a Susana, puede que quedaran por aquí a las 20,30 horas, por ejemplo.

-No sé, no sé -digo parodiando sus dudas- Y, como no sé, organizo un registro en casa de un ciudadano respetable al que acostumbro a acosar sólo por diversión. Supongo que es usted consciente de que ha vulnerado mis derechos. Presentaré una queja al juez que ha firmado la orden y al que sin duda ha engañado con una versión deformada de sus supuestas evidencias.

El inspector me mira con notorias ganas de agredirme pero también con una sombra de duda cada vez más densa, las evidencias no cuadran tan bien como se había imaginado. Si no encuentran alguna prueba física en mi piso será muy difícil continuar inculpándome, todo parecerá muy circunstancial y el juez le echara una buena reprimenda. Le costará bastante volver a obtener cualquier mandato contra mí.

-¿Estaba Marta también en ese proyecto que preparaban?

-No. La idea era que participara en otro grupo que empezó al día siguiente -respondo con seguridad.

Los policías empiezan a recoger todas sus cosas. Han reunido unas cuantas bolsitas llenas de pelos, trozos de papel e inmundicias de diverso tipo que he ido desperdigando por la casa en los últimos días para dificultar su trabajo, pues ya contaba con que tarde o temprano tendría una visita de este tipo.

-¿Han encontrado algo? -pregunta el inspector Ruíz.

-Muchas muestras de vello y cantidad de restos varios. Hay que mandar todo a analizar, no hay nada concluyente por el momento -responde un agente que rehuye mi mirada.

-No obstante, echaré un vistazo -dice el inspector dirigiéndose al piso superior.

-Le acompaño -respondo.

Pasea por mi dormitorio buscando algo que haya podido pasar desapercibido a sus colegas. Se para justo en el lugar en que quedó tendida Susana y corre con la mano los visillos que cubren la puerta de la terraza.

-Vaya vista horrible tiene usted desde aquí -dice observando el paisaje gris de edificios viejos y sucios a través del cristal- ¿Guarda algo en esta terraza?

-No, nada -digo temiendo que abra la puerta y descubra mi secreto.

Y así es, abre la puerta y sale a la terraza con precaución. No parece darse cuenta de nada, no parece impresionado por el inesperado paisaje verde y azul que aparece ante nosotros.

-Yo que usted no saldría mucho a este balconcito -me previene-. Por llamarlo de alguna manera, en realidad es poco más de un metro cuadrado mal repartido y parece muy inestable, cualquier día se viene abajo.

Sonrío aliviado pero sin entender nada, porque yo veo la terraza, la playa, la laguna, huelo el agua, los árboles, y me deslumbra la luz de un sol propio de una escondida isla tropical.

Más tarde, cuando ya se han marchado y he logrado tranquilizar mis nervios, salgo a la calle para hacer unos recados y cuando paso bajo mi edificio busco las ventanas que corresponden a mi vivienda en lo alto de la fachada. Desde allí se ve bien el balconcito, como lo ha llamado el odioso inspector. Me pregunto como es posible, desde fuera no se ve nada, ni siquiera se intuye el paisaje que aparece majestuoso al abrir las puertas del balcón. Al menos yo lo percibo, lo disfruto con mis cinco sentidos, está el lago, la hierba, la silla, pero el inspector no lo ha visto. Es inexplicable, pero quizá sea mejor así. 

Cocino algo con calma, intentando recuperar la normalidad perdida hace mucho ahora que tengo el convencimiento de que será imposible que nadie logre acusarme de nada por muchas pruebas circunstanciales que puedan aparecer parecidas a la nota escrita de mi puño y letra. Me olvidé de ella de una forma irresponsable, no es que hubiera podido hacer algo para recuperarla, pero al menos habría preparado una historia sin fisuras, aunque la improvisación me salió bastante bien. Mejor no preocuparse, está claro que no van a encontrar los cuerpos y sin eso…

Por la tarde salgo a la terraza y me doy un baño en la laguna. El agua está a la temperatura ideal, el sol brilla con la fuerza justa y corre una brisa agradable. Es una tarde perfecta. Al subir la pendiente hacia la silla echo un vistazo a las tumbas que cavé el otro día y me impresiona comprobar que ambas están cubiertas de petunias moradas, las flores preferidas de Sonia.

Una vez en la silla comienzo a buscar a Sonia, aquí mismo en la ciudad, en todos los rincones que se me ocurre, pero tras un par de horas me aburro y empiezo a pensar en el inspector Ruíz, no va a conseguir probar nada pero ¿y si han encontrado algún pelo de las alumnas o algo con lo que el inspector me pueda acusar?¿No sería insoportable tener que aguantarle otra vez? La inquietud que este pensamiento me produce está consiguiendo enfadarme de verdad, es que no le aguanto. Decido que lo más prudente por el momento es espiar al inspector, seguir sus  movimientos para estar preparado y anticiparme, o al menos inventar una buena historia.

Está en su oficina leyendo un largo informe, un listado que lleva el membrete del laboratorio de la policía y mi nombre y dirección en la parte superior. Por la cara que tiene deduzco que no ha encontrado nada que pueda usar contra mí en aquella pila de hojas llenas de datos, una línea por cada pelito, ja,ja,ja. Me río, pero cómo odio al inspector Ruíz.  

Tras unos minutos de auto-compasión se levanta, coge su chaqueta y sale del edificio para coger su coche. Deduzco a qué lugar va a estas horas, a ver a su amiguita la putilla, a llorar en su regazo, incapaz de follarla, se va al putiferio a prostituir el sentido de la prostitución. Hasta eso es capaz de contaminar con sus deficiencias mentales. Les miro un rato, él moqueando sobre las tetas de la chica mientras ella le acaricia el cabello con suavidad. Mirándola con detenimiento no está mal, es mayor que las otras putillas pero es guapa y tiene cierto estilo, tiene clase, podría volver loco a un hombre. A mí no, claro, soy demasiado exigente, seguro que es muy tosca y a mí me gusta la seducción, una provocación ligera, el erotismo sutil, pero las putas siempre son iguales, siempre la misma cancioncita, dale Manolo, que me vas a llevar a la gloria, sin disimular el tono de aburrimiento. Aunque reconozco que esta chica en particular ha tenido una gran capacidad para adaptarse a las circunstancias, a las demandas del cliente.

Cuando el inspector se marcha me acerco hasta el puticlub y me tomo una cerveza en la barra acompañado por un par de prostitutas eslovenas que están de muerte, pero no consiguen tentarme, con lo que cobran podría irme a Eslovenia y tirarme a todas las que quisiera. Y sin pagar, porque me imagino que allí no cobran y por eso vienen aquí, porque pagamos. Son un poco toscas, directas en exceso, demasiado lengüetazo y toquetearme el pecho bajo la camisa, resultan muy poco sugerentes. Me interesa más saber cómo es la otra, la del inspector.

-No, no. Parad, parad. No es que no me parezcáis atractivas, que lo sois y mucho. Pero me gustaría ver a una chica en concreto. Una morena, algo más mayor. Creo que es española, no lo sé, pero tiene pinta.

-¿Laura? -dice una de las chicas con fuerte acento extranjero- Tío, no sé por qué será pero todos los raros la preferís a ella.

-¿Sí? ¿Yo soy raro? -digo bromeando-. Bueno, lo admito. Sí, un poco, ja,ja. Y ¿quienes son los otros raros? ¿Quién suele venir a verla?

-Hombre, no podemos decirlo. Esto es como Suiza, confidencialidad y anonimato garantizados. Esperemos que tu seas menos llorón y que tengas tan poco aguante como parece, así no le darás mucho la soba -se mofan las dos puntillas mientas se van a buscar a la tal Laura por el local.

Al poco llega, es ella, no hay duda. Me mira con sus ojos melancólicos y se sienta con languidez en el sillón a mi lado. Sólo lleva un corto camisón negro de encaje, es evidente que es una prostituta pero emana de ella un algo de romanticismo y tiene un toque diferente, orgullo y estilo propio, algo distinto. Entiendo por qué la ha elegido el inspector Ruíz. La erección es inmediata y sin mediar ninguna palabra que sirva de lubricante la pido que vayamos a una habitación. Estoy tan excitado que apenas acierto a subir su corto camisón, pues lo intento a la vez que me quito los pantalones y no hago más que trastabillar. Abrazo su cuerpo y empiezo a acariciarla de una forma un poco frenética, lo reconozco, y a la vez mi cuerpo hace movimientos pélvicos contra el suyo sin que yo le autorice, debo parecer un salvaje salido, salido de la jungla, que ve una mujer por primera vez.

-Eh, tío. Espera por lo menos a meterla -me reprocha ella sin mucho tacto.

La doy un bofetón y la penetro sin contemplaciones retorciéndome como la cola arrancada a una lagartija. Ha durado unos 15 segundos pero sin duda ha sido una de las mejores experiencias sexuales de mi vida, supongo que debido a una relación subconsciente con mis ganas de machacar al inspector Ruíz. 

-¿Cuánto es? -pregunto con frialdad.

-50. Bueno, no, para ti 70, por cabrón -dice palpándose la mejilla todavía enrojecida por la bofetada.

Las emociones se agolpan en mi cabeza, aún estoy muy excitado y la presencia intangible del inspector ha activado algún oscuro y morboso lugar en mi cerebro, un sitio en el que descansa un ente retorcido que contamina todo. Mis ideas también se retuercen, con un placer sádico y enorme que alimenta mi excitación y a la vez crece con ella, mi lado malvado está suelto, libre del todo, sin ninguna de las cadenas que casi siempre le contienen y le impiden actuar.


-Te doy cinco mil pavos si haces todo lo que te diga -propongo a Laura, la prostituta.

Una habitación con vistas. Capítulo 5.

La primera clase del siguiente día me sale algo caótica por causa del nerviosismo que me atenaza ante la tutoría con Susana, sobre todo porque no ha asistido a clase. Empiezo a pensar que quizá se lo ha pensado mejor y no va a venir. Cuando por fin acaba esa hora interminable me encierro en el despacho sin poder hacer nada más que mirar el reloj y mordisquear un lapicero. Intento imaginar lo que voy a decir cuando ella entre por la puerta, dudo entre ser amable o seguir en plan distante, ensayo algunas conversaciones triviales y la forma de dirigirlas a los temas que domino para tratar de impresionarla. A las diez en punto suenan unos golpes en la puerta.

Está muy guapa, hermosa. Lleva minifalda, lo cual es muy alentador, aunque no viste las medias negras, supongo que tampoco lo demás. No importa, de todas formas he optado por ser amable y simpático en lugar de poner una distancia artificial entre nosotros. Se disculpa por no haber asistido a clase, un problema de tráfico, dice. Angelito inocente, seguro que has pasado horas decidiendo qué ibas a ponerte para venir a verme y eso te ha retrasado más de la cuenta. Enseguida entramos en materia, sobre el grupo de trabajo quiero decir, charlamos muy animados, relajados, dando por hecho que he logrado perdonarla, recuperando nuestra conexión y sintiéndonos muy bien juntos. La hora de tutoría se hace tan corta… apenas hemos esbozado el principio del proyecto, aunque en parte es porque mi atención está dividida entre su generoso escote, su cara de placer de la otra noche, mientras retozaba con aquel desconocido, y la oscuridad en la que se pierden sus muslos bajo la corta falda.

-No podremos empezar el lunes sin no terminamos este primer desarrollo -dice ella.

-Sí, siempre es desesperante comprobar cuanto cuesta preparar las cosas que nos producen más entusiasmo -digo tratando de parecer profundo e inteligente.

-Podríamos tener otra tutoría mañana y seguro que conseguiríamos terminar -propone.

-No, mañana no -respondo- El problema es que si perdemos esta onda de inspiración tardaremos aún más. Sería mejor antes, hoy mismo. Aquí no puede ser, no sé, podríamos seguir en otro sitio -digo mientras siento  como la osadía crece en mi interior-, en algún lugar tranquilo. No sé. Mi casa si quieres, si no te parece mal, claro. ¿A las siete?

Ella duda durante un momento que se hace muy largo pero o no encuentra una excusa o al final no le parece mal mi propuesta- De acuerdo. A las siete.

Escribo mi dirección con letra apresurada en un papel y se lo entrego con mano temblorosa, producto de la emoción que me domina, detectando la complicidad en el roce de sus dedos y estoy a punto de pedirla que empecemos allí mismo, sobre la mesa de mi despacho, sin esperar a la tarde.

Enseguida salgo hacia mi casa con intención de prepararlo todo para la visita de Susana. En realidad no hay mucho que hacer, está todo muy limpio y recogido, así que me queda mucho tiempo antes de su llegada. No sé qué hacer. Me tumbo en el sofá, no me siento capaz de subir a la silla a observar. Estoy demasiado cansado debido a la tensión de las últimas horas y a las muchas tiranteces mi vida. Tengo algunos remordimientos por no aprovechar ese tiempo para buscar a Sonia, por no haberlo hecho apenas en tantos días consumidos observando a Susana, cada vez más fuera de mí. Tengo remordimientos por no haber tenido remordimientos. Por no haber sido fiel en la esencia.

Sonia se materializa ante mí y su belleza y la armonía familiar de sus movimientos me dejan sin habla.  Lleva tan solo un largo camisón blanco muy fino, casi transparente, que nunca había visto. Es hermosa pero a la vez demasiado pura, no consigo localizar en mi cerebro la excitación que seguro me producirían Susana o Marta con esas mismas transparencias. Coge mi mano y me mira con una melancolía que se va transformando en enfado.

-No volveré si no te esfuerzas. Resulta muy vergonzoso que pases el tiempo sumergido en la lujuria que te provoca esa alumna tuya, Susanita -su voz es muy dulce, pero el aire firme y autoritario de su actitud me asusta un poco- Creí que eras alguien mejor. Pero no te estás esforzando para que vuelva, y la causa es ella. Esa chica es una nefasta influencia que nubla tu razón. Me podrías buscar con facilidad por todos los rincones del mundo pero no lo haces porque ella está siempre delante, desviando tu atención, apartándote de mí. No dejándote ver. Deberías darte cuenta, con la vista puedes atravesar las paredes y las montañas, pero no a ella. Nunca volveré si no te esfuerzas en encontrarme y sabes que un insoportable pesar caerá sobre ti cuando te des cuenta de la forma despreciable en la que estás actuando.

-Sonia, yo no… -digo extendiendo la mano hacia la nada a la vez que despierto desconcertado sobre el sofá del salón.

Tiemblo. De repente tengo frío. Me doy cuenta de todo, del aviso. No ha sido sólo un sueño, ha sido una revelación, una presentación clara y objetiva de mi deplorable conducta. Sonia está en algún lugar, esperándome con el convencimiento de que la fuerza del amor que nos ha unido me llevará hasta ella y yo estoy a punto de traicionar ese principio, la confianza de la persona que más quiero. Estoy muy cerca de provocar un desastre irreparable tan solo por una alumna guapa, a la que apenas conozco. Por una obsesión, por el uso indebido del instrumento maravilloso que la Providencia ha puesto en mis manos con el único fin de ser utilizado para buscar a mi amada.

Suena el timbre ¿Pero cuánto tiempo he estado dormido? Abro la puerta todavía muy impresionado por el encuentro con Sonia. 

-Te he despertado -dice Susana con aire divertido cuando abro la puerta con parte del pelo tieso y cara ojerosa.

-Sí, no, no, acababa de despertarme. Creo que me he quedado dormido en el sofá -digo invitándola a pasar con un gesto.

Se ha cambiado de ropa y lleva otra minifalda, creo que más corta, y una camiseta ceñida y escotada. Pero ahora estoy decidido a no dejarme arrastrar por sus intenciones, a no perder de vista mis objetivos, a mantener toda mi atención puesta en recuperar a la mujer de mi vida, por mucho que me cueste. Y me cuesta mucho porque Susana pasea por el salón su cuerpo provocador, con movimientos tan atractivos que me siento aplastado, mientras curiosea los libros y la escasa decoración. 

-¿Nos vamos a poner aquí? ¿En esta mesa? -dice con el ademán de dejar su cuaderno.

-Sí, déjalo todo ahí -respondo mientras me pregunto si habrá querido insinuar algo con eso de ponernos en la mesa, si se trata de una invitación- Lo haremos… Trabajaremos en esa mesa, sí. Sí.

Me doy cuenta de que estoy perdiendo el norte otra vez, anticipando la escena sexual sobre la mesa, intuyendo la oportunidad que ella me deja entrever. Es evidente que ella es la inductora, para empezar está aquí ¿no es eso raro?¿no debería haberse negado?. Y esa forma de moverse ¿es siempre tan insinuante? Lo de nos vamos a poner aquí o es cosa de su subconsciente vicioso o lo ha dicho a posta, lo mismo da. Todo junto no puede ser casualidad. y es cierto lo que me ha dicho Sonia en su Revelación, me arrastra lejos de mi lugar, de lo que ambos esperamos de mí y no puedo permitirlo. No puedo permitirlo por más tiempo.

-Pero antes ¿por qué no me dejas que te enseña las vistas que hay desde la terraza del piso superior? -digo señalando las escaleras- Son impresionantes.

-Oh. De acuerdo -responde.

Subo las escaleras detrás de ella, observando el movimiento de sus glúteos rebelándose dentro de la falda tan ceñida que se recoge un poco más con cada escalón. Me estoy perdiendo otra vez. Me estoy perdiendo y no puedo permitirlo. No puedo permitirlo. Me pellizco el antebrazo como castigo. No puedo permitirlo.

Una vez arriba me adelanto para abrir el ventanal que da a la terraza mientras me parece entrever que ella mira con algo de desconfianza la cama de mi dormitorio. Sí, ya sé, prefieres la mesa de abajo.

-Mira. Pasa a la terraza -digo haciéndome a un lado- Reconocerás que son unas vistas sorprendentes.

-Pues, la verdad, no me parece que… -dice mientras se adelanta contra una leve corriente de aire que revuelve su pelo de una forma que me deja otra vez extasiado. Pero no voy a permitir que doblegue mi voluntad una vez más. Se acabó.

Aprieto las manos alrededor de su cuello y ella reacciona con un movimiento brusco intentando revolverse, intenta gritar pero sólo puede emitir débiles sonidos ahogados en el fondo de su garganta, mientras sigo apretando con toda mi fuerza. Con el forcejeo caemos al suelo y nos retorcemos. Todavía tengo la tentación de soltarla y acariciar sus pechos, tan perdido estoy. Me da patadas en las espinillas con sus agudos tacones, intenta arañarme la cara, tirarme del pelo. Aprieto aún más fuerte y sigo apretando durante mucho tiempo, bastante después de que haya dejado de moverse y de hacer ruidos Esta muerta, aún más bella una vez cruzada esa barrera. Más tranquila, no tan pretenciosa, libre de la excesiva seguridad que le daba sentirse tan atractiva. Y yo ahora también estoy libre de su mala influencia. Me siento muy aliviado. Gracias Sonia, por avisarme, por devolverme al camino.

Aunque acabo de matar a una persona, a una de mis alumnas atractivas, me siento bien, estoy tranquilo, todavía recuperando el resuello pero contento conmigo mismo, he hecho lo que debía. Me levanto y salgo a la terraza. Respiro aliviado y me relajo observando el paisaje, que ahora parece aún más hermoso y tranquilo. Me doy cuenta de que he hecho bien, ahora puedo sentir, siento que la silla y todo mi jardín está allí dispuesto sólo para que pueda encontrar a Sonia, ahora vuelvo a estar bien enfocado. En el buen camino. Sólo tengo que arreglar algunos flecos para dar por cerrada esta etapa desastrosa y empezar a hacer las cosas bien.   

Lo primero es pensar quién puede saber que Susana está aquí. Probablemente Marta lo sabe, lo habrán comentado durante el día, seguro. Habrá una investigación y su testimonio levantará una sospecha muy sólida, además seguro que  que aparecen otras personas que han podido ver a Susana en el portal o en bajando del autobús, era una chica muy llamativa, y eso me hundiría definitivamente. En fin, de momento lo más conveniente creo que es comprobar qué sabe su amiguita, sin alguien que pueda afirmar que tenía una cita conmigo en mi casa los otros posibles testimonios quizá no lleguen a aflorar y si lo hacen es probable que parezcan circunstanciales.

Busco en el bolso de Marta hasta que encuentro su teléfono perdido entre pañuelos de papel usados, envoltorios de caramelos y diversos cosméticos. Enciendo el aparato, es un modelo nuevo y se desbloquea con la huella dactilar,. Lo cual no es un problema. Sentado al lado del cadáver de Susana levanto su mano y acerco su dedo índice a la pantalla y consigo desbloquear el teléfono. Echo un vistazo rápido a las aplicaciones y abro Whatsapp, la última conversación lleva el nombre de Marta así que no tengo que buscar mucho. Leo los últimos mensajes que se han cambiado y compruebo que, como era de esperar, Marta sabe todo. Sabe que en la tutoría no nos ha dado tiempo a preparar el inicio del proyecto y que he propuesto mi casa como lugar para continuar. En el último mensaje Susana decía “Voy a entrar. Si no tienes noticias mías en una hora, llama a la policía, ja,ja,ja”. Qué chiste tan gracioso. Contrariado miro el reloj. No, no ha pasado una hora. En cualquier caso es lo mismo, esto hay que arreglarlo. Tecleo un nuevo mensaje en el teléfono intentando copiar el estilo ñoño de Susana:

-Está siendo mucho mejor de lo que esperaba. ¡Muy interesante! Le he propuesto que te vengas para que nos ayudes. Tú toque sería definitivo. ¿Qué dices?

El mensaje aparece como leído pero no llega respuesta. Empiezo a pensar que quizá hubiera sido mejor haberla llamado por teléfono con alguna excusa. Por ejemplo que Susana se ha ido y se ha dejado el bolso, que venga a buscarlo. O podría haber ido yo a su casa, sin avisar, claro. Entonces suena un pitido en el teléfono y aparece la respuesta de Marta.

-Estás segura? Y yo que pensaba que el Saladillo iba a intentar algo contigo (caritas dando un beso). Se le ve tan ansioso cuando te mira… (caritas con la lengua fuera) y resulta que te está haciendo currar (caritas sonrientes). Pero estás segura de que élquiere que vaya?

-Si quieres le digo que te llame (carita con guiño) -respondo con rapidez.

-Vale, vale, ya voy. Cual es la dirección?

Mierda. No había pensado en eso. Si la apunta en algún papel puede que quede alguna evidencia. Supongo que no lo hará, en cualquier caso no tengo más remedio que arriesgarme. Mando otro mensaje con la dirección y añado “no se te olvide el teléfono para irte explicando cómo se llega cuando estés por aquí”.

Me quedo allí sentado, esperando. Me parece que lo mejor que puedo hacer mientras llega Marta es curiosear en el teléfono para ver qué decían de mí, no me ha gustado mucho que hayan estado haciendo bromas sobre mi persona. Reviso los mensajes más antiguos y veo que se contaban todo, pero a un nivel muy íntimo, con pelos y señales, vaya par de pervertidas. Empiezo a encontrar comentarios sobre mí, abundan mucho desde el día en que invité a Susana a la tutoría en mitad de la clase. Menuda cagada hice, pero ya no tiene arreglo, de nada sirve lamentarse. Además estas dos no necesitan mucho para criticar. Me llaman enamorado baboso, salidillo, pichaloca, insatisfecho anhelante y un gran montón de insultos injustos. De la rabia que me da le pego una patada a Susana en la cabeza, pero me parece poco así que tiro de su pelo y estampo su cara varias veces contra el suelo. Estoy empezando a ensañarme, me doy cuenta, mejor bajo al otro piso a esperar.

Enseguida aparece un mensaje en el teléfono, Marta ya está en el portal. Toca el timbre de abajo y abro desde el videoportero. Espero con la puerta de la casa abierta y cuando aparece la invito a pasar sonriente y amable.

-¡Maaaarta!. Pasa, pasa. Susana está arriba. Deja tus cosas aquí si quieres, estábamos…

Lleva ropa deportiva y una coleta, está guapa pero no al estilo arrollador de Susana, sino más en plan belleza y erótica naturales, aunque no le pega mucho el pañuelo que lleva enrollado al cuello. Se para en mitad del salón y mira la mesa con un gesto que indica que hay algo que le parece extraño. Debe tener un muy afinado instinto de supervivencia.

-Pensaba que ya habíais avanzado mucho con el trabajo, pero no lo parece  -dice señalando la mesa ordenada y los libros cerrados y apilados de su amiga- Y ¿qué hace Susana arriba?

-Es que al final hemos decidido no trabajar nada -digo mirándola muy fijo a los ojos- Verás, al principio la intención era preparar el proyecto, pero es que charlando y tal nos hemos calentado un poco, ¡sobre todo ella no creas!, y por comodidad hemos subido al dormitorio. Me ha estado enseñando cosas. Es una mujer muy ardiente. Ahora está agotada pero recuperándose para el siguiente asalto. ¡Los tres juntos! Le apetecía mucho la experiencia pero no se atrevía a proponértelo, ya sabes cómo es.

-P…pero ¿qué dices? No te creo -dice moviéndose unos pasos hacia atrás y mirando de reojo la puerta de la calle- ¿Qué le has hecho a Susana?

-¡Nada! De verdad. Si no ¿cómo iba a saber todas las cosillas que te gustan? ¡Pues porque me lo ha contado ella! -me mira sin comprender, cada vez más asustada- Sí, mujer, me ha estado preparando para ti y me ha contado todas las perversiones que tienes ahí dentro, ¡en tu cabecita! Verás me ha dicho que tengo que atarte las manos a la espalda con el cinturón y pegarte en el culete con una de esas paletas y luego obligarte a satisfacerme de varias formas. La primera…

-¡Basta! ¿De dónde has sacado todo eso? No sé qué le has hecho a mi amiga, pero voy a llamar a la policía.

-Marta, Marta, reflexiona -digo con expresión amable y aire conciliador- Vamos a ver, si no fuera porque ella me lo ha dicho como iba a saber yo que te gusta más lamer la piel cubierta de chocolate que con nata o sirope de arce. Eso sí ¡tiene que ser chocolate bajo en calorías! Por favor, ¡a ver si de tanto follar te vas a cargar la dieta!

Está a punto de echar a correr, así que es el momento. Con un gesto imperceptible pulso en el móvil de Susana que oculto en la palma de mi mano y el mensaje llega casi de inmediato hasta el terminal de Marta que lo anuncia con un silbido.

-Mira el mensaje -digo con premura- Seguro que es de Susana. Así sabrás que está bien y que es verdad lo que te digo. ¡Es ella la que ha organizado todo esto! Yo nunca pensé en hacer un trío con las dos -miento mientras por dentro me divierto de lo lindo.

Ella lee el mensaje con voz alta y sorprendentemente serena,

-Es un amante increíble ¡quién lo iba a decir! ¡Sube que hay para las dos! -me mira con mirada firme y dura y tras unos segundos de silicio escupe las palabras- No sé cómo lo has hecho, pero esto no lo ha escrito ella. 

-¡Tacháaaaaaan! -digo mientras le enseño el móvil que ocultaba en la mano.

Es evidente que va a correr hacia la puerta pero tengo muy claro que no llegará a alcanzarla. Podría haberla atacado al principio, o ahora mismo, antes de que empiece a correr, pero me apetecía mucho este pequeño juego que me está sirviendo como venganza por todos los comentarios con los que han mancillado mi honor. Ella sabe que tiene que ser muy rápida pero una milésima de segundo antes de empezar a correr echa una breve mirada lastimera a la escalera que lleva al piso superior y ese gesto me pone sobre aviso y tenso los músculos un segundo antes que ella, lo cual me salva porque se ha movido tan rápido que de otro modo no hubiera podido alcanzarla a tiempo.

Agarro su coleta y de un fuerte tirón la hago trastabillar. Pataleo sus costillas repetidas veces para que no puede gritar, he debido romperle alguna porque apenas es capaz de respirar. La tumbo boca arriba mientras gime y se resiste envuelta en dolor. A horcajadas sobre ella mis rodillas aplastan sus brazos para impedir que se mueva y con mucha parsimonia le quito el pañuelo del cuello. Ella comienza a gimotear y a implorar ¡por favor!¡por favor! Pero es hora de pagar, no de arrepentimientos. Con un movimiento rápido meto el pañuelo en su boca y sigo metiendo más y más tela mientras ella intenta revolverse con un último esfuerzo. Pinzo su nariz entre mis dedos índice y pulgar. Me mira con horror, sabe que va a morir y lo va a hacer mirándome, implorándome con los ojos. No dura mucho, lo justo para que se ponga morada y que parezca que los globos oculares se van a salir de las cuencas. Me recuerda a uno de esos muñequitos que les gustaban a los niños hace unos años, esos que apretabas y se les hinchaban los ojos, qué graciosos.

Vaya, he arreglado bastante bien el problema. Salvo si resulta que esta también le ha dicho a alguien que venía a mi casa. No puedo descartarlo del todo pero al menos revisando el móvil confirmo que no lo ha hecho ni por mail, ni por mensajes, ni por Whatsapp. No puedo estar seguro pero es muy probable que no lo sepa nadie más, igual que en el caso de Susana.

Arrastro el cuerpo de Marta hasta el piso superior y la tumbo junto a Susana. La belleza de la imagen me cautiva durante unos minutos, Susana muy pálida en la expresión final de su hermosura y Marta todavía con un color más natural y luciendo un atractivo sereno impactante. Se me ocurre que podría representar una escena artística, Susana extendiendo los brazos hacia Marta, para recibirla con cariño al otro lado de la vida.

Pero no hay tiempo, tengo que ocultar los cuerpos. Los arrastro hasta el jardín y excavo un gran agujero con ayuda de una pala que he encontrado por allí. No la había visto antes pero me ha facilitado bastante el trabajo.  Las entierro a las dos juntas. Pienso en decir unas palabras, cantar un réquiem o elevar alguna oración pero no me viene nada a la cabeza, estoy inquieto porque todavía tengo que limpiar el piso de posibles rastros. 

Me deshago de los libros, bolsos, teléfonos y demás pertenencias de ambas enterrando todo en el jardín. Con una bayeta limpio de huellas los objetos y mobiliario que han podido tocar, que por suerte no son muchos, también la puerta de entrada y el timbre de casa y de la calle. Paso el aspirador a conciencia tres o cuatro veces para retirar todos los cabellos que hayan podido quedar por ahí en las peleas o en sus movimientos por la casa. Vacío el aspirador en el retrete y me aseguro de que no quede ningún resto. Me ducho y reviso mi cara y mis brazos por si tengo alguna herida, sólo se ve algún rasguño casi imperceptible, nada que deba preocuparme.  Arranco una cantidad notable de cabellos y de vello de distintas partes de mi cuerpo y esparzo un gran número de pelillos diversos por toda la casa. Echo mi ropa a lavar y me quedo dormido en el sofá, desnudo, esperando a que llegue Sonia a felicitarme por mi vuelta al buen camino. Pero caigo tan profundamente dormido que al día siguiente no recuerdo haber soñado nada.

Acudo a la universidad como todos los días laborables e imparto las clases con normalidad, salvo por la invitación a algunos alumnos de ambos sexos a una tutoría para preparar diversos grupos de trabajo, en un intento por disimular que hasta ahora sólo había invitado a Susana. Esa misma tarde empiezo a trabajar con ellos.

Cuando vuelvo a casa comienzo a buscar a Sonia desde la silla, con serenidad pero con cierto murmullo interior, estoy algo inquieto porque sé que muy pronto empezarán a buscar a las dos chicas que hoy no han asistido a clase. Por ahora a nadie le ha parecido raro, pero pronto será muy diferente, y tendré que enfrentarme a preguntas embarazosas y presentar una historia sólida y sin fisuras.


He empezado a buscarla por Roma porque allí pasamos un par de semanas en casa de unos familiares. No la encuentro allí, ni en nuestros rincones preferidos, ni en sus bares favoritos. Empiezo a comprender que va a ser muy difícil encontrarla aún disponiendo de este accesorio tan funcional, puede estar ahora mismo donde acabo de mirar o donde miraré mañana. Es desesperante.