sábado, 25 de enero de 2014

El refresco que rasgó la realidad. Capítulo 10 y final.

Me quedé algunos días más en el planeta de la Providencia. A ella no le importaba y a mí me apetecía mucho conocerla un poco mejor, al fin y al cabo me había enamorado de ella nada más verla, aunque cuando pensaba en Scarlett se me ponían los pelos de los brazos de punta, y cuando me acordaba de nuestras conversaciones telefónicas en el hotel, malito me ponía. El planeta no era gran cosa pero resultaba muy cómodo. Que me apetecía una manzana, allí aparecía una con la forma y color exactos, que quería bañarme en el mar pues se abría ante mis pies. Una vez quise pedir algo difícil, escuchar un LP de Abba que casi nadie tiene, en un plato de grafito, con unos altavoces muy raros y en una sala acondicionada. De inmediato sonaba la de Fermin, o Francisco no sé muy bien, en realidad no es que me apasione ese tipo de música, era sólo por pedir algo difícil de encontrar y por hacerme el original.

-Pareces aburrido. –dijo la Providencia una mañana.

-Pues sí –preferí ser sincero aún a riesgo de herir sus sentimientos-. La verdad es que lo nuestro no termina de avanzar y por otra parte estoy un poco cansado de tener todo con tan solo desearlo. No sé, vendría bien un poco de coqueteo, algo del juego del  erotismo, me refiero a un no pero sí, a un mira aquí lo tengo pero no lo vas a catar. ¿Sabes a qué me refiero?

-Los humanos sois raros de pelotas. Todo el año jugando a la Primitiva para conseguir más cosas y cuando tenéis todo lo que podéis desear, mira, aburrido como una mona.

-Somos gente compleja, sí. En concreto yo tengo muchos matices. Oye, ¿no podría pasar la prueba sin más y seguir hasta el siguiente planeta?

-No hay ninguna prueba que pasar. Ya te dije que en el fondo eres un personaje irrelevante en todo esto. Sólo fuiste el percutor que golpea la bala. Puedes irte cuando quieras.

-Vale. Oído cocina.

Como no podía ser de otra manera, apareció en el aire de forma providencial la nave espacial con forma de supositorio en la que había visto a Scarlett por última vez y aterrizó a unos pasos de mí. Quise despedirme de la Providencia pero estaba muy ocupada moviendo las manos en el aire como si manejara cosas, una versión guapa y atractiva del pedazo feo reprimido ese de Minority Report,

-Hasta luego querida Providencia –grité.

-Adiós –dijo ella despidiéndose con un agitar de la mano-. Coño, ya me has distraído, a la mierda el avión con 500 pasajeros.

Subí a la nave espacial y miré un momento a Scarlett. Qué guapa, Dios mío, con las mejillas algo rojitas por la emoción de verme de nuevo. Qué pena no haber tenido un par de teléfonos a mano para aprovechar mejor el momento. La abracé apretando aquí y allá un poco más de la cuenta.

-Creímos que habías muerto –dijo con voz temblorosa debido a la alegría incontenible- Te dejamos en el planeta Karma y no supimos más de ti. De eso han pasado, no sé, dos semanas. Nos volvimos al planeta Senado para notificar tu desaparición, lo cual en la práctica era certificar que el Elegido en realidad no había llegado, que eres, que hubieras sido en ese caso, un farsante. Bueno, tú ya sabes que no lo eres. Claro, y el resto también lo sabrá porque estás vivo.

-Tranquila, Samantha, que te estás aturullando. Entonces, ahora mismo ¿todo el mundo piensa que soy un farsante?

-No, que va. Nadie se preocupa de ti. Cuando llegamos al planeta Senado nos encontramos una gran revolución, en plan pacífico al principio. Empezó porque algunos se sentían raros al ver que no pasaba nada con todo esto de tu llegada, ya te dije que la figura del elegido compensaba los desequilibrios de nuestros cerebros retocados, pero tras tu llegada el equilibrio empezó a resquebrajarse, la gente comenzó a sentirse mal, a notar un vacío, a hacerse preguntas, a dejar sus obligaciones, muchísimos querían emigrar a la Tierra. Pronto la gente dejó de trabajar de forma masiva y empezó a reinar un caos total.

-No me lo puedo imaginar, con lo formalitos que sois –dije.

-Luego se puso peor. Vinieron tropas de otros planetas a intentar arreglar la situación, pero cada vez eran más los descontentos y se montó un caos tremendo, enfrentamientos, deserciones en el ejército, acampadas en las plazas como esa de la de la Huerta del Sol… Y así sigue la cosa.

-¿La Huerta del Sol? Joder, Scarlett, eeeeh, o sea, Samantha, es que eres la leche. Vaya chispa tienes. Si es que me encantas. ¿Y en otros planetas?

-No lo sabemos. Lo que queda del sistema no deja que fluya la información.

-¿Y tú?¿Con quién estás?

-Ya te dije que soy una rebelde, desde el principio.

-Y yo también –dijo la piloto desde la puerta de la cabina de mandos. Ya no llevaba el mono reglamentario, sino una escueta minifalta de ante marrón tipo india cherokee, un sujetador de encaje negro y liguero con medias blancas, un precioso y evocador conjunto, superacertado para la ocasión, que no sé por qué me trajo a la memoria la versión porno de Pocahontas (aclaro, no es que la haya visto, si es que existe, lo que pasa es que siempre tuve buen ojo para el casting). Me alegré por ella, el cambio le sentaba bien-. Bueno, vámonos al siguiente planeta.

-¿Para qué voy a ir al siguiente planeta si esto ya se ha acabado? Está claro que no soy nadie en este juego y que no tengo por qué seguir –dije mirando a Samantha.

-No se ha acabado. Puede que el sistema caiga por su propio peso, a lo mejor la revolución se extiende a toda la humanidad y se acaba el sistema, pero luego ¿qué? ¿Cómo calmamos a toda esa gente para que vuelva a vivir en paz en otro orden social? Hay que llevar la profecía hasta el final y así llegará la solución. ¿No lo ves?

-Samantha, escucha. Durante estas semanas he estado en los planetas Karma, Fortuna y Profecía, y lo que ha quedado muy claro es que yo no tengo ninguna importancia en toda esta historia, da lo mismo lo que haga a partir de ahora, sólo soy el detonante involuntario de toda esta extraña historia.

-Pues tendrás que detonar hasta el final. Vamos, capullo.

Una vez acomodados en la nave dedique unos momentos a la reflexión profunda, intentando llegar al fondo de mi ser, buscando la fuerza necesaria para afrontar los impredecibles retos que tendría que superar en el siguiente planeta, mientras mi mano se deslizaba bajo la camisa de Samantha intentando llegar a aquellas zonas abultadas que tan enigmáticas parecían bajo la blanca luz de los focos de lectura. Un cachete seco y contundente me sustrajo de las turbulentas tinieblas de mi superego.

-Tío, eres un obseso. Y un cochino. Pero ¿cómo puedes estar pensando en sexo ahora? En un momento tan importante de la historia.

-Pero ¿qué dices? si estaba sumido en pensamientos tan trascendentales que me estaba aburriendo a mí mismo.

-Bueno, vamos a centrarnos que tú te distraes enseguida con cualquier tontería.

-Mujer. Si te vieras con mis ojos. De tontería nada. Scarlett. Guapa.

-Calla. Enseguida llegaremos al siguiente planeta, en el que te vas a encontrar con el Arquitecto del Universo.

-Cooooño. ¿Voy a conocer a Dios?

-¿Dios? He dicho el Arquitecto del Universo. No Dios.

-Pensaba que era lo mismo.

-Ah, pues vaya, menuda conclusión. ¿En qué se parecen? ¿Qué crees que hace un arquitecto?

-Pueeees.. se imagina cosas, para construir y eso. Hace unos dibujos, planos, no sé, y luego encarga a otros que lo construyan. Y ellos le dicen educadamente que lo que viene en el papel no se tiene en pie, pero él ya está pensando en otra cosa…

-Vale, muy bien, acertada definición. Y ¿qué crees que hace Dios?

-Pueeees… no sé ¿Vigilar el Universo?

-Entonces ¿por qué crees que son lo mismo?¿Crees que Dios se imaginaría un mundo que no se tiene en pie para luego tener un montón de trabajo vigilándolo?

-Se nota que no has estado en la Tierra –respondí.

La piloto sacó la cabeza por la puerta de la cabina y nos dijo que ya estábamos llegando a nuestro siguiente destino, así que aproveché los últimos minutos para intentar convencer a Samantha de que un escarceo rapidillo era mejor que nada, que si moría allí apenas tendría de mí algún recuerdo. Pero ella señaló el dispositivo personal que grababa todas sus vivencias, como queriéndome decir que podría revivir mediante las imágenes lo que más le interesara.

A los pocos minutos estaba en un planeta que parecía compuesto de pequeños montes cubiertos de bosques y árboles verdes y separados por pequeñas y suaves corrientes de agua. Un paisaje muy bonito aunque con la peculiaridad de que las nubes también eran verdes. Me encontraba en lo alto de uno de aquellos montecillos y cómo no sabía qué hacer me senté un rato a disfrutar de la brisa templada y los olores a maderas y frutas. Entonces vi que en un monte cercano había una construcción de piedra camuflada entre los árboles. Tenía que ser allí. Esa era la casa del arquitecto del Universo.

Bajé la ladera hasta uno de los riachuelos y encontré un puente muy bonito, metálico y blanco, de diseño muy moderno, por el que avancé unos metros hasta que me resbalé, caí de espaldas y quedé inconsciente durante un par de horas. Al despertar decidí avanzar con más tiento agarrado a la barandilla para no patinar de nuevo en aquella traicionera superficie escurridiza. Al salir del puente encontré un camino de piedras que parecía ascender hacia la casa y crucé una bonita arcada de muros enlosados, pero las vibraciones de mis pasos hicieron que una de las grandes losas cayera sobre mí cabeza y de nuevo necesite un buen rato para recuperarme del shock. Al fin llegué a la casa. La puerta de entrada estaba apoyada sobre la pared pues era mucho más grande que el dintel, había un cartelito que decía “Llamar antes de entrar” y al hacerlo la puerta cayó sobre mí. Tras algunas horas de inconsciencia desperté y me liberé de la puerta con grandes esfuerzos, arrastrándome, clavando las uñas en el suelo, y me quedé un rato tumbado en posición fetal, gimiendo por el mero placer de gemir, y también un poco por miedo a moverme siquiera en aquel planeta hostil.

-Paseeeee –dijo una voz grave desde el interior de la casa- Le agradezco que llame, no todo el mundo lo hace al ver la puerta mal colocada. Un pequeño fallo de diseño ¿Sabe?

-Vaya, entonces ha sobrevivido más gente al puente resbaladizo.

-Anda ¡qué gracioso el muchacho! Menuda mala uva. Ingeniero ¿no?

-Sin faltar, caballero. Escritor y a mucha honra. De novelas policiacas.

-Bueno, bueno, bueno, pues ya podía haber sido cantante, al menos hubiera amenizado la tarde con alguna coplilla.

-Vamos a ver, soy el elegido y he venido a pasar la prueba.

-¿El elegido? Bueeenooo. Qué importante ¿no? Pues tendrá que esperar. Es que mire, estoy aquí moviendo en este plano estas figuras redondas que representan planetas ¿sabe? Y no se imagina la importancia que tiene en la estructura de un sistema solar el movimiento de uno solo de los planetas. Piense en la de vidas y vidas, en la cantidad de formas de naturaleza, de ecosistemas, que pueden desaparecer con tan solo un movimiento impreciso o excesivo.

-Y ¿para qué los mueve?

-Hombre. Se trata de evitar que el Universo se siga expandiendo, que vuelva a ser lo que era, para eso me han contratado,  para que funcione de una forma ordenada, sin que unas piezas choquen con otras, sin destruir lo que ya está construido. Apasionante. Lo que pasa es que es bastante complejo, que si las estrellas enanas, que si los agujeros negros, que si la línea de fuerza de la galaxia, cada dos por tres explota una supernova y me jode toda la planificación. Y que últimamente no sé qué pasa, es como si algunas piezas se negaran a seguir avanzando.

-Y ¿qué tiene usted que ver con el Karma, la Fortuna y la Providencia?

-¿Yoooo? Náaaaa… Todos esos son artistas de la farándula, charlatanes cuya palabrería ha cautivado a los incautos y a los crédulos, sensiblería para gente inculta como usted. ¿Seguro que no sabe cantar o tocar la guitarra?¿la flauta?

-Bastante seguro. Y ¿no han probado a trabajar juntos?

-Pero hijo, si esa gente no tiene conversación, por no saber ni saben resolver una multiplicación de raíces cúbicas. Bueno, yo tampoco pero tengo esta calculadora científica, ja,ja,ja.
Esperé un rato observando a aquel hombre de mediana edad que miraba el plano con sus gafas sucias, llenas de huellas de dedos y legañas, y trazaba una línea de aquí a allá, y desplazaba círculos tras realizar cálculos y probar fórmulas matemáticas, mientras hacía gestos raros y era poseído por una sucesión de tics y gruñidos.

-Yo pensaba que usted era el diseñador de todo, el que sabe las razones por las que ocurren las cosas, todo aquello que no llegamos a comprender. El que tiene todas las explicaciones inalcanzables para el hombre –dije.

- No, no, no. A mí que no me responsabilicen, que yo esto me lo encontré empezado, un Universo en expansión sin control y sin organización. Ya me ve, intentando poner orden, pero muevo este planeta y los de este otro se cagan. ¿Por qué ha pasado? Pues porque he movido este planeta. ¿Vale? Eso es lo que hago, experimentación empírica… Joder, una lluvia de meteoritos, quién lo iba a decir, a tomar por culo la constelación del caballo.

-Madre mía, ¿se da cuenta usted de la cuadrilla de chiflados dirigiendo el Universo? Y ¿para qué he venido aquí?¿Qué se supone que puede evaluar usted sobre el elegido?

-¿Y a mí qué me cuentas? ¿Te crees que lo sé? Te habrán mandado a este sitio porque vendrá en algún manual o alguna mandanga de esas sin fundamento –dijo el arquitecto del Universo con desprecio. Luego, al observar mi profunda decepción, su expresión cambió, alcanzó una revista y la dobló hacia atrás por una de las páginas- Está bien, estaaaa bien. Vamos a ver, haz este test. Presta mucha atención.

Miré la hoja de colores que me ofrecía y me quedé ojiplático, era la página número 25 del Telva de agosto de 2011. Tenía delante el test “Comprueba tus habilidades para sorprender a un chico en la primera cita”.

-Bien. Lee el enunciado de cada pregunta y elije una respuesta. Yo seguiré con lo mío mientras te evalúo.

-Vale. Eeeehh. Teee, teee… te llevará a cenar a un restaurante hindú. ¿Vestido, minifalda o pantalón? Vaya. Uufffff, ¿Minifalda?

-¡Por supuesto! Está usted aprobado. Venga, ya se puede marchar.

-Sí, mejor –dije aliviado- ¿Debo tomar alguna precaución en el camino de vuelta?¿Tiene un casco?

-Qué gracioso el delineante. Anda pírate ya.

Salí de la casa y di un rodeo hasta el río para no pasar bajo el pórtico, también preferí evitar el puente y decidí cruzar el río a nado. Subí al monte en el que me dejaron y esperé la llegada de la nave espacial mientras pensaba en lo rara que era toda esa historia de las pruebas, los siete planetas y toda esa gente pasando de mí. La nave no venía y no venía y no venía. Ya me estaba preocupando cuando un rumor de matorrales removidos llamó mi atención hacia los arbustos de la izquierda, temí que se tratara de algún animal peligroso, no quería morir devorado por una hiena con cuerpo de pato a 37 millones de años luz de mi casa. Pero no era ninguna fiera, sino un señor mayor, un aldeano de los de toda la vida, con su pantalón de tergal gris y su chaqueta negra de esa tela indescriptible que sólo ellos saben dónde encontrar. Sí, un aldeano en toda regla, con su boina y todo.

-Hola, rapaz –me dijo.

-¿Es a mí?¿No?¿Sí? Ah. Claro, vale, vale, ya sé que no hay nadie más. Hola, señor. Perdone, es que me he asustado un poco.

-Disculpa el retraso pero pensé que el tontodelculo ese de la casa de piedra tardaría un poco más y he aprovechado para ordeñar a las cabras.

-Pero... entonces sabía que yo estaba aquí. Quiero decir, ¿quién es usted y por qué sabía que me encontraría aquí?

-Pues, hombre, ya me imaginaba que pasarías la prueba del rufián ese del arquitecto. No por tus méritos, que por la cara que portas no serán muchos, sino por lo vago que es.

-Ah, que ya he pasado la prueba.

-Claro, hombre. Has superado la prueba del arquitecto del Universo y ahora te vienes conmigo, que soy el creador, así con minúscula.

El anciano sacó una manivela del bolsillo, la introdujo en una piedra y se puso a darle vueltas. El mundo empezó a cambiar de la misma forma en que una persiana que se levanta da paso al exterior y poco a poco estábamos en un lugar muy diferente, en una playa, frente a un mar tranquilo y azul.

-Bueno, pues ya has llegado al sexto planeta, el Todo. Te estaba diciendo que soy el creador, encantado de conocerte.

-Joder, ¿usted es Dios? Me lo imaginaba de otra forma. No sé, más alto, con melena, la barba blanca y con túnica y con más cara de mala leche, eso también. No se moleste, que ya sé que parece que no, pero en realidad es un cumplido. Bueno, igual no ahora que lo pienso.

-No te pongas nervioso que no soy Dios, ni falta que me hace –dijo el anciano sentándose en una piedra frente a la mía- Soy el creador. Me llaman así porque yo cree toda esa historia del Universo en expansión. Fue un error pero no dejo de culparme, cosas de la juventud.

Verás, era yo como tú ahora, un imberbe estúpido y sin cerebro, un mandril alocado buscando siempre el calor de las hembras, las mujeres me refiero, que me querían mucho, las volvía locas, con este porte ya me dirás, y yo siempre estaba buscando más. El caso es que todo esto, el Universo entero, era antes una sola cosa, una piedra gigantesca que lo ocupaba todo, no había planetas ni cosas de esas que hay ahora en la modernidad, sólo un sitio enorme al que llamábamos Todo y después estaba la Nada, que era lo que había alrededor y que a nadie interesaba. Porque no había nada, ya me dirás.

-Creo que lo entiendo –dije tratando de comprobar que de verdad lo entendía- Todos los planetas, las estrellas, galaxias, agujeros negros, meteoritos, cometas y todo lo demás que hay ahora moviéndose por el Universo, eran antes una única pieza.

-Eso es, veo que te abres paso entre tus cortas entendederas. El caso es que quería impresionar a la chica, ya sabes cuánto se puede perder la cabeza ante unas formas orondas, y no se me ocurrió otra cosa que demostrarle lo rápido que podía clavar una estaca de un metro en el suelo, con un mazo.

-Ah, sí. Buen truco, siempre resulta –dije intentando parecer empático.

 -Lo has probado ¿no? Normal, si es un clásico. El caso es que… ¿Has oído eso de que con sólo dar un leve golpecito en el punto exacto puedes partir en pedazos un vaso de cristal? Pues eso mismo es lo que pasó. Le pegué un par de aldabonazos a la estaca y la enterré medio metro, y al tercer golpe se escuchó un crujido que no veas. Nos fuimos corriendo y todo, del susto que llevábamos. Luego, durante un par de días, pareció que no pasaba nada más, que todo era normal, pero llegó el hijo del boticario para avisarme de que había una cosa en el cielo, en mitad de la Nada. Era un trozo de Todo que se había desprendido. Al día siguiente había otro y otro más, y a la semana el Todo entero se estaba desintegrando.

-Comprendo. O sea, que el Big Bang fue en realidad un mazazo en una estaca.

-Tres, tres mazazos. El caso es que luego se produjeron las reacciones químicas y físicas y de otros tipos. 
Los gases, soles, planetas y toda la demás parafernalia que ves ahora en el cielo.

-Pero hay una serie de cosas que no entiendo –dije confundido.

-Pues pregunta, majo.

-Lo primero. Antes del gran estacazo, si sólo estaban el Todo y la Nada, ¿cómo es que había luz en el Todo? Si no había sol como ahora… y sin embargo el planeta era habitable y pudieron ver lo de la estaca y la vida en general.

-Pues había luz. Sin más. La Nada era la luz, que ahora anda repartida por ahí en soles y otras cosas ardiendo.

-Vale, lo acepto. Pero eso que cuenta sucedió hace miles y miles de millones de años ¿cómo es posible que siga usted vivo?

-Pues hombre, muy fácil. Al principio el tiempo era normal, pasaba y nos hacíamos viejos, pero al producirse aquella desintegración en todas direcciones el tiempo también se desintegró. Hacia la derecha el tiempo corría en lo que llamaríamos sentido normal, de atrás p’alante y hacia la izquierda al revés, de adelante p’atrás. Sin embargo, aquí, justo en el centro del Universo, en lo que quedaba del Todo, el tiempo dejó de funcionar y los que estamos aquí no nos hacemos viejos.

-O sea, que en una dirección el tiempo transcurre en la forma normal, pasado-presente-futuro y en la otra al revés, futuro-presente-pasado. Y aquí no hay tiempo.

-Eeeeso es. Muy bien. ¿Alguna duda más?

-Sí. ¿De dónde salió el Todo?¿Y la Nada?

-No sé, cuando yo nací ya estaban.

-Ah. Bueno, eso lo explica todo. Tendrá que ver con Dios, supongo. ¿Existe? Porque alguien debió de crear el Todo y la Nada.

-Pues yo no lo sé. Unos dicen que existe y que creo las dos cosas. Otros dicen que el Todo y la Nada se compensaban y eso significa que la suma de ambos supone el vacío perfecto: 1-1=0. Ahora con tantas transformaciones vete tú a saber.

-Ya. ¿Y qué hago yo aquí? ¿Qué es todo esto de las pruebas?

-Pues verás, a los de aquí no nos gustó mucho la evolución de la humanidad y ya estábamos hartos de ver sus fracasos y obscenidades, que si guerras galácticas, que si exterminación de otras especies, que si conquistas de galaxias, así que decidimos intervenir. El caso es que se nos ocurrió mandar a Federico, el notario, ya le conoces, el presidente de la Humanidad, para que se hiciera cargo y organizara todo aquello de la lobotomización sistemática, así lograríamos sujetar vuestros instintos. Pero surgieron todos esos problemas, la segregación de los rebeldes, el desánimo por la falta de individualidad, y tuvimos que inventarnos la historia del elegido para compensar. Y por si en el futuro nos interesaba utilizarla en caso de necesidad. Pero apareciste tú y la jodiste, así que ahora estás aquí haciendo un periplo absurdo que jamás pensamos que se iba a realizar.

-O sea, que lo del elegido es pura fantasía y la prueba de los siete planetas igual.

-Sí. Ya te lo he dicho, apareciste y la jodiste. Todo iba bien, la gente vivía sus vidas lobotomizadas sin mucho entusiasmo pero con comodidad, con sus anhelos sujetos por una figura hipotética. Y al hacerse realidad los resortes de contención saltaron y no veas la que se ha montado. Ahora hay una revolución de cojones por todo el Universo, ya han empezado a lanzar misiles intergalácticos y se han destruido varios cientos de planetas, miles, y sus restos están destruyendo mucho más, galaxias enteras están modificando sus movimientos. Ya has visto que no podemos esperar del arquitecto que lo arregle.

-El me ha dicho que estaba preocupado porque parecía que últimamente algunas piezas del Universo se negaban a seguir avanzando en expansión.

-Por eso estás vivo, hijo. Si esto no llega a salir bien, aunque sea por pura casualidad, ya te habríamos aniquilado –dijo el anciano con frialdad- Esa es la parte buena de toda esta historia, quiero decir, has causado mucho daño con tus imprudencias, pero todo esto que se ha desencadenado con tu involuntaria intervención ha revertido el proceso. Con todas esas explosiones, esos cambios en las órbitas, en las fuerzas de las galaxias, el Universo ya no está en expansión, se está encogiendo. El Todo está recuperando piezas, se está haciendo más grande, llegan trozos por todas partes y el planeta las englulle. Lo estamos comprobando desde hace un par de días. En unos cuantos miles de millones de años volveremos a tener el Todo y la Nada.

-Entonces ¿no hace falta que vaya al séptimo planeta? De verdad que no me apetece, ya estoy un poco cansado de todo esto. Quiero volver a Cádiz.

-Olvídate, muchacho. Olvídate de Cádiz. El séptimo planeta es el Todo, esto que se ha empezado a construir bajo tus ojos. Aquí vivirás hasta que esté reconstruído y así se cumplirá la estúpida profecía que nos inventamos. El elegido superará la prueba de los siete planetas y a partir de su llegada se construirá una nueva Humanidad. Quién lo iba a decir.

-Joder.

-Ya.

-Pues no sé qué voy a hacer aquí.

-Tampoco es que puedas ir a ningún otro lado.

-Ya. Si por lo menos estuviera aquí Scarlett.

-¿Quién?

-Samantha.

-¿La rubia buenorra de la nave espacial?¿La del mono apretado?

-Pero ¿cómo? ¿La conoce?

-Sí llegó hace unas horas con la otra piba, la que va disfrazada de actriz porno. Esta mañana la propuse que nos fueramos los dos a clavar una estaca y se lo tomó fatal.

-¿Dónde?¿Dónde está?

-Allí, en el pueblo –dijo el viejo señalando a mis espaldas.

Corrí como un loco hacia el pequeño pueblo blanco que se dibujaba junto a la costa,  los dos minutos que tarde en recorrer aquellos escasos quinientos metros se hicieron eternos. Encontré a la piloto que contaba batallitas a cuatro o cinco lugareños reunidos a su alrededor.

-¡Eh! ¡Elegido! –dijo al verme- ¿Te has enterado? El planeta Senado ha reventado tío, hay un caos total en todas partes. En la radio no se coge nada, sólo alguna señal de socorro. Han colisionado varias galaxias. Mira el cielo, ¿ves ese leve resplandor naranja? Son las explosiones que hay por todas partes.

Un bramido ronco interrumpió su discurso. Todos miramos hacia aquella zona del cielo, sobre el mar, que parecía quejarse de un terrible dolor. Entonces apareció un gigantesco pedrusco de roca, un trozo enorme de algún planeta o asteroide que bajaba rajando la atmósfera entre humo y llamas. Pensé que moriríamos todos tras el impacto, por la fuerza del golpe o por un tsunami, pero no. Cuando la gran roca entró en contacto con la superficie, ésta la engulló con suavidad, como una bola de plastilina se traga a otra más pequeña.

La nave espacial estaba parada en un campo cercano, junto a las casas. Corrí más y vi a Samantha que me sonrió con alivio y dio unos pasos hacia mí.

Me paré a un metro de ella para verla bien, su expresión mezcla de felicidad y alivio, las mejillas arreboladas, como intentaba disimular que deseaba abrazarme y decirme que cuanto se alegraba de verme.

-Ya no hay ningún motivo para no intentarlo, Samantha. Y tenemos todo el tiempo del mundo.

-Vale –dijo intentando contener una sonrisa que se dibujaba entre su timidez- Pero tenemos que poner unas normas.

-Esa parte dejémosla para mañana, o pasado –dije cogiéndola en brazos- Ahora vamos a encerrarnos en la nave. Es más seguro.


DJ Andy Smith's -Jam Up Twist

sábado, 4 de enero de 2014

Noche de guardia.

Las cremas anticelúliticas aquí, al lado de las hidratantes, no entiendo bien por qué pero Tomás dice que así se deben colocar, será que piensa que hay que hidratar la celulitis antes de eliminarla o igual es al revés, que le parece necesario consolar a las células grasas que están siendo aniquiladas con un poquito de hidratación.

Las cajas bien orientadas, en línea con el borde de la estantería, no pueden estar torcidas. Primero un montoncito de tres, encima dos y arriba del todo una, ésta algo revirada para llamar la atención del cliente. Es necesaria una uniformidad, repite siempre, un orden exacto, pero culminado con una posición alterada que llame la atención del cliente. Una farmacia debe de emanar armonía y confianza, pero sin renunciar del todo a una pizca de creatividad que realce el conjunto con un toque que resulta discreto pero que no pasa desapercibido. Joder, que es una farmacia tío, crema de dientes, pomada para las hemorroides, piedra pómez para los callos. Ni anillos de oro, ni zapatos Louboutin. Potitos. Sí, eso, en cuanto termine me comeré uno de macedonia de frutas.

Es una de las dos cosas que más me fastidian de las guardias nocturnas, se supone que tienes muchas horas libres así que el jefe te encarga reponer, colocar, limpiar y ordenar. Si no ¿qué vas a hacer?¿Leer un libro? No, mujer, no. Mejor preparar la presentación visual perfecta para el día siguiente, no vaya a ser que los clientes se vayan a otra farmacia si ven una caja de tampones revirada respecto al paralelo 14. Aunque la verdad es que no me disgusta del todo, porque estar ocupada en estas memeces me ayuda a olvidarme de la otra cosa, la que más me fastidia de las guardias nocturnas. El miedo. Si me ocupo en cualquier otra cosa, leer, estudiar, lo que sea, el miedo siempre está presente, dando forma a una inquietud que me aprieta los intestinos, no muy fuerte pero con una constancia tal que me paso las horas soportando un dolor sordo e impreciso.

No puedo racionalizarlo por mucho que lo pienso. Es un miedo difuso pero intenso, como la suma de muchos miedos pequeños que hace una gran montaña que presiona mi garganta. Miedo a que venga algún pirado y me amenace a través de la ventanilla de seguridad, ya sé que no podría hacerme nada, lo sé, pero me cagaría igual. Miedo a que vengan a atracar la farmacia, y yo aquí sola. ¿Y si viene un tío con una pistola?¿Soportará la luna el impacto de un disparo? ¿Y la puerta corredera? Es de cristal ¿Y si viene un chalado con un mazo y se lía a golpes?¿Cuánto tiempo tendría para pulsar la alarma?¿Llegaría la policía a tiempo? Ya la he comprobado tres veces, es automática y se abre cuando alguien se acerca, pero en las guardias bloqueamos el dispositivo y no se puede abrir hasta que se activa de nuevo. La he comprobado tres veces, pero lo voy a hacer otra vez. Está bloqueada. Habría que meter la llave en esta cerradura y girar hasta la marca, entonces volvería a funcionar.

Mejor voy a pensar en otra cosa. Voy a entrar a la rebotica y voy a traer más cajitas de pastillas para la tos, me relaja verlas, me da sensación de seguridad. Será porque siempre estaban en casa, las tomaba mi padre para compensar los efectos del tabaco, creía de verdad que tomando una detrás de cada pipa era lo mismo que no fumar.  Si, las voy a colocar aquí en su huequecito en estos cajoncitos de cristal, con las etiquetas bien centradas para que no quede duda.

Todo tiene que estar bien colocado, porque lo primero que hará Tomás cuando venga a relevarme será comprobar que las etiquetas son visibles, que las cajas están bien colocadas y que reina la armonía general. Y si no es así me leerá la cartilla y lo hará de esa forma que me agota desde antes de empezar, igual que hacía mi madre, repasando la historia de mis errores desde el comienzo de la eternidad hasta el día de hoy. Qué coñazo. Ya me lo estoy imaginando. Y siempre se me pasa algo, así que ya me sé la cantinela de memoria, sólo que después de cada guardia tiene un capítulo más.

No es que el tío sea un capullo ni nada de eso. En realidad me cae bien, es buena gente, se preocupa por enseñarme y siempre está con eso de cuando tengas tu propia farmacia tienes que tener muy presente que… Me gusta que me lo diga, significa que en el fondo cree que lo hago bien, que voy mejorando y que conseguiré mi farmacia cuando esté preparada del todo. Por lo menos yo lo interpreto así. Creo que me corrige mucho porque quiere instalar en mí el perfeccionismo del que hace gala, para que luego me vaya bien a mí también, como a él. Cree que todo me saldrá mejor si soy tan pulcra y metódica como él.

En realidad no le conozco mucho. Era amigo de mi padre y por eso me contrató, para darme la oportunidad de aprender de verdad en los inicios de mi carrera profesional, pero apenas nos habíamos tratado antes. Le veía algunas veces con mi padre, me saludaba, me hacía las preguntas educadas correspondientes, pero nada más. Voy a comerme un potito. Este, macedonia de frutas. Me gusta el ruido que hacen al abrirlos y el olor concentrado del principio, debe ser que me traen recuerdos de mi primera infancia, aunque no estoy muy segura de que me dieran potitos, con lo partidaria que es mi madre de la comida casera.

Tengo que reponer las toallitas para bebé, menos mal que me he dado cuenta. Hay que colocarlas así, en forma de pirámide, las capas de abajo algo inclinadas hacia atrás y la de arriba en paralelo con la estantería. Sí, a Tomás le he conocido sobre todo aquí, pero como el trato es tan profesional apenas sé nada de su vida. Bueno, su mujer viene a buscarle todos los días sobre las ocho de la tarde, justo cuando él deja preparadas todas las instrucciones para la guardia nocturna de cada noche. La farmacia siempre está abierta, no es que venga mucha gente, ahora hay muchas otras también abiertas a todas horas, pero estamos aquí de todas formas. Menos mal que somos cinco para repartir.

Su mujer me saluda todos los días y como también conoce a mi familia me suele contar algo, que si vamos al teatro, que si a cenar con unos amigos, que si Tomás está enfadado con el niño por las notas de la universidad. Una vez me dijo que ya quisiera ella que su hijo tuviera una novia como yo, una chica responsable, formal y bien vestida, un primor en comparación con las individuas, así las llama, con las que sale su retoño. Me contó que un día entró en su cuarto y una de ellas estaba sentada a horcajadas encima de él, desnuda, menos mal que el niño todavía estaba vestido. Ave María Purísima. Si se entera de que una vez fui yo la que me lo cabalgué, le da algo.

No fue intencionado, coincidimos en una fiesta de la universidad, él también estudia farmacia pero está atascado entre los primeros cursos. En aquel momento no sabía que era el hijo de mi jefe, ni él tampoco era consciente de gran cosa porque llevaba un pedo que empezaba a ser considerable. El caso es que tampoco supo ubicarme, aunque decía que mi cara le sonaba, supongo que era una forma de romper el hielo inicial. Nos reímos mucho porque al principio estaba muy gracioso, luego se fue poniendo trascendental, incomprendido y atormentado y al final parecía un poco desamparado, así que cuando quise darme cuenta estaba desnuda sobre él practicando la doma del potro rebelde. Sí señora, él estaba vestido, se bajó un poquito los pantalones y punto. Ese detalle me molestó, enterarme de que lo hace así siempre, o al menos que hay indicios de ello, yo lo había considerado como una pequeña improvisación por la impulsividad y las prisas propias del momento, pero va a ser que lo hace así siempre, seguro. El chaval ni se molesta en quitarse los pantalones, se lo trabaja un poco para quitarte la ropa y, venga, monta aquí arriba nena, para qué me voy a desvestir yo si lo necesario ya está a la vista. Igual es que la tiene pequeña, o retorcida, o con un lunar en la punta, o algo raro y por eso no se desnuda. La verdad es que no se la vi y apenas sentí nada, pensaba que por el puntillo alcohólico pero igual es que la tiene pequeña. Se lo preguntaré a su madre, je, je, ella se la vio de pequeño y esas cosas una madre las sabe, pobrecito que la cosita no le va a crecer más.

Falta algo más. A ver. Sí, allí tendría que estar el champú anticaspa pero se ha acabado, será por todos los casposos que hay en este barrio.  Menos mal que el tío ni se acuerda. Nos hemos cruzado algunas veces en los pasillos y no me ha reconocido, se nota que no le hace falta disimular, simplemente no se acuerda. Un par de veces ha pasado por aquí a dejar algo para su padre, saluda sin apenas mirar a nadie, deja lo que sea y se marcha. No creo que pueda reconocer a ninguno de los que trabajamos aquí porque apenas nos ha mirado a la cara dos segundos. Un indicio más que sirve para afianzar mi teoría, la tiene pequeña y tiene miedo de que los farmacéuticos nos demos cuenta tan solo mirarle a la cara.

El primer día que vino me pilló en la rebotica y le vi desde el otro lado de la puerta. Le pregunté a Alberto y me dijo, ese es el hijo de Tomás, algún día será tu jefe porque también estudia farmacia, pero no te preocupes que al paso que va igual ya te has jubilado para cuando termine la carrera. Me dio por arriesgarme y salí a la tienda, me miró un segundo, pero una vez más no hubo ninguna señal de reconocimiento, ni siquiera como la chica con la que se cruzaba a veces en los pasillos de la uni y mucho menos como la que le doblegó en menos de tres minutos y dos segundos. Mucho desamparo, mucho estar atormentado y luego ¿qué? Ni tormenta, ni rayos, ni truenos. Sólo aaaah, muy bajito. Que ni para correrse tiene gracia el hombre. ¿Habrá también alguna relación entre tenerla pequeña y correrse como un grillo? Lo tengo que pensar, por si vale para mi teoría del miembro malformado.

El champú anticaspa, no lo encuentro. Ah, sí, está en las cajas de cartón, ha llegado hoy en el pedido del distribuidor. Hay seis botes, creo que con tres bastará. Joder, ¿qué ha sido eso? Ha sonado igual que la puerta corredera de la calle cuando se abre. No puede ser, lo acabo de comprobar, lo he comprobado cuatro veces y estaba bloqueada. Juraría que ha habido una corriente de aire. No me atrevo a salir. Igual ha sido una ilusión, porque en el fondo estoy acojonada todo el rato, pero ha sonado muy real. No puede ser, la puerta está bloqueada. Nadie puede entrar. Pero si ha entrado alguien no puedo quedarme aquí, no hay salida, tengo más posibilidades de escapar en la tienda.

Salgo corriendo. No veo a nadie. La puerta está cerrada, bloqueada. Giro sobre mis pies. No hay nadie. La farmacia está templadita, igual que siempre, huele igual que siempre. Eso me tranquiliza. Nada ha cambiado, ha sido algo que mi cerebro ha interpretado mal, igual el ruido del cartón al abrir la caja. Seguro. Habrá resonado en la tienda y me ha llegado reflejado y mi cerebro acojonado lo ha transformado en el ruido de la puerta. Puf. Tengo que superar el miedo, cada vez es peor. Este pequeño episodio de terror no se puede repetir, tengo que controlarme e impedir que mi subconsciente me arrastre tan lejos. He salido corriendo de la rebotica. Joder, menos mal que nadie me ha visto desde la calle. Tengo los tres botes de champú entre las manos temblorosas, los colocó en su sitio, como mandan los cánones. Me voy a comer otro potito. No que engordan mucho. Igual es eso, que soy una foca mental y mi cerebro se inventa situaciones de miedo para que luego me consuele comiendo lo que le gusta.  Seguro. Potitorexia insaciable en fase uno, si no se pone en tratamiento inmediato Nutribén montará una fábrica cerca de usted, señorita.

Mejor me tranquilizo. A ver. Estaba con que el hijo del jefe la tiene pequeña o retorcida, como la cola de un cerdo. O igual es que es de ese color, rosita. Sí, estaba elaborando la teoría. Sí, y la mujer del jefe, que viene por aquí y me lo suelta todo. Hasta me contó que Tomás se envalentona mucho cuando abren un buen vino y que cuando se pone impetuoso no hay quien le pare. Menudo par, prefiero no imaginar. Voy a por más cepillos de dientes, faltan dos para que el expositor esté perfecto.

Entro en la rebotica y del susto salto hacia atrás y me golpeo contra el armario metálico que cubre toda la pared. La sorpresa y el miedo no me dejan respirar, ni siquiera puedo moverme, estoy pegada al armario y no soy capaz ni de articular una palabra. No puede ser, hay un señor sentado en mi silla. Un viejecito vestido con un traje marrón que me mira con ojos amables y me sonríe con tranquilidad. No sé cómo ha entrado aquí y es muy raro, con los bordes del cuerpo como difusos y emitiendo una muy leve luz ce color azul oscuro.

-No te asustes, mujer. Si yo nunca he cometido crimen, ni falta, ni delito. Sólo soy un anciano en necesidad de tratamiento. Te he visto desde la calle, tan hacendosa, responsable y formal que me ha parecido que eres la clase de persona que podría ayudarme. Nunca me he fiado de los médicos, salvo por la pinta, entonces sí. Si les veo que son gente de bien, entonces me fio. Pero si son de esos raros que hay ahora, que si el pendiente, que si la coletita, que si mira mis calzoncillos de Calvin Klein, entonces ni me acerco, que para chamanes ya tengo al de mi pueblo.

 -Aaaah –digo igual que un grillo practicando el orgasmo ante el espejo.

-El caso es que me has parecido de confianza y he venido a pedirte que me prescribas un tratamiento para mi problema.
Por fin consigo separarme un poco del armario y reúno las fuerzas suficientes para decir algo sin ponerme a gritar como una loca.

-Pe..pero ¿cómo ha entrado aquí?¿Quién es usted? –digo con voz descontrolada- Váyase ahora mismo o llamo a la policía.

-Niña, que no te asustes. Que soy gente de bien. Ya sé que es un poco raro verme aquí de repente, sin llamar al timbre y todo eso. Pero es que si te hubiera contado desde fuera no me hubieras hecho ni caso. ¡Pensarías que soy un loco!

-La puerta está cerrada. Bloqueada. ¿Cómo ha entrado? ¿Qué quiere de mí? Yo no soy médico, soy estudiante de farmacia, no puedo prescribir un tratamiento.

-Vayamos por partes. Siéntate, dulce criatura y no te asustes más, que si viniera a hacerte daño ya habría empezado ¿no te parece? –dice dando palmaditas en la silla de al lado.

-Está bien. Le escucho un momento y luego se va. Enseguida. –digo sentándome lo más lejos posible.
Carraspea y sonríe sin decir nada durante unos segundos, mientras trata de ordenar su historia, y yo aprovecho para mirarle mejor. Está como difuso, no parece enfermo, ni nada pero es como si fuera poco consistente. Creo que si le tocara hundiría los dedos en su cuerpo, pero no le pienso tocar ni de coña.

-Verás. Me llamo Jacinto. Soy… un espir… No. Una persona en transición. Estoy parado en la estación que hay después de la vida y antes de la otra vida. No sé si me explico –dice comprobando la incomprensión que refleja mi cara-. Bueno, te lo contaré de otra forma. Yo estaba, estoy, casado con una mujer maravillosa, a la que siempre quise y adoré y con la que me sentía como parte de la pareja más perfecta que puedas imaginar. La he querido siempre con locura y he dedicado mi vida a demostrarle mi amor. Estuvimos juntos muchos años hasta que un día la muerte me llevo de improviso y nos separó.

-Me está diciendo que está muerto. Que es un muerto viviente, como un zombie.

-No, niña. Déjate de monsergas de zombies que eso es cosa de las películas y escucha. Te mueres. Pasas al otro lado ¿Vale? Pues allí me encontré en una especie de estación y me dijeron que tomara el tren que más me apeteciera y así empezaría otra cosa muy diferente –explica el anciano mientras se rasca la calva-. También me dijeron que podía quedarme allí el tiempo que quisiera, hasta que estuviera preparado, así que decidí esperar a mi esposa en la estación, para que cuando llegara fuera yo mismo el que le explicara todas esas cosas y sobre todo porque así podríamos partir juntos, en el mismo tren.

-Le diría que es muy romántico sino fuera por lo acojonada que estoy –le interrumpí.

-Sí. El caso es que desde la ventana de la estación todavía se podían ver los retazos de mi vida pasada y me quedé allí mirando a mi esposa, Marisa se llama, esperando a que llegara su hora para que nos volviéramos a encontrar –me miró un momento para comprobar que seguía su historia-. Al principio estaba muy triste y desconsolada y parecía que si se hundía un poco más sería cuestión de muy poco tiempo el que estuviésemos juntos de nuevo. Pero con la ayuda de la familia se fue recuperando y comenzó a levantar cabeza. No me mires así, ya sé que desde tu punto de vista está mal desear que se muera pero ya llegará el momento en que tú también verás las cosas de otra manera.

-Vale, no lo pongo en duda. Siga con la historia –digo intentando no cabrear al anciano.

-El caso es que en unos meses Marisa había recuperado su carácter abierto y alegre y aunque era evidente que me echaba de menos comenzó a recuperar algunas de las cosas que más le gustaban, ir al teatro, las tertulias en el café y las amistades que teníamos por aquí, por el barrio. Me di cuenta de que la espera sería más larga de lo que en principio había estimado y me acomodé en la estación, dedicando los días a observar la vida de Marisa, deseando en mis adentros que enfermara, que le diera algún achuchón repentino como a mí o que le callera un árbol encima o qué se yo, estaba muy impaciente por reunirme de nuevo con mi mujer. Pero ella seguía como una flor y un día conoció a un señor del barrio en el café y comenzaron a hablar mucho, a llevarse bien, demasiado, ya me entiendes. El es más joven, un farruquito de 75 años, un presumido pomposo que está encandilando a Marisa y llevándonos a todos al desastre. Porque, imagínate, se enamoran y uno de ellos muere y le pasa como a mí que quiere esperar al otro y entonces ¿qué? ¿nos vamos los tres en el mismo tren?. Venga ya, yo no soy de compartir en estas cosas.

-Comprendo. La verdad es que su situación es difícil. Imagino que en sus circunstancias usted no puede hacer mucho por evitar lo que pueda venir.

-De momento me he escapado. Ya lo habían hecho otros antes y no me costó mucho enterarme de la forma, ni hacerlo. En realidad es fácil, no hay mucha vigilancia porque casi nadie quiere volver, todos optan por coger un tren hacia algún lugar que les resulte atractivo. Bien, una vez aquí el problema es que soy, soy… digamos, lo que tu llamarías un espíritu, aunque es una denominación desafortunada, pero da igual. Desde que he vuelto me paso los días intentando reunir fuerzas para tener presencia física, igual que antes, la misma de antes, aunque sea sólo por unos minutos, los suficientes para hablarle a Marisa y decirle que la estoy esperando. Pero lo mejor que he conseguido es esto, esta apariencia etérea e irreal con la que poco voy a conseguir salvo asustarla.

-Ya, me hago cargo de que es un tema delicado. Aunque tampoco creo a su mujer que le parezca muy normal que reaparezca usted como si nada meses después de ser enterrado.

-Sí, ya lo he pensado pero me gusta más esa posibilidad que esta. Así, como estoy ahora, sólo alteraría sus recuerdos sobre mí y quizá sería peor el remedio que la enfermedad. Por eso creo que debo presentarme igual que siempre, para que ella vuelva a sentir lo mismo de antes y viva sus días restantes con tranquilidad, sin hacer locuras, sabiendo que la espero en la estación –dice el hombre con un leve temblor en la voz- Y debo darme prisa porque los de allí ya me estarán buscando y lo normal es que tarden poco en encontrarme.

-Entiendo. ¿Y en que cree que puedo ayudarle yo? Ni soy médico, ni usted es lo que podría considerarse un paciente.

-Bueno, pero entiendes de estas cosas, trabajas en una farmacia y sabes para que valen todos estos frascos y ungüentos. Sólo se trata de que me des algo que me consolide un poco, físicamente me refiero. Algo que me proporcione un poco más de empaque, mejor presencia, y que haga que desaparezca este halo de luz rara que me rodea, que me acojona hasta a mí.

-De verdad que no creo que pueda darle nada –digo intentando hacerle comprender la realidad- No creo que exista un medicamento que sirva para lo que usted quiere.

-Mujer, algo habrá.

-No sé. Puedo darle un complejo vitamínico, daño no le va a hacer, claro.

-¿Y tú crees que eso?... Mecagoenlaleche, que ya están aquí. Sí, que me han cogido pronto y ahora me tendrán bien echado el ojo y ya no podré volver. ¡Menuda vida me espera compartiendo a Marisa con otro maromo!

Desaparece de mi vista sin más. Y me queda como tonta, mirando la pared que hay detrás de la silla, sin poder reaccionar. Hasta que el timbre de la puerta que suena y suena, me saca de mi estado de parálisis y sin pensarlo me levanto y salgo a la farmacia. Es Tomás el que está aporreando el timbre. Desbloqueo la puerta.

-¿Qué?¿Te has quedao dormida? Si es que… pero para colocar bien los envases de hilo dental no has tenido tiempo ¿no? Coño, así no vamos a ningún lado, que esto lo venden también en el supermercado y es cuestión de presencia que lo compren aquí.

Estoy aún tan impresionada por los acontecimientos de mi noche de guardia que no soy capaz de seguir el hilo, aunque imagino que está haciendo un recuento de mis fallos anteriores, empezando por los del día que entré a trabajar en la farmacia. Me quito la bata, cojo el bolso y me marcho. No puedo ir a casa, tengo un nudo en la garganta y me siento mal, pero no es por haber entrado en contacto con un espir… No. Una persona en transición. Qué gracioso el viejo. Es curioso que no le tenga miedo, con lo flojita que soy para eso, pero no, no le tengo miedo. Lo que me pasa es otra cosa, lo que me ha dejado impresionada es que el hombre ha renunciado a seguir su camino, ha esperado en ese sitio, se ha escapado, ha vuelto hasta aquí, todo para conservar a su pareja y total, al final para nada.  No ha podido hablar con ella y decirle que la está esperando. Ella nunca sabrá lo que él ha hecho por ella. Y ahora la verá comenzar una historia de amor con otro, se dará cuenta de que la ha perdido y se le romperá el corazón, creo que escucharé el crujido desde aquí. Qué injusto.

-Hola –saludo a Sonia, la cajera del supermercado- ¿Qué tal? Yo saliendo de guardia, estoy rota. Cada vez lo llevo peor. Oye, quería preguntarte una cosa. Tú conoces a una señora que se llama Marisa, una viuda que vive por aquí. Su marido se murió de repente, era un señor mayor que se llamaba Jacinto, yo creo que iba con trajes de esos antiguos, con el jersey debajo de la chaqueta, ya sabes.

-¿Una viuda que se llama Marisa? Ni idea, no me suena de nada. Pregúntale a Simón, el del quiosco, igual él sabe algo.

-Perdone, señorita –me habla una anciana que está pagando- ¿Podría decirme para qué busca usted a Marisa? Yo podría ayudarla si los fines son nobles, aunque ya sé que es usted buena gente, que la conozco de la farmacia.

-Ah, qué bien –dije aliviada- Pues es para entregarle un mensaje, de un viejo amigo que está… impedido y no puede dárselo personalmente.  

-Es un asco esto de hacerse mayor, todos andamos igual, achacosos y medio impedidos. Mira, ella pasea todas las mañanas por el parquecito y se sienta en el banco a leer un libro o una revista, justo enfrente de los columpios. Seguro que ahora la encontrarás allí.

Camino hasta el parque, con el viento de la mañana enfrentando mi rostro y arrancándome lágrimas de los ojos que hacen borrosas las hojas marrones que por todas partes caen de los árboles. Mis zapatos resbalan en la tierra húmeda, cuajada de huellas de zapatos de talla pequeña. Allí está, un señora mayor leyendo el Hola con cara  de concentración. Me siento a su lado. Carraspea y me mira.

-¿Hola? –me dice incómoda, preguntándose porque me he sentado a su lado.

-Hola, Marisa –digo mirando al frente, a los columpios, a las huellas de los niños- Vengo a contarte una cosa. Es muy importante. Y a traerte un regalo.

-¿Y por qué lloras? ¿Te ha pasado algo malo?¿No te encuentras bien?

-No tengas miedo. Jacinto te está esperando.

La sangre que brota del tajo en su garganta tiñe muy rápido el cuello de su abrigo marrón, pero por lo demás parece muy tranquila, en la misma posición que antes. Ni siquiera ha soltado un ruidito, nada. Limpio el filo de la navaja automática en su abrigo y la vuelvo a guardar en el bolso, bien plegada. Siempre me ha dado seguridad, porque soy muy miedosa y aunque en un aprieto no sabría cómo usarla su presencia me tranquiliza.

Camino despacio hasta la parada del autobús pensando en Jacinto y en Marisa. Ya estarán juntos, se habrán abrazado, besado, acariciado y besado otra vez. Ella no tendrá miedo porque Jacinto ya le habrá explicado cómo funciona todo. Quizá ya han elegido un tren y están partiendo de la estación hacia una nueva vida compartida.


-Marisa, perdóname. –digo mirando al cielo- Aunque supongo que a estas alturas ya verás las cosas de otra manera.

Vivaldi - Concerti Per Violino III "Il ballo"