domingo, 29 de diciembre de 2013

El refresco que rasgó la realidad. Capítulo 9.

Había vuelto al lugar en el que había aparecido al llegar al planeta, pensando que allí encontraría sin dificultad la forma de volver a la nave espacial con mi amiga Samantha. Sin embargo, en la pradera en la que aterricé no había nada especial, no se veía ningún haz de luz azul que me pudiera transportar, ni tampoco ningún rastro de la nave o cualquier otro medio de transporte. Empecé a pensar que el viejo me había engañado y que se iba a librar de mí con alguna venganza kármica que me iba a arrebatar la vida en cualquier momento y que prefería hacerlo fuera de su vista, en cualquier sitio en el que no tuviera que ver las consecuencias de sus decisiones, pensé que un rayo caería sobre mi cabeza de un momento a otro. Y así fue.

Se oyó un trueno y un extraño haz de luz naranja empezó a serpentear en el cielo, haciendo quiebros muy rápido a derecha e izquierda pero siempre en descenso, hasta que de pronto bajó en línea recta y golpeó mi cabeza. Fue como si me enchufarán a un transformador de 12.000 voltios, quedé cegado, sordo y sin ninguna capacidad para moverme o articular un quejido. Tras unos segundos en este estado de colapso noté un golpe en la espalda y me quedé muy quieto, suponiendo que estaba muerto y reconvertido en gusano, amapola o china de río. Pero no, al abrir los ojos comprobé que estaba entero, igual que siempre, con un cierto tufillo a tocino quemado en el pelo, pero en general bien.

Eché un vistazo alrededor y observé la estancia en que me encontraba. Era un gran salón de estilo medieval aunque con algunos toques orientales, paredes de piedra, alfombras persas, velas por todas partes, ese tipo de ambiente. Dado que la iluminación consistía sólo en velas dispersas sin orden ni concierto la penumbra dominaba la escena y no se distinguían muchos detalles.

Me puse en pie y acto seguido me tiré al suelo en plancha, tras escuchar la voz de una mujer que me llamaba por mi nombre. Desde allí miré a un lado y al otro pero no conseguí ver a nadie.

-No te asustes, hombre –volvió a hablar la voz- Levanta del suelo y acércate hasta aquí.

Me armé de valor y me puse en pie. Entonces algunas velas más se encendieron y puede ver a una mujer que reposaba sobre un extenso conjunto de cojines que formaban una especie de cama de aspecto muy acogedor. Debía tener unos cincuenta años y era morena, de complexión delgada, llevaba pintado un lunar negro en mitad de la frente. Sus ojos eran muy intensos y reflejaban la luz de las velas. Me hizo una señal con el dedo índice y me dirigí hacia ella mientras la observaba intentando calibrar con quién me iba a encontrar. Vestía lo que parecía un traje de baile bastante escaso, con aire húngaro, gitano, algo casi oriental. Era guapa y sus líneas deberían parecerme atractivas, sin embargo emanaba de ella un algo peligroso, me producía un poco de inquietud, casi miedo, y estas emociones estaban muy por delante de su atractivo físico.

Me detuve a un par de metros mientras ella me indicaba que me sentara cerca, pero yo estaba paralizado pues percibía un poder ancestral y caprichoso. Miré sus manos, dedos alargados repletos de anillos de oro, también pulseras en las muñecas, collares y todo tipo de adornos.

-Siéntate de una puta vez porque como cambie de opinión te quedas toda la noche de pie –soltó de repente.

-Uh. Vale. ¿Dónde estoy? –pregunté mientras me acomodaba cerca en un pequeño montículo de cojines.

-Estás en el Tercer Planeta. El viejo te dejó pasar y aquí estás ahora, frente a mí –dijo sonriendo con la expresión de su boca pero escrutándome con unos ojos fríos- ¿Qué me pedirías si te diera la oportunidad de conseguir tu mayor anhelo?

-Anhelo. La verdad es que no lo sé. Depende de qué es lo que me puedas dar –dije dudando- Es que no sé dónde estoy ¿sabes? Ni quién eres.

-Pero imagina que puedes pedirme lo que quieras de lo que más quieras. ¿Qué me pedirías? –dijo con tal seguridad que me puso alerta, de verdad parecía que era capaz de conseguir lo que pretendiera.

-Vale, ¿quién eres?

-Joder, sí que eres tan pesado y joderollos como dicen. Ya había oído que tienes la manía de alargarlo todo, de hacer las cosas difíciles, con lo sencillo que es decir algo como “Una mansión en Miami. Un Euromillón de los gordos” –respondió con aire cansino y enojado-. Pero bueno, si te empeñas lo haremos en plan coñazo, con presentaciones y todo: Encantada de conocerte. Soy la Fortuna. Sí soy la que maneja la suerte, el azar.

-Ah. Qué bien. –respondí- Pues te debes llevar fatal con el Karma, porque digo yo que los límites de vuestras competencias no están del todo definidos. No es por tocar las pelotas, lo digo porque así a simple vista parece que para la percepción humana no es fácil distinguir donde empieza una cosa y termina la otra.

-¿Me preguntas por mis relaciones con el viejo? Ese es un antiguo. –dijo ella con un deje de desprecio- Le propuse unir nuestras fuerzas para hacer todo este sistema un poquito más coherente y para divertirnos a ratos, claro, porque juntos podíamos crear algunas situaciones de lo más cómico, que yo también tengo cierto sentido del humor no creas. Pero, vamos, el viejo puso como condición que nos casáramos por gananciales y yo por ahí no paso. La suerte no la comparto con nadie.

-La verdad es que es un tipo cabezón. Aunque no ha podido convencerme con su sistema de justicia. Creo que las dudas que le he planteado han removido algo en su interior y a lo mejor recapacita y reflexiona sobre la claridad del mensaje inherente.

-¿De verdad te has creído que va a cuestionar sus ideas sólo por hablar contigo?

-Bueno, yo creo que hablar con alguien ajeno a su influencia, que le explica las contradicciones evidentes con claridad, pues…

-Ajeno a su influencia, ja,ja,ja -dijo ella con calma y mirándome con fingida pena- Pero que inocente eres. ¿No te das cuenta? Ajeno a su influencia ¿tú? Precisamente tú que eres el instrumento del Karma. Mira vamos a terminar con esto rapidito. Dime lo del deseo y así me voy haciendo a la idea y resolvemos pero ya.

-Anda. ¿Soy el instrumento del karma?

-Es evidente ¿no?

Pensé un rato intentando que no percibiera lo contrariado que me sentía y a la vez tratando de procesar mi estancia en el planeta Karma desde aquel nuevo punto de vista.

-Pero eso nos da lo mismo ahora. Te estaba diciendo que soy la Fortuna y que manejo el azar, que lo arrojo a mi antojo por todo el Universo. Rijo sobre los humanos, los animales, hasta los árboles y las piedras dependen de mi capricho.

-Y ¿cómo es eso? –pregunté- Quiero decir, ¿cómo decides la distribución de la buena y mala fortuna, a quién le toca lo bueno y a quién lo malo?

-A capricho. Agrupo, divido, distribuyo según la posición de los planetas o según me apetece. Si no se me ocurre nada utilizo las aceitunas –dijo señalando un cuenco que estaba a un par de metros de distancia, rodeado por infinidad de huesos de aceituna- Me como una y tiro el hueso, si entra en el cuenco entonces la suerte es buena, el coche no patina sobre el hielo, la enfermedad se cura contra pronóstico, el obrero se pone el casco al entrar en el edificio en construcción. Pero si el hueso queda fuera…

-Entiendo –dije.

-No creo –musitó.

-Sí, en realidad no es tan difícil. El Karma podría ser algo interesante si estuviera bien planteado, pero no lo está y luego existes tú que no haces ningún análisis y eso complica aún más la existencia y la percepción de los humanos. La combinación es terrible. Ahora parece bastante lógico que haya tanta gente que se sienta desamparada y amargada. Es normal, se dan cuenta de que no tienen ninguna posibilidad de regir su destino por mi buenos, comprensivos, trabajadores, o humanitarios que sean. Da igual. Cualquier logro es tan solo una casualidad.

-¿Casualidad? Eso no existe, muchacho. ¿O es que no me ves?

Nos miramos durante un rato en silencio. Ella cogió un aceituna, la mordisqueó y apretando el hueso entre dos dedos lo lanzó hacia el cuenco. Rebotó en el borde y cayó al suelo.

-Falló la espita de la bombona de butano. Qué mala suerte.

-Que respondas con sinceridad absoluta a una pregunta –espeté de pronto.

-¿Cómo?

-Ese es mi deseo. Me has dicho que puedo pedir lo que quiera.

-Ah, eso. Bueno, de acuerdo. Una pregunta. Pues pregunta.

-¿No sientes remordimientos de conciencia cuando haces esto?

-Vaya estupidez. La suerte no se merece, compañero. La suerte te ama o te odia.

Cogió otra aceituna y se la comió con deliberada lentitud, mirándome con firmeza, entonces escupió el hueso hacia mí y me golpeó en la frente. Un estallido blanco me cegó y empecé a dar vueltas de campana hacia atrás, una, dos, tres, mil, hasta que quedé desorientado, desubicado en el tiempo y en el espacio, perdido en el Universo.

Me despertó una mano cálida que acariciaba mi cara con suavidad. Abrí los ojos con lentitud y observé mi cuerpo tendido en el suelo, parecía estar de una pieza, y aquella mano era de una mujer que estaba arrodillada a mi lado. Era rubia, con el pelo largo y los ojos azules, me recordaba mucho a la elfa con personalidad que le regaló el frasco con luz a Frodo, la lánguida guapita no, la otra. Galadriel. Sí, era muy parecida a Galadriel y  me inspiraba una gran confianza y seguridad. Me enamoré en un nanosegundo.

-¿Dónde estoy? –pregunté.

-En mi planeta. Ella te lanzó hacia aquí. –dijo con cierta crispación en los labios- Sí, estás en otro planeta, has viajado por el espacio muy rápido y has caído aquí. Menos mal que pude llegar a tiempo para evitar que te estrellaras contra el suelo.

-Pues qué casualidad, ha sido una suerte. Y una actuación providencial la tuya.

-Casualidad. Suerte. Providencia. Vaya, todo en la misma frase. Sí, sí, ese es mi nombre, Providencia. –dijo ella con una calma y una dulzura que me hicieron sentirme cada vez mejor.

-Oye ¿qué hago aquí? ¿Tú entiendes todo esto?

-Sí. Estás pasando las siete pruebas. El Senado, el Karma, la Fortuna y ahora la Providencia.

-Y ¿me puedo quedar aquí, contigo y pasar de las otras tres? Es que me siento muy bien y eres más guapa. No sé, noto que este es mi sitio y después de todo esto en lo que estoy metido sin comerlo ni beberlo, pues…

-Beberlo sí, amigo. Te bebiste la Fanta.

-Pero yo no sabía.

-Tú no. Yo sí.

-¿Qué quieres decir? ¿Tú me trajiste?

-Todo esto que has ido viendo, la humanidad, el Senado que hace las leyes, la lógica ininteligible del Karma, la locura de la Fortuna… Todo esto, necesita unos límites, una compensación. Eso es lo que hago. Limitar, compensar, evitar. Cuando uno de ellos se excede, yo intento arreglarlo.

-¿Quieres decir que me usaste para evitar algo?

-Tenemos un juego muy complicado ¿sabes? Sobre todo para mí, porque los otros son como niños que entran en una tienda de porcelana y van tirando platos y yo voy detrás, cogiéndolos en el aire, evitando que se rompan. A veces salvo uno, otro, pero la mayoría caen al suelo y se rompen. Así que debo centrarme en los más valiosos. De lo contrario a estas alturas ya no habría mundos.

-¿Y por qué soy yo valioso?

-No, tú no eres valioso –dijo con naturalidad-. Uy, perdona. Seguro que de alguna forma que ahora no se me ocurre eres valioso, lo que quiero decir es que no se trataba de ti, sino de la situación. Los otros se despistaron. Intervine en el momento oportuno, paseabas por la playa con la Fanta en la mano, un rayo de sol, una brizna de brisa cálida, un poquito de sed, calculé bien y dejaste la lata en su sitio.

-Ah. O sea, que no sólo soy un instrumento del Karma sino también de la Providencia.

-Exacto. Lo has definido muy bien –dijo ella con una sonrisa.

-Y ¿qué intentabas limitar, compensar o evitar? ¿Por qué me usaste para eso?

-En este caso trataba de reunir lo que las leyes del hombre separaron de forma antinatural. Quería devolver la integridad a la humanidad. Porque es lo justo. Bueno y aparte eso me facilitará un poco las cosas en el futuro ¿sabes? Por no tener que preocuparme por dos grupitos de gente que van por separado, todos en la misma cesta será más fácil.

-No entiendo cómo consigo seguir adelante –al sentirme tan bien con aquella mujer, expresé mis temores en voz alta-. He pasado varias pruebas y no sé cómo. Ni sé de qué forma puedo pasar esta.

-En realidad eso es irrelevante. A nadie le importa, bueno, quizá un poco a los humanos del Senado, pero lo que tenía que pasar ya está pasando y lo que te ocurra es una mera anécdota sin relevancia en el resultado final.

-Pero soy el elegido… y parece que no sabes que se trata de una figura muy importante en la idiosincrasia de la humanidad.

-Más bien se trata de una figura difusa, de un concepto que no se debe personalizar, porque sólo con eso ya se desvirtuaría. Por eso seguirá siendo una figura difusa, pero en el pasado en lugar de en el futuro.

-Entonces… si eso es lo que va a pasar, significa que no tengo ninguna posibilidad.

-Y en realidad ¿cuándo la has tenido? Ahora es igual que siempre, sigues el camino que te ha tocado y punto. Cuanto menos preguntas se hagan mejor. Y si te toca algún zarpazo negro de la Fortuna, reza para que yo esté por allí.

-Joder, no entiendo nada. Es decir, que sigo mi camino. No me preocupo por nada. Hago lo mío y paso de las posibilidades. ¿Es eso?

-Exacto. Carpe diem.

-Oye, una duda que me surge de repente –dije- Antes comentaba con la Fortuna lo difusas que son algunas de sus fronteras con las del Karma y creo que en tu caso pasa igual. ¿Cómo se puede distinguir entre la buena suerte y la intervención de la Providencia?

-Y ¿de qué sirve establecer diferencias entre dos cosas que terminan siendo lo mismo?


-Carpe diem –dije 



¡Feliz 2014! 


sábado, 14 de diciembre de 2013

El refresco que rasgó la realidad. Capítulo 8.

A primera hora del siguiente día estábamos en el aeropuerto interestelar que respondía a un concepto  bastante sencillo, lo que viene siendo una plataforma metálica muy grande sobre la que despegaban y aterrizaban en vertical una cantidad sorprendente de naves espaciales de todos los tamaños. Los pasajeros esperábamos en un gran vestíbulo con paredes de cristal abovedadas y cuando llegaba nuestro turno sonaba un aviso en el dispositivo personal, en nuestro caso en el de Samantha porque el mío lo tuve que devolver al salir del hotel, nos acercábamos a la puerta y aparecía un disco volador que nos dejaba en la nave correspondiente. Aunque me sentí un poco como un paquete de arroz, al final tuve que reconocer que aquello era mucho más fácil y práctico que el sistema terrícola para coger un avión.

Esta vez nuestra nave espacial no era un modelo conejo sino una especie de supositorio gigante con la punta redondeada, que nos esperaba en posición horizontal. Era de color azul claro, salvo la punta que era algo más oscura. Al entrar pude observar que era una nave amplia y lujosa, forrada en cuero, con unos cuantos sofás y mesitas, todo de color azul oscuro.

La piloto era una mujer rubia de mediana edad, de aspecto atlético pero con curvas contundentes en las zonas más estratégicas. Sin embargo, toda aquella sensualidad que en otro caso me hubiera inducido a valorarla muy positivamente quedaba anulada por su porte paramilitar. Además llevaba puesto el mono oficial y me miraba tirando a mal, así que supuse que no se contaba entre los fans de mi planeta. Nos saludó con fría amabilidad, no parecía que aquel viaje le apeteciera en exceso.

-Acomódense donde les parezca –dijo señalando lo sofás-. No es necesario cinturón de seguridad, ni casco, estas naves son muy seguras.

-¡Qué bien! –exclamé- O sea que no vamos a viajar dando saltos entre los planetas.

-Correcto. Este aparato aprovecha la energía que viaja por el espacio y digamos que fluye de un lugar a otro tomando las corrientes de energía adecuadas. Iremos algo más lentos que en una nave conejo pero será un viaje muy tranquilo.

-Mejor –dije sonriente, aunque luego me recordé que en el viaje anterior había disfrutado bastante siguiendo los movimientos de la anatomía de mi acompañante. Me di cuenta de que la mujer estaba allí parada, mirándome.

-¿Puedo preguntarle una cosa? –me dijo.

-Humm… Bueno, supongo –respondí.

-¿Sentía usted alguna llamada especial? ¿Tenía alguna certeza antes de aventurarse y arrastrarnos a este desastre? –hablaba rápido, sin darme oportunidad de responder, aunque tampoco se me ocurría nada que decir-. Vivíamos muy tranquilos esperando la realización de un concepto irrealizable, teníamos un equilibrio y ahora ¿qué?¿Qué es lo que queda?¿Más impresentables disfrazados de superhéroes como Batman o Hillary Clinton? ¿Enfrascarnos en la conquista del salvaje oeste o del Polo Norte?

-Bueno, oiga señora piloto, yo no tengo la culpa, yo sólo…

-Ya, claro. Yo no tengo la culpa. Qué fácil es decir eso. Pero apareces, llegas, llegas por fin y no pasa nada. Y ahora qué. ¿Qué es lo que somos ahora? –Se calmó un momento. De pronto parecía avergonzada por su actitud desafiante y agresiva- Sí, es verdad. Hago muchas preguntas. Pero es que no sé, y como yo mucha gente. No sabemos. Qué hacer. Podemos, podemos entrar en un colegio con una escopeta y matar a todos. ¿Cómo es eso?¿Cómo lo hacen? Si alguien se cruza en mi camino, le mato y ya ¿no? A todos los que vea. Así se hace ¿verdad?

Samantha permanecía a mi lado, en tensión, preparada  resolver aquella situación imprevista con unos cuantos golpes si las cosas se complicaban un poco más, aunque aquella mujer parecía más cerca del llanto que de la violencia.

-Espero, espero que haga usted algo. Que hagas algo que merezca la pena porque me siento mal, y como yo mucha gente. No sabemos. Qué hacer.

Una lágrima rodó por su mejilla, se dio la vuelta y desapareció en el habitáculo del piloto que estaba separado del resto de la nave por una puerta metálica.  Me quedé un poco deprimido, intentando convencerme de que en realidad yo no había hecho nada y no tenía ninguna responsabilidad en todo aquello.

-Cada uno se lo toma a su manera –dijo Samantha relajándose- Es una situación difícil.

La nave despegó y en menos de un minuto estábamos saliendo al espacio, dejando atrás aquel extraño mundo. Por las ventanas de la nave pude ver el sol naranja, gigante en comparación al planeta, amenazando con comérselo al menor descuido.

-¿Cuánto durará este viaje?

-Poco. Apenas una hora. El tiempo justo para que te explique los pasos que debes seguir. –dijo mirándome con serenidad mientras yo recordaba nuestros encuentros audiovisuales y me lamentaba por no haber quitado de en medio tanta tecnología-. Ya te dije que nadie puede ir sin permiso al planeta Karma. Tú sí por las circunstancias especiales que ya conoces. Bueno. Eso significa que bajarás sólo al planeta. Cuando estemos cerca nos detendremos y se abrirá un pasillo de transporte que te dejará en la superficie en apenas un par de segundos. Yo y esta buena mujer que pilota nos quedaremos en la nave esperando… la resolución de… tu visita. 

-Y una vez en el planeta ¿cómo encontraré al señor Karma?

-No te preocupes por eso ese planeta es realmente pequeño. Os encontraréis sin dificultad.

-¿Tienes una idea de la clase de pruebas que voy a tener que pasar?¿Crees que saldré de esta?

-No lo sé. Nadie conoce al Karma, ni se sabe qué puede tener preparado. –Guardamos silencio unos segundos- Espero que vuelvas, eso sí. Ultimamente me caes mejor.
Intenté besarla llevado por la emoción del momento y por la influencia en mi subconsciente de la gran cantidad de escenas románticas que vi de pequeño en series de televisión como Vacaciones en el mar y Dallas. Me retorció la nariz y luego me palmeó ambas orejas con bastante precisión, causando un efecto vacío que me dejó boqueando durante el resto del viaje.

Cuando la nave se detuvo miré por la ventana y comprobé que el planeta era muy pequeño, casi un pedrusco suspendido en mitad del espacio. Su aspecto era bastante desolador, no era azul y blanco como la Tierra en los reportajes de Discovery Channel, sino marrón oscuro y lleno de cráteres.

-Está bien –dijo Samantha- Ahora me arrepiento de haberte palmeado las orejas. No lo he hecho queriendo, ha sido el clásico mecanismo de autodefensa que se activa por lo imprevisto de la situación. Lo entiendes ¿no?

-Es decir, que si te aviso no me pegarás.

-No. Bueno, no sé.

-Entonces ¿Probamos? –pregunté algo encogido ante la posibilidad de algún otro golpe o una llave de kárate.

-Vale.

La bese con toda la dulzura que pude encontrar y durante aquellos cinco o seis segundos pensé que todo aquello tenía sentido. Toda aquella aventura demencial hubiera estado justificada sólo con que alguien me hubiera sacado una foto para enseñar a los colegas mi momento estelar, el primer morreo con una piba igualita que Scarlett Johansson.

-Cuídate –dijo Samantha mientras me empujaba con suavidad hacia un círculo azul que se había iluminado en el suelo.

Me vi envuelto en un torbellino azul que surgía de la nave y llegaba hasta el pequeño planeta, descendía entre una masa de burbujas a una velocidad vertiginosa, pensé que me mataría al estrellarme contra el suelo. Sin embargo, cuando faltaban sólo unos centenares de metros para el impacto se produjo un estallido de luz blanca y para cuando recuperé la visión estaba cayendo despacio sobre una pradera.

Me extrañó mucho aquello, desde arriba el planeta parecía una roca pelada pero sin embargo estaba cubierto por una vegetación exuberante. A mi espalda tenía unas montañas muy altas, cubiertas de árboles,  a la izquierda podía ver una playa tropical y el mar, y a la derecha una laguna azul rodeada de rocas planas y vegetación baja. Al frente se veía una hilera de árboles y matorrales que parecían seguir el curso de un río y allí me pareció que una figura se movía caminando despacio. Me acerqué y encontré a un señor de unos setenta años que pescaba metido en el agua hasta las pantorrillas. Vestía un pantalón de tergal de color crema y una camisa marrón de cuadros.

-Hola, hijo. Acércate, acércate que no te voy a comer. Salvo que no consiga pescar algunos peces,  jo,jo,jo.

Me senté en la hierba a unos pasos de aquel señor. Me había imaginado al Karma con un aspecto oriental, tipo Buda, con una toga, calvo y con una intensa expresión de inteligencia. Sin embargo, era un sujeto más bien bajito y delgado, poca cosa que diría mi madre, casi calvo si no fuera por algunos mechones repeinados y pegados a la cabeza. Lucía un bigotillo fino que remataba su aspecto de ciudadano mediocre de bien. Pensé que lo mejor sería romper el hielo con alguna conversación trivial.

-No parece tan florido desde arriba –dije- El planeta, me refiero al planeta.

-Es que no lo es. Montaron uno de esos dispositivos de realidad mejorada o como se llame, que me hace la vida más agradable. Los primeros años, sin el dispositivo, fueron muy aburridos.

-¿Lleva mucho tiempo aquí?

-Ya lo creo. Mucho.

-Y desde aquí es juzga las acciones de la humanidad. Y de los de la Tierra, que somos como algo aparte pero sometidos a las mismas leyes cósmica.

-Exacto. Aquí es donde se hace todo. Trabajo, mientras pesco. Aquí, en el río, pero también en el mar, o en la laguna. Mientras persigo mi cena aplico la lógica del karma, jojojo.

-Sobre eso quería hablarle –dije sin poder evitar meterme en terreno  peligroso-. Igual es que yo no lo he entendido muy bien, pero esto del karma es que me parece un poco, no sé cómo decirlo, descompensado.

-Pues precisamente se trata de lo contrario –dijo el karma.

-Ya. Pero, vamos a ver, tengo entendido que hay dos posibilidades. Que las cosas que haces te vengan como un boomerang, o que en la siguiente vida te veas castigado por lo que hiciste en la anterior, porque se supone que tras la muerte volvemos a la vida en alguna forma que es consecuencia de nuestras acciones anteriores y esto puede suponer una evolución o una regresión.

-Exacto. Lo has entendido bien. Si te portas mal la cagas de una forma o de otra. Si te portas bien tendrás la misma recompensa pero multiplicada. Los casos comunes se suelen resolver rápido, pero hay otros que requieren de una solución ulterior, en la siguiente reencarnación.

-Entonces la teoría la entiendo. Lo que no llego a comprender es el desarrollo práctico. Por ejemplo, imaginemos un tío malo, malo, malo, traficante de armas y de drogas, delincuente, asesino y tirano, responsable de la muerte de algunos y de la mala vida de muchos otros. No le pasa nada, disfruta de todo como un rey protegido por su dinero, porque vive en un país en el que todo es una mierda, compra a policías, políticos y demás, y puede hacer lo que le viene en gana –dije captando la atención del karma que dejo la pesca y se sentó frente a mí-. Pongamos que ese tío no sufre ninguna consecuencia, vive muchos años rico y poderoso.

-Vale. Pero cuando muera y le toque volver a la vida en la siguiente reencarnación será un gusano infecto que vive en la boñiga de una vaca.

-Y eso ¿de qué sirve? El no se va a acordar de su vida anterior, por lo que no entenderá el castigo, sólo será un gusano que no puede hacer nada malo, en realidad sólo puede ser un gusano bueno que irá ascendiendo vida tras vida en la escala de la reencarnación hasta volver a ser una persona cabrona que dedica su vida a joder al prójimo.

-Vaya, ya veo que eres muy escéptico respecto a la rehabilitación y a los efectos positivos de la amenaza kármica.

-Es que esa es la otra cara de la moneda, que también es un fracaso. La amenaza kármica no puede existir porque la gente que ha sufrido las hijoputeces de ese tío malo, asesino, traficante y recabrón, no cree que vaya a pagar ninguna consecuencia. Al contrario, lo que ven es que vive muy bien, que tienen que someterse a él y pueden desearle la peor reencarnación del Universo, pero jamás podrán saber que ha acabado como un gusano infecto. Por tanto, lo que perciben es una injusticia terrible.

-Pero la justicia se ha hecho.

-Da igual. Nadie se ha enterado. El equilibrio universal será cojonudo pero lo mismo da, a nadie le sirve ni de lección, ni para sentir un poco de regocijo. 

-No sé, no creo que la gente sea tan poco perceptiva –respondió el karma un poco mosqueado por la crítica.

-¿De verdad? Vale. Pongamos ahora un tío, bueno, bueno, bueno, que decide donar todo lo que gana a la caridad, ayudar en un comedor social en su tiempo libre y proclamar la doctrina del karma a los cuatro vientos los fines de semana en la Plaza Mayor.

-Buena actitud. Se verá recompensado.

-¿En la misma vida?

-No. Este sería un caso especial y requiere comprobar su constancia durante un largo tiempo. Se vería recompensado en otra vida, en la que pasaría a formar parte de la fuerza del Universo, que es la máxima ascensión a la que podemos aspirar como parte del mismo.

-Vale. Entonces para empezar llega el banco y le quita el piso por no pagar la hipoteca. El hombre dice que lo está dando todo a la caridad,  que se está trabajando el karma, pero como eso no cotiza en bolsa el banco le quita el piso. Sus amigos, familiares, exvecinos, compañeros de trabajo, etc… le van a visitar al puente debajo del cual vive ahora, para convencerle de que recapacite y utilice el dinero que gana para pagarse unas comodidades mínimas y que done sólo lo que pueda, sin comprometer su vida. Pero él se niega, dice que lo más inteligente es dedicarse a subir su karma positivo al máximo posible.

-Buena actitud. Persevera y es constante. Llegará a su objetivo. Nivel de karma máximo.

-Entonces su entorno empieza a pensar que está mal de la cabeza, que pertenece a alguna religión exótica que le está sacando el dinero, o algo parecido. Pronto pierde el trabajo debido a todos esos comentarios y a su vestimenta, dudosa higiene, etc… y ya no puede donar nada a la beneficencia. Para comer tiene que pedir limosna. Pero persevera en su actitud a pesar de que su salud se va deteriorando por la vida mísera y a los pocos años muere, sólo y olvidado por todos.

-Y fluye en la corriente que da vida.

-Sí. Fluye por ahí. Pero cuando fluye ya no se acuerda de por qué –comenté.

-Sí, el que llega al máximo nivel recuerda todas sus vidas anteriores.

-Bueno, pero no se lo puede contar a nadie. Y él tendrá unos recuerdos muy bonitos y otros que no lo son tanto, pero no le servirán para aprender nada porque ya está en el máximo nivel. No tiene nada que aprender.

-Coño, que negativo eres –comentó rascándose una ceja.

-Pero aún es peor –proseguí- La gente que ha visto de cerca la historia del hombre bueno sólo ve que ha malgastado su vida y que ha muerto sin más. No saben que está en la corriente que da vida. Lo que aprende esa gente es lo contrario, que mejor será aprovechar el momento porque nunca se sabe. Mira aquel pobre hombre, trabajador sin igual, ciudadano ejemplar y acabó muerto de frío debajo de un puente. Vámonos de copas que igual mañana no podemos.

-Bueno, pero al final se ha hecho justicia –dijo el karma- y hay una gota más que da vida a la corriente que da vida.

-Pero es que ni siquiera eso está bien. Quiero decir, ¿cómo se puede pretender que crezca la corriente que da vida sin explicar que existe? ¿Cómo se puede desear llegar a la corriente que da vida sin saber que existe?

-Entiendo que puedes ver algunos fallos en el sistema. Pero te olvidas de que también está la fe. El que hace el bien porque sabe que eso es bueno y confía en ser recompensado sin exigir más explicaciones.

-¿Pero se puede exigir fe en estas condiciones? ¿No es lógico que muchos piensen que toda esta historia del karma no es más que un invento para que el populacho se porte bien y respete el orden establecido? ¿Qué pasa con los otros que también exigen fe por otras razones y con otras normas? Los que les siguen también tienen fe, pero las normas son diferentes y no hacen nada para mejorar su karma, igual ni siquiera han oído hablar de ello. O sea, que si el objetivo es la justicia cósmica no puede ser cuestión de una fe en particular.

-Joder, ya dicen que los terrícolas sois tocapelotas por naturaleza, pero tú debes de ser un especialista destacado –dijo mirándome con una ceja alzada y cruzándose de brazos.

-Que va, sólo es que tengo muchas dudas y ya que tengo la oportunidad. Digo yo que por preguntar no pasa nada ¿no? Por cierto, que me queda alguna otra duda. Con la otra parte. La que se resuelve rápido.

-Ahí no podrá ver muchos problemas. Está claro que se recoge lo que se entrega. Todos se deberían dar cuenta.

-Ya pero hay una desproporción enorme –respondí-. Por ejemplo, un señor se ríe por lo bajo de su vecino porque su hijo es un desarrapado sin futuro y...

-Crueldad, falta de empatía y desconsideración –me interrumpió el viejo- Los hijos de ese risitas serán músicos, drogadictos, o abogados. Así aprenderá.

-Bueno, pues una mujer que critica a su cuñado porque no es suficiente para su hermana.

-Complejo de superioridad y juicios gratuitos. Descubrirá que su marido es un borracho que se juega el sueldo en las tragaperras y que tiene la tarjeta vip de todos los prostíbulos del estado.

-Vale. Uno que siempre ha tenido una buena trayectoria, ha estudiado, trabajado y se ha esforzado, y un día le da por comentar a un amigo que tiene el futuro asegurado gracias a su esfuerzo y que otros no pueden decir lo mismo porque han sido unos vagos.

-Soberbia y ensalzamiento de lo propio. Perderá el trabajo, se verá obligado a hacer varios cursos de reciclaje profesional para conseguir otro y descubrirá que su mujer se la pega con su mejor amigo. Ah, y ella le dirá que eso le pasa por ser tan aburrido.

-¿Y todas esas consecuencias reales no son desproporcionadas respecto al comentario puntual que las desencadena?

-Para nada. Es la única forma de que aprendan –dijo consciente de que aquello no parecía muy convincente- ¿No creerás que sería mejor cepillarles la boca con sal?

-Hombre. Así al menos se vería la relación. Y no tendríamos tantas desgracias sin sentido, que además no sirven para nada porque a casi nadie se le ocurre relacionar sus penalidades con un simple y viejo comentario. Y la prueba de que eso no funciona es que la gente pasa la mitad del día hablando mal de los demás.

-Así está el Universo. Pero se te olvidan los otros casos, cuando un sujeto hace algo malo y le viene devuelto por el Karma en la misma vida.

-Ya pero si el tío roba una manzana en una frutería y el efecto kármico es que a los 20 años le roban la cartera, como que tampoco hay una relación muy evidente. Y a lo mejor también es un pelín demasiado.
Guardamos silencio durante un rato. El anciano comenzó a preparar una hoguera con la evidente intención de asar los peces que había pescado y cada poco me echaba una mirada retorcida.

-¿Me mira así porque quiere que le ayude?

-No. Te miro así porque no pienso compartir mi comida contigo.

-Entonces ¿me puedo ir?

-Cuanto antes mejor –respondió.

-Una última pregunta –me aventuré a decir bajo una lluvia de rayos fulminantes que me lanzó con la mirada-. 
¿Por qué está aquí, en este planeta, solo y apartado de la humanidad?

-Porque yo fui el que inventó la frasecita aquella. Mejor solo que mal acompañado –hizo una pausa, mirándome y esperando que yo lo entendiera.

-Coño, ya lo pillo.

-Uno que es consecuente. No podrán decir que pido a los demás lo que yo no doy.


Cock Sparrer - Shock Troops

viernes, 29 de noviembre de 2013

El refresco que rasgó la realidad. Capítulo 7.

No hablamos mucho más aquella tarde. Samantha parecía agotada después de aquel relato y estaba ausente, sumida en sus pensamientos o perdida en las brumas del cansancio. Yo tampoco estaba muy charlatán, me sentía asqueado por todo aquello, no entendía que hacía allí, qué querían de mí, no sabía cómo escapar de aquel sueño raro, quería volver a la playa y tomarme otra Fanta caminando hasta mi casa.

Un disco nos llevó al hotel que estaba ubicado en otro de aquellos enormes edificios. Hice el esfuerzo de hablar para intentar convencer a Samantha de que podíamos ahorrar dinero, agua y de todo cogiendo una habitación para los dos, aparte así nos haríamos compañía. Esta vez no me pegó, aunque la censura de su mirada casi fue peor. Aquello me asqueó aún más, menuda tía más sosa, todo el rato dándome golpes y señalando el carácter libidinoso de mis salidas espontáneas y ahora que  teníamos la oportunidad de sincerarnos sobre un colchón va y me mira mal, cómo si no me interesara otra cosa que el sexo. Pues sí, mira tía pedorra, prefiero ver el canal porno del hotel a estar contigo. Hala, hay que joderse, hasta en eso podríamos ahorrar compartiendo habitación.

Una vez en mi cuarto dediqué unos segundos a ubicarme en el entorno. Vale, era un espacio bastante amplio, baño a la entrada, frente a un armario empotrado, moqueta marrón claro en el suelo, paredes de un material parecido a la madera, y el mobiliario dividía la estancia en varias zonas, una con un par de sofás que parecían de cuero marrón, otra con una mesita y un par de sillas de un material rugoso y extraño y por último la zona que ocupaba la cama, situada frente a una cómoda con cajones funcional pero feucha.  Aquello debía ser un NH de tres estrellas intergaláctico. No vi la tele por ningún lado, ni tampoco el minibar. Busqué el teléfono para llamar a recepción y presentar una queja por la excesiva austeridad de mi dormitorio pero luego me di cuenta de que me vendría mejor desahogarme con una queja en toda regla, personal e intransferible.

Bajé enfadado a recepción, íbamos a estar allí un día entero y no tenía nada con que entretenerme dado que Samantha se había decidido por su lado antipático, en lugar de dejarse llevar por la faceta loca que también tenía, lo había notado, y que en esos momentos la debía estar empujando hacia mi cuarto, aunque ella se aferraba con testarudez a su lado rancio, resistiéndose a la aventura y a los placeres más dulces.

-Hola. En mi cuarto no hay tele, ni minibar y la decoración es un poco chusca.

-Hola. ¿No tiene usted su dispositivo personal? –dijo el recepcionista.

-No. Soy un visitante de la Tierra. De hecho, soy el elegido y no me gusta mi habitación.

-¿En serio?

-Total.

-Joder. Es un honor Señor Elegido. No le había reconocido, por la tele parecía más fornido, menos gordo en realidad –dijo aquel hombre de mediana edad vestido de Superman-  Nos tiene usted en ascuas. Quiero decir con eso de que va a cambiar el universo y tal, la verdad es que estoy muy expectante, siempre he querido que llegara este momento y ahora no me imagino, es que no puedo imaginarme qué va a pasar.

-Ya, ya. Bueno, tampoco te podría decir, yo es que voy improvisando. Un poco de aquí otro poco de allá y ¡venga! el Universo boca abajo. En fin, así soy yo, el elegido –dije sonriendo.

-Sí, sí, ya me he dado cuenta. Si la primera sorpresa ya me la llevé cuando salió usted de la nada. Yo pensaba que el elegido estaría más entre el que sacó la espada del Rey Arturo de la piedra y el que tiró el anillo del poder a la lava del Orodruin. Aunque Braveheart también hubiera quedado bien, parecía buen candidato, menuda espada tenía el tío. Y sin embargo, va usted y ¡hala! con un bote de refresco. Y ya me gustaría a mí probar la Fanta esa, lo buena que tiene que estar para que sea eso precisamente lo que bebe el elegido. ¿No?

-Si vas a la playa no lo dudes, es el mejor refresco.

-¿Playa? Aquí no hay playa, vaya, vaya… Ja,ja,ja, -canturreó mientras yo me lamentaba por lo bajo observando lo muy lobotomizado que estaba aquel hombre-. Disculpe es que soy muy fan de su música ¿siglo X-X?, aunque hablando de todo un poco, vaya mierda de sistema musical que tenemos, amiguito. Uy, que me estoy yendo por peteneras, que le decía que yo creo que la playa más cercana está en el planeta Resort y hay una lista de espera de unos siete siglos.

-Coño, pero si nadie vive siete siglos ¿no?

-No, pero estar en esa lista ya es un punto, se paga un pastón. Cosas de ricos, ya sabe. Aunque valga una millonada me apunto y a ver si mientras tanto se inventa la inmortalidad, ja,ja,ja.

-Ya. Oye, disculpa. Que yo venía a quejarme porque en la habitación no hay tele, ni minibar.

-Que si hombre –respondió él- Aquí le voy a dejar este dispositivo personal de emergencia que tenemos para cuando un huésped lo pierde, se le olvida o algo de eso, es propiedad del hotel por lo que sólo podrá acceder a las utilidades del hotel. Pero bueno, que para ver la tele le sirve y para pedir un refresco también. Fanta no tenemos. Por cierto  ¿qué sabe mejor una Fanta o una de esas birras?

-Cada cosa tiene su momento. Luego te lo explico –farfullé alejándome hacia mi habitación y estudiando entusiasmado aquel cacharro.

Me tumbé en la cama y empecé a enredar con aquel aparato. Tenía unos menús bastante intuitivos y enseguida me hice a la idea de todas las cosas para las que era útil. Podía subir y bajar la intensidad de las luces, cambiar los colores y texturas de la habitación y así la decoración mejoraba bastante. Elegí una iluminación rojiza, con paredes de satén y muebles de cuero negro, ya casi me sentía como en casa. Luego probé a activar una pantalla de niebla en la que podía ver la televisión local o la de la Tierra, o mis recuerdos, pero como no había nada grabado eso no lo pude hacer. Saqué el minibar que era una nevera enorme que se escondía detrás de uno de los muros y que tenía bebidas y comida y microondas incorporado.

La televisión local, término que no la definía muy bien ya que entendían por local el resto del Universo, lo que sobra si quitamos la Tierra,  era un bodrio impresionante que evocó en mi mente el canal corporativo de una empresa de productos para limpieza dental. Los canales de la Tierra ya los conocía, no iba a malgastar mi tiempo así que busqué el canal porno del hotel pero no puede encontrar nada interesante por más que enredé.

Entonces encontré el menú que daba acceso a la zona de gestión del hotel, pero pedía una contraseña ¿Cuál utilizarían aquellos tipos estelares? Seguro que alguna gilipollez. Probé con lo primero que me pasó por la mente: c-o-n-t-r-a-s-e-ñ-a y ¡zas!, dentro. La mayoría de las posibilidades eran de gestión y tampoco me serviría de mucho intentar transferir todos los fondos del hotel a mi cuenta bancaria, seguro que la moneda que usaban no era de curso legal en la Tierra. Casi era mejor arrancar algún pedrusco del edificio del Senado, total si no les molaba el oro tampoco haría daño a nadie.

Enredé un rato más con el dispositivo y me entretuve cursando las peticiones más absurdas al personal del hotel, tres mil lasañas de pavo a la habitación 1017, un motor diésel de tractor para los niños de la 120 y, aunque no sabía si allí resultaría llamativo o no le pedí dos litros de lubricante al sacerdote plutoniano de la 890.  Entonces encontré el acceso a las cámaras de seguridad. Vaya, no eran estáticas sino que se podían desplazar para servir de apoyo en casos de emergencia como incendios, accidentes, etc.. Eran muy, muy pequeñas, con patitas, como pequeñas cucarachas con un solo ojo que giraba en todas direcciones y eran muy fáciles de manejar. Observé un par de pasillos, practicando los movimientos básicos y enseguida fui al grano, es decir, a la habitación de Samantha. Colé la cámara por debajo de la puerta, ascendí por una pared, pasé sobre la puerta del baño y doblé la esquina, ya estaba en la zona interesante de la habitación. La vista era inmejorable, Samantha recién duchada yacía desnuda sobre la cama, en una posición tan perfecta que ni en mil años la hubiera conseguido la maja desnuda. Me dieron ganas de llorar de la emoción al ver aquel espectáculo tan bonito y me reconcilié con la naturaleza, el Universo y toda aquella tropa de colgados intergalácticos. Con un sentimiento pleno y puro les agradecí haberme abducido para ponerme allí, ante la realización de mi sueño más intenso y profundo.

Entonces las imágenes me dejaron sin respiración, los acontecimientos superaban mis ilusiones más aventuradas. Samantha estaba viendo la tele y cambiaba de canal sin parar, hasta que llegó al canal porno, ella sí lo encontró, observó unos minutos las intensas imágenes representadas en la pantalla y después miró su cuerpo desnudo, sacudió con suavidad una pelusa que colgaba de uno de sus pechos,  haciéndolo temblar de forma sugerente en una vibración interminable, luego su mano se deslizó por su vientre muy despacio, separó las piernas con pereza y recogió un objeto alargado que había bajo uno de sus contorneados muslos. Y se lo llevó a la oreja. Sonó el teléfono inalámbrico de mi habitación.

-Diii-diga. –dije centrando la cámara sobre su cama.

-Me imagino que estás buscando como un loco el canal porno. Es el 1128. –dijo Samantha.

-¿Yooo? Pero qué dices, qué va, estaba ordenando una lasaña, y alguna otra cosilla, y viendo un canal cultural del planeta Mecano. Aunque ahora que lo dices, vaya, parece que no soy el único interesado por aquí en ciertos temas ¿noooo?

-A mí no me mires, lo he encontrado por casualidad mientras hacía zapping y me ha parecido que te hacía un favor porque seguro que estás haciendo zapping como loco, cambiando de canal sin parar.

-Bueno, pues te agradezco que te preocupes tanto por mí. El 1128, vale. Ahora estamos viendo lo mismo –dije haciendo como que cambiaba de canal pero dejando la imagen de Samantha en la tele, mientras intentaba que no se notaran las emociones que empezaban a embargarme- ¡Vaaaya! Oye, aquí el porno es un poco naif ¿no? Como de clase de anatomía. Por cierto, ¿qué llevas puesto?

-Huummm… El albornoz del hotel. Es que me acabo de duchar.

-No sé, no sé, yo creo que no te atreves a decirlo pero en realidad no llevas nada. Estás, me imagino que estás, desnuda sobre la cama, con la atención capturada por la película, te sientes tentada pero perezosa, aunque poco a poco te vas dejando llevar y…

-¿Esto es lo que llamáis sexo telefónico?  

-Cómo decía te vas dejando llevar…

A la mañana siguiente coincidimos en el desayuno y nos sentamos en la misma mesa sin hablar y sin apenas levantar la mirada de nuestros platos. Yo estaba un poco confundido, no entendía por qué me sentía así, aunque no me avergonzaba de nuestra experiencia telefónica de la noche anterior sí que notaba cierta incomodidad, como si en un impulso incontrolado hubiera compartido una confidencia demasiado íntima con un amigo nuevo. Supongo que a Samantha le pasaba lo mismo y eso que ella no sabía que yo había disfrutado de imágenes hiperrealistas en la pantalla de niebla. Pensé que de haberlo sabido seguro que me hubiera partido el cuello con algún golpe rápido y preciso. Cuando terminamos el desayuno decidimos salir a pasear por la zona, teníamos el día libre, sin ninguna obligación.

Al principio no encontramos un tema de conversación y seguíamos sintiéndonos incómodos. Recorrimos un gran parque salpicado de lagunas naranjas y habitado por extrañas aves de pelo rizado y caparazón, y por anfibios enormes de aspecto poroso y desagradable, caminando entre ocasionales comentarios, todos vacuos. Nos sentamos en un pequeño cerro, observando la tranquilidad imperante.

-¿Ya me puedes decir cuál es el siguiente planeta? –pregunté.

-En realidad sí. Pero no quería adelantarte nada si no preguntabas.

-Bueno, entonces pregunto.

-Es el planeta Karma –dijo ella estirándose sobre la hierba roja en la misma posición que la noche anterior tenía sobre la cama e interrumpiendo así el suministro de oxígeno a mi cerebro y provocando también alguna otra reacción química y física en mi persona- Es un lugar extraño. Creo, yo no he estado nunca. En realidad nadie ha estado nunca salvo quien habita allí.

-¿Karma? Vaya, imagino que todos los habitantes serán alguna clase de monjes budistas a los que puedes encontrar meditando por todas las esquinas. Habrá bastante buen rollo y en la atmósfera predominará el incienso.

-No, no va por ahí. En el planeta sólo habita una persona “el Karma”. Nadie más. Nadie más puede pisar el planeta, porque cualquiera que lo intentara caería fulminado sólo por la mera decisión de hacerlo. Nadie puede lograrlo, excepto tú. Pero eso es sólo por la profecía.

-Sobre eso te quería preguntar también, la profecía. Porque ayer me explicaste esta historia de “el elegido”, pero ¿qué pasa con la profecía? –pregunté.

-La idea surgió como una forma de reforzar la esperanza que representaba el elegido, era la mejor manera de definir su perfil y su carácter para que fuera entendido como alguien que llegaría y  mejoraría la vida de todos. Dado que había bastante malestar por la decisión de deportar a todos los disidentes se partió de esa base, el elegido pondría las cosas en su sitio, nos enseñaría un orden social mejor, a evolucionar, pero en lo relativo al comportamiento individual sometido a lo colectivo, a la contribución a la sociedad. Esto es paradójico porque a pesar de la implantación del interés social en el cerebro humano es este quizá el único terreno en el que la humanidad no ha logrado dar un salto gigantesco en todos estos siglos de desarrollo desenfrenado. Nos hemos preocupado mucho por la sociedad pero ésta ha cambiado muy poco. En realidad creo que nos hemos preocupado para que no cambie.

El caso es que el elegido y la profecía sirvieron para calmar los ánimos y para disimular las carencias del sistema, a la vez que arreglaba, o al menos parcheaba, los problemas derivados por el abandono forzoso de lo individual.

-Entendido –la interrumpí-. Entonces el elegido es una ilusión artificial cuyo contenido está definido por una profecía que dice…

-Dice que el elegido nos enseñará el sentido de nuestras vidas y que lo hará superando las siete pruebas. Es decir, visitando los Siete Mundos. El primero es este, el planeta Senado, y el segundo el planeta Karma. Si sales vivo de ese irás al tercero.

-Que no me vas a decir cuál es y en el que también podré morir si no paso la prueba. Y así hasta el séptimo. Y se supone que si salgo vivo de todo eso, habré dejado una enseñanza fundamental a la humanidad.

-Creo que no te haría ningún favor diciéndote antes de tiempo qué encontrarás en cada planeta. Al contrario, es mejor que te concentres sólo en el paso siguiente –explicó Samantha- Y, sí, se supone que al final habrás enseñado el camino hacia otro orden social. Uno superior.

-Ah. Pero si todo esto es mentira, quiero decir, si es una invención del sistema, entonces no hay ninguna posibilidad, no hay nada que yo pueda hacer. De hecho mi visita al planeta Karma será una pamplina porque el señor que allí habita sabrá que todo esto es una especie de broma podrida, de la que soy un protagonista casual.

-Bueno, depende de cómo se mire. Cuando pensaron en la profecía se pusieron en situación, ¿cómo debería ser el elegido para cubrir las expectativas? Suponiendo que existiera ¿qué pruebas le exigirían cada una de las fuerzas relevantes para darle paso a la siguiente? Y así, imaginando algo que jamás ocurriría, modelaron la profecía que define y da credibilidad a toda esta leyenda –Samantha me miró a los ojos sin rastro de la timidez anterior- Y es por eso que estás aquí ahora enfrentándote a los Siete Mundos, para que decidan si cumples con el perfil que una vez imaginaron como algo imposible. Por improbable que pareciera hace siglos, una vez que has llegado hay que aplicar la teoría. No queda más remedio.

-No es muy alentador que digamos. Sobre todo porque aunque termine las siete pruebas, no habré cambiado nada, porque no tengo nada que decir. Te lo digo de verdad, yo no tengo la capacidad para mejorar vuestra sociedad, ni siquiera para cosas mucho más simples. Yo… ni siquiera soy de aquí ¿cómo os voy a decir la forma en que tenéis que vivir para ser felices? Es absurdo, yo no soy nadie –dije con la angustia tomándome la voz-. Os habéis inventado una especie de Jesucristo interestelar, con su mini-Biblia y todo, y yo no soy nada de eso y, aún peor, no lo quiero ser.

Reanudamos el paseo por aquel parque interminable, observando otra vez animales imposibles y plantas que podían moverse, atadas al suelo por sus raíces pero con la capacidad de mover sus tallos para captar mejor la luz, protegerse del aire o golpear a un insecto molesto. Me sorprendía todo pero no era capaz de disfrutarlo pensando en mi situación.

-Imagino que no vas a venir conmigo al planeta karma –comenté- Lo digo porque has dicho, que se muere sólo por tomar la decisión de ir.

-No. Yo me quedaré en una nave espacial, fuera de su atmósfera, y te recogeré…

-Si sobrevivo. Vale –dije adelantándome para no escuchar aquellas palabras de su boca-. Por cierto, ¿este señor Karma es el mismo que rige los temas kármicos en la tierra?

-Así es, sus leyes rigen también allí. El Karma extiende su influencia por todo el Universo, incluyendo la Tierra.

-Pues entonces tengo unas cuantas cosas que comentarle.
Hicimos un descanso y sacamos el picnic que nos había preparado en el hotel. Comimos tumbados y charlamos sobre tonterías, observando la extraña luz de aquel sol enorme, los bichos, las plantas y sintiéndonos bien a pesar de todo. Hubiera podido acostumbrarme a aquel mundo, a las espigas rojas y al agua que parecía zumo de naranja. A charlar con Samantha y a mirar dentro de sus ojos.

Cuando llegamos al hotel estábamos agotados por la caminata, con ganas de una buena ducha y de descanso. Nos despedimos en el lobby y nada más entrar en mi habitación me desnudé, entré en la ducha y estuve media hora bajo el chorro naranja de agua tibia. Al salir una corriente de aire súbita me secó de inmediato. Pasé del albornoz y me tumbé desnudo en la cama sopesando si una llamada a Samantha sería bien recibida, mientras sintonizaba su habitación en la tele de niebla. Entonces sonó el teléfono.

-Ya has puesto el canal porno –dijo.

-Sí, así es –respondí- Qué bien me conoces.

-Ahora sí que estoy desnuda, sobre la cama, y siento pereza, pero a la vez, no sé… -dijo ella mientras acariciaba despacio uno de sus apetecibles pechos.  

Apagué la cámara porque de repente sentía un poco de remordimiento. Después de haber intimado algo más con ella me daba un poco de vergüenza espiarla y decidí conformarme con el teléfono.


-¿Ahora vas y apagas la cámara? Anda que... pues yo no pienso apagar la mía.


Vivaldi - Le Quattro Stagioni - Pinnock/Standage/English Concert