Había vuelto al lugar en el que había aparecido al
llegar al planeta, pensando que allí encontraría sin dificultad la forma de
volver a la nave espacial con mi amiga Samantha. Sin embargo, en la pradera en
la que aterricé no había nada especial, no se veía ningún haz de luz azul que
me pudiera transportar, ni tampoco ningún rastro de la nave o cualquier otro
medio de transporte. Empecé a pensar que el viejo me había engañado y que se
iba a librar de mí con alguna venganza kármica que me iba a arrebatar la vida
en cualquier momento y que prefería hacerlo fuera de su vista, en cualquier
sitio en el que no tuviera que ver las consecuencias de sus decisiones, pensé
que un rayo caería sobre mi cabeza de un momento a otro. Y así fue.
Se oyó un trueno y un extraño haz de luz naranja
empezó a serpentear en el cielo, haciendo quiebros muy rápido a derecha e
izquierda pero siempre en descenso, hasta que de pronto bajó en línea recta y
golpeó mi cabeza. Fue como si me enchufarán a un transformador de 12.000
voltios, quedé cegado, sordo y sin ninguna capacidad para moverme o articular
un quejido. Tras unos segundos en este estado de colapso noté un golpe en la
espalda y me quedé muy quieto, suponiendo que estaba muerto y reconvertido en
gusano, amapola o china de río. Pero no, al abrir los ojos comprobé que estaba
entero, igual que siempre, con un cierto tufillo a tocino quemado en el pelo,
pero en general bien.
Eché un vistazo alrededor y observé la estancia en
que me encontraba. Era un gran salón de estilo medieval aunque con algunos
toques orientales, paredes de piedra, alfombras persas, velas por todas partes,
ese tipo de ambiente. Dado que la iluminación consistía sólo en velas dispersas
sin orden ni concierto la penumbra dominaba la escena y no se distinguían
muchos detalles.
Me puse en pie y acto seguido me tiré al suelo en
plancha, tras escuchar la voz de una mujer que me llamaba por mi nombre. Desde
allí miré a un lado y al otro pero no conseguí ver a nadie.
-No te asustes, hombre –volvió a hablar la voz-
Levanta del suelo y acércate hasta aquí.
Me armé de valor y me puse en pie. Entonces algunas
velas más se encendieron y puede ver a una mujer que reposaba sobre un extenso
conjunto de cojines que formaban una especie de cama de aspecto muy acogedor.
Debía tener unos cincuenta años y era morena, de complexión delgada, llevaba
pintado un lunar negro en mitad de la frente. Sus ojos eran muy intensos y
reflejaban la luz de las velas. Me hizo una señal con el dedo índice y me
dirigí hacia ella mientras la observaba intentando calibrar con quién me iba a
encontrar. Vestía lo que parecía un traje de baile bastante escaso, con aire
húngaro, gitano, algo casi oriental. Era guapa y sus líneas deberían parecerme
atractivas, sin embargo emanaba de ella un algo peligroso, me producía un poco
de inquietud, casi miedo, y estas emociones estaban muy por delante de su
atractivo físico.
Me detuve a un par de metros mientras ella me
indicaba que me sentara cerca, pero yo estaba paralizado pues percibía un poder
ancestral y caprichoso. Miré sus manos, dedos alargados repletos de anillos de
oro, también pulseras en las muñecas, collares y todo tipo de adornos.
-Siéntate de una puta vez porque como cambie de
opinión te quedas toda la noche de pie –soltó de repente.
-Uh. Vale. ¿Dónde estoy? –pregunté mientras me
acomodaba cerca en un pequeño montículo de cojines.
-Estás en el Tercer Planeta. El viejo te dejó pasar
y aquí estás ahora, frente a mí –dijo sonriendo con la expresión de su boca
pero escrutándome con unos ojos fríos- ¿Qué me pedirías si te diera la
oportunidad de conseguir tu mayor anhelo?
-Anhelo. La verdad es que no lo sé. Depende de qué
es lo que me puedas dar –dije dudando- Es que no sé dónde estoy ¿sabes? Ni quién
eres.
-Pero imagina que puedes pedirme lo que quieras de
lo que más quieras. ¿Qué me pedirías? –dijo con tal seguridad que me puso
alerta, de verdad parecía que era capaz de conseguir lo que pretendiera.
-Vale, ¿quién eres?
-Joder, sí que eres tan pesado y joderollos como
dicen. Ya había oído que tienes la manía de alargarlo todo, de hacer las cosas
difíciles, con lo sencillo que es decir algo como “Una mansión en Miami. Un
Euromillón de los gordos” –respondió con aire cansino y enojado-. Pero bueno,
si te empeñas lo haremos en plan coñazo, con presentaciones y todo: Encantada
de conocerte. Soy la Fortuna. Sí soy la que maneja la suerte, el azar.
-Ah. Qué bien. –respondí- Pues te debes llevar fatal
con el Karma, porque digo yo que los límites de vuestras competencias no están
del todo definidos. No es por tocar las pelotas, lo digo porque así a simple
vista parece que para la percepción humana no es fácil distinguir donde empieza
una cosa y termina la otra.
-¿Me preguntas por mis relaciones con el viejo? Ese
es un antiguo. –dijo ella con un deje de desprecio- Le propuse unir nuestras
fuerzas para hacer todo este sistema un poquito más coherente y para
divertirnos a ratos, claro, porque juntos podíamos crear algunas situaciones de
lo más cómico, que yo también tengo cierto sentido del humor no creas. Pero,
vamos, el viejo puso como condición que nos casáramos por gananciales y yo por
ahí no paso. La suerte no la comparto con nadie.
-La verdad es que es un tipo cabezón. Aunque no ha
podido convencerme con su sistema de justicia. Creo que las dudas que le he
planteado han removido algo en su interior y a lo mejor recapacita y reflexiona
sobre la claridad del mensaje inherente.
-¿De verdad te has creído que va a cuestionar sus
ideas sólo por hablar contigo?
-Bueno, yo creo que hablar con alguien ajeno a su
influencia, que le explica las contradicciones evidentes con claridad, pues…
-Ajeno a su influencia, ja,ja,ja -dijo ella con
calma y mirándome con fingida pena- Pero que inocente eres. ¿No te das cuenta?
Ajeno a su influencia ¿tú? Precisamente tú que eres el instrumento del Karma.
Mira vamos a terminar con esto rapidito. Dime lo del deseo y así me voy
haciendo a la idea y resolvemos pero ya.
-Anda. ¿Soy el instrumento del karma?
-Es evidente ¿no?
Pensé un rato intentando que no percibiera lo
contrariado que me sentía y a la vez tratando de procesar mi estancia en el
planeta Karma desde aquel nuevo punto de vista.
-Pero eso nos da lo mismo ahora. Te estaba diciendo
que soy la Fortuna y que manejo el azar, que lo arrojo a mi antojo por todo el
Universo. Rijo sobre los humanos, los animales, hasta los árboles y las piedras
dependen de mi capricho.
-Y ¿cómo es eso? –pregunté- Quiero decir, ¿cómo
decides la distribución de la buena y mala fortuna, a quién le toca lo bueno y
a quién lo malo?
-A capricho. Agrupo, divido, distribuyo según la
posición de los planetas o según me apetece. Si no se me ocurre nada utilizo
las aceitunas –dijo señalando un cuenco que estaba a un par de metros de
distancia, rodeado por infinidad de huesos de aceituna- Me como una y tiro el
hueso, si entra en el cuenco entonces la suerte es buena, el coche no patina
sobre el hielo, la enfermedad se cura contra pronóstico, el obrero se pone el
casco al entrar en el edificio en construcción. Pero si el hueso queda fuera…
-Entiendo –dije.
-No creo –musitó.
-Sí, en realidad no es tan difícil. El Karma podría
ser algo interesante si estuviera bien planteado, pero no lo está y luego
existes tú que no haces ningún análisis y eso complica aún más la existencia y
la percepción de los humanos. La combinación es terrible. Ahora parece bastante
lógico que haya tanta gente que se sienta desamparada y amargada. Es normal, se
dan cuenta de que no tienen ninguna posibilidad de regir su destino por mi
buenos, comprensivos, trabajadores, o humanitarios que sean. Da igual.
Cualquier logro es tan solo una casualidad.
-¿Casualidad? Eso no existe, muchacho. ¿O es que no
me ves?
Nos miramos durante un rato en silencio. Ella cogió
un aceituna, la mordisqueó y apretando el hueso entre dos dedos lo lanzó hacia
el cuenco. Rebotó en el borde y cayó al suelo.
-Falló la espita de la bombona de butano. Qué mala
suerte.
-Que respondas con sinceridad absoluta a una pregunta
–espeté de pronto.
-¿Cómo?
-Ese es mi deseo. Me has dicho que puedo pedir lo
que quiera.
-Ah, eso. Bueno, de acuerdo. Una pregunta. Pues
pregunta.
-¿No sientes remordimientos de conciencia cuando
haces esto?
-Vaya estupidez. La suerte no se merece, compañero.
La suerte te ama o te odia.
Cogió otra aceituna y se la comió con deliberada
lentitud, mirándome con firmeza, entonces escupió el hueso hacia mí y me golpeó
en la frente. Un estallido blanco me cegó y empecé a dar vueltas de campana
hacia atrás, una, dos, tres, mil, hasta que quedé desorientado, desubicado en
el tiempo y en el espacio, perdido en el Universo.
Me despertó una mano cálida que acariciaba mi cara
con suavidad. Abrí los ojos con lentitud y observé mi cuerpo tendido en el
suelo, parecía estar de una pieza, y aquella mano era de una mujer que estaba
arrodillada a mi lado. Era rubia, con el pelo largo y los ojos azules, me
recordaba mucho a la elfa con personalidad que le regaló el frasco con luz a
Frodo, la lánguida guapita no, la otra. Galadriel. Sí, era muy parecida a
Galadriel y me inspiraba una gran
confianza y seguridad. Me enamoré en un nanosegundo.
-¿Dónde estoy? –pregunté.
-En mi planeta. Ella te lanzó hacia aquí. –dijo con
cierta crispación en los labios- Sí, estás en otro planeta, has viajado por el
espacio muy rápido y has caído aquí. Menos mal que pude llegar a tiempo para
evitar que te estrellaras contra el suelo.
-Pues qué casualidad, ha sido una suerte. Y una actuación
providencial la tuya.
-Casualidad. Suerte. Providencia. Vaya, todo en la
misma frase. Sí, sí, ese es mi nombre, Providencia. –dijo ella con una calma y
una dulzura que me hicieron sentirme cada vez mejor.
-Oye ¿qué hago aquí? ¿Tú entiendes todo esto?
-Sí. Estás pasando las siete pruebas. El Senado, el
Karma, la Fortuna y ahora la Providencia.
-Y ¿me puedo quedar aquí, contigo y pasar de las
otras tres? Es que me siento muy bien y eres más guapa. No sé, noto que este es
mi sitio y después de todo esto en lo que estoy metido sin comerlo ni beberlo,
pues…
-Beberlo sí, amigo. Te bebiste la Fanta.
-Pero yo no sabía.
-Tú no. Yo sí.
-¿Qué quieres decir? ¿Tú me trajiste?
-Todo esto que has ido viendo, la humanidad, el
Senado que hace las leyes, la lógica ininteligible del Karma, la locura de la
Fortuna… Todo esto, necesita unos límites, una compensación. Eso es lo que
hago. Limitar, compensar, evitar. Cuando uno de ellos se excede, yo intento
arreglarlo.
-¿Quieres decir que me usaste para evitar algo?
-Tenemos un juego muy complicado ¿sabes? Sobre todo
para mí, porque los otros son como niños que entran en una tienda de porcelana
y van tirando platos y yo voy detrás, cogiéndolos en el aire, evitando que se
rompan. A veces salvo uno, otro, pero la mayoría caen al suelo y se rompen. Así
que debo centrarme en los más valiosos. De lo contrario a estas alturas ya no
habría mundos.
-¿Y por qué soy yo valioso?
-No, tú no eres valioso –dijo con naturalidad-. Uy,
perdona. Seguro que de alguna forma que ahora no se me ocurre eres valioso, lo
que quiero decir es que no se trataba de ti, sino de la situación. Los otros se
despistaron. Intervine en el momento oportuno, paseabas por la playa con la
Fanta en la mano, un rayo de sol, una brizna de brisa cálida, un poquito de
sed, calculé bien y dejaste la lata en su sitio.
-Ah. O sea, que no sólo soy un instrumento del Karma
sino también de la Providencia.
-Exacto. Lo has definido muy bien –dijo ella con una
sonrisa.
-Y ¿qué intentabas limitar, compensar o evitar? ¿Por
qué me usaste para eso?
-En este caso trataba de reunir lo que las leyes del
hombre separaron de forma antinatural. Quería devolver la integridad a la
humanidad. Porque es lo justo. Bueno y aparte eso me facilitará un poco las
cosas en el futuro ¿sabes? Por no tener que preocuparme por dos grupitos de
gente que van por separado, todos en la misma cesta será más fácil.
-No entiendo cómo consigo seguir adelante –al sentirme
tan bien con aquella mujer, expresé mis temores en voz alta-. He pasado varias
pruebas y no sé cómo. Ni sé de qué forma puedo pasar esta.
-En realidad eso es irrelevante. A nadie le importa,
bueno, quizá un poco a los humanos del Senado, pero lo que tenía que pasar ya
está pasando y lo que te ocurra es una mera anécdota sin relevancia en el
resultado final.
-Pero soy el elegido… y parece que no sabes que se
trata de una figura muy importante en la idiosincrasia de la humanidad.
-Más bien se trata de una figura difusa, de un
concepto que no se debe personalizar, porque sólo con eso ya se desvirtuaría.
Por eso seguirá siendo una figura difusa, pero en el pasado en lugar de en el
futuro.
-Entonces… si eso es lo que va a pasar, significa
que no tengo ninguna posibilidad.
-Y en realidad ¿cuándo la has tenido? Ahora es igual
que siempre, sigues el camino que te ha tocado y punto. Cuanto menos preguntas se
hagan mejor. Y si te toca algún zarpazo negro de la Fortuna, reza para que yo
esté por allí.
-Joder, no entiendo nada. Es decir, que sigo mi
camino. No me preocupo por nada. Hago lo mío y paso de las posibilidades. ¿Es
eso?
-Exacto. Carpe diem.
-Oye, una duda que me surge de repente –dije- Antes comentaba
con la Fortuna lo difusas que son algunas de sus fronteras con las del Karma y
creo que en tu caso pasa igual. ¿Cómo se puede distinguir entre la buena suerte
y la intervención de la Providencia?
-Y ¿de qué sirve establecer diferencias entre dos
cosas que terminan siendo lo mismo?
-Carpe diem –dije