Al llegar al otro lado, en lugar de
buscar a Kira, corrí hasta el salón para ver si la tele seguía
encendida y suspiré de alivio cuando vi que sí. Entonces salí
corriendo para ver si la montaña seguía estado allí fuera. Allí
estaba, pero mucho más cerca que antes, mucho más grande y absurda,
congelada de frío a unos centenares de metros de una playa.
Kira me vio y se acercó a mí en
silencio. Esperó a que me calmara para preguntar -Tirso, ¿ves
algún cambio?
-No, no, que va -respondí- La montaña
está ahí. Aquí. Como siempre.
-Qué bien. Me alegra mucho saberlo
¿Qué tal te ha ido? -preguntó besándome.
Maya pasó a verme un rato después.
Aunque no quería preguntar supe que anhelaba saber si me había
salido de mi misión, si había contactado con otro misionero. Me
imaginé su miedo a que mi ideal cambiara a otro paraíso opuesto, a
que aparecieran elementos que distorsionaran el equilibrio, o a que
quedaran eliminados los habitantes del pueblo. Así que le dije que
no, que había cumplido mi misión sin perder ni un minuto y sin
desviarme para nada de lo previsto.
Durante los días siguientes toqué
mucho el ukele y me relacioné menos con la gente del pueblo. También
pasaba mucho tiempo observando la montaña, de espaldas al mar, y me
dí cuenta de que si me acercaba a los lindes de los cocoteros
notaba que el aire era más frío. Pero no dije nada. Tampoco tuve
que esforzarme mucho para guardar el secreto pues Kira apenas
perturbó mis deseos de soledad hasta que llegó el momento de
preparar la siguiente misión.
Mi objetivo era el presidente de una
gran compañía fabricante de teléfonos móviles. Al parecer una
especie de gurú que marcaba las tendencias y los hábitos de consumo
para millones de personas. Le había visto muchas veces en la tele
durante mi vida anterior y la verdad es que simpatizaba con él, no
me caía mal. Pero al parecer el Mundo le consideraba una mala
influencia para la sociedad, así que tenía las horas contadas por
mucho que a mí me pareciera un tío legal. Y su muerte iba a ser
bastante dolorosa a juzgar por el arma que me habían asignado. Un
puño de acero.
El entrenamiento no duró mucho pues la
técnica era sencilla, bastaba con golpear muy fuerte con la robusta
parte metálica exterior, de forma que no me hiciera daño en la
mano. Tardé un par de días en utilizar mi arma con pericia y me
costó algunas heridas y magulladuras, pero enseguida fui capaz de
partir una gruesa caña de un solo golpe. Anhelaba mucho a Polar así
que decidí partir en cuanto tuve cierto dominio en el uso del arma.
Lo hice al despuntar el alba, sin que
Kira se enterara, y aparecí en uno de los baños de la compañía de
mi próximo amigo, el fabricante de teléfonos. Era inevitable
percatarse de ello pues el logotipo de la empresa estaba por todas
partes. Mientras me situaba, la puerta del baño se abrió de golpe y
un guardia de seguridad entró y me amenazó con una porra mientras
me ordenaba que estuviera quietecito. Sin duda andaba por allí y
había escuchado el ruido de mi caída. Saqué el puño de acero del
bolsillo para igualar un poco la lucha contra la porra. En realidad
no, porque el guardia era mayor, le faltaría muy poco para
jubilarse, y podría haberle desarmado con un suspiro, pero me
vendría bien practicar un poco. Al ver el puño reaccionó mal,
intentó pegarme un porrazo y tuve que retorcer su brazo y le lancé
contra una pared, lo cual me disgustó un poco pues no tenía ningún
deseo de humillarle, sólo quería hacer algún ensayo con el puño.
Para cuando reaccionó yo estaba preparado y su embestida fue
recibida con una lluvia de acero de tal magnitud que cayó de
rodillas con el rostro sangrante reventado en varios sitios. Me
pareció que el puño tenía su punto divertido, aunque para matar a
alguien con aquello serían necesarios demasiados golpes.
Ensayé en varias partes del cuerpo del
guardia y tras unos minutos de golpes dolorosos y heridas no mortales
me di cuenta de que para matar lo mejor era golpear varias veces en
el mismo punto del cráneo o la cara hasta escuchar un crac y
entonces bastaba con un par de puñetazos más. Seis o siete golpes y
hecho. Cuestión de segundos.
Busqué las llaves en los bolsillos del
guardia y cerré el baño para que nadie descubriera el cuerpo. El
personal estaba a punto de llegar pues ya hacía un rato que era de
día. Di una vuelta por las oficinas vacías buscando algo de ropa ya
que la que llevaba estaba salpicada de manchas rojas bastante
evidentes. Encontré algunas batas blancas en un perchero y me puse
una sobre la ropa sucia. Empecé a preocuparme pues Polar no había
aparecido aún y eso podía significar que no nos íbamos a encontrar
o que no volveríamos a vernos. Podía tener otro objetivo en un
sitio diferente o quizá ya había terminado su misión y estaba
viviendo en su paraíso sin poder volver, por toda la eternidad.
Cogí algunas carpetas de aquí y de
allá y cuando los empleados empezaron a llegar vagué un rato por
los pasillos como si fuera a llevarlas a algún sitio. Nadie reparó
en mí, allí trabajaba mucha gente y al parecer todos llevaban bata
blanca y la mayoría parecía dedicarse a lo mismo que yo, a llevar
papeles de un sitio a otro.
Junto a unos ascensores que escupían
decenas de personas encontré un directorio. El presidente tenía su
despacho en el último piso y la lucecita del ascensor decía que yo
estaba en el piso treinta y cuatro, veinte plantas más abajo. Monté
en uno de los ascensores y comprobé con disgusto que no llegaba al
piso superior, se quedaba una planta más abajo. Allí estaba el
departamento de desarrollos, protegido con puertas de cristal
electrónicas que se abrían con huella digital. Curioseé lo que
pude a través de la puerta principal. Dentro había varios guardias,
y al fondo otra puerta que daba a unas escaleras que ascendían. Sin
duda era por allí, pero no sabía cómo entrar.
Sopesé algunas posibilidades. Salir
por una de las ventanas y tratar de escalar por el exterior hasta el
piso de arriba parecía temerario. Conseguir que me abrieran la
puerta con alguna excusa y enfrentarme a los guardias, y quizá a
todo el personal que había dentro, parecía una opción suicida ya
que estaba muy mal armado para enfrentarme a un grupo. Quizá era
mejor esperar a que el CEO saliera y atacarle fuera del edificio, en
un restaurante o en su casa. Pero supuse que si el espejo me había
dejado allí sería por algo. Me senté en las escaleras, frente a
los ascensores, y medité sobre la situación. Comprendí que estaba
más perdido que nunca, lo único que sabía era dónde estaban los
despachos de la dirección, pero no sabía a ciencia cierta si mi
objetivo estaba en el edificio, o en otro lugar. Podía estar en otro
continente. Estaba muy perdido. Se me ocurrió buscar la estrella en
el cielo, mi luz, y bajé las escaleras hasta el descansillo para
mirar por la ventana, pero estaba muy nublado y no se veían
estrellas por ningún lado. Volví a sentarme en las escaleras y
empecé a dudar, quizá debido a la impaciencia por estar con Polar
había cruzado la frontera demasiado pronto y las cosas aquí todavía
no habían madurado lo suficiente. Me había precipitado, tenía que
volver y esperar a estar preparado de verdad.
Sonaron unos pasos que se acercaban a
mi posición. Se detuvieron junto a mí pero estaba tan absorto en
mis reflexiones que no les presté atención hasta que escuche la voz
de Polar.
-Este es el sujeto. Se ha colado de
alguna forma y ha robado la bata de uno de los técnicos del
departamento de programación. Vamos a llevarle al puesto de guardia.
Dos fornidos guardias me sujetaron por
los brazos y me alzaron. Yo no me resistí. Toda mi atención estaba
puesta en Polar. Estaba vestida igual que los verdaderos guardias y
aunque el uniforme le estaba algo grande daba el pego bastante bien.
Vestida así, de vigilante, con el pelo recogido pero con algunos
mechones escapándose aquí y allí, con su voluptuosidad difusa,
resultaba cautivadora. No me extrañó que los dos guardias que me
agarraban la hicieran caso en todo. La imaginé como una agente de
tráfico en la puerta de un colegio, dando paso a los niños y
parando a los coches, bajo la mirada incrédula de los conductores,
turbando a los padres, que no sabrían cómo disimular las miradas, y
turbando aún más a las madres.
Me llevaron en volandas y atravesamos
las puertas de seguridad para entrar en el área restringida a la que
antes no había sabido cómo acceder. Pasamos ante filas y filas de
mesas desde las que los técnicos observaban la escena con
curiosidad. Llegamos hasta la única puerta opaca de la planta que
los guardias abrieron con una llave tradicional. Entramos los cuatro,
Polar, los dos guardias y yo. De un empujón me obligaron a sentarme
en una silla y comenzaron a interrogarme. ¿Cómo has entrado?¿Eres
un espía o un vulgar ladrón?¿Qué querías robar?
Uno de los guardias me agarró la cara
y empezó a apretar preguntándome si tenía algún encargo de otra
compañía. No le presté atención porque me pareció que Polar
flirteaba descaradamente con el otro guardia y la rabia me incendió.
Empujé al guardia con una patada y me levanté mientras acomodaba en
mi mano el puño de acero que llevaba en el bolsillo. De reojo vi que
Polar hacía un movimiento extraño, sacaba un hilo fino del bolsillo
y lo tensaba entre las dos manos. Empecé a golpear al guardia que me
había acosado a una velocidad casi imposible y en unos segundos le
tenía de rodillas con un ojo reventado, la nariz rota y el hueso de
la frente visible en mitad de una brecha sangrante. El otro guardia
se había girado al escuchar los golpes y Polar, con un movimiento
preciso, le paso el hilo por el cuello. Durante un segundo pareció
que no pasaba nada, pero luego unos finos regueros de sangre
aparecieron en la garganta del hombre. El se tocó la herida y
entonces apareció un profundo corte de lado a lado. Cayó sobre la
mesa mientras yo golpeaba una y otra vez el cráneo de mi guardia, a
pesar de que el crac había sonado hacía rato.
-Vaya mierda de armas que tenemos -me
dijo Polar riendo.
-La mía no está mal. Es divertida,
aunque un poco lenta -respondí mientras la cogía por las caderas y
la abrazaba para besarla.
Ella soltó los botones de mi bata, me
soltó el cinturón y me abrió los pantalones. Entonces bajó los
suyos, se dobló sobre la mesa dándome la espalda y me pidió que se
lo hiciera a lo bestia. No lo dudé ni un momento, la embestí con
todas mis fuerzas una y otra vez, mientras mi cerebro procesaba un
conjunto de imágenes que no era capaz de asimilar del todo. Su culo
temblando con lujuria, el uniforme, el cadáver del guardia sobre la
mesa cuya cabeza retorcida quedaba a unos centímetros del rostro de
Polar, que ajena al horror del asesinato parecía fundirse en un
gesto de placer. Duró muy poco pero fue algo irrepetible. Siempre lo
recordaré.
-¿Cómo has conseguido colarte aquí?¿Y
el uniforme? -pregunté mientras nos vestíamos.
-¿Es que no acabo de quitarte la ropa
en un par de segundos? -dijo ella levantando una oleada de celos y
rabia en mi interior.
Salimos de la habitación, yo fingiendo
estar esposado con las manos a la espalda y Polar simulando que
hablaba con los guardias que quedaban dentro, haciendo ver que ellos
esperarían en el puesto de guardia hasta que ella volviera. Los
técnicos del departamento de desarrollos nos miraban curiosos, pero
ninguno pareció desconfiar. Subimos las escaleras hasta el piso
superior, el que estaba reservado a la dirección. Ante una lujosa
puerta de madera, había un intercomunicador con videocámara que
Polar utilizó para informar de la situación a la mujer que atendió
su llamada. Explicó que habían capturado a un espía mientras
robaba información de vital importancia al parecer por encargo de un
competidor. Nos abrieron la puerta, que en realidad era doble, pues
daba acceso a un pequeño espacio vacío en el que tuvimos que pulsar
el intercomunicador de una segunda puerta, ésta de cristal blindado,
a través del cual nos observaba una vigilante. Cuando decidió que
no representábamos peligro alguno nos dejó pasar.
Entramos en la zona de dirección. Se
respiraba tranquilidad y silencio gracias al aislamiento de las
puertas que acabábamos de dejar atrás, a las ventanas dobles y a la
altura del edificio. Era un espacio más pequeño que el de abajo
pero mucho más despejado. Había dos secretarias sentadas ante
sendas mesas y tras ellas, a ocho o diez metros de distancia, otra
puerta que debía dar al despacho del máximo jefazo.
Polar explicó que vigilancia había
abortado una misión de espionaje y que el director debía decidir en
privado cómo se iba a tratar aquel caso, pues seguro que tendría
una gran repercusión informativa y además podía tratarse de un
grave delito por parte de otra compañía. Una de las secretarias
marcó una tecla en el teléfono y mantuvo una breve conversación en
voz baja. Nos miró pero no dijo nada. Detrás de ella la puerta se
abrió y salió el director, mi víctima, con las mangas de la camisa
azul remangadas y sin corbata, observándonos con curiosidad y
preocupación. Nos hizo pasar y cerró la puerta. Era obvio que Polar
esperaba que yo entrara en acción cuanto antes mejor, pero yo no
tenía prisa, quería darle un poco más de morbo a la situación.
Nos sentamos en dos sillas al otro lado de la mesa, frente al hombre,
y Polar comenzó a explicar la historia del espionaje industrial. El
escuchó con mucha atención y entonces se dirigió a mí, que
trataba de contener la risa ante la sarta de tonterías que había
soltado mi compañera.
-¿Quién le paga? ¿Qué era
exactamente lo que estaba buscando?
-No me paga nadie. Y le aseguro que ya
he encontrado lo que estaba buscando. No se preocupe por eso. Bueno,
sí. Preocúpese. -dije haciendo que a Polar se le escapara una
risita.
El nos miró con atención. Primero a
ella, observando su uniforme demasiado grande, su pelo desordenado
fuera del recogido, la expresión divertida en un rostro demasiado
joven. Luego a mí, un chico con aspecto introvertido y con cara de
determinación, que llevaba una bata blanca salpicada de pequeñas
manchas de aspecto tétrico.
-¿Quienes son ustedes? -preguntó
mientras parecía deducir algo- Trabajan juntos ¿Verdad?
-Sí, así es -respondí yo-. Pero
seguro que sabe quienes somos, buen hombre. Supongo que por aquí se
habla mucho de nosotros -dije cayendo en la cuenta de que quizá
fuéramos famosos- Oye, Polar, en este lado tenemos que ser muy
conocidos, unas celebridades.
Ella tampoco lo había pensado, pero
seguro que las noticias de los asesinatos habían dado la vuelta al
mundo y se había especulado hasta el infinito sobre nosotros. Igual
hasta tenían imágenes de alguna cámara de seguridad.
-Vamos -le dijo al hombre- Piensa un
poco. Seguro que sabes quienes somos y a qué hemos venido.
-Habéis venido a matarme. Igual que a
los banqueros y a los políticos. Igual que al diseñador de ropa
-dijo él mirándonos con frialdad- Era mi amigo ¿sabéis? Yo estaba
invitado a aquel barco pero mi trabajo no me deja tiempo. No pude
ir.
-Vaya, tío – comenté con aire
afligido- Para que luego digan que no estamos predestinados. Pues sí
y aquí está tu destino. Resulta que no hay forma de evitarlo.
-¿Por qué? -preguntó él- ¿Por qué
me queréis matar?
-Mientras se lo explicas voy a arreglar
unas cosillas aquí fuera -dijo Polar levantándose y saliendo a la
zona de las secretarias.
-Verás -empecé a explicar-, en
realidad es algo muy sencillo. ¿Conoces las leyes de la entropía?
-¿Entropía? No. -respondió él
desorientado- Sé que tiene algo que ver con la termodinámica, pero
nada más.
-Claro, claro. La termodinámica.
-respondí echando de menos las lecciones de Maya-. Bueno, sí, sí.
Lo que vienen a decir las leyes de la entropía es que todos los
sistemas tienden al desorden hasta que se organizan en un orden
superior. Y aquí estoy yo. Organizando.
-Ah.... -empezó a decir él, pero no
pudo continuar porque de un salto me levanté y le golpeé con el
puño de acero en la cara una, vez y otra vez, entonces la silla en
la que estaba sentado se venció hacia atrás y ambos cayeron al
suelo. Tuve que rodear la mesa para poder seguir golpeando, pero
cuando estaba acercándome el directivo pateó mi pantorrilla derecha
y no pude evitar encogerme de dolor. El aprovechó la oportunidad y
comenzó a golpearme con una gran grapadora de acero que cogió de la
mesa. Me sacudió dos o tres golpes tremendos en la frente y la
sangre nubló mi vista, me mareé y caí de rodillas. El siguió
pegándome con la grapadora en el brazo con el que yo protegía mi
cabeza. Un golpe certero llegaría en cualquier momento y me dejaría
sin sentido, así que reaccioné y estirando el brazo con todas mis
fuerzas estrellé el puño de acero en su estómago. El se dobló de
dolor y solté otro golpe contra su mandíbula que se quebró con un
ruido seco. Cayó sobre la mesa desorientado por el golpe y volví a
golpearle mientras se doblaba para protegerse.
Estaba ciego de ira y de dolor así que
en lugar de darle golpes mortales en la cabeza, trataba de partirle
las costillas y los brazos, para causarle el máximo dolor antes de
la muerte. Entonces él, se giró muy rápido y me pegó en la cara
con una gruesa y larga regla de madera que iba y venía una y otra
vez lacerando mi cara con golpes contundentes y secos, dejándome al
borde de la inconsciencia. Entonces vi a Polar. Estaba apoyada en el
marco de la puerta, observando la escena con aire divertido. Parecía
preguntarse por qué me gustaba hacer las cosas de forma tan
complicada. Verla allí observando lo que en teoría era mi
devastador ataque, me hizo reaccionar. Detuve la regla con la palma
de la mano izquierda y haciendo caso omiso del dolor lancé un golpe
con el puño contra una rodilla que estalló en un chasquido casi
metálico. El dejó caer la regla, se abrazó la rodilla y se quedó
hecho un ovillo sobre la mesa, gimiendo de dolor. Entonces busqué la
grapadora y retire su base. Comencé a clavarle grapas en las manos y
él gritó y soltó la rodilla mirándome horrorizado, tratando de
alejarse de mí. Le grapé la nariz y un ojo mientras le sujetaba la
cara. Entonces vi la regla en el suelo y la recogí para pegarle,
pero miré su boca abierta en una mueca de sufrimiento y decidí
hacérsela tragar. Me puse a horcajadas sobre él, sujetando sus
brazos con mis piernas y le la metí la regla en la boca con fuerza.
Empecé a girarla y a apretar. Algunos dientes ser partieron y la
sangre comenzó a llenarlo todo entre sonidos guturales. Conseguí
introducir la regla muy adentro, hasta que dejó de resistirse.
Entonces paré y me quedé observando cómo agonizaba y se ahogaba en
su propia sangre. Decidí hacer las cosas bien. Así que comencé a
golpearle con el puño en un punto de la cabeza hasta que le partí
el cráneo y seguí haciéndolo hasta que abrí una brecha, un
agujero del que saltaba materia gris cada vez que golpeaba. Entonces
Polar me agarró del brazo y me dijo: Ya está hecho.
Agotado me baje de la mesa y comencé a
tambalearme. Me llevé la mano a la frente y descubrí que tenía una
gran brecha que sangraba en abundancia. Polar improvisó una venda
con tiras de la camisa del recién finado y mientras lo hacía
conseguí rehacerme lo suficiente para poder hablar.
-Tuvo suerte ¿sabes? Se volcó la
silla y eso le dio la oportunidad de defenderse. De lo contrario
hubiera sido coser y cantar. -Ella me miraba con las cejas
levantadas, con expresión de superioridad- Y tú... ¿cómo te ha
ido ahí fuera?
Tiró de mí y salimos a la zona de las
secretarias. La mujer vigilante yacía sobre una de las mesas, con la
cabeza colgando y la garganta seccionada por un enorme corte. Su
sangre se extendía en un gran charco hasta la puerta de cristal. Por
la herida se veía la traquea y la escena me pareció un poco
mareante, quizá porque me recordaba mis propias heridas. Las dos
secretarias estaban tiradas sobre la otra mesa en una pose muy
extraña. Una yacía de espaldas sobre la mesa con los pies en el
suelo, delante de su silla, y la otra también de espaldas apoyaba
los pies en el suelo al otro lado de la mesa. Sus cabezas estaban muy
juntas en posiciones opuestas pues sus cuellos estaban atados, unidos
por el cable telefónico que las había estrangulado.
-Yo sólo las he atado por el cuello
-comentó Polar con aire inocente-. Lo demás lo han hecho ellas.
Creo que ha sido un exceso de individualismo. Si hubieran colaborado
como un equipo en lugar de tirar cada una hacia su lado seguirían
vivas.
-Noooo -dije con seguridad- En caso de
que se hubieran liberado las habrías matado tú después. Eran tu
misión.
-Te equivocas. Esto ha sido por
ayudarte, para que no dieran la voz de alarma. -replicó ella
mientras yo la miraba con incredulidad-. Bueno, vale, también por
diversión. Pero mi misión comienza ahora. Si quieres me puedes
ayudar.
-¿Cómo que empieza ahora? Pero si el
tipo que dirigía la compañía está muerto.
-Ese tío era el alma y a lo mejor el
cerebro de este tinglado. Pero el corazón está en la planta de
abajo -esperó unos segundos a que yo lo captara pero no pude- Los
técnicos. Los que desarrollan los productos.
Entonces comprendí la idea completa de
aquel ataque. La compañía podría seguir sin su director, pero no
podría hacerlo sin los técnicos que dominaban la tecnología-. Y
¿Piensas matar a cincuenta tíos con un hilo y un puño de acero?
-No. Tenemos que volver al puesto de
guardia -dijo ella mientras avanzaba hacia la salida con resolución.
Salimos de la zona de dirección
utilizando el mando a distancia de la vigilante. Yo iba delante, con
un aspecto lamentable, lleno de sangre, con un trozo de camisa
ensangrentado rodeando mi frente y con un montón de rojas e
hinchadas marcas de la regla por toda la cara. Polar me sujetaba los
brazos a la espalda con aire de dominación. Quienes nos vieron
caminar hasta el puesto de guardia debieron pensar que me habían
sacudido una buena tunda allí arriba, para hacerme confesar y por mi
aspecto lo había contado todo.
Polar cerró la puerta del puesto de
guardia tras ella en cuanto entramos. Los cadáveres de los guardias
seguían allí. Me acordé de la escena de antes, el culo de Polar
vibrando al ritmo de mis embestidas junto al vigilante muerto. De
pronto tenía muchas ganas de montarla otra vez pero estaba demasiado
magullado y por otra parte alguien podía subir arriba o acercarse
hasta aquí a hacer preguntas y entonces las cosas se pondrían
difíciles. Ella abrió un armario con las llaves de un vigilante.
Sacó dos escopetas recortadas y cuatro o cinco cajas de cartuchos.
-¿Cómo sabías que estaban ahí?
-pregunté.
-Son armas devastadoras y adecuadas
para espacios reducidos. Tienen que estar aquí. Bien -prosiguió-
Estos cacharros tienen cinco disparos. Tendremos que recargar 5 ó 6
veces cada uno. Cuando yo recargué tu disparas. Hay que terminarlo
rápido si hoy queremos escapar. Mi espejo queda lejos. Está en la
planta 34 ¿el tuyo también? -asentí como respuesta.
Salió con la recortada en la mano y
caminó hasta la puerta de cristal que daba a la zona de los
ascensores, cubriendo así la única salida al exterior, bajo la
mirada atenta de los técnicos que trabajaban sentados frente a sus
monitores. Se paró junto a la puerta y se giró. Levantó la
escopeta y disparó cinco tiros que impactaron sobre las cabezas de
las personas que tenía más cerca. El ruido fue atronador. Muchos se
levantaron, algunos huyendo hacia mí que estaba en el otro extremo
de la sala, otros se tiraron al suelo y otros se quedaron paralizados
por el miedo. Mientras ella recargaba comencé a disparar. El arma
dejaba mucho que desear en cuanto a precisión, pero utilizaba
cartuchos y el hecho de tener el cañón recortado hacía que los
perdigones se abrieran en un abanico mortal que podía matar a varias
personas de un disparo. Me decepcionó un poco porque no abría
boquetes, como había visto en las películas, sino que dejaba un
montón de pequeños agujeros sangrantes.
Los técnicos corrían ahora en
dirección a Polar, huyendo de mis disparos. Escuché las cinco
detonaciones de su arma y con cada una de ellas apareció una pequeña
nube de gotitas de sangre sobre el aterrorizado grupo. Luego, yo hice
lo mismo y pronto no quedaron más que cinco o seis personas que se
acurrucaban en el suelo, abrazándose y sollozando, cubiertos de
gotitas de sangre. Sin piedad vaciamos las dos escopetas sobre ellos
al mismo tiempo, dibujando miles de agujeros rojos en sus cuerpos que
de inmediato se convirtieron en hilos de sangre. Aunque no abrieran
boquetes aquellas armas causaban una devastación muy vistosa. Cada
disparo tenía como resultado una explosión de sangre, que me
recordaba a los fuegos artificiales de las fiestas que organizaba el
Sr. Blacksaw frente a su tienda de deportes, sólo que el efecto era
diferente cada vez y a veces el resultado me maravillaba de tal forma
que no podía evitar alabar en voz alta a aquel prodigio. Polar me
miraba divertida y decía entre risas, “tío eres un enfermo”.
Dimos una vuelta por la sala matando a
bocajarro a los que se habían escondido bajo las mesas y a los que
se hacían los muertos. Allí no quedaba nadie con vida aparte de
nosotros. Cargamos las armas y nos dispusimos a salir por la puerta
de seguridad pero nuestras huellas digitales no servían, así que
Polar le cortó un dedo a una chica muerta que yacía cerca y pudimos
abrir la puerta. Salimos a la zona de los ascensores justo cuando se
abría uno de ellos y varios vigilantes acudían a atender la alarma
que los disparos habían provocado. No tuvieron ninguna oportunidad
porque dos disparos simultáneos acabaron con ellos. Sin embargo,
otros guardias subían por las escaleras y comenzaron a disparar
contra nosotros. Contuvimos el ataque con unos pocos tiros y mientras
mi compañera recargaba se abrió la puerta del otro ascensor y dos
guardias dispararon, alcanzando a Polar en el brazo izquierdo. Vacié
mi cargador sobre ellos y ambos cayeron de espaldas bajo la lluvia de
su propia sangre.
Sujetando el arma con una mano, Polar
comenzó a disparar contra los guardias de las escaleras que
intentaban avanzar posiciones tras el desconcierto provocado por el
ataque llegado desde el ascensor. Mató a dos o tres y el resto
retrocedieron. Arrastré a Polar como pude hasta el ascensor, pues se
negaba a moverse de allí antes de haber matado a todos aquellos
tipos. Pulsé la planta 34 y descendimos en silencio recargando las
armas. Apuntamos al frente mientras las puertas se abrían con
intención de salir disparando y así causar el máximo desconcierto
para abrirnos paso hasta los baños, pero allí no había nadie.
Salimos del ascensor y comprobamos que aquella planta parecía vacía.
Con toda probabilidad comenzaron a evacuar el edificio en cuanto
comenzaron los disparos.
Avanzamos hasta los baños, que eran
estancias contiguas en mitad del pasillo. Abrí el que me
correspondía con la llave que había robado al guardia de la porra.
Allí seguía el hombre, tirado en el suelo con la cabeza deformada.
Desde la puerta Polar lo vio pero no dijo nada. Sólo me miró a modo
de despedida.
-Espera, no te vayas -dije-. Tenemos
que hablar. Hay que intercambiar información, hacer un frente común.
Tengo que estar contigo. Sabes que te quiero. No puedo volver allí
sin saber si voy a volver a verte. Podemos quedarnos aquí, huir,
desaparecer.
-No es buena idea. Aquí moriremos más
pronto que tarde. Hay que volver y confiar en que el destino nos
depare lo que queremos.
-Estás diciendo que tú también me
quieres -afirmé mirándola esperanzado, pues deseaba que me quisiera
y también pensaba que si el sentimiento era recíproco
conseguiríamos cualquier cosa-. ¿Sabes? La montaña está ahora
mucho más cerca de la playa. Si me acerco a los cocoteros puedo
sentir el aire frío que baja de la cumbre nevada.
-Lo sé, Tirso -dijo ella con gesto del
dolor agarrándose el brazo herido- Desde la montaña ahora se ven
muy bien las casas de la playa y hasta se distinguen grupos de gente.
Por eso tenemos que volver, seguro que aún estaremos más cerca y
encontraremos la forma de estar juntos.
-Sí, puede que tengas razón. Además
tienes que volver para que te curen -dije mientra besaba sus mullidos
labios y levantaba el brazo para acariciar su nuca.
Unos pasos empezaron a resonar en las
escaleras, forzando nuestra despedida, pues sólo podían ser las
fuerzas especiales de asalto. Desaparecimos frente a nuestros espejos
mientras los haces de las miras láser avanzaban por el pasillo.
De nuevo en la playa comprobé que la
montaña estaba tan cerca que resultaba absurdo. Podía correr unos
pocos metros entre los cocoteros y estaría ascendiendo por su
ladera.
Pero lo que hice fue esperar. No
levantar sospechas. Aguardar mi momento. Acariciar el metal de mi
fusil. Bajo la lluvia.
Gerry Cross & The Pacemakers - All the Hits |