viernes, 21 de diciembre de 2012

Camino hacia la vida. Capítulo V.


Durante las siguientes semanas Franz me presentó a sus amigos, efímeros porque era cierto que la gente duraba poco tiempo en el pueblo, y me enseñó los detalles de la simple y tediosa vida en Takatalvi. Aprendí como contribuir al sostenimiento de la comuna aunque no supiera crear obras de arte, como obtener alimentos y los productos básicos a cambio de trabajos sencillos y me asignaron una habitación en la misma casa en la que vivía mi amigo. Pronto era tan experta como él pues no había mucho que hacer por allí. Solía encargarme de ordenar los puestos de ropa cuando acababa la jornada comercial, algo que quedaba muy por debajo de mis posibilidades y de mis expectativas, así que enseguida estaba asqueada y deseando salir de allí. Franz se dio cuenta de mi tedio.

-La vida aquí te aburre. Si quieres irte no te sientas obligada a quedarte aquí por mí -dijo tendiéndome uno de aquellos artilugios negros y brillantes- Puedes usar mi teléfono, sólo tienes que mandar un Whatsapp a tu ángel de la guarda y pasarás a la siguiente etapa en unos minutos.

-No gracias, no pienso pasar a la siguiente etapa -respondí algo irritada por su conformismo- Así que guardate el mando a distancia que no pienso mandarle nada al vago de Abelardo. Y una cosa -continué- ¿no te parece que eres un poco conformista? Tú y los demás, quiero decir. Estáis aquí esperando a que el aburrimiento supere al miedo y así, el día que eso ocurra, os veréis obligados a dejar esta vida para siempre. ¿No se te ha ocurrido que también podemos salir de aquí y vivir la vida sin más?

-Federica, nunca he visto a ningún alma perdida volver al mundo exterior. Es como empezar otra vez, si el faro te ha guiado hasta este punto significa que estás donde debes. No tiene sentido retroceder.

-¿Qué no? Verás, tú y yo nos marchamos ahora mismo. Sin despedirnos, sin recoger ninguna pertenencia. Ya nos buscaremos la vida. -dije tirando de él y caminando hacia la salida del pueblo. No se resistió mucho y me dio la impresión de que en el fondo le apetecía, aunque empezó a recular cuando unas calles más allá se aparecieron ante nuestros ojos nuestros ángeles de la guarda, Abelardo y Candice, que era el ángel de Franz.

-Almas pecadoras ¿dónde creéis que vais? -dijo Abelardo con voz solemne- Si pasáis de este punto perderéis nuestra protección y quedaréis solos, expuestos a las inclemencias del mundo hostil, de la jungla que os espera ahí fuera. Presas de las tentaciones y de los demonios. Pasto del pecado y de la voluntad del maligno.

-Manda huevos que me vengas tú con esas -respondí- ¡Voy a perder tu protección! Uy, mira como me tiemblan las piernas. ¡Quítate de mi camino si no quieres que te haga tragar ese aura azulada que hoy te rodea, farsante!

-Pero Franz, querido, no puedes volver -dijo Candice- Ya sabes lo mal que te sienta estar allí fuera, que te crees que las normas sociales no van contigo, que te das a todos los vicios, y esta vez no podré estar allí para sacarte de la cárcel.

-¡Apartaos de nuestro camino! -dije mientras me abría paso entre ellos arrastando a Franz.

Sin decir palabra nos dejaron marchar, mientras Franz me miraba con admiración por haberme enfrentado de esa forma tan expeditiva con mi ángel. Caminamos en silencio hasta la carretera que bordeaba la costa y descansamos acurrucados entre los coches, aquellos artilugios con ruedas que vi el día de mi llegada,

-Oye, ¿tú no sabrás conducir uno de estos cacharros? -pregunté.

-Pues sí, claro -respondió él- y también sé como robarlos, que es la pregunta implícita. Recuerda que fui metalero en los ochenta. Me dediqué bastante al cachondeo pero algunas cosas sí que aprendí.

A los pocos minutos corríamos como un rayo hacia el sur en un BMW descapotable, como dos alemanes de vacaciones, riendo de la emoción, con los rostros agitados por el aire. Con la aradio a todo volumen, cantando como locos una canción muy divertida que a Franz le pareció facilona, aunque cantaba aún más entusiasmado que yo. Llegamos a Tarifa y paramos en un mirador solo para admirar como se mezclaban el océano y el mar, los dos azules, el claroscuro. Al volver al coche Franz me pidió que abriera la guantera para comprobar si había algo de dinero pues teníamos hambre y el coche al parecer tenía sed. Sin embargo, la guantera estaba cerrada con llave, así que mi amigo estuvo un rato enredando con unos alambres y tras una serie interminable de juramentos e improperios consiguió abrirla.

-Esto nos ayudará bastante -dijo mientras sacaba un objeto metálico- Es una pistola automática. Nos solucionará la vida. Vayamos al centro de la ciudad.

Avanzamos despacio por las calles del centro dado que Franz parecía interesado en todos los edificios y sobre todo en los establecimientos. Paramos en una calle no muy concurrida, frente a una tienda de que vendía ropas delirantes y observamos un rato la actividad de la zona, que se iba quedando vacía de compradores ya que se acercaba la hora de comer. Franz me dijo que esperara en el coche con el motor en marcha y se dirigió a la boutique. Pensé que me iba a comprar un sombrero, pues el sol atizaba de lo lindo en aquel artilugio sin techo, pero recordé que no teníamos ni medio euro. A los pocos minutos salió corriendo.

-Vamos, coge esto -gritó mientras me pasaba un montón de billetes arrugados- Yuuuuuuuuh! ¡Como me gusta esta vida! Te lo digo de verdad. En el fondo tenía unas ganas de volver que, vamos, estoy que reviento de gozo.

-¿Has atracado la tienda? -dije horrorizada- Pero Franz, ¿te das cuenta? Eres un delincuente.

-Y de los malos, ja,ja,ja -respondió acelerando y alejándonos del lugar de los hechos- Ahora vamos a comprar droga. ¡Un poco de hachís nos quitará las penas, Federica! Rica, rica, Federica, ja,ja,ja.

-He de hacerte notar que ese comentario es del todo soez, Franz -dije con seriedad- Claro, que con tu personalidad disipada, treinta años allí y sesenta aquí pues no es extraño que ahora seas un viejo verde.

-No me jodas, Fede... rica. ¡Oye, tú, perroflautas! -gritó dirigiéndose a un joven que caminaba por la calle vistiendo alguna clase de disfraz medieval- ¿Sabes donde puedo pillar por aquí?

Paramos varias veces para comprar droga y cigarrillos, y luego en una gasolinera para comprar comida y echarle de beber al coche. La comida era muy sabrosa y exótica, lo curioso es que nunca oí hablar en mi país de aquella especialidad culinaria procedente de Hamburgo.

-La gente lo llama comida basura, porque sube el colesterol -me explicó- Ya me contarás, como si quisieran vivir para siempre. Ja,ja,ja.

-Franz, he contado el dinero y has robado quince mil euros. Eso es mucho dinero y, bueno, ya que lo tenemos pues... nos permitiría empezar una nueva vida. Podríamos vivir en el hostal de Txomin, montar un negocio y empezar una vida de verdad.

-Pero ¿qué dices?¿Estás loca? ¿Sentar la cabeza? Ni de coña. Mira, ahora mismo voy a atracar esta gasolinera, porque soy un inadaptado y paso de toda la legalidad vigente.

El coche chirrió mientras salíamos a toda velocidad de la estación de servicio con otros doce mil euros en mi regazo. Franz estaba muy contento y gritaba y cantaba todo el tiempo. Me preocupaba mucho su cambio de personalidad, antes era un joven alocado, pero ahora parecía poseído por el mal y la depravación. Empecé a arrepentirme de mi decisión de abandonar la comuna.

-Oye ¿y si volvemos a Takatalvi? -pregunté.

-¿Otra vez con las coñas? -respondió mirándome por encima de las gafas de sol que también había robado-. Toma, también me he llevado unos Smint, ya verás que ricos.

-Para el coche, Franz. Tenemos que hablar. ¡Ya! -exigí con mi expresión más decidida.

Mi amigo detuvo el coche en lo alto de un monte, en un pequeño mirador de tierra protegido por una endeble valla de madera, desde el que se veía el mar y la costa de Africa. Esperé un rato a que se tranquilizara mientras él manipulaba la droga y montaba un extraño cigarrillo. Luego lo encendió y se quedó muy calmado. Tanto que me entró curiosidad. Así que yo también probé un poco y luego un poco más. Al principio me sentí un poco mareada y ahogada, pero luego me relajé mucho y empecé a reírme repasando el absurdo enredo en el que me había metido sólo por correr un rato por el campo. Franz también se reía sin motivo aparente.

-Me meo de la risa. Voy a aliviarme contra ese árbol. -dijo mientras salía del vehículo con aire bobalicón.

Me quedé sentada en el asiento del copiloto, disfrutando de la sensación de abandono, de la certeza de que en el fondo todo daba igual. Entonces oí que Franz soltaba algunos juramentos y al mirar vi que el viento le había jugado una mala pasada mientras hacía sus cosas y ahora se reía golpeándose las húmedas perneras de su pantalón. Me entró la risa también, con lo estirado que era antes ese tío, salvo cuando era de noche. Me reí a carcajadas, casi me ahogaba, y empecé a golpear con fuerza el salpicadero, llorando de la risa, lo golpeé otra vez y otra con más fuerza, presa de un ataque de risa histérico y total, y de pronto sentí una gran explosión y un globo gigante de tela me golpeó con fuerza en el rostro y en una fracción de segundo me clavó contra el asiento. Quedé atontada por el impacto y cuando me recuperé un poco escuché las risas alocadas de Franz que debía estar retorciéndose tirado en el suelo. Atontada por la droga y el golpe intenté incorporarme para salir del coche y busqué algo a lo que agarrarme. Tanteé un poco y encontré una palanca de hierro a mi izquierda, me incorporé, iba a salir, pero empecé a notar que el coche se movía hacia adelante, embistiendo la endeble valla de madera que protegía a los turistas del precipicio.

-¡No, el freno de mano no! -gritó Franz entre risas- ¡Vuelve a tirar de la palanca! ¡Federica! -Mientras caía por el acantilado me acompañaron las risas y las últimas palabras de mi amigo- Rica, rica... Ja,ja,ja.

Escuché un rotundo ¡croc! y tras unos minutos de aturdimiento conseguí incorporarme. Me extrañó no estar dentro del BMW y al mirar alrededor comprobé que por allí no había ningún coche, sólo encontré mi cuerpo aplastado contra el suelo, pasto de los cangrejos. En la misma postura que la primera vez que caí por un acantilado. De hecho, no había duda, estaba en el mismo lugar que aquella primera vez, junto al puerto, muy lejos del monte en el que había quedado mi amigo Franz. Me dirigí al puerto con decisión y no tardé mucho en encontrar a Abelardo, remendando una red.

-¡Vaya! Por fin has decidido pasar página -dijo con fingida alegría- ¡Ya era hora!

-He vuelto al mismo punto de la primera vez. Mi cuerpo destrozado contra el suelo es el de la primera vez. No entiendo nada ¿He vuelto al pasado?

-Tranquila, mujer -respondió- Ya te dije que aquí el tiempo transcurre de otra forma, así que las semanas que has pasado allí apenas han supuesto algo por aquí. Bueno, ¿qué? Te has convencido de que lo mejor es cruzar a la siguiente etapa ¿verdad? Pues siguiendo esta carretera de aquí detrás...

-No. Ha sido un accidente, igual que la otra vez. Yo no quería morir. Y quiero volver.

El anciano me miró con incredulidad primero y con furia después. Se levantó y parecía que se disponía a reprenderme con bastante contundencia pero una voz conocida a mis espaldas le interrumpió.

-Arratsalde on, familia. -dijo Txomin.

-Pero, Txomin, ¿tú aquí? -pregunté incrédula- ¿Qué ha pasado?¿También te has caído por el acantilado?

-Oye, txiki, que los de Bilbao no nos caemos, nos tiramos -respondió jocoso.

-¡Un suicidio! ¡Quién lo iba a decir, Txomin! Si tú parecías un tío sano y feliz -dijo Abelardo.

-A ver, que todo esto está justificado -respondió Txomin- Tengo a la familia política en el hotel desde hace un mes tocando los huevos con saña y persistencia. El puto infierno no puede ser peor, así que salí a dar un paseo para airearme un poco y paseando, paseando, opté por poner fin al sufrimiento.

-¿Tu familia política? -intervino Abelardo- Pues sí. Entonces tienes razón, el suicidio está justificado.

-Pero si estás aquí, en este preciso lugar... ¿significa que Abelardo también es tu ángel de la guarda? -pregunté.

-Nena, es evidente. Hoy estoy de guardia, o sea, que me tocan todas las emergencias de toda esta zona -explicó Abelardo- Pero, bueno, centrémonos. Txomin, tú que eres un tío sensato ayúdame a convencer a esta inconsciente de que debe pasar a la siguiente etapa.

-A ver, a ver. No nos precipitemos -respondió el vasco- Yo desde luego no vuelvo atrás ni de coña, eso te lo garantizo, pero lo de pasar a otra etapa vamos a estudiarlo.

-¿Cómo estudiarlo? -preguntó el ángel- No hay nada que estudiar Txomin. Yo soy tu ángel y te insto, te recomiendo, que pases a la siguiente etapa.

-Abelardo, te digo la verdad, me pareces un tío de puta madre, pero, a mí estos temas no me gusta tratarlos con intermediarios. Mira, ya que eres un ángel vete a hablar con Dios y coméntale que baje para explicarme el tema este de las etapas, que no lo tengo claro.

-Pero Txomin, eso no puede ser. Imagina que todo el mundo pidiera lo mismo. Y, no, no, no, no me salgas ahora con que Dios puede estar en varios sitios a la vez. Quédate sólo con que no puede ser.

-Bueno, vale, pues entonces que venga San Miguel que me estará agradecido -dijo Txomin- No veas cuantas cervezas de las suyas he servido yo, ja,ja,ja.

-¡Qué gracioso, hombre! Pero qué mala suerte que tengo, siempre me toca guardia cuando mueren los más imbéciles -reflexionó en voz alta Abelardo, con expresión agriada- Nadie va a venir. Yo soy el único que os puede guiar. Y os digo que la mejor opción es el camino a mis espaldas. Lleva a una playa donde os darán la bienvenida con cariño, sin rencores por tanta reticencia, ni por estas solicitudes un tanto irreverentes, y empezaréis una etapa mejor.

-Yo me vuelvo -dije con decisión- ¿Te vienes Txomin? -él negó con la cabeza con expresión atemorizada, estaba claro que prefería cualquier cosa antes que volver a su vida con la familia de su esposa- Mira, no vamos a pasar por el hotel, estaremos muy lejos, sólo vamos a buscar a un amigo que se ha quedado allí. Cuando le encontremos volvemos aquí, nos despedimos de este gilipollas y cruzamos a la siguiente etapa, a ver si terminamos esto de una vez. Imagino que sabes conducir un vehículo a motor.

-Bueno, eso es distinto, si se trata de una última aventurilla en plan road movie entonces me tocas el punto débil. Si me prometes que no pasamos cerca del hotel, entonces de acuerdo -respondió el recio hostelero euskaldun.

Alejándonos de la retahíla de reproches que nos espetaba Abelardo subimos al acantilado. Le expliqué a Txomin como saltar el pequeño agujero en el camino y cruzamos al otro lado, muy contentos, yo porque estaba decidida a rescatar a mi amigo Franz de las garras del mundo pavoroso en que le había dejado al sacarle de Takatalvi, y Txomin porque por fin iba a tener su aventura de carretera en compañía de una rubita.  


Sonata Arctica - Takatalvi

viernes, 14 de diciembre de 2012

Camino hacia la vida. Capítulo IV.


La segunda jornada de comercialización sobre la arena fue tan exitosa como la anterior, así que volví al hotel y abracé a Txomin de la emoción.

-Mira, mira, 2000 euros, a este paso muy pronto podré establecerme aquí.

-Oye, pues me alegro de la ostia. Así podrás pagarme la habitación, que tu colega Abelardo sólo abonó una noche. Bueno, a ver, que no es por poner obstáculos entre nosotros, que no le voy a poner pegas a una maciza como tú, pero pagar en algún momento tienes que pagar que sino mi mujer se mosquea y nos parte el alma a los dos. Primero a ti, luego se cebaría conmigo.

-No sé que me dices, Txomin. Pero sí, tienes razón, lo primero es pagarte ahora que tengo dinero.

Repetí la operación comercial al día siguiente pero me llevé una gran decepción, las ventas fueron casi nulas y a mediodía volví al hotel con gran parte del cargamento sin vender. No me lo explicaba, qué pronto estaba fallando mi política de ventas. Algo se me escapaba. Así que por la tarde fui a la playa para pedir consejo a Manuel, el inteligente filósofo, y lo encontré en el mismo sitio de la otra vez, tumbado en la arena, rascándose el bajo vientre.

-Vamos a ver, Federica. Estamos ante un problema de saturación. Gran parte de tu mercado potencial ya ha adquirido el producto y ahora hay que esperar a que lo consuman y necesiten reponerlo, pero eso sucederá dentro de tanto tiempo que la reposición será improbable. Se conocen pocos casos de gente que haya terminado un bote de Betadine en dos semanas de vacaciones. Incluso en un año. Algunos ni siquiera lo han conseguido en toda una infancia.

-Entonces ¿qué puedo hacer? Necesito un medio de vida y esta parecía era una buena alternativa, pero...

-Pues la solución es evidente. Debes ampliar tu zona de influencia hacia el sur, que es dónde se encuentran las playas más grandes y concurridas.

Tomamos una Mirinda en el chiriguito, invité yo en agradecimiento a sus consejos sobre política comercial, y al despedirnos me ofreció la mano en plan profesional, pero preferí sustituir el apretón de manos por un beso en la mejilla. Lo que fuera con tal de no tocar aquellos dedos que siempre estaban enredando por aquellas partes en las que no llevaba taparrabos.

Al día siguiente me desplacé unos kilómetros hacia el sur y comencé a ofrecer mis productos con inteligencia y oportunidad a lo largo de una enorme playa. El negocio volvía a funcionar, las ventas eran espectaculares, y ya casi había vaciado el carrito cuando llegué a una zona de la playa mucho menos poblada. A partir de aquel punto apenas había gente, pero yo seguí avanzando incapaz de parar, sentía la necesidad de llegar a alguna parte, ya no ofrecía mi producto, no estaba atenta a las oportunidades para darle salida. Una fuerza extraña me obligaba a avanzar sin perder tiempo.

Llegué a un recodo y me encontré frente a un largo tramo de costa en el que apenas había alguna persona y al fondo vi una silueta conocida. Era un faro de piedra muy antiguo, que ya estaba allí hacía 200 años, lo había visitado en compañía de mi familia durante las últimas vacaciones de mi vida normal. Recordé que el farero era un viejo de pelo blanco de mirada dura y pocas palabras, perfecto ejemplo de lo que se entiende por un lobo de mar jubilado en España y un experimentado técnico superior en trazado de rutas fluviomarinas retirado de la actividad en Alemania. Aquel hombre vivía en el faro y se ocupaba de su mantenimiento y nos invitó a subir arriba, a lo alto de la torre en la que una especie de gigantesco quinqué rodeado de cristales alumbraba la noche para guiar a las embarcaciones. Nos explicó cómo funcionaba el sistema de rotación mecánico y nos mostró el impresionante paisaje, Cádiz a la derecha y la costa de Africa, allí al fondo, a la izquierda.

Aquellos recuerdos de tiempos felices en compañía de mi familia me produjeron una gran congoja y no pude evitar tragarme con ansia dos botes de Betadine para reconfortar mi espíritu. Una vez hecho lo cual decidí acercarme hasta el faro. Fue una larga caminata durante la cual no supe si de verdad avanzaba por voluntad propia o si estaba siendo arrastrada por alguna fuerza oculta e irresistible hacia aquel faro de aspecto tenebroso y temible. Presentía que necesitaba ir hasta allí.

Cuando llegué miré hacia arriba y tuve miedo, no entendía porque había caminado tanto sólo para estar bajo aquella mole de piedra. Allí no había un alma, no podía potenciar mi negocio en aquella zona y era absurdo perder el tiempo en sandeces cuando urgía tanto sentar las bases para una nueva vida. Pero, sin saber por qué, llamé a la puerta con tres golpes decididos. Esperé un rato y nadie abrió, por lo que imaginé que el faro estaba abandonado y ya no sería posible subir arriba y ver el impactante paisaje. Supuse que en el fondo aquel era mi deseo, volver a subir y contemplar otra vez las vistas que alcanzaban kilómetros en todas direcciones y recordar así aquellos momentos únicos en compañía de mis seres más queridos.

Mientras cavilaba sin mucho fundamento apoyé mi espalda en la pared y poco a poco me fui deslizando hasta que acabé sentada en el suelo, abatida, desubicada y pérdida. Entonces se abrió la puerta y el farero me miró sin pronunciar palabra.

-¡Eres el mismo farero! ¡Estuve aquí hace 200 años y tú eras el farero! -dije levantándome de un salto- ¿Cómo es posible? ¿También tú has vuelto a esta vida tras una extraña experiencia en el puerto?

Me invitó a subir a la torre y contemplamos el paisaje en silencio. La escarpada costa africana, las playas, el puerto, la ciudad muy a lo lejos. Recordé los gritos de admiración de mi hermano pequeño y que decía que nadie en su clase del colegio se creería que había estado dentro de un faro de verdad y mucho menos que desde allí arriba se veía otro país, otro continente.

-Yo no soy como vosotros -dijo el farero con voz ronca y pausada- No he vuelto a esta vida para terminar algo o porque no la quiera dejar. Yo vivo aquí porque soy el farero. El farero de las almas perdidas. Os guío hasta aquí para que encontréis un sitio en el que existir mientras decidís si de verdad os queréis quedar. En realidad, hasta que decidís cuando volveréis a cruzar.

-¿Quiere decir que hay más personas como yo? A dicho, vosotros... -pregunté impaciente.

-Ya lo creo. Mucha gente se resiste a pasar a la siguiente etapa porque creen que deben terminar algunas cosas aquí, o porque tienen seres queridos o bienes materiales. Pero cuando vuelven se encuentran que esta vida ha cambiado, que las cosas ya no son iguales, o que no las pueden ver igual sabiendo que hay otra vida, habiendo comprobado que esto es una transición.

-Y usted los atrae hasta aquí, al faro -reflexioné en voz alta- Yo he sentido eso, la necesidad de venir aquí sin saber por qué. ¿Dónde está esa otra gente? Los otros, los que igual que yo no han querido avanzar a la siguiente etapa cuando les tocaba.

-Hay una comuna. Una comunidad. Es como un pequeño pueblo. La mayoría son artistas, gente inquieta, músicos, escritores, pintores, escultores, ese tipo de personas. Supongo que los que más cultivan su espíritu en esta vida son los que tienen mayores dificultades a la hora de dejarla. El caso es que todos acaban sufriendo graves problemas para adaptarse a la vuelta a esta vida y mientras deciden si se quedan o no, necesitan subsistir e integrarse de alguna forma. Así que decidimos crear la comuna. Allí cada uno hace lo que le gusta o lo que sabe y luego intentan venderlo a la gente, de forma que con el dinero obtenido se pueda mantener los mínimos necesarios para que el grupo subsista. También es una forma de evitar que acabéis en un psiquiátrico o en prisión.

-Vaya. Pero no entiendo una cosa. ¿Por qué aquí? Quiero decir, cuando yo morí fue aquí cerca, en un acantilado a pocos kilómetros de este faro. Si otros que como yo vuelven a esta vida terminan también en este faro ¿es porque mueren también en el mismo acantilado? -pregunté tratando de ordenar mis ideas- Dicho de otra forma, ¿el faro está en este preciso lugar porque desde aquí se pasa a la siguiente etapa?

-No, no, cada uno muere donde le toca. Y si vuelve a la vida y termina teniendo problemas, lo cual sucede siempre, empezará a sentirse atraído por el poder de este faro y tarde o temprano termina aquí, admirando las vistas.

-Lo raro es que yo no tenía problemas de adaptación a esta nueva vida. Quiero decir que me estaba buscando la vida y parecía que iba a poder adaptarme poco a poco. No entiendo por qué me he sentido atraída por el faro.

-Oye, te estás bebiendo un bote de Betadine. Créeme, tienes problemas -dijo él señalando el envase amarillo que acariciaba entre mis manos.

-Ya, vale. -dije intentando encontrar un tema para desviar la atención de mi pequeño vicio- De todas formas, lo mío sí que es una enorme casualidad. Pasé las vacaciones en esta zona, visité este faro y luego tuve un accidente mortal por aquí cerca.

-Bueno, es que aquí también se muere la gente ¿sabes?

-Claro. Y ¿cuántas personas hay en esa comuna?¿Dónde está?

-Está allí -dijo el hombre señalando tierra adentro, hacia un pequeño pueblo blanco sobre una montaña no muy alta- Se llama Takatalvi. La población es de unas cien personas, unos van, otros llegan, pero no suele haber mucha más gente.

-Bueno, me voy a acercar hasta allí -dije despidiéndome con la mano pero una última pregunta apareció en mi mente- ¿Tú eres un ángel de la guarda?

-No, hija. ¡Qué más quisiera! Esos sí que viven bien, viajes, conocer mundo, haciendo amistades aquí y allá. Qué envidia -dijo con aire de resignación- Yo sólo soy el recepcionista, el portero, el bedel que ordena la fila de los niños a la entrada del colegio.

Salí del faro y seguí las indicaciones que el viejo marino me dio para llegar al pueblo y tras horas de ardua caminata por caminos de tierra y carreteras llegué hasta la comuna. A la entrada del pueblo había un anciano sentado en un banco, dormitando plácidamente a la sombra de un parral. Al principio no le reconocí pero cuando me fui acercando observé con sorpresa que se trataba de Abelardo, mi ángel de la guarda.

-Tío, eres un vago. Te lo digo de verdad. Como dice Txomin, manda huevos, y tu los tienes cuadrados, joder. Es que esto es para pedir el libro de reclamaciones. -dije mientras él me observaba con aire aburrido- No me dijiste nada del faro, ni de este pueblo. Ni que hay más gente como yo. Es que no entiendo como no te despiden. Si eres un fraude. Ni ángel de la guarda ni nada, tu lo que eres es un incompetente y supongo que la mayor parte de tus pupilos acaban yendo adonde sea con tal de estar lejos de ti.

-Qué no, mujer. Si ya me imaginaba que llegarías hasta aquí tu sola. -dijo él desperezándose- ¿Para qué te iba a estropear la sorpresa? Además, necesitabas experimentar las dificultades de adaptación. Con lo cabezona que eres no me hubieras creído.

-Bueno. ¿Y ahora que haces aquí? Supongo que no vendrás a darme consejos, porque menuda cara dura haría falta para eso.

-He venido a pedirte que reflexiones y que pases a la siguiente etapa -dijo él interrumpiendo mi discurso- Ya has visto que este vida no es la misma que tenías, que este mundo es diferente y adaptarse no es tarea fácil. Has descubierto la comuna. Y tienes que saber que una vez aquí casi todo el mundo acaba volviendo. Ahórrate los sinsabores y cruza ahora. Mi obligación como ángel de la guarda es aconsejarte, por tu bien.

-Bueno ¿y que más obligaciones tienes?¿Qué otras cosas no me has contado que me convendría saber?

-Ya no puedo ofrecerte nada más. Mi eficaz tarea ha terminado después de guiarte hasta aquí. Una vez en Takatalvi cada cual tiene que decidir cuando se va.

-¿Qué significa? Takatalvi ¿Qué significa?

-¿Takatalvi? Es finlandés y se utiliza para referirse al frío que vuelve en primavera. Cuando el frío vuelve por unos días o unas horas, por un corto periodo de tiempo tras el cual la primavera se instala de forma definitiva. ¿Te das cuenta de lo apropiado del nombre? -dijo intentando sin éxito adoptar una expresión inteligente, como señalando la lógica de aquello.

Me marché sin despedirme. Todavía furiosa por la incompetencia de mi ángel de la guarda me interné en el pueblo. Era pequeño y bonito, y estaba apartado de cualquier otra población. No había bares, ni restaurantes, ni hoteles, nada de lo que había visto en los pueblos cercanos a la playa. El pueblo se ordenaba alrededor de una concurrida plaza en la que había unos cuantos talleres de artesanía, de pintores y escultores, de ropas, y cosas así. Recorrí la plaza entre la gente, admirando los trabajos expuestos pues se trataba de obras de arte de elevado nivel y me pregunté cómo era posible que aquel pueblo no fuera famoso en el mundo entero, con lo fácil que sería verlo en las ventanas de las casas ahora que había mandos a distancia.

-¿Federica? -preguntó una voz conocida a mis espaldas, lo cual me obligó rotar con rapidez.

-¡Franz! No puede ser. ¡Tú también estás aquí! -dije abrazándole sin pudor, con una alegría incontenible al encontrar a alguien conocido en aquella vida extraña.

-No me lo puedo creer. ¡Pero sí asistí a tu funeral!. -dijo él- Qué tristeza. Dijeron que caíste por un acantilado, una muerte terrible. Tan joven. Claro, que unos cuantos años después yo también había muerto. Pero primero tú, ¡cuéntamelo todo!

Nos sentamos en uno de los bancos de piedra de la plaza e hice un breve relato de mi muerte y de lo acontecido después, en el puerto, y de lo poco que había llegado a hacer en la vuelta a la vida. Después le pedí que relatara todo lo acontecido desde mi muerte hasta aquel momento y lo que supiera sobre mi familia.

-Bueno, pues mucho no te puedo decir. Ya sabes que a tus padres no les caía muy bien. Recordarás que me consideraban un juerguista y encima mi oficio de compositor no me beneficiaba, así que por esa razón no me acerqué por tu casa al principio. Y luego tampoco, por que el caso es que tras un breve duelo por la muerte de una amiga íntima como tú, retomé mis actividades lúdicas con más fuerza y mis fiestas empezaron a hacerse muy famosas y... bueno, ya sabes, la mala leche que tiene la gente en Viena, así que empezaron a llamar a mis salidas nocturnas “las schubertiadas”. Usando mi apellido con mofa, ¿entiendes? Sí, tampoco se rompieron la cabeza buscando el nombre, pero a la gente le hacía gracia y mis sesiones nocturnas eran la comidilla de los cotillas de la ciudad, así que les vino de perlas. El caso es que tus padres me miraban fatal cada vez que coincidíamos y un día tu padre se acercó y me dijo que estaba seguro de que había sido yo el que te metió en la cabeza esas ideas raras de correr por el campo. Yo le expliqué, con toda la sinceridad que encontré, que los deportes no se contaban entre mis aficiones y que sólo había corrido por el campo en alguna ocasión, por lo general detrás de tu hermana. Ya lo sé, fue un comentario inoportuno y enfrió definitivamente la relación con tu familia, por lo que apenas tuve más contacto con ellos. Sé que poco después se marcharon para siempre a Munich. Lo siento, no puedo decirte mucho más.

-¿Y qué pasó contigo? Tienes casi el mismo aspecto que la última vez que nos vimos, lo cual significa que también moriste joven. ¿Qué te pasó?¿Pudiste cumplir tu sueño de mostrar tus obras a Beethoven? ¿Conseguiste que se estrenara alguna? -pregunté impaciente.

-Espera, espera, que te cuento -dijo él riendo ante mi impaciencia-. Pues sí, conseguí estrenar algunos lieder y danzas, varios de ellos fueron bastante conocidos. Sin embargo, mis obras mayores no llegaron a tener el éxito que yo esperaba. Aunque cuando volví a esta vida me encontré con que me consideran un gran compositor y muchas de mis composiciones se clasifican como obras maestras. Al menos he pasado a la historia. Y sí, conseguí que Beethoven echara un vistazo a mis libretos pocos días antes de su muerte y sus alabanzas hicieron que todos mis esfuerzos merecieran la pena. -hizo una pausa que yo respeté esperando que expresara aquella reflexión interior- La vida es curiosa, Federica. ¿Recuerdas que un día dije que cuando Beethoven muriera ya no merecería la pena seguir en este mundo? Pues esta frase se convirtió en una especie de augurio. Cuando él gran maestro murió llevaba yo un tiempo arrastrando peor que mejor una enfermedad, venérea, claro, que a partir de entonces se complicó cada vez un poco más y que me llevó a la muerte unos meses después.

-Y entonces llegaste al puerto en el que te esperaba tu ángel de la guarda. -dije yo intentando alejar la conversación de la naturaleza y origen de sus enfermedades.

-¿Puerto? No, yo aparecí en una estación de tren y allí encontré a mi ángel, que se llamaba Candice. Muy atractiva, pero no me hizo ningún caso por mucho que intenté seducirla, aunque sé que en el fondo yo le hacía gracia. Cuando me fui centrando me explicó la situación y decidí volver a esta vida pues no podía dejar sin terminar una sinfonía y sin orquestar otra. El caso es que cuando volví era el año 1966 y me costó tanto aceptarlo y adaptarme que olvidé por completo mis composiciones pendientes.

-Es decir, que tú estuviste menos tiempo en la estación que yo en el puerto y por eso llegaste aquí antes que yo. Dos horas significaron para mí unos 200 años, así que tú debiste estar deliberando con tu ángel como una hora y media. ¿Y a qué te has dedicado durante más de cincuenta años aquí? Por cierto, que no has envejecido nada a pesar de llevar aquí tanto tiempo.

-No, una vez que vuelves no puedes envejecer. Creo que es porque no formas parte de esta vida por mucho que te empeñes, así que ni siquiera te está permitido envejecer y así todavía es más difícil integrarte -me explicó con la mirada clavada en los adoquines del suelo-. Cuando llegué estaba muy perdido y me refugié en la música, pero todo era muy diferente y me costó mucho asimilar los estilos musicales que se practican aquí de una forma tan contraria a la lógica. Unos tocaban rock con una escala pentatónica, cinco notas en lugar de siete, imagínate, qué fenómenos. Otros jazz mezclando las escalas sin orden ni concierto e improvisando ¿te lo puedes creer? Y otros tocaban pop que si ya era algo aberrante al principio ha ido degenerando y no creo que ahora mismo haga falta nadie para componerlo.

-Ya me he dado cuenta de que la música ha sufrido cierta metamorfosis, pero el caso es que a mí me gusta. Esos ritmos me despiertan las ganas de bailar. De mover las caderas y eso.

-No me provoques, Federica, que no quiero empañar este bonito reencuentro con una actuación fuera de tono -dijo con su talante descarado de siempre-. Bueno, el caso es que tratando de adaptarme compuse algunas canciones modernas para grupos como los Beatles, los Rolling Stones, Deep Purple y otros, y muchas tuvieron bastante éxito, pero nunca me dejaban aparecer en los créditos y la fama era sólo para ellos, por lo que decidí hacerme músico activo y probar suerte por mi cuenta. Toqué el teclado en algunos grupos hard-rock famosos en los 80 pero tampoco logré hacerme un nombre propio porque no era tan bestia como los demás y eso entonces se valoraba bastante, aunque nos corrimos buenas juergas, eso sí. Y así viví unas décadas bastante turbulentas, entre conciertos y fiestas como antes, pero sin sentir la plenitud de antaño pues aquí la música adolece de estilo y las mujeres son más decididas que yo, por lo que digamos que se ha perdido el erotismo del juego amoroso. Y un día sentí la necesidad de venir aquí, al sur, luego supe que atraído por el faro de las almas, y me quedé en este pueblo.

-Entonces, ¿aquí, en el pueblo, sí has conseguido adaptarte?

-Sí, pero la vida en Takatalvi es como una especie de sala de espera. Muy tranquila, pero tienes presente en todo momento que no quieres salir al mundo exterior y que sólo estás aquí porque aún no has decidido pasar a la siguiente etapa -dijo con cierta tristeza en la voz-. Soy de los más veteranos del lugar, la mayoría de la gente se va antes de los dos años, pero yo llevo aquí casi cinco. Ya sabes que siempre fui muy lento tomando decisiones.

-Sí, es verdad. Oye, ¿hay alguien más conocido por aquí? Alguien de nuestra época me refiero.

-De vez en cuando llega alguien. Como el momento de su llegada aquí depende del tiempo que pasan con su ángel decidiendo si cruzan a la siguiente etapa o vuelven a esta, pues algunos siguen llegando, los más discutidores entiendo. Pero no, ahora mismo no hay nadie. Ya te he dicho que la mayoría de la gente dura poco por aquí.

Schubert - Symphonies 5 & 9 - Jochum

viernes, 7 de diciembre de 2012

Camino hacia la vida. Capítulo III.


Volví al camino naranja y avancé un rato hasta llegar a una zona tranquila, lejos de aquellas gentes tan extrañas, y me senté a meditar frente al mar. Tenía que asumir que habían pasado dos siglos y que en 200 años el mundo habría cambiado mucho y sin duda los avances tecnológicos y sociales acontecidos serían de una envergadura inimaginable. Pensé que la mejor estrategia para resistir todo aquello era aceptar todos aquellos cambios con normalidad. Fingir ante todos y ante mí que la música disonante, los cilindros de colores, el Betadine y los pequeños taparrabos no me impresionaban en absoluto.

Una vez establecida mi estrategia y fortalecida mi voluntad me dirigí hacia la que había sido mi casa, alquilada pero mi casa. El camino era diferente, menos agreste, la maleza escaseaba y parecía que había más construcciones a lo lejos, pero dado que mi casa era de las primeras no tuve que enfrentarme a las inquietantes razones de aquellos horribles diseños constructivos. Cuando llegué a la puerta de la casa aprecié algunos cambios. El jardín había sido sustituido por una explanada de tierra en la que reposaban unos enormes artilugios metálicos de utilidad inimaginable dotados de ruedas de un extraño material con aspecto endeble. Vi que uno de ellos lucía un cartel con las letras BMW y me acordé de la chica de la playa y de que era supuesto que todos los alemanes teníamos uno de esos.

La puerta de la casa estaba abierta y en el que antes era un majestuoso recibidor había un gran mostrador decorado con un rótulo “Mostatxo Kanoso. Hotel Boutike”. Un señor con camisa a cuadros que lucía un enorme bigote blanco y amarillo me miró con cara de pocos amigos, quizá inquiriendo alguna iniciativa por mi parte. Mientras me acercaba repasé mi estrategia: había que aceptar los cambios con normalidad, no me impresionaban en absoluto.

-Egun on -dijo el hombre con voz afable y bastante incongruente con su aspecto físico- Habitasión para uno quieres ¿no?

-Guten Morgen, caballero. ¿Para uno? -pregunté mientras trataba de aparentar un comportamiento considerado normal en la época- Pues no, no, es que soy alemana y... vamos, ya me entiende, que he venido con mi compatriota rubita y sonrosada en un pedazo de BMW -dije recordando el comentario de la chica de la playa.

-Joder. Mecagonlaleche. No me digas eso chavala, que ya me lo estoy imaginando. Una aventura sin límites en plan Thelma y Louise, ¿no?. Buf. Oye, aquí estoy yo para lo que haga falta, que no se diga que venís a Euskadi y os falta de algo.

-Gracias, buen hombre, muy amable. Pero oiga, ¿cómo que Euskadi? Si esto siempre ha sido Andalucía. ¿Qué ha pasado? ¿Quiere decir que los vascos han conquistado toda la península?

-No me jodas, toda la península no. Seguimos donde siempre, pero esta es mi casa y si yo digo que esto es Euskadi os hacéis todos a la idea de que esa playa de ahí es Sopelana. No te jode -dijo el hombre con mucha seguridad-. Pero bueno, dejemos a un lado la política, que ya sé que a los alemanes os gusta un huevo. A ver, chiquita, necesito una tarjeta de crédito.

-Qué bien, como me alegro -respondí- Pues yo un bañito caliente y echarme un rato. Si no le importa voy a pasar a mi habitación.

-Huuum... Oye, a ver, a ver, ¿no serás una de las espabiladas que se hospedan sin pagar? Porque te pongo a arrancar cebollas en el huerto hasta que te sangren las manos.

-No se preocupe Txomin, es una amiga a la que estaba esperando. Cárguelo a mi habitación -dijo tras de mí una voz masculina que sonaba familiar.

Me giré para agradecer el galante detalle a aquel noble señor y me encontré con una sorpresa.

-Hola, mona ¿qué tal la vuelta a casa? -dijo el anciano del puerto y antes de que yo pudiera responder me estaba empujando hacia la habitación.

A pesar de la desagradable sorpresa y de los empujones, observé con alegría que me habían asignado la que había sido mi habitación 200 años atrás, así que al menos no extrañaría mi cuarto. Claro, que la decoración era lamentable y había unos cuantos artefactos oscuros de aspecto amenazante. Pero lo primero era aclarar las cosas con el viejo.

-Ya veo que me ha seguido hasta aquí. ¿No decía que no existen razones para volver a cruzar? Menudo hipócrita.

-En mi caso estaba obligado -respondió él- Por ti.

-Quiere decir que está obsesionado conmigo. ¿Pero qué clase de maníaco es usted que vuelve de la muerte sólo para acosar a una mujer a la que ha visto desnuda de forma accidental y breve?

-No, mujer. Qué no. ¿No lo entiendes? -dijo observando mi expresión escéptica- Yo soy tu ángel de la guarda. Por eso estaba esperándote allí, para guiarte. Pero no me hiciste caso. Y ahora he tenido que venir aquí para convencerte, que esta vida ya no es para ti.

-Coño. Pues vaya mala uva que tiene para ser un ángel. Porque si me hubiera explicado las cosas con un poquito más de detalle igual no había vuelto. Sobre todo si hubiera sabido que iba a aparecer en el siglo xxi.

-Puede ser que esté de mala leche, no lo niego. Me contarás, acabo de guiar al cantante de un grupo grunge que se ha pasado como 18 años buscando el Nirvana por los alrededores del puerto. Manda huevos. Menudo obsesivo de mierda, y lo que me ha costado llevarle al comienzo de la siguiente etapa. Y luego apareces tú poniendo pegas, ¿qué iba a hacer?¿dar saltos de alegría? ¡Qué bien, ha llegado otra pedorra que quiere volver a su casa!

-¿Ah, sí? Pues yo esperaba que mi ángel de la guarda fuera más del tipo guapete y un poco mazas, y no un anciano degenerado. Así que también tengo razones para estar de mala uva ¿O no?

Nos sentamos en extremos opuestos de la cama, enfadados, dándonos la espalda, y estuvimos un buen rato sin hablar, expresando así la dimensión de nuestros respectivos malos humores.

-¿No me estarás leyendo el pensamiento? -dije intentando volver a entablar conversación.

-Creo que ha llegado el momento de tomar ciertas iniciativas -dijo sin responder a mi pregunta- Si estás decidida a quedarte por aquí tendré que enseñarte lo más básico para que puedas desenvolverte en esta época. Por ejemplo, eh.... esto es un mando a distancia -comentó mientras mostraba uno de los artefactos.

-¡Largo de mi habitación! ¡Quiero descansar! - dije mientras le lanzaba a la cabeza mis zapatos de correr.

Me quedé sola y un poco arrepentida por haber maltratado al viejo, pero su actitud de sabelotodo era muy cargante, aunque la verdad es que debería estarle agradecida por haberme conseguido la habitación. Mi habitación. Empecé a observar los cambios. La cama era más cómoda, los muebles eran bastante feuchos, y luego estaban los artefactos. Decidí investigar por mi cuenta y cogí aquello que el viejo había denominado como mando a distancia. Tal y como me mostró la chica de la playa empecé a pasármelo por la cara. Tenía unos relieves con números y letras que eran blanditos y cuyo roce resultaba algo placentero, pero tampoco le vi una funcionalidad especial. Entonces empecé a frotarme la nariz para ahuyentar un picor inoportuno en mi herida cicatrizante y una luz se encendió en el centro del absurdo espejo negro que reposaba sobre el aparador, frente a mí. La luz invadió toda la pantalla y se abrió una ventana que inexplicablemente daba a una cocina desde la que un señor vestido de blanco que hablaba igual que Txomin y que empezó a explicar la mejor forma de pelar un ajo. La verdad es que la conversación era interesante pero carente de todo protocolo, así que decidí mantener las distancias y le pedí que se fuera, pero él seguía con lo suyo, que si rico, rico, que si un chiste malo.

Le ignoré, demostrando con mi actitud distante que mi atención estaba ocupada en cosas más importantes y sin pensarlo me volví a rascar con el mando a distancia. Entonces en la ventana apareció una mujer con un raro peinado hablando sobre Munich, mi ciudad natal. Al poco aparecieron las calles de la ciudad, las grandes avenidas de mi infancia, las plazas de siempre, pero repletas de los artilugios con ruedas que al parecer también andaban, gentes vestidas muy raro, edificaciones amorfas y todo tipo de espantosas novedades. Luego hablaron también de Viena, donde mi familia pasaba muchos meses al año debido al trabajo de mi padre como diplomático y la sensación de desamparo fue en aumento. Seguí aquellas imágenes, llorando y moqueando, hasta el final y me di cuenta de que no tenía sentido volver allí. Mi familia había muerto hacía decenas y decenas de años, no conocía a nadie, probablemente no tendría casa y aquellas bellas ciudades serían ahora espantosas. Mejor me quedaba allí, en el sur de España, donde seguro que sería más sencillo rehacer mi vida.

Después de rascarme otra vez la nariz con el mando me di cuenta de que era así cómo conseguía cambiar lo que se veía a través de la ventana. Así que me la rasqué muchas veces y me hice una idea de lo diferente que era el mundo, nada que ver con mi época. Cuantos artilugios que conocer y cuantos comportamientos incomprensibles que aceptar. Eso sin hablar de las pintas de la gente. La música no estaba mal, eso sí, nada que ver con algunos pimpollos de mi época. Empecé a echar de menos a mi familia, pero luego me di cuenta de que era urgente adaptarse al medio si no quería volver a morir, o quedar recluida en alguna institución para desviados mentales. Sin duda me había equivocado echando al viejo, tenía que reconciliarme con él, al fin y al cabo era mi ángel de la guarda y podía ayudarme a encontrar mi sitio en aquella nueva vida.

Salí de la habitación para buscar al anciano, ni siquiera sabía su nombre, y me dirigí al jardín, pues pensé que estaría allí leyendo o fumando una pipa. Cuando salí me quedé paralizada, la hierba que se extendía antes por todo el gran terreno de la propiedad apenas ocupaba pequeños espacios dispersos, ya que casi todo había sido invadido por una enorme piscina rodeada de tumbonas en las que retozaban señoritas semidesnudas y hombres con taparrabos. En una de ellas encontré al viejo admirando en voz alta y sin tapujos los cuerpos de las jóvenes, que en su mayoría le sonreían con la incomodidad dibujada en sus rostros, aunque también había una minoría que hacía posturitas animándole a seguir. Qué época, Señor, qué época.

-Bueno, vamos a empezar por el principio. Mi nombre es Federica de Lienchestein. -dije tratando de captar la atención del anciano- Dígame cual es el suyo y al menos habremos cumplido con las formalidades iniciales, así podremos entrar en materia y dirigir mi adaptación a este extraño entorno.

-Ah, hola guapa ¿Me traes una coca-cola? -respondió él.

-¡Por favor! -dije mientras le soltaba un cachete en la nuca que le obligó fijar su atención en mí- ¿Pero tú no eras mi ángel de la guarda? Entonces, ¿qué haces mirando a otras? Vamos, hombre, menos actitud disipada y más trabajar.

Su nombre era Abelardo y su misión protegerme de todo mal y guiarme a la siguiente etapa. Sólo que con el crecimiento exponencial de la población mundial no había suficientes ángeles de la guarda y estaban todos pluriempleados, con lo cual su tradicional atención personalizada había quedado un tanto maltrecha y sus antaño oportunas intervenciones ahora se limitaban casi siempre a una exposición documental de los hechos, para el expediente. El futuro para los profesionales de la custodia se perfilaba diferente, pero aún peor, pues en los últimos años la natalidad cada vez crecía menos y ya anticipaban que cuando cayera la generación llamada baby-booooom se multiplicaría el número de ángeles de la guarda y muchos irían al paro obrero por falta de protegidos. No obstante, no sería para ellos una situación desesperada pues al parecer en el Jardín del Edén está subvencionado todo, excepto las manzanas.

-Bueno, ya te he enseñado los fundamentos básicos de la sociedad y la utilidad de los artilugios más frecuentes en este mundo. -dijo Abelardo tras dos días de incesantes explicaciones durante los cuales me obligó a ir de la habitación a la piscina y de allí al comedor-. Si de verdad quieres quedarte aquí tienes que ganar pasta para poder vivir, mis recursos materiales son muy limitados y no puedo mantenerte mucho más tiempo. Lo mejor sería que pudieras pagarte una habitación en este hotel, es barato y Txomin es un buen tío que te ayudará cuando yo esté ocupado.

-No sé si domino del todo los detalles de la tecnología, pero me arreglaré. Y tienes razón, debo buscar un sustento, creo que voy a dedicar un tiempo a estudiar los alrededores y observar las oportunidades de negocio que pueda haber -comenté- Mi padre era diplomático y me enseñó muchas tácticas negociadoras que puedo utilizar y creo que si consigo ganarme la vida a lo demás podré acostumbrarme.

Lo cierto es que me faltaba un poco de soltura con los artilugios. Muchas veces confundía los mandos a distancia con los teléfonos y tenía una fuerte querencia por acariciarme el rostro con ellos de forma inconsciente mientras cavilaba perdida en mis cosas. Los ordenadores me parecieron bastante aburridos pero los navegadores de los vehículos a motor me fascinaban y más de una vez le pedí a Txomin que me diera una vuelta a la manzana sólo para reconfortarme escuchando las amables peticiones de aquel aparato tan educado. En resumidas cuentas, sabía cómo se llamaban casi todos aquellos trastos y en muchos casos para qué servían.

Por la mañana del día siguiente Abelardo tuvo que partir hacia algún otro punto de la existencia para asistir a otro pupilo, aunque por sus explicaciones deduje que llegaba tarde y se limitaría a llenar el expediente. Me dejó en compañía de Txomin, el dueño del hotel, al que había pedido que cuidara de mí, pobre mujer que estaba sola en la vida, sin amigos ni familia, sin hogar ni trabajo.

-A ver, yo te emplearía aquí de camarera, cocinera o algo. Pero qué quieres, joder. ¿Cómo le explico a la parienta que contrato a una rubita si ya me sobra personal? -dijo el bigotudo con rotundidad, pero algo en mi rostro le incomodó pues siguió argumentando escusas-. Sí, ya sé que soy de Bilbao y tal y que te puede parecer raro que me doblegue, pero es que ella es de Plasencia de las Armas y no veas cómo se las gastan en ese jodido pueblo. Ostias, cada vez que íbamos a visitar a la familia política volvía hecho un giñapo, encorvado por las palmaditas en la espalda y encogido por los cariñosos puñetazos en el estómago. Qué brutos los hijoputas, Dios. Ya le dicho a mi mujer, si vienen por aquí me independizo y fundo una colonia euskaldun lo más cerca en Marrakech.

-Bueno, no te preocupes Txomin, ya me arreglaré.

Los siguientes días los dediqué a buscar un medio de vida, pero carecía de formación demostrable y no tenía ningún tipo de experiencia en oficios, por lo que era bastante difícil encontrar un trabajo que no fuera muy simple. Decidí pasear por las playas, ya que eran el punto de reunión de la gente y sin duda allí se presentarían las mejores oportunidades de negocio. Vi que algunas personas recorrían la playa vendiendo distintas cosas, como vestidos, bebidas, comida y aviones de corcho, pero no vi a nadie vendiendo Betadine. Aquella podía ser mi oportunidad de negocio.

Le pedí a Txomin un préstamo de 200 €, compré 90 botes de Betadine y por la tarde comencé a recorrer una gran playa gritando, Betadine, al rico Betadine, los mejores precios del sur de Europa. Tras tres horas de caminata sin vender ni un bote, me senté en la arena harta y desesperada por el fracaso de mi proyecto comercial. No había reparado en el joven melenudo lleno de tatuajes, pero sin taparrabos ni nada, junto al que me había sentado.

-La idea no es mala, el problema es que este no es tu público objetivo -dijo.

-¿Qué? -respondí dando un respingo al darme cuenta de que tenía a alguien tan cerca y además desnudo.

-Mira a tu alrededor. ¿Qué ves? Jóvenes resacosos que se acaban de levantar. A estos no les vas a vender un bote salvo que seas capaz de convencerles de que el Betadine toña. Y te aseguro que no. Es por las mañanas cuando vienen aquí las familias con niños llenos de energía y dispuestos a partirse las rodillas contra las piedras o los morros con una tabla de surf. Ese es tu público objetivo.

-Coño ¿y se les cura bebiendo Betadine? -la reacción reflejada en su rostro me hizo ver que esa no era la explicación. Así acepté que aquello no era un refresco.

Estuve un rato charlando con Manuel, que era el nombre de aquel muchacho, un albañil en paro desde la más temprana juventud, que se definía como filósofo estival con un toque viking metal. No sé si por eso pagan bien, pero sin duda era un experto así que le animé a continuar con su trabajo, podía triunfar y hacerse rico. Hicimos muy buena amistad y me sentí bastante cómoda charlando con él, a pesar de la ausencia de taparrabos y su continua necesidad de rascarse las zona más velludas. Pero era un hombre culto y sabio con mucho conocimiento que mostrar. Me dijo que pasaba allí todas las tardes y que si necesitaba más consejos podía pasarme cuando quisiera y me invitaría a tomar algo en el chiringuito.

Al día siguiente volví a la playa muy temprano cargando mi saco de producto y observé las actividades de las familias con niños. Tal y como había dicho Manuel todos aquellos renacuajos llegaban corriendo y rebotando, poseídos por un exceso de carga energética que rebosaba por sus extremidades y les llevaba a encontrarse con un peligro tras otro de la forma más inconsciente. De pronto uno de ellos tropezó con una roca y al caer le sacudió a su hermano un contundente golpe en la frente con el martillo de cricket que portaba. El hermano en lugar de quedar inconsciente o muerto tras el tremendo golpe, se levantó del suelo y comenzó a correr en círculos alrededor de sus padres, mientras gritaba insultos en extraños idiomas y lloraba, sin dejar de señalar al primero que estaba retorciéndose en el suelo, sangrando por la nariz que se había partido contra una piedra. Vi clara la oportunidad y empecé a correr hacia su zona gritando Betadine, al rico Betadine, los mejores precios de la playa.

Enseguida el padre se acercó y me compró un bote por 10 € y encima me dio las gracias y me invitó a un bote de Fanta, que por cierto está mucho más rica que el Betadine, aunque lo sigo bebiendo a veces porque me recuerda a los tiempos de mi vuelta a la vida. Seguí mi camino, tratando de identificar a los niños más intensamente poseídos por fuerzas misteriosas, a los de actitudes más retorcidas y maquiavélicas, y a los que realizaban algún tipo de ritual o aquelarre sobre la arena, y volví a aparecer en el momento oportuno cuando uno de ellos se aplastó los dedos del pie mientras intentaba hacer fuego con dos piedras rasposas, con la intención de hacer arder la pira sobre la que había dejado a su hermana, atada a un tronco. Otra vez me pagaron un buen dinero y me invitaron a un bocadillo de tortilla de patata.

Después asistí a un ataque con Antrax, un tiroteo, un puñetazo en la nariz con un puño de hierro, una pedrada en la frente y otras cosas intemporales propias de los niños. El Betadine valía para todo, ¡qué emoción haber identificado aquel nicho de mercado! Volví al hotel con el saco lleno de dinero, botes de bebidas, bocadillos, un tanga negro y unas manoplas. Aquella gente tan amable siempre recompensó mi oportuna asistencia, cada cual con lo que pudo. Txomin estaba admirado por los excelentes resultados de mi iniciativa comercial, y me dijo que podía redondear los 700 euros que había conseguido vendiendo todos aquellos bocadillos y bebidas en la piscina, aprovechando que era la hora del almuerzo. Fue un éxito. No quedó nada. Bueno, casi nada, las manoplas no tuvieron salida.

Me había juntado con unos 1000 €, un excelente primer día de trabajo. Devolví a Txomin el préstamo y compré más Betadine para repetir la operación al día siguiente, pero animada por el éxito de mi primera iniciativa e intuyendo las necesidades de mi público objetivo, amplié mi cartera de productos con tiritas, alcohol, paracetamol, crema de sol, Potitos y unas zapatillas ortopédicas de color azul con muchos agujeros. Y compré un carrito para poder llevar todo aquello.  


Joey Ramone - Ya know?