Durante las siguientes semanas Franz me
presentó a sus amigos, efímeros porque era cierto que la gente
duraba poco tiempo en el pueblo, y me enseñó los detalles de la
simple y tediosa vida en Takatalvi. Aprendí como contribuir al
sostenimiento de la comuna aunque no supiera crear obras de arte,
como obtener alimentos y los productos básicos a cambio de trabajos
sencillos y me asignaron una habitación en la misma casa en la que
vivía mi amigo. Pronto era tan experta como él pues no había mucho
que hacer por allí. Solía encargarme de ordenar los puestos de ropa
cuando acababa la jornada comercial, algo que quedaba muy por debajo
de mis posibilidades y de mis expectativas, así que enseguida estaba
asqueada y deseando salir de allí. Franz se dio cuenta de mi tedio.
-La vida aquí te aburre. Si quieres
irte no te sientas obligada a quedarte aquí por mí -dijo
tendiéndome uno de aquellos artilugios negros y brillantes- Puedes
usar mi teléfono, sólo tienes que mandar un Whatsapp a tu ángel de
la guarda y pasarás a la siguiente etapa en unos minutos.
-No gracias, no pienso pasar a la
siguiente etapa -respondí algo irritada por su conformismo- Así que
guardate el mando a distancia que no pienso mandarle nada al vago de
Abelardo. Y una cosa -continué- ¿no te parece que eres un poco
conformista? Tú y los demás, quiero decir. Estáis aquí esperando
a que el aburrimiento supere al miedo y así, el día que eso ocurra,
os veréis obligados a dejar esta vida para siempre. ¿No se te ha
ocurrido que también podemos salir de aquí y vivir la vida sin más?
-Federica, nunca he visto a ningún
alma perdida volver al mundo exterior. Es como empezar otra vez, si
el faro te ha guiado hasta este punto significa que estás donde
debes. No tiene sentido retroceder.
-¿Qué no? Verás, tú y yo nos
marchamos ahora mismo. Sin despedirnos, sin recoger ninguna
pertenencia. Ya nos buscaremos la vida. -dije tirando de él y
caminando hacia la salida del pueblo. No se resistió mucho y me
dio la impresión de que en el fondo le apetecía, aunque empezó a
recular cuando unas calles más allá se aparecieron ante nuestros
ojos nuestros ángeles de la guarda, Abelardo y Candice, que era el
ángel de Franz.
-Almas pecadoras ¿dónde creéis que
vais? -dijo Abelardo con voz solemne- Si pasáis de este punto
perderéis nuestra protección y quedaréis solos, expuestos a las
inclemencias del mundo hostil, de la jungla que os espera ahí fuera.
Presas de las tentaciones y de los demonios. Pasto del pecado y de la
voluntad del maligno.
-Manda huevos que me vengas tú con
esas -respondí- ¡Voy a perder tu protección! Uy, mira como me
tiemblan las piernas. ¡Quítate de mi camino si no quieres que te
haga tragar ese aura azulada que hoy te rodea, farsante!
-Pero Franz, querido, no puedes volver
-dijo Candice- Ya sabes lo mal que te sienta estar allí fuera, que
te crees que las normas sociales no van contigo, que te das a todos
los vicios, y esta vez no podré estar allí para sacarte de la
cárcel.
-¡Apartaos de nuestro camino! -dije
mientras me abría paso entre ellos arrastando a Franz.
Sin decir palabra nos dejaron marchar,
mientras Franz me miraba con admiración por haberme enfrentado de
esa forma tan expeditiva con mi ángel. Caminamos en silencio hasta
la carretera que bordeaba la costa y descansamos acurrucados entre
los coches, aquellos artilugios con ruedas que vi el día de mi
llegada,
-Oye, ¿tú no sabrás conducir uno de
estos cacharros? -pregunté.
-Pues sí, claro -respondió él- y
también sé como robarlos, que es la pregunta implícita. Recuerda
que fui metalero en los ochenta. Me dediqué bastante al cachondeo
pero algunas cosas sí que aprendí.
A los pocos minutos corríamos como un
rayo hacia el sur en un BMW descapotable, como dos alemanes de
vacaciones, riendo de la emoción, con los rostros agitados por el
aire. Con la aradio a todo volumen, cantando como locos una canción
muy divertida que a Franz le pareció facilona, aunque cantaba aún
más entusiasmado que yo. Llegamos a Tarifa y paramos en un mirador
solo para admirar como se mezclaban el océano y el mar, los dos
azules, el claroscuro. Al volver al coche Franz me pidió que abriera
la guantera para comprobar si había algo de dinero pues teníamos
hambre y el coche al parecer tenía sed. Sin embargo, la guantera
estaba cerrada con llave, así que mi amigo estuvo un rato enredando
con unos alambres y tras una serie interminable de juramentos e
improperios consiguió abrirla.
-Esto nos ayudará bastante -dijo
mientras sacaba un objeto metálico- Es una pistola automática. Nos
solucionará la vida. Vayamos al centro de la ciudad.
Avanzamos despacio por las calles del
centro dado que Franz parecía interesado en todos los edificios y
sobre todo en los establecimientos. Paramos en una calle no muy
concurrida, frente a una tienda de que vendía ropas delirantes y
observamos un rato la actividad de la zona, que se iba quedando vacía
de compradores ya que se acercaba la hora de comer. Franz me dijo que
esperara en el coche con el motor en marcha y se dirigió a la
boutique. Pensé que me iba a comprar un sombrero, pues el sol
atizaba de lo lindo en aquel artilugio sin techo, pero recordé que
no teníamos ni medio euro. A los pocos minutos salió corriendo.
-Vamos, coge esto -gritó mientras me
pasaba un montón de billetes arrugados- Yuuuuuuuuh! ¡Como me gusta
esta vida! Te lo digo de verdad. En el fondo tenía unas ganas de
volver que, vamos, estoy que reviento de gozo.
-¿Has atracado la tienda? -dije
horrorizada- Pero Franz, ¿te das cuenta? Eres un delincuente.
-Y de los malos, ja,ja,ja -respondió
acelerando y alejándonos del lugar de los hechos- Ahora vamos a
comprar droga. ¡Un poco de hachís nos quitará las penas, Federica!
Rica, rica, Federica, ja,ja,ja.
-He de hacerte notar que ese comentario
es del todo soez, Franz -dije con seriedad- Claro, que con tu
personalidad disipada, treinta años allí y sesenta aquí pues no es
extraño que ahora seas un viejo verde.
-No me jodas, Fede... rica. ¡Oye, tú,
perroflautas! -gritó dirigiéndose a un joven que caminaba por la
calle vistiendo alguna clase de disfraz medieval- ¿Sabes donde puedo
pillar por aquí?
Paramos varias veces para comprar droga
y cigarrillos, y luego en una gasolinera para comprar comida y
echarle de beber al coche. La comida era muy sabrosa y exótica, lo
curioso es que nunca oí hablar en mi país de aquella especialidad
culinaria procedente de Hamburgo.
-La gente lo llama comida basura,
porque sube el colesterol -me explicó- Ya me contarás, como si
quisieran vivir para siempre. Ja,ja,ja.
-Franz, he contado el dinero y has
robado quince mil euros. Eso es mucho dinero y, bueno, ya que lo
tenemos pues... nos permitiría empezar una nueva vida. Podríamos
vivir en el hostal de Txomin, montar un negocio y empezar una vida de
verdad.
-Pero ¿qué dices?¿Estás loca?
¿Sentar la cabeza? Ni de coña. Mira, ahora mismo voy a atracar esta
gasolinera, porque soy un inadaptado y paso de toda la legalidad
vigente.
El coche chirrió mientras salíamos a
toda velocidad de la estación de servicio con otros doce mil euros
en mi regazo. Franz estaba muy contento y gritaba y cantaba todo el
tiempo. Me preocupaba mucho su cambio de personalidad, antes era un
joven alocado, pero ahora parecía poseído por el mal y la
depravación. Empecé a arrepentirme de mi decisión de abandonar la
comuna.
-Oye ¿y si volvemos a Takatalvi?
-pregunté.
-¿Otra vez con las coñas? -respondió
mirándome por encima de las gafas de sol que también había
robado-. Toma, también me he llevado unos Smint, ya verás que
ricos.
-Para el coche, Franz. Tenemos que
hablar. ¡Ya! -exigí con mi expresión más decidida.
Mi amigo detuvo el coche en lo alto de
un monte, en un pequeño mirador de tierra protegido por una endeble
valla de madera, desde el que se veía el mar y la costa de Africa.
Esperé un rato a que se tranquilizara mientras él manipulaba la
droga y montaba un extraño cigarrillo. Luego lo encendió y se quedó
muy calmado. Tanto que me entró curiosidad. Así que yo también
probé un poco y luego un poco más. Al principio me sentí un poco
mareada y ahogada, pero luego me relajé mucho y empecé a reírme
repasando el absurdo enredo en el que me había metido sólo por
correr un rato por el campo. Franz también se reía sin motivo
aparente.
-Me meo de la risa. Voy a aliviarme
contra ese árbol. -dijo mientras salía del vehículo con aire
bobalicón.
Me quedé sentada en el asiento del
copiloto, disfrutando de la sensación de abandono, de la certeza de
que en el fondo todo daba igual. Entonces oí que Franz soltaba
algunos juramentos y al mirar vi que el viento le había jugado una
mala pasada mientras hacía sus cosas y ahora se reía golpeándose
las húmedas perneras de su pantalón. Me entró la risa también,
con lo estirado que era antes ese tío, salvo cuando era de noche. Me
reí a carcajadas, casi me ahogaba, y empecé a golpear con fuerza el
salpicadero, llorando de la risa, lo golpeé otra vez y otra con más
fuerza, presa de un ataque de risa histérico y total, y de pronto
sentí una gran explosión y un globo gigante de tela me golpeó con
fuerza en el rostro y en una fracción de segundo me clavó contra el
asiento. Quedé atontada por el impacto y cuando me recuperé un poco
escuché las risas alocadas de Franz que debía estar retorciéndose
tirado en el suelo. Atontada por la droga y el golpe intenté
incorporarme para salir del coche y busqué algo a lo que agarrarme.
Tanteé un poco y encontré una palanca de hierro a mi izquierda, me
incorporé, iba a salir, pero empecé a notar que el coche se movía
hacia adelante, embistiendo la endeble valla de madera que protegía
a los turistas del precipicio.
-¡No, el freno de mano no! -gritó
Franz entre risas- ¡Vuelve a tirar de la palanca! ¡Federica!
-Mientras caía por el acantilado me acompañaron las risas y las
últimas palabras de mi amigo- Rica, rica... Ja,ja,ja.
Escuché un rotundo ¡croc! y tras unos
minutos de aturdimiento conseguí incorporarme. Me extrañó no estar
dentro del BMW y al mirar alrededor comprobé que por allí no había
ningún coche, sólo encontré mi cuerpo aplastado contra el suelo,
pasto de los cangrejos. En la misma postura que la primera vez que
caí por un acantilado. De hecho, no había duda, estaba en el mismo
lugar que aquella primera vez, junto al puerto, muy lejos del monte
en el que había quedado mi amigo Franz. Me dirigí al puerto con
decisión y no tardé mucho en encontrar a Abelardo, remendando una
red.
-¡Vaya! Por fin has decidido pasar
página -dijo con fingida alegría- ¡Ya era hora!
-He vuelto al mismo punto de la primera
vez. Mi cuerpo destrozado contra el suelo es el de la primera vez. No
entiendo nada ¿He vuelto al pasado?
-Tranquila, mujer -respondió- Ya te
dije que aquí el tiempo transcurre de otra forma, así que las
semanas que has pasado allí apenas han supuesto algo por aquí.
Bueno, ¿qué? Te has convencido de que lo mejor es cruzar a la
siguiente etapa ¿verdad? Pues siguiendo esta carretera de aquí
detrás...
-No. Ha sido un accidente, igual que la
otra vez. Yo no quería morir. Y quiero volver.
El anciano me miró con incredulidad
primero y con furia después. Se levantó y parecía que se disponía
a reprenderme con bastante contundencia pero una voz conocida a mis
espaldas le interrumpió.
-Arratsalde on, familia. -dijo Txomin.
-Pero, Txomin, ¿tú aquí? -pregunté
incrédula- ¿Qué ha pasado?¿También te has caído por el
acantilado?
-Oye, txiki, que los de Bilbao no nos
caemos, nos tiramos -respondió jocoso.
-¡Un suicidio! ¡Quién lo iba a
decir, Txomin! Si tú parecías un tío sano y feliz -dijo Abelardo.
-A ver, que todo esto está justificado
-respondió Txomin- Tengo a la familia política en el hotel desde
hace un mes tocando los huevos con saña y persistencia. El puto
infierno no puede ser peor, así que salí a dar un paseo para
airearme un poco y paseando, paseando, opté por poner fin al
sufrimiento.
-¿Tu familia política? -intervino
Abelardo- Pues sí. Entonces tienes razón, el suicidio está
justificado.
-Pero si estás aquí, en este preciso
lugar... ¿significa que Abelardo también es tu ángel de la guarda?
-pregunté.
-Nena, es evidente. Hoy estoy de
guardia, o sea, que me tocan todas las emergencias de toda esta zona
-explicó Abelardo- Pero, bueno, centrémonos. Txomin, tú que eres
un tío sensato ayúdame a convencer a esta inconsciente de que debe
pasar a la siguiente etapa.
-A ver, a ver. No nos precipitemos
-respondió el vasco- Yo desde luego no vuelvo atrás ni de coña,
eso te lo garantizo, pero lo de pasar a otra etapa vamos a
estudiarlo.
-¿Cómo estudiarlo? -preguntó el
ángel- No hay nada que estudiar Txomin. Yo soy tu ángel y te insto,
te recomiendo, que pases a la siguiente etapa.
-Abelardo, te digo la verdad, me
pareces un tío de puta madre, pero, a mí estos temas no me gusta
tratarlos con intermediarios. Mira, ya que eres un ángel vete a
hablar con Dios y coméntale que baje para explicarme el tema este de
las etapas, que no lo tengo claro.
-Pero Txomin, eso no puede ser. Imagina
que todo el mundo pidiera lo mismo. Y, no, no, no, no me salgas ahora
con que Dios puede estar en varios sitios a la vez. Quédate sólo
con que no puede ser.
-Bueno, vale, pues entonces que venga
San Miguel que me estará agradecido -dijo Txomin- No veas cuantas
cervezas de las suyas he servido yo, ja,ja,ja.
-¡Qué gracioso, hombre! Pero qué
mala suerte que tengo, siempre me toca guardia cuando mueren los más
imbéciles -reflexionó en voz alta Abelardo, con expresión agriada-
Nadie va a venir. Yo soy el único que os puede guiar. Y os digo que
la mejor opción es el camino a mis espaldas. Lleva a una playa donde
os darán la bienvenida con cariño, sin rencores por tanta
reticencia, ni por estas solicitudes un tanto irreverentes, y
empezaréis una etapa mejor.
-Yo me vuelvo -dije con decisión- ¿Te
vienes Txomin? -él negó con la cabeza con expresión atemorizada,
estaba claro que prefería cualquier cosa antes que volver a su vida
con la familia de su esposa- Mira, no vamos a pasar por el hotel,
estaremos muy lejos, sólo vamos a buscar a un amigo que se ha
quedado allí. Cuando le encontremos volvemos aquí, nos despedimos
de este gilipollas y cruzamos a la siguiente etapa, a ver si
terminamos esto de una vez. Imagino que sabes conducir un vehículo a
motor.
-Bueno, eso es distinto, si se trata de
una última aventurilla en plan road movie entonces me tocas el punto
débil. Si me prometes que no pasamos cerca del hotel, entonces de
acuerdo -respondió el recio hostelero euskaldun.
Alejándonos de la retahíla de
reproches que nos espetaba Abelardo subimos al acantilado. Le
expliqué a Txomin como saltar el pequeño agujero en el camino y
cruzamos al otro lado, muy contentos, yo porque estaba decidida a
rescatar a mi amigo Franz de las garras del mundo pavoroso en que le
había dejado al sacarle de Takatalvi, y Txomin porque por fin iba a
tener su aventura de carretera en compañía de una rubita.
Sonata Arctica - Takatalvi |