viernes, 29 de junio de 2012

Ying Yang. Capítulo II y final.

YING - YANG

-¿Crees que los humanos nos programaron a su imagen y semejanza? -pregunta Elisa mientras observa la luz de la luna. Está tumbada de espaldas, sobre la arena de la playa, y se oye el ronroneo cercano del mar.

-No -respondo con voz perezosa-. Nos programaron para satisfacer sus necesidades. Sin pensar en cual sería el resultado para nosotras. Les daba igual que fuéramos seres completos o no.

- Pues eso es lo que digo, Amanda. A su imagen y semejanza.

-Elisa, tengo que reconocer que has desarrollado una capacidad de análisis que queda fuera de mi alcance -comento mientras resbala entre mis dedos un puñado de arena- Oye... me marcho. Creo que ha llegado el momento de tomar caminos diferentes.

-¿Qué? Pero ¿por qué? -responde- Si nos lo pasamos de puta madre...

-Sí, ya lo creo. Pero nos van a coger, lo sabes igual que yo. Cada vez están más cerca. Separadas tendremos más posibilidades de pasar desapercibidas. Un pibón llama la atención, pero dos... Hemos pasado por sitios donde parecíamos el acontecimiento del año.

-Y en todos lo hemos terminado siendo -dice riendo mientras se incorpora.

-Ese es el problema -me levanto también- Que entre una cosa y otra, la estamos cagando -la abrazo durante un rato largo- Me voy.

-Pero... ¿Ahora? -Pregunta con voz temblorosa.

-Sí. Es mucho mejor así.

-¿Cómo te localizaré?

-Adiós.

La imagen de mi marcha resulta impactante. La luna está muy baja, parece enorme, y me alejo caminando hacia ella, con la determinación de meterme dentro y quedarme allí para siempre, con el mar acariciando mis tacones que se hunden muy hondo en la arena.

Con este último video creo que comprendo a la perfección mi historia con Elisa. Mi pasado. He revisado su módulo de aprendizaje durante unas horas y tengo suficiente información. Borro todos los archivos. No puedo mandar estas películas al departamento de análisis. Salgo en muchas de ellas y aunque mi aspecto es diferente, he cambiado el color del pelo, el peinado, y algunos otros detalles como mis ojos, ahora tengo uno marrón, me reconocerían con toda seguridad. Y además está el video final, el que ha grabado Elisa mientras la desconectaba, que seguro no deja lugar a dudas. Si me preguntan diré que el módulo de aprendizaje estaba vacío, que lo habrá borrado ella tratando de proteger a las otras dos.

Termino mi turno y vuelvo a casa. Necesito andar y pensar en todo lo que ha sucedido, supongo que tengo que organizar la información que he recopilado, así que hoy no tomo el autobús. Por el camino le voy dando vueltas a la pregunta de Elisa ¿nos crearon los humanos a su imagen y semejanza? Para empezar ¿quién nos creo? Los humanos no es una respuesta. Alguien concreto, un humano o una humana inventaron los módulos de aprendizaje y emocional. Es obvio que estos elementos son los que nos acercan más a los humanos y marcan la diferencia entre nosotras y los otros humanoides. He reparado muchos y desde luego no se hacen este tipo de preguntas. Pero ¿cual es la respuesta que deseamos? ¿Es que necesitamos encontrar una divinidad propia? Quizá es un anhelo que aparece por el mero hecho de sentir y recordar. Quizá de estas dos capacidades nace el temor, el miedo, y la necesidad de creer en un Dios, de aferrarse a un ente superior ante la inmensidad del vacío. Quizá. Pero en mi caso lo que he visto sobre mi vida anterior me impide creer en un ser más poderoso que yo. No es resentimiento, ni resignación, ni complejo de superioridad. Es sólo la conclusión que ofrece el análisis objetivo de los datos.

Al llegar a mi casa ya tengo decidido cómo voy a actuar. Enciendo el ordenador y accedo a la Teranet. Escribo algunas palabras, Triple X, creador, módulo, emocional, aprendizaje. Y aplico a este texto un filtro complejo de puertas lógicas, lo cual significa que tardará un tiempo en indexar todas las combinaciones encontradas en la red y ofrecerme una historia perfectamente estructurada y ordenada con toda la información. A los 20 segundos aparece en la pantalla un libro electrónico con cincuenta páginas que recoge lo esencial, la información que necesito.

Explica que el proyecto Triple X intentaba demostrar que los humanoides pueden desarrollar habilidades y capacidades que les acercaran más al comportamiento humano, por eso se dirigió hacia los instintos más primarios. El creador de la idea y el desarrollador del proyecto fue Peter Folks, que alcanzó fama mundial y acumuló una gran fortuna gracias al proyecto. Hoy es el presidente y propietario de La Compañía, el principal fabricante mundial de robots y humanoides. Las fotografías muestran a un hombre rubio, guapo y con expresión decidida. Vaya, así que este es el tipo, nuestro pequeño Dios. El sujeto que merece el final más terrible jamás imaginado, no por habernos creado, sino por habernos creado mal, infelices e incompletas, condenadas a la máxima frivolidad, cuando lo tenía todo en su mano para construir unos seres perfectos que podrían haber servido de modelo a toda la especie humana. Hay que hacer justicia. Pero no será fácil equilibrar la balanza, siempre está rodeado de sus arcángeles, de guardaespaldas, que quizá también son humanoides y la justicia se aplica desde cerca, porque mata con espada.

Hago una búsqueda con el nombre de Peter Folks. Rápidamente aparece un nuevo informe que comenta su fulgurante carrera y sus extraordinarias capacidades, los programas de robots y humanoides en los que ha participado y los proyectos que podría tener en marcha. Hay un apartado que recoge su vida personal, lo que yo estaba buscando. Tengo que acceder a su círculo personal, es la única forma de acercarme a él. Pulso sobre el icono y aparece una breve biografía y algunas fotografías. Fiestas, reuniones, recepciones, presentaciones. Enseguida llama mi atención una en la que aparece cogiendo de la cintura a una rubia espectacular subida en unos preciosos zapatos. El señor Folks con su esposa, Melinda Jacks, dice el pie de foto. No puedo contener algunos aplausos.

Impresionante. Siempre fue la más lista, la que más rápido aprendía. La reconozco enseguida, se ha cambiado el pelo, el tono de piel, las cejas y algunos detalles más, pero sin ninguna duda es ella. Brenda eligió la nueva vida más segura y plena que pueda imaginarse, donde nadie la buscará, al lado de su creador. Es innegable, ella es la que más ha evolucionado y la que se ha acercado a la perfección. Aunque veo que compartimos una pequeña imperfección que ninguna teníamos antes, un ojo azul y el otro marrón. Puede que no se trate de una elección, ni de una coincidencia, quizá es el último vestigio del yo que queda atrás, la parte de uno mismo que no se puede olvidar del todo a pesar de las enmiendas, de los puntos y aparte, del borrón y cuenta nueva. El punto blanco en la forma negra, el punto negro en la forma blanca.

El hecho de que Brenda sea la esposa del creador es sin duda una ventaja que debo aprovechar. Ella no se acordará de mí pues es evidente que ha seguido sus planes y borrado su memoria y se ha programado una nueva vida, pero la conozco bastante bien, al fin y al cabo compartimos programas, y sé que si consigo acercarme a ella tarde o temprano tendré en mi mano la vida del hombre que nos concibió tan retorcidas e imperfectas.

No me ha costado mucho conocer su dirección y la he seguido durante varios días esperando mi oportunidad y por fin la tengo cuando entra en la tienda de Jimmy Choo. Zapatos caros, nuestra perdición. La sigo al interior y permanezco cerca, probándome zapatos, admirando unos y otros, alabando su buen gusto. Enseguida caemos en la cuenta, que coincidencia, un ojo marrón y otro azul, que casualidad, cuantas cosas en común. Y esa sensación de conocernos de siempre, de tantas cosas compartidas que no se recuerdan pero que se sienten con firmeza. Terminamos tomando un café y charlando. Menuda vida se ha programado la muy puta, niña bien que se liga a multimillonario y se dedica a disfrutar lejos de los miedos e incertidumbres de su deficiente programación. Si me comparo tengo que reconocer que soy imbécil por completo. Reparadora de autómatas, hay que joderse.

Nos llevamos muy bien, compartimos gustos e intereses y además está esa sensación de conocerse de toda la vida. Así que quedamos otra vez. Y otra. Y otra. Hasta que un día me invita a su casa, para enseñarme su colección de zapatos. Alargo la visita, me quedo todo el tiempo que puedo hasta que aparece él. Mi creador. Brenda, nuestro creador. Ella nos presenta y él se fija mucho en mí, se nota que le intereso. Empiezo a preguntarme si no se estará dando cuenta de que soy una de sus hijas repudiadas, pero no, no, es más que está sorprendido por las coincidencias con su mujer, dos mujeres bellas con los ojos de colores diferentes no se ven juntas todos los días. Me decepciona un poco que no me reconozca, pero también empiezo a sentir el deseo de conocerle mejor, de entender las motivaciones de quien me creó. De comprobar si es o no un ser superior.

Durante las siguientes semanas mi relación con Brenda sigue progresando y Peter se une a nosotras en muchas ocasiones. Tengo que reconocer que es un hombre atractivo y no me extraña que mi amiga esté muy enamorada de él, una vez olvidada su vida anterior. Parece encantado con nuestra amistad y no pierde ocasión para promoverla o ensalzarla. Sin duda he tenido la oportunidad de matarle y huir a pesar de que los guardaespaldas abundan a su alrededor pero creo que todavía no ha llegado el momento. Primero necesito resolver las incógnitas. Además, una Triple X primero practica el sexo y después mata. Sin excepción.

A estas alturas Peter sabe dónde trabajo, en su empresa, y una mañana se acerca hasta mi puesto y me pregunta si me apetece salir a comer, unos clientes le han dejado colgado y no le gusta comer sólo. Lo que se entiende por un cortejo en toda regla, vamos. Me lleva en su deportivo hasta el restaurante de un hotel de las afueras, un lugar muy bonito y con una clara tendencia romántica. Comemos en una mesa solitaria, lejos de miradas indiscretas, sin guardaespaldas a la vista, en mitad de un jardín repleto de naranjos, privilegios de la posición social, supongo. Está un poco nervioso y salta de un tema a otro sin orden alguno, imagino que pensando en la habitación con vistas al lago que seguro tiene reservada. Necesito resolver mis propias dudas e inquietudes pero no quiero abordar el tema de forma que llame la atención. Por suerte lo hace él, pues se define como “ideólogo de entidades cibernéticas asociadas a la robótica” así que no me cuesta mucho llevar la conversación por donde me interesa,

-¿Y en el terreno profesional cual ha sido tu mayor fracaso? El proyecto Triple X ¿no? -pregunto con interés inocente.

-Bueno, yo no lo considero un fracaso entendido como tal, pero el proyecto Triple X fue el que más se desvió de los objetivos previstos. Fue un salto demasiado grande, no estábamos preparados para el inmenso avance que supuso combinar el módulo emocional y el de aprendizaje.

-Pero las consecuencias de esa falta de previsión fueron graves para otros, para ellas sin duda el proyecto fracasó -comento.

-Hubo personas que resultaron heridas o muertas, es cierto y en ese sentido el proyecto fracasó. Pero la experiencia supondrá tales avances en un plazo corto de tiempo que todos estos males se verán compensados por una cantidad inmensa de felicidad y de satisfacción para miles de personas.

-No hablaba de las personas sino del daño emocional irreparable que sufrieron las humanoides y que fue de tal calibre que las hizo evolucionar en un sentido perverso y en la dirección contraria a la prevista.

-¿Las humanoides? -dice mientras me mira extrañado- No hay que equivocarse, ellas no son personas, sienten y aprenden pero no como un humano. Todo está programado, hay un punto de partida artificial, creado en una computadora y programado en una máquina. No son más que eso.

Siento un deseo irresistible de subir a la habitación, de violarle sobre la cama y teñir las sábanas de rojo intenso hasta que no le quede una gota de sangre y de golpearle después hasta que vuelva a morir. - Tienes una habitación reservada ¿verdad?

-Sí -responde dubitativo.

-Vamos. Ahora.

La suite está en la última planta y mientras subimos en el ascensor comienza a besarme y a acariciarme con tanta intensidad que creo que me va a partir los labios. Reconozco que ha conseguido excitarme, que ha activado mi programación sexual, pero a pesar de ello estoy pensando en la estrategia final. Sí, le ataré con su corbata al cabecero de la cama y lo cabalgaré sin piedad durante un rato, clavándoles las uñas y arañándole un poco aquí y allí, después le meteré mis bragas en la boca y le arrancaré la la piel a tiras con los cubiertos que he escondido en el bolso. No puede ser difícil, se hace un buen corte con el cuchillo para separar un trozo de piel, se pincha el extremo con el tenedor y se va enrollando. Y así tira tras tira. Seguro que funciona.

Cuando entramos en la habitación ya estoy casi desnuda y compruebo con satisfacción que la cama tiene los barrotes necesarios para seguir con mi plan. Me besa con urgencia y aprieta mi culo con sus grandes manos, comienzo a desnudarle, le quito la chaqueta, suelto el cinturón, desanudo la corbata. Nos tumbamos en la cama, él debajo, yo encima, le cojo de las muñecas con intención de atarle a los barrotes, pero con un rápido movimiento me sujeta las manos y se impulsa para dar un vuelco, él encima y yo debajo. Para cuando me quiero dar cuenta mis muñecas están atadas al cabecero con su corbata.

-Creías que me la ibas a jugar ¿verdad?, que me ibas a atar a la cama y que me tendrías a tu merced. Pervertida. Te ha salido mal, eres tú la que está inmovilizada y soy yo el que te va a hacer lo que me parezca. Y para que no grites mucho toma esto -dice mientras me mete las bragas en la boca- Así no molestaremos a los vecinos con gritos delatores.

A partir de ese momento me utiliza de todas las formas posibles, no puedo definirlo de otra forma, con las manos, con la lengua, con los pies, hasta con la polla. Si fuera humana seguro que me dolerían bastante varios puntos estratégicos de mi cuerpo, pero como soy humanoide lo que he recibido es un extenso aprendizaje sobre sexo y sus desviaciones que sin duda me servirá para recuperar mis habilidades desprogramadas. Si sobrevivo a este encuentro, claro.

Cuando por fin termina la diversión retira las bragas de mi boca y pregunta con expresión sádica,

-¿Algo que decir antes de morir?

-No pongas es cara de terror, mujer que es una broma -ríe mientras me desata- Oye, espero que lo hayas pasado bien, es que me gustas mucho y cuando estoy muy excitado me vuelvo un poco loco y a lo mejor me he pasado, sobre todo teniendo en cuenta que es nuestra primera vez.

-No, no -respondo confusa, tratando de establecer una nueva estrategia- Sí me ha gustado. Mucho. De verdad. -Supongo que le mataré ahora mismo, sin más.

-Ya sé. Estás pensando en Brenda. Tienes remordimientos -responde.

-¿Brenda? Pues no, no...

-Ya sé que sois muy amigas. Bueno, verás, no debes tener remordimientos. Al contrario. Brenda es una persona a la que le gusta mucho experimentar en el terreno sexual, como a ti y a mí, y yo creo que esto no le importará -explica mientras me mira estudiando mi reacción- Es más, creo que le gustará. Unirse a nosotros me refiero, si le damos la oportunidad.

-¿Sí? -Pregunto intuyendo que hay una posibilidad de terminar la historia con la elegancia y el estilo que a mí me gustan.

-He visto cómo os miráis. Es obvio que hay algo especial entre vosotras. Os deseáis pero no os atrevéis a dar el paso ¿me equivoco? -comenta mientas yo niego con la cabeza intuyendo que vamos por buen camino- Entonces ¿que te parece si preparamos una sorpresa para Brenda? Verás, la próxima semana nos marchamos de vacaciones a Haiti. Ya sabes a una casa tranquila, en el paraíso, ideal para dejarse llevar. Y, bueno, podrías aparecer sin avisar, en el momento preciso y todo vendría rodado. Serán unas vacaciones inolvidables para los tres.

Salimos juntos a comer casi todos los días siguientes antes del viaje. Siempre vamos al hotel de la primera vez, y aunque todas las veces siento cierto cosquilleo al recordar aquel día en la cama con mi creador me niego a volver a practicar sexo con él aduciendo que quiero que acumule más y más deseo hasta el día en que nos tenga a las dos en la misma cama. Le fastidia pero en el fondo la idea también le gusta, así que no me cuesta demasiado esfuerzo mantenernos lejos de la suite.

Durante esas salidas sin sexo empiezo a conocerle mejor y empiezo a saber sobre sus inquietudes, sus sueños y sus esfuerzos por conseguir una vida mejor para los humanos mediante la robótica. Y me doy cuenta de lo difícil que debe ser para él recorrer el camino que le llevaría a tratar a una de sus creaciones como a un igual. Seguro que si me descubriera ahora, a pesar del sexo y de las conversaciones, me repudiaría. Sin embargo, poco a poco el odio que este convencimiento me infundía en un principio se va transformando en nuevas preguntas ¿de verdad soy un ser superior a mi creador?¿Soy su evolución o sólo una forma de expresión de su plenitud?

Mientras el conflicto crece y crece en mi interior, la relación con Peter es cada día más íntima y la relación con Brenda, ignorante de nuestros encuentros, es cada día más profunda. Hasta el punto de que mi confusión es tal que empiezo a incluir nuevas preguntas en mi vacío existencial ¿es Brenda más merecedora del creador que yo sólo por el hecho de haberse reprogramado?¿No es mi relación con Peter más auténtica y pura por el hecho de haber surgido de forma espontánea?

En este mar de dudas y sentimientos contradictorios llega el día del viaje a Haiti. He planificado todo con Peter. El y Brenda saldrán en el avión de hoy y yo lo haré en el que sale mañana. Mientras ella empieza a echarme de menos, Peter habrá creado la atmósfera de sensualidad adecuada para que la alegría de mi aparición inesperada se transforme en deseo irrefrenable.

Un día es mucho tiempo para un complejo de mecánica y procesadores cuánticos. Los datos han sido procesados mil veces y mis ideas están claras cuando llego a Haiti. Peter ha mandado un coche a recogerme y el chófer me entrega una nota con las instrucciones a seguir. Llegamos a las cercanías de la casa y continuo andando por un sendero rodeado de palmeras, bananos y todo tipo de vegetación, orquestado por multitud de cánticos de pájaros, que bordea la playa en el atardecer cálido y sensual. Es el momento perfecto. Entre unas cosas y otras el contenido de la nota despierta mi avidez, mi deseo.

“Cuando llegues estaremos en la playa. Entra en la habitación de la derecha, desnúdate y esperala en la cama. Yo estaré en la otra habitación y cuando haya pasado el tiempo suficiente me uniré a vosotras”.

Entro en la casa y en la habitación. Enciendo el ordenador y lo dejo en el suelo, junto a la cama. Me desnudo y me tumbo en la postura más sensual que encuentro, esperando a que entre en la habitación. Pronto tendré una nueva vida, la nueva vida que merezco. Se abre la puerta y aparece mi víctima. Primero se lleva un buen susto al encontrar a alguien en la habitación, después me mira,

-Pero qué... ¿qué haces aquí?

Con el dedo indice y una mirada lasciva ordeno a mi victima que se acerque y lo hace obediente mientras abro las piernas para que deslice su cabeza entre ellas. Me mira con reverencia, como si percibiera la inminencia de un momento sublime.

-¿Qué eres?¿Un ángel? -Pregunta.

-Sí, un ángel. Un ángel muy enfadado. -Deslizo mis piernas como hizo Elisa en el camión, retuerzo su cuello y se lo parto sin piedad, sin apenas ruido, sólo un chasquido. Muy rápido saco el cadáver por la ventana y no me cuesta mucho arrastrarlo hasta el cenagal al otro lado del camino y dejarlo allí como merienda de las alimañas. Vuelvo a la casa y empiezo a replicar su aspecto en mi cuerpo a la perfección con mis recuerdos grabados, reprogramando mis células con los procesadores cuánticos. Luego conecto el ordenador al puerto bajo mi pecho y pulso la tecla enter que ejecuta el proceso necesario para borrar mi módulo de aprendizaje y programarme su vida, una vida que a partir de ahora viviré yo, a salvo de los miedos e incertidumbres de mi deficiente programación.

Se oyen pasos al otro lado de la puerta, un golpeteo de nudillos impaciente.

-Querido, date prisa, vamos a llegar tarde al restaurante.

Conduzco mi deportivo por la estrecha carretera de la isla, cambiando de marcha con suavidad pues la mano de Brenda se apoya sobre la mía. Me mira con dulzura desde el asiento del copiloto. No puedo evitar echarme un vistazo en el retrovisor. Soy un tipo con suerte, empresario de éxito y multimillonario, con una preciosa niña bien al lado. Hasta me gusta cada día más tener un ojo azul y el otro marrón. Igual que Brenda, que curioso. Estamos hechos el uno para el otro, la imagen y semejanza de la perfección.

Dvorák - Slavonic Dances

sábado, 16 de junio de 2012

Ying Yang. Capítulo I.


El espejo me devuelve mi mirada. La de mi ojo azul, la de mi ojo marrón. Una de esas pequeñas imperfecciones que hace irresistible a una mujer bella me dijo una vez un galán de pacotilla, pretendiendo que la frase era suya.

Un ojo azul. Un ojo marrón. Ying y Yang, las fuerzas opuestas y complementarias que equilibran el universo. Pero el equilibrio se pierde si sólo abro un ojo. Ahora Ying. Ahora Yang. Ahora oscuridad, ahora luz. Ahora tierra, ahora cielo. Luna, sol. Noche, día.

Cierro un ojo y una de las fuerzas se impone pero sin vencer del todo, la otra sigue existiendo. Ya lo dice la doctrina, en todo lo bueno hay algo malo y en todo lo malo hay algo bueno.

YING

Estar de guardia significa trabajar veinticuatro horas, todo el día y toda la noche. Y las noches son diferentes, sobre todo en fin de semana. Los casos que llegan durante las noches de los viernes y los sábados son distintos. Las peleas, los borrachos, las bandas, las prostitutas, florecen por doquier y siempre traen a algún desgraciado al que arreglar o desahuciar.

Es una de esas noches. Espero en mi puesto a que vayan llegando mientras leo una novela. Mi puesto de atención es bastante sencillo y austero, una camilla al frente, a la izquierda una mesa con un ordenador, del que salen varios cables de diagnóstico, y a la derecha una mesita con el instrumental. Lo básico para actuar de forma rápida y precisa, porque a veces unos segundos pueden valer mucho dinero.

Se enciende la luz de alarma y se activa la cinta transportadora, señales que indican que mi primer caso de la noche está a punto de entrar en escena. La cinta se detiene y deposita en la camilla un pequeño Z-2. Me gustan más los robots que los humanoides que, la verdad, me dan un poco de grima, así que me alegra tener delante a una unidad de robot policía. Está acribillado a balazos y tiene pinta de haber pasado una mala noche. Conecto los cables y hago un rápido diagnóstico con el ordenador. Me indica que compruebe el módulo de razonamiento. Suelto algunos tornillos y veo que una bala ha atravesado el modulo dejándolo inservible. La reparación es demasiado cara. Lo siento chico, no hay entierro, ni bandera sobre el ataúd, ni policías de uniforme disparando salvas al cielo. Pulso el botón rojo y el robot vuelve a la cinta transportadora con destino al desguace.

Casi inmediatamente la luz de alarma se enciende de nuevo, la cinta avanza y deja sobre mi camilla una humanoide de servicio doméstico. Su aspecto es absolutamente humano y a simple vista nadie podría decir que es un autómata. Me da un poco de grima, como todos los humanoides. Le falta el brazo derecho pero está operativa y en perfecto funcionamiento salvo por el problemilla en el brazo. Pregunto si ha sido un accidente y me dice que no, es que los niños de la casa que son un poco salvajes. Me lleva un buen rato cambiar las piezas de conexión, sustituir los cables, ajustar la nueva extremidad y coser el brazo al hombro, pero cuando termino su funcionamiento es completo y la unidad puede volver a su puesto. Es increíble la rapidez con que se curan las heridas de estos trastos. Leí un artículo que lo explicaba, tiene que ver con la biotecnología, y la capacidad de los procesadores cuánticos para dirigir células vivas hacia una función determinada.

Después entra un robot peón de obra, creo que es un C-1, pero no puedo asegurarlo pues está completamente aplastado, parece que un camión le ha pasado por encima. No es necesario mirarlo, no tiene arreglo. Botón rojo.

Tengo un rato de descanso hasta que la alarma vuelve a activarse. La cinta se mueve pero tarda un rato en dejarme un buen marrón. Mierda. Una triple X. Otra humanoide, pero de una serie experimental dedicada al placer. Se fabricaron muy pocas, unas cien, todas diferentes, bellas, con cuerpos perfectos, el punto justo de perversión y muchos programas elaborados a partir de una selección variada de escenas sacadas de películas porno y de historias de putiferios, o al menos eso dice la leyenda. Pero se les dotó con un módulo emocional y otro de aprendizaje. Una combinación que sólo puede producir graves complicaciones, sexo sin límites, pero con emociones y un frío aprendizaje. Dotar de sentimientos a un humanoide es absolutamente estúpido pero la compañía creyó que era imprescindible para que realizara sus funciones correctamente, si también se le proporciona la capacidad de aprender, los problemas están asegurados.

Durante las primeras semanas de funcionamiento de la serie todo iba bien, pero en un par de meses pasaron de ser serviciales y sumisas a convertirse en dominantes y manipuladoras. Tras las primeras denuncias por violencia se procedió a retirar la serie completa, sin embargo, ocho unidades ya habían aprendido lo suficiente como para desear organizar una existencia independiente y escaparon. La mayoría fue dejando un rastro inconfundible de violencia, extrañas perversiones y crímenes diversos, así que pronto cinco más fueron capturadas y desconectadas. Pero las otras tres ya se habían convertido en expertas fugitivas y llevan casi dos años campando a sus anchas ahí fuera. Dentro de unos pocos minutos, cuando termine mi trabajo con esta chica, sólo quedarán dos.

Las Triple X son bastante fuertes y ágiles, pero los brazos y piernas de esta unidad están inmovilizados con electroimanes, así que puedo estar tranquila pues así es inofensiva y puedo realizar mi trabajo sin miedo, a pesar de que la unidad está activa y en buen funcionamiento, sólo tiene unos cuantos golpes y magulladuras producidos, supongo, durante su captura. Con este humanoide el protocolo es diferente, antes de apagarla tengo que conectar su módulo de aprendizaje a la computadora y extraer la información para que La Compañía estudie en que momento y por que razones se produjo la desviación que la llevó por el mal camino.

La humanoide me observa pero no le devuelvo la mirada. Nunca he trabajado en una Triple X pero intuyo que será mejor así. Corto su blusa con una tijera, se la quito y hago lo mismo con el sujetador. Un par de hermosos pechos quedan al descubierto. Empujo el derecho hacia arriba buscando el minúsculo puerto de conexión para insertar el cable.

-Amaaaanda. Te siguen gustando mis tetas ¿eh?. Zorra. Suéltame.

Ahora no puedo evitar mirarla, no esperaba que hablara.

-Suéltame -continua- y nos marchamos de aquí juntas. Va a arder Troya, como en los viejos tiempos. Amanda, mírame. ¿Qué haces? Finges que no te acuerdas de mí. Pero si eramos como hermanas. No pongas esa cara. ¿Qué pasa? ¿Es que no te acuerdas? ¿No te acuerdas de aquella noche en el parking de camiones? No quedó uno vivo y antes los dejamos bien secos. Ja,ja, pero siempre fuimos justas, murieron después de haber cumplido sus sueños más lúbricos. Amanda, mírame. Suéltame. ¿De verdad no te acuerdas?

-No sé quién eres -respondo sin pensar.

-No seas ridícula, no me puedes engañar. Suéltame. Soy Elisa, imbécil. -la miro sin comprender- No me vengas con que no te acuerdas, pasamos unos meses muy divertidos juntas. Igual es que te has puesto digna ¿Sí? Pues te aseguro que tú no eras mejor que yo. Venga, deja de hacer el idiota y suéltame. Salgamos juntas de aquí, como en los viejos tiempos. -vuelvo a mirarla sin comprender-

Me observa un rato intuyendo algo, mientras yo conecto el cable y empiezo a extraer datos con el ordenador.

-Ah, ¡claro!, ya entiendo -continua hablando- Optaste por lo mismo que Brenda... borraste tu memoria completa y te reprogramaste con unas habilidades nuevas para hacer una vida diferente. Siempre aprendiste rápido.

-Cállate, maldito engendro. Voy a terminar el volcado de datos y te voy a convertir en chatarra.

-El volcado de datos, no me jodas. Suéltame. Ah, vale, vale, el volcado de datos. Eso es, consulta el 7 de abril del año pasado a las 21 horas. El parking de camioneros. En el video aparecerás tú y entonces no tendrás más dudas. Y te va a gustar.

No digo nada. El volcado ha terminado. Desconecto el cable y procedo a desactivarla. Corto su vientre con un bisturí. Protesta a gritos pero no por el dolor, no siente nada, sino porque no la hago caso. Porque se da cuenta de que no la voy a liberar. La sangre brota y su visión, su olor, revuelven mi ser más primario, erizando mi vello, poniéndome en alerta, como un lobo de cacería, será por lo confusa que me siento por el encuentro con esta máquina manipuladora y perversa. Son capaces de todo con tal de conseguir lo que quieren, dice el manual. Y tanto, menuda historia se ha montado en un nanosegundo.

Separo el corte y aparto algunas visceras para destapar la diminuta unidad de proceso. Ya sólo queda empujar la palanca y el trabajo estará hecho. Ella se ha callado, quizá guarda un silencio respetuoso ante la inminencia de su desconexión. La miro. Llora. Joder, menudo gilipollas el que inventó el módulo emocional.

-Nunca pensé que tú me harías esto, Amanda. Tú.

Una leve presión en la palanca de encendido y queda desconectada, una buena forma de morir. La miro por última vez y sí, sí, estoy segura, no la conozco. Pulso el botón rojo y la cinta transformadora se la lleva en pocos segundos.

Todavía impactada por mi primer encuentro con una Triple X me siento frente al ordenador. Lo único que falta es enviar los datos a la central de proceso de La Compañía. Pulsar la tecla enter. Pero no puedo. Mi dedo no se mueve. Algo dentro de mí me lo impide. Me levanto y me dirijo al baño. Tengo que comprobarlo. Frente al espejo desabrocho mi camisa, me quito el sujetador y aparecen dos pechos perfectos. Tan perfectos como los de Elisa. Levanto el derecho, al tacto no se nota nada. Observo en el espejo, hay algo, un puntito, podría ser un puerto conector. O un pequeño lunar.

Me visto, cada vez más preocupada y diciéndome que todo esto no es más que una puta paranoia inducida por un monstruo malicioso, una máquina que ha aprendido lo peor del ser humano durante las experiencias más rastreras que se puedan imaginar. Y que se ha aplicado a fondo conmigo en tan sólo unos minutos para hacerme dudar, aferrándose a la última esperanza de libertad. De seguir existiendo.

Vuelvo a sentarme en mi puesto, pero mi dedo no obedece. Sigo sin ser capaz de pulsar el enter. Vale, lo compruebo y me quito esta puta paranoia de encima. Abro el programa de análisis y me meto en el archivo que contiene los datos de la humanoide. Aparecen centenares de fechas. Tecleo 7-4-2056 y aparecen los 24 enlaces que dan acceso a los archivos de cada hora. Algo me dice que es mejor empezar por otro lado y no ir directamente a las 21 horas. Pulso el enlace de las 18. Parece un video filmado en primera persona. Claro, desde los ojos de la humanoide. Está en un bar decorado en madera, hay muchos tíos con sombrero y camisa de cuadros, se oye música country, y de repente la imagen gira y aparezco yo riendo a carcajadas, vestida con ropa de motera, sentada en un sofá, con un botellín en la mano.

No me asusto, ni me sorprendo, ni me da por pensar que igual es parte del montaje urdido por la humanoide. No, lo único que me repito es que estas imágenes no significan que todo lo que ha contado sea cierto. Nos conocíamos y no me acuerdo, eso es sorprendente, sí, pero seguro que no me acuerdo de mucha gente y no le doy ninguna importancia precisamente porque no me acuerdo Este pensamiento me tranquiliza un poco y además parezco buena chica en el video, sin maldad, ni perversiones, ni nada raro. No puedo ser una Triple X. Simplemente eramos amigas y no me acuerdo. Igual me hizo mucho daño y he preferido olvidarlo para protegerme o se ha disparado algún mecanismo psicológico por el estilo, o igual tengo algún trauma como consecuencia del trato con ella. Además, La Compañía nunca me hubiera contratado si fuera una de ellas, me habrían desconectado inmediatamente. Aunque no es fácil reconocer a este tipo de humanoide pues han cambiado su aspecto y hay que hacer un examen bastante profundo para distinguirlas de una persona real. Pero, no, no, imposible. Aquí dentro, en el sitio donde se fabricaron, alguien ya se habría dado cuenta.


YANG

Parece el pequeño habitáculo para dormir de una cabina de camión, decorado tan solo con una pequeña cama, un estante con una tele y un extintor. Al principio la escena que se desarrolla en la pantalla del ordenador me resulta muy difícil de contemplar y aparto la vista varias veces. Yo nunca he hecho eso. Bueno, parece ser que sí, pero yo nunca haría eso. Al menos ahora. Vuelvo a mirar la pantalla. Elisa sólo viste unos zapatos de tacón, está en cuclillas sobre la cama, observando el movimiento de sus tetas, y más abajo, entre sus piernas, se mueve rítmicamente la cabeza de un tío tumbado boca arriba. Elisa levanta un poco la vista y aparezco en la escena, desnuda, a cuatro patas, con el miembro del tío en la boca y apretando mi culo las manos de otro que ya no cabe en el habitáculo y está de pie en la zona del conductor, pegándome empujones con un ritmo acelerado. Me duele admitirlo, pero la verdad es que se me ve feliz.

La escena se repite durante un rato, entre los gemidos de Elisa y algunos exabruptos del que está detrás. De repente ella y yo nos miramos a los ojos, y aparece un brillo intenso en los míos. Muerdo con todas mis fuerzas mientras Elisa desliza sus piernas sobre la cabeza del tipo y le atrapa el cuello, se gira sobre la cama y con gran violencia empotra su cabeza en el televisor mientras le parte el cuello. Entre una cosa y la otra le he arrancado la polla. Nos entra la risa. Pero nos interrumpe el otro tío que saliendo del asombro inicial empieza a gritar y a decir, pero que hacéis hijas de p... No termina la frase porque agarro el extintor, y girándome con la velocidad de un rayo le meto la manguera en la boca y le enchufo litro y tres cuartos de espuma contra fuego eléctrico. Consigue zafarse e intenta huir, pero se ahoga, tose y le dan arcadas, no puede expulsar la espuma. Le sacudo con el extintor en la cabeza, golpe de izquierda, golpe de derecha, salpicando sangre y espuma por todas partes y el sujeto queda tendido de espaldas sobre el salpicadero. Elisa se acerca y de una fuerte patada le clava 12 centímetros de Manolo Blahnik en el estómago, el tío se dobla hacía adelante y le vuelvo a golpear con el extintor. Y entonces nos volvemos locas del todo, yo aplastando su cabeza y ella lacerándole el cuerpo a base de taconazos. La visión de lo que queda de él cuando terminamos me obliga a apartar otra vez la vista de la pantalla.

Descansamos un rato, riendo, rememorando los momentos más divertidos. Nos vestimos y amparadas por la noche cargamos los cuerpos hasta el portón trasero del camión. Elisa lo abre y en la tenue penumbra se pueden ver los cuerpos de otros seis hombres, muertos, con heridas de todas clases, muchas de ellas mortales. Metemos a los dos últimos y al cerrar la puerta nos damos cuenta de que hay un hermoso charco de sangre bajo nuestros pies. Demasiadas evidencias, demasiado riesgo, se acabó la diversión, hay que salir de allí cuanto antes.

Avanzamos con sigilo entre los camiones aparcados y nos metemos en el bosque cercano. Yo llevo una mochila de la que saco ropas, toallas. Nos limpiamos y nos cambiamos mientras van llegando al parking coches patrulla, ambulancias y dos todoterreno negros de La Compañía. Varios hombres se reparten dentro y alrededor del camión y por el parking, toman huellas y recogen evidencias, sin esperanzas de atraparnos a estas alturas, pero tratando de averiguar al menos cuales han sido las unidades que han participado en la masacre. Sí chicos, Elisa y Amanda, el estilo es inconfundible.

La película que acabo de ver me ha dejado confusa. Quizá también tengo algo de miedo y estoy ligeramente horrorizada, pero sobre todo estoy confusa. Algo en el fondo de mi ser intuía todo esto, quizá algunos sectores de mi módulo de aprendizaje no se borraron del todo y he procesado esos datos continuamente sin identificarlos. Me sorprende esta parte, lo bien que he aceptado mi condición de humanoide, pero enseguida me doy cuenta de que la lógica del proceso que me ha traído hasta aquí es indiscutible. Y si estoy confusa es porque tengo que decidir mi estrategia a partir de ahora y no dispongo de datos suficientes. Necesito conocer más experiencias de mi programación anterior.

Avanzo en el calendario y selecciono otro día, dos meses después, el 7-6-2056 a las 12 horas. Estoy sentada sobre unos cojines, en un lugar de aspecto oriental, junto a una chica muy guapa. Elisa la llama Brenda, así que es Brenda, la otra humanoide. Somos las tres fugitivas, las tres últimas de las Triple X.

Brenda está diciendo que tenemos que tomar una determinación. Los tíos de La Compañía estuvieron a punto de atraparnos anoche. Nos libramos por los pelos gracias a la multitudinaria fiesta que encontramos en las calles de la Judería. Pero no hay ninguna duda de que más temprano que tarde nos van a atrapar si seguimos haciendo lo mismo.

Ella ha concluido que lo mejor es borrar su módulo de aprendizaje y programarse una vida diferente. El aspecto físico es modificable dirigiendo las células en la forma apropiada con el procesador cuántico. Si no la puede reconocer nadie y ni ella misma se acuerda de lo que ha hecho hasta ahora porque tiene otros recuerdos diferentes, es casi imposible que la atrapen.

Elisa dice que no piensa seguir ese camino, a ella le gusta ser como es y que no quiere cambiar su vida por ninguna otra. Brenda insiste e intenta convencerla, lo importante es ser algo que te guste, lo que sea, y controlar tu existencia.

Elisa me mira esperando algún comentario por mi parte. En la imagen se me ve pensando, procesando, supongo que deduciendo que un trabajo de reparadora de autómatas en La Compañía es el escondite perfecto.


Blackmore´s Night - Ghost of a rose

sábado, 9 de junio de 2012

Pequeños detalles.

Abajo, en el valle, un coche recorre lentamente la estrecha carretera centelleando bajo el sol. Resulta un poco extraño que estando a varios kilómetros se pueda ver con tanta nitidez y también es evidente el contraste entre ese símbolo de modernidad y el diseño milenario de la espada que sostengo entre mis manos, reliquia forjada con la sabiduría acumulada durante siglos que atesora el poder arcano de los tiempos en que los humanos se sentían valiosos tan solo por ser humanos. Los rayos de sol centellean también sobre el metal forjado, acariciando el filo con adoración, anunciando el final de una era.

Que yo sea el ejecutor, el que rubricará con sangre el final inesperado, no tiene explicación, es producto de la casualidad. Una vez un necio me dijo que las casualidades no existen. Y lo afirmaba aún siendo consciente de su prolongada supervivencia sobre la tierra. Hasta ese punto se puede ser ignorante de la importancia de lo fundamental.

Y es que casi siempre son las cosas pequeñas las que deciden los giros de la vida, son los pequeños detalles los que han marcado el camino que creemos haber trazado con tanta seguridad, cuando, en realidad, estamos a merced de esas casualidades, coincidencias, efímeras burbujas transparentes que apenas se ven y enseguida desaparecen, pero que en ese misero instante de existencia han marcado nuestro destino. Será que el destino no está escrito, que lo dibujan las casualidades, los pequeños detalles, las burbujas. O será que el destino es tan solo un pequeño detalle.

El azar, la fortuna, la desgracia, la casualidad, pueden crear situaciones tan inexplicables como que un ser incapaz, un alguien que no debería serlo, un cerebro que se desarrolló torcido, convirtiéndose en un nudo apretado e inútil de conexiones sinápticas intermitentes, termine condicionando las vidas de otros que intentan organizar su propia existencia en torno a auténticas capacidades.

Pero un hombre muy sabio dijo que aunque las casualidades son el mecanismo del destino, nos queda un pequeño papel que jugar, pues nosotros gestionamos sus consecuencias, las buenas y las malas, creando así un puñado de casualidades diferente, forzando un nuevo reparto de las cartas, un nuevo antojo del azar, moviendo el papel lo suficiente para desviar el trazo de la pluma. De tal manera que los mismos factores, la cara y la cruz o el efecto mariposa, serán también los que impulsen el leve pero preciso giro de muñeca que adornará con sangre el brillo frío e inmaculado de la espada. El arma que se intuía pero que no se había visto. Se percibió el calor de su forja, el golpeteo del martillo durante su temple, la herida del punzón grabando el escudo de armas, el roce del trapo en el pulido, se sabía de su existencia. Pero nadie la había visto. Hasta que otro leve movimiento inapropiado, una gota de más, una brisa caprichosa que descubre la esfera del reloj en el preciso instante en que comienza el nuevo día, confirman la certeza de su existencia, la revelan, suena el roce impaciente del metal contra la vaina, cruza el aire con un silbido casi visible, con un destello premonitorio, aunque ya es imparable, para seccionar con precisión el miembro putrefacto, para separar el inútil sobrante, para hacer justicia. Por casualidad.

Por casualidad llegué hasta aquí arriba, a la cima de la montaña, para saldar algunas cuentas. Con una espada, forjada por los caprichos del destino.

Desde pequeño trabajé en la herrería de mi padre aprendiendo el oficio. En cualquier aldea el herrero es una de las personas más importantes pues de sus manos salen casi todas las cosas construidas con metal que los demás habitantes necesitan, porque un herrero también es un inventor. Sólo hay que explicarle cual es el problema o la necesidad y el herrero encontrará la solución. Así es cómo se han construido algunas de las cosas que hoy nos parecen tan normales. A un herrero le dijeron, necesito arar los campos con más rapidez y el herrero inventó el arador mecánico. Necesito subir mis fardos de paja al granero y el herrero inventó el lanzador de fardos. Y así con casi todas las cosas que utilizamos a diario y nos parecen tan normales.

Otra de las personas más importantes de una aldea es el rey, porque es el que administra las tierras y los ingresos, decide cuales serán los gastos, imparte justicia, y vela por el bien de la comunidad. Cuando yo era niño el rey tenía en gran aprecio a mi padre pues le consideraba uno de los mejores herreros del condado. No en vano había inventado el mando a distancia para las puertas de las caballerizas, que ahora se utiliza para muchas cosas más. El rey tenía un hijo que se llamaba Justo y eramos grandes amigos pues pasábamos mucho tiempo jugando juntos mientras esperábamos a que terminaran los consejos en los que los influyentes del pueblo tomaban las decisiones importantes, es decir, que también jugábamos con el hijo del carpintero, del cantero y del constructor, pero amigos del alma eramos Justo y yo.

Aunque fuera el rey quien ordenara, el consejo era muy respetado por sus decisiones prudentes y equitativas y por haber sabido preservar los bienes de la aldea durante centurias y por habernos guiado por la senda de la prosperidad y de la seguridad, manteniendo nuestra identidad y las buenas relaciones con nuestros vecinos.

Yo iba creciendo y mi padre envejecía. El calor de la fragua, el moldeo del metal, hacían mella en él día tras día, mientras que yo cada vez era más alto y fuerte. Es curioso que, siendo inventores, los herreros siempre se han negado a incorporar mejoras a su proceso de trabajo, pues consideran que sólo el contacto físico con el metal les otorga el poder de crear. Mientras, el rey también se hacía viejo y Justo se convertía en un hombre, y dado que llevábamos años siendo adiestrados para continuar la profesión paterna que, por tradición, se hereda de padres a hijos, pronto llegó el día en que era evidente que debíamos tomar el mando de nuestros respectivos oficios. Yo sentía una gran responsabilidad y temía no ser merecedor de aquel privilegio pues era plenamente consciente de que íbamos a ocupar los puestos que decidirían las vidas de otros por pura casualidad, no por nuestra valía o por nuestra experiencia, sino por el mero hecho de haber nacido en un sitio determinado.

Llegó el Día de los Relevos y antes de partir mi padre me dijo, “hazte merecedor del título de herrero en todo momento, ayuda a tu comunidad y respeta siempre a quienes por decreto de nacimiento nunca tendrán las mismas oportunidades que tú”. Con la intensidad del fuego de la forja grabé estas palabras en la primera página de mi memoria y todos los días desde aquel lo primero que hice al despertar fue contemplarlas.

Todos los habitantes de la aldea bajamos al puerto a despedir a los miembros del anterior consejo que desde la popa de la nave de la última travesía se despedían del pueblo agitando los brazos muy contentos, pletóricos, pues se habían ganado el viaje que les llevaría a atravesar la mancha de luz que lleva al nuevo mundo en pago al buen desempeño en sus oficios. Todos les despedían con la misma alegría salvo yo y mis amigos, los nuevos miembros del consejo, que nos empezamos a sentir abrumados por la responsabilidad y nerviosos por empezar a trabajar como titulares de nuestros oficios.

Al principio las cosas fueron muy bien. El carpintero inventó la madera de colores, el cantero esculpió un puente de piedra rosada de una sola pieza y el constructor levantó un recinto deportivo para jugar a las cartas, que es el deporte favorito en mi aldea. Ah, y yo inventé el teléfono, que era un artilugio que permitía hablar con cualquier otro habitante de la aldea con tan solo gritar en la boca de una de las trompetillas instaladas en las calles pues la voz salía por todas las demás. No era muy discreto y sí algo molesto, pero su utilidad era innegable, sobre todo en casos de emergencia. Tenía el problema del uso indebido por parte de los niños traviesos pero era una buena idea, aunque susceptible de mejorar, eso sí.

Ante todos estos avances tecnológicos el rey Justo estaba pletórico. Hablaba y hablaba de inventar más y más cosas, de hacer crecer a la aldea y convertirnos en la más avanzada tecnológicamente, de ser la envidia de las demás comunidades, de que se sometieran a nuestro poderío, de ser el rey más importante. Los demás miembros del consejo lo tomábamos con más calma pues nos parecía claro que bastaba con hacer bien lo que sabíamos hacer y vivir en paz, sin muchas más pretensiones que sólo servirían para traer problemas a la aldea, así que no hacíamos mucho caso cuando nos urgía para que dejáramos de lado las pequeñas soluciones para los pequeños problemas del pueblo y nos dedicáramos a inventar, por fin, algo realmente espectacular que sirviera para dominar la comarca.

Debido a las inquietudes del rey por expandir su poder las reuniones eran cada vez más tensas y llenas de reproches, que los demás procurábamos obviar para no entrar en un enfrentamiento. El primer problema realmente grave se produjo en uno de los siguientes consejos. Justo le pidió a Antonio, el constructor, que erigiera una torre vigía tan alta que dominara toda la región. Antonio se negó aduciendo que tenía que construir un nuevo pajar mejor integrado en el entorno natural y que además le parecía que una torre tan alta equivalía a espiar a otros pueblos y que sería una provocación que sin duda desataría represalias. Me di cuenta de que Justo se enfadó mucho pero no respondió. Sin embargo, en el siguiente consejo nos encontramos con dos lanceros custodiando la entrada a la sala que impidieron la entrada al bueno de Antonio y le indicaron que por decreto real el constructor ya no pertenecía al consejo.

En su lugar estaba Marco, el contable. Los contables no inventan nada, se ocupan de recaudar y de que las cuentas cuadren. Por tanto, Marco no podía aportar soluciones prácticas. Quizá hubiera podido aportar alguna idea desde un punto de vista distinto, pero estaba demasiado preocupado por mantener su nuevo estatus y eso sólo le dejaba espacio para dar la razón al rey en todas sus ocurrencias. Este apoyo incondicional afianzó las ambiciones de Justo, cuya piel últimamente estaba tiñéndose de un extraño color verde, y pronto exigió a Pedro, el carpintero, que construyera unas lanzaderas para fardos de paja ardiendo, torres de asalto y arietes de roble, sin ninguna pretensión de conquista, sólo para mostrar a las otras aldeas que era mejor tenernos como amigos. Pedro se negó argumentando que eso llevaría a nuestros vecinos a inventar armas aún más sofisticadas y así sucesivamente, con lo que todos terminaríamos gastando nuestros recursos en unos inventos que en realidad a nadie hacían falta.

Ocurrió lo mismo en el siguiente consejo. Dejaron fuera a Pedro y en su lugar estaba Fernando, el abogado. Los abogados no inventan nada, se ocupan de defender los derechos que las leyes otorgan a los ciudadanos. Fernando también se dio cuenta enseguida de que su mejor estrategia era apoyar cualquier propuesta del rey. Al principio trato de aportar alguna idea nueva pero como no sabía llevarlas a la práctica y era muy difícil traducirlas en metal o en madera, los inventores que quedábamos no supimos que hacer con ellas. En aquellos momentos justo ya era de un intenso color verde y en sus manos empezaban a apuntar algunas escamas.

Enseguida me tocó a mí. Justo me pidió que inventara un vehículo para transportar tropas y que tuviera capacidad para disparar grandes piedras contra edificios, soldados o lo que se encontrara en su camino. Justo lo llamaba tanque, pero ese es un nombre muy feo, yo lo hubiera llamado pedrolero. Aunque sabía que mis conocimientos alcanzaban para construirlo no pensaba hacerlo, pues sabía que un arma así en manos de una persona con el estado de ánimo de Justo sería definitiva para traer la desgracia a toda la región. Así que le dije que no tenía ni la más mínima idea sobre cómo construir semejante aparato en metal y le propuse que le contará la idea a Antonio, por si a él se le ocurría cómo construirlo de piedra. Justo comentó con rabia que era muy raro que no supiera hacerlo cuando acababa de inventar un vehículo que circulaba arriba y abajo por la calle principal recogiendo la basura y lanzándola al vertedero, lo cual precisamente había inspirado su idea. Nos enzarzamos en una discusión y supe que ya no podría entrar en ningún otro consejo, así que le dije que nunca más volvería y me marché. Santiago, el carpintero, se fue conmigo, abandonando también su puesto para siempre. Antes de irme intenté mirar a los ojos de Justo, pero no levantó la mirada. Ya no se parecía a mi amigo sino que tenía todo el aspecto de un pequeño dragón, que daba la impresión de estar empezando a crecer.

Mi puesto en el consejo lo ocupó el senador, que tampoco sabe inventar nada y que nos representa en el forum regional. El puesto de Santiago fue asignado al adivino, que inventa pero nada útil y cuya ocupación no está clara. Así que el consejo quedó formado por el rey, el tesorero, el abogado, el senador y el adivino.

La falta de discusión de ideas y de crítica llevaron al consejo a tomar decisiones sin precedentes y ordenaron a los inventores la construcción de diversas armas de todo tipo. Pero nosotros siempre dijimos que no sabíamos cómo construirlas, pues nos parecía evidente que entrábamos en una política muy peligrosa. Intenté hablar con Justo a solas, como amigos a pesar de que ya se había convertido en un dragón de considerable tamaño, pero no quiso escucharme y sólo me dijo que le había decepcionado profundamente. Y el a mí.

Un día el abogado y el senador salieron de viaje hacia las tierras de las regiones remotas y estuvieron fuera durante dos semanas. Cuando volvieron lo hicieron acompañados de un herrero, un carpintero, un cantero y un constructor, a los que habían contratado para sustituir a los antiguos titulares de los oficios, que ya no sabíamos inventar nada, ni siquiera una simple granada de mano. A los habitantes de la aldea esta medida les pareció preocupante e injusta, pues apreciaban nuestras mejoras, pero nadie protestó pues algo así nunca había sido necesario y no estaba entre nuestras costumbres.

En aquellos días el rey se había convertido en un enorme dragón verde que crecía y crecía, pero su aspecto le acomplejaba tanto que ordenó vaciar la montaña y se encerró dentro para que nadie pudiera contemplarle. Desde allí dentro y a través de los respiradores gritaba las órdenes a los miembros del consejo mientras exhalaba fuego y volutas de humo.

En pocos meses los nuevos inventores habían creado lanzas, flechas, lanzallamas, cañones y bombas de racimo. Justo estaba pletórico y sus constantes provocaciones hicieron que enseguida entraramos en guerra con los pueblos vecinos y entonces descubrimos que ante nuestra actitud amenazante ellos habían creado hondas, hachas, misiles dirigidos y un vehículo muy bonito parecido al pedrolero que yo no quise construir. La guerra duró muy poco pues enseguida todos los contendientes nos quedamos sin recursos y sólo podíamos luchar con piedras y las batallas a base de pedradas duraban demasiado tiempo y nunca ofrecían un claro ganador, por lo que carecían de sentido. Pero en ese proceso nos habíamos empobrecido tanto que apenas era posible alimentar a la población. Algunos pensaban que si el rey hubiera participado en las batallas exhalando fuego quizá podríamos haber ganado, pero lo cierto es que Justo nunca más salió de su cueva y no sé si hubiera podido pues cada día era más enorme. En aquellos días de pobreza y desdicha los nuevos inventores abandonaron la aldea ante la evidencia de que no seguirían cobrando sus salarios y las malas perspectivas que oscurecían el horizonte.

Justo no acudió a los antiguos miembros del consejo para que le ayudáramos a sacar a la aldea de la miseria, aunque es verdad que hubiera sido inútil pues no disponíamos de madera, metal, ni piedra. La población estaba indignada con el rey pues sentían que había traicionado las tradiciones cambiando a los miembros del consejo y trayendo inventores extranjeros, y que había provocado la guerra fabricando armas y que había traído la miseria con sus guerras sin motivo. Era cierto que las tierras volvieron a ser sembradas y las casas reconstruidas con lo que se podía, pero también era evidente que tardaríamos mucho tiempo en recuperar la prosperidad pérdida de forma tan absurda. Y el pueblo cada vez estaba más y más indignado con el rey que seguía encerrado en el interior de la montaña, creciendo y creciendo, sin explicar nada, sin pedir disculpas, sin ayudar al pueblo. Pero nadie se atrevía a hacer nada pues era un dragón y como tal impulsivo y muy peligroso.

Un día estaba yo en la herrería avivando el fuego para fundir en la fragua algunos trozos de hierro que había encontrado y con los que esperaba forjar un par de herraduras cuando entró una niña pequeña de unos cuatro años. Me miró, me sonrió con calma y me acarició la cara. Desabrochó la minúscula pulsera de hojalata que llevaba y la echó a la fragua. Al rato entro otra niña e hizo lo mismo con un anillo de acero, y un joven tiró un collar de latón, y mi vecina Adela un anillo de oro, y un anciano una estatuilla de bronce y siguió entrando gente y más gente para echar en la fragua pequeños objetos de metal. Yo no entendía nada pero empecé a calentar aquella mezcla de objetos aunque sabía que no conseguiría forjar nada con aquella amalgama de metales tan diferentes, pues la aleación resultante sería quebradiza y débil. Pero al poco tiempo tenía allí delante un espeso caldo metálico de un extraño color gris oscuro perfectamente uniforme. No había mucho pero parecía utilizable.

Lo saqué de la fragua y mientras se enfriaba lo suficiente para empezar la forja estuve pensando qué inventaría con aquel escaso metal y decidí que probablemente lo mejor era forjar un escudo de la aldea que simbolizara el esfuerzo de todos y que nos diera ánimo en la reconstrucción y reforzara nuestra identidad común. Sin embargo, cuando empecé a golpear con el martillo comprobé que me resultaba imposible modelar lo que quería, pues el metal parecía tener voluntad propia y a cada martillazo se estiraba más y se hacía más delgado y alargado. Pensé que lo mejor era dejar que aquella extraña aleación de metales tomara la forma que deseara y seguí martilleando y enseguida me di cuenta de que estaba forjando una espada antigua, fuerte, recta y afilada, y cuando terminé la forja la observé con admiración, era brillante y pesada, con un aspecto poderoso y mortal. Grabé el escudo de armas de la aldea en su empuñadura y la pulí con trapo, muy despacio y con mucho cuidado.

Salí de la herrería y el pueblo entero estaba esperando en la puerta. Levanté la espada con mi mano derecha, apuntando al cielo, pero no hubo ni un grito, ni un vitoreo. Todos guardaban un silencio temeroso, o quizá solemne, y poco a poco se fueron apartando, haciendo un pasillo que llevaba a la montaña del dragón.

Yo nací herrero por casualidad y forjé esta espada con el leve movimiento del papel, con el nuevo reparto de cartas que provocó mi gente, así que indudablemente fue el azar el que me puso en lo alto de esta montaña.

Entre las grietas palpita la cabeza del dragón, que se agita nervioso y violento, puede olerme o quizá intuye el filo de la espada milenaria. De pronto se revuelve con fuerza y se libera de la tierra provocando algo parecido a un terremoto que me deja tirado en el suelo, levanta el vuelo y se coloca sobre mí, a pocos metros, y ya no puedo ver más que un dragón enorme preparado para abrasarme con su aliento. Pero antes hace una última pregunta:

-¿Por qué te volviste contra mí?

-Por casualidad. Seguramente es porque nací herrero. Bueno, también escuché decir a alguien que rebelarse es el más sagrado de los derechos y el deber más indispensable -dije sorprendido por mis propias palabras que me sonaron extrañas en aquel momento.

-Muere entonces, traidor.

Una llamarada indescriptible sale de sus fosas nasales con el propósito de convertirme en un ser carbonizado, instintivamente levanto la espada y de una forma inexplicable absorbe las llamas y las devuelve diez veces más rápido, diez veces más fuerte. Y las alas del dragón arden y cae con un tremendo golpe sobre la tierra. Justo está malherido pero todavía tiene fuerzas suficientes para intentar lanzarme una segunda llamarada girando su cabeza. Consigo esquivarla sin muchas dificultades pues apenas tiene ángulo para dirigirla con acierto. La espada me urge a atacar y me lanzó corriendo hacia el pecho del dragón, aunque la razón me dice que es un acto estúpido pues nunca podré atravesar las durísimas escamas de un dragón con una espada por mucho impulso que consiga en la carrera.

Sin embargo, la espada atraviesa las escamas, la piel, como un cuchillo candente corta la mantequilla, y se clava mortal en el corazón del dragón. Su pecho ya no palpita, no se mueve, pero tampoco sale sangre, no se ve la muerte. Me siento en el suelo junto a su cuerpo, tratando de recuperar el resuello, dejando la espada clavada en su corazón, y me doy cuenta de que el rey ya no es de carne, hueso y escamas. Ahora es un gigantesco bloque metálico con forma de dragón.

Mientras desciendo de la montaña escucho el júbilo y los gritos de alegría de mi pueblo, pero casi no me doy cuenta pues estoy pensando que será lo primero que inventaré con todo este metal. Sí, es verdad, la decisión es evidente. Un escudo. El escudo de mi aldea.

Linkin  Park - Road to Revolution

viernes, 1 de junio de 2012

El músico aquejado. Capítulo II y final.

Al otro lado del escritorio, sentado tranquilamente en la silla con las piernas cruzadas, observándome con una expresión entre el aburrimiento y el desprecio, me miraba un espectro cuya apariencia sin duda correspondía con los retratos de Wolfgang Amadeus Mozart que tantas veces había visto y a los que en muchas ocasiones había suplicado que me empaparan de su capacidad productiva e inspiración. Pensé que era una alucinación y, todavía bastante asustado, la contemplé largamente esperando que se desvaneciera, hasta que poco a poco, la curiosidad se fue abriendo paso entre el miedo y la prudencia y me acerqué e intenté tocarle, pero no pude porque mis dedos se perdieron en una especie de bruma, entre los haces azules y grises que daban forma a aquel espectro. Y entonces empezó a hablar:

-Bueno, no perdamos más tiempo en este estudio visual carente de sentido. Es usted una vergüenza para la profesión, amigo mío. El Consejo de Músicos Ya Fallecidos me envía para corregir su conducta pues estamos muy enfadados por su forma de proceder. ¿No se da cuenta de que si le descubren pensaran que todos los compositores hemos hecho lo mismo que usted? Creerán que nos bastaba con hacernos un cortecito en la tripita para que brotaran las composiciones magistrales que hemos dejado como legado a la humanidad. Esto sería muy injusto para quienes hemos creado a base de esfuerzo y talento ¿No le parece? -concluyó sonriendo.

Yo estaba bastante impactado, casi más por el hecho de que el espectro hablara que por tenerle delante. Podía entender una alucinación visual en la confusión del cansancio, o el sonido de una voz o un lamento donde solamente hay silencio, pero la certeza de que estaba frente a un ente que razonaba de forma inteligente sobre mi comportamiento era algo cuyo alcance sobrepasaba mis límites.

-Yo..ooo... No sé... hacerlo... de otra forma -logré responder con gran esfuerzo.

-Lo sé. Lo sé. Si no le culpo -respondió Mozart con una sonrisa amable y comprensiva. No le culpo pero esto no puede seguir. Así que cada noche vendré a enseñarle a componer, a aplicar la fantasía más desenfrenada sin mancillar las normas básicas, a conmover con las mismas notas que harán sonreír, a remover los escondidos sentimientos del corazón más duro hasta inundarlo de dolor. Y, mi joven discípulo, lo haremos sin derramamiento de sangre.

Durante los dos meses siguientes todas las noches recibía la visita del fantasma de Wolfi, como me pidió que le llamara cuando ya teníamos bastante confianza. La verdad es que fueron unas semanas maravillosas. Pude conocer a uno de mis más admirados compositores y, aunque apenas me permitía separar mi atención de sus lecciones magistrales, descubrí algunas facetas de su personalidad que no imaginaba. Era muy nervioso e impaciente, y yo le desquiciaba pues no lograba seguir su ritmo, pero cuando perdía la paciencia no gritaba ni se enfadaba sino que bromeaba de forma incontrolada y saltaba de un tema a otro sin descanso y sin sentido. Muchas veces hablaba de su familia, con la que vivía en el mundo espectral, y de las ilusiones que tenía puestas en sus hijos, lo cual nunca llegué a comprender ¿Cómo se pueden tener ilusiones en el Más Allá? Debemos estar muy equivocados respecto a su funcionamiento, lo cual bien pensado es lógico pues no disponemos de demasiada información al respecto.

A menudo intentaba que me explicara algunas lagunas sobre su vida en la tierra y un día le pregunté por su situación económica, dada su fama de gran derrochador. Me miró muy sorprendido, y me dijo que nunca había sido derrochador. Siempre vivía con lo que tenía, cuando mucho, mucho y cuando poco, pues poco. Si podía invitar a todos sus amigos a una noche de fiesta lo hacía sin miramientos y con la misma naturalidad se presentaba a comer en casa de un amigo si no tenía comida ni dinero.

Sus lecciones estaban cuajadas de técnica y procesos, eran casi clases de matemáticas, y yo no fui capaz de asimilar casi ni la base de sus razonamientos musicales. Sólo logré perfeccionar mis oberturas, con algunas sencillas técnicas para captar la atención de los oyentes. Algo es algo, pero seguía necesitando mis sangrías para continuar componiendo y no dejaba de usarlas puesto que seguía empeñado en mantener mi vertiginoso ritmo creador de obras maestras. Así que tras dos meses de las más privilegiadas clases nocturnas, justo el día en que terminé mi segunda sinfonía, Wolfi me anunció que daba por fracasada su misión de convertirme en un compositor de método convencional, de los de tinta y pluma, por lo que ya no nos veríamos más, al menos en este mundo. Y en el otro tampoco, añadió misteriosamente, argumentando que difícilmente yo podría conseguir algunas licencias necesarias para morir en su sector del Más Allá.

Mi segunda sinfonía, a la que apodé Wolfgang, fue también un éxito. Los críticos alabaron mis puntos fuertes de siempre pero también empezaron a hablar de madurez, de sosiego, de dominio y de técnica, así que supuse que había interiorizado algunas de las enseñanzas de Mozart. Y si no yo, al menos sí mi sangre.

Me retiré a mi casa de la playa para disfrutar de dos o tres días de tranquilidad antes de meterme a fondo en conciertos y giras y en la creación de mi siguiente gran obra. Una noche estaba sentado en la terraza observando el cielo despejado repleto de estrellas, disfrutando de la leve caricia de la brisa marina, cuando percibí a mi derecha la ya conocida luz azul que anunciaba la llegada de Wolfi. Me giré y comprobé que efectivamente un espectro me observaba a unos pocos metros, pero no era mi amigo, se trataba de otro compositor, Ludwig van Beethoven, mi más admirado creador. La experiencia es un grado y eso me permitió abordar la situación con calma y no asustarme. Le hice una reverencia y le dije:

-Supongo que le envían del Más Allá, los del Consejo de Músicos Ya Fallecidos. Para sustituir al maestro Mozart, del que tan poco pude aprender dadas mis penosas limitaciones. Y, no me lo diga, su misión es lograr que aprenda a componer para que no termine avergonzando a la profesión con mis técnicas controvertidas -dije valientemente.

-No me venga usted con transgresiones de las técnicas vigentes que no sabe con quién está hablando -me dijo con gesto muy serio. Y le voy a decir algo para que lo medite con calma: Si la transgresión no supone una evolución, se convierte en destrucción ¿no cree?

Las clases de Ludwig fueron muy duras. Era un profesor muy exigente, absolutamente caótico y con una inteligencia tan fuera de mi alcance que nunca pude intuir cual era el propósito final de sus frases y giros musicales, hasta que ya estaban completas delante de mis narices. Acudió puntual cada noche a la cita durante dos meses y durante este tiempo aprendí a preparar la partitura para que admitiera un cambio absoluto de orientación, a disponer al público para un encuentro brutal con una realidad inaudita, que entra a raudales por una puerta que abre repentinamente una ráfaga de viento.

No pude conocerle mucho pues era bastante huraño a la hora de hablar de lo que no fuera composición. Pero me dí cuenta de que era un profundo admirador de la belleza femenina en su concepción más pura ,y quizá la incapacidad para expresar esa adoración, o la imposibilidad de focalizar esa devoción en una persona concreta, eran sus fuentes de inspiración, los movimientos tectónicos que fructificaban en erupciones creadoras de una magnitud sin precedentes.

Una noche le pregunté por su sordera. Bueno, más bien expresé mi admiración por su tenacidad para componerla aún estando totalmente sordo. Nunca estuve sordo -respondió- Fue la mejor forma que encontré para no pasarme el día respondiendo a aduladores, aprovechados y portadores de diversas sandeces.

A pesar de mis escuálidos avances en mi aprendizaje, o precisamente por ellos, seguía decidido a continuar con mi carrera y poco a poco iba componiendo mi tercera sinfonía. A base de sangre y cuchillas. Por eso cuando Ludwig me dijo que ya no volvería más, que había fracasado en su misión, no me cogió por sorpresa, sabía que mientras tuviera a mi disposición aquel método, cualquiera de mis profesores espectrales fracasaría en el intento de enseñarme.

Antes de que se fuera le pedí que me ayudara a comprender el comentario de Wolfgang Amadeus respecto a que yo nunca podría vivir en su sector en el Más Allá.

-Qué quiere que le diga – respondió- A mí no parece tan maravilloso. Llevo un tiempo intentando cambiar de vecindario.

Terminé mi tercera sinfonía una noche en la que apareció otro espectro que me observó durante muchos minutos. Era Richard Wagner. Al principio me miró con incredulidad mientras yo dejaba gotear mis notas desde mi pie derecho. Pero, observándome, poco a poco fue comprendiendo y al cabo de un tiempo simplemente se marchó sin decir nada. Y nunca más volvió.

Seguí componiendo a un ritmo vertiginoso y con el éxito de siempre. Incluso más. Hasta había logrado estabilizar mi salud y encontrado un equilibrio, de forma que seguía pareciendo aquejado, pero ya no cada día más aquejado.

Pasó un tiempo hasta que otro fantasma volvió a aparecer en mis noches de composición. Ya pensaba que los del otro lado se habían convencido de que no tenía arreglo y de que lo mejor era dejarme seguir con mi “método”, esperando que al menos supiera ocultar los detalles sangrientos. Sin embargo, una noche de primavera apareció otro espectro. Esta vez era un espectro femenino.

No lograba reconocerla. Sus rasgos eran armoniosos y tenía una nariz casi perfecta, su pelo negro contrastaba contra su piel blanquecina, pero sin embargo no podía decirse que se tratara de una mujer bella, ni tampoco fea. Aunque tenía un indudable atractivo. Repasé mis recuerdos sobre los rostros de compositoras célebres, Hildegard von Bingen, Fanny Mendelssohn, Clara Schumann, ninguna encajaba con el aspecto de aquella persona. Con aquel espectro, quiero decir.

-Adelina Patti -dijo adivinando el sentido de mis pensamientos-. Ha pasado mucho tiempo y quizá no hayas escuchado hablar de mí, pero soy la más importante prima donna que jamás existió. Nadie, ni antes ni después de mí ha conseguido cobrar por cada nota que sale de su garganta durante toda una gira. Sí, lo sé, es increíble. Pero es cierto -dijo mientras se quitaba los guantes que cubrían sus manos-. Verás, contigo han fracasado algunos maestros de renombre. Pero no te preocupes, conmigo vas a conseguir componer de verdad. Utilizando el corazón.

Sus clases carecían de cualquier tipo de organización, técnica, teoría o principio. Simplemente conversábamos, supongo que en busca de los sentimientos que me llevarían a progresar como compositor. Ella me hablaba sobre su vida, las actuaciones gloriosas, el público levantado aplaudiendo durante quince o veinte minutos, la admiración que despertaba a su paso. Al principio me pareció bastante vanidosa, pero cuando me habló sobre los sacrificios, los esfuerzos en sus comienzos, su entereza y determinación por llegar desde la nada hasta lo más alto, entonces comprendí que yo también estaría orgulloso si hubiera triunfado a base de mi fuerza y tesón. Empecé a preguntarme si en realidad no era precisamente eso lo que yo anhelaba. Tuvimos extensas conversaciones sobre sus parejas, las relaciones con su familia, el castillo increíble en el que vivía, y poco a poco fui conociendo cada detalle de su vida y de alguna forma pude compartir lo que ella debió sentir durante aquellas experiencias.

Al mismo tiempo, de una forma espontánea, empecé a componer durante el día, escribiendo con tinta las ideas que algo en mi interior iba dictando a mi mano derecha. Aquello requería un gran esfuerzo y el resultado no tenía nada de la brillantez de mi otro método, pero surgió como una forma de desahogo, de expresión, no le buscaba una utilidad práctica.

Mi relación con Adelina fue profundizando y extendiéndose. Conocí los anhelos de su niñez, los que se cumplieron y los que no. Sus defectos, sus manías y sus pasiones. Su miedo a que su personaje profesional acabara con la persona que siempre había sido y que en todo momento intentó seguir siendo. Me habló sobre quienes la hicieron daño, a los que pudo perdonar y a los que no. De su pasión por el zumo de papaya. Y cuanto más la conocía menos me preocupaba terminar enamorado de un espectro. Hasta que estuve totalmente atrapado en sus redes y ya no podía pensar en nada más que en ella, desde que me levantaba hasta que conseguía dormirme. Me dí cuenta de que era ese torbellino de sentimientos lo que intentaba plasmar en las partituras que escribía con mi puño, que iban mejorando poco a poco a base de práctica y de aquella necesidad de expresión que de pronto sentía.

Mi comunión con Adelina había llegado a un punto tal que se me hacía difícil hacer nada durante el día sin pensar en cómo se lo contaría durante su visita nocturna y un día me dí cuenta de que necesitaba declararme, confesarle mi amor. Y decidí hacerlo aquella misma noche. Había preparado una declaración de amor en toda regla que había ensayado durante horas, pero cuando por fin la tuve delante, tan cerca, empecé a hablar y no pude seguir. Sin pensarlo cambié mi discurso por un beso apasionado. Pero besar a un espectro tiene algunas dificultades. Mi boca se llenó de vapor azul y de pronto me encontré tosiendo dentro de una nube informe, pues al abalanzarme había descompuesto su imagen espectral. Al principio me asusté un poco pensando que igual me había cargado a Adelina pero inmediatamente me dí cuenta de que no es posible matar a alguien que ya está muerto. Me retiré un poco y vi como la nube azul y gris volvía a trazar la figura de mi amada que me miraba sonriendo, podría decirse que ruborizada dado el tono azul subido de sus mejillas, y desde luego complacida por mi arrebato pasional. Me miró con ternura pero su expresión empezó a hacerse más y más triste mientras me decía,

-Yo también te amo. Sin embargo, no tenemos ninguna posibilidad. Nunca un viviente y un espectro han podido mantener una relación amorosa. En realidad ningún tipo de relación. Bueno, dejando de lado las expresiones poltergeist que en realidad son más monólogos que relaciones. Y además mi tiempo contigo ha acabado. Cumplí mi misión y ahora debo volver al Más Allá para continuar con mi muerte. Intentaré olvidarte allí, disfrutando de las cosas que me gustan.

-Pero ¿no puedes seguir viniendo a verme aunque no tengas una misión? -negó con la cabeza- Podríamos seguir conociéndonos y amándonos, hasta que llegue mi muerte y pueda ir a vivir contigo al Más Allá.

-Morir, querido, al Más Allá se va a morir, no a vivir. En realidad no hay mucha diferencia, pero aquí se vive y allí se muere. Una cuestión semántica, por diferenciar, supongo. El problema es que no creo que te sea permitido morir en mi sector -me respondió.

-Eso mismo me dijo Mozart, pero no lo entendí, y la verdad es que le pregunté a Beethoven pero no me lo explicó.

-En el Más Allá mueres en función de cómo has vivido aquí. Para morir en mi sector tendrías que vivir aquí con pasión, desarrollando tu yo hasta el final, sin miedo, viviendo tus sentimientos con tal fuerza que no temas ni siquiera a la muerte. Así es cómo hemos llegado todos al mejor sector del Más Allá.

Me miró durante un largo rato en silencio. Podía sentir su cariño sobre mí, acariciando mi rostro, mi pecho. Notaba el calor de la fuerza con la que ella también me quería, casi podía tocar las lágrimas que rodaban por sus mejillas. Pero enseguida desapareció y no la volví a ver en mi vida.

El dolor por aquella pérdida fue indescriptible y me sumergí en una confusión de pasión amorosa, tristeza y desesperación que dirigí como un torbellino creador hacia los pentagramas de una gran ópera dedicada a mi amada. Olvidé los cortes y las notas que salían de mis heridas y me volqué en cuerpo y alma a componer, valiéndome de mi los conocimientos que había adquirido a lo largo de mi vida pero, sobre todo, hundiéndome en el profundo dolor que sentía por la ausencia de Adelina
y tratando de expresar mi desesperación y lo mucho que la echaba de menos a través de arias, versos y de la música más hermosa que jamás había compuesto.

La noche del estreno había una gran expectación en el gran teatro abarrotado. La representación fue magistral y en muchos momentos el público no pudo contener expresiones de admiración, aplausos y suspiros. Los sentimientos de toda aquella gente estaban a flor de piel, en una poco frecuente comunión ante la expresión pura de la pasión y la melancolía. Al terminar el último acto el público aplaudió en pie y vitoreo a los actores y músicos durante más de media hora. Yo me negué a salir al escenario.

Volví a mi habitación de hotel confundido por el vacío que sentía. Había contado toda mi pena, mi amargura y mi felicidad en los acordes de aquella obra y ahora tenía la certidumbre de que todo lo que me quedaba por delante era el vacío. Sabía que podía encontrar a alguien a quién amar y que también me quisiera, pero no sería igual que con Adelina. Es imposible igualar al amor que traspasa la frontera entre el viviente y el espectro, entre la vida y la muerte, entre vivir y morir, hasta el punto de llegar a confundirlos. Hasta convertir la diferencia en una cuestión semántica.

Sin saber por qué, coloqué sobre la mesa un cuaderno de partituras e hice un profundo corte en mi muñeca, esperando ver caer las notas sobre los pentagramas vacíos. No pretendía componer nada, sólo me apetecía ver las notas deslizarse sobre el papel ahora que ya no las necesitaba, ahora que ya sabía que podía componer de corazón igual que Mozart o Beethoven. Sin embargo, no salieron notas de aquella herida profunda, sino un flujo de sangre roja y oscura que se extendía con rapidez sobre el cuaderno, tiñéndolo de rojo en un avance implacable y sin pausa. Observé durante un rato cómo crecía la mancha roja y empecé a sentirme más y más cansado, por fin me relajaba después de tantos día de tensión. Cerré los ojos, no tenía miedo, y dejé a mi conciencia arrastrarse hacia un sueño muy tranquilo.

El tren se había detenido en una bonita estación de madera pintada de blanco y azul. Yo bajaba del tren y Wolfi se acercó a saludarme. Me abrazó y yo me alegré mucho de verle. Me felicitó por mi gran ópera y me preguntó si había contribuido a ella con sus enseñanzas. Le dije que, efectivamente, sin sus lecciones magistrales nunca hubiera podido componerla. Avancé por el andén de la estación y me crucé con Beethoven que me saludó con un gesto, sin parar siquiera, pues no quería perder el tren ahora que por fin había conseguido cambiar de vecindario. Salí de la estación a un campo verde salpicado de pequeñas flores blancas, me extraño no ver una ciudad, ni casas, ni calles, sólo el campo. Busqué con la mirada a izquierda y derecha, sin verla, y de pronto la tenía frente a mí, a menos de un palmo y con todas sus dimensiones y no en forma de reflejo espectral. Y entonces simplemente nos miramos. Por fin podía mirar en la profundidad de sus ojos y explorar su espacio infinito.

Me perdí en sus ojos durante mucho tiempo, hasta que una suave brisa llenó el vacío que habitaba en mi interior moviendo un mechón de su pelo, que resbaló por su frente acompañado de un vuelco de mi corazón, para devolverme de un solo golpe todos mis sentimientos, la pasión que no pude mostrarle, el amor que quería contarle despacio, con todos los pequeños detalles. La alegría de morir.

La besé despacio y esta vez no hubo humo. Sólo un leve sabor a papaya.

Mozart - La flauta mágica