viernes, 4 de abril de 2014

You don't have to put on the red light.

Aquí mismo empezó todo, en esta orilla, bajo las mismas luces rojas, en medio de este tinte gris, húmedo, con un algo melancólico que envuelve la ciudad. Me acuerdo muy bien, de todo. Yo vivía ahí, en ese edificio de ladrillo envejecido, justo enfrente, en la segunda planta. Esa era mi ventana. Me sentaba en el alfeizar a desayunar todas las mañanas y me entretenía mirando el canal, la calzada estrecha, y desde allí veía mi escaparate, ese, el pequeño que está aquí detrás.

Es curioso. Jamás lamenté ser prostituta, al menos mientras lo era. Quiero decir que no me arrepentía de serlo mientras trabajaba en ello. Sólo me sentía mal por la mañana, cuando miraba el escaparate desde mi ventana. No era vergüenza, ni pena, ni ninguna clase de miedo. Era una especie de ligera angustia, una leve presión en el pecho, era un mecanismo del pasado, algún axioma aprendido durante la infancia que también hacía crecer un lamento por las pobres chicas que se ofrecían en aquellos escaparates que veía desde mi ventana y luego, un microsegundo después,  la estúpida sorpresa, al recordar, al reconocerme como una de ellas.

Han pasado bastantes años desde mi conversión y desde entonces no había vuelto a Amsterdam, la ciudad en la que siempre viví hasta aquel día. Es curioso, pero todo sigue igual, el mismo ambiente lóbrego y algo cansino, la misma educada decadencia. Recuerdo cuantas veces escuché a los turistas que pasaban frente a mi escaparate hacer las mismas comparaciones: Venecia es mucho más bonito, huele peor pero es más  monumental, y menos cutre, y más elegante, y no se ven ciertas cosas, vaya mal gusto tienen por aquí. Así que siempre quise ir a Venecia, la imaginaba como una versión luminosa, elegante y superlativa de mi ciudad, una especie de Nirvana lleno de canales. El paralelo ascendente.

Por eso cuando ella me convirtió mi primer impulso fue salir de aquí a toda prisa, casi sin parar hasta Venecia. Es un largo recorrido, doy fe. Por mar hay que recorrer las costas de Bélgica, Francia, España, Portugal, más España, mucho mar hasta la puntera de Italia, subir hasta arriba y allí está Venecia. Me gustó la zona, la ciudad no tanto, pero me permitió descubrir el adriático, explorar un poco y descubrir las islas de Croacia. He pasado años vagando por allí, apareciendo y desapareciendo, disfrutando de un clima cálido y maravilloso, muy lejos de este sitio frío y oscuro.

Aquella noche estaba asustada, como para no. Recuerdo que intentaba esconderme, tenía miedo de que alguien me viera y me hicieran daño, enseguida salté al canal y me quedé aquí unos minutos, en este mismo terrario, tratando de calmarme y entender qué me había pasado. Pero es algo que se tarda en entender, eso llega después, con el tiempo. Cuando asimilas lo que eres y lo aceptas. Bueno, y cuando vas conociendo a otras chicas iguales y te van explicando un poco en qué consiste esto, que no es una enfermedad, ni es un virus. Es un don, que no se contagia sino que se transmite, se cede, es decir, que si se lo pasas a otra persona lo dejas de tener, lo pierdes. Hasta ahora no he querido perderlo, es una forma de vida que me apetecía disfrutar y desde luego lo he hecho, pero al final me he cansado. Y por eso he vuelto al lugar en el que todo empezó, para cerrar el círculo, para terminar aquí y empezar aquí otra vez, pero ahora con una vida muy distinta a la que tuve.

La verdad es que la vida cambia, puede cambiar en cualquier momento y de la forma más rebuscada, imprevisible o absurda. Si fuéramos un poco más fríos renunciaríamos a hacer cualquier tipo de plan, lo dejaríamos todo en manos de la fortuna, pero somos de otra manera y no lo podemos evitar, a pesar de que el esfuerzo es claramente inútil. Por eso no he pensado mucho en la clase de vida que voy a hacer después de esta noche. Me dejaré llevar, sé que será muy diferente a las dos vidas que he vivido hasta ahora pero  no voy a planear nada. El destino, el futuro, mi estrella o lo que sea me irán indicando el camino. Con eso me vale por ahora.

He esperado hasta última hora de la madrugada para salir del canal, ahora ya no hay casi nadie en las calles y muchos de los escaparates ya están cerrados. Pero el que fue mío sigue abierto, con la luz roja encendida, la chica que lo ocupa trabaja hasta tarde, seguro que es de esas que van vestidas sólo con un par de tiras de satén, jovencita, con prisa por conseguir dinero, seguro que piensa que en un par de añitos se puede dedicar a otra cosa. Que no, hija, que primero te vas acomodando y luego ya no sabes hacer nada más. Te quedarías aquí para siempre, sino fuera por mí. Espero que me estés agradecida, como lo he estado yo todos estos años a la chica que me convirtió. No sé con seguridad su nombre, algunas de las que he conocido en este tiempo hacían cábalas y suponían que el don me lo pasó una inglesa llamada Sienna.

Me gusta pensar que se llamaba así, Sienna. De pronto estaba agachada junto a la puerta de mi escaparate, envuelta en una gabardina, era muy tarde, igual que hoy, así que supuse que se trataba de una chica avergonzada que buscaba un rato de sexo con una experta en la materia. Eso pasa algunas veces, una mujer descubre que es lesbiana, o que le atraen las mujeres, y cuando piensa en tener relaciones se da cuenta de que no sabe bien qué hacer, empieza la inseguridad y se intuye el miedo escénico, así que termina frente a una prostituta pidiendo que le enseñe cómo se hace. No es tan mal método como parece, mucho mejor que suponer que eso que le gusta a ella es lo mismo que le va a gustar a todas las demás. Lo único que parecía raro es que viniese aquí, por lo general todas las mujeres se agenciaban mi teléfono y nos encontrábamos en algún hotel o en su casa. A las mujeres en busca de esa clase experiencias no les atrae mucho este ambiente.

Abrí la puerta y acaricié su pelo rubio, me miró con la expresión de la felicidad en sus ojos azules. Eso me agradó y la invité a entrar pero tenía dificultades para moverse así que la ayudé a llegar hasta la cama, casi a rastras. Pensé que estaba drogada o que había bebido demasiado, pero entonces me di cuenta de que había algo más, algo raro. Ella puso su índice en mis labios pidiéndome silencio, acercó su rostro despacio en el ademán de un beso, pero en el último momento se desvió hacia mi cuello desnudo y me clavó los dientes. Así se inició mi conversión, mi transformación, que  duró un par de horas eternas.

Las dos estábamos abrazadas sobre la cama, en la penumbra, sus colmillos clavados en mi cuello todo el tiempo, mientras me acariciaba como tranquilizándome y yo permanecía tensa, sin poder mover un músculo, ni emitir un sonido. No es que me doliera mucho, lo peor era el miedo, no sabía qué me estaba pasando, sabía que me estaba transformando y al principio creí que me estaban convirtiendo en una vampira pero lo extraño es que no me sentía de esa forma, era algo muy diferente, algo que parecía bueno a través de la incertidumbre y el miedo que me atenazaban. Y tenía la certeza de que mi vida como la había conocido hasta entonces había terminado.

Cuando acabó se levantó, se acarició las piernas y las estiró con satisfacción. Creo que hasta dio algún gritito de alegría. Me dijo “que lo disfrutes” y lanzando un beso con la mano salió por la puerta para siempre. Yo me quedé tendida en la cama, palpándome la herida del cuello que notaba dolorido, salvo por eso no me sentía mal, no entendía nada pero me encontraba casi normal, algo aturdida, pensé que me convenía desinfectar la herida y decidí acercarme a la farmacia a por alcohol o algo así. 

Me incorporé pero no me sostuve en pie, caí al suelo como un saco lleno de ladrillos y en la fracción de segundo que tardé en golpearme contra las baldosas fui consciente del problema. No era un mareo por pérdida de sangre, o por la impresión del encuentro, ni por estar tumbada casi inmóvil tanto tiempo. No, no, no, la razón era mucho más contundente y directa: No tenía piernas.
Tendida en el frío suelo de baldosas tardé un rato en atreverme, pero al final estire una mano y palpé aquello. Duro, resbaladizo, húmedo y con un leve dibujo curvo. Escamas. Una cola de pez. Una cola. Aquella cabrona me había transformado en una sirena.

Lo siguiente que sentí fue miedo. Un miedo profundo y primitivo que nacía en lo más profundo de mis instintos, de mis nuevos instintos. No estaba en mi medio natural, tenía que volver al agua. Me escondí como pude entre las luces desdibujadas del amanecer y salté al canal.

Enseguida decidí marcharme de Amsterdam. Acepté aquella nueva condición como una oportunidad, tampoco es que adorara mi vida anterior, así que decidí empezar ese segundo capítulo en otro lugar muy diferente y me fui a Venecia, aquella ciudad paralela en el otro extremo de la belleza, la clase y la elegancia. Por supuesto no era así, pero no llegué a decepcionarme porque encontré el adriático, que resultó ser mucho mejor que la mejor de mis expectativas. Allí conocí a otras sirenas, más mayores, algunas con cientos de años, que me contaron un poco más sobre mi nueva condición.

El caso es que estoy de vuelta y voy a repetir el ciclo de la misma forma en que lo conocí. Me envuelvo en la gabardina empapada, me acercó al escaparate con mucha precaución pegada a la pared, me deslizo y me acurruco junto a la puerta, en la misma posición que estaba ella, Sienna, cuando la vi por primera vez.

La chica tarda un rato en darse cuenta de que estoy allí. Abre la puerta con lentitud y me acaricia el pelo muy despacio. La miro con expresión de felicidad y enseguida de sorpresa al reconocerla. Agarra con fuerza mi pelo rizado y tira de con violencia, haciéndome entrar en la habitación.

-Maldita hija de puta ¿dónde te habías metido? –grita mientras me zarandea con furia- Quedamos en que era un mes, un puto mes, no diez años y medio. Joder, me he quedado aquí todo este tiempo esperando a que volvieras, en tu mierda de trabajo, tu mierda de apartamento y tu mierda de vida. ¡Diez años y medio!

-No sé de qué me hablas –farfullo – Me acuerdo de ti, me convertiste. Pero yo no decidí nada, fuiste tú. No recuerdo ese pacto. Sólo recuerdo que me convertiste y te marchaste sin decirme nada.

-¡Yonki de mierda! Estabas tan drogada que no te enteraste. Debí suponerlo, debí elegir a otra aunque no se quedara hasta tarde en el escaparate, aunque intentar convertirla fuera más arriesgado. 

-De verdad que no me acuerdo. A veces me drogaba, eso es cierto, pero aquel día no recuerdo si había tomado algo –respondo intentando serenarme- ¿Y por qué has esperado aquí todo este tiempo? Podías haber iniciado otra vida, tenías la oportunidad de conocer el mundo de otra manera lejos de este cuchitril.

-Eso era lo que quería, probar esta época, pero sólo durante un mes. En eso quedamos, en intercambiar las vidas durante un mes. Pero según parece tú te viciaste con  el don y el plazo se te ha alargado un poquito. Y yo lo único que quería era volver a ser sirena así que te esperé sufriendo esto día tras día, rogando para que el siguiente fuera el último, sabiendo que nunca más volveríamos a encontrarnos sino me quedaba aquí a esperarte, rogando para que volvieras.

-Pues yo de todo eso no me acuerdo. De hecho no estoy aquí por eso. He vuelto porque me he cansado de esta vida y quiero volver a la otra, no porque sea consciente de ese pacto.

-Entonces ¿por qué has venido precisamente aquí, al mismo lugar?

-Me parecía la forma correcta de hacerlo. La mejor manera de cerrar las dos etapas anteriores y empezar desde cero. Pero no esperaba encontrarte aquí. Creía que otra chica cualquiera estaría ocupando este lugar.

-Vale. Dámelo. Tengo prisa, quiero irme de aquí –dice con un nerviosismo que agita su pelo rubio.

-No. Espera. Dime que hiciste durante ese mes, cuando creías que sólo serían treinta días de prueba en una época que no habías conocido. Supongo que los viviste con intensidad. Quiero volver a vivir con intensidad.

-Aquel mes. Bueno, pues los primeros días me quedé aquí. En realidad por eso te elegí a ti, a una prostituta. Quería tener algunas experiencias, ya sabes, en materia de sexo, siendo sirena no es que haya muchas posibilidades. Bueno, de eso ya te habrás dado cuenta. El caso es que me quedé aquí los primeros días recibiendo visitas de los hombres que pasaban por la puerta. Sin duda este es el sitio ideal para conseguir sexo sin complicaciones. Pensaba que con muchos hombres diferentes tendría muy distintas experiencias y mi intención era quedarme aquí todo el mes hartándome de sexo, pero al tercer día empecé a sospechar que la variedad de ideas era más bien reducida y al cuarto comprendí que tenía la oportunidad de conocer otra gente y otra forma de vida. De hecho la oportunidad pasó por la puerta.

-No entiendo. ¿Quieres decir que te fuiste con algún cliente? ¿Que alguno se enamoró de ti y te invitó a irte con él?

-No, no, no. Pasó por aquí un grupo de gente cantando y pidiendo a las prostitutas que se unieran a ellos. Una gente que parecía muy alegre y simpática, recorrían estas calles envueltos en túnicas, bailando y tocando la pandereta.

-No me jodas –respondo con sorpresa- ¿Te fuiste con los Hare Krishna?

-Sí. Eso es. Me dieron una túnica blanca y me uní a ellos. Pasamos el primer día cantando y bailando. Compartiendo bebidas, bocadillos y buen feeling. Hasta la noche hubo muy buen rollo y lo pasé muy bien. Pero en el piso en el que vivían las cosas se complicaron, los tíos empezaron a discutir entre ellos para ver quién era el primero en acostarse con la nueva y no me apetecía repetir experiencias así que me pire.

-Y entonces volviste aquí. A esperarme –me adelanto a su relato.

-Pues no, fue diferente. Salí a la noche y caminé por la ciudad vacía bastante decepcionada por las experiencias acumuladas en esos primeros días y sin saber muy bien qué hacer. Entonces me di cuenta de que la mejor forma de integrarme era ocupar tu lugar. Podía volver aquí e intentar vivir como tú durante las tres semanas largas que quedaban, pasar unas vacaciones adoptando tu vida.

No fue difícil, aquí estaba tu bolso, tu identificación, las llaves de tu piso. Empecé a conocer a tus vecinos, a tus amigos, tus costumbres y me sumergí en tu vida con curiosidad. Disfrutando todo lo que podía, sabiendo, creyendo, que duraría muy poco tiempo.

-Pero mis vecinos, mis amigos y las otras chicas te preguntarían por mí. Les parecería muy raro todo eso y que desapareciera sin más.

-No, no tanto. Al principio preguntaron pero les dije que habíamos hecho un intercambio durante un tiempo y que pasarías un mes fuera, en mi casa. Y yo en la tuya. Imaginaron que yo también era una prostituta y que necesitábamos huir de algo, drogas, deudas, lo que fuera, así valoraron la situación. Enseguida se acostumbraron y apenas volvieron a preguntar.

-Pero ¿y mis amigos? Preguntarán por mí de vez en cuando. ¿No te pidieron un teléfono? ¿No han tratado de localizarme? Cuando pasó algún tiempo sin noticias, seguro que se alarmaron, sospecharían de ti.

-No, nada de eso. Lamento decepcionarte pero encajaron muy bien el cambio. En realidad me adoran. Me ayudaron a redecorar la casa. Con el tiempo incluso trataron de convencerme para que dejara la prostitución, me buscaron un trabajo, pero, claro, no podía, esperaba que volvieras. Lo he esperado hasta hoy.

-Quieres que crea que mis amigos te preferían a ti, antes que a mí, desde el principio.

-No te ofendas pero creo que tienes que mejorar algunas cosillas en tus relaciones. Tus amigos no aceptan del todo bien tu mal humor de drogadicta. Las otras putas tampoco es que lo lleven bien y lo empeoran tus negativas a colaborar con pasta para las jubilaciones de las mayores, o para mejorar la seguridad del barrio. Igual piensan que eres un poco tacaña.

-No me conoces. No tienes ningún derecho a juzgarme. Voy a lo mío, vale, no creo que eso sea malo.  Quienes me acepten como soy que se queden y los otros por mí se pueden morir. Y si por ser independiente me tengo que tirar de los pelos con alguna zorra que se prepare porque voy a dejarla sin melena.

-Eso también me lo contaron, menuda pieza estás hecha –dice ella con superioridad-. Ah, se me olvidaban tus vecinos. Están acostumbrados a las putas, no tienen problema con eso, pero no les parecía bien que llevaras trabajo a casa. Sobre todo ese del tipo violento. Me ha costado muchos pasteles reconciliarme con ellos, pero ahora hasta me recogen los paquetes.

-Necesitaba pasta ¿vale? En los escaparates hay un horario y no da para tanto. Tenía muchos gastos.

-Los mismos que yo. Salvo que no soy drogadicta como tú. Supongo que en el fondo es lo que echas de menos y por eso has vuelto.

-Te equivocas. Y además me voy –respondo con despecho mientras comienzo a arrastrarme hacia la puerta-. Todos estos detalles me han puesto en situación, me has hecho sentir de vuelta toda la mierda que sentía viviendo aquí. Menuda estupidez eso de empezar de nuevo, terminaría en lo mismo, igual que tú. Pensándolo bien no me interesa repetir. Me largo. Disfruta de tu vida de puta, amiguita y buena vecina. Sucia zorra. Robavidas.

-No vas a ninguna parte –dice ella interponiéndose entre la puerta y yo-. Dámelo. Ahora mismo.

-Ni de coña. Olvídate. Voy a seguir siendo sirena durante quinientos años. Tú púdrete aquí los que puedas vivir.

-Me lo vas a dar ahora.

-No te lo voy a dar.

-Entonces te lo quitaré.

-¿Cómo? ¿Me vas a obligar a que te muerda? ¿Durante dos horas?

-No. Lo haré de la otra forma –dice echando el pestillo a la puerta- ¿No te hablaron de ello las sirenas del adriático? ¿De la otra posibilidad?


       -----------------------------------------------------------------------------------------


Odio esta ciudad. Qué ganas tengo de marcharme de vacaciones a Salou. Ya sólo quedan dos meses. Ocho semanas y estaré lejos de aquí, en la playa, bebiendo latas de cerveza, con los michelines expuestos al sol. De todas las cosas en las que podía trabajar en un sitio sórdido y triste como este tuve que elegir detective de policía. En lugar de quedarme en el sur y montar un chiringuito en la playa, al final todos los años elijo volver aquí. A remover mierda en el barrio rojo, a estar en contacto permanente con casi todas las bajezas del ser humano. En todos estos años no he visto más que cosas asquerosas, raras, feas y desagradables. Y luego alguien me exige responsabilidades sobre ello, encuentra al culpable, aclara el misterio, explícalo.


¿Cómo voy a explicar esto? Lo de hoy. Mujer negra, unos 35 años, tirada en el suelo de un puesto de prostitución, desnuda de cintura para arriba. Y de cintura para abajo, nada. Le han cortado el resto del cuerpo, a cuchillo según parece. Al lado reposa la mitad inferior de un cuerpo desnudo de mujer cortado de igual forma. De una mujer blanca. El suelo es un enorme charco de sangre que desborda bajo la puerta y se diluye en tonos rojizos bajo la intensa lluvia. Mierda.


Brad Paisley - Play