Aquí mismo
empezó todo, en esta orilla, bajo las mismas luces rojas, en medio de este
tinte gris, húmedo, con un algo melancólico que envuelve la ciudad. Me acuerdo
muy bien, de todo. Yo vivía ahí, en ese edificio de ladrillo envejecido, justo
enfrente, en la segunda planta. Esa era mi ventana. Me sentaba en el alfeizar a
desayunar todas las mañanas y me entretenía mirando el canal, la calzada estrecha,
y desde allí veía mi escaparate, ese, el pequeño que está aquí detrás.
Es curioso.
Jamás lamenté ser prostituta, al menos mientras lo era. Quiero decir que no me
arrepentía de serlo mientras trabajaba en ello. Sólo me sentía mal por la
mañana, cuando miraba el escaparate desde mi ventana. No era vergüenza, ni
pena, ni ninguna clase de miedo. Era una especie de ligera angustia, una leve
presión en el pecho, era un mecanismo del pasado, algún axioma aprendido
durante la infancia que también hacía crecer un lamento por las pobres chicas
que se ofrecían en aquellos escaparates que veía desde mi ventana y luego, un
microsegundo después, la estúpida sorpresa,
al recordar, al reconocerme como una de ellas.
Han pasado
bastantes años desde mi conversión y desde entonces no había vuelto a
Amsterdam, la ciudad en la que siempre viví hasta aquel día. Es curioso, pero
todo sigue igual, el mismo ambiente lóbrego y algo cansino, la misma educada
decadencia. Recuerdo cuantas veces escuché a los turistas que pasaban frente a
mi escaparate hacer las mismas comparaciones: Venecia es mucho más bonito,
huele peor pero es más monumental, y
menos cutre, y más elegante, y no se ven ciertas cosas, vaya mal gusto tienen
por aquí. Así que siempre quise ir a Venecia, la imaginaba como una versión
luminosa, elegante y superlativa de mi ciudad, una especie de Nirvana lleno de
canales. El paralelo ascendente.
Por eso
cuando ella me convirtió mi primer impulso fue salir de aquí a toda prisa, casi
sin parar hasta Venecia. Es un largo recorrido, doy fe. Por mar hay que
recorrer las costas de Bélgica, Francia, España, Portugal, más España, mucho
mar hasta la puntera de Italia, subir hasta arriba y allí está Venecia. Me
gustó la zona, la ciudad no tanto, pero me permitió descubrir el adriático,
explorar un poco y descubrir las islas de Croacia. He pasado años vagando por
allí, apareciendo y desapareciendo, disfrutando de un clima cálido y
maravilloso, muy lejos de este sitio frío y oscuro.
Aquella
noche estaba asustada, como para no. Recuerdo que intentaba esconderme, tenía
miedo de que alguien me viera y me hicieran daño, enseguida salté al canal y me
quedé aquí unos minutos, en este mismo terrario, tratando de calmarme y
entender qué me había pasado. Pero es algo que se tarda en entender, eso llega
después, con el tiempo. Cuando asimilas lo que eres y lo aceptas. Bueno, y
cuando vas conociendo a otras chicas iguales y te van explicando un poco en qué
consiste esto, que no es una enfermedad, ni es un virus. Es un don, que no se contagia
sino que se transmite, se cede, es decir, que si se lo pasas a otra persona lo
dejas de tener, lo pierdes. Hasta ahora no he querido perderlo, es una forma de
vida que me apetecía disfrutar y desde luego lo he hecho, pero al final me he
cansado. Y por eso he vuelto al lugar en el que todo empezó, para cerrar el
círculo, para terminar aquí y empezar aquí otra vez, pero ahora con una vida
muy distinta a la que tuve.
La verdad es
que la vida cambia, puede cambiar en cualquier momento y de la forma más
rebuscada, imprevisible o absurda. Si fuéramos un poco más fríos renunciaríamos
a hacer cualquier tipo de plan, lo dejaríamos todo en manos de la fortuna, pero
somos de otra manera y no lo podemos evitar, a pesar de que el esfuerzo es
claramente inútil. Por eso no he pensado mucho en la clase de vida que voy a
hacer después de esta noche. Me dejaré llevar, sé que será muy diferente a las
dos vidas que he vivido hasta ahora pero
no voy a planear nada. El destino, el futuro, mi estrella o lo que sea
me irán indicando el camino. Con eso me vale por ahora.
He esperado
hasta última hora de la madrugada para salir del canal, ahora ya no hay casi
nadie en las calles y muchos de los escaparates ya están cerrados. Pero el que
fue mío sigue abierto, con la luz roja encendida, la chica que lo ocupa trabaja
hasta tarde, seguro que es de esas que van vestidas sólo con un par de tiras de
satén, jovencita, con prisa por conseguir dinero, seguro que piensa que en un
par de añitos se puede dedicar a otra cosa. Que no, hija, que primero te vas
acomodando y luego ya no sabes hacer nada más. Te quedarías aquí para siempre,
sino fuera por mí. Espero que me estés agradecida, como lo he estado yo todos
estos años a la chica que me convirtió. No sé con seguridad su nombre, algunas
de las que he conocido en este tiempo hacían cábalas y suponían que el don me
lo pasó una inglesa llamada Sienna.
Me gusta
pensar que se llamaba así, Sienna. De pronto estaba agachada junto a la puerta
de mi escaparate, envuelta en una gabardina, era muy tarde, igual que hoy, así
que supuse que se trataba de una chica avergonzada que buscaba un rato de sexo
con una experta en la materia. Eso pasa algunas veces, una mujer descubre que
es lesbiana, o que le atraen las mujeres, y cuando piensa en tener relaciones
se da cuenta de que no sabe bien qué hacer, empieza la inseguridad y se intuye
el miedo escénico, así que termina frente a una prostituta pidiendo que le
enseñe cómo se hace. No es tan mal método como parece, mucho mejor que suponer
que eso que le gusta a ella es lo mismo que le va a gustar a todas las demás.
Lo único que parecía raro es que viniese aquí, por lo general todas las mujeres
se agenciaban mi teléfono y nos encontrábamos en algún hotel o en su casa. A
las mujeres en busca de esa clase experiencias no les atrae mucho este
ambiente.
Abrí la
puerta y acaricié su pelo rubio, me miró con la expresión de la felicidad en
sus ojos azules. Eso me agradó y la invité a entrar pero tenía dificultades
para moverse así que la ayudé a llegar hasta la cama, casi a rastras. Pensé que
estaba drogada o que había bebido demasiado, pero entonces me di cuenta de que
había algo más, algo raro. Ella puso su índice en mis labios pidiéndome
silencio, acercó su rostro despacio en el ademán de un beso, pero en el último
momento se desvió hacia mi cuello desnudo y me clavó los dientes. Así se inició
mi conversión, mi transformación, que
duró un par de horas eternas.
Las dos
estábamos abrazadas sobre la cama, en la penumbra, sus colmillos clavados en mi
cuello todo el tiempo, mientras me acariciaba como tranquilizándome y yo
permanecía tensa, sin poder mover un músculo, ni emitir un sonido. No es que me
doliera mucho, lo peor era el miedo, no sabía qué me estaba pasando, sabía que me
estaba transformando y al principio creí que me estaban convirtiendo en una
vampira pero lo extraño es que no me sentía de esa forma, era algo muy
diferente, algo que parecía bueno a través de la incertidumbre y el miedo que
me atenazaban. Y tenía la certeza de que mi vida como la había conocido hasta
entonces había terminado.
Cuando acabó
se levantó, se acarició las piernas y las estiró con satisfacción. Creo que
hasta dio algún gritito de alegría. Me dijo “que lo disfrutes” y lanzando un
beso con la mano salió por la puerta para siempre. Yo me quedé tendida en la
cama, palpándome la herida del cuello que notaba dolorido, salvo por eso no me
sentía mal, no entendía nada pero me encontraba casi normal, algo aturdida,
pensé que me convenía desinfectar la herida y decidí acercarme a la farmacia a
por alcohol o algo así.
Me incorporé pero no me sostuve en pie, caí al suelo
como un saco lleno de ladrillos y en la fracción de segundo que tardé en
golpearme contra las baldosas fui consciente del problema. No era un mareo por
pérdida de sangre, o por la impresión del encuentro, ni por estar tumbada casi
inmóvil tanto tiempo. No, no, no, la razón era mucho más contundente y directa:
No tenía piernas.
Tendida en
el frío suelo de baldosas tardé un rato en atreverme, pero al final estire una
mano y palpé aquello. Duro, resbaladizo, húmedo y con un leve dibujo curvo. Escamas.
Una cola de pez. Una cola. Aquella cabrona me había transformado en una sirena.
Lo siguiente
que sentí fue miedo. Un miedo profundo y primitivo que nacía en lo más profundo
de mis instintos, de mis nuevos instintos. No estaba en mi medio natural, tenía
que volver al agua. Me escondí como pude entre las luces desdibujadas del
amanecer y salté al canal.
Enseguida
decidí marcharme de Amsterdam. Acepté aquella nueva condición como una
oportunidad, tampoco es que adorara mi vida anterior, así que decidí empezar
ese segundo capítulo en otro lugar muy diferente y me fui a Venecia, aquella
ciudad paralela en el otro extremo de la belleza, la clase y la elegancia. Por
supuesto no era así, pero no llegué a decepcionarme porque encontré el
adriático, que resultó ser mucho mejor que la mejor de mis expectativas. Allí
conocí a otras sirenas, más mayores, algunas con cientos de años, que me
contaron un poco más sobre mi nueva condición.
El caso es
que estoy de vuelta y voy a repetir el ciclo de la misma forma en que lo
conocí. Me envuelvo en la gabardina empapada, me acercó al escaparate con mucha
precaución pegada a la pared, me deslizo y me acurruco junto a la puerta, en la
misma posición que estaba ella, Sienna, cuando la vi por primera vez.
La chica
tarda un rato en darse cuenta de que estoy allí. Abre la puerta con lentitud y
me acaricia el pelo muy despacio. La miro con expresión de felicidad y
enseguida de sorpresa al reconocerla. Agarra con fuerza mi pelo rizado y tira
de con violencia, haciéndome entrar en la habitación.
-Maldita
hija de puta ¿dónde te habías metido? –grita mientras me zarandea con furia-
Quedamos en que era un mes, un puto mes, no diez años y medio. Joder, me he
quedado aquí todo este tiempo esperando a que volvieras, en tu mierda de
trabajo, tu mierda de apartamento y tu mierda de vida. ¡Diez años y medio!
-No sé de
qué me hablas –farfullo – Me acuerdo de ti, me convertiste. Pero yo no decidí
nada, fuiste tú. No recuerdo ese pacto. Sólo recuerdo que me convertiste y te
marchaste sin decirme nada.
-¡Yonki de
mierda! Estabas tan drogada que no te enteraste. Debí suponerlo, debí elegir a
otra aunque no se quedara hasta tarde en el escaparate, aunque intentar
convertirla fuera más arriesgado.
-De verdad
que no me acuerdo. A veces me drogaba, eso es cierto, pero aquel día no
recuerdo si había tomado algo –respondo intentando serenarme- ¿Y por qué has
esperado aquí todo este tiempo? Podías haber iniciado otra vida, tenías la
oportunidad de conocer el mundo de otra manera lejos de este cuchitril.
-Eso era lo
que quería, probar esta época, pero sólo durante un mes. En eso quedamos, en intercambiar
las vidas durante un mes. Pero según parece tú te viciaste con el don y el plazo se te ha alargado un
poquito. Y yo lo único que quería era volver a ser sirena así que te esperé
sufriendo esto día tras día, rogando para que el siguiente fuera el último, sabiendo
que nunca más volveríamos a encontrarnos sino me quedaba aquí a esperarte,
rogando para que volvieras.
-Pues yo de
todo eso no me acuerdo. De hecho no estoy aquí por eso. He vuelto porque me he
cansado de esta vida y quiero volver a la otra, no porque sea consciente de ese
pacto.
-Entonces
¿por qué has venido precisamente aquí, al mismo lugar?
-Me parecía
la forma correcta de hacerlo. La mejor manera de cerrar las dos etapas
anteriores y empezar desde cero. Pero no esperaba encontrarte aquí. Creía que
otra chica cualquiera estaría ocupando este lugar.
-Vale.
Dámelo. Tengo prisa, quiero irme de aquí –dice con un nerviosismo que agita su
pelo rubio.
-No. Espera.
Dime que hiciste durante ese mes, cuando creías que sólo serían treinta días de
prueba en una época que no habías conocido. Supongo que los viviste con
intensidad. Quiero volver a vivir con intensidad.
-Aquel mes.
Bueno, pues los primeros días me quedé aquí. En realidad por eso te elegí a ti,
a una prostituta. Quería tener algunas experiencias, ya sabes, en materia de
sexo, siendo sirena no es que haya muchas posibilidades. Bueno, de eso ya te
habrás dado cuenta. El caso es que me quedé aquí los primeros días recibiendo
visitas de los hombres que pasaban por la puerta. Sin duda este es el sitio
ideal para conseguir sexo sin complicaciones. Pensaba que con muchos hombres
diferentes tendría muy distintas experiencias y mi intención era quedarme aquí
todo el mes hartándome de sexo, pero al tercer día empecé a sospechar que la
variedad de ideas era más bien reducida y al cuarto comprendí que tenía la oportunidad
de conocer otra gente y otra forma de vida. De hecho la oportunidad pasó por la
puerta.
-No
entiendo. ¿Quieres decir que te fuiste con algún cliente? ¿Que alguno se
enamoró de ti y te invitó a irte con él?
-No, no, no.
Pasó por aquí un grupo de gente cantando y pidiendo a las prostitutas que se
unieran a ellos. Una gente que parecía muy alegre y simpática, recorrían estas
calles envueltos en túnicas, bailando y tocando la pandereta.
-No me jodas
–respondo con sorpresa- ¿Te fuiste con los Hare Krishna?
-Sí. Eso es.
Me dieron una túnica blanca y me uní a ellos. Pasamos el primer día cantando y
bailando. Compartiendo bebidas, bocadillos y buen feeling. Hasta la noche hubo
muy buen rollo y lo pasé muy bien. Pero en el piso en el que vivían las cosas
se complicaron, los tíos empezaron a discutir entre ellos para ver quién era el
primero en acostarse con la nueva y no me apetecía repetir experiencias así que
me pire.
-Y entonces
volviste aquí. A esperarme –me adelanto a su relato.
-Pues no,
fue diferente. Salí a la noche y caminé por la ciudad vacía bastante
decepcionada por las experiencias acumuladas en esos primeros días y sin saber
muy bien qué hacer. Entonces me di cuenta de que la mejor forma de integrarme
era ocupar tu lugar. Podía volver aquí e intentar vivir como tú durante las tres
semanas largas que quedaban, pasar unas vacaciones adoptando tu vida.
No fue
difícil, aquí estaba tu bolso, tu identificación, las llaves de tu piso. Empecé
a conocer a tus vecinos, a tus amigos, tus costumbres y me sumergí en tu vida con
curiosidad. Disfrutando todo lo que podía, sabiendo, creyendo, que duraría muy
poco tiempo.
-Pero mis
vecinos, mis amigos y las otras chicas te preguntarían por mí. Les parecería
muy raro todo eso y que desapareciera sin más.
-No, no
tanto. Al principio preguntaron pero les dije que habíamos hecho un intercambio
durante un tiempo y que pasarías un mes fuera, en mi casa. Y yo en la tuya. Imaginaron
que yo también era una prostituta y que necesitábamos huir de algo, drogas, deudas,
lo que fuera, así valoraron la situación. Enseguida se acostumbraron y apenas
volvieron a preguntar.
-Pero ¿y mis
amigos? Preguntarán por mí de vez en cuando. ¿No te pidieron un teléfono? ¿No han
tratado de localizarme? Cuando pasó algún tiempo sin noticias, seguro que se
alarmaron, sospecharían de ti.
-No, nada de eso. Lamento decepcionarte pero
encajaron muy bien el cambio. En realidad me adoran. Me ayudaron a redecorar la
casa. Con el tiempo incluso trataron de convencerme para que dejara la
prostitución, me buscaron un trabajo, pero, claro, no podía, esperaba que
volvieras. Lo he esperado hasta hoy.
-Quieres que
crea que mis amigos te preferían a ti, antes que a mí, desde el principio.
-No te
ofendas pero creo que tienes que mejorar algunas cosillas en tus relaciones.
Tus amigos no aceptan del todo bien tu mal humor de drogadicta. Las otras putas
tampoco es que lo lleven bien y lo empeoran tus negativas a colaborar con pasta para las
jubilaciones de las mayores, o para mejorar la seguridad del barrio. Igual piensan que eres un poco
tacaña.
-No me
conoces. No tienes ningún derecho a juzgarme. Voy a lo mío, vale, no creo que
eso sea malo. Quienes me acepten como
soy que se queden y los otros por mí se pueden morir. Y si por ser
independiente me tengo que tirar de los pelos con alguna zorra que se prepare
porque voy a dejarla sin melena.
-Eso también
me lo contaron, menuda pieza estás hecha –dice ella con superioridad-. Ah, se me
olvidaban tus vecinos. Están acostumbrados a las putas, no tienen problema con
eso, pero no les parecía bien que llevaras trabajo a casa. Sobre todo ese del
tipo violento. Me ha costado muchos pasteles reconciliarme con ellos, pero
ahora hasta me recogen los paquetes.
-Necesitaba
pasta ¿vale? En los escaparates hay un horario y no da para tanto. Tenía muchos
gastos.
-Los mismos
que yo. Salvo que no soy drogadicta como tú. Supongo que en el fondo es lo que
echas de menos y por eso has vuelto.
-Te
equivocas. Y además me voy –respondo con despecho mientras comienzo a
arrastrarme hacia la puerta-. Todos estos detalles me han puesto en situación,
me has hecho sentir de vuelta toda la mierda que sentía viviendo aquí. Menuda
estupidez eso de empezar de nuevo, terminaría en lo mismo, igual que tú. Pensándolo
bien no me interesa repetir. Me largo. Disfruta de tu vida de puta, amiguita y
buena vecina. Sucia zorra. Robavidas.
-No vas a
ninguna parte –dice ella interponiéndose entre la puerta y yo-. Dámelo. Ahora
mismo.
-Ni de coña.
Olvídate. Voy a seguir siendo sirena durante quinientos años. Tú púdrete aquí
los que puedas vivir.
-Me lo vas a
dar ahora.
-No te lo
voy a dar.
-Entonces te
lo quitaré.
-¿Cómo? ¿Me
vas a obligar a que te muerda? ¿Durante dos horas?
-No. Lo haré
de la otra forma –dice echando el pestillo a la puerta- ¿No te hablaron de ello
las sirenas del adriático? ¿De la otra posibilidad?
-----------------------------------------------------------------------------------------
Odio esta
ciudad. Qué ganas tengo de marcharme de vacaciones a Salou. Ya sólo quedan dos
meses. Ocho semanas y estaré lejos de aquí, en la playa, bebiendo latas de
cerveza, con los michelines expuestos al sol. De todas las cosas en las que
podía trabajar en un sitio sórdido y triste como este tuve que elegir detective
de policía. En lugar de quedarme en el sur y montar un chiringuito en la playa,
al final todos los años elijo volver aquí. A remover mierda en el barrio rojo,
a estar en contacto permanente con casi todas las bajezas del ser humano. En todos
estos años no he visto más que cosas asquerosas, raras, feas y desagradables. Y
luego alguien me exige responsabilidades sobre ello, encuentra al culpable,
aclara el misterio, explícalo.
¿Cómo voy a
explicar esto? Lo de hoy. Mujer negra, unos 35 años, tirada en el suelo de un
puesto de prostitución, desnuda de cintura para arriba. Y de cintura para
abajo, nada. Le han cortado el resto del cuerpo, a cuchillo según parece. Al
lado reposa la mitad inferior de un cuerpo desnudo de mujer cortado de igual
forma. De una mujer blanca. El suelo es un enorme charco de sangre que desborda
bajo la puerta y se diluye en tonos rojizos bajo la intensa lluvia. Mierda.
Brad Paisley - Play |