viernes, 11 de diciembre de 2015

Maldito Mezcalito. Capítulo III y final.

LA VENGANZA

A las seis de la tarde partimos detrás del carro de verduras, haciendo frecuentes paradas para darle una ventaja que enseguida recortamos. Pasamos por el cementerio indio, busco al lince con la mirada pero no lo encuentro, atravesamos Agua Prieta, que ya bulle anticipando la actividad nocturna. Cruzamos la frontera sin ningún contratiempo.

Enseguida recuperamos las armas y nos dirigimos muy lentamente al rancho, todos en el todoterreno de Marc. Cada uno ha cogido lo que más le ha gustado. Vicky dos de los grandes cuchillos de comando. Marc y Charlie pistolas con silenciador. Yo llevo guantes y cable de estrangulamiento y un pistolón del ejército que da miedo sólo con verlo.

Estamos llegando. El interior del coche está cargado de tensión, cuesta respirar ese aire cargado de electricidad, creo que con una chispa saltaríamos por los aires. Ninguno hemos pensado en qué ocurrirá después, que será de nuestras vidas cuando hayamos terminado con esto. Lo más probable es que acabemos todos muertos, que vayamos a la cárcel, en el mejor de los casos seremos fugitivos de por vida.

Cruzamos el pórtico de madera que da entrada a la propiedad. Rancho Wildbull. En el camino polvoriento un tipo nos hace señales para que paremos el coche. Al fondo han habilitado una zona de aparcamiento que está abarrotada. Marc detiene el vehículo y baja la ventanilla. El tipo apoya los brazos en el marco y nos habla con mucho entusiasmo.

-¡Hey amigos! ¡Llegáis tarde! Sacad la invitación y pasad a la fiesta. ¡Menudo fiestorro! va a ser recordado durante muchos años ¡Yiiiiiiaaaahh!

Marc ha extendido con disimulo la mano hacia Vicky y ella le ha cedido uno de sus cuchillos. La hoja refulge un momento y juraría que hace un ruido al cortar el aire a toda velocidad. El tipo parpadea y emite un leve gorgoteo a través de su garganta seccionada. Marc le sujeta, decidimos dejarle en el hueco trasero del todoterreno. Ha sido impecable, todo muy rápido, desde luego Marc ya no es el niñito mono adicto a los videojuegos, su frialdad da miedo, se ha cargado a un inocente como si nada. Claro que si se tratara de dejar a un lado a los inocentes nosotros no hubiéramos pasado por todo esto, seguro que es eso lo que piensa, lo que le justifica y le confiere ese aplomo.

Aparcamos el coche siguiendo las instrucciones de otro tipo. Marc se acerca a él hace un extraño amago de abrazarle, sacando a la vez la pistola de la parte trasera del cinturón. Un segundo después el tipo está muerto, con dos tiros en el corazón. El silenciador funciona bien y no hemos llamado la atención de nadie, a pesar de que la casa está cerca.

-Esconded el cuerpo debajo de un coche -dice Marc mientras instala uno de los inhibidores de frecuencia para móviles en una de las paredes de madera. Nadie podrá hacer una llamada inoportuna. Hay que buscar el cable de teléfono y cortarlo por la misma razón. Parece que todos los invitados están en el jardín, al otro lado de la casa.

La vivienda entera está abierta así que no tenemos problemas para entrar. Hay camareros y cocineros yendo de un lado a otro, pero ninguno se preocupa por nosotros, están demasiado ocupados y si nos han visto deben creer que somos empleados o invitados con mal gusto para vestir en una fiesta. Marc encuentra un cajetín de teléfono detrás de la puerta y corta el cable. Entra también después de tirar su chaqueta vaquera llena de sangre.

-Subamos al piso superior -dice señalando unas escaleras- Desde allí tendremos una buena panorámica y podremos ver qué se cuece en este momento.

La planta alta está desierta, entramos en una de las habitaciones y desde las ventanas vemos que los invitados se agolpan al final del jardín, donde han montado un pequeño escenario delante de un gran número de sillas. Frank y Brenda se acaban de casar y reciben las felicitaciones de todo el mundo bajo una lluvia de sonrisas y confeti. Los dos van vestidos de blanco, las damas de honor llevan vestidos rosa y los chicos chaqueta blanca y pantalón negro con pajarita. Están estupendos, todos juntos, sin saber que hoy lucen sus mejores galas para una ocasión realmente especial.

-Hay mucha gente -dice Marc- unas doscientas personas, va a ser muy difícil atacarles sin que se monte una estampida de invitados, lo cual les daría una excelente oportunidad para escapar. Veo a varios de los empleados del padre de Brenda, controlando discretamente la fiesta.

-¿Qué opciones tenemos? -pregunta Vicky- Mi idea de entrar a saco no parece tan buena ahora.

-Creo que la única opción viable es atraerles aquí, a este piso, sólo a ellos. Poco a poco mejor que en grupo, nos vamos cargando a todos y nos largarnos de aquí.

-En esa última parte no tenemos ninguna posibilidad, Marc -le interrumpo- Vamos a ir a la cárcel de cabeza.

-¿Algún problema con eso? -pregunta Charlie.

Nadie dice nada. Observamos como los invitados se van acercando a la zona del banquete, que está justo debajo, delante de la casa, en la parte más bonita del jardín. Hay unas 20 mesas dispuestas en un semicírculo y en el centro la mesa de honor, en la que se sentarán los novios.

-Desde aquí hubiéramos podido cargarnos a la parejita si hubiéramos traído un rifle de francotirador -dice Charlie.

-Demasiado riesgo -responde Marc- Un fallo y todo se va al garete. Además, la reacción sería rápida, no creo que pudiéramos cargarnos a más de dos.

-¿Qué es eso? -iba a preguntar señalando a un lado de la mesa principal. Pero me doy cuenta de que es mejor callarme. Ya sé lo que es. El lince está allí sentado, mirando hacia arriba, hacia la ventana, hacia mí. Recordándome que no puedo fallar.

-Belinda. Tú eres la única que puede estar en la fiesta sin llamar demasiado la atención, al fin y al cabo te invitaron. Tienes que arreglártelas para ir trayendo hasta aquí a todos esos bastardos, poco a poco, dejando a los novios para el final así será más difícil que alguien les eche en falta mientras vamos arreglando cuentas. 

-De acuerdo, Marc -digo con pesadumbre- Mejor esperamos a que acabe la cena, cuando empiece el baile y todo sea más confuso.

La cena me resulta familiar porque transcurre de una forma ideal que he visto en muchas películas románticas. Los novios se besan cada poco y algunos invitados pronuncian discursos emocionados, llenos de bonitos recuerdos. Los amigos más íntimos se acercan y les entregan regalos especiales, pequeños trozos de su pasado en común. Brenda rompe a llorar por la emoción de vez en cuando, entre los aplausos y los suspiros de los congregados. Frank, siempre sonrojado, sonríe a sus amigos, asiente con cara de complicidad, señala a alguno poniendo la otra mano sobre el corazón.

El baile comienza siguiendo la tradición, la novia y su padre bailan mientras intercambian palabras intensas, algo que seguramente no habían hecho antes. El habla cerca de su oído, ella le sonríe emocionada, con los ojos anegados en lágrimas. Es la intensidad de la separación que representan a la perfección, aunque quizá estén deseando que llegue mañana para no tener que verse cada día.

Cuando el resto de invitados invaden la zona de baile decido bajar. Los de arriba, mis tres amigos, esperan que consiga atraer a alguno de los invitados implicados en los sucesos del cementerio indio. Me muevo entre la multitud mientras, de forma inevitable, voy repasando mis recuerdos, los que me han traído aquí. Vuelvo al calor sofocante de la tumba, escucho otra vez el sonido amplificado de mi respiración, el aliento de la calavera en mi cara, mi cuerpo atenazado por el miedo y paralizado por alguna extraña fuerza, los gusanos entrando por un agujero de mi nariz, saliendo por el otro portando un trocito de mi ser y trasladándolo al esqueleto que tengo al lado, depositándolo pegado a sus huesos. Dejando marcado su recorrido con mi sangre.

La calavera me miraba ¿sonriente? mientras yo intentaba encontrar un resquicio de liberación, con todas mis fuerzas, aunque sólo fuera soltando un simple gruñido. 

¡Es todo una pesadilla! -conseguí gritar por fin- ¡Es una alucinación! ¡Maldito mezcalito! 

Pero la mano huesuda del esqueleto que tenía al lado sujetó mi cara con fuerza y ordenó “Estate quieta, deja trabajar a mis gusanos. Pronto todo habrá terminado”. Y entonces no pude parar, rogué, supliqué, lloré, hice todo tipo de argumentaciones, hasta que encontré una propuesta desesperada.

-Mi cuerpo no es suficiente -le dije al esqueleto- Con mi carne y mis órganos no conseguirás rehacerte, eres mucho más grande que yo. Necesitas más. Y yo puedo traerte a dos, además será justo porque son los responsables de todo esto, las personas que me han metido aquí contra mi voluntad, los que me han obligado a profanar tu descanso. Eran más, pero esos dos en concreto son los que han orquestado todo. Ellos merecen estar aquí, ellos tienen que pagar propiciando que te alces de nuevo con sus órganos, dejando aquí sus esqueletos.

Una mano en mi hombro me arranca de mis recuerdos, es uno de ellos, Robert. Me mira con una mezcla de sorpresa, alegría e ilusión. Le sonrío sin querer.

-¡Qué bien, has venido! Es maravilloso, ¿verdad? Verles así, tan felices. Después de tantos años juntos. Me hace ilusión verles casados.

-Sí, maravilloso. Por fin. -respondo parpadeando, saliendo de mi martirio mental al mundo real. A mi alrededor todo el mundo baila y se divierte. Me molesta ver tanta felicidad justo en este momento, cuando tengo que cumplir con mi parte. Internándome más en la pista de baile me alejo de Robert, mirando a todos lados, buscando a los novios, intentando aferrarme a mi voluntad y sin pensar en cómo haré para sacarles de allí sin levantar sospechas. De pronto es ellla, Brenda, la que se acerca y me abraza.

-¡Gracias! ¡Gracias por venir! No sabes la ilusión que me hace que estés aquí, compartiendo con nosotros todo esto. 

-Es grandioso, Brenda. De verdad, no sabes lo emocionada que estoy.

-¡Frank! -llama ella tirando del brazo de su flamante marido- ¡Mira! Está aquí Belinda, ha venido. 

-¡Belinda! Gracias por estar aquí ¡Qué bien! -dice él abrazándome.

-De nada. Qué tontos sois, cómo no iba a venir. No me lo hubiera perdido de ninguna manera.

-Has venido ¿sola? -pregunta Frank mientras ella le da un mal disimulado codazo reprobador. 

-Hummm… Sí, sí, he venido sola. En realidad estoy aquí sobre todo para entregaros mi regalo -respondo improvisando- Lo tengo, lo tengo en el coche. Es que es muy grande, me daba un poco de vergüenza entregarlo aquí, delante de todos. Podemos ir a cogerlo, será sólo un momento. No os alejaré mucho tiempo de la fiesta. ¿Os parece bien?

-Sí… Sí, claro -dicen ellos mirándose con cara de vamos a hacer caso a la rarita.

Mientras salimos sé que los de arriba nos están mirando, se estarán preguntando qué es lo que estoy haciendo, el plan era deshacerse primero del resto de la panda, para no levantar sospechas con la desaparición demasiado temprana de los novios. Entramos en la casa, atravesamos el salón y la zona de entrada principal, dejando a un lado la escalera que lleva al piso superior. Salimos por la puerta principal al parking, rebasamos los coches, me da escalofríos pensar que bajo uno de ellos está el cuerpo de uno de los empleados. Llegamos al coche, las llaves están puestas, Marc dijo que era mejor dejarlas en el contacto para evitar problemas de última hora si teníamos que huir. Le pido a Frank que se siente en el asiento del conductor y Brenda se sienta a su lado. Me acomodo en el asiento trasero, justo detrás de ella.

-Bueno chicos. Cerrad los ojos -digo con fingida alegría mientras saco los guantes, intentando disimular la sonrisa que me sale al ver que obedecen. Muy rápido saco el cable de estrangulamiento y lo ciño con fuerza al cuello de Brenda.

-Pero ¡qué haces! -grita Frank alertado por lo ahogados gruñidos y repentinos pataleos de su esposa. Intenta golpearme pero enseguida desiste al ver que el cable se hunde con peligrosa decisión en la garganta de su amada. 

-¡Está bien! -dice- ¿Qué es lo que quieres? ¿Por qué haces esto? ¿Es dinero? ¿Es eso lo que quieres?

-No. Quiero que conduzcas. Ahora. Hacia la frontera. Las llaves están puestas -respondo con una frialdad sorprendente mientras aflojo un poco la presa sobre el cuello de Brenda. Ella tose y respira a borbotones, intentando acaparar aire para no ahogarse. Sujeto el cable con una mano, manteniéndola a raya, mientras con la otra saco la amenazante pistola militar y apunto a Frank de manera ostensible.

-Está bien. Hacia la frontera -dice él- Y ¿cómo piensas cruzarla apuntándome con la pistola?

-Bastará con que sujete bien fuerte este cable con disimulo. Si hacéis algo que alerte a los policías  ella estará muerta antes de que podáis hacer nada más. ¿Lleváis encima documentación? -pregunto con un hilo de voz al darme cuenta de que mi plan podría fallar con algo tan evidente.

-Sí, yo tengo los pasaportes de ambos -responde Frank- Pensábamos cruzar la frontera al amanecer, después de la fiesta. Ibamos… vamos a ir a Mazatlán.

-De puta madre. Os ahorraré una parte del trayecto.

Frank arranca el coche y salimos al camino de polvo y tierra. Es una noche preciosa, la luna llena ilumina con luz fría la explanada desértica y millones de estrellas titilan en el cielo, enmarcando la sombra oscura de las montañas en el horizonte. Huele a calor veraniego y a desierto. Inspiro con profundidad. Es noche de fiesta en Agua Prieta. Miro por la ventanilla a mi derecha y sé lo que voy a ver antes de verlo. Un lince corre paralelo al coche, manteniendo nuestro ritmo sin dificultad y mirándonos con ojos brillantes. The road goes on forever and the party never ends.

Mientras avanzamos sin prisa no puedo evitar retomar mis recuerdos, sin soltar el cable que enmarca el precioso cuello de la protagonista de la fiesta. Mis recuerdos. La tumba, el esqueleto del indio, la propuesta que le hice. Cada vez lo recuerdo mejor, es como si estuviera allí.

-¿Qué estás diciendo? No necesito a nadie más. Ya te tengo aquí. ¿Por qué iba a dejarte ir? -replicó a mi propuesta el cadáver del indio con tono dubitativo.

-No soy suficiente y lo sabes. Con mi cuerpo no podrás restaurar el tuyo, soy demasiado pequeña para cubrir tu tamaño. Tendrás que esperar a que entre otro y ¿cuánto tardará eso? ¿Cien años? Quizá no vuelva a ocurrir nunca, no es que esto sea muy normal ¿sabes?, que un ser humano vivo acabe aquí contigo -el esqueleto no respondió- Pero ¿no te das cuenta indio estúpido de que así no conseguirás nada y que puedes tenerlo todo si me escuchas?

-Pongamos que es así, como dices. Y ¿cómo sé que volverás? Es más seguro aprovecharte, tener algo y esperar. Si te suelto no volverás, me quedaré sin nada.

-¿No sientes mi odio? ¿No te das cuenta de la fuerza de mis deseos de venganza? ¿De verdad piensas que desaprovecharé la oportunidad de hacerles sufrir de esta forma tan terrible a la que me han abocado? Sólo eso ya es motivo suficiente para volver con mucho gusto.

El indio calla, reflexiona durante unos largos segundos.

-Te vigilaré. El lince, el sabio, el hechicero, te estará vigilando -recuérdalo, no lo olvides.

-Tardaré un tiempo, lo más seguro es que tarde un tiempo. Pero no me olvidaré. Tengo que esperar el momento propicio, tengo que conseguir que los otros me ayuden. Buscaré el momento adecuado. Y volveré. Te los traeré.

-Puedo esperar. Pero si no es así, si lo dejas pasar, me encargaré de hacerte cosas tan horribles que este momento te parecerá un sueño romántico.

-Cumpliré. Y con mucho gusto.

El vehículo reduce la velocidad al acercarnos al puesto fronterizo y escondo el arma. Noto un aumento de tensión en los hombros de Frank.

-Tápate el cuello con el pelo -ordeno a Brenda- Me hacen falta tres segundos para cortarle la garganta con este cable. Todavía tendría tiempo de meterte seis tiros en la cabeza.

-Vale. Vale. Todo irá bien -responde Frank.

El vigilante nos echa un vistazo rápido con cara somnolienta. Más juerguistas que van a quemar la noche al otro lado. Revisa los documentos con dejadez. Nos echa otra mirada perezosa e indica con la mano que pasemos, mientras acciona la barrera. En ese momento me doy cuenta de que llevamos el cadáver de uno de los empleados del rancho en la parte trasera. Joder, vaya mierda de plan improvisado.

Mi corazón comienza a retumbar con mucha fuerza. No entiendo cómo he conseguido mantener la calma hasta ahora, quizá por la tensión, o igual es que nunca creí que llegaría tan lejos y es ahora cuando tengo delante la expectativa de volver allí, a ver al indio, a saldar mi deuda.

Atravesamos Agua Prieta que luce una de sus noches doradas, llena de música, de vendedores ambulantes, de puestos de comida y de bares. De pronto me doy cuenta y le pido a Frank que se detenga delante del local herrumbroso.

-Tu espera en el coche le digo. Tu mujer y yo vamos a hacer un recado. ¿No hace falta que te amenace, verdad?

Bajamos del coche y entramos en el mugriento Bar del Indio, mi pistola apunta a Brenda a través de mi chaqueta. 

-Voy a ser justa. Os voy a dar la mismas oportunidades que vosotros nos disteis.

Volvemos al coche y salimos por la calle principal hacia el cementerio. El pueblo parece interminable, no veo el momento de llegar. Veo el enterramiento a lo lejos, enmarcado por sus muros oscuros, repleto de montículos de piedra, cubiertos de polvo, bajo los cuales reposan indios que debieron ser indomables y salvajes. Aparcamos junto a la puerta. El interior se ve oscuro pero con un extraño resplandor, con un levísimo tono azulado que parece envolverlo todo. 

-Tomad. Una botella para cada uno. A beber, a toda hostia. Quiero acabar cuanto antes.

-¿En serio? ¿Esto es lo que pretendes? ¿Hacernos lo mismo? -explota Frank- No te das cuenta de que éramos unos críos. Ahora de ninguna forma haríamos algo así. ¡Fue una chiquillada, una broma de adolescentes hormonados!

-Justo lo que soy yo. Bebe -le digo blandiendo la pistola.

-Joder, nunca me he tomado un mezcalito entero -replica ella- No creo que pueda aguantarlo.

-Hazlo. Por tu bien -musito en voz baja apoyada en mi asiento esperando a que terminen su botellas.

Salimos del coche, yo cinco pasos detrás. Frank abre la puerta y el cementerio nos recibe con un roce oxidado y perturbador, premonitorio de algo terrible. Les indico el camino señalando con la pistola, caminan con pasos indecisos y torpes, tambaleándose entre las sombras, pasamos cerca del lugar en el que estuvimos parados aquella noche, del sitio exacto en el que derribaron a Charlie, la última vez que volví a verle tal y como era.

-Es allí -señalo con el arma.

-Vale. ¿No te parece absurdo? -dice Frank con voz de borracho- Nos metemos aquí dentro y nos haces pasar la noche en una vieja tumba. Nuestra noche de bodas. Bien, bonita y justa venganza. Pero ¿crees que te servirá de algo? ¿Te ayudará a cambiar las cosas? Joder, ¿no te basta con una disculpa? ¡Tenemos casi treinta años!

-¡Lo siento mucho, Belinda! -dice Brenda arrodillada con aire implorante- ¡Si pudiera volver el tiempo atrás! Fuimos crueles y malvados, en el fondo os teníamos envidia, ¡no soportábamos que no estuvierais revoloteando a nuestro alrededor como hacían todos los demás! Lo sé, lo sé, no merecemos tu perdón. ¡Te ruego que seas más piadosa que nosotros!

-De verdad que me dais pena, Brenda. Mucha, no imaginas cuanta, te lo aseguro. Y os perdono. Pero no puedo dejaros marchar. Tengo deudas que pagar. Mueve la piedra -le ordeno a Frank mientras acomodo la pistola en la temblorosa nuca de su esposa, que lloriquea con fuerzas renovadas.

-Belinda… 

-Adentro. Los dos. 

Vuelvo a colocar la losa sobre la tumba cuando por fin están dentro. Me siento sobre ella, con la única intención de descansar. Bueno, también quiero quedarme tranquila, de alguna forma tengo que saber que mi pesadilla ha terminado, diez años después. Empiezo a notar cierta agitación allí abajo, movimientos, gritos. Escucho la voz escalofriante del esqueleto: estaos quietos, mirad mis gusanos, entrarán por este agujero y saldrán por el otro, llevando un trocito de vuestra carne para entregármelo y restaurarme, para devolver a la vida al lince, al hechicero. Son muchos, será rápido, los he criado con mimo, con la carne que me entregó vuestra amiga. 

Las primeras dos o tres horas son un poco horripilantes, sobre todo desagradables por los gritos y los ruegos. Entre los lejanos lamentos sólo puedo distinguir algo con claridad, ¡maldito mezcalito! 

Al amanecer todo parece más tranquilo, ya no se oye nada, aunque sé que los gusanos siguen haciendo su trabajo, transportando pequeños tesoros de un lugar a otro. Cuando el sol empieza a apuntar un lince se acerca a paso lento, sin miedo, mirándome con ojos fríos y tranquilos. Se sienta a mi lado y espera, igual que yo, aunque no sé cual es la señal a la que aguardo, cómo sabré que estoy liberada.

Pasado un rato más siento unos golpes en la losa y escucho una voz que me llama, una voz desconocida, grave y profunda. Me levanto y no sé qué hacer. Estoy paralizada mirando a la piedra que se desplaza poco a poco, una mano surge y la empuja con fuerza. Un indio fuerte y alto, luciendo una dorada piel desnuda, se erige frente a mí y me mira con serenidad.

-Has cumplido -dice- Eso me gusta. Seguro que no queda mucha gente como tú.

-Estoy… Estoy un poco asustada -consigo musitar.

-No te preocupes. Estás liberada de mí, desapareceré de tus pesadillas a partir de ahora. Igual que ellos -dice señalando a la tumba- Eres libre. Puedes irte si lo deseas.

-¿Y tú que vas a hacer?

-Entregar a mi gente todo lo que he aprendido aquí dentro, hacerles resurgir con esa sabiduría para que vuelvan a dominar estas tierras.

-Me temo que las cosas han cambiado mucho desde que entraste ahí. No será tarea fácil lo que pretendes.

-Lo sé. Pero no dudo. Soy valiente, recuerda que llevo una parte de ti -dice sonriendo.

El indio y el lince se alejan hacia las montañas. Me quedo un rato allí, observando como la ascensión del sol cambia los perfiles a mi alrededor. Decido que me vendría bien un viaje, dicen que Mazatlán es muy divertido. Camino hacia el coche y justo antes de salir recuerdo que antes volví a dejar mi carta escondida en el muro. La recojo y al desplegarla se deshace en mis manos, se convierte en un polvo fino que se pierde entre mis dedos. Sonrío. Lo hago de verdad como había olvidado hacer.

Atravieso la puerta y un pálpito de esperanza sacude mi pecho. No escucho su chirrido herrumbroso.




EPILOGO


Os preguntaréis qué pasó con los otros, mis amigos, los tres que se quedaron en la casa con un palmo de narices mientras yo me fugaba con los dos protagonistas de la fiesta para cumplir mi promesa y ganar la libertad. Lo cierto es que no soy quien debe contarlo, pues no estuve allí. Mejor que lo haga Charlie, al fin y al cabo lo está deseando.

-¡No es eso, sabionda! ¡Es que yo estuve allí, lo viví en primera persona, por eso puedo contarlo mejor! Bueno, allá va.

Las cosas se pusieron muy raras, estábamos todos mirando a Belinda, como hablaba con los dos pipiolos, Brenda y Frank. Nos extrañó que entrara con ellos en la casa porque habíamos acordado que primero serían los otros. Esperamos agazapados a que subieran las escaleras pero no aparecieron y después de unos minutos nos dimos cuenta de que algo imprevisto había ocurrido. Por una de las ventanas vimos un coche alejándose, escoltado por un lince, lo cual no sumió aún más en la perplejidad. Supusimos que Belinda buscaba su venganza particular y no supimos qué hacer, ya no teníamos ningún plan. 

Abajo las cosas se complicaban, la gente empezaba a preguntar por los novios, alguien sugirió que habían subido a buscar un poco de intimidad, pero otros dijeron que eso no era propio de ellos. Al final la madre de la novia subió a echar un vistazo. Marc y yo intentamos escondernos, pero Vicky se lanzó como una fiera, sacó sus cuchillos, y con dos cortes cruzados la tumbó.

Enseguida subió más gente, un hermano y su novia, creo. Vicky estaba desatada e incontrolable así que escondernos no era una opción. Marc le partió el cuello a la chica y yo le corté la garganta al muchacho. Pero alguien venía detrás y salió corriendo. 

Al momento siguiente las ventanas eran un hervidero de disparos y las escaleras quedaron bloqueadas por una mesa tras la que se parapetaron unos tipos. La cosa estaba muy difícil, no teníamos munición para tanto enemigo y no había salida posible. Estaba claro que aquello se terminaba así.

Vicky y Marc se miraron y en silencio de alguna forma se pusieron de acuerdo. De pronto salieron corriendo hacia la ventana y se lanzaron sobre la multitud que acechaba abajo. Pensé en hacer lo mismo y al acercarme a la ventana vi como Vicky repartía cuchilladas por doquier, destripando invitados y ensangrentando vestidos de satén. Marc disparaba a bocajarro, recogiendo y tirando armas cuando quedaban descargadas. El padre de la novia fue el primero en reaccionar, disparó a Vicky en el estómago, haciéndola retroceder tres pasos. Eso la enfureció aún más y comenzó a moverse en una especie de danza frenética, lanzando precisos cortes en un ojo, una garganta, o un vientre, dejando un pasillo de sangre, vísceras y muerte. Llegó hasta el padre y sin miramientos le clavó los dos cuchillos en el estómago y le levantó en el aire, mientras recibía docenas de disparos que llegaban de todas direcciones.

Marc se había hecho con un rifle y en un acto suicida se había subido sobre una mesa y disparaba de forma indiscriminada, levantando salpicones de sangre aquí y allá. En unos segundos el mismo era un colador que manaba sangre por cada agujero. Cayo de rodillas, muerto, y se quedó en esa posición recibiendo aún un balazo tras otro.

Entonces sucedió lo más extraño que he visto en mi vida, que ya es decir teniendo en cuenta los precedentes. Se escuchó un prolongado grito que se impuso a todo, un cántico de guerra ponía los pelos de punta. Se impuso un pesado silencio, los disparos cesaron y todos miramos hacia el fondo del jardín, donde más de trescientos indios a caballo se recortaban alineados contra el amanecer y comenzaban a azuzar sus caballos hacia la multitud, lanzando flechas, disparando rifles automáticos y arrollando bajo los cascos a los invitados. En unos minutos aquello era una masacre absoluta. Aproveché la confusión para largarme de allí y desde el camino vi como los indios prendían fuego a la casa. Sin saberlo había asistido al gran alzamiento del 16, docenas de ranchos fueron asaltados y quemados, dando comienzo a una guerra desigual pero que aún hoy no tiene un claro vencedor, aunque es evidente que las cosas no volverán a ser como eran antes.

Mi único pensamiento era encontrar a Belinda. Sabía muy bien dónde buscar. Crucé la frontera a pie y corrí hasta el enterramiento indio. Cuando llegué era de día y temí que ya se hubiera marchado hacía mucho, pero me encontré con ella cara a cara justo cuando abría la puerta del cementerio. 

Qué raro -dije sin pensar- la puerta ya no chirría.



-Venga ya, Charlie, ¿en serio? ¿Otra vez con la novela de los indios? ¿Pero no te das cuenta de que eso no se lo cree nadie? ¿Y eso del alzamiento del 16? Es que pareces tonto.


-Te digo en serio que aparecieron como trescientos indios pegando tiros, bueno, igual eran menos, pero un montón, más de cien, seguro.



sábado, 5 de diciembre de 2015

Maldito Mezcalito. Capítulo 2.


LAS CARTAS

Los cuatro tenemos claro a qué hemos venido, así que no nos ha hecho falta ponernos de acuerdo sobre lo que vamos a hacer. Sólo hemos empezado a andar hacia el cementerio indio, todos estamos tensos, nerviosos, cambiamos algunas palabras, contamos alguna aventura, desempolvamos recuerdos. Hasta que hemos llegado a la puerta, entonces nos hemos quedado mudos. Sé que el ruido de los goznes nos ha producido a todos el mismo escalofrío, ha sonado igual que el día que salimos de aquí. Me ha hecho pensar en un círculo que se cierra, en lo inevitable de este momento. Salir, entrar.

Hemos movido algunas piedras en el muro, tres metros a la derecha desde la entrada. Y nos ha sorprendido encontrar las cartas. Supongo que en algún lugar perdido dentro de nuestros cerebros brillaba una pequeña esperanza, que el tiempo, la lluvia, el viento, los ratones, se hubieran tragado los trozos de papel en los que escribimos aquella vez. De una forma absurda también me he sentido bien, como cuando revuelves en el trastero y encuentras algo que guardaste ahí, que habías olvidado, que hacía años que no veías y que te retrotrae a otra época. Pero enseguida me he acordado de lo que hay escrito en ese papel, en mi carta dirigida a mi misma, la que ahora recoge la Belinda de diez años después.

-Qué raro ¿verdad? No creo que los indios pusieran este muro y la puerta. Sus cementerios no serían así -dice Marc como tratando de quitar hierro a la situación de forma un poco infantil.

-Lo pusieron después. Cuando se descubrió el cementerio indio, para protegerlo -responde Charlie apoyando su intento.

Nos miramos los cuatro, sabiendo que esa conversación absurda no puede suavizar la dureza cruel a la que nos vamos a enfrentar al desempolvar lo que contienen las cartas. 

-¿Quién empieza? -dice Vicky apretando la mandíbula.

-Tú -responde Marc con seguridad.

Por un momento me pareció que Vicky iba a preguntar por qué tenía que ser ella la primera y no cualquiera de los otros. Me pareció que que íbamos a empezar una de nuestras absurdas discusiones sin fondo que divagaban a los temas más peregrinos y con las que éramos capaces de entretenernos durante tardes enteras. Casi sonreí al pensarlo. Pero Vicky carraspeó y desplegó el papel sucio y arrugado.

-He vivido la noche más horrible de mi vida. Sé que jamás…

-Alto. Espera -dice Charlie- ¿No sería mejor hablar primero del antes? Quiero decir, de lo que hicimos antes de que nos trajeran aquí.

-Para tener bien claro quienes lo hicieron y la premeditación con la que nos engañaron -añade Marc- Sí, me parece bien.

-¿Lo cuentas tú, Belinda? -me pregunta Charlie.

-Está bien -digo preparándome para repasar una vez más la historia que todos los días recuerdo de forma metódica- Vale, me parece bien. Nos invitaron a celebrar la graduación con ellos, los niños bonitos de la clase. Quedamos a las puertas del instituto. Nos recogieron por la tarde, vinieron en su coches. Yo subí contigo, Charlie, en el de la parejita popular, Brenda y Frank, los que movían los hilos del grupo. Vicky y Marc os subisteis en otro de los coches.

-Con dos de aquellos imbéciles, no me acuerdo de su nombres -añade Marc.

-Robert y Matt -completa Vicky- pero da igual. Todos eran igual de imbéciles.

-El resto, otros seis, iban en una furgoneta. Salimos hacia la frontera. Al principio estábamos un poco cortados ¿verdad Charlie? Nos pasaron una botella de tequila y empezamos a entrar en calor. Cruzamos la frontera y comenzamos a pegar gritos, a sacar los brazos por las ventanas, gritando que veníamos a destrozar Agua Prieta. Dejamos los coches en un terreno cerca de los bares y entramos en el primero.

Era un sitio decorado al estilo de los años 20, bastante destartalado, la música estaba a tope y la gente se agolpaba en la barra y bailaba entre las mesas que sólo servían para dejar los vasos vacíos. Tomamos más tequila, whisky, y bailamos con ellos, como si siempre hubiéramos salido en el mismo grupo, como si fuéramos buenos amigos de toda la vida. Subimos al escenario. Cantamos a gritos la canción del instituto, intentando imponernos a la música, mientras bailábamos un can can. Eso fue divertido.

Luego fuimos a otro local. Tenía las paredes llenas de sillas de montar y fotos de caballos. Sólo había cerveza y compramos un barril y empezamos a beber con esas pajitas de tres metros. Alguien empezó a hacer chistes sobre aquella profesora de gimnasia. La que era muy gorda. Nos reímos como locos. Seguimos bebiendo y cuando salimos era de noche.

Entonces alguien dijo que era el momento de pasarse por el Bar del Indio. Caminamos un poco y entramos en aquel cuchitril. Era una construcción de madera podrida y sin pintar, con las tablas mal clavadas y parcheada de acero oxidado por todas partes. Nos sentamos en una gran mesa y Brenda propuso que tomáramos mezcal. Nunca lo habíamos probado. Recuerdo que sonaba una canción que invitaba a dejarse llevar, pero sólo recuerdo la música. Lay down naaa, naaa, naaa.

-Sí. Lay down my brother -apunta Marc.

-Esa, sí. Entonces dijimos que nunca habíamos probado el mezcal. Y ellos empezaron a entonar ¡Mezcalito! ¡Mezcalito! ¡Mezcalito! Nos reímos. Nos sacaron un botella a cada uno. Y Charlie les dijo que con una para los cuatro bastaba, pero ellos nos lo dejaron claro, la primera vez es obligatorio tomarse un mezcalito. La botella entera. Salvo que fuéramos unos gallinas, pringados, cobardes, a los que les gusta estar marginados.

-Y el de la barra nos dijo algo. Sí, niños, tened cuidado, no sabéis con lo que estáis jugando -añade Vicky.

-Empezamos a beber. Era muy fuerte pero estaba bueno -prosigo con la historia- Empezamos a estar muy borrachos pero de una forma extraña, como deslizándonos muy lento. Y la canción seguía sonando con una especie de desidia adormecedora. Lay down my brother, take it easy, take it slow. Seguimos bebiendo mientras los cuatro nos mirábamos en silencio, sintiéndonos, no sé, como en comunión ¿Os acordáis?

-Lay down my sister. Rest a while, let it go -prosigue Charlie.

-Llegó un momento en que sentíamos todo de una forma exagerada, teníamos una especie de percepción extrasensorial, como si todo tuviera mucha fuerza y un significado especial. Hablaba alguien y te gustaba su voz, mirabas el vaso y el vidrio barato parecía hecho de piedras preciosas. El simple roce de otra persona te hacía sentirte unido a ella, hermanado. Entonces alguien, Frank, dijo, vamos a conocer al indio, cabrones. ¡The road goes on forever and the party never ends! Síiiii, coreamos los cuatro como estúpidos. Y a los pocos minutos estábamos aquí, en este mismo lugar -en esa parte de mi relato los recuerdos comienzan a asfixiarme y apenas puedo hablar- Yo, ellos, dijeron que miráramos allí… y que.. había.. allí.. estaba..

-Tranquila. Sigo yo -dice Vicky- Nos dijeron que en este cementerio habitan los espíritus de los indios que aquí fueron enterrados y que uno de ellos vigila las noches para espantar a los vivos que vienen a perturbar el descanso de los antepasados que yacen en las tumbas sagradas. Y a los que no huyen rápido les atrapa, les arrastra a las tumbas y los espíritus les retienen dentro, susurrándoles al oído historias terribles, hasta que se vuelven locos. Entonces yo…

-Creo que ha llegado el momento de leer las cartas -interrumpe Marc.

-Sí. Sí. Es verdad, ya empiezo a leer -dice Vicky mirando con decisión el papel que sujetan sus manos que a duras penas consiguen disimular su temblor- Bien, aquí va.

He vivido la noche más horrible de mi vida, sé que jamás la olvidaré. Nos trajeron al cementerio y todo era demasiado presente, demasiado real. He empezado a tener miedo. Al principio pensé que era cosa del mezcal o algún efecto extraño de la luz de la luna, pero he visto a un indio de pie en mitad del cementerio, mirándonos amenazante y de repente ha abierto la boca y ha enseñado unos dientes enormes, estrechos y muy largos, ha comenzado a babear y a bufar como un búfalo, removiendo con su respiración los amuletos de su collar. Ha empezado a avanzar hacia mí y he intentado salir corriendo pero no he podido, algo me sujetaba, como si estuviera atada de pies y manos.

El indio me ha cogido del pelo y me ha llevado a rastras por el terreno pedregoso hasta una losa de piedra irregular, la ha movido con una mano mientras me acercaba al hueco abierto por el que han surgido decenas de brazos esqueléticos que aferrándose a mis ropas me han arrastrado dentro. Yo gritaba, pedía auxilio, me decía que todo era irreal, que sólo era una pesadilla, los efectos del maldito mezcalito. Pero las manos me arrastran más y más profundo, al llegar al fondo me acercan a un hueco en la pared, un nicho, en el que yace el esqueleto de un indio, cubierto de un pellejo reseco y ceroso, aún le cubre una raída falda de cuero con adornos de cuentas y un penacho que debió tener plumas cuando le enterraron, hace muchos años. En mis oídos resuenan unas voces tenebrosas que me ordenan, “habla con el jefe indio,  habla con el gran jefe”. La momia gira la cabeza y con un movimiento rápido y ágil me agarra del pelo y acerca su cara hasta la mía. Abre la boca y despliega una lengua morada y afilada, que roza mi nariz, extendiendo una humedad cálida y penetrante. Lame mi mejilla y dice mi nombre con deleite. Viiiickkyyyy.

La momia me introduce en el nicho y me abraza, acaricia mi pelo, mi cuello, mis pechos, mientras yo grito presa del más puro terror. Me dice que soy bella, turgente y cálida. Grito, me retuerzo intentando liberarme de su huesudo y gélido abrazo. Me dice que esté tranquila, no hay nada que temer, sólo me va a contar una historia. Sus labios resecos rozan mi oreja mientras comienza a hablar de los niños indios que murieron cuando eran muy pequeños, el hombre blanco atacó su poblado y les cercenó con la espada para evitar que crecieran y se convirtieran en grandes guerreros. Los niños están enfadados, mucho, no saben por qué están aquí, no lo entienden, no saben porque no han tenido la oportunidad de vivir, son envidiosos y crueles y vienen a verme, para preguntarme cual es la razón. Por qué yo tengo un cuerpo cubierto de piel suave y cálida y mientras ellos están tan fríos y resecos, condenados a la oscuridad. Por qué les arrancaron la vida que querían vivir y yo desperdicio la mia bebiendo y molestando a los muertos. Grito sin parar, juro que me portaré bien, que nunca más beberé, imploro y ruego todo lo imaginable. La momia me coge de la barbilla y me obliga a mirar al otro extremo de la tumba. El horror me atenaza, ni siquiera puedo gritar. Se acercan, son seis o siete, muy pequeños, deben tener, debían tener 3 ó 4 años cuando murieron, siguen acercándose con recelo, desconfiados. La momia me sujeta. Ya no puedo gritar, estoy paralizada de puro terror. Los niños extienden sus pequeñas manos y comienzan a tocarme con sus dedos resecos y huesudos, farfullando algo en un idioma que no entiendo, amenazándome con sus pequeños dientes puntiagudos, tan afilados como los de un pez abisal. Babean sobre mi pie, sus bocas se abren, las cuencas vacías de sus ojo se acercan tanto que no puedo ver nada más. El pánico se extiende durante la eternidad, pierdo la razón. Cuando despierto estoy fuera, tumbada en el suelo, sucia, temblando, aún siento la humedad en mi mejilla, por la que ha pasado la lengua del jefe indio. Vomito y lloro a la vez.

-Es todo -dice Vicky. Parece no darse cuenta de que está llorando. Ninguno decimos nada, miramos al suelo. Marc intenta acariciarla pero ella le rechaza y le pide que comience a leer.


-Algunos de aquellos capullos arrastran a Vicky por el pelo -comienza a leer Marc- Me zafo de los que me sujetan y corro a intentar salvarla pero alguien me hace tropezar y caigo al suelo, golpeándome en la cara. Me levanto, no veo a nadie, corro hacia el interior del cementerio, está muy oscuro, como en grises y negros, no veo nada. Recibo el impacto de un fuerte puñetazo y caigo al suelo redondo. Noto que alguien me arrastra de los pies, las piedras abrasan mi espalda desnuda, pues la camisa ha quedado recogida sobre mis hombros. Veo el cielo estrellado, de pronto ruedo por unas escaleras y oscuridad total.

Al principio no veo nada, está muy oscuro, luego aparecen dos luces rojas que se mueven paralelas. No puedo fijarlas con nitidez pero sé que son unos ojos que brillan. Pienso que quizá pertenecen a algún animal, quizá me han metido en la guarida de un bicho peligroso, o quizá algún coyote ha anidado en una de las tumbas. El ser que me mira se acerca como un rayo, intento zafarme pero noto una cuchillada terrible en el estómago y al llevarme las manos a la herida, doblado por el dolor, agarro un cuchillo que parece hecho de piedra, clavado hasta la empuñadura. No quiero sacarlo pues temo desangrarme al hacerlo.

Se enciende una luz, es una llama que arde dentro de un pequeño perol, alumbrando la tumba cuyas paredes están decoradas con extraños signos. Junto a la luz hay un indio, un indio viejo y consumido que me mira y me señala. Estás herido me dice, estás gravemente herido y por eso has venido al curandero, para que te cure, para que sane tu herida. Es muy grave, no sé si podré hacerlo, túmbate, aquí, sobre la paja. No temas, soy el chamán, si alguien puede curarte soy yo. Si yo no puedo, nadie puede, morirás, pero no será en vano. Dice mientras extrae de un tirón el cuchillo.

De la herida mana tanta sangre que por un momento pienso que tiene que ser otra cosa, no puedo perder tanta sangre y seguir vivo. Le pido que corte la hemorragia y el muy cabrón me clava el cuchillo en un hombro, haciéndome aullar. Sujétalo me dice, muy bien, así, ten cuidado, es peligroso. Introduce los dedos en la herida del estómago y los revuelve con determinación, haciéndome gritar otra vez con todas mis fuerzas. Estás muy grave me dice, no encuentro el fondo de la herida. Voy a intentar taponarla. Arranca el cuchillo de mi hombro y señalando la nueva herida anegada en sangre me dice, vaya, esto es horrible, estás herido aquí también. Clava el cuchillo en mi pecho y mientras me asfixio congestionado por el dolor, me explica que lo deja ahí para no perderlo. Lo extrae de un tirón y se lamenta por el nuevo desgarrón. No puedo gritar de puro dolor. Clava el cuchillo en el otro hombro. Lo arranca. Cada herida me duele tanto como la primera y todas las demás a la vez. Le ruego que no siga, le pido que pare, que voy a morir, me estoy desangrando. No te preocupes me dice, no es sangre, es mezcal. ¿Mezcal?, ¡Maldito mezcalito!, me digo entre risas y sollozos. El chamán sigue con su tarea de agujerearme alternando las cuchilladas con algunos bofetones para que no pierda el sentido.

No te duermas, me dice, si lo haces no volverás a despertar nunca. Vas a morir de todas formas, pero es mejor que veas cómo, tienes que vivir tu historia hasta el final. Viniste aquí se supone que a morir, a un cementerio indio no se viene a otra cosa, ahora no te dejes llevar por la comodidad. Tu muerte servirá para algo. Mira, ellas se alimentarán de ti y podrán vivir, para alimentarme a mí. Dirijo mi cara envuelta en sangre hacia el lugar que señala, al hacerlo de mi boca mana un borbotón de sangre o de mezcal, no lo sé, en la esquina se agolpan docenas de ratas con sus pequeños ojos rojos iluminados por la luz de la llama. Nooo, intento decir, pero sólo me sale un gorgoteo. Las ratas se acercan con timidez y comienzan a lamer el charco de sangre, luego se acercan más y comienzan a lamer algunas heridas. Después con un interminable grito desgarrado intento liberarme de los primeros mordiscos. No lo consigo y soy pasto de lento consumo de tres docenas de asquerosas ratas. 

Amanezco bajo un árbol, cerca de la entrada. Me duele todo, la cabeza parece a punto de reventar, tengo la espalda llena de magulladuras y raspones. Con movimientos nerviosos e impacientes reviso mi pecho, los hombros, no encuentro ninguna herida. Sólo me queda un pavor helado del que nunca podré deshacerme.

-Te toca -le digo a Charlie rompiendo el silencio con una voz ronca que me ha costado mucho sacar tras el relato de Marc. Vicky está llorando con la expresión de haber perdido del todo la cordura, no sé si es por el relato de Marc o por la desolación que le ha dejado el suyo propio.


-Bien, aquí va -dice Charlie con indecisión y un ligero temblor en sus manos- Escucho como Brenda, Frank y los demás se ríen mientras me arrastran y explican que voy a pasar la noche dentro de una tumba cuya losa acaban de levantar. Es un enterramiento múltiple, no te aburrirás, a los indios no les gustaba que los enterraran solos. Venga, a hacerles compañía. Cuando se te pase el pedo ya saldrás por tu cuenta, friky de mierda. ¿Qué por qué os hacemos esto? Os habéis pasado el curso ignorándonos, pequeños cabrones, haciéndonos ver que os lo pasabais en grande al margen de nosotros, como si los que de verdad somos enrollados no valiésemos una mierda, ahora lo vais a pagar, ahora sí que vais a saber lo que es pasárselo en grande.

Caigo rodando por unas toscas escaleras y tardo un rato en conseguir algo de orientación espacial, hago un amago de incorporarme pero me doy cuenta de que tendré que esperar unas horas antes de intentar salir. Estoy demasiado borracho. Intento relajarme, cierro los ojos, pensando que estoy en otro lado y no dentro de un sepulcro, rodeado de no se sabe cuantos cadáveres de indios que llevan aquí enterrados quizá siglos. Parece que todo va bien, hasta que de pronto noto unos golpecitos en el hombro. Abro los ojos sobresaltado y me encuentro con los de un indio que me mira muy serio. Maldito rostro pálido, ¿de verdad te vas a dormir en un momento tan importante, mientras te estamos juzgando? Miro alrededor y veo a ocho o diez indios sentados en círculo a mi alrededor. Estás ante el gran consejo de la tribu, prosigue el indio, muestra un poco de respeto.

-¿Qué tienes que alegar en tu favor? -pregunta un indio que lleva un gran penacho de plumas que le cubre la cabeza y los hombros. 

-¿Alegar? No lo sé, lo que pasa es que, creo que estoy bebido -respondo mirando a los indios que me rodean, todos ellos decorados con taparrabos y pinturas de guerra.

-Sí -asevera el indio mirándome con una extraña intensidad- te hemos dado una pócima de la verdad para que no puedas engañarnos. ¿A cuántos indios has matado? 

-¿Matado? ¿Yo? A ninguno.

-No mientas.

-Vamos a ver -intento explicarme tratando de parecer lo más sincero posible para no dar lugar a malas interpretaciones- Es un videojuego, no son muertes de verdad. Nadie muere. No son indios de verdad, es una simulación. Son parte de un programa, no están vivos.

-¿Son indios o no?

-¡No! No existen. Son sólo dibujos en una pantalla.

-Pero son indios.

-Pero son de mentira, no existen.

-Son indios. Bien, por lo menos has tenido el valor de reconocerlo y de declararte culpable.

-¡No me he declarado culpable! Y si no fuera por lo borracho que estoy me levantaría ahora mismo y saldría de este sitio y os quedaríais aquí sentados siguiendo con vuestra farsa. Pero no puedo, no controlo bien mis movimientos. Maldito mezcalito.

-La pócima dificulta tu coordinación, puedes dejar de intentarlo -responde el indio con frialdad- No me importa que no quieras declararte culpable, te voy a condenar igual.

-Joder, entonces que clase de juicio es este. Vaya mierda este consejo indio.

-Vaya. Tienes razón -dice el indio con cara de sorpresa- Entonces sí me importa que no te declares culpable. Te torturaré hasta que cambies tu declaración. Tú, Aguila Roja, córtale la cabellera.

El aludido se levanta, lleva el sombrero azul de un oficial de caballería, y con una agilidad sorprendente se coloca a mi espalda tira del pelo sobre mi frente y comienza a cortarme el cuero cabelludo con un afilado cuchillo. Grito como un poseso y me revuelvo sin éxito mientras la sangre resbala por mi rostro primero, por mis orejas después y siento su recorrido a lo largo de mi espalda al final. Aguila Roja deposita sobre mi regazo un guiñapo de pelos ensangrentados. Grito presa del horror.

-Muy bien. Supongo que ahora sí querrás reconocer tu culpa -explica el jefe indio- Pues entenderás que no podemos creer en tu sinceridad, sólo lo haces para que no te torturemos más. Y no lo haremos. Mira aquí tenemos a tu hermana. Los indios a diferencia de vosotros no violamos a las mujeres de nuestros enemigos. La sacaremos los ojos y la dejaremos vagar por el barranco, cerca del río. Si sobrevive al precipicio y a los lobos será libre y a ti te consideraremos inocente.

-No, joder, no podéis hacer eso. Por favor, aunque consiga sobrevivir será ciega toda la vida. ¡No lo hagáis, por favor!

-Está bien. Seremos justos y te daremos a elegir entre dos posibilidades. Opción uno, Aguila Roja la saca los ojos, opción dos, dejamos los ojos en su sitio pero tú mismo cortas su cabellera, me gustaría conservarla como trofeo. 

-Lo siento, no puedo hacer eso. ¡Es mi hermana!

-Aguila Roja, sácale los ojos a la chica. Con cuidado, quiero conservarlos, son muy bonitos.

-¡No! ¡No! -suplico- Está bien lo haré. Cortaré su cabellera. Pero luego ¿nos dejaréis ir?¿podremos vivir?

-¡No lo hagas Charlie! -vocifera mi hermana de pronto- No quiero tener el mismo aspecto horripilante que tienes tú ahora. Se te ve el cráneo, ¿sabes? No lo hagas, prefiero ser ciega para no tener que verte así.

El jefe indio mira a Aguila Roja que ya sujeta a mi hermana preparándose para sacar sus ojos con un cuchillo. Me adelanto, le arrebato el puñal y como un carnicero loco comienzo a cortar el cuero cabelludo de mi hermana, entre sus gritos de pavor y las salpicaduras de sangre. Horrorizado por lo que estoy haciendo grito también. Cuando he terminado el jefe indio me mira sonriente.

-Lo has hecho muy bien. Ahora finaliza tu trabajo -dice con una sonrisa irónica, señalando a su derecha con el dedo gordo. Allí veo a mi padre y a mi madre, sentados en el suelo, amordazados y rodeados de cuerdas que les inmovilizan. 

-¡No puedo! ¡Son mis padres! -digo temblando y sollozando, mirando mis manos manchadas con la sangre de mi hermana- Ustedes respetan la familia ¿verdad? Tienen que entender que no puedo hacer algo así.

-Si no lo haces violaremos a tu hermana. 

-Pero si acaba de decir que los indios no violan a las mujeres de sus enemigos como hacemos nosotros.

-Ajá, sigues confesando -dice señalándome con fingido aire de fiscal inteligente- Pero tienes razón, los indios no hacemos eso. Así que violaremos a tu padre. 

-¡No, joder! ¡No, no, no! -me lanzo sobre mi padre y haciéndole caer al suelo le corto la cabellera sin miramientos, con la vista nublada por mis propias lágrimas. Un segundo después, sin esperar más instrucciones, caigo sobre mi madre, ella no se resiste, me mira con compasión, y arranco su cuero cabelludo de un solo tajo, intentando obviar sus gemidos ahogados por la mordaza de tela.

El indio sonríe y vuelve a señalar a su derecha. Mi abuela, mis tíos, mis primos, toda mi familia está aguardando, sentados en el suelo, amordazados y atados, esperando a que les corte la cabellera. No soy capaz de soportarlo. Aúllo, bañado en sangre. Salto sobre mis familiares completamente ido, gritando como un energúmeno y comienzo a apuñalarles sin compasión.

Despierto en la tumba y consigo mover la losa desde dentro. Salgo al exterior arrastrándome y sollozando como un niño pequeño. A la luz del sol toco mi cabeza, mi pelo sigue ahí, no hay sangre en mis manos y eso me alivia, pero sé que da igual, nunca podré superar esta noche. No volveré a mirar a mi familia sin sentir remordimientos.

Cuando Charlie termina su relato todos estamos muy callados, con la misma mirada perdida que teníamos aquella mañana, al encontrarnos en la puerta del cementerio indio. No importa, a pesar de las lágrimas, de la angustia, la impotencia y el odio sabemos que esta vez hemos venido por decisión propia, porque tenemos la voluntad de cerrar el círculo.

-Joder. Bueno, sólo falto yo -digo desplegando la hoja de papel en la que escribí mi relato- El mio es más corto. Igual que vosotros acabé en una tumba oscura.

Estoy encerrada en un espacio muy angosto, a la derecha tengo una pared a la que trato de pegarme todo lo posible para no tocar los huesos que tengo a mi izquierda y que se extienden a lo largo. Antes, he movido la cabeza y he chocado contra un cráneo pelado, una calavera. Podría haber sido otra cosa, pero sé lo que es porque me ha hablado. Me ha dicho que me estuviera quieta.

Guardo silencio mientras mi mandíbula castañetea debido al terror. La calavera me mira, su aliento me acaricia, y vuelve a hablar: Estate quieta, déjame pensar, sólo me queda una pequeña parte del cerebro y me cuesta mucho. Sí, ya sé lo que vamos a hacer. Tú te vas a estar muy quieta y estos amigos míos, estos gusanos blancos que aún me quedan, van a introducirse dentro de ti, por tu boca, tu nariz y tus orejas. Una vez dentro van a arrancar pequeños trozos, no te dolerá, luego saldrán por los mismos agujeros y esos trozos los irán pegando a mi cuerpo para reconstruir mis órganos, mi carne, mis músculos y mi piel. Y así volveré a ser yo, un indio hechicero.

Siento tal pavor que me cuesta mucho soltar el primer grito, luego ya no puedo parar. Hasta que de pronto noto el roce de los gusanos, intentando alcanzar mi nariz, mis orejas, me revuelvo y comienzo a patear como una loca, esparciendo los huesos por todas partes. Me doy cuenta de que he desplazado la losa sin darme cuenta y aprovecho el hueco para moverla a un lado y salir.

Me escondo entre los arbustos hasta que se hace de día. Y os veo aparecer.

-¿Eso es todo? -pregunta Charlie- ¿No tuviste una noche completa de terror? ¿Sólo unos minutos, te revolviste y conseguiste escapar?

-Sí. Sé que lo vuestro fue mucho peor pero, créeme, yo tampoco he podido olvidar aquella noche. Me persigue cada vez que cierro los ojos. No he vuelto a dormir bien.

-Está bien -dice Vicky- cada uno tuvo lo suyo. A todos nos marcó y estamos aquí porque nos queremos vengar. El primer paso era retornar a aquella mañana en la que salimos de las tumbas, revivir lo que nos hicieron, para no dudar a la hora de la venganza que ya llega. Yo sólo puedo deciros que les odio, les he odiado todos estos años y ahora, una vez refrescados estos espantosos recuerdos, sólo puedo decir que les odio aún más. 

-Salgamos -dice Marc- Debemos trazar un plan.

Salimos del cementerio, yo soy la última, he preferido volver a dejar el papel donde estaba. Al salir cierro la puerta y a través de los barrotes, entre las pequeñas dunas que forman las tumbas veo un lince, está sentado, observándome. Me estremezco. Y lo sé, sé que él también recuerda, también sabe que ha llegado la hora.

Vamos en los coches hasta la cabaña en la que mis amigos han escondido el armamento que he ido acopiando durante estos años. Al entrar pensamos que alguien nos ha robado pues no hay nada dentro de las cuatro paredes conformadas con tablones mal clavados. Pero me doy cuenta de que entre las piedras del suelo polvoriento hay un trozo de metal en forma de argolla. Despejamos la zona y al tirar de la argolla descubrimos un gran agujero lleno de cajas metálicas de color verde, que contienen todos mis juguetes.

-Bien -dice Marc- Tenemos 4 rifles de asalto, municiones suficientes para asaltar Fort Knox, ocho granadas de mano, 4 pistolas y dos rifles de francotirador. ¿Cables? Y 4 cuchillos enormes ¿Para qué queremos un lanzagranadas? Inhibidores de frecuencia, bien.

-La cuestión es cómo vamos a pasar esto por la frontera. Has dicho que la boda de Frank y Brenda es en Douglas ¿no? -pregunta mirándome- Hubiera sido mejor dejar esto al otro lado.

-No, no, eso hubiera entrañado riesgos que aquí no tenemos. Aquí no hay preguntas, si alguien lo hubiese descubierto no supondría ningún problema. No os preocupéis, he pensado en ello, claro. Lo pasaremos en uno de los carros de verduras que cruzan la frontera a diario. Ya lo tengo arreglado. Llegará en un rato. Repasemos el plan.

-Llegamos a la fiesta. Matamos a todo el grupito y también a los que traten de impedirlo. Lo que pase después me da igual -explica Vicky.

-Calma -interrumpe Charlie- Volvamos sobre lo que nos ha explicado Belinda. La boda es en el rancho de los padres de Brenda. Es un sitio aislado y no hay oportunidad de acercarse sin ser vistos. Debemos aparecer por la carretera como si fuéramos invitados. No hay seguridad pero andarán por allí los empleados del rancho que serán un problema. Seguro que alguno está organizando el aparcamiento, recogiendo invitaciones y todo eso. Veremos. Cuando dejemos el coche tenemos que acercarnos a la casa sin ser vistos, determinar las posiciones de todos ellos e ir eliminándoles con la mayor discreción posible. Si nos descubren hay muchas posibilidades de que no consigamos nuestro objetivo, lo que hemos esperado tanto tiempo.


-He escuchado planes mejores -dice Marc- Pero no creo que estemos en situación de mejorarlo. Así que vamos con ello. La boda es a las siete, tenemos un rato para descansar.





sábado, 21 de noviembre de 2015

Maldito Mezcalito. Capítulo 1.



EL MENSAJE

Me había vestido para salir sin ninguna razón. Unos pantalones de cuero negros muy ajustados, una blusa blanca amplia y una blazer negra de corte muy clásico. Ese es uno de mis conjuntos preferidos para ir de copas, lo compré en Armani, en la 5ª Avenida y me quedaba tan bien que su aparente simplicidad lo hacía muy llamativo. No había quedado con nadie, así que cuando ya estaba maquillada, vestida y perfumada me di cuenta de que no tenía adonde ir. ¿Qué estás haciendo Vicky? ¿Salir de copas? ¿Pero con quién? No has quedado con nadie. La falta de respuestas a mis amargas y auto-flagelantes preguntas me confundió y me abatió un poco. Sin darme cuenta estaba sentada frente al ordenador, también sin motivo. Y supe que era una de mis noches para mentes errantes, en las que es mejor no pensar, ni recordar. Sólo dejarse arrastrar por la nada. Para eso, para no recordar.

Llevaba haciendo lo mismo toda la noche sin parar y así me encontró el amanecer. Clavaba la navaja en el escritorio, a la derecha del ratón, moviéndola después hacia atrás y adelante para sacarla de la madera, y volviéndola a clavar una vez más. No es que tuviera ganas de acuchillar a nadie ni nada de eso, bueno, sí, pero sin urgencia, lo que quiero decir es que no estaba pensando en nadie en particular mientras clavaba la cuchilla en la mesa, sólo aliviaba la ansiedad con ese gesto mecánico. La pantalla del ordenador iba mostrando una sucesión de videos de Youtube, que se enlazaban en un encadenamiento sin fin según algún algoritmo lejos de mi alcance, a los que apenas prestaba algo de atención. Sólo clavaba el cuchillo y perdía una mirada lejana y sin destino en el centro de la pantalla.

Pero entonces algo alteró ese ciclo infinito que me tenía atrapada, un pequeño aviso en forma de cajetín que anunciaba la llegada de un mensaje. Sin voluntad, obedeciendo a un impulso mecánico, pulsé sobre él y se abrió una ventana blanca. El mail sólo tenía asunto pero para mí era del todo explicativo: Maldito Mezcalito. No me hizo falta mirar el remitente. Sonreí. En unos minutos hice una pequeña maleta con lo imprescindible y salí rumbo al aeropuerto. El viaje iba a ser largo, casi ocho horas de avión desde Nueva York a Tucson seguidas de un par de horas de carretera hasta la frontera. Y después, Agua Prieta. Uno de esos viajes que sabes que van a merecer la pena. La navaja me observaba desde su posición vertical, con la punta hendida en el escritorio.

                                                       

Ese puto pi-pi-pi-pi me jodió el sueño. Y me molestó mucho, no me quería despertar porque en el fondo de mi cerebro la cosa estaba muy clara, despertar me iba a doler mucho. Abrí los ojos. Me dolió. Vi mis piernas cruzadas en la posición de loto, me dolieron, vi el asfalto polvoriento bajo ellas, la línea amarilla discontinua decolorada. Mis pantalones tenían algunos desgarrones, estaban muy sucios, grasa, manchas negras, sangre y algo viscoso. Mis manos se apoyaban sobre las rodillas. Me dolieron. Por puro reflejo moví los dedos y me dolieron mucho más. Los nudillos estaban en carne viva, sangrantes. Mierda. Otra noche de peleas y otro amanecer desconcertante, esta vez había terminado de un modo aún más absurdo de lo normal, haciendo yoga en mitad de una carretera. 

Empecé a moverme y más dolores se fueron sumando a los que ya sentía. La cabeza era lo peor, tenía una resaca insoportable. Pensé, joder, no debería haberme despertado, ¿Por qué me he despertado? Y me acordé, sí, el pi-pi-pi-pi me había jodido, pero ¿de donde había salido el puto pitido? Estaba en mitad de la nada, en una carretera polvorienta en mitad del desierto, allí no se escuchan ese tipo de ruidos. Empecé a caer en la cuenta de que quizá mi móvil había sobrevivido a la noche, algo poco frecuente. Palpé los bolsillos de la cazadora vaquera y lo encontré en el izquierdo, la pantalla estaba rajada pero funcionaba. Pulsé en el mensaje de texto y tuve que parpadear tres o cuatro veces para asegurarme. De: Belinda. Para: Marc. Asunto: Maldito Mezcalito.

Me levanté de un salto. De pronto me sentía bien, ya no me dolía nada. Mi cuerpo había sido regenerado por un chute de entusiasmo mágico y reconfortante. ¡Por fin había llegado el día! ¡Por fin! Tenía que ponerme en marcha, miré alrededor buscando una referencia que me indicara donde estaba y vi la forma familiar de la Sierra de la Santa Rita. Reconocí el lugar, estaba cerca de Río Rico, al sur de Tucson. Sólo tenía que caminar hasta el pueblo, dos o tres kilómetros hacia el sur, y robar un coche. El resto sería fácil, un par de horas y estaría en Agua Prieta. Me rasqué la barbilla, una herida afloraba entre la barba. Pero no dolía.




Me había despertado muy contento, como si supiera que ese día iba a ofrecerme algo muy especial. Llevaba apenas media hora conduciendo, era ese momento del día en que más me gusta hacerlo,  cuando acaba de amanecer, el horizonte todavía es de color naranja, me gusta cómo va cambiando de color, a veces conduzco en dirección contraria, alejándome de mis destino, sólo para poder verlo. Me gusta conducir mi trailer cuando apenas hay tráfico en la interestatal. Había dormido muy bien en la litera de la cabina, aparcado en un área de descanso en las afueras de Sacramento y me disponía a enfrentar una jornada al volante. En un par de días estaría en Minneapolis. Como siempre tenía encendida la emisora y charlaba con otros camioneros, los afortunados conductores de un Volvo de 18 ruedas nos movíamos en la misma frecuencia. 

Todo era normal, como siempre, los chistes bestias y los comentarios correspondientes amenizaban el viaje. Parecía un día normal. Hasta que una voz de mujer interrumpió la conversación preguntando- ¿Charlie?¿Charlie Jones?  -Al principio no dije nada, me había descolocado esa voz, esa forma tan poco habitual de irrumpir en la radio preguntando por mí, como si estuviera en la sala de espera del dentista. Pero luego me pudo la curiosidad y respondí todavía confundido- Sí, aquí estoy, ¿quién pregunta? -Y la voz femenina volvió a sonar- Tengo un mensaje para ti, Charlie… Maldito Mezcalito.

Agarré fuerte el volante, apreté los dientes y supongo que me puse muy rojo, como siempre que me domina la rabia. Entonces empecé a gritar como en mi vida había gritado, haciendo vibrar las ventanillas. Ni siquiera aquel día, hacía diez años, había gritado así. Y ahora que había llegado el momento no podía contenerme. Temblando tomé la siguiente salida e hice un cambio de sentido. Cambio de planes. Cogería un avión en Los Angeles, luego alquilaría un coche en Tucson. En cinco o seis horas, Agua Prieta.



EL VIAJE

No me gustan los aviones. No me engaño, sé cual es la razón, son estrechos, apenas puedes moverte, no puedes salir y todo eso me retrotrae a aquel pavor. Puta adolescencia. Crees que estás preparada para todo, porque lo sabes todo. Crees que eres fuerte, que lo puedes todo. Nada te da miedo. Y cuando el miedo llega de verdad es tan desconcertante como aterrador. Han pasado diez años, en realidad algo más, ciento veinticuatro meses y siete días, y a pesar de todo ese tiempo me meto en un sitio estrecho, subo a un avión y me flojean las piernas, sudo, tiemblo. Por suerte la gente que se da cuenta cree que el motivo es que me da miedo volar, no saben lo que me pasa, que estoy tarada, marcada de por vida, angustiada por una experiencia traumática. 

Me quito la blazer negra, la ansiedad me hace sentir calor. El tío del asiento de al lado aprovecha para mirar como se marcan mis tetas en la blusa. Le digo ¿qué?¿te gustan? Y el muy cabrón me dice que sí. Joder, si tiene razón, si es que estoy buena, debería disfrutar de eso, ser feliz con algo que no necesita ningún esfuerzo debería ser muy reconfortante, tengo lo que muchas tías anhelan y ¿qué? ¿cómo lo disfruto? Con mis putas noches para mentes errantes. Con mi trauma, con mi amargura, con mi auto-infligido aislamiento, huyendo de cualquier relación personal. Pero ha llegado el momento, a partir de ahora será distinto, pondremos las cosas en su sitio y algo se equilibrará dentro de mí. Eso es, todas mis neuras desaparecerán. La venganza pulverizará todos mis recuerdos basura, sustituyéndolos por satisfacción.

Claro que me acuerdo de cómo era antes de aquello. Por una parte me gusta pensar en esos días, hasta los 18 no tuve que preocuparme de nada, sólo de elegir qué hacer entre lo que me gustaba y solía tenerlo bastante claro. No era la reina del baile, vale, pero tampoco lo intentaba y de haberlo querido, es casi seguro que lo hubiera sido. Pero me gustaban otras cosas, la música, los comics, los videojuegos. Sí, los videojuegos, los mundos fantásticos que representaban, la sencillez y la justicia con la que se regían, el honor, la valentía, el sentido del deber. Me sumergía en aquellos mundos perfectos y no necesitaba más. Era una fanática de Zelda, hasta tenía el disfraz y la espada, y a veces salía así vestida a la calle y pasaba la tarde asaeteando los arbustos en busca de gemas. Joder, qué frikis éramos y qué especiales nos sentíamos siendo diferentes. Los cuatro siempre juntos inmersos en nuestro universo y ajenos al de los demás. Eso fue lo que no nos perdonaron, que no les prestáramos la más mínima atención. Por eso de repente tanta saña, sin provocación, sin necesidad.

Recordar esos años felices también me produce una gran angustia. Está claro, por lo que pude haber sido y no me dejaron. Me lo quitaron y no es justo que haya acabado así, que haya sufrido tanto durante este tiempo. No hice nada para merecerlo. Estos diez años no me los devolverá nadie. Y con esa certeza bulle en mí una rabia incontenible, como sólo puede ser la que nace del miedo o de la humillación. Sé que la venganza atemperada sabe mejor y para eso he tenido mucho tiempo, lo que me disgusta es que también sé que será demasiado corta, demasiado efímera, que el sufrimiento que voy a generar no será suficiente para compensar el mío, que la balanza no se nivelará. Sé también que el mero hecho de hacer justicia apaciguará mi mente.




Su puta madre, lo que me ha costado robar este trasto. Antes bastaba con romper un cristal y pelar un par de cables. No importa, está hecho y en un par de horas estaré en Agua Prieta. La verdad es que llevo unas pintas lamentables, espero que no se asusten. La última vez que me vieron era un adolescente tímido y soñador que despertaba cierta ternura, pero ahora parezco un vagabundo pendenciero con la ropa sucia y desgarrada, las manchas de sangre tampoco ayudan mucho. Me pregunto cómo serán los otros, llevamos diez años sin vernos, apenas sin hablar. Aquello fue un punto y aparte, ya no aguantábamos vernos. Sólo nos dio para ponernos de acuerdo, para jurar que cuando llegara el momento apropiado la venganza sería cruel e implacable. Y la hora ha llegado.

En aquellos años estaba loco por Vicky, me encantaba toda ella, me fascinaba como se movía, no podía con que una chica fuera tan friki como yo. Una noche dormí con ella y ya nunca volví a sentirme en paz, siempre llevé el anhelo de volver a estar con ella. Todavía recuerdo la forma en que sonreía con esa mezcla de timidez y satisfacción que le salía cuando hablábamos de todas esas cosas que nos gustaban. Nos sentíamos muy afortunados entonces, de conocernos, de poder compartir nuestros gustos raros con gente que estaba allí mismo, en la misma clase, aunque sólo fueramos cuatro. Luego los demás nos jodieron pero bien, para siempre. 

Joder, ha pasado todo este tiempo y me acuerdo de aquella noche como si hubiera sido ayer. Casi no recuerdo lo que he hecho después, en todos estos años. Tampoco es que sea gran cosa en realidad, me he dedicado a ser un buscavidas, a vivir al día, cobrando favores que se le deben a otros, procurando no traspasar demasiado la legalidad y no hacer enemigos demasiado peligrosos. No tengo casa, ni coche, ni cuenta en el banco, pero cada día tengo lo que necesito, supongo que no me puedo quejar, si dejo de lado la evidencia de no que no soy demasiado exigente.

Me fui del pueblo, enseguida, por una parte era algo normal, ya era mayor de edad y parecía natural que cada cual tomara su camino, pero a todo el mundo le sorprendió que me marchara a Tucson a buscar trabajo, que no continuara con los estudios, mis padres habían ahorrado para la universidad y todo eso, ya me habían admitido. Me fui y viví el momento, sin más.




Hace bastante tiempo que no me subía a un avión. Creo que desde que compré el Volvo y tuve que ir a recogerlo cerca de Nueva York. De eso hace como tres años. O los asientos son más pequeños o yo he engordado desde aquel día. Quizá sean las dos cosas. Estoy muy impaciente, todavía tengo la respiración agitada. Es que el mensaje por la emisora me ha pillado por sorpresa, había perdido toda esperanza de que llegara este día, poco a poco había ido relegando la idea, con el paso del tiempo. Pero el odio sigue ahí dentro, por eso tanta ansiedad. Me he pasado como diez minutos gritando en el camión, me he asustado hasta yo con tanto grito, joder. Pero es que han salido como algo natural, no he podido evitarlo. 

Esos hijoputas se van a enterar ahora. Tanta risita y tanta mofa, os vais a cagar. Voy a partir todas vuestras putas caras. Os vais a acordar del puto pirado que salió del cementerio de Agua Prieta, del puto mezcalito y de la madre que me parió. El fin del mundo cabrones. Corred si podéis.

Antes de eso estará bien ver a los otros tres, sobre todo a Belinda. Por la radio su voz ha sondado como siempre, quizá no haya cambiado mucho. Era tan natural, tan bruta como yo, espero que no se le haya pasado. Kill’em all, baby. Esa era nuestra consigna. Si entonces, frente a la pantalla del ordenador, parecía tener tanto sentido, ahora es la motivación de mi vida. Espero que para ella todo siga igual.




BIENVENIDOS A AGUA PRIETA

He mandado los mensajes, a los tres, y estoy impaciente, no sé si vendrán todos, ha pasado mucho tiempo, muchas cosas han cambiado para mí que no me he movido así que para los que se fueron casi todo será diferente, quizá no venga ninguno. Vicky no ha contestado al mail, espero que lo haya recibido. Si no es así será difícil localizarla, no tengo su teléfono y no sé donde vive más allá de que es en Nueva York. Apenas he hablado con ella desde que se fue, alguna llamada y unos cuantos mails pero nada que se parezca a una relación de amistad, aunque estoy segura de que en el fondo para las dos eso no ha cambiado. Será raro llevarlo a la práctica. 

Marc ha recibido el mensaje en el móvil pero tampoco ha contestado, supongo que vendrá. El se mueve por la zona y no le costará mucho llegar. Creo que lleva una vida digamos que alternativa, que se ha convertido en alguien peligroso. Era una posibilidad, claro, después de aquella noche tiene que ser una posibilidad. Antes era un chico muy mono y sensible, se hace difícil imaginarle como alguien cuya compañía no es recomendable, de los bajos fondos. No sé, igual no es para tanto eso de considerarle compañía peligrosa. A veces la fama magnifica la realidad.

Charlie fue más complicado de localizar. No ha dejado muchas pistas, se fue y no mantiene relación con nadie de por aquí. Me dolió mucho que desapareciera así, del todo, sin más, sin hablar, sin avisar, juntos éramos muy especiales y de repente desapareció. Supongo que fue demasiado, no se le puede culpar por haber puesto tierra de por medio. En realidad era absurdo esperar que cualquiera de nosotros siguiese viviendo como si nada hubiera pasado. 

Tuve suerte. Un camionero del pueblo me dijo que le había visto por el centro del país, que tenía un camión enorme, un Volvo naranja. Investigando un poco más me enteré de que los que tienen esos trastos hablan por una frecuencia especial, por la radio. Vamos, que sigue siendo un tío raro con aficiones alternativas. Parecía sorprendido cuando respondió por la radio, le temblaba un poco la voz. Creo que porque ha reconocido la mía.

Yo dije que me quedaría aquí a pesar de todo y aquí estoy, esperándoles. En estos diez años muchas cosas me han pasado y la verdad es que no puedo quejarme, me ha ido bastante bien. Vale, no tengo pareja y eso me hacer parecer infeliz a ojos de algunas personas pero hasta ahora no me he sentido con ganas de intimar tanto con alguien. Tengo una casa de alquiler que me pago  con mi trabajo en una tienda de armamento. No fue cosa del azar, busqué trabajo en ese negocio para tener acceso fácil a las armas que ahora nos harán falta y que he ido acopiando durante estos años. Pensé que sería la solución más fácil y por la que, llegado el momento, optaríamos con más probabilidad. Pero al margen de mis motivaciones iniciales debo reconocer que me gusta el negocio. Me gusta el olor de las armas, del acero manchado de aceite, de las ceras para las maderas, el olor de la pólvora. Me siento muy bien disparando un rifle de caza o una ametralladora de gran calibre, o un bazooka, incluso lanzar una granada me produce buenas sensaciones. Hay algo en todo ese poder destructivo que me produce seguridad y me atrae con mucha fuerza. Sin embargo, no he practicado la violencia en mi vida, hasta hoy no me había hecho falta.

Fue aquí, en Agua Prieta, donde sucedieron aquellos hechos y por eso mismo decidimos quedar en este lugar cuando llegara el momento, el día de hoy. Pensamos que reencontrándonos aquí recuperaríamos el odio y el dolor tal y como los vivimos entonces. No creo que ninguno haya vuelto a pisar este lugar desde aquella noche, ni siquiera yo que vivo a unos pasos había vuelto a pasar por aquí, y la verdad es que ha sido impactante ver de nuevo el cementerio indio. No me he atrevido a entrar, me he quedado a unos cien metros aparcada en una colina, donde seguro que me verán al pasar, al fin y al cabo no hay nadie más por aquí. Desde este alto veo el cementerio. No me atrevo a acercarme.

Siempre he vivido en Douglas, que sería la misma localidad que Agua Prieta si no fuera por la frontera que deja Estados Unidos a un lado y México al otro. Todos vivíamos en Douglas de hecho. Es un lugar tranquilo, muy tradicional y aburrido, para divertirse hay que cruzar la frontera, ya que México es mucho más permisivo con el alcohol, las drogas, y las juergas en general. Y mucho más barato. Es una tradición pasar la frontera el día de la graduación en el instituto para correrse la primera noche de juerga en Agua prieta. En otros sitios hacen una fiesta de gala, aquí se cruza la frontera y el desenfreno de una noche puede durar días. Así es como empezó aquello.

En realidad fue una cosa tonta, muy de película de instituto. El grupito popular nos invitó a venir de juerga con ellos la noche de la fiesta de graduación. Nosotros cuatro siempre andábamos a nuestro aire, compartiendo con el resto el mismo espacio si era imprescindible pero viviendo un mundo distinto. Nos pareció un poco raro que nos invitaran, estábamos en la misma clase pero apenas teníamos relación con ellos, sólo lo que era obligado por los grupos de trabajo, los deportes y cosas así. Sin embargo, pensamos que quizá querían despedirse de toda la clase en una juerga común que nos juntara a todos por una vez, incluyendo a los que nos habíamos relacionado menos. No nos dimos cuenta de que había otros del montón, como nosotros, a los que no invitaron.

Están tardando demasiado, pensaba que llegaría sólo unos minutos antes que ellos y ya llevo aquí casi media hora. A veces cruzar la frontera lleva mucho tiempo, depende de como hagan los trámites y registros en un lado y en el otro. Además, este maldito cementerio está al sur, a las afueras del pueblo, y atravesarlo suele llevar su tiempo, hay vendedores ambulantes por todas partes, gente que compra desde los coches, se ofrecen prostitutas, avanzan con lentitud los asnos y los carros de verduras. Cuando era pequeña y pasábamos en coche por la calle principal me maravillaba esa variedad de gentes y colores, no perdía detalle mientras avanzábamos muy lento, todo aquello representaba un gran contraste con las calles casi siempre desiertas de Douglas.

Un coche se acerca, es un todoterrreno blanco, muy grande, no parece de alquiler, así que no creo que sean ellos. Sin embargo, reduce la velocidad al verme y sale de la carretera al terreno ralo sin asfaltar, levantando una nube de polvo. Cuando puedo ver algo reconozco a Marc. La verdad es que no tiene aspecto de persona recomendable, si no le hubiera reconocido me largaría ahora mismo.

-¿Belinda? -dice inclinándose para verme entre la polvareda que aún flota alrededor.

-Sí. ¡Hola, Marc! ¡Cómo… has cambiado! -respondo saliendo del coche.

-Lo siento, llevo unas pintas lamentables, lo sé. Es que anoche… Bueno, para qué contarte, tu mensaje llegó en mal momento y no quise perder tiempo en cambiarme. ¿Aún no ha llegado el resto? -me besa ambas mejillas pinchando con su barba dura mientras sujeta mi hombro- Estás muy cambiada. No pensé que ibas a ser tan guapa.

-No te preocupes tanto por tu aspecto, tampoco es que hayamos venido a entregar los Oscar.

-En cierto modo, sí.

-Claro. En fin, no te agobies mucho por tus pintas. No ha llegado nadie, somos los primeros. Oye, y gracias por el piropo, antes no tenías ojos más que para Vicky así que no creo que pasaras mucho tiempo pensado como sería yo unos años después -comento en broma, guiñándole un ojo- ¿La has vuelto a ver?

-No, no desde aquel día. Ella se fue muy rápido y yo un poco después. 

-Sí. Charlie también se fue, aguantó muy poco más. Y no he vuelto a veros desde entonces. Diez años.

-¿Te quedaste en el pueblo, en Douglas?

-Sí, claro, os dije que lo haría, que me quedaría aquí para avisaros cuando llegara el momento adecuado y aquí estoy.

-¿Por qué ahora? -pregunta él.

-Se va a casar Brenda. Con Frank. Y todos están invitados, los otros ocho, todos. Incluso me han invitado a mí, los hijos de puta, como si no hubiera pasado nada. 

-Todos juntos en el mismo sitio. Muy bien, de eso se trata. Una reunión perfecta para celebrar el décimo aniversario.

-Así es -comento, estudiando su aspecto. Parece mucho más viril que antes, está mucho más fuerte y tiene esa barba cerrada de unos días que le hace parecer muy rudo. Las ropas, incluso nuevas y limpias, no serían gran cosa. Ha perdido el aire inocente y amigable que tenía, la verdad es que sí parece peligroso- Hum, ¿a qué te has dedicado durante este tiempo?

-A golpear a la gente. A los que no pagan, a los que no cumplen, a los que no respetan. Me ha servido de entrenamiento. Estoy preparado ¿Y tú?

-He trabajado en una tienda -respondo con falsa modestia.

-Vaya… -dice él intentando disimular su decepción.

-En una tienda de armas -respondo luciendo mi orgullo- He acopiado un arsenal. Tenemos de todo.

-Joder. Por un momento pensé que te habías pasado diez años vendiendo dentaduras postizas -responde con sorpresa que enmascara cierto alivio- Y ¿dónde está ese arsenal?

-En una caseta, por allí, a un par de kilómetros al sur. Me encargué de que lo escondieran unos colegas.

-Bien… -nos miramos durante unos segundos, reconociendo al amigo adolescente que se esconde tras las facetas que durante años hemos desarrollado para esconderlo- Bueno… Cuando lleguen… ¿qué es lo primero?

-Debemos hacer lo que planeamos en aquel momento. Recordarlo todo, entrar en el cementerio, desenterrar las cartas y leerlas. Recuperar aquel odio, el terror, las ansias de venganza. Dejar que todo eso nos colme y entonces hacer lo que el cuerpo nos pida. 

-O sea, matar -responde mirando a la nada.

-Lo que el cuerpo nos pida. 

-A pesar de todo tuvimos mucha sangre fría. Cuando todo acabó. No salimos corriendo. Nos paramos allí y trazamos el plan para vengarnos algún día. Escribimos todo aquello con la sangre aún hirviendo. 

No le respondo. Mi mente no puede evitar viajar de vuelta a aquel momento, cuando por fin amaneció y nos reunimos en la puerta del cementerio. Todos estábamos horribles, sucios, agotados, aterrorizados y hundidos para siempre, parecía que íbamos a salir de allí como zombies, sin poder ni siquiera farfullar alguna palabra. Fue Charlie el que empezó a hablar.

-No. No podemos irnos así -dijo- Si lo hacemos estaremos acabados. Nunca podremos superarlo. Hay que establecer desde ahora mismo un motivo para vivir. 

Apenas le escuchamos, nos miramos unos a otros, sintiendo aún más pena y opresión al comprobar que cada uno de nosotros tenía el mismo aspecto que los demás, el de estar destruido por completo. Pero Charlie sujetó la puerta y no nos dejó salir.

-De aquí no se mueve nadie, mecagoenlaputa -la violencia con que pronunció aquellas palabras nos hizo salir de nuestro letargo lo suficiente para poder enfrentar la situación.

-Pero Charlie -dijo Marc- ¿Qué podemos hacer? Esto no se nos va a olvidar nunca, hagamos lo que hagamos.

-De eso se trata, joder -respondió Charlie con voz aún más alta- Vamos a, vamos a escribir ahora mismo. Cada uno. Lo que hemos vivido. Lo que nos ha pasado. Y enterraremos esas cartas y cuando llegue el momento, cuando seamos mayores, cuando podamos vengarnos, cuando llegue ese momento, volveremos aquí, leeremos esas cartas y volveremos a sentir lo mismo que ahora, sólo que entonces tendremos las fuerzas para vengarnos. Y así, leyendo lo que escribiremos ahora, lo haremos con saña, sin dejar que el tiempo perdone. 

Lo hicimos. Recogimos un folleto perdido, papeles arrugados de algún bocadillo, un horario de autobús, y cada uno escribió lo que le pareció que sentía, lo que debería leer años después para retrotraerse a ese momento.

El sonido del motor de un coche me saca de mis recuerdos. Es un taxi que se acerca desde el pueblo y reduce la velocidad al vernos. Han llegado los dos en el mismo taxi, supongo que se han encontrado en el aeropuerto. Charlie está como siempre, un poco más gordo, pero parece igual, con esa especie de decisión irrevocable en todo lo que hace, en la forma en la que mira. Y Vicky, vaya, está aún más guapa, quizá lo ha superado al fin y al cabo. No estaría mal que al menos uno de nosotros hubiera conseguido ser feliz después de todo.

-Hola -dice Marc mirando a Vicky con el rostro enrojecido por un ataque súbito de timidez- ¿Qué tal? Estás… ¿bien?

-Sí. ¿Y tú? -responde ella mirándole sin dar muestras de reparar en sus ropas sucias y rotas.


Charlie se acerca y me mira. Sonrío. Sonríe. Hola. Hola. ¿Qué más se puede decir? Me abraza. Las lágrimas distorsionan mi visión. Cierro los ojos, los abro. Vicky está besando a Marc. Vaya, quizás, después de todo, seamos capaces de poner algunas cosas en orden.